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ArribaAbajoCide Hamete Benengeli y los «Libros plúmbeos»

Thomas E. Case



Dept. of Spanish and Portuguese
Language and Literature
San Diego State University
5500 Campanile Drive

San Diego, CA 92182
c_tcase@sprynet.com

The Libros plúmbeos were false documents, purported lost Biblical scripture dictated by the Virgin Mary to St. James, who took them to Spain in the first century. The purpose of the «Leaden Books» was to show that the first Christians in Spain were Arabs, with the hope of preventing the impending expulsion of the Moriscos, which nevertheless occurred in 1609. While they were obvious fakes to most, many people, especially in Granada, wanted to believe in their authenticity. Through the creation of Cide Hamete Benengeli, the author of the «verdadera historia» of Don Quijote in a found manuscript, written in Arabic characters, Cervantes parodies the events surrounding the «Leaden Books» in the creation of his immortal work.


La cuestión de la autoridad de un texto ha sido uno de los problemas fundamentales de las obras literarias e históricas a través de los siglos. Ya en el siglo XVI, novelas como Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache, y todas las historias de entonces, planteaban serias preguntas sobre la autoridad y la veracidad del texto. Nosotros en el siglo XXI también tenemos el mismo problema, tal vez peor, por la inmensidad de informes que tenemos que interpretar y procesar gracias a los medios electrónicos que la ciencia ha puesto a nuestro alcance. La crítica que hace Cervantes de los textos literarios e históricos en Don Quijote, entonces, todavía es vigente.

Con respecto a la autoridad del texto, una de las grandes creaciones de Cervantes en Don Quijote es la de Cide Hamete Benengeli, el supuesto autor moro que se presenta como el autor original del texto y «un autor sabio encantador» (Lathrop 693-94). Cide Hamete ha llamado la atención de los críticos por muchas razones, entre ellas su importancia en minar la autoridad del texto y como una forma más de burlar a los crédulos lectores de los libros de caballerías. Aunque Cide Hamete no puede ser el verdadero   —10→   narrador del texto, queda establecido, como señala Weiger, como su único autor, a pesar de referencias a «otros autores». Quisiera examinar el papel de Cide Hamete en la luz de la contextualidad de los moriscos de fines del siglo XVI y de la aparición de los llamados Libros plúmbeos del Sacromonte, que causó una verdadera sensación en España entre 1588 y los primeros años del siglo XVII.

Los Libros plúmbeos del Sacromonte fueron unos «descubrimientos», hechos por unos obreros moriscos al derribar en Granada el antiguo minarete de la mezquita mayor nazarí. Éste, llamado la «Torre Vieja» y no muy lejos de las tumbas de los Reyes Católicos, obstaculizaba la construcción de la tercera nave de la Catedral de Granada. El 18 de marzo de 1588, día de San Gabriel, los peones hallaron en los escombros una caja de plomo, que abrieron al día siguiente, día de San José. Las fechas no son casuales, pues San Gabriel es el ángel más importante para el Islam, cuya aparición ocurre frecuentemente en los Libros plúmbeos, y San José es el marido de María, la que, según estos libros, los ha dictado. Al abrirse la caja aparecieron varios objetos: una tablita con la imagen de Nuestra Señora en traje «egipciano» (gitano), indumentaria prohibida a los moriscos, y otros objetos curiosos. Hubo un medio paño de la Virgen María y un pergamino escrito en árabe, castellano y en un latín muy castellanizado, con las primeras noticias concretas acerca del santo patrono y mártir San Cecilio, primer obispo de Granada, y el hueso de su dedo pulgar.

