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280.- Bonaparte cónsul y emperador

     Bonaparte sabía eclipsarse oportunamente, dándose importancia y organizando a su país. Su acto principal fue la formación del Código, que consagraba todas las conquistas de la civilización, aunque se resentía demasiado del espíritu de la revolución. El sentimiento religioso, avivado por los sufrimientos, fue satisfecho mediante un Concordato con el nuevo Papa Pío VII; se restablecía en Francia el culto; volvían a abrirse las iglesias y se reponían los ritos que acompañan y consagran los actos más solemnes de la vida. Secundó esta obra Chateaubriand con el Genio del Cristianismo, demostrando cuanto de bello hay en aquellas creencias y ritos en que los Enciclopedistas no habían visto más que ignorancia y vulgaridad.
     La liga entre las potencias del Norte había quedado rota con la muerte de Pablo de Rusia. La Inglaterra sufría a causa de la interrupción del comercio y a causa de la revolución de Irlanda que reclamaba su independencia; sin embargo el genio de Pitt lo suplía todo; recuperó el Egipto, que restituyó a la Puerta, y por fin concluyó con la Francia la paz de Amiens, en virtud de la cual se dejaba al enemigo en el Piamonte, Génova, Liorna y Malta. Pero la Francia perdió la isla de Santo Domingo, donde los Negros sublevados proclamaron emperador a Toussaint-Louverture, y cedió la Luisiana a los Ingleses.
     La Suiza se había dado una Constitución unitaria. En Alemania, los príncipes desposeídos se indemnizaban con los dominios quitados a los eclesiásticos. Austria y Prusia se miraban con recelo, si bien hacían causa común contra la Francia. Todo hacía presumir que la paz no sería duradera. Bonaparte aprontó efectivamente un ejército en Bolonia, con la intención de hacer un desembarco en Inglaterra; y si bien sus pequeños buques nada valían contra los grandes navíos de Inglaterra, pudo aguerrir las tropas y prepararlas para futuras empresas.
     Bonaparte demostraba ser superior a todos y capaz de establecer el orden, por lo cual no le costó gran trabajo hacerse proclamar emperador con el nombre de Napoleón I. Espléndidas solemnidades acompañaron la coronación, para la cual hizo venir a Pío VII a París. Los diputados de la República Cisalpina, que en los comicios de Lyon habían obtenido Constitución y nombre de República Italiana, pidieron que Napoleón se hiciese también rey de Italia. Las demás repúblicas habían de sucumbir. Génova fue agregada a la Francia, como el Piamonte a Parma.
     Todo esto desagradó a las Potencias, las cuales dieron al Austria los medios de poner en campo de batalla a un grueso ejército; pero la acción de Austerlitz descompuso a la liga y motivó la paz de Presburgo, en virtud de la cual el Austria cedía Venecia, la Dalmacia y la Albania al reino de Italia; y a la Baviera el Tirol y 140 millones por gastos de guerra.
     De este modo la Italia quedaba libre de Austriacos. No tardó Napoleón en hallar pretextos para conquistar a Nápoles, cuya corona dio a su hermano José, que estaba lleno de buenas intenciones, pero que era contrariado por la nobleza, que no podía sufrir a un extranjero, y por los bandidos que eran una verdadera plaga. Habiendo pedido Inglaterra una compensación para el rey de Sicilia, Napoleón le dio las Baleares, sin hacer caso de España a quien pertenecían.
     El tratado de Lunéville había descompuesto la confederación germánica, quitando la autonomía a la mitad de los príncipes, y repartiendo entre los otros los bienes de los príncipes eclesiásticos.
     Las cincuenta y una ciudades libres habían quedado reducidas a seis. Uniéronse a los electores el duque de Würtemberg, hecho rey, el landgrave de Hesse-Cassel, el margrave de Baden y el gran duque de Toscana por el arzobispado de Salzburgo. Napoleón se hizo protector de la Confederación del Rin: de modo que el imperio quedaba destruido, y no a favor de la libertad popular. Francisco II renunció, pues, al título de emperador de Alemania y se hizo emperador de Austria.
     Tantas violaciones y las intrigas napoleónicas disgustaron a los Ingleses. Hasta la Prusia se veía arruinada, cuando Napoleón debía haberla halagado como contraposición al Austria; uniose con la Rusia y declaró la guerra a la Francia; pero quedó vencida en la batalla de Jena; Napoleón entró en Berlín como conquistador, insultó a la patriótica reina e intimó el bloqueo de las Islas Británicas.
     Entonces se formó la cuarta coalición contra la Francia; pero los Rusos fueron batidos en Eylau y Friedland; el zar Alejandro se avistó con Napoleón en Tilsit y se puso de acuerdo con él para dividirse la primacía de Europa, con perjuicio de Inglaterra.




