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ArribaAbajoDiálogo Octavo

Idea del lenguaje, y del estilo poético


Sofronia. Muy pronto volviste, Metrófilo. Apenas me has dado tiempo, no digo par poner en ejecución lo que me has enseñado acerca del poema heroico y teatral, pero ni aun para reflexionar un poco sobre la materia.

Metrófilo. El ejercitarte en estos géneros de poesía, todavía no es para ti. Es preciso, que te ocupes mucho en leer a los buenos Poetas, antes de tomar la pluma para escribir. De propósito vine tan pronto, con el fin de enseñarte todo lo que es necesario, para que puedas leerlos con provecho, y luego imitarlos con acierto.

Sofronia. Me dijiste (si no me engaño) en otra ocasión, que después de haber dictado todas las leyes de la poesía, me instruirías en particular sobre el lenguaje poético.

Metrófilo. Ésta es puntualmente la instrucción, que te faltaba, y la que vengo a darte esta mañana.

Sofronia. Mucho deseaba yo, que llegásemos a este punto.

Metrófilo. Lenguaje es lo mismo que manera de hablar; y lenguaje poético, manera de hablar en poesía. Para hablar se necesitan palabras y expresiones. Palabra se llama a cualquiera voz humana, que signifique algo: y por expresión se entiende una seguida o junta de palabras, dirigida a comunicar nuestros pensamientos a oto cualquiera. El lenguaje poético por consiguiente se compone de palabras poéticas, y de expresiones poéticas. A estos dos solos artículos se reduce toda ña conferencia de hoy.

Sofronia. Yo me había figurado, que el estudio del lenguaje hubiese de ser mucho más enredoso y difícil.

Metrófilo. Efectivamente lo sería, si te quisiese llevar por el camino trillado, por donde han ido hasta ahora todos los Maestros del Arte. Oyeras resonar en tus oídos la Ipotiposis, la Etopeya, la Sinécdoque, la Metalepsis, la Catacresis, y tantos otros nombres tan extraños y nuevos, que más te costaría el aprender las voces, que el entender lo que ellas dicen. Yo te enseñaré lo mismo, ni más ni menos; pero con menos palabras, y más inteligibles.

Sofronia. Esto es ir por atajo, y andar por él sin trabajo.

Metrófilo. Escúchame pues. Hay en nuestra lengua algunas voces y expresiones, que como más populares, se tienen por más propias de la prosa; y otras, que pasan por más nobles, y por más dignas del verso. Mas no por eso has de pensar, que en prosa se ha de hablar siempre con aquellas, y en poesías siempre con estas. El Prosista, que se levanta a tratar de cosas grandes, y con grande aparato, como le sucede al orador en un Panegírico; se toma muchas veces en su boca no sólo palabras, pero aun expresiones poéticas: y el Poeta al contrario, cuando se abaja a materias humildes, y a modos plebeyos, como lo hace el Gracioso en la Comedia; escoge de propósito las expresiones y palabras más populares.

Sofronia. ¿Pues por qué se hace tanta distinción entre palabras y expresiones de verso, y palabras y expresiones de prosa?

Metrófilo. Porque quien habla en prosa, aunque puede a veces revestirse del noble traje poético, no debe ni suele salir ordinariamente de su rumbo prosaico: y el Poeta asimismo, aunque se confunda alguna vez con la gente más ordinaria del pueblo, regularmente no suele, ni debe olvidarse de su nobleza poética.

Sofronia. Según esto, son palabras y expresiones poéticas, las que se usan más en el verso, que en la prosa; y palabras y expresiones prosaicas, las que se hallan más repetidas en la prosa, que en la poesía.

Metrófilo. Así es puntualmente.

Sofronia. Pues ahora hazme ver la diferencia, de que vas hablando.

Metrófilo. Empecemos por las palabras, que es el artículo más breve. El Poeta (como te dije en otra ocasión) puede alterar algunas voces de dos maneras diferentes: o mudando la situación del acento como cuando dice Oceáno en lugar de Océano: o variando el orden, o el número de las letras, como cuando escribe do por donde.

Sofronia. ¿Pero habrá sin esto otras muchas calidades de palabras poéticas?

Metrófilo. No las hay sino de una sola especie, que es la que comprehende a todos los innumerables objetos, que tienen dos nombres, el uno más bajo y prosaico, y el otro más noble y poético.

Sofronia. Gustaría de oír algunos ejemplos de semejante variedad de nombres.

