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ArribaAbajoActo tercero


Escena primera

 

ARIAS y la INFANTA

 
INFANTA.

 (Agitada.) 

Te llamo ansiosa de saber, don Arias,
qué horrible estruendo y clamorosos gritos
de terror y de asombro el aire pueblan,
llenando de inquietud el pecho mío...
¿Se ha trabado la lid?... ¿Ocupa el foso,
vencedor y soberbio, el enemigo?...
¿Pereció algún ilustre caballero?...
¿Están en salvo tus valientes hijos?...
¿Acaso alguno...?
ARIAS.
Sosegaos, señora.
El extraño rumor que habéis oído
fue parte en los reales de don Sancho,
parte en nuestras murallas y castillos.
El ordenarse las contrarias huestes
de intentar el asalto daba indicios,
si bien no se apartaban de su campo.
Y el pueblo zamorano, decidido,
ocupaba en silencio las almenas
en igual inacción, cuando advertimos
extraña confusión en los reales,
y a toda rienda, alzando remolinos
de ardiente polvo, en busca de estos muros
un jinete venir. Era Bellido...
INFANTA.

 (Sorprendida.) 

¿Bellido...?
ARIAS.
Sí, señora; que gritando,
y un agudo venablo, en sangre tinto,
revolviendo en la diestra, de Zamora
buscaba ansioso el resguardado asilo.
Cuatro o seis caballeros castellanos,
y entre ellos el fortísimo Rodrigo,
de cerca le acosaban; pero siendo
más veloz el caballo de Bellido,
logró salvar precipitado el foso
y feliz ampararse del rastrillo.
Desde el muro con dardos y con piedras
a los que le alcanzaban contuvimos,
y Pedro con escolta marchó al punto
a dar segura entrada al fugitivo.
INFANTA.
Al punto venga a la presencia mía.
ARIAS.
Aquí mandé, señora, conducirlo.
INFANTA.

 (Confusa.) 

Y ¿por qué castellanos caballeros
le acosaban así? ¿Por qué el recinto
de Zamora buscaba de tal suerte?...
¿Por ventura mi pliego habrá perdido?...
¿Descubierto...?
ARIAS.
¿Quién sabe?... Extraño caso
sin duda le ocurrió. Dirálo él mismo.


Escena segunda

 

Los mismos y PEDRO, mostrando gran abatimiento

 
INFANTA.
Pedro, ¿supiste ya...? Mas ¡qué semblante!...
¡Qué extraña turbación!... ¿Dó está Bellido?
PEDRO.
De sangre y fealdad manchado viene
De tal sangre, señora, que este sitio
contaminara.
INFANTA.
¡Oh Dios!
ARIAS.

 (Asustado.) 

¡Pedro!... ¿Qué...?
INFANTA.
¿Acaso...?
PEDRO.
No es de venir a vuestras plantas digno.
De mirarle temblarais. A Zamora
salvó, es verdad; mas fue con un delito.
INFANTA.

 (Inquieta.) 

Alcaide, acaba... Incertidumbre horrible
tan misterioso hablar da al pecho mío.
PEDRO.
Don Sancho, vuestro hermano, ya no existe.
INFANTA.

 (Despavorida.) 

¿Cómo...?
ARIAS.
¿El brazo de Dios...?
PEDRO.
El de Bellido.
INFANTA.

 (Sentándose de pronto en el sillón con muestras de profundo dolor.) 

¡Cielos!... ¡Qué horror!... ¡Oh guerra detestable!
Era mi hermano, aunque era mi enemigo.
ARIAS.

 (Después de larga pausa.) 