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281.- Despotismo imperial

     Entonces Napoleón no conoció límites para su poder, ni en Francia ni en el extranjero. Creó una nobleza nueva, confiriendo principados y ducados en los países vencidos; puso a sus hermanos y a sus cuñados en diferentes tronos; decretó el bloqueo continental, es decir que en Europa no se admitiesen buques ni mercancías procedentes de Inglaterra; con lo cual condenaba a los pueblos a inmensas privaciones.
Aprovechándose de las discordias de la familia real de España, la desposeyó arteramente, colocando en el trono a su hermano José, y sustituyéndolo en el de Nápoles con su cuñado Murat. Pero se levantó la España contra el extranjero, apoyada por Inglaterra, y demostró a Europa que, si ante Napoleón se envilecían los reyes, aún podían hacerle frente los pueblos. Y en efecto, el pueblo alemán se preparaba a la resistencia, y las sociedades secretas, como la literatura, excitaban al patriotismo, al paso que Inglaterra desplegaba fuerzas colosales y hacía sublevar a los países vencidos y a la Italia. Formose una quinta coalición; pero Napoleón venció todavía en Eckmühl, tomó a Viena, hizo una verdadera matanza en la batalla de Wagram, domó con sangre al insurrecto Tirol y dictó la paz.
     Pero las paces no eran más que preparativos para otras guerras, con cuyo objeto pedía Napoleón continuamente dinero y hombres al Imperio y a Italia, sin atender a los sufrimientos ni a la opinión pública. Seguro de la victoria, creyendo infalibles sus propias decisiones, concluyó por disgustar hasta a sus parientes que había colocado en los tronos de España (José), Holanda (Luis), Nápoles (Murat) y Etruria (Elisa). Repudió a su mujer Josefina Beauharnais, a quien debía su primer encumbramiento, para casarse con María Luisa, hija del emperador de Austria, de la cual tuvo un hijo a quien dio el título de rey de Roma.
     Después de haber hecho el Concordato con el pontífice, y reconocido la superioridad de éste haciéndose coronar por él, invadió sus atribuciones hasta en asuntos eclesiásticos; y como Pío VII no quisiese condescender como los reyes, Napoleón ocupó los Estados pontificios y trajo prisionero al Papa. Entonces convocó en París un Concilio, esperando que los prelados resolverían contra su jefe. Pero halló en estos una noble resistencia. Todo hacía aumentar a los descontentos, que aparecían a pesar de la feroz severidad de la policía imperial.
     Soñando con el imperio de Occidente, deseaba dominar a Rusia y con tal propósito alistó el ejército más poderoso que se hubiese visto. Con 500 mil soldados franceses, sajones, bávaros, prusianos, westfalienses, wurtembergueses, badeses, españoles, portugueses e italianos, avanzó hasta el corazón del imperio, hallando en todas partes la desolación y el despoblado. Entró en Moscú creyendo invernar en ella, pero fue incendiada la ciudad; en la retirada, durante lo más crudo de un riguroso invierno, sin provisiones y continuamente hostigado por los guerrilleros Cosacos, pereció todo aquel ejército. Pronto Alemania se subleva contra su opresor; la misma Austria se coaliga con los patriotas; a pesar de la magnífica campaña de Sajonia, de las parciales victorias y portentosos esfuerzos por reconstituir un ejército, Napoleón es vencido en Leipzig; los Aliados entran en Francia, ocupan a París, y Napoleón es obligado a abdicar, reservándose la soberanía de la isla de Elba, donde se retira bajo el peso de la execración popular.
     El reino de Italia había sido su bella creación; diole una buena administración, fomentó las obras públicas y organizó la hacienda bajo el virrey Beauharnais, su hijastro. Este fue inducido a aprovecharse de los desastres de Napoleón para hacerse rey independiente, pero ni la nación le era favorable, ni él bastante resuelto. La idea favoreció mas a Murat, quien con un buen ejército que había hecho la campaña de Rusia, fluctuó entre los Aliados y Napoleón, esperando que éste o aquellos le harían conservar su hermoso reino. Estas vacilaciones perjudicaron a la causa italiana; los Aliados se acercaron a la capital del reino, la cual se sublevó dando muerte al ministro Prina y llamando a los Aliados, si bien esperaba conservarse independiente. Génova, que estaba unida al imperio francés, creyó también recuperar su independencia; pero los Aliados la dieron al repuesto rey del Piamonte, a fin de crear una robusta barrera contra Francia.
     Napoleón, fiado en las conspiraciones de sus partidarios, huye de la isla de Elba; de regreso a Francia, sostenido por el ejército y aplaudido por el pueblo que antes lo había maldecido, vuelve a París y promete libertad. Murat cree oportuno el momento, y proclama la independencia y la unidad de Italia; pero los Austriacos lo derrotan y colocan en el trono de Nápoles a Fernando de Sicilia. Murat intenta un nuevo desembarco a imitación de Napoleón, pero es preso y fusilado. Todas las potencias se habían coaligado de nuevo contra el turbador de la paz, y en Waterloo derrotaron a Napoleón, quien fue confinado a la isla de Santa Elena, donde murió día 5 de mayo de 1821.




