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Cinema Universitario. Núm. 5, abril 1957

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ArribaAbajoUn doncel, una espada


ArribaAbajoLos puntos sobre las íes

También a los superdotados, a los cretinos y a los malaúva, queremos decirles algo, ya que también ellos nos hacen el favor de leernos.

Deseamos que, de una vez para siempre y sin dejar resquicios a la duda, quede bien asentada esta afirmación: CINEMA UNIVERSITARIO no es la revista de nadie. CINEMA UNIVERSITARIO quiere ser la revista de la generación joven del cine español, la única que cuenta a la hora de la verdad. CINEMA UNIVERSITARIO no puede alentar ninguna bandería, ni ninguna escisión dentro de la joven generación cinematográfica española, por la sencilla razón de que esto sería arrojar piedras contra su propio tejado, aparte de que sería algo así como intentar un imposible, puesto que la última hornada de jóvenes realizadores -nos estamos refiriendo, naturalmente, a Bardem y a Berlanga- ofrece una compacta voluntad de perseguir un objetivo común, donde se den cita la Verdad, la preocupación social y el arte.

A los que, por ejemplo, siguen opinando que «no somos la revista de Berlanga», les desafiamos a que nos enseñen otra publicación donde se hayan escrito cosas tan ciertas y tan sustanciales como las que nosotros hemos publicado sobre el joven realizador español.

Y a los que, por ejemplo, siguen opinando que «somos la revista de Bardem», les desafiamos a que nos enseñen críticas y comentarios tan escuetamente objetivos como los que hemos publicado en nuestras páginas sobre este joven director español.

Suponíamos que nos dirigíamos a un lector de inteligencia media y de buena voluntad, para quien serían suficientes nuestras declaraciones tácitas sobre nuestras intenciones, pero resulta que, a unos por exceso de inteligencia -los superdotados-, a otros por defecto -los cretinos- y finalmente a otros por su enrevesada manera de mirar -los malaúva-, les era necesaria una declaración explícita y tajante: CINEMA UNIVERSITARIO quiere ser la revista del buen cine español.




ArribaAbajoPremios = Merde

Han sido concedidos los Premios a la Producción Cinematográfica Española de 1956. El jurado acordó distribuirlos en la forma siguiente:

  • 1.º Premio: Embajadores en el infierno y Tarde de toros.
  • 2.º Premio: Calabuch.
  • 3.º Premio: Un traje blanco.
  • 4.º Premio: Calle Mayor.
  • Menciones especiales para La herida luminosa y Todos somos necesarios.
  • Premio al mejor director: José Antonio Nieves Conde.
  • A la mejor actriz: Carmen Sevilla.
  • Al mejor actor: Alberto Closas.
  • Al mejor guión: El de Calabuch.
  • Al mejor operador: Guerner.
  • A la mejor actriz secundaria: Julia Caba Alba.
  • Al mejor actor secundario: Juan Calvo.
  • A la mejor música fílmica: Jesús Guridi.
  • Al mejor equipo técnico: El de Embajadores en el infierno.
  • Al mejor equipo artístico: El de Manolo, guardia urbano.


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ArribaAbajoOtra vez, Film Ideal

Film Ideal continúa saliendo puntualmente cada mes. Han aparecido hasta el momento seis números. Nos alegra ver cómo, poco a poco, la revista católica del cine español va mejorando. Su sección de crítica, por ejemplo, ha cambiado desde sus primeros números. Queremos decir que ha cambiado para mejor; ese «furgón de cola» inexistente en las primeras salidas de la revista, va cada vez más repleto de pasajeros. Esto es lo que nosotros siempre hemos defendido y nos alegra que nuestras censuras no hayan caído en saco roto. Sin embargo, aún tenemos que criticar algo en este barrio de «Nada más que la verdad». Principalmente dos cuestiones: si educar el gusto cinematográfico del público es de lo que se pretende en la revista, a la hora de enjuiciar una película las razones extracinematográficas no deben influir, para nada1. Se podrá censurar moralmente una película, pero si esta película cinematográficamente es buena, el juicio cinematográfico sobre ella no debe dejarse influir por razones ajenas a su finalidad. En segundo lugar, desearíamos un criterio común a todos los redactores de Film Ideal, para adjudicar el «mono» a cada película. De este modo no caerían en errores tan visibles y tan perjudiciales como equiparar Torero con Un traje blanco, Mi tío Jacinto con Calabuch, Un tranvía llamado deseo con el Napoleón de Sacha Guitry. Y lo que nos avergüenza más es la monstruosa igualdad en que se colocan Las maniobras del amor de René Clair, y la Fedra de Mur-Oti.

Creemos que no es sacar las cosas de quicio, ni quererle buscar tres pies al gato, ni ser cerradamente intransigentes, llamar la atención sobre estos defectos gordos de la revista católica del cine español.