En seguida el entonces arzobispo de Granada, don Juan Méndez de Salvaterra, pidió permiso a Felipe II, ávido coleccionista de reliquias, y al papa Sixto V, para investigar la autenticidad del contenido de esta caja de plomo, y convocó una Junta Mayor. Uno de los que asistieron era San Juan de la Cruz, entonces prior del granadino Convento de los Mártires. Felipe II inclusive aceptó un pequeño trozo del paño cortado, que mandó colocar junto al altar mayor de su capilla en el Escorial. El breve del papa, recibido el 3 de octubre de 1588, encomendó la continuación del proceso. Tres traductores -el licenciado Luis Fajardo, catedrático de árabe en la Universidad de Salamanca, un arabista notable, Miguel de Luna, y Francisco López Tamarid, racionero mayor de la catedral-   —11→   fueron comisionados para llevar a cabo una traducción del pergamino, además de la interpretación de Alonso del Castillo, médico morisco e intérprete de Felipe II.

En 1595, empezaron a descubrirse en el Monte Valparaíso ciertas planchas de plomo con inscripciones en árabe, y el nuevo arzobispo de Granada Pedro de Castro (Méndez de Salvaterra había muerto en mayo de 1588 sin ver la traducción del pergamino) ordenó excavaciones de las muchas cuevas del monte, denominado Sacromonte de entonces en adelante por aparecer así en los plomos (Hagerty 69). Con el tiempo, veintidós libros en hojas redondas de plomo fueron excavados. El texto de los libros es seudobíblico y proárabe, pero el arzobispo Castro creía en su autenticidad, y, a pesar de la oposición del nuncio papal, convocó dos juntas más de teólogos, en 1596 y 1597. Ambas juntas se declararon unánimemente en favor de la ortodoxia del contenido de los ocho libros entonces conocidos, y del pergamino.

Después de más intervenciones de las autoridades eclesiásticas, entre ellas la del inquisidor general Fernando Núñez de Guevara, el 30 de abril de 1600 el arzobispo Castro leyó la calificación de las juntas, que proclamaron como auténticas las reliquias. Se trata ahora de una situación muy emocionante y divisiva, ya que la nueva corte de Felipe III emprendía la campaña para desterrar a los moriscos, precisamente el grupo favorecido por los documentos.

Los Libros plúmbeos son el último testimonio de la civilización árabe en España. Existen hoy en una hermosa traducción de Miguel José Hagerty con un valioso estudio, Los libros plúmbeos del Sacromonte, publicada en Madrid en 1980. Varios estudiosos, como Godoy, Kendrick y Cabanelas han contribuido a nuestra comprensión de esta importante y curiosa colección de reliquias y documentos. Hagerty preparó esta traducción cotejando las diferentes versiones del siglo XVII de Adán Centurión y del Marqués de Estepa, y corrigiendo algunos pasajes del árabe original y de la traducción al latín de 1682. Hagerty, además, recuenta la historia de los libros mismos, su controversia, su viaje a Madrid en 1632, y por fin su lugar permanente en la Biblioteca del Vaticano, donde primero   —12→   se recomendó su fundición para hacer balas (¡ !). El papa Inocencio XI oficialmente condenó estos libros por heréticos en 1682. Se exhibieron en la Catedral de Granada en julio de 2000.

En el momento de su «descubrimiento», en circunstancias sospechosas, los expertos sabían que estos libros eran espurios por su lenguaje y por su contenido, pero había los que querían creer en su autenticidad, como el arzobispo de Granada. Hagerty declara: «Las reliquias aún son veneradas en Granada; pero son falsas. Fueron sembradas allí por unos hombres al borde de la desesperación porque la tierra que les vio nacer, donde su cultura se había desarrollado a lo largo de casi ochos siglos y de la que ellos constituían el orgulloso pero triste colofón, esta tierra ya les desdeñaba y tramaba una versión hispánica de la 'solución final'» (13-14).

