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ArribaAbajo Berta Elena Vidal de Battini y sus estudios de la lengua y el folklore

Ofelia Kovacci


Berta Elena Vidal de Battini nació en San Luis y profesó un hondo amor por su provincia y por la Argentina toda, sentimiento que tradujo a través de su obra, es decir, del mejor y más trascendente modo. Es que su obra la proyecta -como proyecta el conocimiento del país- más allá de nuestras fronteras, de una manera constructiva, profunda y perdurable. Sus investigaciones sobre la lengua y el folklore argentinos siguen siendo documentos de muy alto interés en los estudios internacionales sobre esos temas. Su nombre sobresale entre los más serios investigadores del país y entre los más apreciados en el mundo.

Berta Elena Vidal de Battini fue maestra normal nacional y profesora en Letras, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En el Consejo Nacional de Educación llegó a ser supervisora técnica. En la Facultad de Filosofía y Letras fue profesora en los departamentos de Letras y de Antropología, en los que dictó Filología hispánica y Folklore argentino. Intervino en numerosos congresos de su especialidad. Por sus relevantes méritos fue elegida en 1983 Académica de número de la Academia Argentina de Letras.

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Había nacido en 1900 y murió en 1984, todavía en pleno dominio de sus capacidades, dedicada sin descanso a la investigación, pero herida en lo íntimo por una resolución inconsulta de la Facultad de prescindir de su actividad.

En su primera juventud su vocación la condujo también a la creación literaria. Publicó Agua serrana en 1931 y Campo y soledad en 1937, libros en los que está presente su tierra de San Luis. Fue en la década del 30 cuando se inicia su labor científica de investigadora de la lengua y el folklore, que nos deja tres obras de gran envergadura -cualquiera de ellas consagratoria- y numerosos estudios dispersos en revistas y libros.

Desde muy joven Berta Elena Vidal de Battini emprendió el estudio de la cultura verbal tradicional de su provincia, San Luis, y este aspecto y el lingüístico, la preocupó y la condujo a centrar su tarea en el Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, por entonces el más renombrado de toda América. Durante años trabajó en la recolección y análisis minucioso de los materiales que se volcarían en su libro El habla rural de San Luis, séptimo y último volumen de la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana que publicaba el Instituto. Al prologarlo, Amado Alonso lo llama «la perla de nuestra biblioteca». Es que un aspecto fundamental del planeamiento de la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana era el de la variación regional en el país, y el libro de Berta E. Vidal de Battini inaugura esa línea de estudio en condiciones «casi ideales», según Alonso, por la conservación hasta ese momento de rasgos tradicionales y por las condiciones de la autora, que además de su formación filológica, era una sanluiseña que pasó su infancia en el campo y mantuvo su amor por «la vida material y espiritual» de su patria chica: aunó «la experiencia a la vez que la ciencia».

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Mencionaré unos pocos aspectos entre los muchos sobresalientes de este libro. En el capítulo dedicado a la fonética son del mayor interés las observaciones sobre las tonadas o canto, es decir, las entonaciones regionales comunes a todos los hablantes, aunque más marcadas en las zonas rurales. (Aún hoy son raros los estudios dedicados a este aspecto de la lengua en la Argentina.) Los dos tipos de tonada peculiares en la provincia: la puntana, que abarca todo el centro y el sudoeste, y la nortina, que comprende una franja del norte, se describen con precisión a pesar de ser observaciones «tomadas al oído, sin el auxilio de aparatos especiales», como dice la investigadora, que adelanta la hipótesis del origen de la tonada en «la entonación con que el indígena del lugar moduló su lengua, y que él y su hijo dieron también al español» (p. 28). La tercera zona, sudeste, colonizada en las últimas décadas del siglo XIX, tiene en cambio entonación similar a la de La Pampa y gran parte del Litoral.

La documentación histórica acerca de la composición de la población en las distintas áreas, la comparación con la entonación de otras provincias y el apoyo de los datos de varios estudiosos sobre el fenómeno en otras zonas de América, son rasgos metodológicos que hablan del rigor con que la autora elaboró los materiales. Más aún, al tratar el «destino de las tonadas provincianas», sus observaciones de años le permiten apreciar el fenómeno del cambio en marcha.