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282.- Tratado de Viena

     Los príncipes vencedores se habían reunido primero en París, y luego en Viena para arreglar la Europa y consolidar la paz, estableciendo el equilibrio en los negocios de toda Europa, desde la Grecia hasta el polo. Graves dificultades encontraron sus intentos, cuando el derecho público había sido hollado, las libertades históricas sustituidas por libertades ideales, aniquilado el prestigio de los reyes y la fe de los pueblos. Durante la guerra habían hecho promesas o alentado ambiciones; querían castigar o premiar, resarcirse de los sacrificios hechos; todo lo cual dio pronto origen entre ellos a discordias que fueron aplacadas por el advenimiento de Napoleón.
     El más liberal de aquellos príncipes era Alejandro de Rusia, el cual, animado por conceptos místicos, inventó la Santa Alianza, en virtud de la cual él, Austria y Prusia, en nombre de Dios y del Evangelio, formaban una liga de fraternal amistad y mutuo auxilio para gobernar a los pueblos como padres, considerarse como una sola nación con Jesucristo por único soberano, y procurar la conservación de la paz y el orden establecido. Eran padres que querían gobernar a sus hijos como les diera la gana.
     Talleyrand, ministro de Francia, introdujo la palabra legitimidad, pretendiendo que los diferentes Estados fuesen reconstituidos tal como eran antes de la Revolución; con esto evitó el desmembramiento de la Francia, que se intentaba para abatirla y disipar el miedo que inspiraba. Se robustecieron los Estados antiguos, principalmente el Piamonte, que adquirió a Génova. Ya las grandes potencias habían tomado cada una su parte; Austria la Lombardía y el país veneciano; Rusia la Polonia como reino distinto; Prusia la Sajonia; Inglaterra el Cabo, Malta y Helgoland. La Noruega fue dada a la Suecia, que tuvo así una barrera contra la Dinamarca. La Suiza fue declarada neutral. La Alemania formó una Confederación de príncipes independientes bajo la presidencia honoraria del Austria, con ejército común, dieta en Francfort y prohibición de hacerse la guerra. Los Países Bajos fueron añadidos a la Holanda. Las posesiones del Austria en Italia se habían engrandecido y mejorado, desde que, con la adquisición de Venecia y la Valtelina, se unían con las posesiones transalpinas, sin contar que el de Austria tenía parientes en los ducados de Parma, Módena y Toscana. El Papa fue considerado como si no hubiese tomado parte en la guerra, y reintegrado. Los Borbones recibieron el reino de Nápoles, a excepción del Piombino, la isla de Elba y los Presidios que fueron dados a la Toscana.
     No se habían tenido en cuenta nacionalidades, religión ni opiniones. De la Turquía no se trató; se la dejó tiranizar a las tierras cristianas. Los diferentes Estados no dependían ya los unos de los otros, sino que todos eran soberanos. El equilibrio estaba roto desde el momento en que las cuatro provincias preponderaban.
     Se reprobó la esclavitud de los Negros, pero no era fácil destruirla; desde luego se prohibió la trata, y la Inglaterra se encargaba de registrar los buques negreros.
     Eran una calamidad para Europa los Estados berberiscos, que pirateaban por el Mediterráneo y sus costas, secuestrando personas por las cuales exigían enormes rescates. Entonces una flota inglesa impuso a Argel la libertad de los esclavos, que resultaron ser 49 mil en los diferentes Estados berberiscos; pero éstos no fueron abolidos todavía.
     Las obras maestras que los Franceses habían quitado a los países conquistados, con destino al Museo Napoleón, fueron restituidas.




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283.- Cuestiones religiosas

     La religión había sido tan sacudida, que era difícil hacerle recobrar su dominio en los espíritus y en el orden social. Pío VII, a instancias de los príncipes, repuso a los Jesuitas. No pudiendo pretender el derecho eclesiástico antiguo, hizo Concordatos con las diferentes naciones, adecuadamente a las circunstancias.
     León XII, Pío VIII y Gregorio XVI, atendieron a la pureza de las creencias y a la restauración de prácticas religiosas, como el jubileo.
     Muchos escritores secundaron el realce del sentimiento religioso, tales como Stolberg, De Maistre y Lamennais, mientras que hacían la guerra al Catolicismo con la ciencia, y el entusiasmo las sociedades bíblicas, los metodistas, los pietistas y los sensualistas. Se trató de fundir en la Iglesia evangélica todas las sectas cristianas, rechazando los libros simbólicos y las confesiones, dejando que cada cual interpretase a su manera la Escritura. Para esto trabajaba especialmente la Prusia; y porque el obispo de Colonia negó obediencia a las órdenes de Federico Guillermo en materias sacramentales, éste lo mandó encarcelar. Conmoviose la Europa, no acostumbrada todavía a tales violencias; el Papa levantó el grito y el nuevo rey dejó en libertad a los perseguidos.
     En las iglesias protestantes, cada cual forjaba creencias según su capacidad y conciencia propias. Los racionalistas rechazaban todo lo que no puede explicarse con la razón, o que es superior a la inteligencia. Otros atacaban a la Iglesia con estudios bíblicos, haciendo extrañas interpretaciones, corrigiendo pasajes, cambiando el texto sagrado hasta convertir a Cristo en un mito (Strauss) o en héroe de una novela (Renan). Las ciencias, principalmente la geología, ayudaban a desmentir el Génesis y a sostener que era inconmensurable (527) la antigüedad del hombre y primitiva la trasformación de las especies.




