Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoActo cuarto


Escena primera

 

INFANTA, sentada en el dosel y a su derecha, en pie, ARIAS, PEDRO, DIEGO: GONZALO, GÓMEZ y REGIDORES. A la izquierda, y a un lado y otro, DAMAS, CABALLEROS, PAJES y GUARDIAS. Todos vestidos de luto

 
ARIAS.

 (Viniendo al medio de la escena, seguido de GÓMEZ, dice en voz alta:) 

Audiencia al caballero castellano
la infanta, mi señora, le concede:
no se detenga pues.

 (Vuelve a su puesto, y Gómez se va por la derecha.) 



Escena segunda

 

Los MISMOS y ORDÓÑEZ, que sale con GÓMEZ

 
ORDÓÑEZ.

 (Hincando una rodilla.) 

Infanta excelsa
que vuestras plantas generosas bese
un vasallo leal de vuestro hermano
y que ante ellas se postre reverente,
permitid, y también que por sí propio,
o bien a nombre de las bravas huestes
que esos campos dominan, y en el nombre
de tantos caballeros excelentes
que en ellas ciñen del honor las armas,
y en el nombre, por fin, de cuantos tienen
honra y virtud y castellana sangre,
justa satisfacción demande y ruegue.
INFANTA.
Alzaos, Diego Ordóñez, al asiento
que vuestros nobles títulos merecen,
y la demanda proponed.
ORDÓÑEZ.

 (Se levanta y sienta en una banqueta sin respaldo que estará allí cerca.) 

Señora,
el dolor que marchita vuestra frente
y los lutos y el fúnebre aparato
que aquí mis ojos por doquier advierten,
indicios son de que la misma pena,
que el pecho mío destrozado tiene,
y de asombro y terror llena a Castilla
y de justo furor a sus valientes,
no es tan ajena del cuidado vuestro
ni de los caballeros que sostienen
el empeño de ser vuestros vasallos,
con armas, con tesón y aun con laureles.
Pero de un rey excelso de Castilla
el vil engaño y la alevosa muerte,
y el responder a generosa guerra
con doble trato y con traición aleve,
mal tan sólo con lágrimas y lutos
satisfecho quedar, señora, puede.
Venganza crimen tal demanda al Cielo,
y tal venganza, que desarme y temple
la justa saña que a la fiel Castilla,
a España toda, con razón, enciende;
y tal reparación, que el nombre vuestro
y el honor de Zamora limpios deje
de dudas, de sospechas y de indicios
que los manchan, deslustran y ennegrecen.
INFANTA.
Diego Ordóñez de Lara, el pecho mío,
al ver tanta lealtad, consuelo siente.
Fuisteis fiel servidor del rey don Sancho,
y tan noble actitud os enaltece.
Siempre le amé; jamás como enemigo,
aunque mi herencia firme defendiese,
pude considerar vuestro monarca,
de quien lamento la horrorosa suerte.
Las lágrimas que inundan mi semblante,
la indignación que en mis entrañas hierve
y mi conducta con el rey don Sancho
testificarlo al Universo pueden.
Y no es sólo, don Diego, el pecho mío
el que el tormento del dolor padece
por el funesto fin del rey, mi hermano;
que cuantos mi estandarte siguen fieles,
cuantos habitan a Zamora insigne,
cual yo le lloran y vengarle quieren.
Y estos lutos y fúnebre aparato
señales son de lo que el alma siente,
no apariencia falaz, con que los hombres
satisfacer al necio mundo suelen.
La fiel Zamora y la leal Castilla
la misma angustia de dolor padecen;
y si pena común es firme lazo
que opuestas voluntades entreteje,
tendrán fin las discordias, que producen
siempre desastres y delitos siempre.
Es verdad que con guerra abierta y franca
vino mi hermano y con bizarra hueste,
aunque a razón contrario y a justicia,
y a juramentos, y a contratos fuese
acometer mi herencia a mano armada
y a mi pueblo tratar como rebelde.
Mas también es verdad que yo y Zamora,
los pactos recordándole solemnes,
y con ruegos y lágrimas tentamos
su ambición sofocar y contenerle.
Y todo siendo en vano, a la defensa
también con hierro y con armada hueste
apelamos, en guerra abierta y franca,
como cumple a los buenos defenderse.
Díganlo cuatro lunas de combates
y cinco asaltos rechazos siempre,
que el triunfo a nuestro esfuerzo aseguraban
sin que traiciones necesarias fuesen.
Por desgracia, encontróse en estos muros
un pérfido asesino, un hombre aleve.
Ése el crimen horrendo cometiera;
mas no Zamora, que ni está ni puede
contaminada estar. Y si es que el mundo
lo osase sospechar, el mundo miente.
Mas porque yo, Zamora; vos, Castilla,
satisfacción ansiamos, proponedme
cuál ha de ser: mi espanto, mi amargura,
con testimonio irrefragable quieren
manifestar lo que a mi hermano amaba
y lo que crimen tan atroz merece.
ORDÓÑEZ.
Jamás dudé que vuestro noble pecho
tan geniales impulsos conmoviesen,
y que siendo una misma aquella sangre
que derramó el traidor y la que enciende
vuestro gran corazón, que un mismo anhelo
vuestro, señora, y de Castilla fuese.
Y pues vos, y Zamora, y yo, y Castilla
venganza ansiamos del delito aleve
y alta reparación, vos y Zamora,
Castilla, el mundo, y yo, tan solamente
lo podremos lograr, si a dos demandas
os dignáis acceder, no de otra suerte.
INFANTA.
¿Es la primera?
ORDÓÑEZ.
Que el traidor inicuo
que el regicidio perpetró se entregue
al punto a mi poder, para que luego
en él Castilla el atentado vengue.
INFANTA.
¿Es la segunda?
ORDÓÑEZ.
Que Zamora, hoy mismo,
abra las puertas y las armas deje,
dando entrada a las huestes castellanas
y al cadáver del rey, alto y solemne
vasallaje prestando a sus cenizas.
Lo que en vida intentó lógrelo en muerte
INFANTA.
Diego Ordóñez de Lara, harto habéis dicho;
vuestra ardiente lealtad os desvanece;
os he escuchado con sorpresa y pasmo
imposibles pedir, dictarme leyes.
¿Que ponga en vuestras manos a Bellido
pretendéis? Espantoso delincuente,
horrendo regicida, infame reo,
ese vil traidor es: tal, que merece
perecer en tormentos inauditos
y de ejemplo servir su horrible muerte.
Mas, don Diego, Bellido es mi vasallo
y su castigo a mí sólo compete.
Leyes y magistrados y verdugo
la fiel Zamora en su recinto tiene.
¿Queréis que esta ciudad las puertas abra,
que las armas deponga y que se entregue
al cadáver de un rey, a quien gloriosa
resistió denodada cuatro meses?...
¿Qué os podré responder? Volved, don Diego,
volved a vuestro campo, y a las huestes
castellanas rogad, en nombre mío,
que en mí a la hermana miren y respeten
del sin ventura rey que lamentamos,
y del rey que a heredar el trono viene.
Que renazca la paz, que alcen el sitio,
que a Zamora y a mí tranquilos dejen;
y entonces lloraremos de consuno
la terrible desgracia que nos hiere,
el brazo respetando del Eterno,
que tronos hunde y que castiga reyes.
ORDÓÑEZ.

