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Universidad de Alicante
En 1890, la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando publicaba la primera
edición del Cancionero Musical de Palacio,
realizada por Francisco Asenjo Barbieri. Se trataba de un libro
esencial para el establecimiento de un panorama de la música
de fines de la Edad Media y comienzos del mundo renacentista entre
nosotros. La importancia del trabajo de Barbieri, cuyo nombre ha
aparecido fundido durante años a aquel cancionero,
venía dada, no sólo por el rescate que realizaba de
unos textos y unas músicas, sino porque, a partir de
entonces, triunfaba una tesis esencial del propio
musicólogo: la existencia de una «música
española», previa a la influencia determinante de la
flamenca o italiana tras el período de la Corte de los Reyes
Católicos. Porque el Cancionero Musical de Palacio
nos llevaba también a un tiempo, el del siglo XV, cuyo
desarrollo en el terreno musical era un misterio que, a partir de
aquí, aparecía en parte desvelado. La
publicación facsímil ahora de aquel Cancionero, el
primero que aparecía en toda la extensión del sentido
poético y musical del término, es, por eso, un
acontecimiento que nos pone delante, con toda su belleza, la
frescura de aquel trabajo al que se podía acceder
sólo a partir de algunas bibliotecas. En ese sentido, se
debe saludar el esfuerzo de edición que el Centro Cultural
de la «Generación del 27» de Málaga ha
realizado, facilitando el acceso a las 600
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Creo conveniente, de todas formas, iniciar con una objeción mi comentario. Y es referente a la justificación que Casares Rodicio plantea en las primeras páginas de la reedición, concernientes a las razones de recuperar el facsímil de Barbieri. Yo creo que debería ser innecesario reflexionar sobre por qué es acertado rescatar aquella primera y bellísima edición de 1890 a través de un centro cultural «de la generación del 27». Y mucho menos hacerlo con dos líneas de reflexión en las que se plantean cuestiones de orden político-cultural que resultan cuanto menos fuera de la misma lógica de algunos reconocimientos imprescindibles que luego se establecen. Me refiero al marco de reflexión sobre que, en definitiva, se está cumpliendo con esta edición un proyecto «republicano fallido», «el primer gran proyecto de aquella musicología española que comenzaba a despertar», refiriéndose a que en 1933 se anunció este rescate que formaría parte de «proyectos que fueron cercenados por unas circunstancias políticas adversas, ya desde las elecciones de 1933, y definitivamente desastrosas para la cultura española después del 39». Comparto el sentido global de una afirmación así, pero no creo que tenga mucho que ver con la realidad material del mismo Cancionero que se reedita. Sobre todo, cuando hay que reconocer luego que, en 1960, Higinio Anglés y José Romeu Figueras realizaron una edición crítica del mismo Cancionero desde «perspectivas musicológicas y literarias más avanzadas». También, en la otra línea de justificación, me parece innecesario hablar del «neopopularismo» de la Generación del 27 y de la fusión poesía-música para decir que, por eso también, asume la edición la Institución señalada. La fusión lírica cancioneril-música es algo que surge con fuerza desde el comienzo de nuestros Siglos de Oro. Lucas Fernández, cuyas músicas se perdieron, y, sobre todo, Juan del Encina, a cuya obra musical se llega principalmente a partir de este Cancionero, son nombres evidentes de esa amplia relación que, en cualquier caso, nos debe hacer decir que bienvenidas sean todas las ediciones de fuentes principales, vengan de donde vengan, porque en ellas se justifican, más que en cualquier otro caso, el uso de recursos públicos en empresas editoriales.
La
reflexión de la Introducción es, por otra parte,
acertada, en todo lo que de configuración de «la
ideología restauradora» de Barbieri, en el espacio
esencial de demostrar la existencia de una música
española, surgida en las capillas musicales de los Reyes
Católicos, y concerniente también a la otra capilla
musical importante, la de la Casa de Alba. Faltan quizá
algunos elementos de reflexión sobre problemas globales que
trabajos posteriores al de Barbieri fueron indicando. Son
reflexiones accesibles que, en cualquier caso, debían
haberse señalado (o recordado), al reeditar, casi cien
años después, este Cancionero. No es suficiente con
reproducir la tabla de contenido que Higinio Anglés y
José Romeu Figueras dieran en La música en la
Corte de los Reyes Católicos (Barcelona, CSIC, vol.
I-IV, 1947-1951-1960). Sería necesario indicar la existencia
de
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Diré algunas cosas más que hacen esencial este Cancionero y los otros de la época (sobre todo, el Musical de la Colombina, editado por Miguel Querol en Barcelona, CSIC, 1971). Aunque identifican centralmente el período cancioneril que se abre hacia 1480, algunas de sus músicas nos remiten a las que debieron acompañar composiciones de los otros cancioneros principales y anteriores del siglo, de los cuales no conservamos ninguna notación musical. Sobre este problema han reflexionado Higinio Anglés, José Romeu y Figueras, Clemente Terni y R.O. Jones, por citar algunos ejemplos accesibles. Y, en cualquier caso, quiero señalar que me parece imprescindible continuar la reflexión si no queremos dejar el estado de la cuestión en el momento de Barbieri. No es mi papel continuarla aquí, pero hubiera enriquecido el sentido de este facsímil, pionero de un siglo de trabajo y unas posibilidades metodológicas que empiezan a ser sólidas en múltiples aspectos de la reconstrucción. Al lector actual habrá que indicarle, entre otras cosas, el trabajo de Jineen Krogstad «La música y los cancioneros: 1480-1520», que cierra como apéndice el Catálogo-índice de la poesía cancioneril del siglo XV, dirigido por Brian Dutton (Madison, The Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1982) para que conozca algunos desarrollos imprescindibles que, junto a los nombres antes citados, es necesario recorrer. Hacerlo como reflexión, o como indicación metodológica, hubiera enriquecido, sin duda, el valor de esta reedición.