Metrófilo. No hay cosa más fácil. Dicen muchas veces los Poetas cándido por blanco, rosado por encarnado, oleo por aceite, onusto por cargado, tumba por sepulcro, delibar por gustar, yantar por almorzar, mortal por hombre, acero por espada, y así otras mil voces semejantes, que irás viendo y aprendiendo por ti misma.

Sofronia. ¿Con que ya se acabó el tratado de las palabras?

Metrófilo. Así es. No hay más que decir.

Sofronia. Si es tan breve y fácil, como éste, el de las expresiones; muy bien va la cosa para mí.

Metrófilo. La materia de las expresiones es mucho más larga sin cotejo, de modo que no sé, si me bastara para ella todo el día de hoy. Procuraré sin embargo acortarla, cuanto es posible, y tratarla con la mayor claridad.

Sofronia. No necesito tanto, Metrófilo, de que seas breve, como de que seas claro.

Metrófilo. Ya te expliqué poco antes, que es lo que debe entenderse por expresión. Podría ahora presentártela en muchos y muy diferentes aspectos, según son muchas y varias sus calidades. Pero para ahorrarte trabajo y confusión, reduciré todas las expresiones poéticas a solas cinco clases de fácil inteligencia: Expresión aumentada: Expresión trocada: Expresión adornada: Expresión pictórica: Expresión fabulosa. Las tres primeras son comunes al Orador, y al Poeta: las dos últimas son más propias del Poeta, que del Orador.

Sofronia. Esta división, aunque no tuviera otras ventajas, tiene a lo menos la de ser tal, que sus palabras se entienden, aun antes de oír su explicación.

Metrófilo. Espero, que todo lo entenderás con facilidad. Expresión aumentada es aquella, en la que hay un segundo nombre, que aumenta la fuerza del primero. Así en lugar de decir sencillamente el mar, el río, la fuente, la flor, la sombra, el rayo, se dice con aumento de expresión el mar inmenso, el río claro, la fuente fresca, la flor olorosa, la sombra nocturna, el rayo resplandeciente.

Sofronia. Es cierto, que de este modo se aumenta y se hermosea la expresión. Más yo muchas veces tendría miedo de errar en semejantes añadiduras.

Metrófilo. Te daré algunas reglas para quitarte todo temor y peligro.

Regla Iª. El nombre añadido no ha de insinuar cualquiera calidad del objeto, sino la que sea más proporcionada al asunto. Si hablas de una espada que mató a tu amigo; no dirás espada luciente sino espada cruel. Si hablas de una mano que da limosna; no la llamarás mano blanca sino mano benéfica. Si hablas de un hermoso joven, que peleó con valor; no lo apellidarás guerrero lindo, sino guerrero valeroso.

Regla 2ª. En toda añadidura debes huir de la obscuridad, por más que muchos escritores se hallen muy bien con ella. No dirás ave siniestra, ni flor nocturna, ni hombre alado para significar un pájaro que voló por la izquierda; o una flor que sólo se abre de noche; o un hombre, que corre, como si volara; porque semejantes expresiones necesitan de intérprete, y en vez de agradar a quien lee, no sirven sino para cansarlo y desazonarlo.

Regla 3ª. Se ha de evitar también en los nombres añadidos toda especie de exceso, que. no haya merecido antes la aprobación del público. No te salga de la boca la vela inmortal, por cuanto, haya durado; ni el papel angelical, por blanco que sea; ni el horno divino, por excelente pan que se cueza en él. Pero sí podrás decir porque el uso lo lleva, fama inmortal, cara angelical, pincel divino.

Regla 4ª. La afectación es otro defecto muy malo, de que te has de apartar, cuanto puedas. No es cosa bien dicha la dulzura dulce, ni el velón fulminante, ni la lluvia húmeda, porque son tres añadiduras afectadas, que salen de su justa medida; pues la primera nada añade, la segunda añade demasiado, y la tercera demasiado poco.

Sofronia. Muy buenas son estas reglas; pero no es fácil el tenerlas presentes en todas las ocasiones. Veamos, que reglas me das para la Expresión trocada, que es la que nombraste en segundo lugar.

Metrófilo. Llamo Expresión trocada, la en que se truecan los nombres, poniendo uno por otro. Muchas maneras hay, con que se puede hacer esto: pero las reduzco todas a solas ocho.

El todo por la parte, o al contrario.

