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ArribaAbajoLos jueves, milagro

Ésta es la última película de Luis García Berlanga. Consideramos de extraordinario interés para nuestros lectores publicar un trozo del guión de dicha película, terminada ya hace algún tiempo. esperamos que cuando esta obra sea dada a conocer al público, consiga un nuevo éxito para su autor y para el buen cine español. Nuestros lectores sabrán agradecernos este adelanto que le hacemos de una parte de la película este trozo de guión.



Secuencia 60. PLAZA DEL PUEBLO (Noche)

Es de noche. En la Plaza Mayor. Una camioneta arranca completamente atestada de gente. Muchas personas más, que no han logrado coger sitio, esperan todavía en la plaza.

Desde el balcón del Ayuntamiento, don Antonio, con las manos apoyadas en la barandilla y en una postura de tribuno, ve satisfecho cómo la gente se aglomera para acudir al apeadero. Junto a él se encuentra don Salvador.

Desde la plaza, don Fidel, que aparece montado en una bicicleta de motor, llama la atención de don Antonio. Está verdaderamente indignado:

DON FIDEL: ¡Eh...! ¡Tenemos que hablar...! ¡Usted y yo... ¡A mí nadie me toma el pelo...! ¡Nadie...

DON ANTONIO: ¡Calma, don Fidel...! ¡Calma...

Señalando a la gente que sube a la camioneta:

-¿No ve que todos quieren ir?

DON FIDEL: Mire: no me venga con tonterías. ¡Si sabré yo lo difícil que es un milagro!

DON SALVADOR: Muy cómodo. Decir que no, es muy cómodo.

DON FIDEL: ¿Qué quiere que yo haga? ¿Que pida la canonización de Mauro y de doña Paquita? ¡Pero hombre...

DON SALVADOR: No, señor. Pero calle usted, tenga curiosidad por lo menos, como la ha tenido el Magisterio Nacional, que también es católico... ¡Es muy fácil cerrar los ojos y luego decir que no se ha visto nada!

Estos últimos argumentos han hecho mella en don Fidel, que sostiene la mirada   —38→   de don Salvador y, al fin, pone en marcha el motor de su bicicleta. Con disgusto y resolución, exclama:

DON FIDEL: ¡Bien! ¡Bien! ¡Veremos eso de San Dimas! ¡Claro que lo veremos...!

Y parte con gran ruido de explosiones de motor, por la misma calle que siguió la camioneta en su marcha hacia el apeadero.

Don Antonio y don Salvador cruzan una mirada que expresa toda su inmensa satisfacción.

Secuencia 61. HABITACIÓN DON JOSÉ (Noche)

Nos encontramos en la alcoba de don José y doña Margarita. Esta última se halla vestida de tiros largos, con su mantilla, su peineta y su todo lo demás. Don José está en batín.

Doña Margarita apostrofa indignadamente al marido, que se defiende como puede.

DOÑA MARGARITA: ¡He dicho que vienes, y vienes!

Ya asustado de la actitud de su mujer:

DON JOSÉ: ¡Por lo que más quieras, Margarita! ¡No me obligues a ir!

DOÑA MARGARITA: ¡Ah, pues sí...! ¡Sí que te obligo...!

Tan agitado que no sabe lo que dice:

Los jueves, milagro

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DON JOSÉ: Tú quieres ver a San Dimas, ¿verdad? ¡Pues entonces...!

DOÑA MARGARITA: ¿Entonces, qué?

Titubeante:

DON JOSÉ: Entonces... ¡Nada!

DOÑA MARGARITA: ¿Cómo que nada? A ti lo que te pasa es que tienes celos de San Dimas. ¡Hay que ver!

DON JOSÉ: Mira... Yo... yo no quiero saber nada de un milagro que aún no ha recibido la aprobación eclesiástica.

Chungona:

DOÑA MARGARITA: ¿Y han recibido la aprobación eclesiástica tus partiditas ¡Tus partiditas o lo que sean...!?

Secuencia 62. FACHADA DON JOSÉ (Noche)

Don Antonio y don Evaristo se detienen ante la casa de don José.

Llamando:

DON ANTONIO: ¡Eh, don Josée...! ¡Don José...! ¡Que somos nosotros...! ¡Baje ya!

La puerta de la casa se abre y por ella aparece doña Margarita, que no puede ocultar su enfado cuando habla con los amigos de su marido.

