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Buscando a Antonio Machado en Soria y Baeza

(I Centenario de la llegada de Antonio Machado a Soria 1907-2007)

Fernández Palmeral, Ramón (ed. lit.)

Cubierta

Portada interior

A modo de presentación necesario

Para la edición digitalizada de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes se hace necesario dividir el libro en dos partes. La parte primera corresponde al viaje a Soria en septiembre del 2006 con la intención de investigación y recogida de documentación para el I Centenario de la llegada de Antonio Machado a Soria (1907-2007). Una vez publicada la parte primera, me surgió la idea de continuar buscando a Antonio Machado en Baeza (Jaén), como complemento y necesario estudio o diagnosis del estado de ánimo del poeta después de la muerte de su esposa Leonor.

He utilizado el estilo epistolar por ser más intimista y director, donde el lector, queda como simple observador.

Por ello cada trabajo o partes tienen su propia bibliografía. Y consta de dos anexos: a) corresponde a la amistad de Machado con Azorín, y b) mostramos el expediente militar de Ceferino Izquierdo Caballero, suegro de Antonio Machado (inédito).

Las ilustraciones a plumilla fueron realizadas por Ramón Fernández, adjunta aquí para curiosidad de los internautas.

Este libro no hubiera sido posible sin la ayuda inestimable de mi mujer Julia Hidalgo.

El autor.

Alicante, septiembre 2007.

Buscando a Antonio Machado en Soria

Cinco cartas póstumas a Antonio Machado

Carta primera

Martes, 19 de septiembre 2006

(A modo de introducción)

Estimado don Antonio:

El próximo año 2007 se cumplirá el I Centenario de su llegada a Leonor, bueno para mí, he de confesárselo, Soria es Leonor, pequeña y coqueta como una flor silvestre. Como usted bien recordará su llegada a Leonor fue en 4 mayo de 1907, esta chiquita gran ciudad tenía en aquellos años unos 7.000 habitantes, es la antigua gran Numancia, que ahora llaman por cuestiones culturales «la bien cantada» o «la ciudad de los poetas», debido a las estancias de Gustavo Adolfo Bécquer y de Gerardo Diego. Leonor se prepara para este centenario y nosotros, mi mujer y yo, nos adelantamos a este acontecimiento para buscarle en sus calles, en sus monumentos, en sus plazas y placas, también, cómo no, por la ribera del Duero en su famosa «curva de ballesta», y por tierras de Alvargonzález y Almenar de Soria, porque además hemos querido salir de los libros, ensayos y artículos hernandianos, y hemos venido a buscarle, hemos recorrido pueblos, calles, plazas, monumentos, con la sola intención de intentar percibir la misma atmósfera que usted respirara en las alamedas doradas del Duero, en estas calles tachonadas de blasones y sillería que son como libros en los anaqueles de historia. En Soria hay una plaza que lleva su nombre por la zona nueva, ajardinada, otra calle para Leonor Izquierdo y otra para el pueblo francés Collioure, también las hay en Almazán y otro en Ólvega, una tierra agradecida.

Todo esto está muy bien, ¿pero no sería conveniente y bueno para Soria crear una Casa-Museo Machado y Leonor, al igual que la han abierto en Segovia? Empezar antes de que sea demasiado tarde y sea caro comprar primeras ediciones, y buscar objetos, enseres y vestidos de la época, siempre pensando en un futuro, en futuros siglos venideros.

El nivel cultural y literario es muy aceptable. Soria tiene cuatro Escuelas Universitarias, la de Fisioterapia, Ingenierías Agrarias, Enfermería Dr. Sala y Pablo y Educación, que depende de la Universidad de Valladolid. Fernando Sánchez Dragó, aunque es madrileño (1936) tiene la cartilla de reclutamiento como hijo adoptivo de Soria.

En fin, el propósito de escribirle es para contarle un viaje de tres días que hice con mi esposa, Julia Hidalgo, ayudante, secretaria y escudero de gran valía, se lo puedo asegurar, pues muchos de estos viajes no serían posibles si no fuera por su empuje y valor. También quiero aprovechar para ponerle al día de la situación actual en los asuntos machadianos en Soria, 100 años después de su llegada a la tierra de Soria árida y fría... (v. 1) según usted en «Campos de Soria»; sin embargo, para nosotros fue una ciudad acogedora, cálida, hospitalaria y manejable, es decir, de cintura pequeña si fuera un pantalón. También quiero preguntarle algunas dudas que tengo, estoy seguro que algunas serán para usted dolorosas de recordar.