¿Qué mortal, ¡oh justicia del Eterno!,
libre se juzgará de tu dominio?...
Mas ¿cuál fue el caso?... ¿Singular combate...?
¿Un hombre oscuro, y tal como Bellido,
osé a un monarca provocar, y pudo
un monarca abatir su orgullo y brío
hasta aceptar tan desigual contienda?...
¿O acaso preso el zamorano altivo
y ultrajado tal vez...? Pedro, di.
PEDRO.
Escucha
lo que refiere con jactancia él mismo.
Dice que desde el punto en que anheloso
a suplicar a nuestra infanta vino
que del mensaje a Toro le encargara,
ocultaba en su pecho tal designio.
Y que, sin descubrirlo a nadie, apenas
dejó estos muros, fuese decidido
al campo sitiador, y a los primeros
que halló guardando el valladar les dijo
que, huyendo de la infanta y de Zamora
y anhelando vengar odios antiguos,
buscaba de don Sancho las banderas
para prestarle fiel un gran servicio.
Y que al monarca al punto lo llevasen,
porque importaba darle cierto aviso,
con el cual de Zamora la conquista
segura estaba y terminado el sitio.
Dudaron los soldados; pero, astuto,
ser llevado ante el rey logró Bellido,
cuando ordenando estaba sus escuadras
para asaltar de nuevo este recinto.
En la regia presencia, sin turbarse,
inventando sucesos peregrinos
y persuadiendo al rey que de la infanta
y de los zamoranos perseguido
a su amparo y defensa se acogía,
huyendo de un injusto y vil suplicio,
cautivar consiguió su confianza
y verle a su favor grato y benigno.
Entonces, importancia aparentando,
le pidió que en su tienda, sin testigos,
te escuchase, y logrólo, aunque a despecho
de varios caballeros y caudillos.
Al verse a solas con don Sancho, aleve,
a su infame intención dar cima quiso;
mas los riesgos y azares de la fuga
nuevo ardid le inspiraron, y al rey dijo
que de aquel campo se encontraba cerca
la descuidada puerta de un camino
subterráneo y oculto que a este alcázar
daba seguro paso en tiempo antiguo,
y que era fácil por allí al momento
sorprender a Zamora sin peligro.
No recelando engaños, el monarca
por sí reconocer al punto quiso
del subterráneo la supuesta boca,
y salió de su tienda. Mas Bellido,
para evitar que algunos caballeros
le acompañasen al oculto sitio,
encareció lo grave de la empresa,
difícil quebrantándose el sigilo.
Y aun osó al rey decir que había traidores
en sus escuadras y a su lado mismo.
Don Sancho, o bien que le cegase el Cielo,
queriendo a sus violencias dar castigo,
o porque es propensión de los humanos
corre a rienda suelta al precipicio,
cuando corren en pos de sus deseos,
pidió un caballo, y solo con Bellido,
sin ceñirse coraza, sin escudo,
sin yelmo y ordenando que seguirlo
nadie intentase, se alejó del campo.
Y en estas quiebras y erizados riscos
que no lejos se encuentran se introdujo,
del zamorano aleve conducido;
quien, así que se vio solo, asestando
al corazón del rey con fiero brío
un agudo venablo, por dos veces
forzudo lo vibró, vertiendo un río
de regia sangre.
INFANTA.

 (Con gran desconsuelo.) 

¡Oh Dios!
ARIAS.

 (Pasmado.) 

¡Qué horror, señora!
PEDRO.
Cayó don Sancho. De la muerte el grito
resonó en torno. Algunos caballeros,
que, contra su mandato, allí vecinos
osaron esconderse, recelosos
de cubierta traición, al alarido
acuden, ven la causa, y, furibundos,
corren en pos del matador, que asilo
buscó en estas murallas, y está en ellas.
Tal el suceso fue.
INFANTA.
¡Qué horror!
ARIAS.

 (Despechado.) 

¡Dios mío!
¿Y la noble Zamora, ¡oh mengua!, pudo
albergar a un traidor entre sus hijos?

 (Pausa.) 

¿Conque no mató al rey cual caballero,
siendo iguales las armas y el peligro,
sino cual vil traidor?...
DIEGO.
Y aun orgulloso
se jacta de su hazaña el asesino.
Dice que a él debe su salud Zamora.
ARIAS.

 (Indignado.) 