Estos hallazgos son el último testimonio escrito en lengua árabe de la civilización andalusí ya en su penosa fase final: la morisca. Las varias escrituras pretenden ser un evangelio del apóstol Santiago el Zebedeo, traducido al árabe por su discípulo Tesifón (Ibn 'Attar). Abundan invocaciones a Dios y los preceptos que la Virgen María le dio a Santiago. La Virgen le declara a San Pedro en el «Libro de la historia de la verdad del evangelio»:

Y dígoos que los árabes son una de las más excelentes gentes, y su lengua una de las más excelentes lenguas. Eligiólos Dios para ayudar su ley en el último tiempo después de haberle sido grandísimos enemigos. Y darles Dios para aquel efecto poder y juicio y sabiduría, porque Dios elige con su misericordia al que quiere de sus siervos. Como me dijo Jesús que ya habrá precedido sobre los hijos de Israel los que de ellos fueren infieles la palabra del tormento y destruición de su reino que no se les levantará cetro jamás. Mas los árabes y su lengua volverán por Dios y por su ley derecha, y por su Evangelio glorioso, y por su Iglesia santa en el tiempo venidero. (Hagerty 124)

Los falsificadores de estos libros, dos de los cuales parecen ser Alonso del Castillo, intérprete de Felipe II, y Miguel de Luna, hicieron   —13→   sembrarlos en la demolición de la antigua mezquita y en las cuevas del Sacromonte con unas reliquias falsas de mártires cristianos del primer siglo para que se descubriesen fácilmente allí (y que por consiguiente fuesen la causa de varios «milagros» y «curas»). Según su historia, la Virgen María mandó a Jacobo (Santiago) a Hispania, guiado por el Arcángel Gabriel, para esconder estos libros en varios sitios en Granada. «Ve con este libro a la extremidad de la tierra que se llama España, en el lugar donde resucita un muerto. Guárdalo en él. Y no temas de él porque Dios le guardará a ti y a los que fueron contigo con ojo de solicitud en el mar como guardó a Noé en el arca, y en la tierra como se guardó a Jonás en el vientre de la ballena hasta que lo dejó en ella» (208). «Y enterrólos en la tierra para el tiempo decretado» (242). Los falsificadores de los libros contaban con el fervor popular tanto entre los cristianos viejos como entre los moriscos de Granada.

¿Por qué había los que creían en la veracidad de estos textos falsos, como el arzobispo de Granada, a pesar de la evidencia de su falsedad? La explicación de este deseo reside en las tensiones religiosas, políticas y sociales en la España de fines del siglo XVI. Los textos revelan cierta sensibilidad hacia los moriscos y sus creencias, y hasta el tono de sus mensajes recuerda el estilo del Qur'an. Las doctrinas expuestas ponen énfasis en los aspectos del Cristianismo más afines a los del Islam, tales como la omnipotencia de Dios y la sumisión del hombre a su Divina Voluntad, y la necesidad de paciencia ante las pruebas de la existencia. Sólo en el pergamino «Los fundamentos de la ley», es Jesús «el Hijo de Dios»; en otros textos, es «el espíritu de Dios» o «el Verbo de Dios». Uno de los libros se acaba con «La unidad es de Dios. No hay Dios sino Dios. Jesús, Espíritu de Dios» (118)3. Esta invocación se repite a través de los otros libros. Es fácil comprender por qué los teólogos pudieron declarar que los textos eran heréticos.

No cabe duda que los Libros plúmbeos se escribieron en un fanático intento de evitar la expulsión de los moriscos. Desde la   —14→   rebelión en las Alpujarras, entre 1568 y 1570, había una campaña dirigida contra esta minoría. Los moriscos, nominalmente cristianos, eran los moros que quedaron en España después de la conquista de Granada en 1492. Aunque los Reyes Católicos habían garantizado muchos de sus derechos y privilegios como parte de su capitulación, el deseo de los vencedores (con la dirección de Cisneros) de convertir cuanto antes a los moriscos al cristianismo causó mucha tensión y resultó en su sublevación en 1500-01 y un reverso en la tolerancia prometida. Como nos convence Eisenberg («Cisneros»), fue Cisneros el director de la destrucción de la erudición y, en efecto, de la gran contribución de los moros de España a varios campos, incluyendo la astronomía, las matemáticas, las ciencias y la poesía. «Granada fue la última representante de la gran civilización hispanoárabe» (Eisenberg, «Cisneros» 108) . Casi un siglo después, a causa de los Libros plúmbeos, la importancia de los moriscos de Granada reaparece.