El mismo dinamismo lingüístico observa la autora en el cambio de acento de ciertas palabras, fenómeno que se desarrolló en España y América en forma independiente. «El habla rural de San Luis -dice- mantiene las dislocaciones acentuales del tipo máiz, páis en un grupo de palabras, mientras que en otro ha comenzado ya el retroceso». Se oyen todavía esas acentuaciones, pero predominan «país y maíz, que son las más generales». No obstante, las pronunciaciones rústicas aparecen en coplas y refranes:

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Conversame que no ti oigo
tengo una paja en el óido.

En la puerta de mi casa
tengo un paráiso florido
no vas a decir a nadies
que los dos somos queridos.



Abundantes son los detalles, siempre comparados con los de otras zonas, sobre otros fenómenos como la diptongación (como en la frase oída por la autora: Trienzo una riestra de ajos), y el contrario: la reducción de diptongos (cencia, aparencia, Uropa, quera), las metátesis (Grabiel, redetir, polvadera, Idelfonso, mientras más grande más zonzo), la disimilación (mormullo, peturbar, interpetar, Benardo), la asimilación (de nasales: imenso, imigrante, de la u por la g siguiente: Agusto).

El estudio de la morfología abarca las tres cuartas partes del libro, con descripciones exhaustivas y agudas. Por ejemplo, el tratamiento de la flexión verbal abunda en observaciones como la del progresivo abandono de la forma de la segunda persona singular, presente de indicativo en -áis, -éis (cantáis, queréis) alternante con la de origen chileno en -ís, y su sustitución por la general argentina en -ás, -és (cantás, querés). Dicen así coplas populares, donde también se observan otros rasgos rurales:



Si es cierto que me querís,
¿pórque mi andáis mañeriando?;
¿pórque te me vais con otro
y me dejáis aguaitando?

Me quisisteis y te quise,
mi olvidasteis, ti olvidí,
me colgasteis la galleta,
yo también te la colguí.



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Otro aspecto importante y prácticamente completo, es el de la formación de palabras. Lo es también el tratamiento de aspectos sintácticos, de preposiciones y conjunciones, de diminutivos, aumentativos y superlativos, el repertorio de adverbios. Un breve examen de este último tema nos ilustra sobre su método de trabajo y su visión abarcadora de los fenómenos culturales, en los que ve lo actual y lo tradicional como dos aspectos de un mismo objeto. Así el habla viva puede haber quedado registrada mucho tiempo antes en la copla, el refrán, el cuento folklórico.

Entre los adverbios observa la existencia de arcaísmos como agora, que predomina en todas las comarcas; pero alterna con la forma moderna ahora. Entonces suele perder su s final, o reducirse a entós, entó. Aparece en la copla:


Entós cante sin cuidado
no tenga que desconfiar,
pero acá ande se ha metido
ni el Diablo lo va a sacar.



En tiempos de "en tiempo muy antiguo" da lugar a giros como: (Acá corría plata) en tiempo del botón bambula (que era un botón esférico), en tiempo de María Castaña, en tiempo 'e Ñaupa o en forma desgastada en tiempo 'e Ñau, expresiones que emplean la palabra quichua Ñaupa, que significa "antiguo". Dice la copla:


Una vieja muy vieja
del tiempo 'e Ñaupa,
bailaba con espuelas
¡qué vieja gaucha!



La variante es chaucha: del tiempo 'e chaucha, que alude a la moneda chilena.

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Los sustitutos populares de algunos adverbios son: ai de ahí, ande por donde y se usan formas como abajo, atrás, adentro en lugar de debajo, detrás, dentro, que se consideran afectadas. La copla de abolengo español dice:


Abajo de un sauce verde
ande corre el agua fría
le entregué mi corazón
a quien no lo merecía.



Las expresiones de ajuera y de pajuera con el significado "de otro lugar" son dichas por la gente de las poblaciones respecto de los del campo; y en el campo, acerca de otros lugares lejanos y rústicos: Hablaban a los gritos los de pajuera. Derivan así ajuerano y pajuerano con el significado "rústico" (aunque en Buenos Aires se dice pajuerano de los del interior). En cambio, "de este lugar", "de estos lugares" es de puaquí. Doña Berta Elena encuentra la copla ejemplificadora:


Yo no soy de puaquí / soy de pajuera,
di ande secan los platos / con la pollera.