Lo más por lo menos, o al opuesto.

El continente por el contenido, o al revés.

La causa por el efecto, o éste por aquella.

La calidad por la cosa calificada.

Lo increíble por lo creíble.

El elogio por el vituperio.

Lo impropio por lo propio.

Sofronia. No son sino ocho: pero aun así me parecen muchas.

Metrófilo. Cuando las entiendas bien, no te parecerán sobradas, ni difíciles; y aun casi apuesto, que te agradarán.

Sofronia. Empieza pues por la primera.

Metrófilo. El todo por la parte, o al contrario. Si tú dijeres mortales en lugar de decir hombres, o cuadrúpedos en lugar de caballos, o año en lugar de invierno; nombrarías el todo por la parte, porque los mortales forman un todo, cuya parte son los hombres; y los cuadrúpedos otro todo, en que están comprehendidos los caballos; y el año, es otro total, en que entra el invierno, como parte. Al contrario nombrando el techo en vez de toda una casa, las horas en vez de todo el tiempo, las plumas en vez de toda una cama; se nombra la parte por el todo; porque el techo es una parte de la casa, las horas una parte del tiempo, las plumas una parte del lecho.

Sofronia. Esta primera clase de mudanza es facilísima.

Metrófilo. Igualmente lo es la segunda, que es la de lo más por lo menos, o al opuesto. Podrás decir nuestro en lugar de mío, los Cicerones en lugar de Cicerón, los mares en vez de la mar: ya tienes dicho lo más por lo menos. Podrás decir al contrario el romano por los romanos, el guerrero por los guerreros. el enemigo en lugar de los enemigos: ya dijiste lo menos por lo más. Debiera parecerte fácil aun este segundo modo de trocar los nombres.

Sofronia. Lo puede entender un niño.

Metrófilo. Pasemos pues al tercero: El continente por el contenido, o al revés. Repara, que la España es un continente, y los Españoles son los contenidos en ella: la casa es un continente, y la familia, que la habita, es un contenido: la Ciudad es también un continente, y el Concejo, que la representa, es un contenido. Podrás pues nombrar, como más te agradare, la España por los Españoles, y los Españoles por la España; la casa por la familia, y la familia por la casa: la Ciudad por el Concejo, y el Concejo por la Ciudad. ¿Qué te parece de esta tercera clase de expresiones trocadas?

Sofronia. Me parece, que hasta ahora todo es claro.

Metrófilo. Cuarta clase: La causa por el efecto, o este por aquella. Podrás decir ojos tristes en lugar de llorosos, rostro espantado en lugar de pálido, frente alegre en lugar de serena; porque la tristeza es la causa del lloro, el espanto, la causa de la palidez, la alegría la causa de la serenidad. Al contrario puedes decir pálida muerte, pigre sueño, ciego temor; porque la palidez es un efecto de la muerte, la pigricia un efecto del sueño, y la ceguera un efecto del temor.

Sofronia. Ya nos vamos apartando algún tanto de lo fácil: pero venga sin embargo lo que viniere.

Metrófilo. Quinta clase: La calidad por la cosa calificada. El ser Poeta fue una calidad principalísima de Homero; el ser cojo una calidad característica de Vulcano; el ser hermosa una calidad distintiva de Venus. En lugar pues de Homero puedes decir el Poeta, en lugar de Vulcano el cojo Dios, en lugar de Venus la bella Diosa.

Sofronia. Es muy fácil esta especie de trueque de palabras para quien sabe las calidades de todas las cosas; pero no para mí.

Metrófilo. Leyendo a los Poetas, y aun a otros Escritores, poco a poco las irás aprendiendo.

Sofronia. Síguese ahora la sexta clase, que es la de lo increíble por lo creíble.

Metrófilo. Esto se consigue con solo valerse de expresiones increíbles y falsas, para dar a entender una cosa verdadera y creíble.

Sofronia. Para mí es un misterio, si no me lo explicas con un ejemplo.

Metrófilo. No te lo explicaré con uno solo, sino con varios. Se suele decir, aun hablando seriamente: que un velocísimo caballo no deja huella, corriendo: que el coche, en su mayor carrera, no toca la tierra con las ruedas: que el águila, con la altura de su vuelo, parece, que desafía al mismo Sol. Estas expresiones son falsas e increíbles; pero son muy al caso para hacernos concebir una justa idea de la verdadera y creíble ligereza del caballo, del coche, y del águila. Otro ejemplo quiero darte de estilo jocoso. Nuestro insigne Quevedo, para darnos una idea verdadera de una muy grande nariz, hizo de ella la siguiente pintura increíble.


Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de Sol mal encarado,
érase un alquitarra pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado:
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era:
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.

Sofronia. Jamás me olvidaré de esta poesía narigal de nuestro Quevedo, y me bastará ella sola para tener presente la sexta clase de expresiones trocadas.

Metrófilo. La séptima, si te acuerdas, es la del elogio por el vituperio. ¿Quieres envilecer a un hombre, o cualquiera otra cosa? Dale alabanzas tan desatinadas, que vean todos, que se las das por burla. Repara, como fingía condolerse el italiano Berní con Domingo de Ancona por las quejas, que él hacía, de que le hubiesen cortado su barba.


¿Quién tendrá un corazón tan inhumano?
¿Quién un pecho tan bárbaro y cruel,
que no llore con lágrimas de hiel
la barba de Domingo Anconitano?

Sofronia. Esta especie de burlas algo pesadas la hacemos a veces atta en las conversaciones familiares.

Metrófilo. Lo mismo sucede por lo que toca a lo impropio por lo propio; pues oirás decir frequentemente, que fulano derramó un río de lágrimas, en lugar de lágrimas muchas; que tenía su alma como en tempestad, esto es en agitación; que se bañó después en un mar de dulzura, porque tuvo motivo de consolarse.

Sofronia. Esta última clase de expresiones trocadas parece fácil.

Metrófilo. Puede sin embargo tropezarse en ellas en algún inconveniente, por falta de moderación y tino; porque entre el nombre propio, que se deja, y el impropio, que se toma, es menester, que haya alguna verdadera semejanza y proporción. Repáralo, en los mismos ejemplos, que acabo de traer. Las lágrimas, cuando son muchas, corren por las mejillas a modo de dos ríos la tempestad, de la mar es una verdadera agitación de sus aguas, semejante a la de los humores de nuestro cuerpo: el consuelo en nuestro corazón es como la dulzura en el paladar, y su interna extensión y dilatación por toda el alma puede asemejarse de algún modo a la anchura de la mar.

Sofronia. Pues dime, cuáles son los inconvenientes, de que debo huir en semejantes casos.

Metrófilo. No son sino dos: el pecar por exceso, ensalzando una cosa, con demasía: y el pecar por defecto, envileciéndola más de lo que conviene. Los Poetas, que dieron a las estrellas el nombre de doblones del cielo, al Sol el de horno del aire, al escudo militar el de botella de Marte; aplicaron a objetos grandes y nobles unos apellidos sobrado bajos y viles. Los que dijeron al contrario en lugar de nariz la pirámide de la cara, en lugar de frente la explanada de la ciudadela del hombre, en lugar de dientes las almenas de la fortaleza humana; han pecado gravemente por exceso, atribuyendo a objetos muy pequeños mucho más de lo que merecen. Pero basta ya lo que te he dicho acerca de las ocho clases de expresiones trocadas, y pasemos a otra materia.

Sofronia. Me parece que, la que se sigue, es la de la Expresión adornada.

Metrófilo. Así es, Sofronia; y sirvate de consuelo, que no necesitas para ella de instrucción alguna; porque es cosa, que se aprende sin maestro con sólo leer buenos libros, de cualquiera calidad que sean.

Sofronia. Pero convendría sin embargo, que me comunicases a lo menos alguna idea sobre la materia.

Los principales adornos con que se puede mejorar una expresión, son los siguientes.

I.º Exclamación. En lugar de decir, que unos ojos son vivos, podrás decir: ¡Ahí que ojos vivaces!

2.º Interrogación. En lugar de decir, que no sabes, quien te engañó, puedes interrogar o preguntar: ¿Quién fue mi traidor?

3.º Admiración. En vez de decir, que Cartago cayó, dirás con tono admirativo: ¡Ahí quién dijera, que cayó Cartago!

4.º Dubitación. Queriendo tú afirmar, que el amor es una pena, puedes decir dudando: Si no es pena el amor; ¿qué cosa es pena?

5.º Repetición. En lugar de decir, que el amor aflige, puedes repetir las palabras diciendo: Aflige amor, aflige amor, aflige.

6.º Suspensión. Antes de decir una cosa, cualquiera que sea, podrás tener suspensos a los oyentes, diciéndoles por ejemplo, que no tienes ingenio para concebir, ni palabras para explicar, ni aliento para cantar, lo que tú quisieras.