El viaje a Leonor ha consistido en salir de Alicante «ligeros de equipaje» y como guía de carreteras Campos de Castilla (CC) edición del crítico inglés Geoffrey Ribbans de Cátedra n.º 10, 1995 (que será el que tome en adelante para las referencias y citas), fue el lunes 18 de septiembre, por la carretera de Almansa-Teruel, pasando por Ademuz la bien regada, dos noches en Teruel la mudéjar, visitar Albarracín la bien fortificada, y luego, el dí a 20, salir por la mañana para Leonor. La idea era salir por las mañanas recorrer los pueblos y sus monumentos, y por las tardes ya envueltas en dorados colores del crepúsculo recorrer las calles sorianas para buscarle, y de camino hacer algunas diligencias previas sobre los otros dos poetas adoptivos. Pero el material recogido, por los escasos días, solamente ha dado para este corto trabajo, le aseguro que volveré a recorrer con paciencia todos los lugares machadianos sorianos que me quedaron por visitar.

Este trabajo pretende centrarse en su etapa soriana y en algunos de sus poemas dedicados a Soria-Leonor y cómo no, a su dulce y duro Duero. Hemos ido en septiembre, un mes encabalgado con el verano que se va jugando con el otoño, mes en que Las hojas de un verde/ mustio, casi negras, / el viento de septiembre besa, / y se lleva algunas amarillas, secas, / jugando entre el polvo / blanco de la tierra, como usted cantara en «Soledades» (1899-1907), porque septiembre es el mes de nuestro aniversario de bodas.

«Caricatura»

Una de las cuestiones que más admiro en usted es su bondad laica y su humildad humana, su dolor de enamorado por Leonor-Soria y por ser consecuente con sus ideas políticas hasta los últimos resultados, en realidad, creo que usted murió de tristeza en tierra del exilio francés, se murió de tristeza porque creo, y permítame la licencia, vive intensamente su propia soledad de solitario empedernido, sin olvidar además, que usted fumaba más que un cubano, y todo esto, hoy se sabe que merma considerablemente la salud. Claro, también es verdad que en aquellos lejanos años se creía que el tabaco era un desinfectante de los pulmones. Nos confesó que no era sociable, pero conservaba gran afecto a las personas, había llevado vida desordenada en su juventud, algo bebedor pero sin llegar al alcoholismo (Autobiografía, escrita en 1913, para Azorín).

De esta acérrima práctica de soledades interiores en Soria nacería su obra más célebre Campos de Castilla, más los poemas no publicados e incorporados a Poesía escogidas y Poesías completas en 1917. Tampoco debemos olvidarnos de los relatos de «Las tierras de Alvargonzález» (dedicados a Juan Ramón Jiménez). El paisaje estepario, duro y árido de Castilla florece en sus versos, con una objetivación de la que habló Azorín («El paisaje en la poesía», ABC 2-VIII-12, Clásicos y modernos, 1913) otro autor de los que ensalzaron Castilla y lo castellano. El artículo azoriniano de «En la Meseta», muy bien podría ser Soria, pero será cuestión de estudiarlo parte en otro momento. Usted le envió a Azorín su libro Soledades. Galería. Otros poemas, fechado en Burgos el uno de noviembre de 1907, la dedicatoria según nos muestra la Casa-Museo de Azorín, dice: «Al pequeño filósofo, Azorín, en muestra de admiración y simpatía». Firmado: Antonio Machado. Luego le escribió dos cartas a Azorín, al maestro de Monóvar, una enviándole su autobiografía en 1913 y otra en 1916. Estoy en la idea de escribir un pequeño artículo para completar esta cortés relación epistolar, será breve, sobre todo cuando el año que viene se cumple también los 40 años de la muerte de Azorín, titulado «Azorín y Machado con Castilla al fondo». En una edición de Páginas escogidas (1917) aparece el poema CXII «Al maestro Azorín por su libro Castilla», que usted escribió en Baeza tras leer Castilla de Azorín que saldría en diciembre de 1912. Un año después usted apoyó a Azorín en el malogrado intento de que Azorín fuera elegido académico de la Lengua, pues este año fue cuando le hicieron el Homenaje a Azorín en Aranjuez el 23 de noviembre de 1913, usted le escribió un poema «Desde mi rincón», con la dedicatoria «Elogios al libro Castilla, del maestro Azorín, con motivo del mismo». Este poema se lo envió usted a Juan Ramón Jiménez, que lo leyó en dicho homenaje, porque usted no pudo asistir. (pág. 241 CC).

