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ArribaAbajo La crítica estancada

Jesús Ballaz Zabalza17


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A finales de noviembre de 1995 se celebró en Salamanca un encuentro sobre el momento actual de la crítica de la literatura infantil y juvenil (LIJ). La necesidad de celebrar este debate era un clamor entre personas que siguen de cerca el tema, preocupadas por la paulatina desaparición de la crítica de la LIJ en los medios de comunicación.

Los ejes del debate fueron dos: a) La práctica de la crítica literaria; b) su presencia en los medios de comunicación. Estaban subdivididos en temas que incidían en diferentes aspectos del problema:

a) Temas referentes a la crítica: Valor de la crítica como formación del gusto lector. La crítica como lectura privilegiada del texto. Análisis de las distintas corrientes de la crítica literaria.

b) Temas referentes a los medios de comunicación: Influencia de los medios de comunicación en el desarrollo del gusto lector. Presencia y difusión de la LIJ en la prensa, la radio y la televisión. Análisis comparativo de suplementos literarios y programas de libros en radio y TV en diferentes países.

Entre los asistentes había autores, editores, críticos, investigadores, profesores, bibliotecarios y responsables de organizaciones que fomentan la LIJ. La gran mayoría, personas que llevan muchos años trabajando en este campo. Pocas caras nuevas.

Haré algunas reflexiones al hilo de lo que se trató en ese simposio, demasiado ambicioso para un tiempo tan reducido.

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La crítica de la LIJ no deja de ser todavía una especie de magma donde aún hay demasiada indefinición tanto en el contenido de estudio, como en los métodos para afrontarlo. El panorama seguramente no se clarificará hasta que la LIJ alcance una entidad más acabada y acabe de romper el aislamiento crítico en el que se ha mantenido por complejas razones.

a) Razones de tipo histórico. El primer grupo de autores de LIJ con verdadera voluntad y ambición literaria cuaja en España alrededor de 1980. Se entregan a escribir esta literatura por elección, sin pretender ejercer ningún tipo de suplencias, aunque no se planteen aún la total profesionalización. Se sienten solos y sin maestros. Leen con avidez los autores extranjeros en la lengua original o a través de traducciones de Alfaguara, Espasa-Calpe, SM y otras meritorias editoriales. En general, sus inmediatos predecesores habían construido su obra literaria, guiados en muchos casos por aliento cívico, por instinto educador o, en el caso de autores que escribían en lenguas minoritarias, por la defensa de la propia cultura.

Quince años son un espacio breve en la historia literaria. Los textos de alguno de ellos apenas empiezan a ser objeto de atención de «lectores interesados». Se ha superado la discusión de si existe la literatura infantil, pero aún perdura la polémica sobre si la literatura juvenil es una literatura específica o no. Con esas dudas de base, ¿cómo va a atraer esta literatura el interés de los estudiosos? Cualquier metalectura, además de decidida voluntad de reflexión, precisa tiempo y preparación adecuada.

b) Razones de precariedad documental. Fuera de contadas excepciones, la LIJ no ha merecido atención universitaria. Si se estudia, se hace en Facultades de Pedagogía o en Escuelas de Formación del Profesorado más que en las de estudios específicamente literarios. Serían precisos serios esfuerzos académicos para estudiar, por un lado, la recepción real de los lectores y el impacto en su vida y en su formación, y, por otro, las bases literarias de este género.

Por otra parte, los que hacen crítica en el ámbito del periodismo precisan documentación sobre todo para abordar el «paratexto», o sea lo que va más allá del estudio formal de la obra y de los mecanismos de construcción de la misma. No es fácil recabar datos sobre el autor, el conjunto de su obra, las circunstancias   —35→   políticas, sociales y culturales en que se enmarca. La documentación que aparece en meritorias revistas como CLIJ y otras no es suficiente para resolver el problema que se le plantea al crítico de urgencia.

Por último, para enfocar las cuestiones de valor, y no me refiero sólo a lo que vagamente llamamos pedagógico o a lo moral -por ejemplo, ¿qué papel está jugando la LIJ en el desarrollo de la conciencia cívica?-, hay que volver a un humanismo crítico, al parecer dormido, que juzgue si esta literatura responde, a su nivel, a las cuestiones humanas, políticas, éticas que plantea nuestro tiempo.

c) Razones intrínsecas. La crítica de LIJ, una literatura con adjetivos y, por tanto, bajo sospecha, bascula entre valorar los libros con baremos literarios -los que les son propios- o con baremos que miden preferentemente si pueden ser captados y disfrutados por los lectores -baremos pedagógicos-. Unos buscan buenos libros, tratando de deslindar la verdadera literatura de la letra impresa, y otros, libros que gusten y, a ser posible, que enseñen.