7.º Ficción. Fingirás que no quieres, o no sabes, o temes decir lo mismo que estás diciendo. He aquí dos ejemplos ¿Quién pudiera decir, cuanto te quiero? No, no quiero decir, que te amo mucho.

8.º Animación. Este último adorno es uno de los más hermosos. Consiste en hablar a una cosa inanimada, como si tuviera oídos; o en hacerla hablar, como si tuviera boca. Así podrás decir a un valle: oh valle, en que resuena mi lamento, ten compasión de tan cruel tormento: y la valle te podrá responder: ¡Ahí! ¿qué más quieres? Se marchita el prado, por tus tristes querellas congojado.

Son, bien claras e inteligibles, todas estas especies de expresiones adornadas.

Sofronia. Es cierto que yo entiendo todo lo que dices: mas no sé, si en las ocasiones sabré ejecutarlo.

Metrófilo. Lo ejecutarás, aun sin advertirlo. Después de la expresión adornada síguese la pictórica; a la que doy este nombre, porque con ella, parece, que se pinta o se retrata el objeto, que se tiene entre manos. Esta pintura poética, según la diversidad de cosas, que son capaces de ella, puede dividirse en tres clases:

Pintura de objetos inanimados.

Pintura de objetos animados.

Pintura de objetos personalizados.

Sofronia. Jamás hubiera pensado que de la poesía había de pasar a la pintura. Enhorabuena enséñame a pintar.

Iª. Pintura: Objetos inanimados. Están comprehendidas bajo este nombre todas las cosas del mundo, que no tienen alma, como ríos, llanuras, plantas, edificios, estrellas, y otros innumerables objetos semejantes, que vemos con nuestros ojos, y aun muchos más, que no vemos y o de que no vemos sino las causas, o los efectos, como por ejemplo el sonido y el movimiento. Todas estas cosas se pueden pintar en la poesía, describiendo o su aspecto, o sus calidades, o sus semejanzas. Lee por ejemplo en el canto sexto de Luis Camoens la pintura de una nave en tempestad, que empieza así:


Ya con la nave, al cielo se subían
las ondas de Neptuno furibundo;
ya por debajo de ella se partían,
echándola de golpe en el profundo.
Noto, Austro, Bóreas, Aquilón querían
despedazar la máquina del mundo:
y la noche negrísima lucía
con los rayos, que el cielo despedía.
Las Alcioneas Aves triste canto &c.

Sofronia. Conozco, que realmente es una pintura la de Luis Camoens, y que pueden hacerse otras muchas al modo de esta, aunque no sin trabajo.

Metrófilo. 2ª. Pintura Objetos animados. Los espíritus, los hombres, y las bestias, que son los objetos comprehendidos bajo el presente título, se pueden pintar de dos maneras diferentes; o retratando su aspecto exterior; o describiendo sus calidades internas. Pertenecen a la primera especie de retratos el gesto, el movimiento, el color, la hermosura o fealdad, la proporción o desproporción de las partes: y a la segunda los vicios, las virtudes, las inclinaciones, el ingenio, y cualquiera otra cosa interna y espiritual. De semejantes pinturas hallarás innumerables ejemplos en cualquiera Poeta bueno, que leyeres.

Sofronia. Van dos pinturas hasta ahora. Queda todavía la tercera, de la que no entiendo ni siquiera el nombre.

Metrófilo. 3ª. Pintura: Objetos personalizados. Esta es la pintura que merece, sobre todas el nombre de poética porque puede llamarse hija y criatura de la imaginación del Poeta, el cual infunde cuerpo y aspecto de persona a quien no tiene, ni jamás tuvo semejante aspecto, ni cuerpo.

Sofronia. Este si, que es un milagro, que no sé absolutamente como puede hacerse.

Metrófilo. Pues tú harás con el tiempo, y sé que tendrás gusto en hacerlo. Oye, como se hace. Supongamos, que quieres pintar la Fama. Este es un objeto no sólo inanimado, pero aun invisible; pues, no es más que una voz, que corre de boca en boca, y de oído en oído, extendiéndose de este modo por muchas, o por todas las partes del mundo. Considera con tu entendimiento las calidades de esa voz; y vístela después con el cuerpo y traje, que más te agradare, con tal que sea proporcionado a las calidades, que descubriste en ella.