Entre los adverbios de modo señala como corrientes en San Luis adrede (bastante culto en otras zonas) o adré; y las formas (arcaicas o rústicas en otros lugares) priesa y apriesa: Apúrate, date priesa.

A la yanca ("desatinada"): Atendé bien lo que te estoy diciendo, no agarrés pa la yanca. Esta expresión se registra como sumamente frecuente en San Luis en todos los estratos sociales. Yanka es palabra quichua que significa "de poco valor, sin razón". Al palo ("sin comer") alude al palenque o árbol: El pobre caballo está flaco porque ha estau muchos días al palo; es empleado en tono festivo en la frase El médico me tiene al palo.

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Un breve capítulo del libro está dedicado a «gestos y ademanes» que acompañan al habla. Este tema, valorizado por la semiótica en la actualidad (cf. el libro de Fernando Poyatos La comunicación no verbal de 1994), complementa las observaciones lingüísticas, pues -dice- el puntano usa los gestos, ademanes y movimientos que cree necesarios para hacer cabalmente claro y concreto su hablar; a veces los emplea como recursos de gracia y picardía. Por ejemplo: No esperaría de Pedro ni un centavo, si es así (se cierra el puño o se golpea el codo); o Podés confiar en este hombre, que es así (se muestra la palma de la mano abierta). Gestos imitativos suelen acompañar los relatos:

Como si esta silla fuera el matorral (la toma y la pone en medio del espacio que es la escena imaginaria), el ternerito chiquito 'taba escondíu aquí (toma una piedra que está a mano y la pone delante); la vaca 'taba comiendo como a distancia de aquel árbol, (señala), etc., así como la imitación de movimientos y actitudes de animales de los que habla.



A veces el gesto requiere una expresión de conjuro: Tiene una puntada acá, ¡Dios me guarde! Observa agudamente que el conjuro ¡Dios libre / guarde! contrarresta la creencia supersticiosa de que al señalar aparecerán los dolores, enfermedades, etc., mencionados.

La segunda obra de largo aliento de Berta Elena Vidal de Battini es El español de la Argentina, de 1964. Diez años antes se había publicado una primera elaboración y posteriormente la autora actualizó la totalidad de los materiales. En los últimos años de su vida introdujo nuevos datos en varias secciones al preparar la tercera edición.

La obra le había sido encargada por el Consejo Nacional de Educación -caso único hasta entonces y no repetido después para proyectos similares- para que los maestros   —334→   tuvieran un «recurso didáctico concreto» que les permitiera -dice la autora- «elevarse desde la realidad de la lengua viva que hablan sus alumnos y los hombres de su comarca hacia el ideal de lengua culta que es el objeto de la enseñanza». El libro une el rigor científico con una exposición accesible a los maestros, que ciertamente no son lingüistas, y les permite conocer las diferencias; dialectales y su nivel sociocultural.

Ángel Rosenblat, en el Prólogo, sitúa esta obra en la línea del ilustre Andrés Bello, quien con sus Advertencias sobre el uso de la lengua castellana dirigidas a padres y maestros influyó en la corrección de formas del habla de los chilenos en el siglo pasado. Efectivamente, Battini señala:

En cincuenta años la escuela corrigió la mayoría de las impropiedades y defectos denunciados por Bello. A la escuela se debe el que en el habla del pueblo chileno haya sido reemplazado, casi completamente, el arcaico vos por el tú y se haya impuesto el uso de las formas verbales correctas [según el concepto de Bello] (tú sales, mandas tú, acuéstate, márchate). Este ejemplo nos llena de esperanzas en nuestra empresa. ¿La escuela argentina podrá lograr tan admirables frutos? (p. 14)



El español de la Argentina, por su base filológica no es, sin embargo, un repertorio de normas rígidas fónicas, morfológicas o sintácticas para cada región de la Argentina. Es, por el contrario, una descripción comprensiva de la riqueza, variedad y dinamismo de la lengua: de la diversidad regional, y sociocultural. El libro hace comprender la legitimidad de ciertos usos en ciertos ámbitos. Expresiones como Te hei nombrado; Ite al campo a traer leña son legítimas en la región central-cuyana, la que, sin embargo, tiene también como forma rústica la conjunción: Lo busco, mas no lo encuentro. Este caso muestra la variabilidad y complejo condicionamiento del uso, ya que   —335→   en la lengua general mas no pertenece al registro oral rústico, sino al literario.