También le envió Poesía escogida y Poesías completas publicadas por Espasa-Calpe en 1917, 1928, 1933 y 1936, esta última también con dedicatoria autógrafa: «Al gran Azorín, con un fuerte abrazo de Antonio Machado», según el trabajo de José Payá y José Ferrándiz, «Machado y Azorín. Trasfondo literario y político de sus relaciones», para Actas del congreso internacional sobre A. M. Vida y obra (Segovia, 6, 7 y 8 de abril de 2000).

Otros hablan del paisaje como sustancia objetiva. El crítico inglés Geoffrey nos dice que el paisaje machadiano entraña una fusión entre la motivación que provoca la naturaleza y el espíritu del poeta. Resumiendo estas teorías de doctores entendidos, que lo hay en estas cuitas yo creo que usted lo que hace es introducirnos en un paisaje animado, vivo y cierto. Se olvidan los entendidos de algo muy importante en la creación poética, como es la inspiración, encontrar el término medio entre inspiración y expiración. Como usted bien sabe, no toda creación es producto de la inspiración o del aliento de las divinidades como creían los poetas griegos y latinos, sino que también queda atrás el estudio, lecturas y sugerentes ensoñaciones de un determinado estado de ánimo. Y usted tenía razón como ha demostrado el tiempo, sobre todo, cuando un ejército de poetas, posteriores a 1939, han proyectado, reflejado, resonado, continuado su estilo sobrio de expresar paisajes y sentimientos.

Manuel Herrero Uceda escribe en la revista Baquiana n.º 19-20 de Miami el artículo «Los árboles, espejo del alma de un poeta», donde nos dice: Aunque desde los tiempos de Homero, todos los poetas que hayan cantado a la naturaleza, hay uno que sobresale por encima de los demás por haber logrado una perfecta armonía entre su espíritu y el de la naturaleza misma: Antonio Machado.

Para realizar completo su itinerario soriano o lo que yo llamaría «La ruta de Antonio Machado en Soria» en tierras de Leonor-Numancia, sería necesario una semana, al menos, esto como mínimo. Nosotros fuimos demasiado precipitados, y aunque dejamos testimonio con un reportaje fotográfico de esta primera toma de contacto, equivocamos el camino para ir a los Picos de Urbión o tierras de Alvargonzález, pero también, creo, aunque parezca petulancia, que dejamos al descubierto algunas ideas y posibles veredas para que futuros viajeros-poetas los encuentren más fácilmente. Nosotros no hemos sido los descubridores de esta ruta, la ruta ya ha sido estudiada y fotografiada, lo que sucede es que la ruta espera la necesaria homologación oficial y el próximo año 2007 es la ocasión inexcusable.

De momento, para este I Centenario, el Ayuntamiento de Soria ha convocado un premio de escultura y otro para un logotipo y eslogan. Sin pensar mucho más allá de lo que alcanza mis luces mi eslogan particular sería: Machado, alma centenaria de Soria.

Todos los intelectuales reconocen que las tres figuras cimeras de nuestra poesía que traspasaron fronteras, y además, sus poemas han sido tomados para letras de canciones, han sido Federico García Lorca, Antonio Machado y Miguel Hernández.

Con respecto a lo que usted me preguntó sobre la posibilidad de salir de Collioure (Francia) y venir a reposar junto a los restos mortales de Leonor en Soria, tengo que decirle que este asunto tiene muchos problemas burocráticos y protocolarios de los ministerios de Asuntos Exteriores, quizás, si el Ayuntamiento de Soria lo mueve, podrían, muy bien, repatriarse sus restos mortales o momia machadiana, hacia el 2012, al centenario del Espino donde descansas su queridísima Leonor († 1912). Como recordará, hace años se intentó lo de traer sus restos por la Real Academia de la Lengua pero se opusieron los exiliados españoles. Yo les he dicho a los españoles en Francia que los españoles de hoy no somos los de ayer y no podemos cargar con la responsabilidad de los gobernantes de otras épocas pasadas, quizás equivocadas. En fin, no se preocupe que este asunto, seguirá para adelante.