Sofronia. Dices, bien, y muy bien; y aun me parece, que entiendo, lo que dices: pero si tú no me enseñas los vestidos, que pueden darse a la Fama; yo por cierto no supiera, como disfrazarla.

Metrófilo. La transformación es facilísima. El nombre Fama, como acabado en a, parece más propio de hembra, que de varón: conviértela pues en mujer. Habiendo ella de viajar, y cansarse mucho, para llevar las noticias a todo el mundo necesita fuerza y vigor: no la hagas pues ni niña, ni vieja, sino moza robusta. Su voz ha de ser alta y sonora, para que llegue con más facilidad al oído de todos los hombres: píntala pues con una trompeta en la boca. Su carrera ha de ser velocísima, para que corran con ella las noticias con la mayor presteza de una a la otra parte de la tierra: no la hagas pues caminar, sino volar, suponiendo por consiguiente, que tiene dos alas en los hombros, y lleva vestidos muy ligeros. He aquí personalizada y retratada la Fama. A un modo semejante podrás pintar cualquiera otra cosa del mundo, por más que sea inanimada, y aun insensible.

Sofronia. Mas yo quisiera ver otras pinturas de tu mano para poderlas imitar, porque un ejemplo solo es sobrado poco para quien nada sabe en tan difícil materia.

Metrófilo. Quiero contentarte, Sofronia; pero con toda la brevedad posible. Te daré por abecedario un pequeñísimo índice de algunas otras pinturas poéticas; y tú lo guardarás en tu estudio para valerte de él en las ocasiones.

Abundancia. Moza de buen personal y color, que va con rico vestido bordado de uvas y espigas, y lleva en la mano una cornucopia cargada de flores y frutas.

Beneficencia. Mujer con boca de risa, que abraza con la mano izquierda a un pobre viejo enfermo, y dispensa con la derecha un fajo de gracias firmadas.

Caridad. Hermosa mujer, desmedrada y descolorida, con un corazón ardiente en la mano, un niño en la falda, otro en los brazos, y una muchedumbre de pobres alrededor.

Discordia. Feísima vieja, con rostro, amoratado, ojos turbios, arrugas en la frente, culebras por cabellos, antorcha encendida en la mano izquierda, y puñal en la derecha.

Eternidad. Una rueda en el aire, dando continuas vueltas, sin que nadie la sostenga, nadie la mueva, nadie la pare.

Furor. Hombre feo, encendido, desgreñado, que echa los ojos afuera, se muerde los labios, estrecha los puños de la mano, y da golpes en tierra con un pie.

Galantería. Joven afectado, de buen talle y proporción, con vestido ligero y ajustado, con manos y pies en ademán de bailar.

Invierno. Un viejo sin color en el rostro, cargado de ropa, calentándose a la lumbre, y temblando de frío.

Lisonja. Una Sirena, medio mujer, y medio pez, que deleitando con su dulce melodía a un pobre joven, va insensiblemente arrastrando, hasta que se ahogue en la mar.

Muerte. Esqueleto de mujer con dos alas muy deformes, que tiene en su mano izquierda una guadaña, y en la derecha la tapa de una vecina urna de cenizas.

Noche. Mujer vestida de negro, recostada en un bosque para dormir, y rodeada de aves nocturnas, que con su vuelo continuo no la dejan descansar.

Ocasión. Mujer desnuda, calva por detrás, cubierta de velo por delante, asentada sobre un aguila, que vuela.

Protección. Señora majestuosa, que abraza y acaricia una mona, y la coloca a su lado sobre un escaño de oro.

Quietud. Mujer alegre y taciturna, sentada en un bosque solitario, cuyas paredes, altísimas no dejan entrar a nadie.

Respeto. Hombre con rostro sereno, ojos bajos, cabeza descubierta, inclinándose a la presencia de un Soberano, que está en su trono.

Sueño. Joven tendido en un lecho, coronado con hojas de dormidera, rodeado de aves extrañas y, monstruosas, que le van volando por encima.

Templanza. Matrona de edad, pero de amable presencia, vestida sin lujo, con un freno en una mano, y un compás en la otra.

Victoria. Guerrera con yelmo en la cabeza, con una palma y una corona de laurel en la mano, descansando sobre un montón de armas.

Céfiro. Mozuelo hermoso, con corona de flores, y túnica delgada, en ademán de apretar los labios para sacar afuera un suave soplo.