 (Conteniendo el furor.) 

Comprendo..., sí, comprendo. Yo harto dije,
y vos, señora, más. Duda no tiene.
Estremézcase el mundo horrorizado,
rásguese el velo que el delito envuelve.
Vos y Zamora...; sí, vos y Zamora
sois del asesinato delincuentes.
TODOS.

 (Menos la INFANTA.) 

¿Qué osa Ordóñez decir...?
INFANTA.

 (A los suyos.) 

Callad.
ORDÓÑEZ.

 (Levantándose con resolución.) 

Lo digo;
y mi brazo y mi espada lo sostienen,
y aunque los zamoranos el seguro
con que vine a este alcázar atropellen,
poco importa, pues nada me acobarda
cuando razón y esfuerzo me defienden.
Así, escuchadme todos.
INFANTA.

 (Siempre conteniendo la gran agitación de los suyos.) 

Sí, escuchemos.
ORDÓÑEZ.
De traidores, de infames y de aleves
yo os reto a vos, infanta; a los magnates,
caballeros, hidalgos y a la plebe
de esta inicua ciudad; a los mancebos,
y párvulos, y ancianos, y mujeres;
a los que aun no han nacido y a los restos
que en los sepulcros infamados duermen.
Y reto a estos palacios, a estos muros,
a estas torres y altivos chapiteles,
y al aire corrompido que respira
la vil Zamora, al pan que la mantiene,
al agua que la riega y a la lumbre
que en sus hogares arde y resplandece;
y los árboles, riscos, flores, plantas
y a cuanto sobre sí mira y contiene
este suelo de horror. Y en campo abierto,
con cuatro zamoranos, sean quien fueren,
y fuego de Castilla, yo, valiente,
lo sostendré con lanza y con espada,
a caballo y a pie.
TODOS.