En nuestro número anterior atacábamos la fácil tendencia de Film Ideal a las declaraciones abstractas. En esto no se nos ha hecho caso. Se nos dice, se nos repite, que Film Ideal tiene por destinatario el Hombre; así, con mayúscula. ¿A quién creen los redactores de Film Ideal, que tienen por destinatario todas las demás revistas no sólo de cine, sino de literatura, de modas, de chismes, de deportes, de caza y de pesca, de bodas y tonterías...? ¿Creen que todas estas revistas se destinan a las termites, que últimamente tienen buena prensa, o a los selenitas, que al parecer están en el umbral de la actualidad universal? Nosotros, como todo aquel que hace una revista, nos dirigimos también al hombre, pero con minúscula; al hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el «verdadero hermano», como decía nuestro Miguel de Unamuno.

También queremos recordar a los redactores de Film Ideal, que no se cumple el precepto evangélico de la caridad escribiendo cosas como ésta: «no hacemos una revista para exquisitos, para superdotados, para intelectuales rencorosos, para pedantes profesionales». Escribir eso, aparte de no ser caritativo, es insistir en el «ellos» y «nosotros», tan sucio, y caer en el huero campo del tópico. Nosotros llamamos al pan pan y a los tontos tontos.




ArribaAbajoBardem y la españolada

Alguien ha dicho -en este caso el nombre es lo que menos importa y lo que más importa es el humus donde ha germinado la idea- que Calle Mayor es una españolada. El razonamiento que se ha seguido hasta desembocar en esta conclusión es contundente, reglamental y ordenado.

No sólo debemos entender por españolada -se ha razonado- la película de castañuelas, de toreros flamencos, de fiestas bravas, de gitanos errantes e indóciles y de navajazos ibéricos, sino también cualquier otra película en la que se deforme una realidad auténticamente española; por ejemplo Calle Mayor, que no refleja -se sigue razonando- la verdadera provincia española, de la misma manera que las «andaluzadas» al uso no reflejan la realidad de esa hermosa tierra meridional española. La conclusión es obvia: Calle Mayor es una españolada.

Si comenzamos a llenar de nuevos contenidos la palabra, «españolada» corremos el peligro de que la piel semántica del vocablo,   —3→   tras de ponerse tensa como la badana de un tambor, se nos reviente y se nos quede inservible.

A nosotros se nos ocurre pensar que tirando por ese camino llegaremos a decir -y todos tendrán que admitírnoslo- que las pinturas de Goya son una españolada y que Don Quijote es otra gran españolada. Y siguiendo el mismo hilo, afirmaremos que estas dos citas, como casos extremos, pueden acompañarse de muchas otras de tono menor: la música de Falla, la novela de Baroja, el teatro de Calderón... Y alguna de tono mayor, como la poesía de San Juan de la Cruz.

Y entonces nosotros decimos: benditas sean las españoladas, porque si alguien ha podido pensar -de alguna manera hay que llamarlo- que Calle Mayor es una españolada, es que las españoladas, además de sernos muy necesarias para nuestra purificación interior, nos sirven de orgullo y nos colman de esperanzas.

¡Ojalá todos los años tuviéramos españoladas como ésta!




ArribaAbajoCela, sus papeles y el cine

Todos sabemos que los Papeles de Son Armadans son unos papeles muy importantes; casi nos atreveríamos a decir que son los papeles más importantes de toda España. Colaboran en ellos firmas prestigiosas y se publican allí artículos muy bien escritos. El planteamiento general de la revista está hecho a pedir de boca.

Pues bien, número tras número nos dedicamos a buscar algo que a nuestro entender les falta. Y nunca lo encontramos. Es inútil registrar hasta los últimos rincones. Al parecer estos Papeles tienen por norma no hablar de Cine. Y esto nos duele, porque amamos el Cine, porque creemos en el Cine y porque esperamos en él. Y sentimos este desprecio, esta incomprensión o este lo que sea.

La regla es no hablar de Cine. Pero ya es sabido que no hay regla sin excepción. Y el Cine asoma la oreja en algún momento, de un modo fugaz y bien modestamente, es cierto, pero allí está. Y para que esta excepción también nos duela viene de la mano de un extranjero: Roger Munier, que en dos ocasiones habla de Cine en su ensayo «Contra la imagen» y en una de sus Cartas de Francia.

Que habitualmente los Papeles no se ocupen de cine sólo tiene dos explicaciones posibles: que a los Papeles no le interesa hablar de Cine o que no haya en España nadie capaz de hablar de Cine con la altura que los Papeles requieren. En uno y otra caso la conclusión es la misma. Los intelectuales españoles siguen de espaldas al cine.

Ya es añeja la clásica lamentación del desamor que los intelectuales españoles le tienen al Cine. No es cosa de hoy. Es cosa de hace muchos años. Por ahí afuera no ocurre así; por ahí afuera saben bien que el Cine es un maravilloso vehículo de expresión artística. Aquí en España hay sólo casos esporádicos, tentativas muy precisas y muy desgraciadas en la mayoría de los casos, nombres que se pueden contar con los dedos de la mano y aún sobran dedos.