El autor en San Polo (Soria)

Olvidé decirle que sus manuscritos pasaron a su hermano Manuel, que a su muerte en 1947, los dejó a su viuda Eulalia Cáceres. Una parte están en poder de Ernesto Ruiz González y Linares. Otra parte fue entregado por Eulalia al menor de sus hermanos, Francisco Machado (1884-1950), funcionario de prisiones. Fondo que, a la muerte de éste, pasó a manos de una de sus hijas, Leonor, y de una hija de José Machado, Eulalia. Este fondo de manuscritos fue celosamente guardado en secreto por ambas sobrinas, siendo desconocido de los estudiosos hasta que en noviembre de 2003 fue sacado a subasta en Sevilla por sus propietarias y adquirido por Unicaja, entidad malagueña. (Servicio de Publicaciones de la Fundación Unicaja. C/ San Juan de Dios, 1, 6.º 29015 Málaga).

Carta segunda

Miércoles, 20 de septiembre 2006

Estimado don Antonio:

Este medio día, sobre la una, hemos llegado mi mujer y yo a Soria en nuestro Nissan Almera, a la ciudad del Duero niño y sus álamos de doblez lírica y testigos famosos de enamorados junto a las riberas piadosas donde la «curva de ballesta» abraza a Soria con su líquido sonoro y juvenil embestida «aguas cuando ruedan» allá por el hocino estrecho y encajonado buey de agua. Llegamos por la carretera de Teruel, dejamos el equipaje en la habitación 104 del Hotel Alba, en el Paseo de Santa Bárbara, situado en la zona nueva, junto a la Residencia de la SS. Luego nos acercamos directamente a la Oficina de Información y Turismo (OIT) situada en frente de la Subdelegación de Gobierno en la calle Alfonso VIII (ya no se llaman Gobiernos Civiles a propuesta de los catalanes).

La verdad es que nos atendieron muy bien en la OIT, donde disponen de precisos y preciosos trípticos ilustrados para todos los gustos y expectativas turísticas: naturaleza, históricos (celtíberas y Numancia, románico) espacios naturales, rutas de las icnitas (huellas de los dinosaurios, guía del recolector de setas, etc., más la guía de exposiciones del pintor contemporáneo Jorge Vidal. La azafata de turismo, alta y morena, guapa de ojos claros, nos explicó todos los puntos de interés sobre el plano de la ciudad que más tarde nos daría. Pregunté: «¿Tiene una ruta de Antonio Machado?». «-No», fue su respuesta, pero con celoso bolígrafo azul deslizante me marcó con círculos la ubicación del Instituto que lleva su nombre y la ermita de San Saturio, pero nada más. Lo demás lugares quedaban a nuestro albedrío, a nuestro interés en buscar e investigar, y sólo tenía tres días para descifrar la ruta machadiana, poco tiempos desde luego.

Otro de los trípticos se llama «Soria, la capital, con los poetas», y hay algunas interesantes pinceladas sobre los tres poetas: Bécquer, Gerardo Diego y usted. Pero que creo insuficientes, para los que vamos con prisas, como yo, únicamente a saludarle, y, de paso tocar algunas piedras que, ilusoriamente, usted rozara con su abrigo, oír el rumor del río, llenarse de verdes, amarillos, azules y magentas.

Pero no hay en la OIT, que yo sepa, un tríptico específico dedicado a recorrer, directo y sin equívocos, lo que se llamaría «La Ruta de Antonio Machado» en Soria y su provincia. Para que turistas despistados como nosotros, turistas con prisa y sin paciencia, sepamos ver dónde vivió usted, dónde comía y tomaba café, impartía clases, en qué iglesia se casó o iba a misa. En la provincia nos queda la ruta de Alvargonzález en los Picos de Urbión, el famoso Lago Negro, que no tiene fondo, donde se cuenta que vive una sirena desterrada por Zeus, y sus muchas lágrimas, a lo largo de lo siglos, son las que han oscurecido las aguas del lago, por que la sal del ojo es la sal del alma. Y cómo no, Almenar de Soria y su castillo casi encantado, lugar del nacimiento de Leonor Izquierdo, hija de un guardia civil. Estos lugares que le acabo de nombrar serán muy conocidos para quienes lo saben o viven ahí , o lo han estudiado premeditadamente, pero no para el turista sin tiempo, menos aún para los turistas extranjeros, que su etapa soriana le suena chino. Desde aquí propongo una «Ruta de Machado». Porque en Soria, como dice mi amigo Ángel Almazán, solamente hay un Machado.

