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ArribaAbajoXII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española29


ArribaAbajo Narrativa picaresca en la Argentina y en los Estados Unidos de Norteamérica: Arturo Cancela y Damon Runyon

Rodolfo Modern


El Lazarillo de Tormes inaugura una profusa literatura picaresca en diversos países de Occidente, cuyos frutos se recogerán, a partir del siglo XVI, principalmente, a través de la novela.

Sus autores denuncian, valiéndose de ciertas modalidades del humor, fallas no irreparables dentro del tejido social. Sin derrumbar sus fundamentos, obligarán a la reflexión acerca de principios que hacen dudosa la aplicación de nociones de justicia y que afectan a una porción nada pequeña de los seres humanos. Estas fallas parecen ser de naturaleza más o menos constante, pero se agudizan en momentos de tensiones y transformaciones sociales y políticas. Diferencias también económicas entre distintas clases, con los abusos y contrastes que conllevan, recaen sobre un conjunto de individuos cuyas desventuras materiales y concretas dan el tema a la especie. Por lo común, los textos huyen de la traza de mapas utópicos o de señalar climas de pasiones sublimes, hondas o eternas. El hoy impone sus exigencias a los antihéroes allí presentados, cuya meta es la nula supervivencia. Aunque por lo común carecen de un tono moralizarte directo, muestran con cierta delectación y malicia lo que ocurre a sus protagonistas, básicamente víctimas del sistema dentro del cual viven. A veces, y según las épocas, por ejemplo en el siglo XVII, disquisiciones de índole religiosa concurren a fin de   —242→   lograr enmiendas de conducta o arrepentimientos. Para florecer, esta literatura requerirá un determinado ámbito de libertad expresiva, un público lector numeroso y autores que, por encima o por debajo de un tono objetivo, no sean ajenos a un sentimiento de compasión subyacente que muchas modalidades del humor requieren. Como también, al uso de una especie de espejo deformarte que sepa, con exageración de las imágenes ofrecidas, no hacerles perder de vista su fundamental carácter humano. Todo ello ha mantenido la vigencia del género y su no abatida popularidad, ya que esta literatura se construye sobre la imperfección de individuos y sociedades.

Tanto en la Argentina como en los Estados Unidos, abarcando prácticamente décadas similares, la obra de Arturo Cancela (1892-1957) nacido en Buenos Aires, profesor de Filosofía, y Damon Runyon (1884-1946), nacido en Kansas y periodista deportivo de profesión, cumplen en lo general con los requisitos mencionados. Sus respectivos textos están fijados en una época que coincide con la prosperidad de ambos países y la existencia de una libertad democrática formal apoyada en un régimen común en el que el capitalismo es el sistema socioeconómico vigente, mientras que a los poderes de los gobiernos se les exigen límites de una razonable aceptación. A su manera, y con lógicas diferencias, en ambos países se vive, sobre todo en sus clases dirigentes, una belle époque. Lo que no obsta para que, sobre todo después del derrumbe de la bolsa de Wall Street en 1929, se instale una crisis que generará bolsones de marginación, que aparecerán, sobre todo, en muchos de los cuentos del norteamericano.

Pero, por distintos que sean en sus respectivas obras, a ambos autores los vincula un redentor hilo humorístico. La denuncia, siempre implícita, termina por disolverse en sonrisa. Y hasta la violencia muestra un costado risueño y tácitamente comprensivo de la situación generada. La realidad aparece como deformada, exagerada, pero es para entender mejor su íntima estructura.

