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ArribaAbajoLa reseña de Clarín sobre El amigo Manso

John W. Kronik


En un estudio sobre El amigo Manso que me publicó esta revista hace tres años -«El amigo Manso and the Game of Fictive Autonomy», Anales Galdosianos, 12 (1977), 71-94 -aventuré la idea de que Clarín no había escrito reseña alguna de esta novela de Galdós (p. 71). Pero considerando la constancia del interés que el crítico Leopoldo Alas solía demostrar por su amigo el novelista, no lo aseguré de forma taxativa («to the best of my knowledge»), aunque lo habían confirmado comentaristas anteriores.116 Ahora ha llegado el momento de recoger velas, pues se da el caso de que poco después de publicado mi artículo, realicé el hallazgo de que Clarín efectivamente había reseñado también esta novela galdosiana, como era de esperar. El desliz no perjudica las ideas o la tesis expuestas en mi ensayo, y confío en que el error cometido por el investigador no disminuya la confianza en el crítico. Por lo que toca a la reseña clariniana, resulta ser de bastante interés e importancia para merecer más que una mera noticia de su existencia.

Los que están enterados de la larga serie de reseñas y estudios que Clarín dedicaba a la obra de Galdós ya sabrán que por una parte Clarín fue el defensor más incondicional de la novela galdosiana durante las dos últimas décadas del siglo pasado y que por otra parte sometió los escritos de don Benito a una crítica que sorprende por su agudeza. Prueba el acierto de sus juicios el simple hecho de que se los siga citando cien años después de haber sido enunciados. También su lectura de El amigo Manso impresiona por su sensibilidad, tanto más cuando se tiene en cuenta que se trata de un lector contemporáneo de Galdós.

La reseña salió, poco tiempo después de aparecida la novela, en el «Suplemento Literario» del periódico madrileño El Día, número 752 (19 junio 1882), [pp. 1-2.].117 La rapidez con que Clarín escribía estos artículos periodísticos se deja vislumbrar a través de algunas torpezas estilísticas y en lo apresurado de la conclusión. Despliega además su predilección por un procedimiento divagador más bien que sistemático, pero pone al servicio de Galdós todo su instinto por la exposición amena que pueda atraer y convencer a su lector. Y antes que nada, antes de llegar a la novela de que se trata, quiere ensalzar a Galdós como el supremo novelador español de su tiempo. Lo mucho que Clarín le estimaba salta a la vista desde el primer momento cuando le compara con Balzac y Zola, novelistas de primera categoría según los criterios de Clarín. En efecto, a través de toda la reseña se oye la voz del crítico que, por ser tan gran admirador del novelista canario, se convirtió en el propagandista más infatigable de la obra de don Benito. El hecho de que era también el más poderoso no le servía mal a Galdós. Se confirma en esta reseña   —64→   que, incluso poco después de conocerse los escritores, los contactos entre ellos eran frecuentes e íntimos y que Galdós confiaba en el joven crítico.

Tal vez por eso se creía Alas, según parece, todo lo que Galdós le decía sobre su propia obra. Así Clarín hace correr la idea, hoy bastante extendida ya, de que Galdós no tomaba muy en serio El amigo Manso, que para él sólo había representado una burla, un descanso, un intermezzo. Pero a pesar de tales afirmaciones, el crítico, como el autor, sí es lo suficientemente listo para tomar en serio esta burla. Por una parte reconoce inmediatamente la gracia que tiene la novela; por otra ve reflejada en ella el acostumbrado don de observador y creador que nunca le faltaba a Galdós. A fin de cuentas, sea broma o no, esta novela, tanto como las en apariencia más ambiciosas, inspira en Clarín una reacción extensa y detenida y suscita en el crítico un vivo diálogo con el texto.

