Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


 

21

Un amor consciente y positivo en todo caso, propio de un intelectual, que huye del puro sentimiento primitivo por la tierra: «Hay que amar la terreta; hay que hacer que el pueblo la ame y adquiera conciencia de ese amor, y lo funde en algo positivo, en algo que tenga vida; en vez de ceñirlo a las fluctuaciones de un instinto desigual, de un sentimiento primitivo alimentado por vagos recuerdos, por sonidos de voces mil veces repetidas, pero cuyo sentido se ignora». Cuentos de Levante, Madrid, 1895. Unos años antes confesaba haber llegado al límite de su debilidad familiar: «Necesito casa y familia. Seré débil, pero ya no puedo más después de siete años de vida aislada, enteramente seca para las afecciones más inmediatas y sórdida además para los cuidados, las atenciones, las distracciones y las comodidades». Por entonces, no se había producido aún la ruptura de relaciones con su novia valenciana, María Julián, que, al ocurrir en 1894, le dejó arrasada el alma. En estas circunstancias no dudó en corregir un error respecto a su persona: el de considerarle sólo «una inteligencia, cuando soy, ante todo, un corazón y mi desgracia inmensa es ir buscando por la vida lo que nunca encontraré de modo tal que pueda valerme: un verdadero, inquebrantable amor». Cit. por Moreno, Rafael Altamira, pág. 32.

 

22

S. M. Coronas, «Jovellanos ante el Plan de Estudios ovetense de 1774», en Doctores y Escolares. II Congreso Internacional de Historia de las Universidades hispánicas (Valencia, 1995), Universidad de Valencia, 1998, págs. 93-100. En general, vid. R. Riaza, «El Derecho romano y el Derecho nacional en Castilla durante el siglo XVIII», en Revista de Ciencias Jurídicas y Sociales, XII, 1929, págs. 105 y ss.; M. Peset, «Derecho romano y derecho real en las Universidades del siglo XVIII», en Anuario de Historia del Derecho Español (AHDE), 45, 1975, págs. 273 y ss.

 

23

Ese año, como si nada hubiera cambiado en el panorama científico español, tuvo que estudiar, entre otras asignaturas, el Segundo curso de Derecho Romano y el lº de Derecho civil español. A. G. A., caja 15231. Sin embargo, desde 1885, se hizo cargo de la cátedra de Historia del Derecho, Eduardo Pérez Pujol (1830-1894), anterior catedrático de Derecho civil en la Universidad de Valencia, cuyas explicaciones, tomadas por sus discípulos, se publicaron bajo el título Historia general del Derecho español, en Valencia, 1886. Su Historia de las Instituciones sociales de la España goda, publicada después de su muerte, en Valencia, 1896, en 4 vols., es un ejemplo de la dedicación sincera del antiguo civilista a la nueva disciplina.

 

24

Entre los méritos científicos aducidos para ser admitido a las oposiciones incluía las lecciones sobre la Enseñanza de la Historia, explicadas en el Museo Pedagógico, y el libro Historia de la propiedad comunal, con prólogo de Azcárate. A. G. A.; E. y C., caja 15231. De sus preocupaciones metodológicas del momento da una idea más cabal su artículo «Sobre la colaboración de los abogados para la Historia del Derecho», publicado en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, 74, 1889, págs. 734-744; ampliado luego en «El método positivo en el Derecho civil» que apareció en La Nueva Ciencia Jurídica. Antropología. Sociología, I, 1892, págs. 268-275 y II, págs. 81-90 y 129-136, algunas de cuyas ideas las incorporaría más tarde a su Historia del Derecho, Madrid, 1903. Vid. su análisis en E. Conde Naranjo, Derecho entre interrogantes. Para una historia de la consulta jurídica, en AHDE, 66, 1996, págs. 973 -984.

 

25

«Usted conoce muy bien cuán excusados son todos los esfuerzos, si no se cuenta, no digo ya con un tribunal favorable personalmente, pero sí, al menos, imparcial o con garantías de que ha de serlo. Eso no es difícil conseguirlo con un poco de gestión influyente cerca del ministro. Usted, como senador conservador y de la propia Universidad a que corresponde la vacante, puede, a lo que me parece, contribuir grandemente a que se logre». A ese fin le pedía su apoyo para constituir un tribunal con personas como Hinojosa, Costa, Azcárate o Posada. En su contestación, Menéndez Pelayo, con su habitual generosidad no sectaria, prometió su apoyo a un hombre que se declaraba representante de la extrema izquierda de la Institución en materia política, social y de creencias religiosas: «mi influencia, directa o indirecta, cualquiera que ella sea, no ha de faltar a Vd. en ningún caso». Moreno, Rafael Altamira, op. cit.; Ramos, Rafael Altamira, págs. 76 -77. Sobre la relación ulterior de Altamira con Menéndez Pelayo, vid. J. M. Martínez Cachero, Menéndez Pelayo y Asturias, Oviedo, 1957, pág. 140.

 

26

A. G. A., E. y C. leg. 9565.

 

27

A. Posada, Fragmentos de mis memorias, Oviedo, 1983, págs. 206-207.

 

28

«No era claro nuestro amigo: no se entregaba ni podía uno entregarse... Nada de incorrecciones, jamás; descuidos, distracciones, que algún malévolo diría levantinas o italianas. Por lo que a mí respecta, tardé bastante tiempo en darme cuenta de cuanto indico, hasta que un día se me cayó la venda gracias a una rara observación de Clarín que me dijo -recuerdo el lugar por lo que me impresionó- en la "pedrera" (acera) de la Universidad: "Fíjese, fíjese, mírele usted de lado, por el rabillo del ojo y que él no lo advierta y verá cuánto denuncian sus ojos"». Posada, Fragmentos de mis memorias, pág. 253. Sobre la relación de Alas con Altamira, vid. S. M. Coronas, Leopoldo Alas, Clarín, jurista. Oviedo, 2001.

 

29

También Oviedo parecía despertar en el otoño de estos años de su siesta clariniana: «Oviedo, con ser Oviedo, ha tenido las suyas, y al pasar la vista por mis apuntes, me encuentro con la apertura de la Universidad, del Instituto, del Seminario Conciliar, de la Academia de Bellas Artes, de la Escuela de Artes y Oficios, ya celebradas, y con la correspondiente a la Academia de Jurisprudencia y a la Academia de la Juventud Católica, próximas a celebrarse». Saladino (seudónimo de Félix Aramburu) en Revista de Asturias, año VI, 1882, nº 19, pág. 303.

 

30

T. López-Cuesta Egocheaga, Don Adolfo A. Buylla y González-Alegre (Retazos de «sus» memorias), en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, XLIII, nº 68, 1991, págs. 219-295; J. A. Crespo Carbonero, Democratización y reforma social en Adolfo A. Buylla. Economía, Derecho, Pedagogía, Ética e Historia Social, Universidad de Oviedo, 1998.

Indice