Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


 

101

Dada su complejidad, los firmantes (Aramburu, Canella, Buylla, Alas, Posada, Rogelio Jove, Sela, Altamira y Melquíades Álvarez) se limitaban a trazar no un plan completo sino algunas líneas relacionadas con su profesión y sus estudios. Ante todo, declarando su rechazo a toda idea de dominación que pudiera subyacer en algunos planteamientos de unión o alianza americanista y, por lo mismo, propuesta de resolución por medios jurídicos de las cuestiones litigiosas, estableciendo un tribunal de arbitraje permanente «siguiendo el ejemplo que hace algunos años nos han dado las dos grandes potencias anglosajonas». Para ampliar la base de esta relación, pedían la igualdad de derechos civiles entre los ciudadanos de todos los Estados iberoamericanos y una serie de convenios referentes a los medios de comunicación intelectual y comercial (cable directo hispanoamericano para facilitar la comunicación telegráfica, rompiendo la exclusiva dependencia, a veces distorsionadora, de las compañía anglosajonas; fijación de tarifas postales inferiores a las de la Unión Postal Universal; supresión de las trabas y derechos de aduanas que gravaran la introducción de libros en los Estados convenidos, protegiendo por una ley común la propiedad literaria, artística e industrial de sus autores e inventores; protección aduanera del comercio americano y español en la línea seguida por Inglaterra con sus colonias, base de su ideada Federación imperial; adopción de una legislación obrera común, igualmente protectora y creación de una Oficina internacional iberoamericana del trabajo).

Las restantes proposiciones, hasta nueve, eran mera repetición de acuerdos incumplidos del Congreso Pedagógico hispano-portugués-americano de 1892, o iniciativas de la Universidad de Oviedo que ya habían obtenido el refrendo del ministerio de Instrucción Pública: fundación de un Instituto Pedagógico; establecimiento de una enseñanza superior internacional iberoamericana, para el que podría servir de modelo el Centro internacional de enseñanza de las Ciencias Sociales proyectado en París; completa reciprocidad de títulos profesionales; establecimiento de lecciones y cátedras de Historia y Geografía de Portugal y América en las escuelas primarias e institutos de España, y adición a las materias de las Facultades de Derecho de una asignatura referente a las instituciones jurídicas, principalmente políticas, de Portugal y América, o de España recíprocamente en la enseñanza pública portuguesa y americana; por último, organización del cambio permanente de publicaciones entre los centros docentes de las naciones congregadas, conforme lo solicitara de los de América la Universidad de Oviedo en carta circular inserta en la Gaceta de 23 de julio de 1900.

En esta circular dirigida a los Centros Docentes de América, la Universidad de Oviedo, tras saludarles «en nombre de la comunidad de raza y de la fraternidad intelectual», les ofrecía un cambio efectivo de servicios y de iniciativas en el orden académico. Concretamente el intercambio de publicaciones corporativas de carácter científico y aun la creación de una revista en la que participasen profesores de Oviedo y sus colegas americanos. De este modo, cree la Universidad de Oviedo dar el primer paso en la intimidad intelectual con sus hermanas de América. Aunque por entonces no se atrevía a ofrecer otro género de relaciones, consciente de la pequeñez de sus medios y de sus esfuerzos, la Universidad anticipaba su deseo de acoger la posible visita de profesores y alumnos americanos, a quienes les anuncia su cordial acogida y el propósito de asociarles, siquiera fuera brevemente, a su vida académica «humilde, pero henchida de altos deseos y aspiraciones».