 (Menos la INFANTA.) 

Cualquiera...
ORDÓÑEZ.
Esperen.
ARIAS.

 (Conteniendo a todos.) 

Escuchemos.
ORDÓÑEZ.
Si alguno de los cuatro
mi esfuerzo humilla y en la lid me vence
Zamora libre de la negra mancha
y del reto y del sitio al punto quede.
Mas si, al contrario, en mi triunfo el cielo
el crimen de Zamora hace patente,
sin resistir se entregará al castigo
que le darán las castellanas huestes.
TODOS.
Lo aceptamos.
ORDÓÑEZ.

 (Quitándose un guante y arrojándolo en medio del tablado.) 

¿Quién alza el guante mío?
ARIAS.

 (Arrojándose precipitadamente sobre el guante y recogiéndolo, seguido de sus tres hijos.) 

Yo lo recojo, Ordóñez, y que mientes
yo y mis tres hijos demostrar sabremos.
ORDÓÑEZ.
Los que son más culpados, Arias, deben
ser las primeras víctimas.
ARIAS.
Ordóñez,
las manos van a hablar, los labios cesen.
ORDÓÑEZ.
Al pie del muro espero.
ARIAS.
Al punto vamos.
ORDÓÑEZ.
Venid a hallar la merecida muerte.

 (Vase.) 



Escena tercera

 

Los mismos, menos ORDÓÑEZ

 
INFANTA.
¡Arias!... ¡Esclarecidos caballeros!
¡Zamoranos insignes!... ¡Hijos fieles!...
¿Qué es esto?... Estoy sin mí... ¿Cómo, atrevido,
Diego Ordóñez de Lara, de tal suerte
la afrenta y la calumnia...
ARIAS.
Noble infanta,
¿qué os agita?... Dichosas son mil veces
la afrenta y la calumnia que con hierro
purificarse y desmentirse pueden.
El Cielo sabe la inocencia nuestra,
el mundo nuestro honor, y estos valientes
hoy acrisolarán ambos tesoros,
a Zamora salvando para siempre.
Mas vamos a la lid, que urge el combate
Al noble pecho que calumnia hiere
son los instantes siglos. ¿Vos, señora,
depositáis en nuestras armas fieles
vuestros justos derechos?
INFANTA.
Sí.
ARIAS.
¿Y vosotros,
hijos de esta ciudad, varones fuertes,
a la que tantas veces ilustraron
vuestras virtudes y guerrero temple,
os confiáis también a nuestro esfuerzo?
TODOS.
Sí; todos.
ARIAS.

 (Dirigiéndose a sus hijos.) 

Ya lo veis, hijos, su suerte
la egregia infanta y zamorano pueblo
en nuestras armas ponen, y transfieren
a nosotros su agravio y su venganza.
La voluntad de Dios está patente.

 (Hincan los cuatro una rodilla en tierra y desenvainan las espadas.) 

En manos de la infanta y de Zamora,
ante el pueblo, del modo más solemne,
juramos por la cruz de estos aceros,
como buenos lidiar. Y si perece
el primer campeón en la demanda,
se lanzará el segundo a sucederle,
y si éste cae también, saldrá el tercero,
y el cuarto, si el tercero feneciese.
Y sin ventaja oculta o descubierta,
juramos combatir de fuerte a fuerte.
Y juramos también que contra Ordóñez
ni antigua enemistad ni rencor tienen
nuestros hidalgos pechos, y que sólo
combatir anhelamos y vencerle
por dar respuesta a su orgulloso reto,
para que nuestra fama limpia quede,
para vengar la afrenta de su injuria
y por salvar la patria.
INFANTA.
Si así fuese,
el Dios de las justicias os ayude
y con el triunfo vuestras armas premie.
 

(Se levantan ARIAS y sus hijos envainando las espadas, y baja la INFANTA del dosel, apoyada en las DAMAS.)

 
ARIAS.
Infanta, permitid que vuestra mano
de este fiel servidor los labios sellen
para que nuevo aliento a la batalla
y nuevo ser a vuestro influjo lleve.
INFANTA.
¡Pues qué...! ¿Tú, Arias Gonzalo, tú el primero
a responder a Diego Ordóñez quieres
con las armas salir?...
GONZALO.
¿Cómo?... ¿Mi padre...
hijos que en su lugar lidien no tiene?
Yo el primero seré...
DIEGO.

 (Apresurado.) 

Yo, que he nacido,
Gonzalo, antes que tú...
PEDRO.

 (Alterado.) 