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Los que podían haber hecho ese primer trabajo, los críticos «tout court» han reaccionado con el silencio, mientras los críticos especializados en LIJ tal vez no poseen la competencia necesaria o al menos no enseñan las cartas. Pero el crítico no puede dejar de aspirar a un cierto grado de objetividad, para lo cual tiene que fijar el criterio con el que analiza. El sentar de manera razonada las bases desde las que juzga, mínimo exigible a los que ejercen la crítica de literatura general, no parece que se exija a los que hacen crítica de LIJ y, por tanto, se resiente la credibilidad de su trabajo.

Actualmente no se puede improvisar ni generalizar como a menudo se hace. Escribir crítica requiere amplias lecturas de narrativa -no sólo de LIJ-, que ayude a situar la LIJ dentro de la literatura general y a romper su aislamiento, y un buen nivel de especialización en estudios literarios para no perderse en la selva de métodos de análisis, nada fácil de deslindar y de aplicar con rigor a los textos.

El crítico que ejerce en los medios de comunicación, que es a quien me refiero, además de este conocimiento especializado, ha de poseer información de actualidad y capacidad de divulgar.

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Información de libros. Lo habitual es leer comentarios, generalmente elogiosos, sobre unos pocos escritores reconocidos, mientras otros muchos, autores con amplia trayectoria o jóvenes que empiezan, son silenciados. Creo que esta discriminación no es pretendida. Pero se publica tanto que los críticos sólo leen algunos libros. En este caso es más fácil hacer un comentario genérico y elogioso de un autor reconocido que una valoración crítica de textos de autores poco conocidos, lo que ocasiona que algunos de éstos tarden demasiado en ser reconocidos por injustificadas inercias.

Divulgación. Para que una crítica supla a veces una lectura directa ha de ser clara, estar muy bien escrita y ha de transmitir el estilo del libro al que se refiere y el entusiasmo que ha provocado en el crítico.

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Al no ocupar los especialistas el espacio que les correspondía, éste ha sido cubierto por psicólogos, bibliotecarios, pedagogos... En efecto, hasta ahora, el foro más común de debate de la LIJ ha sido la escuela y en él han participado más profesores de EGB que especialistas en literatura.

Eso ha tenido de positivo que se ha insistido en la adecuación del mensaje, en su léxico y en su forma, al destinatario. En muchos casos se ha cumplido la función de la crítica pedagógica que sería ayudar a los lectores a escoger de manera sabia y responsable obras comprensibles, agradables y educativas. Pero esto ha condicionado la producción literaria, al primar lo fácil y comprensible, sin preguntarse si acaso era lo más valioso desde el punto de vista literario. A veces no se ha advertido que el juicio pedagógico presupone el juicio literario como condición necesaria, aunque no suficiente. Para traducir esta afirmación abstracta en algo más concreto diré, por ejemplo, que no es bueno un texto por la simple razón de que encierre contenidos transversales que interesen al pedagogo, si no pasa el control de calidad literaria.

Este proceso ha sido gradual y aparentemente inocente e incluso positivo, pero ahora empiezan a verse sus consecuencias de manera más diáfana. Se ha supeditado la literatura a las funciones pedagógicas que puede ejercer. El leer se ha valorado porque los profesores y los padres han creído que era útil para fomentar el aprendizaje de generaciones cada vez más ágrafas.

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imagen

Il. de Grandville para Scènes de la vie privée et publique des animaux, 1842, en Dos siglos de libro infantil 1729 a 1930. De la colección de libros antiguos de C. Bravo-Villasante (Madrid: Caja de Ahorros y Monte de Piedad, 1980, p. 44)

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Lo que en un principio supuso la incorporación de un sector de profesionales que aportaban nuevos puntos de vista, se ha convertido a la larga en una voz de excesivo peso en el concierto de los que se ocupan de este tema. Más que el texto, prima el lector. La crítica literaria que trata de dilucidar en el texto preguntas sobre el significado, el sentido o el estilo, cede a la crítica pedagógica que se pregunta por la comprensión, la aceptación por parte del lector y la carga educativa que contiene.