El mundo de Arturo Cancela es más complejo que el de Runyon. Sus objetivos no resultan tampoco del todo coincidentes. Este profesor de Filosofía, luego inspector de enseñanza secundaria, surgió a la fama en 1922 con la publicación de sus Tres Relatos Porteños. Además del uso de un lenguaje cuidado hasta el extremo, exacto y rico, rasgo constante de su obra, el blanco principal al que apuntan principalmente   —243→   sus dardos satíricos se refiere a una porción de la clase política argentina y a un sector de las clases altas, cuya riqueza es, al parecer, inagotable, y a la que se señala como ociosa, vana y profundamente superficial. El mejor de los relatos, el paradigmático por excelencia, es el primero: El cocobacilo de Herrlin. Muchos de sus elementos los trasladará, ampliados y corregidos, a su obra maestra, La historia funambulesca del profesor Landormy. Su héroe, un sabio sueco de nombre Augusto Herrlin, desembarca en Buenos Aires, pues ha sido contratado, merced a sus descubrimientos de laboratorio, a fin de extirpar la plaga que está arruinando la agricultura del país, el conejo, quien campea, invulnerable, a lo largo y ancho del territorio patrio en perjuicio de los sembrados que hacen a la riqueza nacional. Los meses pasarán, como también los años, y Herrlin no podrá, a causa de las postergaciones y negligencia de una burocracia ramificada e inútil, aplicar sus descubrimientos mortíferos para exterminar el voraz apetito, en todos los órdenes, del conejo. Los rasgos del incauto profesor serán asumidos, veinte años más tarde, por el héroe de La historia funambulesca. Se trata, en este último caso, del asimismo sabio profesor galo, miembro del Colegio de Francia, Abel Dubois Landormy, invitado de honor para disertar sobre la cultura cretense en esta parte del Plata, en una Buenos Aires ubérrima, fastuosa e infiltrada por las últimas novedades culturales provenientes de la dulce Francia. El panorama que Cancela traza a través de sus personajes abarca la política y a los políticos; la universidad; el Teatro Colón y las garçonnières; la administración de justicia; la revista musical francesa; el periodismo; la zona parasitaria de los niños bien; personajes prostibularios y una pareja de funcionarios policiales, que son los que caen mejor parados. Para ubicar mejor el clima en el que las distintas intrigas concurren, entrelazadas y sostenidas por una sólida arquitectura argumental, las acciones transcurren durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear, a quien no se nombra, último representante de la época dorada de la Argentina. Además del sabio francés, el otro protagonista es el Dr. Aníbal J. Izquierdo, una parodia maliciosa del dirigente político socialista Alfredo L. Palacios, orador elocuente y don Juan impenitente. Hay que señalar que el Dr. Palacios vivía en 1943, cuando la novela se publica, y que, en honor a la verdad histórica, fue un político honesto y excepcionalmente preparado. La ideología   —244→   política de Cancela se situaba, por cierto, del otro lado del mostrador. El desfile de los personajes es incesante; la trama, abigarrada; y la elocuencia enfática y vacía del Dr. Izquierdo, en sus torneos oratorios con el licenciado Aquiles Pestorejo y Sanabria, embajador de la República de San Salvador, igualmente enfático y tropical, se proyecta en las páginas del libro con efectos desopilantes. Cancela no intentará subvertir las bases sociales, económicas y políticas que sostienen el país, pero sí se complacerá en sacudir el árbol para que caiga una hojarasca totalmente estéril. El ademán farsesco y la burla no abandonan su pluma de agudo filo. La prosa cincelada de Cancela toma como modelo, en este caso, la del padre Islas y su Fray Gerundio de Campazas; pero el paradigma de fondo que se advierte en el titulado de cada capítulo tiene como referencia el Quijote. La visión de la Argentina de Cancela, el examen de sus instituciones y de los individuos que las integran señala los caracteres de la inautenticidad esencial de la sociedad que los ha generado. Pero su malicia no llega al desencanto ni al nihilismo, y la sonrisa leve o la carcajada abierta que su lectura suscita posee la virtud catártica y redentora no sólo inherente a la picaresca, exhibida en las andanzas de sus políticos, bandidos y policías, sino, sobre todo, a la especie humorística en general.

Damon Runyon fue periodista deportivo durante toda su vida, actividad que le permitió adentrarse en los hábitos, también lingüísticos, de otras clases profesionales o sociales, sobre todo, las relacionadas con el delito. Esa actividad lo llevó a recorrer y conocer gran parte de su país, y al costado de los cultores del primer grupo (jugadores, apostadores, mánagers) se adentró en las personalidades de quienes ejercían la delincuencia como modo de vida. O de sobrevida. Runyon no confronta, no adopta ninguna actitud moral condenatoria. Simplemente narra con su estilo original y ocurrente por medio de un portavoz o testigo que casualmente se encuentra allí, y siempre en primera persona, los datos y los retratos humanos en el teatro de los hechos. Y como rasgo permanente, utiliza el verbo en tiempo presente para fortalecer lo que viene narrando. Con el rostro serio hace reír francamente con su descripción de esos marginales que no conocen otro modo de ganarse la vida y que utilizan, en ocasiones, la violencia, pero sin alardes de sadismo ni crueldad innecesaria. Son tipos que la sociedad norteamericana ha producido, si bien muchos llevan nombres o apodos   —245→   italianos, judíos y hasta españoles. Y poseen una vida espontánea y cálida, de la que los fantoches cancelianos carecen. Aquí no hay títeres ni funámbulos, como en el autor argentino. Hay seres que existen merced al ejercicio de actos que seguramente bordean o se insertan en el Código Penal, pero cuya simpatía resulta innegable.