A esta circular siguió otra dirigida «A las colonias españolas de los Estados hispanoamericanos», en la que, tras comunicarles la organización motu proprio de diversas instituciones de enseñanza y educación anejas a sus dos Facultades de Derecho y Ciencias, (Escuela práctica de estudios sociales y jurídicos, Colonias escolares de vacaciones y la Extensión universitaria «tan popular en toda Europa e iniciada en España por catedráticos de Oviedo»), le pide su concurso para desarrollar estas y otras análogas fundaciones «en que piensa», habida cuenta su escaso presupuesto de material (3. 000 ptas. anuales «la mitad menos que la peor dotada» de España) y su imposibilidad de acudir a las instituciones regionales que ya costean en exclusiva la Facultad de Ciencias. Es por eso que solicitan de los españoles de América, y muy especialmente de los asturianos, una ayuda destinada a los gastos materiales de sus fundaciones, tales como compra de aparatos para las lecciones prácticas y libros, mapas, fotografías, etc.; instalación de gabinetes para investigaciones científicas; excursiones con grupos de alumnos; viajes de profesores con el objeto de dar conferencias; publicación de una Revista de la Universidad; gratificaciones a especialistas extranjeros o nacionales llamados para dar cursos breves, etc. En este sentido, no dudaban en obtener el concurso de todos aquellos que considerasen «el progreso de la educación popular como la base de prosperidad efectiva de las naciones».

 

102

Este fue el origen de la cátedra de Historia de América creada en la Facultad de Letras de la Universidad de Madrid (período de Doctorado) en 1900. Poco después, el Instituto de Estudios Diplomáticos y Consulares, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, confió a la Academia de Jurisprudencia y Legislación introducir en el cuadro de sus cursos una Historia de la colonización moderna que, impartida por Altamira, duró hasta 1916 en que fue reorientada hacia la Historia política contemporánea de América. Poco antes de la I Guerra Mundial, el Ministerio de Enseñanza Pública incluyó asimismo en el cuadro de las materias de doctorado en Madrid una cátedra de Historia de las Instituciones Políticas y civiles de América, común a las dos Facultades de Derecho y Letras (Sección de Historia), cuyo titular fue Altamira desde su creación. Sobre el contenido monográfico y cambiante de los cursos, a partir del Programa de Historia de las Instituciones políticas y civiles de América 2ª edición, revisada y corregida, Madrid, 1926; muy aumentada en la tercera edición, y su método de trabajo, tipo seminario, vid. Coronas, Altamira y los orígenes del hispanoamericanismo científico (cit. n. 47).

 

103

Si este manifiesto tuvo feliz acogida en los círculos de emigración, no ocurrió lo mismo con otros proyectos de mayor fuste, como el de Universidad hispanoamericana, iniciativa del argentino Dr. Cobos, ampliamente discutido por la prensa y profesorado de España durante los años 1904-1905 pese a la falta de «condiciones esenciales» para su realización, como destacara con realismo el director de la revista España de Buenos Aires, Antonio Atienza en su artículo de 23 de marzo de este último año. Al señalar «el silencio y la absoluta indiferencia» con que los americanos habían recibido el anuncio de proyecto y presenciado aquel debate, auguraba que aún en el supuesto de que una ley improvisara la fundación de tal Universidad, los americanos no acudirían a ella a hacer sus estudios ni a perfeccionarlos sino que seguirían concurriendo a los institutos científicos de Francia, Inglaterra o Alemania, por lo que le parecía mucho más realista la propuesta de Altamira, formulada institucionalmente por el grupo de Oviedo, del intercambio temporal de profesores entre las Universidades españolas y americanas.

Al calor de la discusión del proyecto se agitó el problema político que subyacía en todo el planteamiento científico, expresado con rotunda claridad por el chileno Valentín Letelier: «con la España inculta, estancada en su progreso y reaccionaria en su política, nada quieren (los pueblos hispanoamericanos) porque otra cosa sería contradecir los mismos principios de vida de las repúblicas americanas». Altamira, Esparta en América, pág. 48.

Este mismo era el pensamiento en España de Arturo G. Cardona y de Unamuno quien, en carta al Heraldo de Madrid de 17 de diciembre de 1905 (?), consideraba fantástico y absurdo el proyecto por falta de espíritu, espíritu y espíritu, esto es, de libertad, también académica. Recogiendo esta actitud e interpretando el sentir liberal americanista, decía Altamira: «Temen los americanos que España no acierte a entrar de lleno en el camino de la verdadera libertad, en los hábitos de tolerancia de los pueblos cultos y esto crea, aun en los hispanófilos mejor dispuestos, suspicacias y reservas en punto al establecimiento de una franca e íntima unión internacional».