Con estas «cartas machadianas» quiero contarle nuestras pequeñas aventuras, anécdotas y descubrimientos, algunos muy llamativos, como el que en Soria capital no hay ninguna calle que lleve su nombre, sino una plaza en zona verde.

La verdad, es que, hoy en día, en 2006, Soria no es «un pueblo miserable», si bien, cuando usted llegó en 1907, con unos 7.000 habitantes era un pueblo-capital; pero hoy no es miserable, porque Soria podríamos dividirla en tres partes: la antigua, la moderna y los polígonos industriales hacia el este, bien comunicada con carreteras radiales hacia: Zaragoza, Logroño, Burgos, Valladolid, Madrid y Teruel. Si bien es cierto que está bien comunicada, las carreteras están un poco antiguas y abandonadas por los abrigos de asfalto, todas necesitan arreglos. El tráfico no es muy denso entre las carreteras interprovinciales, si las comparamos con ejes industriales de Valladolid; en cambio, sí necesita una autovía con salida al eje Mediterráneo y otra a Madrid. Nadie, ninguna ciudad por pequeña que sea, en estos tiempos, ni puede ni debe quedar aislada, sin autovías, aeropuertos, etc.

Uno de los poemas suyos más celebrados es «Campos de Soria», un poema persistente e insistente con su fuerza. Y es que he de reconocer que esos tres versos por donde traza el Duero / su curva de ballesta / en torno a Soria, oscuros encinares... (p. 137. CC) ya merecen un lugar en el Parnaso, porque en cualquier tertulia poética, medianamente cultos, se conoce lo de la «curva de ballesta» como si no hubiera otros ejemplos de curvas posibles: curvas de mujer, curvas de herraduras, curva elíptica. Pero evidentemente estas nuevas comparaciones, dichas por mí, suenan vulgares y vanas, sin lirismo alguno, sin esencia de eternidad como las suyas. ¿Seré yo capaz de escribir alguna vez un poema mítico? Porque todo mito requiere una originalidad como usted ya dijera una vez.

Como la azafata de la OIT nos había marcado en nuestro plano la ermita de San Saturio, era lo primero que íbamos a visitar de esta «Solduría» (ruego acepte este neologismo como Soria y su ribera del Duero) «mística y guerrera» no puede haber mejor definición para esta castellana provincia donde vivieron y construyeron los caballeros Templarios (observen, por simple curiosidad que las últimas cinco letras de Templarios tiene las mías letras que Soria). Bien, como le iba diciendo, por la tarde a eso de las seis salimos del hotel en coche, dejamos atrás una serie de curvas en bajada (Soria, como bien sabe se halla en la ingle del un valle) y a nuestra derecha la Concatedral de San Pedro, y detrás, arriba la ermita de Nuestra Señora del Mirón; y, antes de llegar al puente del río Duero aparcamos en un callejón, al final de la calle San Agustín donde podemos ver la pared de un edificio de sillería de arenisca antigua y abandonado.

Caminamos con entusiasmos y alegrías de viejas nostalgias por el largo y adoquinado. Paseo del Postigo, o paseo del colesterol, a la margen derecha del río, entre las sombras placenteras de los castaños niños y los viejos álamos y rancios olmos de la anegadas riberas, desde donde me llegaba el rumor del agua quejumbrosa. Y al mirar hacia atrás, los ojos del puente se nos hacen pequeños, y mi mujer me preguntó si era romano como el de Mérida, pero le dije que no lo creía.

Entramos en las pasarelas artificiales sobre el Duero, todo un espacio verde de recreo y picnic, lujo vegetal donde se pueden ver algunas mesas y bancos de madera con parejas jugando a las cartas, toda una gran idea ocio-naturaleza, de esas ideas geniales que, de tarde en tarde, cada siglo, tienen nuestras autoridades. A pesar de que cuando se construyó tuvo sus detractores, como siempre.