Pues qué, ¿pretende
acaso aventajarme...?
ARIAS.

 (Con entereza.) 

Yo, señora,
el guante alcé el primero. Yo quien debe...
DIEGO.
¿Cómo?
DIEGO y GONZALO.
¡Señor!...
INFANTA.
¡Oh noble Arias Gonzalo!
ARIAS.

 (Resuelto.) 

Por la patria y por vos ansío la muerte.
¿Quién de buscarla intentará privarme?
INFANTA.
Vencer y no morir es solamente
lo que a Zamora de la injusta afrenta,
y a mí salvar, Arias Gonzalo, puede.
No a morir, a vencer en el combate
ir el que salga en mi defensa debe.
No basta combatir, triunfar es fuerza.
Si bastara el valor, ¡ah!, ¿cuál te excede?
Mas es el tiempo volador, y rompe
los altos muros, los peñascos hiende,
y a los cedros, que altivos despreciaron
la voz del huracán, marchita y vence.
El luchador de juventud lozana,
más que de acero, armado resplandece.
Los hombres...
ARIAS.

 (Abatido.) 

¡Ah señora! Ya os comprendo.
¡Oh vejez abatida!... ¿Qué pretendes?
¡Dura ley de los cielos, conservarnos
en cuerpo ya sin fuerza un alma fuerte!
Antes de envejecer, fenezca el hombre,
si para ser inútil envejece.

 (Saca la espada.) 

Y tú, estorbo enojoso, pues mi brazo,
ni quien abone tu pujanza tienes,

 (La tira al suelo.) 

Vete lejos de mí; desdén y olvido,
armas que adorno son, sólo merecen.
GONZALO.

 (Enternecido.) 

¡Padre!
INFANTA.
¡Amigo!
ARIAS.

 (Con entereza.) 

Ya basta. No; no es justo
que de la patria la salud se entregue,
y el honor de Zamora y vuestro nombre
de un anciano infeliz al brazo endeble,
¿Por qué no son, ¡oh Dios!, aquellos días
en que ese acero, que con mengua duerme,
y este trémulo brazo, ya sin brío,
fueron terror de las moriscas huestes,
y de Toledo y de Aragón asombro,
y del rey, vuestro padre, apoyo fuerte?
INFANTA.
Si aquellos días venturosos fueron,
dejáronte la gloria, que esclarece
tu nombre, Arias Gonzalo, y que es eterna.
Y en estos tres el Cielo te concede
nueva vida y aliento, y nuevas glorias
tu noble sangre su valor enciende.
ARIAS.

 (Entusiasmado.) 

¿Y qué pudiera consolarme, infanta,
de que estas canas en el ocio queden,
sino el pensar que al fin será mi sangre
la que hoy honre a la patria y la liberte?
INFANTA.
Tu sangre, sí, y tu espada,

 (Hace una seña a Gómez, quien recoge la espada del suelo y se la da a la INFANTA.) 

que este acero
que así desechas, y que injusto ofendes,
será prenda segura de victoria,
y de mi mano lo tendrá el valiente
que al campo ha de salir.
ARIAS.

 (Decidido.) 

Y salga al punto
el que vos designéis.
GONZALO.
Quien salir debe
soy yo, pues de la infanta, caballero...
DIEGO.

 (Alterado.) 

Entre los tres, decídalo la suerte.
PEDRO.

 (Adelantándose a todos.) 

Yo tan sólo...
INFANTA.

 (Conteniéndolos.) 

Escuchad. Don Diego Ordóñez
del castellano ejército es el jefe,
y ha de igualarle en dignidad y mando
el que salga primero a responderle.
Alcaide es Pedro de la fiel Zamora,
firme caudillo de mis bravas huestes,
y es, a la par, vuestro mayor hermano;
ved, pues, si la batalla le compete.

 (Le entrega la espada.) 

PEDRO.

 (Toma la espada, besando la mano a la INFANTA.) 

¡Oh instante el más dichoso de mi vida!
Llegó a su cumbre mi felice suerte.
ARIAS.

 (Entusiasmado, abrazando a PEDRO.) 

Dame, dame los brazos, hijo mío.
Dichoso tú, dichoso tú mil veces,
que a salvar a la patria eres llamado,
y que el primero que despiertas eres
la noble envidia en mi ardoroso pecho.
Ven, que te quiero armar.
INFANTA.
¡Dios!..., protegedle.
 

(Vanse por un lado ARIAS y sus hijos con los REGIDORES, CABALLEROS y GUARDIAS, y por otro, la INFANTA, Gómez, DAMAS y PAJES.)