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ArribaAbajo Jorge Vocos Lescano: la eternidad que puso en movimiento2

Lila Perrén de Velasco


En un breve poema de su libro titulado Con la figura el temblor que puede considerarse la síntesis en verso de su teoría poética, Vocos Lescano escribe:


Y si todo lo que existe
se va, se va, buena amiga,
qué quiere usted que le diga:
si canto es de puro triste,
de puro querer que siga.


(Op. 241 - Tomo I)                


Bajo la aparente ligereza del texto, se evidencia la necesidad de eternizar la fluencia de lo real fijándola en la palabra, tratando de conseguir ese remedo de inmortalidad que es perdurar, al menos, en la segunda vida manriqueña: la del recuerdo.

Ya en sus «Notas para una Antología» Vocos Lescano había expresado:

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Desde el comienzo de mi vocación he pensado que con la poesía se trata de descubrir la hermosura que hay en todo y de fijarla en la expresión para salvarla del tiempo.

Enamorado y dichoso deslumbramiento frente a la hermosura de la vida; obstinado y sombrío desvelo por sustraerla de la corriente del tiempo, por salvarla de su acción, tratando de fijarla por medio de la palabra.


En el soneto que dedica a Nalé Roxlo le dice: «tu voz... todo lo salva del mortal anhelo». Y a Murena, ya en el trasmundo, volviéndose «a la lejana juventud tan llena / de tanto verso y noches, y muchachas», le pregunta: «¿Qué me quieres decir? ¿Es que en el canto / la salvación está? ¿Por fin supiste?».

Podríamos multiplicar los ejemplos en prosa o en verso para descubrir sus motivaciones poéticas esenciales: «celebración de la entrevista hermosura... la obsesión de su irremediable transitoriedad» y la poesía como instrumento de salvación. Del propio poeta, en primer término, por cuanto algo de su espíritu perdura al objetivarse en el canto. Es lo que dice Horacio al final del tercero de sus Carmenes: «No todo moriré y mucha parte de mí / escapará a la muerte». Pero es además salvación de la realidad al redimirla en la palabra, donde permanece «significada», comprendida en el sentido de sus formas. Instaurando por medio del lenguaje un «ver» distinto, de temporalidad trascendida. «Con que una vez te des, tan solamente / la vida, el ser y todo está salvado», escribe en El alma hasta la superficie. El poeta canta movido por la tristeza de comprobar la herida de temporalidad que hay en la entraña de lo real y que convierte en algo transitorio a todo lo que existe, o, como afirmaba Valverde: «la palabra poética, hija del tiempo, nace contra él para remediar su mortal acción».

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A la luz de ese marco referencial que se traduce hasta en la mayoría de los títulos de los libros de Vocos Lescano, nos proponemos una nueva lectura de uno de los sonetos más logrados del autor que se halla iluminado con una «doble luz: para leído de frente y al sesgo» como quería Machado.

El soneto pertenece al libro Día tras día, uno de los mejores del primer Vocos. Consideramos como primera etapa del poeta la que se clausura con la obra titulada Que es olvido que se junta (comprende todos los volúmenes incluidos en el 1er Tomo de su Obra Completa publicada por la Academia Argentina de Letras). El libro Día tras día que incluye liras, canciones, tercetos, verso libre, redondillas, se cierra con seis sonetos, de los cuales el que vamos a considerar, es el último. Los cuatro primeros crean un ámbito de amor, con un interlocutor interno fácilmente identificable con la mujer amada. Pero ese mismo contexto puede confundirnos y llevarnos a leer los dos últimos en el mismo código. Sin embargo, si en una primera aproximación puede ser válido mantenerse en idéntico nivel -sonetos de amor con los actores líricos yo-tú (hablante - mujer amada) creemos que el penúltimo soneto cambia la perspectiva y autoriza a decodificar el último, al que nos estamos refiriendo, desde otro ángulo. Ya no se dirige a la amada -en todo caso no sólo a ella- sino a la poesía, tal vez haciéndolas equivalentes. El neorromanticismo de Vocos, con una última raíz becqueriana identificaría los dos términos, porque como escribía el andaluz en sus Cartas Literarias a una mujer: «Poesía eres tú te he dicho, porque la poesía es el sentimiento y el sentimiento es la mujer».

Después de todo, el amor y la poesía (además de alto vuelo de la mística donde el ser finito cumple las últimas posibilidades de excederse a sí mismo), tienen en común el ser modos peculiares de conocimiento por connaturalidad. Además, si todo amor pide eternidad, la poesía es también nostalgia de lo absoluto, peregrinaje en el tiempo hacia un   —256→   sin tiempo, porque, como escribió Hölderlin: «lo permanente lo fundan los poetas». La misma metáfora, instrumento privilegiado del poeta, en su propio nombre meta-fora (llevar más allá) implica esta tendencia hacia un más allá de lo inmediato, acercando lo Otro. Nuestra propuesta de lectura surge avalada por las diversas afirmaciones de Vocos en torno a la función de la poesía, que hemos sintetizado...



Y no sabrás, como no sabe el viento
que por las hojas va, dulce o perdido,
lo que tu paso por mi vida ha sido
lo que tú has sido para el sentimiento.

Y no, tú no sabrás lo que tu aliento
dentro de mí, del ser más escondido,
con sólo un roce apenas ha podido,
lo que con nada pudo en un momento.

¡Qué has de saber! Feliz, desentendido,
desdén y más, y más porque es olvido
no llega, cruza y ya se pierde el viento.

Pero las hojas bajo el firmamento,
las hojas... ¡Oh, si hubieses presentido
la eternidad que has puesto en movimiento!


