Pues oye atentamente.
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Ésta, austral águila heroica, |
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es el Alpujarra, ésta |
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es la rústica muralla, |
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es la bárbara defensa |
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de los moriscos, que hoy, |
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mal amparados en ella, |
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africanos montañeses, |
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restaurar a España intentan. |
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Es por su altura difícil, |
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fragosa por su aspereza, |
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por su sitio inexpugnable |
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e invencible por sus fuerzas. |
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Catorce leguas en torno |
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tiene, y en catorce leguas |
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más de cincuenta que añade |
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la distancia de las quiebras, |
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porque entre puntas y puntas |
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hay valles que la hermosean, |
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campos que la fertilizan, |
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jardines que la deleitan. |
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Toda ella está poblada |
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de villajes y de aldeas; |
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tal, que cuando el sol se pone, |
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a las vislumbres que deja, |
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parecen riscos nacidos |
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cóncavos entre las breñas, |
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que rodaron de la cumbre, |
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aunque a la falda no llegan. |
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De todas las tres mejores |
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son Berja, Gavia y Galera, |
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plazas de armas de los tres |
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que hoy a los demás gobiernan. |
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Es capaz de treinta mil |
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moriscos que están en ella, |
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sin las mujeres y niños, |
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y tienen donde apacientan |
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gran cantidad de ganados; |
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si bien los más se sustentan |
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más que de carnes, de frutas |
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ya silvestres o ya secas, |
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o de plantas que cultivan; |
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porque no sólo a la tierra, |
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pero a los peñascos hacen |
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tributarios de la yerba; |
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que en la agricultura tienen |
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del estudio, tal destreza, |
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que a preñeces de su azada |
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hacen fecundas las piedras. |
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La causa del rebelión, |
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por si tuve parte en ella, |
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te suplico que en silencio |
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la permitas a mi lengua. |
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Aunque mejor es decir |
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que fui la causa primera, |
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que no decir que lo fueron |
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las pragmáticas severas |
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que tanto los apretaron, |
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que decir esto me es fuerza |
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si uno ha de tener la culpa, |
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más vale que yo la tenga. |
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En fin, sea aquel desaire |
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la ocasión, señor, o sea |
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que a Válor al otro día |
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que sucedió mi pendencia, |
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llegó el alguacil mayor |
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dél, y le quitó a la puerta |
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del Ayuntamiento una |
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daga que traía encubierta; |
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o sea que ya oprimidos |
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de ver cuánto los aprietan |
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órdenes que cada día |
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aquí de la corte llegan, |
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los desesperó de suerte, |
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que amotinarse conciertan: |
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para cuyo efecto fueron, |
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sin que ninguno lo entienda, |
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bastimento, armas y hacienda. |
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Tres años tuvo en silencio |
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esta traición encubierta |
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tanto número de gentes: |
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cosa que admira y eleva, |
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que en más de treinta mil hombres |
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convocados para hacerla, |
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no hubiera uno que jamás |
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revelara ni dijera |
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secreto de tantos días. |
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¡Cuánto ignora, cuánto
yerra |
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el que dice que un secreto |
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peligra en tres que le sepan! |
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Que en treinta mil no peligra, |
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como a todos les convenga. |
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El primer trueno que dio |
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este rayo que en la esfera |
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desos peñascos forjaban |
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la traición y la soberbia, |
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fueron hurtos, fueron muertes, |
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robos de muchas iglesias, |
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insultos y sacrilegios |
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y traiciones, de manera |
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que Granada, dando al cielo |
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bañada en sangre las quejas, |
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fue miserable teatro |
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de desdichas y tragedias. |
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Preciso acudió al remedio |
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la justicia; pero apenas |
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se vio atropellada, cuando |
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toda se puso en defensa: |
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trocó la vara en acero, |
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trocó el respeto en la fuerza, |
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y acabó en civil batalla |
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lo que empezó en resistencia. |
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Al corregidor mataron: |
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la ciudad, al daño atenta, |
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tocó al arma, convocando |
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la milicia de la tierra. |
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No bastó; que siempre estuvo |
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(tanto novedades precia) |
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de su parte la fortuna: |
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de suerte, que todo era |
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desdichas para nosotros. |
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¡Qué pesadas y qué necias |
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son, pues en cuanto porfían, |
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nunca ha quedado por ellas! |
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Creció el cuidado en nosotros, |
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creció en ellos la soberbia |
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y creció en todos el daño, |
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porque se sabe que esperan |
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socorro de África, y ya |
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se ve si el socorro llega, |
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que el defenderle la entrada |
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es divertirnos la fuerza: |
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además, que si una vez |
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pujantes se consideran, |
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harán los demás moriscos |
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del acaso consecuencia; |
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pues los de la Extremadura, |
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los de Castilla y Valencia, |
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para declararse aguardan |
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cualquier victoria que tengan. |
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Y para que veáis que son |
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gente, aunque osada y resuelta, |
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de políticos estudios, |
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oíd cómo se gobiernan; |
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que esto lo habemos sabido |
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de algunas espías presas. |
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Lo primero que trataron |
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fue elegir una cabeza; |
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y aunque sobre esta elección |
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hubo algunas competencias |
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entre don Fernando Válor |
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y otro hombre de igual nobleza, |
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don Álvaro Tuzaní; |
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don Juan Malec los concierta |
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con que don Fernando reine, |
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casándose con la bella |
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doña Isabel Tuzaní, |
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su hermana. |
(Aparte.)
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(¡Oh cuánto me
pesa
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de traer a la memoria |
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el Tuzaní, a quien respetan, |
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ya que a él no le hicieron rey, |
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haciendo a su hermana reina!) |
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Coronado, pues, el Válor, |
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la primer cosa que ordena, |
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fue, por oponerse en todo |
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a las pragmáticas nuestras, |
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o por tener por las suyas |
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a su gente más contenta, |
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que ninguno se llamara |
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nombre cristiano, ni hiciera |
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ceremonia de cristiano: |
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y porque su ejemplo fuera |
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el primero, se firmó |
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el nombre de Abenhumeya, |
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apellido de los reyes |
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de Córdoba, a quien hereda. |
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Que ninguno hablar pudiese, |
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sino en arábiga lengua; |
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vestir sino traje moro, |
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ni guardar sino la secta |
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de Mahoma: después desto, |
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fue repartiendo las fuerzas. |
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Galera, que es esa villa |
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que estás mirando primera, |
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cuyas murallas y fosos |
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labró la naturaleza, |
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tan singularmente docta, |
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que no es posible que pueda |
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ganarse sin mucha sangre, |
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la dio a Malec en tenencia; |
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a Malec, padre de Clara, |
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que ya se llama Maleca. |
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Al Tuzaní le dio a Gavia |
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la Alta, y él se quedó en
Berja, |
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corazón que vivifica |
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ese gigante de piedra. |
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Ésa es la disposición |
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que desde aquí se penetra; |
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y ésa, señor, la Alpujarra, |
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cuya bárbara eminencia, |
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para postrarse a tus pies, |
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parece que se despeña. |
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