DON EVARISTO: A sus pies, doña Margarita. Su marido...

Muy digna y muy seria:

DOÑA MARGARITA: Mi marido no está para partiditas. No está para milagros, luego tampoco está para partiditas.

DON ANTONIO: Pues si habíamos quedado...

DOÑA MARGARITA: Le ha dado un cólico y se queda en casa.

DON ANTONIO: Sí... Claro, claro...

Mientras se aleja:

DOÑA MARGARITA: Que ustedes lo pasen bien.

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LOS DOS: Buenas noches.

Y cuando doña Margarita ha salido de cuadro, los dos amigos se miran un instante dubitativos, consultándose mudamente. Al fin, van hacia la puerta de la casa.

Secuencia 63. HABITACIÓN DON JOSÉ (Noche)

En la alcoba de don José, los temblorosos dedos del falso Dimas sostienen una cerilla encendida y mantiene la llama bajo el depósito del mercurio de un termómetro clínico. Se oyen pasos muy cerca, pasos decididos y rápidos. Don José, apresuradamente, apaga la cerilla, -que arroja al suelo, se mete bajo las sábanas- con zapatos, pantalones, etcétera y se introduce el termómetro en la boca, siendo de notar un respingo de dolor al hacerlo, como si hubiera sentido la correspondiente quemadura.

La puerta de la alcoba se abre justo cuando don José ha compuesto su mejor gesto de enfermo en estado semicomatoso.

Don Evaristo y don Antonio aparecen en el umbral, le contemplan un segundo sin pronunciar palabra, y al unísono van hacia él. Don Evaristo alarga la mano y coge el termómetro. Pero está tan caliente, que lo suelta por el aire durante un par de segundos, se lo pasa de una mano a la otra, hasta que al fin lo sujeta con dos dedos y mucho cuidado por el extremo para leer la temperatura.

Su expresión no se altera demasiado una vez hecha la lectura, sino que, con toda calma, le pasa el termómetro a don Antonio; éste sí que reacciona: tiene que sentarse en una silla, tan impresionado está. Mientras, don Evaristo ha cogido la muñeca de don José y le toma el pulso. Sólo necesita unos breves segundos para cerciorarse de que su estado de salud es inmejorable.

Rápidamente retira las sábanas hacia atrás, al tiempo que dice, entregándole un sombrero que se encuentra en una silla.

DON EVARISTO: ¿Vamos, don José...?

Don José, desprovisto ahora de voluntad propia, se incorpora, salta de la cama, se cala el sombrero que le entrega don Evaristo y echa a andar en éste y don Antonio, los tres en fila india.

Secuencia 64. APEADERO (Noche)

Por el camino que conduce al apeadero avanza una columna de niños con sus correspondientes velas. Al frente de ellos, don Salvador lleva el compás de un precioso himno, donde seguramente se dirá algo así como «Loor a San Dimas».

Al penetrar en la explanada ante el apeadero, la canción se confunde con una marcha patriótica que ejecuta la Banda Municipal, allí aposentada en lo alto del vagón de mercancías descubierto. Hay unos instantes de desconcierto, pero, al fin, con la derrota de los instrumentos de viento, se consolida el imperio de las cándidas voces infantiles.

Cerca de trescientas personas esperan el milagro. Ahora tratamos de fijar una serie de motivos para la composición de una secuencia.

Mauro se halla en lugar predilecto, muy cerca de la vía. Aunque todavía faltan bastantes minutos para que el milagro dé comienzo, ya entrado en situación,   —41→   de rodillas, con los brazos abiertos en actitud orante, sus ojos tratan de perforar la oscuridad.

Los jueves, milagro

Detrás de él, doña Paquita; también de rodillas, pero utilizando un complicado y barroco reclinatorio. Besa sus medallitas, lee en su misal, dos o tres escapularios cuelgan de su cuello.

En realidad, doña Paquita y Mauro son los dos únicos seres que, de verdad, esperan a San Dimas. Porque, por ejemplo, Carmela, detrás de un improvisado mostrador, despacha botellas de agua mineral a las que ha sido superpuesta la etiqueta de «Milagrosa». Pero sólo vende a los agüistas de siempre. Allí, frente al mostrador, los Maldonados prueban el agua. Don Arturo paladea y critica con desilusión:

DON ARTURO: Si es la misma... ¡la misma...!