Es importante subrayar que Clarín evaluara de manera positiva esta novela que los críticos durante muchos años despreciaron o pasaron por alto o entendieron mal. Más notable aún es el hecho de que Clarín expresara su apreciación y comprensión de El amigo Manso en el momento de su publicación. Como mérito principal alaba su pintura fiel de la realidad madrileña: «una imitación correcta, exacta del mundo». Esto es precisamente lo que Clarín denomina como la dimensión naturalista de esta obra. Los que conocen a Clarín como crítico literario no se sorprenderán ante lo que hoy nos parece una noción poco exacta del Naturalismo al estilo de Zola. Aunque estaba mejor informado que casi todos sus contemporáneos de las corrientes francesas y de los escritos de Zola, Clarín no distinguía de modo bien claro entre Naturalismo y Realismo, entendiendo por Naturalismo el amplio terreno del Realismo. En esto se parecía a otros coetáneos suyos como Emilia Pardo Bazán y el propio Galdós. No es aberrante, por lo tanto, esta clasificación de El amigo Manso como novela naturalista de parte de Clarín (aunque sí nos maravilla el que lo diga también un crítico moderno como Casalduero). Una base principal de su fervor por Galdós es su convicción, que da a entender aquí como en otras muchas ocasiones, de que el Naturalismo -es decir, la observación de la realidad circundante- es el procedimiento literario más apropiado para la época. Se entiende su concepción del Naturalismo y su defensa de él cuando se le ve designando las novelas de Stendhal de naturalistas. Bajo esta perspectiva, la indagación artística en los sentimientos y en la psique individual corresponde al mundo naturalista tanto como «la grosera materia». Y he aquí el otro aspecto principal de El amigo Manso que celebra Clarín. Considera esta novela de Galdós más limitada que la anterior, La desheredada, pero se demuestra sensible ante su modalidad psicológica y recalca que gana en profundidad por su empuje hacia lo interior. Además de esto, Clarín no se abstiene de ningún elogio al señalar la matizada creación de carácter de que es capaz Galdós, lo que produce una galería de personajes de impresionante verosimilitud. Aplaude también la manipulación de episodios, la pintura de cuadros sociales, el diálogo, el estilo y la recreación de esquemas vitales en lugar de la trillada creación de patrones artificiosos. Entre los valores y bellezas que encuentra en esta obra, Clarín pone de relieve el humorismo de la narración. Demostrando su propio sentido de humor e insistiendo que lo cómico en Galdós jamás es un ingrediente gratuito, capta la   —65→   sutileza especial del humorismo irónico galdosiano a la vez que reacciona ante los momentos suscitadores de fuertes risas.

Queda patente en esta reseña que Clarín ha penetrado la sustancia de Máximo Manso como persona. Entiende que Máximo es un ser cerebral que convierte el mundo exterior en percepciones y sensaciones privadas. Puesto que en mi artículo citado expresé mi disconformidad con la mayor parte de los estudiosos, que suelen ver a Máximo Manso como el blanco de las ironías galdosianas, me resultó sumamente grato descubrir la evaluación positiva que hace Clarín del pequeño filósofo galdosiano. A su persona le aplica Alas vocablos como «mérito», «grandeza del alma», «espíritu escogido», «sublime», «sencillo», y pone remate a su apreciación diciendo: «es bueno como lo son los pocos buenos que andan por el mundo». No se le escapa a Clarín el tono burlón y el toque de autocrítica en Manso, pero es un caso raro entre los críticos por haber reparado en la bondad esencial y ejemplar de este hombre que, lejos de atraer la voluntad destructora de su creador, es objeto de su benevolencia precisamente porque no es capaz de adaptarse a la sociedad burguesa que le rodea.

Son interesantes las palabras de Galdós que cita Clarín relativas a la composición de esta novela, pues ponen en duda la consistencia entre concepción y ejecución de la obra. Sugieren que en un principio Galdós pensaba mantener el tono juguetón del primer capítulo pero que su prurito por la observación de la realidad se apoderó de él y le desvió del plan original. En este caso, el último capítulo representaría una necesaria vuelta, por razones de consistencia, al camino emprendido inicialmente. Si son de confiar las palabras de Galdós y la versión que de ellas nos ofrece Clarín, se da una de esas grandes ironías de la literatura donde se produce una escisión entre el intento del autor y el carácter del texto que le salió. Eso a pesar de que la mayor parte de los críticos han hecho caso omiso del marco aparentemente caprichoso, perpetuando así un grave error. Dada la posibilidad de que Galdós hubiera podido abandonar el primer capítulo y volver a lanzar su novela realista sin rodeos juguetones, se puede dudar de la confesión de inseguridad por parte de Galdós. En todo caso, trátese de camino errado, de feliz casualidad o de sorprendente intuición artística, el texto con todos sus cincuenta capítulos intactos es lo que se le ofrece al lector moderno y con esos cincuenta capítulos hay que enfrentarse. Clarín por su parte reconoce que El amigo Manso consiste en un cuadro y un «marco de cuadro» y que entre los dos se establece un contraste de fantasía y realidad, pero rebaja la importancia del marco. Hablando de la cubierta, no se da cuenta de que El amigo Manso es una novela de múltiples cubiertas. Del mismo modo, se fija en la narración en primera persona y la considera justificada por la orientación intimista de esta novela, pero a su juicio es de poca envergadura la forma autobiográfica comparada con la recreación de la realidad. El que Clarín fuera un hijo de su tiempo, desconocedor de las revelaciones de la crítica de nuestros días, no desvirtúa los méritos de su reseña aun cuando el genio creador de Galdós las intuyera.