Se acabó el índice de mis pinturas poéticas, que pudiera aumentarse con otras muchas sin cuento.

Sofronia. Lo guardaré, como me has dicho, y haré mucho caso de él.

Metrófilo. Hemos ya llegado, Sofronia, al último artículo de nuestra conferencia.

Sofronia. Esto es (si no me engaño) a la Expresión fabulosa, asunto para mí enteramente desconocido.

Metrófilo. Yo llamo así a cualquiera expresión o serie de expresiones, en la que se cuente o se insinúe alguna de las fábulas antiguas. No por esto has de pensar, que es de necesidad y de ley, el meterlas en toda pieza poética; porque bien puedes escribir en verso sobre cualquiera materia con invenciones de tu capricho, sin ir mendigando las de los antiguos.

Sofronia. Según esto, podré ahorrarme el estudio de las fábulas, como poco provechoso, o a lo menos no necesario.

Metrófilo. Es estudio indispensable; porque todos los Poetas antiguos, y aun la mayor parte de los modernos han llenado de ellas sus escritos; de modo que sin esta noticia no podrás absolutamente entenderlos.

Sofronia. No es pequeño embrollo para mí, no sabiendo yo de fábulas ni una jota.

Metrófilo. Hay muchos libritos, y aun libros voluminosos, que tratan de ellas de propósito. Podrás en ellos estudiarlas y aprenderlas, cuando te parezca o te venga bien.

Sofronia. ¿Mas por qué no quieres darme a lo menos una idea, la que me baste por ahora, sin ir buscando libros?

Metrófilo. Te hablaré con toda ingenuidad. Tengo tres motivos para no meterme en este berenjenal. Primeramente la historia de las fábulas antiguas es enredadísima: son tantas y tan diversas las opiniones sobre muchos artículos de ella, que no es fácil el tomar un camino bueno y seguro, y mucho menos el evitar los frecuentes peligros de contradicciones e incoherencias. Has de saber en segundo lugar, que el fin principal, que tuvieron los antiguos Gentiles en la invención de sus fábulas, fue el dar impunidad a todos sus vicios, ennobleciéndolos, y aun consagrándolos (si se puede decir así) con los ejemplos de sus indecentísimos Dioses. ¿Cómo quieres, que hable yo contigo de semejantes cosas? La tercera razón, que tengo, es la muchedumbre de desatinos, inverosimilitudes, y aun locuras, de que están cargadas todas las fábulas gentílicas. Yo las aborrezco: no las puedo sufrir: quisiera verlas desterradas de todas nuestras poesías, y que nuestros Poetas (si fuere posible) se olvidasen de ellas para siempre.

Sofronia. Pero tú dices al mismo tiempo, que es indispensable el saberlas. Si ellas son locas; yo las despreciaré, como merecen. Si son indecentes; de tu boca me vendrán con menor indecencia, que de cualquiera otra. Si son finalmente embrolladas, como tú dices; tanto más necesito de tu instrucción para entenderlas con alguna claridad.

Metrófilo. Ya está visto, que quieres de mí la historia fabulosa. Te la daré otro día para no alargar sobrado la conferencia de hoy, pero con la condición de que me repitas ahora todo lo que te he enseñado acerca del lenguaje poético.

Sofronia. Voy a repetirlo, bien o mal, como me acordare. El lenguaje de los Poetas se compone de palabras poéticas, y expresiones poéticas; y se llaman así, no porque sean propias de solos ellos, sino porque se usan más en la poesía, que en la prosa. Las palabras poéticas se reducen a tres clases: palabras de acento trocado; palabras de letras alteradas; y palabras de uso menos frecuente. Las expresiones poéticas son de cinco calidades diversas. La primera se llama aumentada, porque recibe aumento con un segundo nombre, que añade fuerza al primero. La segunda, se llama trocada, porque en ella se truecan los nombres, poniendo uno por otro. La tercera se llama adornada, porque se adorna y mejora con varios modos de hablar menos usados. La cuarta se llama pictórica, porque en ella se pintan los objetos con variedad de retratos. La quinta se llama fabulosa, porque se entretejen en ella las antiguas fábulas gentílicas. Yo no he hecho más que insinuar los artículos. El explicarlos e ilustrarlos, como tú lo hiciste, no es para mí.

Metrófilo. Ni yo te pido más. Estudia a tus solas la lición de hoy, que no es de sola poesía, sino también de retórica y oratoria.