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284.- El liberalismo

     Esta libertad de pensar se aplicaba también a las cosas políticas. La revolución había introducido la costumbre de que cada cual quería tomar parte, o al menos formular su juicio en los actos públicos; se creía a los gobiernos obligados a atender a la opinión, a dar cuenta de sus actos, a dividir con el pueblo la facultad de dar leyes e imponer gravámenes. La Inglaterra daba el mejor ejemplo de semejantes Constituciones, que los Borbones imitaron en su Carta, si bien ésta no era el resultado de hechos históricos y transacciones entre la corona, la nobleza y el pueblo, sino de la simple voluntad del rey. Durante la guerra, los príncipes habían hecho grandes promesas a Alemania, pero se limitaron a crear estados provinciales, y cuerpos consultivos, siempre en beneficio de la nobleza. Se había arraigado la pasión de la guerra y la necesidad de los grandes ejércitos, que se decían indispensables para mantener la paz. Esto ocasionaba enormes gastos, y por consiguiente grandes impuestos. La revolución había concentrado toda la actividad en el gobierno, haciendo que la administración entrara de lleno en el dominio de la vida civil y privada, lo cual requería otro ejército de empleados, clase parásita que sólo sirve para aplicar reglamentos. De ahí el predominio de la burocracia.
     De aquel Napoleón que se había hecho odioso porque conculcaba la libertad y el derecho, se hizo un ideal de libertad para oponerlo a los nuevos príncipes, desprovistos de aquella aureola de gloria y del prestigio de la autoridad, desde que se habían visto expulsados, vilipendiados y restablecidos; ahora les movía a despecho el no encontrar en los pueblos la antigua docilidad, sin contar que ellos habían perdido su carácter patriarcal.
     Había crecido la influencia de los periódicos, y si los déspotas los tenían amordazados en sus propios países, no podían impedir que penetrasen los de los países libres, en cuyas Cámaras se discutían las razones de los que no los poseían y los reclamaban. Gran poder ejercían las sociedades secretas, procedentes de la francmasonería, a una de las cuales se habían afiliado los Tudescos para rechazar a Napoleón. Obra de ellas fueron los asesinatos de Kotzebue y del duque de Berry.
     Los reyes aliados, que se habían propuesto garantizar la paz teniendo a los pueblos contentos, se acordaron del peligro, y habiéndose reunido en Aquisgrán, renovaron su fraternidad cristiana y su propósito de intervenir con las armas doquiera estallasen revoluciones. La primera revolución que hubo luego fue en España, cuyo pueblo pedía la Constitución que las Cortes habían elaborado en 1812 y que Fernando VII había violado después de jurarla. El ejército se pronunció con Riego, Quiroga, Mina y Ballesteros, quienes pronto fueron sobrepujados por los Comuneros. Portugal ansiaba desprenderse del Brasil, elevado a imperio; una revolución militar proclama la Constitución, y Juan VI la jura, mientras el Brasil se declara imperio independiente.
     En el Piamonte, Víctor Manuel creía haber hecho bastante con no castigar a los que habían favorecido o servido al imperio, y restableció las leyes, las costumbres y a las personas como antes del 95; pero añadió la policía, la centralización y otras calamidades modernas. Además de los Genoveses, siempre aborrecidos de los Piamonteses, como conquistadores, habían penetrado las ideas constitucionales y el concepto de emancipar a Italia arrojando a los Austriacos. Varios oficiales obtuvieron la Constitución española y la proclamaron en Alejandría; previendo el rey que aquello daría motivo a los Austriacos para invadir el Piamonte, abdicó. Carlos Alberto, príncipe de Cariñán, se había puesto al frente de la revolución; pero cuando Carlos Félix, que se ceñía la corona por abdicación de su hermano, repudió la revolución, y huyó aquel a Lombardía, donde un pequeño ejército restableció la antigua convención.
     En todas partes empezaron procesos y castigos.
     La Francia, deseosa de adquirir nuevamente importancia en las cuestiones europeas, fue a domar a España. Riego fue fusilado con muchos otros, y restablecido Fernando VII en el trono. Igual suerte le cupo a Portugal, donde Don Miguel no tardó en proclamar el gobierno absoluto. El Congreso de Verona puso en orden al mundo; dictó providencias contra la trata de negros y la piratería de América, sobre las cuestiones pendientes entre la Rusia y la Puerta, y acerca de la navegación del Rin.




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285.- Turquía y Grecia

     Otro aspecto presentaba el liberalismo en Grecia. Ésta no se había resignado nunca a la servidumbre del imperio turco, el cual debe considerarse verdaderamente como fuera del derecho común. La poligamia descompone la familia; el despotismo del gran señor es tal, que se considera dueño de vidas y haciendas; puede hacer ministro a su palafrenero o mandar al gran visir la soga para que se ahorque; quita el peligro de los competidores haciendo matar a sus propios hermanos, y el de tener demasiados hijos de sus numerosas mujeres mandando que no se ate el cordón umbilical a los recién nacidos. Sin embargo, no es déspota más que en su capital, donde tiene tropas, esclavos y artillería. Fuera de allí, los bajaes que se crean con fuerzas bastantes, pueden desobedecerle, negar el tributo y hacerle guerra. La población no es personalmente esclava, sino que está obligada a servicios personales, expuesta a las arbitrariedades de los oficiales, de los soldados y de los tiranuelos que pululan en los gobiernos absolutos.