Hagamos algo por remediar este silencio. Hagamos algo por llenarlo de voces. A los universitarios nos toca hacerlo. Y que esta actividad sea una de tantas como tenemos por delante.




ArribaAbajoLos desastres de doblaje

Al sacrilegio estético que representa ya de por sí la mera utilización del doblaje de películas extranjeras, hay que añadirle en España los desastres que por nuestra cuenta añadimos a las películas dobladas.

Ya casi tenemos olvidado aquel estupendo cambio de dirección intencional dado a la película Mogambo, de desastrosas e imprevisibles consecuencias morales al introducir el incesto como un elemento dramático nuevo. Hemos olvidado menos, esa es la verdad, la horrible confusión moral que nos produjo el viraje dado a la primera parte de El ídolo de barro, donde un marido viejo fue convertido en airado padre, celoso del amor de su hija, dando paso   —4→   a otro incesto más desmoralizador todavía que el anterior.

De menor importancia son los desastres producidos en películas como Stromboli, Europa 51 o El salario del miedo... Todavía está muy reciente la ridícula sustitución hecha en los diálogos de Un tranvía llamado deseo, sobre la que llamamos la atención en nuestro número anterior y que se vino a añadir a la larga serie de sustituciones de profesión, gratas a los dobladores españoles, cuya muestra más divertida fue aquella de El puente de Waterloo, hecha a costa de la profesión teatral. Y más reciente aún la conversión de una divorciada en viuda, sorprendente efecto conseguido en Las maniobras del amor, donde la idiotez del doblaje comienza por el mismo título.

Asistimos, pues, en el doblaje español, a una forma de creación inusitada.

Creemos que alguien ha propuesto se conceda en el año próximo un premio al mejor doblaje, entendiendo por mejor doblaje aquel en que este brutal escamoteo de la verdad que nos entra por los ojos, realizado a través de la mentira que nos entra por los oídos, se haga de un modo más sutil, más exquisito, más hipócrita. Será un paso más en la salvaguardia de los valores individuales del público, juzgándolo tan lamentablemente atrasado en su sentido moral.

Nosotros, por nuestra parte, aplaudimos la idea y prometemos a nuestros lectores suministrarles todos los datos que conozcamos respecto al asunto -es decir, todos los fraudes cometidos en el año-, para que a la hora de conceder el premio sepan a qué carta quedarse.




ArribaAbajoRecordad a Marcelino

Casi todos los Marcelinos han servido en España para ocultar proselitismos más o menos bien intencionados, más o menos turbios, pero siempre ajenos a la verdad que los Marcelinos representaban. O sea, que a los Marcelinos hay que tomarlos con cuidado en España. El último, que nos ha salido como un tumor, nos es suficientemente significativo.

Nos referimos, naturalmente, a Marcelino, pan y vino.

Se ha tomado a Marcelino como representación dignísima del resurgimiento del cine español. Se le ha traído y se le ha llevado; se le ha izado como una bandera constelada de sonrisas. Sus gracias y su flequillo han recorrido medio mundo, enamorándolo. Lo han visto ya en América y en Rusia. Y nosotros nos preguntamos. ¿Qué tiene de española esa película, hecha por un extranjero?

Nosotros admitimos que es una película para hacer reír; del género de películas taquilleras, como las de Sofía Loren, aunque por otros motivos: Creo que en esto estamos todos de acuerdo; pero esa gracia grosera elemental y nefasta, ¿es española? Esas travesuras infantiles, -¡Lazarillo de Tormes asaeteándonos la memoria!-, ¿tienen algo que ver con el genuino humor español -¡Don Quijote levantando intocable en nuestro recuerdo!-? ¿Es que es española esa música ramplona y desgraciada? ¿Es que esos frailes barbudos y tiernos, son típicamente españoles? ¿Por qué Marcelino no se ha contentado con ser una película chabacana para hacer reír a la gente sencilla? ¿Por qué la propaganda ha desorbitado hasta tal punto las cosas? ¿Por qué Marcelino no se ha limitado a cumplir su destino sencillo?

Y en otra vertiente, ¿cómo se ha podido pensar que ese cine habilidoso puede significar algo en la hora presente del cine español? ¿Cómo se ha podido llegar a presentarlo como ejemplo y como esperanza ese cine romo, insustancial y adocenado? ¿Es que la más pedestre mediocridad puede representarnos a los españoles en el mundo? ¿Es que nuestra dolida España no puede ofrecer más allá de nuestras fronteras nada más que eso?

Nosotros somos católicos. No nos cansaremos de decirlo. Y por ser católicos nos carga esa película, ese símbolo, esa basura.

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Los jueves, milagro, de Berlanga

Los jueves, milagro, de Berlanga.





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