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ArribaAbajo En el sepelio de Martín Alberto Noel

20-02-2001
Homenaje de la Academia Argentina de Letras


Federico Peltzer


En nombre de los miembros y del personal de la Academia Argentina de Letras, cumplo con el penoso deber de despedir a nuestro querido colega, el doctor Martín Alberto Noel.

No hace mucho que recibimos, con solidario dolor, la noticia de la inesperada desaparición de su esposa. Algunos de sus amigos, por el momento en que ocurrió, no tuvimos oportunidad de expresarle entonces, personalmente, nuestra solidaridad. Si así nos ocurrió a los que, unidos por el afecto, nos sentimos a su lado, imaginamos hasta qué punto ese dolor, a una altura de la vida en que semejante ausencia es irreparable, habrá afectado a este amigo que hoy acompañamos. Quienes tenemos fe en que algo humano sobrevive, sentimos que no hablamos vanamente y con palabras de simple consuelo. El hombre íntegro, el escritor y profesor inteligente, el crítico ecuánime, el colega afable y comprensivo que fue Martín Alberto Noel, merece haber alcanzado esa forma de vida y paz que nos promete el mensaje de Cristo.

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Nació en 1919 y se educó en Francia y en nuestro país. Tenía la sencillez propia de quien pudo moverse naturalmente en una nación de arraigada cultura, como Francia, y en otra con avidez por aquélla, como lo fuimos antes y algunos pretendemos volver a serlo. Noel fue profesor universitario en la cátedra de Literatura Iberoamericana, siguiendo la trayectoria trazada por maestros que no desdeñaron el pasado ni los nombres ilustres con que se fueron formando nuestro pensamiento y nuestra literatura. A ello unió su labor en el campo de la creación y la crítica literarias.

Fue un intelectual consciente de la realidad imperante en el mundo y, particularmente, en nuestra América. Los movimientos sociales y las revoluciones que agitaron a sus repúblicas le inspiraron ensayos en los cuales demostró la claridad de su visión y ecuanimidad para juzgar. Así elaboró también sus numerosas críticas, aparecidas en diversos periódicos, siempre justicieras y exactas, aun cuando sus ideas estuvieran muy lejos de los autores analizados. Con idéntico espíritu abordó la crítica literaria y la orientó hacia figuras brillantes, como Darío, de probada docencia, como Groussac, o cultores de nuestra tradición provinciana, como Martiniano Leguizamón.

Noel escribió novelas, como La balsa, La chilena, Oveja negra, Los ex y Casi amante, merecedoras de reconocimientos y distinciones. También se interesó por la biografía novelada y, en tal sentido, es ejemplar su equilibrio y la justicia con que trata al personaje de Sí, juro, el general Agustín P. Justo.

Miembro de número de la Academia Argentina de Letras, ocupó desde 1991 el sillón consagrado a Esteban Echeverría. A partir de su recepción, a cargo del doctor Delfín Leocadio Garasa, y cuyo tema fue «Hispanoamérica, formas de la aventura», colaboró en diversas comisiones, rindió homenaje   —173→   a escritores ilustres, como Andrade, José Asunción Silva, Rafael y Pedro Miguel Obligado, Carlos María Ocantos y otros. En dichas ocasiones unió la belleza formal de su discurso con la valoración exacta de los destinatarios.

Con la enseñanza, los libros y los otros trabajos, contribuyó a la cultura de nuestro país. Quizá, por encima de todo ello, se situó el hombre de bien, afirmado en una conducta ética que, unida a su saber, le valió ingresar, en el año 2000, en la Academia de Ciencias Morales.

Hermana a nuestras dos instituciones el dolor de su pérdida. Pero, más allá de la actuación pública, quedará en nosotros, los que compartimos tantos diálogos, la imagen de alguien culto, sencillo y bueno, firme en sus convicciones, en una época que no suele cultivarlas, pero tolerante y comprensivo, cuando las opiniones dejan de ser tales y se vuelven agravios para quienes no piensan igual.

El dolor es una carga difícil de sobrellevar, aun para los fuertes y los bondadosos. Tal vez no pudo enfrentarlo con la misma entereza que empleó para sus múltiples trabajos. Quede ahora el testimonio de nuestra dolorida comprensión; más aún, de nuestro hondo afecto de amigos. Y quede a los suyos, sus hijos y descendientes, el consuelo de haber heredado el ejemplo de alguien que encarnó el saber unido a la humildad, la firmeza junto con el respeto, la honradez intelectual y un uso cabal del don recibido, acaso la más poderosa carta de presentación al volver al seno del Padre.