     La debilidad del imperio se revelaba en frecuentes insurrecciones. Mientras Franceses, Ingleses y Rusos le hacían guerra, Bonaparte trató de salvarlo para oponerlo a Inglaterra; pero no impidió que la Rusia atacase a la Puerta, como aliada de los Franceses. Selim III ensayó algunas reformas de civilización, lo cual indignó tanto a los genízaros, que se sublevaron con incendios y estragos; fue muerto Selim; su sucesor Mahmud procedió a la venganza y pensó librarse de la preponderancia militar. Reprimió a los rebeldes; domó a los Wahabitas, entusiastas que ocupaban la Siria y la Arabia, como la Albania y las islas Jónicas eran invadidas por Alí, bajá de Jamna. Los Mamelucos quedaron dueños del Egipto, apenas hubo partido Bonaparte; Mehemet Alí se hizo virrey, decapitó a 470 Mamelucos, exterminó a los Wahabitas, tiranizó a la Arabia y empezó a gobernar el Egipto como cosa propia. Constantinopla tenía que tolerarlo y hasta aplaudirlo.
     Estas debilidades daban esperanzas de regeneración a la estirpe heleno-eslava de la península oriental, en que la Puerta había instituido cuatro bajalatos; el de Salónica (Macedonia), el de Janina (Albania), el de Livadia (Hélade), y el de Trípoli (Peloponeso), además de las islas de Candía, Negroponte, Cícladas y Espóradas, sometidas al capitán bajá. Los Turcos habían tenido que valerse de los Griegos para la administración; algunas familias griegas dirigían en Constantinopla la diplomacia y la Hacienda. El pueblo no dobló nunca su frente cristiana ante la media luna. Los más resueltos conservaron las armas en las alturas, en los valles y en las islas con el nombre de cleftas, parecidos a los brigantes de la Calabria; otros pirateaban en el archipiélago.
     Entre ellos había crecido Alí Tebelen, el cual con la astucia y la fuerza llegó a ser bajá de Janina; exterminó a todo el que le opuso obstáculos; sucesivamente halagó a Bonaparte, a los Ingleses y a los Rusos; limpió de partidas insurgentes la Macedonia y la Tracia, y ejerció una de las tiranías más brutales.
     Durante y después de las guerras, los Griegos se habían esparcido por mares y ciudades, constituidos en sociedades secretas, y habían aumentado sus esperanzas de redención. Capodistria e Ipsilanti habían procurado adquirir para la Grecia el apoyo del zar Alejandro; por último, estalló en Jassy la insurrección que se propagó por toda la Acaya; acudieron los Griegos esparcidos por todo el mundo, y el clero se puso al frente del movimiento. La Puerta, unida con el Egipto, cometió atrocidades; los Griegos les opusieron un valor y una generosidad que asombraron a Europa, y rayaron a la altura de los antiguos héroes Botzaris, Zavellos, Canaris, Melidonio, Miaulis y Colocotrini. Ensalzáronse las empresas. Ipsilanti, Maurocordato, Capodistria y Conduriotis ordenaron el país y concluyeron tratados; en Europa, todo el que tenía corazón era partidario de los Griegos; pero los aliados ven allí la obra de los revolucionarios y se niegan a intervenir; inesperadamente los Ingleses destruyen en Navarino la escuadra turca; la Francia manda soldados a arrojar a los Egipcios de la Morea; la Rusia pasa los Balcanes (528) amenazando ocupar la codiciada Constantinopla; por último se firma la paz de Andrinópolis, por la cual se concede la emancipación de la Grecia; se deja a la Rusia la libre navegación del mar Negro y buenas fronteras hacia la Persia; quedan para Turquía las fortalezas de la Rumelia (529) y de la Turquía Asiática, y se declara libre para todas las potencias en paz el paso de los Dardanelos. La Grecia, bajo la influencia del emperador Nicolás, fue reconocida, pero limitada a la Morea y a la Livadia, mientras se separaban de su territorio el Epiro, la Tesalia y la Macedonia y las islas mayores. La energía que el presidente Capodistria desplegó para establecer el orden, lo hizo odioso para los revolucionarios, que le dieron muerte. Entonces los aliados enviaron como rey a Otón de Baviera, bajo el cual creció el reino en habitantes y en cultura, aunque no en paz y estabilidad. Al principio pareció que prevalecían los Bávaros llegados con el rey; pero habiendo partido éstos, tuvo el país todas las libertades, de las cuales se valió para suscitar discordias. Los Patriotas querían que el reino se extendiese hasta los confines naturales, pero se opusieron a ello los príncipes de Europa. Durante la revolución italiana, los mismos patriotas, alentados por Garibaldi, arrojaron a Otón, mas para aceptar a otro rey tudesco, Jorge de Schleswig y Holstein; la Inglaterra cedió a la Grecia las islas Jónicas, de las cuales se llamaba protectora.
     El idioma griego no era empleado ya en literatura, cuando el docto Coray lo adoptó en varias traducciones, en una biblioteca y en diccionarios; lo siguieron otros discutiendo si habían de restablecer el griego antiguo o aceptar el que se había formado con la mezcla de lenguas eslavas.
     Los Rusos favorecían a los Valacos, lo mismo que a los Griegos; en virtud del trato de Andrinópolis hicieron reconstituir la Valaquia y la Moldavia como principados tributarios, los cuales adquirieron su completa emancipación por la paz de San Esteban de 1879.
     En la Servia, Jorge el Negro comenzó en 1806 una lucha que concluyó en 1833. Milosc Obrenovic, que destruyó las servidumbres feudales, limpió el país de bandidos y acordó una Constitución, poco simpática a la Rusia, a quien desagrada todo incremento. Milosc fue expulsado y reclamado después; su hijo Miguel tuvo que sostener la guerra contra los Turcos, que bombardearon a Belgrado, pero tuvieron que renunciar a las fortalezas que ocupaban y reducir la Servia a la condición de Principado Danubiano, hasta que en 1879 quedó completamente libre.