Son varias las referencias a El amigo Manso que aparecen en los escritos posteriores de Clarín, pero es notable que no se contentara con esta reseña en El Día, pues un par de semanas después, entre el chorro de crónicas que   —66→   producía para ganarse el pan, redacta una donde vuelve a El amigo Manso. Se trata de un artículo titulado «Novedades literarias» que salió en la revista quincenal madrileña La Diana, vol. 1, núm. 12 (1 julio 1882), pp. 4-5.118 Empieza este artículo con una sección de comentarios generales sobre el escaso mercado literario durante el verano. Luego, para los que siguen leyendo durante la temporada de descanso, recomienda Clarín algunos nuevos libros. Dedica unos párrafos a El amigo Manso, otros tantos, nada halagüeños, a los últimos capítulos de la Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo y termina dando una breve noticia de El sabor de la tierruca de Pereda.

A Galdós y su novela los colma Clarín de más alabanzas y expresiones de entusiasmo en este segundo informe. Reafirmando que «es para mí Galdós la primera figura literaria de España», señala una vez más que «el nuevo propósito del gran novelista... representa hoy en España la tendencia general de la moderna literatura europea». Repite que aunque a su juicio no es mejor que La desheredada, la reciente novela de Galdós es de gran categoría por su viva recreación de la realidad social del tiempo. Insiste en que Galdós sabe hacer alarde de su poder inventivo al par que respeta las fronteras de lo observado; y sin mencionar directamente el marco auto-referencial, se regocija en el hecho de que Galdós se haya apartado de los novelistas que buscan su materia en «los países soñados que crea la fantasía». Compara a don Benito con Alarcón, en quien no columbra las grandes dotes de penetración y expresión que posee aquél para la creación de personajes y ambientes. Y termina así: «El amigo Manso es un estudio de carácter como no suelen hacerlos nuestros escritores, más aptos casi siempre para pintar las formas de lo exterior que para entrar por el alma y escudriñar sus repliegues».

No hay en esta segunda ojeada ninguna novedad con respecto a la primera, pero este texto y la reseña original nos hacen saber definitivamente el entusiasmo que El amigo Manso le inspiró a Clarín y la propaganda que hacía a su favor entre sus contemporáneos. A continuación reproducimos la reseña que apareció en El Día. Hemos modernizado la acentuación, pero hemos mantenido la ortografía, la puntuación y los subrayados del original.

Cornell University


El amigo Manso

Novela de D. B. Pérez Galdós


Después de haber escrito treinta volúmenes a los treinta y seis años, Galdós se prepara y estudia para emprender otra serie de novelas, que sean reflejo artístico de la vida contemporánea, tal como se manifiesta en muchas de sus maneras de actividad; en la educación, por ejemplo, en la vida de la curia, en la del clero, etc., etc.

Análogo es su propósito al que cumplió magistralmente en Francia el gran Balzac, y el que está realizando su legítimo heredero, el honrado y profundo autor de L'Assommoir y Pot Bouille.119

Bien puede Galdós atreverse a tanto: él es el único que tiene aquí alientos para tamaña empresa; aunque otra cosa opine el señor no sé cuántos Romero   —67→   (o Romero no sé cuántos), que desde la Revista de Madrid dice al orbe cristiano que Pereda vale más que Galdós, cometiendo la elipsis, fácil de suplir, de callar la razón, a saber: Que vale más porque es neo.120

Para descansar del trabajo hecho y del que le espera, Galdós ha escrito el Amigo Manso, obra que, en su opinión, vale poco; que él ha escrito burla burlando y que efectivamente es una maravilla de gracia, naturalidad, observación y estilo.