Una vez fracasado el proyecto, el camino a seguir podía ser el emprendido por el Departamento de Estado de los Estados Unidos al enviar al hispanista de la Universidad de Columbia, William Shepherd, con el fin de explicar el sistema educativo de su país a las repúblicas hispanoamericanas y de estrechar los lazos culturales que alentaba el «espíritu de unidad continental» predicado por el presidente Rooselveht. En este contexto de «lucha por la influencia intelectual», la América latina se presenta como un escenario abierto al enfrentamiento de culturas y aún de civilizaciones en la exaltada imaginación del momento. Frente a la cultura americana de raíz anglosajona está en juego el mantenimiento de la cultura continental europea: la humanista española e italiana, la filosófica y política francesa y la científica alemana. (Rowe, ibídem, págs. 66-67).

En esta lucha por la formación del espíritu latinoamericano, España no puede irradiar una influencia científica comparable a la de otras naciones europeas a pesar del fondo cultural común. Sin embargo, hay cátedras en España que tienen relevancia internacional (las servidas por Cajal, Giner de los Ríos, Hinojosa, Menéndez Pidal, Azcárate, Cossío, Dorado, Posada etc.) y que si bien no podían por sí solas atraer la corriente escolar americana sí lograban, al menos, fomentar la influencia espiritual española, una forma de trabajar, en palabras de Altamira, «en pro del alma americana en lo mejor y más genuino que ésta tiene». Pero para ello era preciso combatir previamente un prejuicio, luchar contra el error arraigado de «considerar todas las manifestaciones intelectuales españolas como reaccionarias, arcaicas, repeticiones de un saber viejo y manido, de una religiosidad estrecha, hosca, misoneísta», enfrentándolo con las corrientes ideales y científicas que en diversas ramas representaban la conjunción de España con el movimiento moderno. Así, aprovechando las bases de la influencia española en América, que Altamira cifra en el idioma y la emigración, cree haber llegado el momento de viajar, de ir a América con el fin de ser testimonios vivos de esa España intelectual que ha conectado perfectamente con el mundo científico moderno.

 

104

R. Levene, «La concepción de Eduardo de Hinojosa sobre la Historia de las Ideas Políticas y Jurídicas en el Derecho español, y su proyección en el Derecho indiano», en AHDE, 23, 1953, págs. 259-287.

 

105

S. M. Coronas, Estudio preliminar a la reedición facsímil de los Anales (en prensa).

 

106

V. Tau Anzoátegui, «Los juristas argentinos de la generación de 1910», en Revista de Historia del Derecho, 2, Buenos Aires, 1974; E. Abásolo, «Revistas universitarias y mentalidad jurídica. Los Anales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales (1902-1919)», en La revista jurídica en la cultura contemporánea (ed. V. Tau Anzoátegui), Buenos Aires, 1997, págs. 111-141.

 

107

R. Altamira y Crevea, Mi viaje a América (Libro de documentos), Madrid, 1911, pág. 6.

 

108

La visita de Pierre Paris, M. F. Sauvaire-Jourdan Henri Lorin, extendida luego a las Universidades de Zaragoza y Madrid, y comentada términos muy elogiosos (sobre todo para la Universidad de Oviedo, a la que asigna un papel en el renacimiento cultural de España similar al de la Lombardía en la Italia contemporánea) en el Bulletin Hispanique y en la revista Questions Diplomatiques et Coloniales, según el testimonio de El Imparcial, tuvo su contrapartida en la visita hecha por entonces a la Universidad de Burdeos por Canella y Altamira.

 

109

Altamira, Mi viaje a América, págs. 11-13.

 

110

Su sucesor en el cargo, Barroso, ratificó esta licencia por nueva Real Orden de 28 de septiembre de 1909.

Indice