Damon Runyon publicó la mayoría de sus shorts stories en revistas de primera línea, como Esquire y Harper's, con amplia repercusión de público, en las dos décadas que van desde 1930 hasta 1950 aproximadamente. Y ofrece, sin las deformaciones ni la amplia crítica cultural de Cancela, un testimonio vital y literariamente válido. No hay en su prosa preciosismos ni rebuscamientos, pero los rasgos estilísticos que lo caracterizan lo han convertido en un escritor capaz de enriquecer las letras norteamericanas. Así este modo suyo pudo ser calificado con sus imágenes, metáforas, modos expresivos y ocurrencias insólitas como «runyonese», y saboreado en consecuencia. Sus ricos y poderosos -y Runyon casi nunca criticará el poder ni la riqueza- se codean con la fauna de delincuentes que pululan en sus páginas y con cuyas fechorías sonreímos. Y aquí yace otra diferencia sustancial con Cancela. Porque muchos de sus personajes, además de la simpatía humana que irradian, están descritos con una ternura ausente en la actitud satírica de Cancela. Por ejemplo Little Pinks, un pequeño y frágil judío enamorado sin esperanzas de una mujer a la que el amante ha dejado baldada a causa de una paliza formidable, y a quien lleva a costa de cualquier sacrificio hasta Florida para que pueda cumplir ella su sueño de casarse con un millonario. O Dancing Dan Christmas, un ladrón de poca monta, que arriesga su vida para poder rellenar con objetos hurtados la media de Navidad que su abuela ha colgado y proporcionarle así una alegría extraordinaria. Muchos cuentos de Runyon, además del ridículo y grotesco del que están impregnados, bordean el milagro, y todas las situaciones insólitas desembocan en risas a cargo del lector. Así, en «Butch minds the baby» («Butch cuida al bebé»), el tal Butch en su capacidad de especialista en volar cajas fuertes, de acuerdo con una propuesta previa de dos compinches, accede a participar en un hecho delictivo. Pero pone como condición poder ir con su hijo, un bebé de meses, a quien debe cuidar según recomendaciones de su cónyuge, que es muy estricta, para que el heredero reciba también, por su sola presencia, parte de los beneficios.   —246→   La escena alcanza su punto culminante cuando Butch deja las herramientas de trabajo ya que ha llegado la hora de darle el biberón a la criatura. Aquí la veta de ternura de Runyon que fluye, por lo general subterráneamente, sale a la luz. Para terminar con los ejemplos, en «Madame la Gimp», un gánster poderoso hará pasar a una mendiga amiga suya como dama de la sociedad en ocasión del casamiento de la hija de aquella con un empingorotado mozo perteneciente a una familia española de la nobleza.

Es el espectáculo de toda una sociedad en la que instituciones e individuos exhiben una notable distorsión entre lo que debería ser y lo que es, y que genera de este modo una literatura específicamente picaresca. Sus autores observan y cuelan a través del tamiz de su arte y su entendimiento un escenario grotesco, absurdo, como también aquellas contradicciones que no encajan dentro del marco de lo que habitualmente se entiende como norma. Lo previsible se torna imprevisible, y el puño de las posibilidades se abre y muestra las anomalías que, por otra parte, no son tan graves como para merecer una aniquilación. Basta reírse de ellas, el acto concentra allí su virtud terapéutica y liberadora. Así obra Cancela cuando despliega la ostentosa fachada, podrida en su basamento, del oropel de una sociedad que vive en el clima hipócrita de las apariencias. Y Damon Runyon, al arrojar luz sobre sus delincuentes de buen corazón y dotarlos de un slang pintoresco, donde se exponen los rasgos que desembocan en una risa franca, declara que algo anda decididamente mal en el cuerpo social de su conocimiento directo.

En ambos casos, el héroe auténtico de estos muestrarios de antihéroes es el lenguaje. El atildamiento y cuidado expresivo de Cancela omite las descripciones del mundo natural y es parca su utilización del diálogo, siempre ocurrente. Pero, a través del lenguaje, ambienta a sus muñecos, los define y delata en sus defectos (ninguno mortal), y les otorga, mediante sus dichos, una vida propia. Cada uno habla según lo que es (o mejor, según lo que su autor quiere que sea) espiritual, material, social e individualmente.

En Runyon los sucesos fluyen de un modo más suelto y desenfadado. El texto resulta más apretado, consecuencia de su oficio de periodista, como si no fuera construido con el ademán del estilista que Runyon indudablemente es. Pero la mezcla de pintoresquismo y un   —247→   tratamiento original de su prosa, en rigor intraducible, da vida auténtica a sus desaforados, contradictorios o tiernos personajes, lo que contribuye a realzar, de un modo irresistible, los efectos cómicos perseguidos.

Con sus afinidades y sus polaridades, Cancela y Runyon constituyen dos enfoques altamente destacables de la literatura picaresca surgida en los extremos de nuestra común América en la primera parte del siglo XX. Abundan, eso sí, entonces y ahora, los pícaros, pero ello sería motivo de una comunicación que excede el marco de esta reunión académica.