Las pasarelas de tablas caminan sobre las cantarinas aguas que se van jugando entre los juncos y las aneas, no sé adónde van con tanta prisa, ¿adónde vais agua de mi vida, alegría de mis pies de durísimas pisadas con bastón ocre, reflejos del crepúsculo de mis pasos?, y la pequeña cascada risueña y leve junto al molino, deja lugar a dos niños pescadores, bajo la vigilancia de dos hombres con cañas que lanzan al río mensajes engañosos anudados en el extremo del sedal, atados a ilusiones en forma de anzuelos cuyos agudos pinchos muestran empalizadas de plumas en vivos colores. La tarde sedosa del verde septiembre, anuncia a la brisa que está de vacaciones y, el prado, con mesas bajo los álamos dorados que corren verdes hacia arriba, hacia sus copas sin vino, con amores de luz y tristezas de poetas lánguidos. Y de vez en cuando, sobre la líquida superficie se zambulle un ánade, salta una rana o una corriente rueda su ola hacia San Saturio.

Y ya, saliendo por el laberinto de las pasarelas jugando con la incesante orquesta del rumor poético de las aguas cantarinas, cerca del puente gris metálico y elevado que deja paso al ferrocarril, retomamos de nuevo el paseo nuevo que está adoquinado y sus aceras ocres del color del albero, y, ya como místicas formaciones de rocas que sueñan a colores vivos, aparece, en la otra orilla, ¡Oh Dios, Santísimo!, la impresionante, la escalada sobre riscos y roquedas, la imposible ermita dorada, cárdena del crepúsculo de San Saturio. Esta es, sin duda alguna, la mejor de todas las horas para verla relucir como un ectoplasma. Desde aquí, desde la otra orilla bajo los amarillos álamos y chopos, el río quieto, sedentario, verde oscuro con reflejos de ocre y cadmios deja paso a un puente peatonal que no estaba construido cuando usted paseaba por estos deliciosos parajes con Leonor. Había que sacar fotografías, había que robarle una fracción de segundo al tiempo, había que invocar la grandeza de este lugar. Por ello no me extraña que a usted le dejara perplejo, cuando escribe:

He vuelto a ver los álamos dorados,

álamos del camino en la ribera

del Duero, entre San Polo y San Saturio,

tras las murallas viejas

de Soria barbacana

hacia Aragón, en castellana tierra.


(Estrofa, VIII. «Campos de Soria»).



Y al cruzar el cariñoso puente peatonal del río Duero, nos damos cuenta que usted no nos miente cuando nos dice que el río traza aquí su «curva de ballesta», esta curva ya mítica, existe, ya eterna, gracias, y como señalara Lázaro Carreter y Vicente Tusón, es una metáfora de resonancias guerreras que el encabalgamiento pone de relieve el verso corto, porque estamos hablando de una silva asonante (VII «Campos de Soria»). Cuando uno repasa los versos de un poema en el lugar donde se escribieron, después de cien años, es lo mismo que mantener una conversación directa con el autor, en este caso con usted, sincero y verdadero, que es lo que ha de ser el poeta, sobre todo sincero consigo mismo.

San Satunio

Contemplo los tonos de aceros grises y calizos del roquedal, de los chopos amarillos que como mariposas dejan volar sus hojas cual aladas almas fugitivas, y el ligero viento del sur nos trae un aliento casi sagrado que es la Epifanía del Señor y un perfume a incienso viejo confundido de un olor a nardos marchitos que añoran su tiempo de frescor. Y ya bajo la escalerita sagrada del altivo San Saturio, entre los olmos y los chopos con pintura de colores en alas de los pájaros, que pían y revolotean ruiseñores, alertas buscando sus nidos hospitalarios. Subimos hasta la carretera, la que da a las escaleras y cueva de San Saturio. Y nada más culminar la escalinata vemos el celebrado rincón del poeta que le dedicaron lo agradecidos sorianos el 5 de octubre de 1932, donde le nombraron hijo predilecto, siendo alcalde Antonio Arroyo. Se cumplían los 25 años de su llegada a Soria. Un homenaje que ya quisieran muchos envidiosos y aficionados poetas para sí. Y hay también dos placas pegadas a las rocas grises como esculpidas por el tiempo donde se leen poemas tales como los que anoto:

Primera placa:
Estos chopos del río, que acompañan

    con el sonido de sus hojas secas

el son del agua cuando el viento sopla,

       tienen en sus cortezas

grabadas iniciales que son nombres

de enamorados, cifras que son fechas.


