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El Struwwelpeter16 no ha perdido nada de su popularidad después de 148 años, al menos entre la mitad de su público lector. Los alemanes pueden dividirse en dos sectores en lo tocante al Struwwelpeter: los que de niños lo han aceptado con tanta afición y frecuencia como el biberón, y los que lo han rechazado con tanta repugnancia como un plato de espinacas y todavía hoy pueden acalorarse con pasión hablando de la crudeza de su contenido.
De hecho, si observamos las historias de Heinrich Hoffmann con los ojos de sabelotodo de los padres modernos, informados y criados en el espíritu de la educación antiautoritaria, podemos fácilmente estremecernos de horror frente a los castigos draconianos a que son sometidos Paulinchen, Konrad o el malísimo Friedrich. Pero esta justa indignación es secundaria aquí. El objeto del libro no era describir los castigos a las faltas diarias de los pequeños, sino divertir a los niños con convincentes historias, aún cuando Hoffmann, como corresponde a su tiempo, entendiese el libro infantil como un medio de educación.
A los «héroes» les va verdaderamente mal sólo en cuatro de las historias, donde seguramente los benévolos lectores del libro apenas se reconocen en Friedrich sino que, al menos hoy, se colocan de parte de la atormentada criatura y pueden alegrarse de todo corazón con el mordisco del perro a Friedrich. También el castigo a Kaspar, Wilhelm y Ludwig se nos aparece hoy más bien justo y equitativo. Cuatro historias tienen un final más divertido o aventurero. ¿Quién de nosotros, los mayores no ha sentido el vuelo travieso y voluntario de Robert hacia lejanos países más como un privilegio que como un —18→ castigo? Lo mismo sucede todavía hoy. Al fin y al cabo en el cazador dominguero se hace burla de un adulto y el mismo Struwwelpeter ha llegado a ser un ídolo hoy en día. No sin razón llevaba los rasgos del contestatario Fritz Teufel en la parodia política de Eckart y Rainer Hachfeld aparecida en 1969.
La versión hoy conocida del Struwwelpeter se basa en la vigésima octava edición, que el propio Heinrich Hoffmann modificó en 1859. Cómo se llegó a ello es una curiosa historia. En 1849 había aparecido la primera edición rusa bajo el título Stepka-rastrepka: Razskazy dlja detej (= Stepka Rastrepka: Cuentos para niños) en la librería editorial Ja. A. Isakov, probablemente a iniciativa —20→ de Mavrikij Osipowitsch Vol’f (su nombre polaco era Boleslaw Maurycy Wolff), que desde 1848 era director de la editorial. Vol’f había hecho dibujar de nuevo el Struwwelpeter para esa edición. Cuando se independizó en 1853 y fundó la famosa editorial de San Petersburgo M. O. Vol’f, en la que posteriormente aparecerían también muchos libros infantiles, se hizo cargo de los derechos de Stepka-Rastrepka. Envió a Hoffmann un ejemplar de la edición de 1857 con una dedicatoria. A Heinrich Hoffmann, que evidentemente se había dejado convencer de que sus dibujos deliberadamente torpes no constituían la única posibilidad adecuada para ilustrar sus versos, le gustaron tanto las ilustraciones rusas que las imitó para la nueva edición. Estas nuevas imágenes del Struwwelpeter son más detalladas y expresivas, pero todavía bastante sencillas y fáciles de retener junto al texto. Por esa razón la editorial Ars Edition recurrió a esta segunda versión en su nueva edición de 1994 en un proyecto esforzado que reproduce el cuidadoso colorido de las primeras ediciones.
(Traducción de Amalia Bermejo)