Lo que persigue El español de la Argentina es el acceso del niño, por obra de la escuela, desde sus peculiaridades locales y familiares -sin desdeñarlas- al dominio de la lengua general de la región, a su vez inserta en la del país, y ésta en la del mundo hispánico.

Sin embargo, y con toda justicia, este libro no se considera únicamente en su carácter didáctico. Con su natural modestia la autora lo presentaba sólo como una «contribución para futuros estudios» más especializados. Pero la mención del libro, lo mismo que la de El habla rural de San Luis, es inexcusable en obras eruditas que traten del español de la Argentina o del español de América.

Otro aspecto de la labor filológica de Berta Vidal de Battini fue la recopilación del léxico de la República Argentina. Tarea monumental, que sólo una voluntad como la de Berta Elena pudo emprender sin ayuda de computadoras ni de un equipo permanente de colaboradores.

De este material han surgido valiosos aportes filológico-etnográficos: «Voces marinas en el habla rural de San Luis»; «El léxico de los buscadores de oro de "La Carolina", San Luis»; «El léxico de los yerbateros»; «El léxico ganadero de la Argentina: la oveja en la Patagonia y en Tierra del Fuego»; así como la toponimia española e indígena y la nomenclatura geográfica popular en la Argentina.

Decía la doctora Battini que el único lugar del país al que no pudo llegar fueron las Islas Malvinas, aunque recolectó léxico malvinense en Río Turbio, en la Patagonia. En 1982 publicó con este material un artículo en el diario La Nación: «El léxico español de las Malvinas». Dice allí que el nombre «Malvinas» proviene de Malouines, adjetivo derivado del nombre geográfico francés de Saint Malo, lugar de donde procedían los colonizadores que llegaron a las islas con Luis Antonio de Bougainville. Del nombre   —336→   Malvinas derivan los gentilicios malvinero y malvinense, el primero empleado en las islas (como analógico de islero) y el segundo en el resto del país (ambos en el Diccionario de la Real Academia Española). Cuando ella recogió sus datos el léxico español de Malvinas era popular rural; se conservaban gaucho, pión de campo, dicho de los campesinos nativos, cuidadores de ganado; se usaba la palabra mate, pues también se conservaba la costumbre del campo, así como bombilla, yerba, calabaza, caldero / calderita (estas antiguas en el habla rural argentina). También aparecían los vocablos campo, estancia, vaca, vacuno, tropilla, manada. Se mantenían los nombres de la silla de montar y guarniciones del caballo: apero, recado, manea, tiento, verbos pialar, maniar, ensillar. Los nombres de pelajes de animales eran españoles, entre ellos: bayo, overo, cebruno, zaino, azulejo, picazo, tordillo, etc.

Existen (o existían) nombres geográficos de origen español: la Costa se refiere a la Patagonia; en las islas se encuentran Rincón, Rincón de los Moros, Rincón Grande, Cerro Chato, Cerritos, Los Cerritos, Laguna Verde, Laguna Lorenzo, etc. Encontró también combinaciones de términos españoles e ingleses, así en la Isla Soledad: Ronda Mountain, Dos Lomas House, Bombilla Hill, Ghost Arroyo («arroyo del ánima»), Old Orqueta. Concluía la señora de Battini: «Este conmovedor mantenimiento de un gran caudal de nuestra lengua española y de las tradiciones del país, conforman un verdadero vínculo espiritual que un siglo y medio no ha conseguido borrar».