De cuando en cuando, Galdós escribe estos que se pueden llamar intermezzos: él les da muy poca importancia, y el público, el distraído público, los pone sobre su cabeza, o mejor diré, sobre su corazón. Marianela es un idilio de la más pura poesía; el autor apenas recuerda el argumento, y los lectores se lo saben de memoria: el Amigo Manso es la Marianela de la nueva manera de Galdós, es una Marianela naturalista. Es a los nuevos libros de Galdós lo que La página de amor a los Rougon Marcquart [sic]. Cuando Galdós empezó a escribir el Amigo Manso recuerdo que me decía:

No le va a gustar a Vd. Vuelvo a mis sueños en este libro; es pura fantasía, un juguete. Pocos días después le hablé de su libro, y me dijo: ¿Sabe Vd. que no sale como yo creía? Sin querer vuelvo a la realidad, a la observación... Esta historia del Amigo Manso se confirma leyendo la novela. Es una autobiografía de un ser que comienza diciendo Yo no existo, y que después de su muerte continúa hablando desde las nubes. Pero esto no es más que el marco del cuadro; este elemento fantástico no llega al cuadro mismo, el cuadro es de la más verdadera verdad, si cabe decirlo así; es un pedazo de la vida de Madrid puesto en entregas. Figuraos la ya célebre pintura de Sala «El valle de lágrimas»,121 de tan puro realismo, tan natural, rodeada, no de un abominable marco de trapo, sino con un marco de luz increada, la de la gloria, por ejemplo, con un marco de fantástica materia... pues ése es el Amigo Manso. A pesar de que la forma autobiográfica le da la apariencia del convencionalismo, éste no pasa de ahí; el lector se olvida de que el protagonista es el que habla y cree asistir directamente al espectáculo de la realidad.

Es, pues, El Amigo Manso a pesar de lo más exterior de la forma, de la cubierta, por decirlo así, del libro, otro paso más que da el autor en el fecundo género naturalista, es decir, en la literatura propia de los años en que vivimos.

Si no puede decirse, en general, que esta obra vale tanto como La Desheredada, es solamente porque el autor se ha propuesto un campo de observación más limitado, un asunto en que entra menos cantidad de realidad: por lo demás, el procedimiento es el mismo, la corrección del estudio no menor, hay tanta verdad y tan bien expresada en un libro como en otro. Aún más, como novela de observación psicológica, por el asunto mismo, es superior El Amigo Manso. Isidora es uno de esos caracteres que viven de dentro a fuera: para estudiar su alma hay que estudiarla en sus relaciones exteriores, rozándose con la vida; por eso en La Desheredada el mundo exterior, el fenómeno social son lo más importante, y por eso hay tanto horizonte de realidad en esa novela admirable.

Pero Máximo Manso, doctor en dos facultades, catedrático de moral en el Instituto, vive de fuera adentro; para él viene a ser el mundo un gran   —68→   museo en que el psicólogo estudia; los sucesos exteriores no son más que lo que sugiere el trabajo principal, el del propio espíritu.

Por esto la forma autobiográfica, en general poco recomendable para producir la ilusión de la realidad, viene bien aquí: en la vida del Amigo Manso lo principal no es lo que le sucede, sino lo que él piensa y siente con motivo de lo que le sucede. La manera como expresa Galdós este carácter, el de un espíritu contemplativo, que asiste con la misma imparcialidad al espectáculo de las propias acciones que al más complicado que les [sic] ofrece el mundo; la manera como Galdós ha sabido pintar los delicados matices de esta idiosincrasia altruista, que diría Compte [sic],122 revela un talento tan grande, que no vacilo en decir que en España no hay otro escritor capaz de salir con bien de tal empeño, y fuera de España habrá muy pocos.

El distraído, el que lee novelas por pasar el rato, quizás no vea nada de esto; pero el que tenga penetración y atienda verá primores de arte en la relación que critico; primores de arte que están en la médula de la obra, que son los que constituyen su mérito mayor, y para hablar de los cuales la crítica apenas tiene palabras; porque es preciso confesarlo, hasta ahora la literatura crítica ha consentido mil escuelas y tecnicismos que facilitará el lenguaje en cuanto se refiere a lo aparente, pero cuando se quiera alabar el valor íntimo de una gran obra artística, casi siempre hay que recurrir a las vaguedades que presta el pato[i]s de la alabanza; pero falta la expresión exacta, la forma lógica necesaria para decir lo que en el fondo de aquel tesoro de belleza se ha visto.