Después de 1501, la situación de los moriscos de Granada empeoró sensiblemente. La pragmática promulgada en 1567 por Felipe II, quien nunca quiso su destierro, básicamente quitó a los moriscos su estilo de vida, prohibiéndoles, entre otras cosas, hablar, leer y escribir en árabe, vestir y celebrar fiestas a lo árabe, usar nombres árabes, e inclusive bañarse en baños artificiales (Caro Baroja 158-59). La situación se hizo insostenible para muchos de los moriscos; contra estas prohibiciones y restricciones, se sublevaron en 1568. La violencia y destrucción de este último levantamiento (y creación de un reino independiente en las Alpujarras bajo su rey Aben Humeya), estudiado detalladamente por historiadores como Luis del Mármol Carvajal, convenció a muchos cristianos que la minoría era inasimilable (Domínguez Ortiz y Vincent 163). Esta última guerra entre los moriscos rebeldes y el ejército del rey produjo barbaridades en ambos lados. La victoria de los cristianos en 1570 resultó en el éxodo de miles de los moriscos granadinos, esparcidos principalmente por Castilla para trabajar en los campos de lugares como Quintanar de la Orden y El Toboso (Domínguez Ortiz y Vincent 50-56). A este antagonismo entre cristianos viejos y los moriscos podemos agregar la creencia   —15→   de aquéllos que éstos pertenecían a una raza bastarda, que descendían de Ismael, hijo de la esclava Agar, mientras los cristianos descienden directamente de Isaac (Domínguez Ortiz y Vincent 131).

A partir de 1598, el nuevo rey Felipe III, o más bien su valido el Duque de Lerma, pensaba que su existencia en España representaba un verdadero peligro para el estado. Las tensiones entre los cristianos viejos y los nuevos se hicieron cada vez más fuertes. Los Libros plúmbeos, cuyo mensaje era que los árabes eran los primeros cristianos en España (desmintiendo su raza como «bastarda»), fue un intento para impedir la expulsión, pero en vano. A pesar de las protestas y medidas para impedirla, el destierro de los moriscos empezó en 16094.

En los años inmediatamente anteriores a la Primera Parte de Don Quijote (1605), el tema morisco era uno de los más importantes en los círculos políticos y literarios. También, en aquellos años, Cervantes andaba por Andalucía, y en efecto estuvo en Granada en 1594 en medio de la controversia de los textos hallados. Diez años después, el autor de Don Quijote formaba parte de los círculos literarios de Madrid, aunque la Corte se había mudado a Valladolid en 1601 para quedar en esa ciudad hasta 1606. Cervantes conocía toda la controversia en torno a los Libros plúmbeos y las tensiones que ésta y las otras situaciones de los moriscos estaban agudizando. Además, Cervantes conocía más que nadie de su sociedad la vida de los musulmanes, fuera y dentro de España. Era veterano de las guerras contra el Turco en el Mediterráneo y había pasado cinco años como cautivo en Argel en íntimo contacto con   —16→   la cultura mora. Su gran relato autobiográfico, «El cautivo», capítulos 39-41 de la Primera Parte de Don Quijote, ocupa un lugar prominente. Luis Murillo presenta la hipótesis que ese episodio de la Primera Parte fue redactado por Cervantes en los años 1589-90 y constituyó «la más primitiva y temprana versión del hidalgo amante y servidor de una muchacha exótica, el primer esbozo de la relación Quijote-Dulcinea, y por tanto que el relato autobiográfico con su marco que lo designa así es el verdadero 'Ur-Quijote'» («Ur-Quijote» 47-48). Estos años 1589-90 coinciden con los de los Libros plúmbeos y el interés en los temas moriscos.