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286.- América. Colonias

     La República prosperaba en los Estados Unidos de América, cuyos buques surcaban todos los mares; compraron a Napoleón la Luisiana, que les daba la posesión del golfo de Méjico con el Misisipí y el Misuri, extendiéndose así hasta donde el Columbia (530) se precipita en el grande Océano. Adquirieron de España las dos Floridas; los Estados, de 17 que eran, aumentaron hasta 22, y la población de 6 a 11 millones; conservaron la primitiva Constitución a través de las vivas contiendas entre demócratas y federalistas, los cuales se unieron para combatir a Inglaterra cuando ésta quiso castigarlos por el favor que habían prestado a Napoleón. El peligro común estrecha, pues, la unión entre los Estados, al paso que la libertad estimula la actividad de cada uno.
     La presidencia del demócrata Jackson fue señalada por espléndidos progresos; se vio difundida la instrucción, aumentados en número infinito los periódicos, reprimidos los corsarios, multiplicadas las manufacturas y la exportación, extinguida la deuda pública, creadas deudas particulares para grandiosas obras públicas, como ferro-carriles y telégrafos, y por último una marina mercante de 221 buques de vapor y 1708 de vela.
     Durante las guerras napoleónicas, Pitt consolidó el dominio de Inglaterra sobre el Canadá, concediendo a los colonos muchas de las libertades inglesas.
     Haití, donde se había formado un imperio, se constituyó en república unitaria, para dividirse luego, agitada continuamente por los partidos.
     Vimos ya el detestable sistema colonial de España y Portugal en la América del Sur (cap. 191). El ejemplo de los Estados Unidos infundió en los colonos el deseo de la independencia; precipitó los hechos la invasión de Napoleón en la península Ibérica, donde el liberalismo tomó aires de fidelidad a los antiguos reyes. Quito fue el primero en sublevarse; la Nueva Granada se declaró independiente, cuyo ejemplo siguió pronto Venezuela; resistieron a los Españoles enviados a someterlas. Simón Bolívar imitó a Washington en el vencer y organizar, sin más ambición que la de libertador. El rey de España repuesto, hizo nuevos esfuerzos para sofocar la insurrección, pero ésta se propagó a Buenos Aires, al Paraguay y al Tucumán. Por último, hasta el Alto Perú y Chile fueron libertados. Una asamblea general de las trece poblaciones Argentinas decretó la unión en la cual cada una conservaba su independencia particular, y todas la religión católica y el gobierno republicano con dos Cámaras y un presidente quinquenal. Merecen atención los largos y nobles esfuerzos de Bolívar por redimir aquellos vastísimos países.
     La Inglaterra, contenta de ver debilitada a España, reconoció en seguida la independencia de las colonias. Bolívar hubiera deseado unir en una sola familia a las poblaciones emancipadas; por esto hizo reunir en el istmo de Panamá a los diputados para asentar la alianza en una sólida base; pero eran demasiado inexpertos y apasionados, y el mismo Bolívar carecía del genio organizador necesario, aunque conservó hasta la muerte el de libertador.
     En Méjico, Agustín Itúrbide obtuvo la independencia, proclamándose luego emperador. Pero Santana proclamó la república y lo hizo fusilar. Mucho tiempo después fue como emperador Maximiliano de Austria, quien concluyó también por ser fusilado (1867).
     En el Brasil, vastísimo y rico país, unido al pequeño Portugal, el regente D. Juan, refugiado allí a causa de la invasión napoleónica, introdujo libertades, educación y manufacturas. Después de la caída de Napoleón, declaró reino al Brasil, igual a Portugal y a los Algarbes. En 1821, D. Juan se embarcó para Europa, dejando a D. Pedro como regente del Brasil. Pronto las provincias se sublevaron contra las Cortes portuguesas, se proclamó la independencia y D. Pedro fue declarado emperador constitucional. Con tal Constitución, y bajo un excelente soberano, el imperio prosperó muchísimo.
     Con una población en que entraban blancos, negros, mulatos, mestizos, libres y esclavos, con tanta diversidad de intereses, era difícil establecer el orden y la paz en las antiguas colonias americanas; los primeros momentos fueron tormentosísimos en todas partes y en muchos puntos no se ha obtenido hasta nuestros días cierta organización estable. Todo el resto de la América meridional sufre irreconciliables conmociones. Entre una larga y no feliz serie de Constituciones, tentativas, guerras y cambios, han alternado repúblicas y monarquías, o más bien anarquías y despotismos.
     Los Estados Unidos, en guerra contra Méjico, le quitaron el Nuevo Méjico, gracias al cual y a la Vieja y Nueva California, tuvieron en el mar Pacífico el puerto de Montrey y la bahía de San Francisco; quedaron, pues, bien compensados los 254 millones que costó la guerra, mucho más desde que se descubrió en California tal cantidad de oro, que alteró las proporciones de la moneda y el precio de los géneros en todo el mundo. En menos de un siglo, los Estados Unidos veían quintuplicada su población, triplicado su territorio, y duplicada su fuerza productiva; todo sin ejército.
     Era cuestión fundamental la de los esclavos, y para impedir que la emancipación fuese decretada, muchos procuraban la anexión de nuevos Estados, en los cuales existía la esclavitud. Esta violación de las leyes de la humanidad fue la causa de las conquistas intentadas o realizadas en el Nuevo Méjico, en la California y en Cuba, y por último de la gigantesca guerra de insubordinación, la más terrible de los tiempos modernos.
     Sin embargo la Constitución no fue alterada; renació la prosperidad, a pesar de que el rescate de tantos millones de esclavos desbarató las fortunas y llevó a la representación a personas ignorantes y ávidas de reacción.
     El origen constituye por sí solo una enorme diferencia entre los anglo-americanos del Norte y las poblaciones latinas del Mediodía. En aquellos, ya antes de la emancipación, era costumbre organizar los intereses propios y ejercitar la actividad personal venciendo las dificultades de terrenos no siempre gratos. En el Mediodía todo estribaba en la obediencia; todo era arreglado por magistrados forasteros; un número reducido de señores vivían en la holganza a expensas de los esclavos, en quienes recaía todo el trabajo. De ahí la facilidad de las dictaduras y de incesantes revoluciones para obrar contra ellas. Los centralistas desean conservar la mayor parte posible del antiguo sistema colonial; los liberales o demócratas precipitan las innovaciones, sobre todo en materia religiosa. El Brasil, el Paraguay, la Banda Oriental, Venezuela y Chile proclaman la libertad para todos y la necesidad de multiplicar las relaciones con Europa; al paso que los retrógrados reclaman privilegios, derechos proteccionistas, monopolio y aislamiento. Los del interior procuran alcanzar el Océano por medio de sus grandes ríos, mientras los rechazan los del litoral; de ahí se originan luchas entre Estado y Estado. Con frecuencia los molestan las naciones europeas con pretensiones de toda especie. Los Indios, ya sean bravos o humanizados, hacen a veces más feroces las luchas interiores. Se siente, sin embargo, necesidad de paz y de orden para excavar las minas, concluir el camino que une el Atlántico con el Pacífico, franquear la cordillera de los Andes, abrir el istmo de Panamá acortando el camino a las 600 mil toneladas de mercancías que hoy doblan el cabo de Hornos y dando vida a las inmensas islas de la Polinesia y de la Melanesia, como a las fértiles regiones del litoral oriental y meridional del gran continente asiático.