La última publicación de gran envergadura está dispersa. Las autoridades nacionales o provinciales -dice- «me facilitaron medios de transporte para llegar a los lugares más lejanos y de difícil acceso. Y los he usado todos, desde los más modernos hasta los más primitivos: entre ellos el caballo y la mula para los lugares de malos caminos y para escalar montañas. He hecho también recorridas a pie, como   —337→   lo hacen los investigadores europeos». Esta esforzada tarea fue llevada a cabo en más de ciento cincuenta viajes, patrocinados en parte también por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y posteriormente por el CONICET. El material va documentando etapas históricas del poblamiento del país, pues es más abundante en regiones en que la colonización fue más antigua y en las zonas más conservadoras, y escaso en diverso grado en las regiones de colonización más reciente. Entre las primeras está la Puna, de dispersa población de pastores indígenas -los collas-. Aculturados sus habitantes con influencia hispánica desde la conquista del Perú, en la Puna se conserva abundante cantidad de narraciones españolas y algunas indígenas. La Patagonia, aunque de difícil exploración, como la Puna, en cambio no ofrece su riqueza folklórica, ya que su poblamiento es más reciente, escaso y con predominio de extranjeros. Otras zonas de colonización reciente, sin embargo, pueden aportar mayor riqueza, como ocurre con Neuquén y en parte Río Negro, por su proximidad con regiones más tradicionales y el asentamiento de migrantes de estas regiones, así como de chilenos, muchos de origen mapuche, en zonas ganaderas. La región guaranítica ofrece folklore guaraní-español y es lugar de colonización muy antigua y también reciente.

Los cuentos populares en todo el mundo han tenido su función en la vida familiar y social. Se narraban y probablemente se sigan narrando a los niños, para darles -según la señora de Battini- «El sentido recóndito de la vida». Tienen también su función en la reunión familiar, de vecinos o amigos. Están presentes asimismo cuando un grupo trabaja en común: mientras se hila o se teje, en el descanso de la trilla, la esquila o los arreos de ganado (Don Segundo Sombra presenta esta situación en dos pasajes) -verdaderamente monumental- de la doctora Battini son los nueve volúmenes publicados, en 1980 por Ediciones Culturales   —338→   Argentinas, de Cuentos y leyendas populares de la Argentina. Anteriormente la autora había anticipado algunos: «Leyendas populares de la provincia de San Luis» (La Nación, 1.º de enero de 1937); y Mitos sanluiseños (1925). Más de treinta años le llevó recolectar en todo el territorio, junto con los fenómenos lingüísticos, el rico tesoro de cuentos y leyendas folklóricos. Ya en 1921 el Consejo Nacional de Educación había encargado a los maestros una encuesta, y en 1930 a Juan Alfonso Carrizo, para seleccionar materiales destinados a la enseñanza. En 1960 la autora publicó con materiales de la encuesta y propios Cuentos populares de la Argentina. La colección de 1980 recoge más de tres mil versiones de diversos cuentos con sus variantes provenientes de la tradición oral.

Al tiempo que recogía tan rico acervo, Berta Elena comprobaba su paulatina disminución, correlativa del avance de nuevas formas culturales (la radio, la mecanización de las labores campesinas).

Esta recopilación fue -según ya dijimos- paralela a la investigación que hizo la autora acerca de las hablas regionales; por ello es que, en su visión de la cultura, la lengua y las creaciones verbales, la naturaleza y el hacer del hombre son interdependientes, y el conocimiento de un aspecto no es completo sin el de los otros. Señala que su primer trabajo, su investigación sobre el habla rural de San Luis, le permitió adquirir experiencia para una tarea de mayor envergadura, como es el estudio de la lengua y el cuento folklórico de todo el país, aun cuando las bases de esa experiencia están en su propia infancia: el oírlos en su provincia natal en boca de campesinos y en su propio hogar.

El Consejo Nacional de Educación apoyó su trabajo permitiendo que los maestros primarios colaboraran en las encuestas, y facilitando a la investigadora la permanencia en lugares muchas veces inhóspitos y las entrevistas con informantes en zonas donde la población, el desarrollo de   —339→   las comunicaciones, la difusión de la radio y la mayor mecanización del trabajo han hecho que la narración de cuentos haya ido perdiendo terreno, y con ello la conservación viva de ese rico material.

Sostiene la autora que el cuento es una de las primeras manifestaciones artísticas del hombre y el origen de la narración en prosa, lo que no obsta para que exista la narrativa en verso, que por sus características (ritmo, métrica, rima) ayuda a retener al repetir, como lo hacían los rapsodas o los juglares. Nos remontamos así a épocas de un pasado muy difícil de determinar como origen de muchos cuentos o sus motivos, y a la intervención de muchos pueblos -Egipto, la India, Asia Menor, Grecia- que han contribuido a la formación de este cuerpo de manifestaciones artísticas folklóricas. El cuento egipcio de «Los dos hermanos» es el más antiguo de los conocidos, de alrededor de 1220 a. J. C., y se conserva en un papiro en el Museo Británico. La transmisión oral, muy activa en tiempos lejanos, permitió que a través de España muchas narraciones llegasen a nuestras tierras. En la Edad Media, se habían traducido del árabe colecciones de cuentos provenientes de la India, y el Infante Don Juan Manuel incorporó a su Conde Lucanor cuentos ejemplares tomados de la tradición llegada con el asentamiento en Europa en la Antigüedad de pueblos de Oriente, o con el comercio en el Mediterráneo, o con los árabes.