Por eso, no es necesario establecer o confirmar las credenciales de Cervantes como intérprete de la cultura mora. Su propia vida le hizo experto, por lo menos en España. Daniel Eisenberg ha sostenido la hipótesis de que Cervantes fuera autor de la famosa Tipografía e historia general de Argel, atribuida a Antonio de Sosa. Cervantes aprovechó sus experiencias con los turcos, moros y moriscos para crear sus dramas (Los baños de Argel, Los tratos de Argel, El gallardo español, La gran sultana), algunas novelas ejemplares (e.g., «El amante liberal») y sus observaciones negativas en Persiles y Sigismunda. Se puede decir que el elemento «moro» o «islámico» siempre está presente en sus obras, como estaba siempre presente en la sociedad en que vivía. Inclusive hay críticos, como Graf, que creen que Cervantes favorecía a los moriscos5. En Don Quijote, el personaje morisco más importante es Ricote, muy bien estudiado por varios eruditos y quien por eso no nos concierne aquí; además, pertenece a la Segunda Parte, publicada después del destierro de esa minoría. Cide Hamete Benengeli aparece ya en la Primera Parte y su función ambigua es un resultado directo de los Libros plúmbeos de Granada.

Por el papel de Cide Hamete Benengeli Cervantes se burla de los lectores indiscretos y crédulos de los libros de caballerías, y por extensión de todos los textos históricos y literarios que pretenden   —17→   ser «verdaderos». Al final del capítulo 8, mientras don Quijote y el vizcaíno se pelean con sus espadas al aire, el ingenuo lector no tiene más texto, pero encuentra en un mercado de Toledo un cartapacio escrito en letras árabes: «tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos» (I, 9; 142). Descubre que es Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo (I, 9; 143). Cervantes nos había preparado para esta parodia y forma de minar la autoridad de su «verdadera historia». Primero, en los versos preliminares, que son burlescos en su contenido y tono. Así, aun antes del primer capítulo, Cervantes elimina todo concepto de darnos la impresión de un texto con inspiración divina. Luego, con las primeras líneas, «En un lugar de la Mancha...» satíricamente establece el tono de una falsa crónica. El nombre mismo de Cide Hamete Benengeli es una parodia (Stagg, «Sabio»).

Dulcinea contribuye otra dimensión de desprestigiar la autoridad del texto, porque era una morisca. «Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de la Mancha» (I, 9: 143), es la irónica anotación que el traductor aljamiado primero encuentra en el margen del cartapacio. Américo Castro señala: «Cervantes empareja sarcásticamente el linaje de Dulcinea, o Aldonza Lorenzo, con los más ilustres de la Antigüedad y de España, y aúna en lazo de amor al Hidalgo manchego y a la morisca tobosina en una proyección ilusoria de las antes mencionadas uniones. Lo morisco de Dulcinea es un tema latente, aunque bien entrelazado con la textura literaria de la vida quijotil» («Cervantes y el Quijote a nueva luz» 81). El que un cristiano como Alonso Quijano se enamore de una rústica morisca encierra en sí su dosis de comicidad y falta de autoridad.