La narración de Manso es de un humorismo triste y dulce, es de un pesimismo resignado, casi optimista, puede decirse, si no se tomara al pie de la letra la paradoja.

El amigo Manso opina que con haberle traído al mundo se le ha dado una broma pesada; ¡vaya una gracia! dice él mismo. Se le acerca al ideal, se le hace tomar en serio un momento la vida por medio de la única seducción digna de los espíritus grandes y nobles, por el amor; pero el desengaño viene enseguida: Manso, que vive para los demás, que se contempla a sí mismo como si fuera un prógimo cualquiera, llega en un momento a pensar en los intereses de su corazón y se enamora de Irene. Pero ella quiere a otro, al gran egoísta Manolito Peña; ¡terrible desengaño! Pero Manso no se cree con derecho para desesperarse, ni siquiera para ocupar el pensamiento demasiado tiempo con su desengaño; y es de ver entonces el arte, el sutilísimo y profundo talento con que Galdós acumula los episodios agenos al desengaño de Manso; cómo le hace intervenir en otros asuntos, y cómo en el que tanto le importa desempeña un papel bien distinto del que había deseado: en la narración misma, en el modo de comentar los sucesos, el autor usa una indiferencia aparente, de un sublime humorismo. Esto hay que verlo en el libro, no se explica fácilmente.

Por eso indicaba que como estudio de la realidad espiritual (sea el espíritu soplo o materia) es el Amigo Manso acaso lo mejor que Galdós ha escrito. Muchos creen que el naturalismo no puede aplicarse más que a lo que llaman algunos la grosera materia; no hay tal cosa: en lo más sutil y alambicado de las ideas y los sentimientos, en las aprensiones más escrupulosas que en el   —69→   pensamiento pueda producir la neurosis, por ejemplo, puede y debe entrar el artista de la verdad. Así las novelas psicológicas de Sthendal [sic] y el Amigo Manso son naturalistas, a pesar de la condición impalpable del asunto.

Pero en la última novela de Galdós, aunque el principal es el indicado aspecto, hay mucho más, hay cuadros sociales de la vida exterior y aparenta hechos con la maestría que distingue al autor de La Desheredada. Lo primero es ver lo que Manso quiere y siente al ir contemplando las miserias del mundo; pero en los cuadros de la realidad visible que se van ofreciendo a su contemplación hay una verdad que salta a los ojos, y el movimiento desordenado, sin significado aparente de la vida, la complegidad inarmónica de los caracteres, las aparentes contradicciones de la naturaleza, todo eso que constituye, en muy pocas novelas, una imitación correcta, exacta del mundo, lo hay en el Amigo Manso.

Aquella manera de Balzac de ir exponiendo los personajes que en desorden natural se presentan, el ir estudiando al paso todo lo que al paso se ofrece, se ve en el Amigo Manso también, y por ello felicito al escritor, porque yo creo que ésta es la forma más amplia de la novela, lo que da todo el contenido de su concepto.

Hay también en el Amigo Manso esa aparente falta de composición armónica, que es uno de los encantos de libros como La fortuna de los Rougon, la Conquista de Plasance,123 etc., etc., y que ya elogié con toda mi alma hablando de la Desheredada. Imitar bien las casualidades de la vida, es acaso lo más difícil en la novela, y es lo que puede darla más apariencias de realidad, cuando se acierta con tan exquisita habilidad. ¡Habilidad que no sólo poseen muy pocos, sino que ni siquiera han pensado en que existe, y hace falta a la mayor parte de críticos y autores!

Esta habilidad Galdós la va teniendo; en La Desheredada es uno de los principales méritos, y en el Amigo Manso aparece en varios momentos. Ejemplo: el amor disimulado de la señora Javiera, que Manso apenas toma en cuenta, y que da, sin embargo, al libro una gran fuerza de realidad, un relieve que parece hecho con luces y sombras de la luz del sol mismo.

Y dejando ya estas metafísicas, que nos llevarían muy lejos, hasta escribir tomos enteros, si me dejaran (y pagaran); voy ahora, en pocas líneas, a la tarea más fácil, a la exposición sumaria de los méritos más tangibles y patentes.