Si uno tuviera que citar nombres de críticos ¿cuántos le saldrían? Muy pocos. Pero si, como ha escrito V. Molina Foix, «la crítica es una guía estética basada en la moralidad, la inteligencia y la autoridad del crítico», el lector actual ¿en quién reconoce la moralidad, la inteligencia y la autoridad por las que se fía de él como lector privilegiado, capaz de animarle y guiarle por el bosque de la producción literaria?

Recuerdo que, cuando yo comencé a interesarme por este tema, algunos pioneros como Felicidad Orquín y Francisco Cubells ejercían este magisterio a través de conferencias y artículos. Sus apreciaciones dilataron mi curiosidad y pude contrastar mis opiniones con las suyas. Algunos de los que podían haber seguido su camino acabaron trabajando en empresas, en la administración o en la docencia. El caso es hoy pocas personas -y pocos colectivos- se ocupan con solvencia y con esa «autoridad» de este asunto.

No obstante, no dudo que hoy hay más personas que entonces con formación específica para ejercer este trabajo. Una prueba de ello es que, en los últimos años, se han iniciado diversas tesis doctorales sobre LIJ. Pero estas personas jóvenes, que es de quienes se puede esperar una renovación y un impulso, aún esperan su oportunidad de expresarse o publicar.

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Mientras tanto, me atrevería a reivindicar con más fuerza la figura del crítico como narrador. Las secciones de libros que más me interesan son las de algunos periódicos en que determinados escritores dan razón de lo que leen y el porqué de sus preferencias. Me gustan porque transmiten entusiasmo y logran incitarme a leer, cosa que muchas veces no consiguen los críticos más académicos.

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El lenguaje automático, que empleamos habitualmente con fines utilitarios, es el menos literario por su escasa polivalencia. Su obviedad le hace más comprensible, pero también más pobre para cumplir la función simbolizadora de la literatura que expresa la complejidad de lo que sentimos y soñamos.

Una de las grandes luchas del autor frente a la historia que posee y que quiere contar siempre será desautomatizar el lenguaje para que exprese lo mejor posible lo que siente. Sin sorpresa no hay belleza. El objetivo principal de la crítica es, por consiguiente, captar, tanto en el estilo como en el contenido, esa diferencia que hace que un texto sea valioso.

Para Barthes la crítica es metalenguaje, o sea, texto sobre otro texto. Su cometido, por tanto, será desdoblar el sentido, los matices que están más o menos ocultos en la lectura obvia del primer texto, tanto en lo que se refiere al argumento y a los personajes como al registro lingüístico con que se narra.

El crítico tendrá que poner a la vista del lector el sentido que encierran las claves ocultas para ayudarle a que supere la lectura ingenua, y acceda a otra más compleja y comprensiva.

Mientras sigamos en la precariedad a la que antes me he referido, y sin dejar de luchar por superarla, estoy a favor de potenciar ese tipo de crítica que se puede practicar sin tantos requisitos académicos y documentales, y que podría tener más cabida en la prensa, incluso en la dirigida a los chicos: la crítica narrativa.

El crítico como narrador tiene que cumplir la función del seductor. No podemos leer todos los libros que quisiéramos, pero, como escribía Muñoz Molina, «un buen crítico, un buen lector delegado, es el que nos los cuenta como antes se contaban las películas, con fruición y con apasionamiento». Y él mismo añadía que, por el contrario, «en España el crítico tiende a revelar reverencia o desdén, cuando no descarada sumisión o venenoso sarcasmo, pero casi nunca curiosidad apasionada, puro interés de lector por la materia del libro que está reseñando». A la crítica de LIJ, creo que en todo caso se le puede achacar sumisión y tal vez la falta de entusiasmo para transmitir lo que lee, pero no desdén.

El crítico que cuenta con apasionamiento lo que otro ha escrito y que, al mismo tiempo, desvela las claves por las que aquel libro merece atención, es capaz de despertar el interés de los lectores.

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Mientras llega esa otra crítica sabia -y necesaria-, la crítica narrativa tendrá la función de despertar el apetito del lector para que detecte en lo que lee la belleza literaria y las claves de comprensión de la sociedad y de la problemática personal que propone el texto.

La crítica desbroza el camino enseñando a identificar los mejores textos. Cuántas veces han pasado delante de nuestros ojos libros que no hemos llegado a leer y, sin embargo, contenían claves de respuesta a nuestras zozobras o el vigor necesario para ayudarnos a mantener en pie la dignidad de vivir.