DOÑA EVA: ¡Pero dos pesetas más cara...!

DON ARTURO: Una estafa.

DOÑA EVA: ¡Increíble!

A Luisito, que está junto a la campana, acercando su mano a la cuerda:

DOÑA EVA: ¡Luisito...! ¡La campana de la estación no se toca...!

El niño retira la mano.

El matrimonio Pacheco llega ahora, con la lenguajuera. Gesto de desencanto al ver que han llegado los otros. Doña Eva les recibe con ironía.

DOÑA EVA: ¡Vaya horitas! Son ustedes unos tardones.

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DON ARTURO: ¡Hombre, don Eugenio! Diga usted que le pongan un vasito. Esta agua parece otra.

DOÑA EVA: Y total, por dos pesetas más la botella...

A Carmela:

DON EUGENIO: ¿A ver?

Carmela ha abierto otra botella; ha echado en un vaso. Don Eugenio paladea el agua y exclama, con gesto de satisfacción.

DON EUGENIO: ¡Es verdad! ¡Qué diferencia!

Un poco más allá, doña Paquita preside un grupo de diez o doce mujeres, todas con su escapulario sostenido de una ancha cinta sobre los hombros, como si perteneciesen a la misma Cofradía. Y de hecho pertenecen, porque doña Paquita ha fundado ya la de San Dimas y el Agua Milagrosa, cuyo estandarte -con la imagen bordada del santo- vemos en sus manos, ostentando policromas cintas. Y toda la Cofradía en pleno reza un rosario dirigido por la presidenta.

El niño Luisito se ha separado de su grupo, contemplando boquiabierto un gran cartelón que dos fornidos mozos del pueblo sostienen por medio de dos palos. En él leemos: «El Fontecilla Club de Fútbol saluda a San Dimas». Delante del cartel, Matías, que es uno de los elementos más conspicuos de la cantera local, apura un porrón de vino. Cuando termina con él, se seca la boca con el dorso de la mano.

Ceferino, que es uno do los mozos que sostiene el cartel, se cansa de la postura y pregunta a Matías, verdaderamente molesto.

CEFERINO: Oye... ¿Por qué no la aguantas tú un rato?

Muy henchido:

MATÍAS: Yo soy el entrenador.

Otro de los mozos llama la atención hacia un ruido que empieza a escucharse, lleno de religioso temor:

JUAN: Eso suena a que viene San Dimas.

Presumiendo de conocer todo lo que se relaciona con el santo:

MATÍAS: ¡Qué va...! Es el exprés, que trae retraso.

En efecto, se trata de un tren de pasajeros. El fragor de la locomotora se perfila inconfundible.

Ahora tomamos el punto de vista de una persona situada en el convoy ferroviario. La estación se acerca como una mancha de luz en medio de la oscuridad   —43→   de la noche. Se oye la Banda de música, que toca una marcha o algo semejante.

Visto desde la estación, el tren pasa y desaparece en el túnel.

Secuencia 65. INTERIOR TÚNEL (Noche)

El interior del túnel. El humazo negro dejado por el paso del tren, se disipa y distinguimos el grupo formado por don José, don Antonio y don Manuel, iluminados por la débil luz de un portátil. Los tres tosen violentamente, por efecto del humo. Aunque don José aparece ya vestido de San Dimas, no se le nota muy dispuesto a realizar la tercera representación del milagro.

Cuando se despeja un poco el humo, don Manuel mira ante él y exclama:

DON MANUEL: ¡El gramófono! ¿Quién lo dejó encima de la vía?

En efecto, la cámara nos descubre, sobre la vía, el gramófono. Le ha pasado el tren por encima y está irreconocible y hecho añicos.

Cogiendo la ocasión por los pelos:

DON JOSÉ: Pues yo no me aparezco sin música.

DON ANTONIO: ¡Pero si está la Banda en la estación...!

DON JOSÉ: También está don Fidel. Y los curas entienden un rato de milagros.

DON ANTONIO: Lo mismo que yo. Al fin y al cabo, es el primero que ve.

DON JOSÉ: ¿Y si me pregunta algo sobre cosas del cielo? Por ejemplo, que cómo he dejado a San Nicasio. ¡Yo qué sé quién es San Nicasio!