(Estrofa «Campos de Soria» VIII)



Segunda placa:
   ¡Gentes del alto llano numantino

que a Dios guardáis como cristianas viejas,

       que el sol de España os llene

      de alegría, de luz y de riqueza!


(Estrofa de «¡Oh, sí, conmigo vais...!»)



Hicimos espeleología mística por el interior de la ermita que es una cueva natural, escaleras, estalactitas, paredes de sillería que forman sacristías y capillas, rincones con vírgenes, sepulturas, bajo un clima agradable de unos 18 grados. Y aquí, en un pequeño altar vemos una imagen de San Saturio el ermitaño.

Regresamos caminando por la carretera de San Polo, este santo me recordó que un pueblo de la costa de Alicante lleva el nombre de Santa Pola -el femenino de San Polo-, donde hace años hubo un gravísimo atentado terrorista que destruyó el cuartel de la Guardia Civil. Por este camino silencioso era donde usted y Leonor pasearan tantas tardes con carabina, tardes lánguidas de leve conversación, hasta el puente del Duero, la distancia a San Saturio es de unos 1.300 metros. Pasamos el puente recoger el coche, es un paseo muy frecuentado a cualquier hora de la mañana o de la tarde, comentó mi mujer que seguramente los médicos de Soria recetan estos paseos tanto para rebajar el colesterol como para elevar el espíritu. Muy acertada ocurrencia, porque ella tiene algunos golpes de sinceridad apabullantes. El río queda a nuestra izquierda, a la derecha el monte bajo donde «las rocas que sueñan» suben por los colinas plateadas, grises alcores, álamos dorados de tarde, horas que dejan ver lanzas de rayos de sol filtrados entre algunas nubes perezosas, algunos chopos de blancas cortezas siguen teniendo grabadas iniciales que son nombres / de enamorados, cifras que son fechas.

Seguidamente paseamos por la Plaza Mayor con su Ayuntamiento en obras. En el dintel de uno de los arcos principales se muestra una placa de mármol blanco que recuerda el III Centenario de la publicación de El Quijote, se colocó un 7 de mayo de 1905. Por lo tanto pienso que alguna que otra vez usted leyó esta misma placa que yo estoy leyendo ahora en otros momentos tan emotivos. ¿No es acaso un gozoso privilegio que esta placa me entre en los ojos, y la pueda leer con las mismas letras que usted, seguramente también la vio y leyó? No puedo dejar pasar este fecha del 7 de mayo, sin decirle que yo nací un 7 de mayo de 1947, lo siento por mi vanidosa intromisión. ¿No son acaso coincidencias cabalísticas? En el ala este de la plaza se encuentra la Casa de Cultura (Antigua Audiencia) que tiene auditorio y teatro. En una de las paredes del soportal o porche hay un letrero que dice: PROHIBIDO JUGAR A LA PELOTA EN EL PORCHE. Frente a la Casa de Cultura se halla la iglesia de Santa María la Mayor donde usted se casó con Leonor una mañana del 30 de julio de 1909, ofició la ceremonia el P. Isidoro Martínez González. El padrino de bodas fue un tío de la novia, Gregorio Cuevas Acebes cirujano-dentista.

Luego, tras las fotografías que le hice a mi mujer en la fuente encadenada con pequeños leones acechantes paseamos por los acogedores soportales de la calle El Collado hasta llegar a Marqués de Vadillo, entramos en una «elegante fonda» para la merienda-cena, es la cafetería-pastelería York. No sé, don Antonio, si en su tiempo había tan buenas pastelerías en Soria, creo que aquí está el Olimpo de los pasteleros y el paraíso del azúcar glasé. Sin darnos cuenta las calles del centro se habían llenado de peatones, las mesas con sus paraguones cubrían la plaza de Ramón Benito Aceña, donde vivieron los hermanos Bécquer, pero que los sorianos siguen llamando de Herradores. Buen ambiente de vino y cañas. También en El Tubo o plaza de San Clemente y Palacio de los Ríos, esto demuestra una vez más el buen nivel de vida de los sorianos.