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287.- Francia. Nueva revolución

     La revolución había dado el triunfo a la clase media (tercer estado),que obtuvo una carta, en la cual quedaban abolidos todos los privilegios. Todo francés era apto para todos los empleos y grados civiles y militares; había libertad de imprenta, de cultos y de asociación; la propiedad era intangible; inviolable el rey; responsables los ministros; había dos Cámaras legislativas, una electiva y otra hereditaria y nombrada por el rey; conservábanse los Códigos del imperio y quedaban abolidos el divorcio y la confiscación.
     No faltaron realistas exagerados que impulsaban a la reacción y a la venganza; pero Luis XVIII no se dejó desviar de la moderación, ni violó la carta que había dado. Con un millar distribuido a aquellos cuyos bienes habían sido confiscados por la revolución consolidó la inviolabilidad de la propiedad y desvaneció el miedo de los compradores de bienes nacionales. Pero los contrarios, bonapartistas o liberales, mal se avenían con un trono y una bandera no realzados por las victorias, con una dinastía impuesta por el extranjero, con una carta concedida; decían que el reino era agitado por una congregación de ultrarrealistas, partidarios del despotismo y por la voluntad de la Santa Alianza. En la Cámara se había formado la oposición, en parte radical, es decir, encaminada a la revolución, y en parte doctrinaria, de personas que se proponían ciertos teoremas, según los cuales querían regular el derecho interno y externo (Benjamín Constant, Royer-Collard). Las sociedades secretas se difundían y pareció obra de ellas el asesinato del duque de Berry, presunto heredero; pero la viuda de éste estaba encinta y parió al que fue después duque de Chambord.
     La Francia trató de recobrar importancia en el concierto europeo yendo a reprimir la revolución española; pero esto dio fuerza a la oposición que atacaba al gobierno como fautor del despotismo. Hasta en los asuntos religiosos, cada acto a favor de los católicos era señalado como un paso hacia la reacción, como una deferencia a la Santa Alianza, como un retorno a la Edad Media, y parecía amenazada la libertad de los jesuitas, de los hermanos de la doctrina cristiana, de las conferencias de San Vicente de Paúl.
     La literatura obedeció a diferentes sentimientos. De Maistre, Bonald, Ballanche y Chateaubriand, embellecían el cristianismo; Royer-Collard, Cousin y Maine de Biran, sustraían la filosofía del nuevo sensualismo; Guizol, Barante, Thiers y Thierry, buscaban en la historia las huellas de la libertad.
     Carlos X era indicado como jefe de los congreganistas y autor de los consejos reaccionarios, lo cual aumentó la oposición, que se manifestaba en la Cámara, en los funerales, en las revistas, y sobre todo en la prensa, con cuyo desenfreno era imposible gobernar.
     Por lo que toca al exterior, la Francia ayudó a la emancipación de la Grecia; protegió a la colonia de Madagascar de los Ingleses, y con la expedición de Argelia acabó con la piratería de los Berberiscos y adquirió una importante colonia en la costa septentrional del África.
     Este triunfo pareció oportuno a Carlos X para dictar ordenanzas que restringían el derecho electoral y la libertad de imprenta. Los periodistas declaran violada la carta, cierran las imprentas, comienzan una resistencia tenaz, y al cabo de tres días de sangre el rey es vencido y expulsado; pero en vez de la república se proclama rey de los franceses a Luis Felipe de Orleans. y la Constitución es apenas modificada.
     Entonces hubo todas las vacilaciones de un gobierno a quien le falta la fuerza de reprimir a sus propios creadores. Pero la Francia no puede moverse sin que se resienta toda la Europa. La Bélgica se subleva para emanciparse de Holanda, que le atacaba la industria y la religión. Se insurrecciona la Polonia para librarse de la Rusia; se pronuncia la España para restablecer su antigua Constitución, y se subleva Italia para librarse de los Austriacos.
     Los potentados habían previsto estas consecuencias, por cuyo motivo habían resuelto combatir a la nueva revolución. Pero los 100 mil hombres que el zar Alejandro mandaba, tuvieron que limitarse a sofocar la insurrección de Polonia; el Austria tuvo que atender a Italia, sublevada también, y una y otra potencia tuvieron que reconocer la nueva dinastía francesa. Como la base de la Santa Alianza consistía en socorrerse mutuamente para impedir toda innovación, se estipuló que ningún potentado interviniese en la Constitución interna de los demás países. Es la famosa no intervención, que repugna a la caridad y al derecho público, y que fue violada cuantas veces plugo a los príncipes.
     En Bélgica fueron principalmente los católicos los que pidieron la independencia, y como Holanda reconociese las rebeladas provincias, las potencias interpusieron larguísimas negociaciones, que llenaron 80 protocolos. Por último, la Francia mandó allí un ejército que derrotó a Amberes, donde Bélgica se dio una Constitución de las más liberales; tomó por rey a Leopoldo, príncipe de Coburgo, y alcanzó maravillosa prosperidad.
     En Polonia la vanguardia misma del ejército de los Rusos se volvió contra éstos, a instancias de los señores; quienes desde muy antiguo pedían que se considerase a su país como reino independiente, conforme había sido proclamado en asamblea solemne en Varsovia el año 1815 y prometido por el zar Alejandro. Pero éste se había espantado del liberalismo y de la francmasonería, y buscó la unificación hasta oprimiendo el culto católico. La guerra que hizo a Francia su sucesor Nicolás repugnaba a los señores, por lo cual se sublevaron, y como eran expertos en las armas, aprontaron un buen ejército y vencieron las resistencias; pero de fuera no pudieron recibir más auxilios que buenas palabras; azotados por el cólera y por disensiones interiores, después de rudas batallas sucumbieron ante el ejército regular mandado por Paskewic; el reino fue incorporado al imperio y agobiado de suplicios, deportaciones y destierros.
     Por aquellos días murieron en Italia Carlos Félix del Piamonte, Francisco de Nápoles y León XII, a quienes sucedieron respectivamente Carlos Alberto, Fernando II y Gregorio XVI. La ocasión pareció propicia a los revoltosos, que no desperdiciaban ninguna. Durante el cónclave, los hijos de Luis Bonaparte intentaron un sacudimiento en Roma, que fue calmado en seguida; pero pronto se sublevaron Módena, Parma y las Legaciones.
     El Austria se mostró dispuesta a extinguir aquel fuego que amenazaba a sus Estados. Luis Felipe, atento a consolidar su propia dinastía, no opuso más que protestas al Austria, cuando ésta envió un ejército a reponer a los duques de Parma y de Módena sin resistencia. En la Romania se había formado un pequeño ejército que opuso alguna resistencia en Rímini; los jefes de la insurrección huyeron a Ancona; unos se embarcaron, siendo luego cogidos por una corbeta austriaca y llevados prisioneros a Venecia; otros se refugiaron en Francia, adonde acudían los vencidos de todas partes. En el Piamonte los primeros motines fueron sofocados con ejecuciones militares; el Austria dio libertad a los forasteros que había cogido; sometió sus súbditos a procesos y hallose más fuerte que nunca sobre Italia.
     Temblaron por ello los liberales de Francia; la oposición se manifestaba no solamente en los periódicos, sino que también en incesantes trastornos (531) y en atentados contra el rey. Pero prevalecía la clase media, atenta a los intereses materiales y al poder del dinero; los ministros se sucedían, sin que hubiese gran diferencia entre unos y otros; frente a los gobiernos representativos surgían los Republicanos, representados por las sociedades secretas, y los Socialistas por las escuelas de Fourier y de Saint-Simon.