DON ANTONIO: Pues no le conteste. Usted viene del cielo y no tiene por qué hablar con nadie.

Don Manuel, que se encontraba hasta ahora en segundo término, silencioso y con aire preocupado, se adelanta a primer término para decir:

DON MANUEL: A mí lo que me da miedo es que alguien se meta a curiosear por aquí dentro.

DON ANTONIO: Encima, dele usted alas.

DON MANUEL: Hay que pensar en todo. A un viejo loco se le puede engañar, pero yo no sé si a trescientas personas...

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Puntualizando:

DON JOSÉ: A trescientas personas y un cura.

Con decisión:

-¡Yo no salgo, ea!

A don Antonio:

-Y si quieren que haya milagro, se aparece usted.

DON ANTONIO: ¿Yo?

DON JOSÉ: ¡Sí! Se disfraza de otro santo y les dice que San Dimas no ha podido venir porque tenía que hacer.

DON ANTONIO: Sería una informalidad.

DON JOSÉ: Pues conmigo no cuente.

Amenazador:

DON ANTONIO: Eso... ¡Lo veremos...!

Secuencia 66. EXPLANADA APEADERO (Noche)

Volvemos al andén.

La expectación va en aumento.

Encuadramos a los niños de la escuela, con sus cirios, y don Salvador al frente. El maestro, que no puede disimular su nervosismo, consulta un reloj de pulsera.

Los jueves, milagro

El grupo está situado muy cerca del apeadero. Don Fidel, que ha aparecido   —45→   por detrás de don Salvador, semioculto a través del hueco de una ventana, ha sorprendido la expresión preocupada de don Salvador y observa irónico:

DON FIDEL: Parece que a este don Dimas se le han pegado las costumbres ferroviarias. No sabe lo que es la puntualidad.

DON SALVADOR: Pasan tres minutos de las doce, y tres minutos no son nada.

DON FIDEL: Hombre... Tanto como nada... ¿Usted ha puesto alguna vez una conferencia?

Fastidiado:

DON SALVADOR: Muy gracioso. Un chiste muy gracioso. Veremos quién se ríe al final.

Secuencia 67. OTRO SECTOR TÚNEL (Noche)

Pasamos al punto donde se encuentran don Evaristo y don Ramón. Éste sostiene una linterna y el otro arregla conexión del proyector. Como los otros tres cómplices, también ellos están nerviosos y suspicaces.

DON RAMÓN: ¿Está seguro de que ese cable va ahí?

Con suficiencia:

DON EVARISTO: ¿Quiere dejarme en paz? ¿Me meto yo con que si usted pone mucha o poca mecha en sus cohetes?

Muy excitado:

DON EVARISTO: Como siga dándome la lata, dejo el proyector y me voy.

DON RAMÓN: ¡Ah...! ¡Muy bien...! Allá usted. Pero ese cable está mal.

Con olímpico desprecio:

DON EVARISTO: ¡Por favor...!

Y une las conexiones.

Secuencia 68. EXPLANADA APEADERO (Noche)

En este momento las bombillas instaladas por el Municipio para iluminar el andén, se apagan y la estación queda tan sólo iluminada por el resplandor vacilante de las velas. Oímos ese breve clamor que siempre acompaña a los cortes de luz. Ahora de maravilla. Suenan murmullos y voces, como si la gente considerase aquello como el preámbulo de la aparición.

Plano de don Salvador y don Fidel. Algo inquieto:

DON FIDEL: ¡Vaya...! Un apagón. Muy oportuno.

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Don Salvador se ha quedado paralizado por el terror. Un corte de luz en aquel momento significa imposibilidad de poner en funcionamiento los maravillosos artefactos de don Evaristo.

Con cierta amargura:

DON SALVADOR: ¡Oportunísimo...!

Secuencia 69. SECTOR TÚNEL (Noche)

En su escondite, situado en el interior del túnel, oímos más que vemos a don Evaristo y don Ramón. Este último ha encendido una linterna y dice con pérfida ironía:

DON RAMÓN: ¿Con que el cable estaba bien colocado, eh? Se ha cargado usted toda la instalación del pueblo. ¡Y a ver qué hacemos ahora!

Don Evaristo reniega.

DON EVARISTO: Cualquiera puede equivocarse. ¡Ande!... Hágales una señal a esos para que no se pongan nerviosos.