(Obras Completas, I, 132)                


Consideraremos las estrategias utilizadas en la generación y construcción del sentido de este soneto, suscitado por y en el texto e intentaremos descubrir los espacios significativos para reconfigurar el soneto desde nuestra perspectiva, es decir, cómo lo ha estructurado lingüísticamente. No ya como un poema de amor hacia la mujer sino como una metapoesía (poesía sobre la poesía y, más concretamente,   —257→   sobre los efectos que produce en «el ser más escondido» para decirlo con palabras del autor) y a través de lo cual se expresa una peculiar concepción de lo poético en dos niveles discursivos paralelos: nos habla la poesía y se habla de la poesía.

Advertimos desde la primera lectura que hay una aparición explícita de la subjetividad, que no hay ocultación del emisor. Pero también el tú se manifiesta desde el comienzo (con el pronombre personal, los posesivos o sugerido por la persona verbal: no sabrás lo que tu paso, lo que has sido; no sabrás, tu aliento, qué has de saber, si hubieses presentido, que has puesto), con lo cual se patentiza la actoralización lírica. También desde el primer verso aparece el término de la comparación explícita: el viento que se mantiene como elemento estructurante, catalizador de una serie de efectos que caracterizan la acción de la poesía en la vida humana. Viento es sustituyente de poesía y hojas de vida, por lo frágiles, transitorias, seres a término como el vivir mismo. El tú -como receptor textual- rige los cuartetos de manera recurrente. En cambio en los tercetos es el viento el que se impone, mencionado como un terceto, para volver al tú en el verso de cierre que identifica los efectos de ambos.

Después de las aserciones de los cuartetos, en los tercetos el tono admirativo -signo inequívoco de la subjetividad expresada-, se intensifica hasta culminar en el cierre climático. «¡Oh, si hubieses presentido / la eternidad que has puesto en movimiento!», Eternidad-movimiento se excluyen en tanto significan lo estático y lo dinámico, lo parmenídeo y lo heracliteano. Pero el poeta pretende conciliar los contrarios, rompiendo la lógica. Más que de una eternidad en movimiento se trataría de un movimiento hacia la eternidad llevando hasta el grado límite todos los recursos expresivos de que dispone. Los puntos suspensivos: las hojas... separadas   —258→   también tipográficamente del resto del verso, provocan un corte del discurso; se deja en suspenso la lógica racional para hacer del silencio -ese «sonido no oído»-, un espacio significativo, ya que la afirmación de lo inacabado dicta siempre finales abiertos.

La poesía es un viento que apenas roza, pero tiene consecuencias trascendentes. No llega para quedarse, cruza y ya se pierde, causante que ignora lo causado, noción que se intensifica desde no sabrás, no, tú no sabrás, hasta el exclamativo final: ¡qué has de saber! De otra manera, Vocos Lescano ha formulado la clásica definición de la poesía que dio Gerardo Diego.

(La Poesía) Es la invisible perseguida que llega siempre demasiado pronto a la cita. En todo poema ha estado la Poesía, pero ya no está. Sentimos el calor reciente de su ausencia y el modelado tibio de su carne desnuda.


(Poesía Española Contemporánea.
Antología 1901-1934
, Madrid, Taurus, 1959, p. 398).
               


El viento de la poesía, tránsito fugaz y por lo fugaz: (las hojas, el vivir) produce efectos perdurables. Las hojas ya no son lo mismo después de la caricia del viento, como no lo es la vida traspasada por la poesía. En el soneto se entrecruzan dos ámbitos: eólico y poético incidiendo en las hojas y en la vida. Además, el viento es objeto de una tendencia antropomorfizadora (feliz, desentendido, desdén, olvido, implican el clasema humano, único capaz de felicidad, desentendimiento, desdén, olvido).

Podemos preguntarnos si con este símil Vocos adhiere a la concepción del poeta como un poseído a la manera platónica. Si el viento es la inspiración, musa, genio, inconsciente, hundimiento en el propio ser, ángel, duende, «manifestación de la otredad constitutiva del hombre» que decía Octavio Paz. Cualquiera sea el nombre que se le adjudique,   —259→   en la concepción del cordobés surge la idea de algo que adviene, motiva, sacude, hace que el poeta ya no sea lo mismo, aunque sea el mismo. Es una pasividad que aguarda para convertirse en actividad -movimiento- y lanzarse hacia la extrema posibilidad de lo eterno, al mismo tiempo que descubre las máximas posibilidades de la palabra en cuanto el poeta la estira hasta desgarrarla llevándola al límite de su elasticidad, que, en la hora máxima de la lengua castellana llegó hacia arriba hasta la mística y hacia abajo hasta la picaresca. Cumbres soleadas del amor de Dios y abismos de la picardía. Es la fuerza liberadora de la poesía, dilatación de horizontes, caída de límites, superación de la facticidad, en suma, significación escatológica del acto poético; vértigo del sin-tiempo como constante aguijón.

Y así como iniciamos nuestra exposición con un breve poema de Vocos que, como dijimos, en su aparente ligereza expresaba la necesidad de eternizar lo transitorio, queremos cerrar este homenaje con otro texto escrito por el poeta próximo ya «el día del último viaje» y no editado hasta ahora:


Si algún día me muriera
que de mí no hable la gente
como se habla de un ausente
como si ya no estuviera.


Precisamente, porque no hemos querido hablar de él como de un ausente, y menos en ésta, su Córdoba, a la que dedicó de igual manera los dos tomos de su Obra Poética diciendo: «A Córdoba y su gente, con el alma», nos referimos a la eternidad que pone en movimiento la palabra poética, ofrecida como epifanía y no como salario, que es un modo de presencia para todo el tiempo.