Cide Hamete Benengeli, pues, se presenta como el «verdadero autor» de estos textos. En su edición del Quijote, señala Murillo: «Dar de esta manera en Toledo con un morisco que leyera árabe (y se supone castellano) no habría sido fácil a principios del siglo XVII. Imagina Cervantes una circunstancia que habría sido mucho más probable unos años antes. La idea de que el original de las   —18→   aventuras de un hidalgo manchego esté escrito en árabe, y que un morisco lo traduzca al castellano, y, además, que Dulcinea sea del Toboso, cuya población era en gran parte morisca (tal vez repoblada del reino de Granada o de Valencia) son alusiones burlescas a la asociación que en la opinión popular tenía La Mancha con los moriscos» (I, 9; 142 n. 16). En efecto, Anwar Chejne relata que después de la caída de Granada en 1492, hubo una fuerte declinación en la cultura árabe y en los estudios coránicos. Esta pérdida se debe en parte al abandono de la aristocracia árabe, que se había ido de la península para vivir en África, y en parte por los esfuerzos de Cisneros, y otros, de destruir la gran civilización árabe de Al-Ándalus6. Más tarde, las prohibiciones de 1567 completaron esta campaña de eliminar el árabe y su cultura de España. Muchos de los textos originalmente en árabe ahora existían en traducciones españolas y en aljamiado. Es interesante observar que Cide Hamete habrá dejado su texto en letra árabe, es decir, en aljamiado, que es lengua romance escrita con el alfabeto árabe, ya que entonces casi ningún morisco sabía escribir árabe. Cide Hamete y su traductor, además, debían practicar sus oficios en secreto para evitar la vigilancia de las autoridades y de la Inquisición: «the majority of aljamiado authors, translators, or paraphrasers chose anonymity by design to avoid the wrath of the secular and ecclesiastical authorities» (Chejne 38). Como ha notado Ellen M. Anderson, aquí encontramos otro elemento del dilema en cuanto a Cide Hamete7. Primero, si era morisco o moro, porque si es morisco es   —19→   cristiano, aunque forzado y tal vez uno de los exiliados de Granada en 1570 y ahora llamado «manchego»; si es moro, o musulmán, vive clandestinamente y practica la religión cristiana públicamente para despistar a las autoridades, pero observa en privado el Islam, una práctica permitida por el taquiyya islámico. El taquiyya es una licencia para mentir para evitar la persecución de los cristianos, haciendo tal escritor un mentiroso profesional cuyo texto sería cuestionable. Si Cide Hamete escribe en aljamiado, el castellano en letras árabes, el trabajo entonces de su traductor es traducir español escrito en letra árabe al español escrito en letra latina. Así se puede explicar la rapidez con que lleva a cabo su tarea. Es poco probable que Cide Hamete escriba en árabe y que el lector encuentre un traductor que sepa árabe y castellano. Como indica Hagerty, una de las complicaciones en interpretar los Libros plúmbeos era la falta de una buena traducción al castellano (44).

Los moriscos forman una parte muy importante de la contextualidad de Don Quijote, una que va aún más allá de los papeles importantes de Zoraida y de Ricote. Los fines del siglo XVI y los principios del siglo XVII eran los de gran corrupción en la corte de Felipe III (o del Duque de Lerma) y de fraude y de exageración en el mundo literario al entrar en el mundo barroco y su sentido de desengaño. Era un escenario idóneo para la sátira y la parodia. Cervantes era entonces un escritor fracasado, sobre todo como dramaturgo. Otros, como Lope de Vega, gozaban de popularidad en sus representaciones por su uso del Romancero y temas novelescos. Cervantes aprovecha su prólogo de la Primera Parte para satirizar a Lope por sus pretensiones en El peregrino en su patria, que acababa de publicarse. La creación de don Quijote y su locura se concentra en las exageraciones de los libros de caballerías, del teatro y de las novelas. Queda la cuestión de las historias publicadas.

Cide Hamete Benengeli tiene su origen en los textos falsos de los Libros plúmbeos y es la respuesta de Cervantes a la falsificación   —20→   de las historias tan prevaleciente en 1600. Parr señala que su existencia misma está basada en el chiste («standing joke») del manuscrito hallado en el mercado de Toledo (22), y la voz del moro se añade a las muchas voces subversivas de la obra entera, o lo que Maestro llama «el sistema de autores ficticios» (114). En un estudio excelente sobre este tema, presentado antes de la publicación de la traducción y estudio de Hagerty pero basado en los estudios de Asín y Cabanelas, L. P. Harvey muestra que en 1600 abundaban muchas seudohistorias, que él cree eran el blanco de la sátira cervantina más que los libros de caballerías (8). Menciona especialmente Las guerras civiles de Granada de Ginés Pérez de Hita, la primera parte de la cual se publicó en 1595, y La historia verdadera del rey don Rodrigo, publicada en 1592 y escrita por Miguel de Luna, uno de los autores de los Libros plúmbeos. Harvey cree que la gran inspiración de Cervantes fue esta «verdadera» historia, con sus ambigüedades, anacronismos, anotaciones de traductores, y sobre todo la idea de que eran una traducción de un manuscrito hallado. (Había entonces otras «verdaderas historias», como la de Bernal Díaz del Castillo, que eran más novelas que historias.) Era, además, común autorizar las falsas historias de los libros de caballerías por existir primero en otras lenguas, como el árabe o el griego. Como parte de esta conspiración intelectual que Cervantes quería parodiar en su Quijote son los Libros plúmbeos de Granada, una falsificación hecha por arabistas como Miguel de Luna y Alonso del Castillo, buenos cristianos que temían lo que parecía la inevitable expulsión de su pueblo de la única tierra que conocían. Este desesperado intento de inspirar tolerancia hacia los moriscos para dejar que quedasen en España causó, por unos años al menos, gran furor en Andalucía. En 1598 Góngora escribió un soneto, «Al monte santo de Granada», para conmemorar el descubrimiento de dichos libros. Al final, es una historia triste, porque los moriscos fueron expulsados en 1609, no por razones religiosas sino políticas (Domínguez Ortiz y Vincent 172).