Don Ramón mueve la linterna arriba y abajo. Un silbido contesta. CONTRACAMPO. En la más absoluta oscuridad, los otros hablan.

Secuencia 70. INTERIOR TÚNEL (Noche)

DON ANTONIO: No sé qué querrán...

DON MANUEL: Debíamos hablar con ellos. ¿Qué hacemos si no viene la luz?

DON ANTONIO: La darán enseguida. En el transformador hay siempre uno de guardia.

Se oyen silbidos lejanos.

DON MANUEL: ¿No oye? Están ya impacientes.

DON ANTONIO: Sí. Es mejor que salga, don José. Con los cohetes habrá bastante iluminación.

Al ver que no se consigue respuesta:

DON JOSÉ: ¿Me escucha? ¿Dónde se ha metido?

Hay una pausa angustiosa. Es don Manuel quien habla, lleno de sospechas.

DON MANUEL: Parece que se ha ido.

Con esperanza repentina:

-¡Espere! ...¡Creo que lo he cogido!

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DON ANTONIO ¡Yo también...!

En ese momento, vuelve la luz. El transportable colocado sobre sus cabezas se enciende. Desde luego, don José no está allí. Don Manuel y don Antonio se habían agarrado el uno al otro. Don Antonio se separa, cierra el puño y maldice al ausente don José:

DON ANTONIO: ¡Miserable...! ¡Traidor! ¡Hacemos esta faena...!

Secuencia 71. EXTERIOR TÚNEL APEADERO (Noche)

Pasamos a la entrada del túnel. Reptando entre las vías, don José sale de la absoluta oscuridad del túnel y gana un grupo de arbustos, tras los cuales se oculta. De ellos pasa a esconderse detrás de un vagón abandonado. Lleva sus zapatos en la mano.

Desde allí oímos el rumor impaciente del gentío. Algunos gamberros locales corean la tonadilla conocida «Que se empiece, que se empiece».

Don José se quita el manto y una especie de juboncillo que oculta su ropa actual y se baja las perneras de los pantalones. Arroja toda la ropa en la garita del vagón abandonado. Luego sale de su escondite, convertido en una persona normal. Para alcanzar el camino de regreso al pueblo tiene que cruzar por delante de la estación. Se dispone a hacerlo con las máximas precauciones. Se levanta las solapas. Y pasa junto a grupos de gente impaciente.

Secuencia 72. EXPLANADA APEADERO (Noche)

Don José cruza delante de don Salvador, que sigue, como siempre, al frente de los niños, los cuales están cantando.

DON JOSÉ: Buenas noches, don Salvador.

DON SALVADOR: Buenas noches...

Ha saludado inconscientemente, sin caer por el momento en la cuenta de lo que supone la presencia allí de don José. Pero se produce la clásica reacción retardada. Cuando el maestro lo comprende está a punto de desmayarse. Aprieta los puños con rabia. Al fin, sabiendo que ya no hay solución, se vuelve a los niños y ordena:

-¡Venga, niños...! Os calláis ya, apagáis las velas, y a casita.

Don Salvador abre la marcha, cejijunto, las manos a la espalda, la frente baja.

DON FIDEL: ¡Vaya!... ¡Qué pronto se ha cansado usted de esperar!...

Fingiendo conmiseración hacia sus párvulos:

DON SALVADOR: ¡Los niños...! ¡Pobrecitos!

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Y sin transición, le arrea un sopapo colosal al que tiene más cerca, que resulta ser Pepito Ramírez.

Don Salvador y los chicos se alejan.

(RACCORD)

G. P. G. de la estación (ángulo alto). La columna de los escolares sigue su marcha, alejándose entre los grupos de personas que aún esperan.

ENCADENADO

Secuencia 73. EXPLANADA APEADERO (Amanecer)

La estación captada desde el mismo emplazamiento, bastantes horas después. Sólo una pequeña figura espera todavía. Nos acercamos a ella. Es Mauro. De rodillas, como antes. Y aún otea en la oscuridad. Y grita, llamando a grandes voces:

MAURO: ¡San Dimas...! ¿Me oyes, San Dimas?... ¡San Dimas!... ¡Soy yo, Mauro...! ¿Dónde estás? ¿Dónde estás, San Dimas?

Pero nadie contesta.

CIERRA EN NEGRO

Los jueves, milagro