Por la noche, en la habitación del hotel, después de cenar y tumbado sobre la cama estuve leyendo un libro que había comprado en Teruel, La batalla de Teruel, de Tuñón de Lara, donde aparece Miguel Hernández en una fotografía. Esto me recuerda la obligación de escribir un artículo sobre «Las huellas de Miguel en Teruel», son tiempos pasados pero, como decía Gerald Brenan, hay que olvidar los odios, pero no hay que olvidar los hechos. Quiero recordar que el profesor Francisco Esteve, tiene un trabajo titulado «Antonio Machado y Miguel Hernández: dos poetas y una misma voz», donde Esteve nos hace recopilación de los vínculos personales y poéticos de usted con Miguel, sobre todo cuando coincidieron en Valencia en el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la República, celebrado en Valencia día 3 de julio de 1937. Usted pronunció el discurso de clausura del Congreso, seguramente en Madrid que fue donde se clausuró. Repasando el artículo de Francisco Esteve, leemos:

Aunque Antonio Machado y Miguel Hernández pertenecen a dos generaciones diferentes, como son la del 98 y la del 36 respectivamente, las especiales circunstancias que incidieron en sus vidas durante la Guerra Civil española y sus posteriores consecuencias, hicieron que se establecieran unos vínculos de gran relevancia. A pesar de que sus trayectorias vitales tuvieron inicios diferentes, en su última etapa estuvieron estrechamente unidos compartiendo una misma voz de unos idénticos ideales a favor de la justicia...

Otros de los vínculos comunes de los que no se he oído mucho hablar es que vuestros respetivos suegros, tanto el de usted como el de Miguel Hernández, ambos fueron guardias civiles, casualidades de la vida. Y esto me sugiere una pregunta: ¿Cómo se llevaba usted con su suegro, un sargento de la Guardia Civil? Acaso, hubo enfados tras la muerte de Leonor, y ésta fuera una de las posibles causas de su marcha de Soria a los ocho días del óbito. También es verdad que en agosto usted estaba de vacaciones veraniegas, y la vida en Soria con los suegros era ya imposible.

Para mí, particularmente, siempre le vi a usted en la pág. 65, y a Miguel Hernández en la pág. 20 del libro de texto de Lengua Española, de Lázaro Carreter y Vicente Tusón. Anaya 1979, cuando yo estudiaba el 1.º de BUP Nocturno en Castellón. El retrato suyo, es un dibujo a plumilla, nada más y nada menos que de Pablo Picasso, póstumo, firmado el 3-01-55. En la introducción de este libro se dice de usted:

Pocos autores del siglo XX han suscitado un interés tan amplio y tan persistente como Antonio Machado (1875-1939). Su poesía es una de las cimas más altas de la literatura de nuestro tiempo. En su primera etapa (Soledades), predomina la hondura con que aborda los grandes problemas humanos: el tiempo, la muerte, Dios. La melancolía y el sentimiento de soledad se desprende de sus versos, cada vez más depurados. Con su libro Campos de Castilla (1912), Machado parece salirse de su mundo interior para enfrentarse con el mundo que le rodea. Desde Soria, donde residió varios años, nos deja inolvidables visiones de un paisaje pobre y hermoso, de unos hombres sufridos y rudos, de un pueblo miserable...

Después he hojeado/ojeado el tríptico «La Soria Verde (I)» , me habla de La Laguna Negra, Pico de Urbión, Vinuesa, Covaleda y Duruelo. Y leo:

De momento, tomemos la carretera de Burgos y vayamos, bajo el perfil suave de la sierra de Cabreja, hasta Cidones. Será, en esta localidad en cuya Venta descansó Machado antes de empezar la Ruta de Alvargonzález, donde nuestro itinerario se bifurca hacia el triángulo vigilado por el Urbión...

En la pág 140 de CC, encuentro y leo el poema «La tierra de Alvargonzález», dedicado a Juan Ramón Jiménez, que empieza:

Siendo mozo Alvargonzález, / dueño de mediana hacienda, que en otras tierras se decía / bienestar y aquí, opulencia... Y en la pág. 286 CC, empieza el relato de su viaje: Una mañana de los primeros días de octubre decidí visitar la fuente del Duero y tomé en Soria el coche de Burgos que había de llevarme hasta Cidones... Aquí había que ir, pero quedará pendiente para el día siguiente.

Retrato de Leonor

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