En el carácter del Amigo Manso se ve el producto de una observación atenta y fiel a los datos recogidos; es el estudio de un altruista, de tanto más mérito, cuanto que la naturaleza nos presenta muy pocos ejemplares de este género de personas. La grandeza del alma de Manso no es teatral, de relumbrón; es un espíritu escogido, que aún teniendo, como tiene, la conciencia de su valer, no se presenta en la actitud académica del heroísmo; ayúdale para esto el tinte humorístico, zumbón-benévolo, que es una de las cualidades del carácter supuesto.

Manso, después de su discurso en la Velada y después del desengaño de sus amores, se me aparece como un tipo de sublime abnegación y de pureza de corazón que encanta; pero siempre sencillo, natural: es bueno como lo son los pocos buenos que andan por el mundo: es un Juan Soldado (el de Campoamor),124 que en una encarnación nueva se ha dado una vuelta por la Universidad, sin pasar por la cátedra de D. Hermógenes,125 y asistiendo muchos   —70→   años a los de los krausistas. Cuando habla en términos del clasicismo filosófico, no siempre usa los más sencillos y exactos, pero es que su humorismo inofensivo llega hasta el punto de burlarse un poco de la forma que emplea la filosofía que de todo corazón profesa. También en esto hay más verdad y naturalidad de la que pudiera creer uno de esos lógicos que no saben que la lógica en la vida no procede por líneas rectas.

Entre los demás personajes que figuran en el libro, los hay que admiran por la verdad del dibujo y por la fuerza del colorido. Dice un amigo mío, muy aficionado a la pintura, que los grandes pintores son muy aficionados a la carne. Galdós es de éstos; desnuda a sus personajes y los retrata sin enojosos atavíos indumentarios. Doña Cándida es la tramposa eterna, y sus malas artes, sus mentiras, su lenguaje (una cosa atroz) producen tal ilusión de verdad, que cada vez que se presenta en escena, el lector se echa inconscientemente la mano al bolsillo. ¡Dolorosa observación debe de haber sido la que enseñó a Galdós a pintar tan magistralmente el tipo femenino del sablista! -Irene, José María, Lica, Sainz del Bardal, y cuantas figuras y figurones pasan por el tablado, son personajes que andan por la calle, que nos tropiezan en la Puerta del Sol todos los días.

En este libro se concede gran espacio a lo cómico. Galdós no es de los que dicen gracias por hacerlas; no las dice hasta que el asunto lo requiere; no hace esprit por lo regular, sino que, como Cervantes, como Balzac, como todos los grandes cómicos de la novela, prefiere que la risa la provoquen los hechos.

El autor del Terror de 1824, uno de los libros que dan más alegría, tiene en el Amigo Manso efectos de ridículo que producen la carcajada indómita, la alegría franca, la risa estrepitosa, que hace saltar de alegría y nos anega en un deleite del espíritu que se comunica al cuerpo. Esta manera de hacer reír, que tiene también Zola, a pesar de los que le llamaron Heráclito, y que tiene nuestro Pereda, es otro de los méritos del Amigo Manso. El episodio de la corona que arrojan Lisa [sic] y Chucha al mediocre orador, es de los más cómicos que he visto en libro alguno.

Como el artículo ha salido muy largo, no puedo hablar con la detención que quisiera del estilo. Con sus grandes bellezas, con su abundancia, originalidad y flexibilidad, y también con alguna lijera incorrección en ocasiones, es de todas suertes el más propio para el género. El diálogo, sobre todo, merece entusiástica alabanza.

No cabe mayor verdad, más escrupuloso estudio y remedo más perfecto del corte natural de la conversación, de los giros propios de cada distinto personaje.

La disputa de Máximo y su hermano José María en casa de Doña Cándida, es un modelo que deben estudiar cuantos novelistas se propongan hacer hablar a sus personajes como Dios manda. Verdad es que ni el mismo Galdós tiene en parte alguna diálogo tan perfecto.

Y basta, basta, porque es enojoso este acumular, en forma de inventario, méritos y méritos.

¿Qué duda cabe? Galdós es el mejor novelista de España.

Y como me decía un ilustre profesor, filósofo profundo y estético de exquisito gusto:

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-Galdós, no sólo es el mejor novelista de España; es tan bueno como cualquiera de cualquier parte.

Sí, creedlo, españoles, vale más... ¡más que Lagartijo!126

Clarín





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