La cuestión de la autoridad del texto, entonces, queda ligada a Cide Hamete Benengeli. Este moro y su traductor son los autores «verdaderos» del texto original, un texto que el narrador tiene que   —21→   refundir (Lathrop 695). La historia de don Quijote es una burla de la autoridad de textos basados en fuentes falsas. Cervantes sacó esta idea parcial o totalmente de la falsificación de los Libros plúmbeos de Granada. Los lectores informados de los primeros años del siglo XVII seguramente vieron en seguida la relación entre estos textos falsos y la gran novela cervantina. En 1971, un año antes de su muerte, Américo Castro publicó su ensayo «Cómo veo ahora el Quijote», en el cual reconoce la valiosa labor sobre los Libros plúmbeos hecha por Cabanelas y Godoy. Castro anota: «Se pregunta hoy cómo fue posible no darse cuenta en Granada de la clara y maligna referencia a la 'caja de plomo' -tan presente en Granada, en la corte y en Roma-, blanco principal del sarcasmo cervantino» (33). Conste que Castro no pudo haber visto una traducción, como la de Hagerty, de los famosos plomos. No hay nada más claro que el fin de la Primera Parte del Quijote, donde encontramos:

Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellas, a lo menos por escrituras auténticas; sólo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote la tercera vez que salió de su casa fue a Zaragoza, donde se halló en unas famosas justas que en aquella ciudad hicieron, y allí le pasaron cosas dignas de su valor y buen entendimiento. Ni de su fin y acabamiento pudo alcanzar cosa alguna, ni la alcanzara ni supiera si la buena suerte no le deparara un antiguo médico [Alonso del Castillo] que tenía en su poder una caja de plomo, que según él dijo, se había hallado en los cimientos derribados de una antigua ermita [la Torre Vieja de la mezquita] que se renovaba; en la cual caja se habían hallado unos pergaminos escritos con letras góticas [¿aljamiado?8], pero en versos castellanos, que contenían muchas de sus hazañas y daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza y de la sepultura delmesmo don Quijote, con diferentes epitafios   —22→   y elogios de su vida y costumbres.


(I, 52: 604; cursiva mía)                


Siguen los versos paródicos y burlescos de los Académicos de la Argamasilla, uno de los cuales leerá, como los intérpretes de los Libros plúmbeos, «por conjeturas» el texto que falta. Así Cervantes nos devuelve a su punto de partida, y los versos hallados en la caja de plomo, como el pergamino del cimiento del antiguo minarete de la mezquita de Granada y los Libros plúmbeos del Sacromonte, no tienen más autoridad que la invención y decepción de sus autores y la imaginación de los lectores, discretos o indiscretos. Cide Hamete Benengeli, modelado en los evangelistas espurios de los Libros plúmbeos, sigue en su papel de «autor verdadero» en la Segunda Parte de Don Quijote, pese al destierro de su pueblo de España.


Obras citadas

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