Nunca salvarse con deshonra quiso.
PEDRO.
No ha de manchar nuestra ciudad insigne
la afrenta de un menguado...
ARIAS.
Hay casos, hijo,
en que del pueblo la opinión se mancha
con que uno, y nadie más, haga el delito.
Al extender la Fama por el mundo
la triste nueva con sonoro grito,
dirá: «Los zamoranos, no con armas,
sino con vil traición, se han defendido.»
Y, aunque insensata la noticia sea,
queda empañado del honor el brillo,
que luego apenas con fatiga y sangre
se logra acrisolar.
PEDRO.
Don Sancho digno
era, por su ambición tirana y ciega,
y por los desacatos cometidos
a la memoria de su augusto padre,
de recibir del Cielo alto castigo.
ARIAS.
Mas con un rayo confundido fuera,
o en lid honrosa, por la mano herido
de un noble caballero, no engañado
por la maldad de pérfido enemigo.
INFANTA.
¡Ay!... ¡Con cuánta razón, noble don Arias
del traidor recelaste!
ARIAS.
El que del vicio
sin pudor yace en el inmundo lodo,
jamás mi confianza ha merecido.
Del honrado son propias las hazañas,
y propios del vicioso, los delitos.
Y si a la patria sirve la deshonra,
pues sólo sabe usar medios indignos.
La razón de Zamora y la justicia
con esa vil acción del asesino
disminuyen, al par que se levantan
la justicia y razón del enemigo.
Ni hemos de libertarnos del asedio;
pues si los castellanos tienen bríos,
vengar deben la muerte del monarca;
y los que no aprobaban sus designios
ser ya los más tenaces y valientes;
ved qué gran diferencia, en proseguirlos.
INFANTA.

 (Levantándose de la silla.) 

Yo al mundo probaré que no Zamora,
sino un aleve cometió el delito.
Alcaide, que al momento de una torre
la más honda prisión guarde a Bellido.

 (Vase PEDRO



Escena tercera

 

INFANTA y ARIAS

 
ARIAS.
Señora, al punto a vuestro hermano Alfonso,
que es de don Sancho sucesor, aviso
debéis dar del suceso...
INFANTA.

 (Volviéndose a sentar, muy abatida.) 

Arias, fiel Arias,
de amargura y horror el pecho mío
tan lleno está, que disponer no puede
lo que me cumpla hacer en tal conflicto.
Tú, que siempre mi apoyo y consejero
fuiste, y el más leal de mis amigos,
manda y dispón por mí cuanto convenga.
ARIAS.
Hallándose en Toledo fugitivo,
y a la dudosa fe de sarracenos
entregado, tal vez con gran sigilo
debe esta nueva...


Escena cuarta

 

Los mismos y DIEGO

 
DIEGO.
Del contrario campo
al pie de nuestros muros ha venido,
tremolando en la pica un blanco lienzo,
Diego Ordóñez de Lara, aquel caudillo
castellano que siempre en los combates
y en los asaltos el primero vimos.
Y para entrar a hablarte, en altas voces
pide seguridad y tu permiso.
ARIAS.

 (Con resolución.) 

Y al punto se le den.
INFANTA.

 (Asustada.) 

¿Qué dices, Arias?...
¿Pues qué pretende el castellano altivo?
ARIAS.
Reparo del escándalo y afrenta,
sin duda, viene Ordóñez a pedirnos,
y a indagar si Zamora y si vos misma
tienen parte en el fiero regicidio.
No otorgarle el seguro que pretende,
de aprobar crimen tanto fuera indicio.
INFANTA.

 (Levantándose resuelta.) 

Entre, pues, Diego Ordóñez, y mirando
mi luto, mi amargura, y de los míos
el honrado pesar, nuestra inocencia
conozca y mida con sus ojos mismos.
Entre, pues, Diego Ordóñez, y al infame,
que en sangre con horror bañado miro,
le entregaré, porque presencie el campo,
qué crimen tan atroz pasmado ha visto,
en la justa venganza de Castilla,
del delincuente bárbaro el suplicio.
Conozcan mi lealtad los castellanos,
al traidor entregando...
ARIAS.

 (Precipitado.) 

¿Qué habéis dicho?...
De vuestro hermano la venganza, sólo
a vos, y a nadie más, toca. Bellido
es criminal, mas es vuestro vasallo.
Leyes y magistrados que el delito
juzguen tenéis aquí. Y aquí, en Zamora,
legalmente pronúnciese el castigo;
y tal, que, siendo asombro al orbe todo,
el nombre deje de Zamora limpio.
Mas entregarle a la venganza extraña,
injusticia y flaqueza a un tiempo mismo
fuera. Sus tiendas la enemiga hueste
alce y se aleje, levantando el sitio;
respeten Vuestra herencia, y vos, señora,
sin que extranjeros vengan a exigirlo,
dad, en nombre de Dios, castigo o premio,
cual cumple a vuestro excelso señorío.
Entre Ordóñez de Lara, mas no intente imponer
degradantes desvaríos.
INFANTA.
Entre, pues, Diego Ordóñez.
ARIAS.
Vos, infanta,
preparaos, cual debéis, a recibirlo.