La investigación sobre el cuento popular es relativamente reciente. Los cuentos de Ma mère l'Oye (1697) de Charles Perrault, basados en la tradición oral son -dice la autora- un punto de partida para el trabajo científico. Éste se inicia con la colección de cuentos populares cumplida en Alemania por los hermanos Grimm y publicada entre 1812 y 1814. La ciencia del folklore queda establecida en la segunda mitad del siglo XIX, cuando empiezan a estudiarse cuentos de todo el mundo, y no sólo de Europa. Estudios de este tipo permiten documentar por ejemplo, en relatos   —340→   recogidos en comunidades indígenas tan distantes como tehuelches y mapuches en la Patagonia; tobas, pilagás, mocovíes, matacos y otros, del Chaco, una cantidad de cuentos de origen español.

La colección de la doctora Battini se presenta ordenada según tipos, motivos y rasgos de motivos, de acuerdo con clasificaciones establecidas internacionalmente, sumamente útiles para la comparación y la determinación de materiales antiguos y nuevos. En efecto, en 1910 se publicó un catálogo general de tipos de cuentos del estudioso finlandés Antti Aarne, ampliado en la década del 30 por el norteamericano Stith Thompson (Índice de motivos de la literatura folklórica) que orientan la clasificación atendiendo al contenido de los relatos. En otros casos la autora sigue la clasificación de Aurelio Espinosa, autor del «estudio más erudito que tenemos del cuento popular», y también otras clasificaciones posteriores, como las estudiadas en el Congreso Internacional de Atenas, en 1965, sobre la investigación de la narrativa folklórica, todo ello debido a la complejidad del corpus, pues -dice- «el cuento de la tradición oral es infinitamente conservador e infinitamente cambiante».

En la colección de la doctora Battini el término cuento es un nombre genérico para todos los relatos folklóricos; comprende varias especies de cuentos: leyendas y sus subdivisiones, el cuentecillo humorístico, la anécdota, el caso o sucedido, la tradición (de lugares, personas, acontecimientos). Por otra parte, la organización de los cuentos da importancia a la dispersión geográfica del material, clasificación por provincias y subregiones dentro de cada una. El ordenamiento de los cuentos por provincias está también sujeto a pautas: primero las provincias del NO-Centro desde Salta y Jujuy hasta Mendoza, San Luis y Córdoba; después las del NE-Litoral desde Formosa y Misiones hasta Tierra del Fuego y las Islas Malvinas. De esta manera se   —341→   pueden determinar las áreas temáticas según el movimiento de difusión de los cuentos. En efecto, la autora agrega mapas en los que el grisado muestra para cada grupo temático la zona de vigencia. Así el movimiento de dispersión se observa en otro mapa con líneas (orientadas con flechas) indicando la difusión según las dos grandes regiones NO-centro y NE-Litoral-Sur.

La clasificación temática comprende: 1) cuentos de animales; 2) cuentos de animales y hombres; 3) cuentos de magia o maravillosos; 4) leyendas; 5) cuentos religiosos y humanos; 6) cuentos humorísticos; 7) cuentos varios.

Nos referiremos brevemente al estudio de los cuentos de animales. Por su número -dice la autora- son una característica del folklore argentino: «Nuestro pueblo siente verdadera preferencia por este cuento breve, gracioso, aleccionador, que refleja el ambiente y las costumbres de la vida campesina y las modalidades de los animales de su fauna, ingeniosamente humanizados». De herencia española, con su origen remoto en la antigüedad clásica y oriental, también contienen elementos de la Edad Media europea con los que se elaboró, por ejemplo, el Roman de Renard, obra literaria francesa del siglo XIII. En nuestro país los cuentos y sus motivos presentan recreaciones adaptadas a los ámbitos geográficos. Los cuentos de animales son clasificados por Espinosa como esópicos, ya que su lejana ascendencia se relaciona con las fábulas de Esopo y sus fuentes. Los personajes son animales domésticos, por lo general los del cuento europeo, y animales de la fauna regional, aunque éstos a veces tienen también los nombres de animales europeos (recordemos que los españoles, por su semejanza, llamaron al puma «león americano», al jaguar, «tigre americano», etc.); otras veces son los nombres aborígenes los usuales (quirquincho, guanaco, aguará) o nombres de formación nueva, como hornero, casero o alonsito. Los animales actúan de acuerdo con sus modalidades peculiares, como   —342→   en el cuento europeo. El zorro es símbolo de astucia y picardía, y así lo consagra el folklore occidental (en el oriental su papel es ocupado por el chacal); es un animal que vive en todo el territorio argentino. En el Roman de Renard el antagonista es el lobo. La inexistencia de este animal en nuestra fauna se suple con otros animales crueles y sanguinarios: el tigre (el jaguar) o el león (el puma). En este ciclo el zorro triunfa con inteligencia sobre la fuerza; y es también el triunfo del humilde sobre el poderoso. En otros cuentos el zorro es burlado por animales más débiles: gallo, armadillo, quirquincho (o peludo), el hornero, casero o alonsito, etc. Además aparece el antiguo recurso de dar nombre propio al animal: Juan Zorro, nombre o apodo de un juglar gallego-portugués del siglo XIII, Joan Zorro. También puede llamarse Juan el Zorro, don Juan Zorro, don Zorro, Juan, don Juan, Juancho, «según el gusto del narrador»; su mujer es Juana, doña Juana, y sus hijos Juanitos. Otros nombres propios de animales son Ildefonso y Simón, para el tigre; Alejandra, la calandria; Alonso y Alonsito, el hornero; etc. En una versión difundida en las provincias del NO, el cuento de «El zorro y el quirquincho» desarrolla dos motivos. El primero presenta el quirquincho o peludo haciéndose el muerto para robar los panes o empanadas a las mujeres que pasan; éstas lo levantan y lo ponen en el cesto, y el quirquincho se lleva los alimentos; el segundo motivo presenta al zorro, que pretende imitar al carpincho, pero es apaleado o muerto. En esta versión el humilde burla al listo que se cree todopoderoso.

La señora de Battini dice que en lo regional está lo universal. El corpus publicado es «un aporte argentino a la ciencia universal», pues la Argentina «conserva, recrea y enriquece la herencia del cuento popular español y revive la tradición oral occidental, que asimiló elementos milenarios de la tradición oriental, pero adquirió características propias que la singularizan».

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La enumeración, incompleta por cierto, y la brevísima reseña que hemos hecho de la labor filológica y folklórica de la señora de Battini nos revela, además de sus valores, en el terreno de la ciencia lingüística y el folklore, una visión siempre integradora de la lengua y la cultura, de las huellas de una en la otra, de su interpretación. Ejemplos son sus estudios del español desde sus orígenes en la colonización, como su examen de las voces marinas en tierra firme; del sustrato indígena en las tonadas regionales o en la toponimia; de la influencia de la inmigración comentada en El español de la Argentina. Todas éstas son vertientes que confluyen en la fisonomía peculiar de la lengua en la Argentina. Pero además está el interés de la autora por el reflejo lingüístico de las actividades básicas que conforman una cultura: el trabajo y la creación verbal. De ahí sus vocabularios sobre labores específicas y la constante mención del acervo folklórico como testimonio de la vida del lenguaje, así como la recopilación del tesoro de cuentos y leyendas populares.

Sin agotar las enseñanzas que nos dejan todas estas obras, subrayamos la preocupación de la doctora Vidal de Battini por la integración lingüística nacional a través de la escuela elemental, sin desdeñar las variaciones regionales prolijamente estudiadas y valoradas en cuanto a su vigencia local. Al mismo tiempo su preocupación por todos los aspectos culturales, que, en relación con la enseñanza, dieron impulso a sus trabajos de antóloga de la riqueza cuentística dedicada a los escolares (Cuentos y leyendas populares argentinas, Consejo Nacional de Educación, 1940). Finalmente, cabe señalar la apertura, integradora de la unidad espiritual, que propone hacia el español de América y España, reflejada muy especialmente en El español de la Argentina.