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288.- Las penínsulas meridionales

     En Italia, la Romania tardó en apaciguarse; cuando los Austriacos fueron a reprimirla, el ministro francés Périer mandó una flotilla que sorprendió y ocupó a Ancona. De este modo hubo dos extranjeros en vez de uno; sin embargo muchos se consolaban viendo otra bandera distinta de la Austriaca; por fin se acordó que Austriacos y Franceses se retirarían simultáneamente; pero antes los Potentados, a pesar de la no intervención, habían presentado una nota al Santo Padre, pidiendo que diese instituciones a su país; con lo cual se entremetían en el gobierno de un príncipe independiente, y daban a los descontentos una especie de apoyo, del cual se valieron para molestarlo, hasta lograr desposeerlo.
     El territorio Lombardo-Véneto había prosperado, gracias a la fertilidad de su suelo, a la actividad de los habitantes y al sistema comunal, la administración era excelente, exacta la justicia, moderados los impuestos, numerosas las obras públicas; pero todo lo echaba a perder una embarazosa policía y la aversión al dominio extranjero, que daban lugar a conjuraciones y castigos. Fernando I sucedió a Francisco I, se hizo coronar y fue aplaudido porque concedió una amplia amnistía, introdujo mejoras y mostró buenas intenciones.
     El ducado de Parma, dado como vitalicio a la viuda del vivo Napoleón; Módena, dominada por un duque severo y prudente; Lucca, regida por un duque descuidado; la dócil y floreciente Toscana, parecían satélites del Austria.
     Nápoles gozaba de mayor independencia, pero se veía perjudicada por frecuentes revoluciones y la inmoralidad que subía desde la plebe hasta las gradas del trono. Fernando II supo impedir la revolución en su país, cuando estalló esta en toda Europa. La Sicilia no se resignaba nunca a estar sujeta a la tierra firme, y lo demostraba con frecuentes resistencias.
     Gregorio XVI no creyó oportuno seguir las indicaciones hechas por las Potencias, y parecieron pocas las mejoras que introdujo en su país. Sin embargo crecía en toda Italia la prosperidad material, y la importancia que adquiría el Mediterráneo hacía esperar un gran adelanto siempre que los Estados se pusiesen de acuerdo para el bien común. Todas las esperanzas parecieron avivarse cuando fue elegido Papa Pío IX.
     En Portugal, el rey se había vuelto absoluto, y reconoció la independencia del Brasil; a su muerte, el emperador Don Pedro heredó a Portugal, le dio una Constitución a la moderna, opuesta a las constituciones históricas, y renunció esta corona en favor de su hija María de la Gloria. Esto dio lugar a insurrecciones; Don Miguel, hermano de Don Pedro, pretendió el cetro absoluto y ocasionó la guerra civil; Don Pedro fue a combatirlo; a la muerte de éste, Doña María poseyó el agitado reino; Don Miguel fue desterrado, y el país tardó mucho en reponerse. Entre tanto los Ingleses amenazaban las posesiones de Goa y Macao, y continuaron ejerciendo el privilegio de los vinos de Oporto.
     Fernando VII reprimió con el terror a los constitucionales españoles, complaciéndose en oír a la plebe gritando: Viva el rey absoluto. La revolución de 1830 no halló eco en España. Cuando Fernando se casó con María Cristina de Nápoles, parecieron aceptadas por la Corte las ideas liberales. Habiendo nacido de su matrimonio una niña, Fernando hizo abolir la ley sálica que excluye a las mujeres del trono, y restablecer la nacional que las admite. Recibieron mal esta providencia Don Carlos, hermano del rey, Francia y Nápoles, de quienes se alejaba la posibilidad de una sucesión. A la muerte del rey, María Cristina fue regente en nombre de su hija Isabel, tropezó con mil dificultades, cambió de ministerios (Cea Bermúdez (532), Martínez de la Rosa), y dio una constitución a la inglesa. Conspiraron Apostólicos, Constitucionales, Realistas, Carlistas, Carbonarios y Comuneros; combatieron Mina, Espartero y Zumalacárregui; las provincias Vascongadas reclamaron sus privilegios; el matrimonio de Isabel se convirtió en una cuestión de Estado; Luis Felipe la deseaba para su hijo; Inglaterra se ofendió de ello y juró la ruina del francés.




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289.- Rusia

     La Rusia va extendiéndose desmesuradamente, a despecho de la geografía y de la diplomacia; ya abarca 261000 leguas en Europa, 684000 en Asia, y 72400 en América, todo territorio unido; se acerca a Constantinopla y a la Persia, como a la Alemania y al Adriático, y tiende a reunir en un solo imperio todas las razas eslavas (Rusia, Polonia, Bohemia, Moravia, Dalmacia, Hungría, Transilvania, Valaquia, Moldavia y Servia).
     Alejandro fue dos veces saludado como redentor de Europa; educado por filósofos e inspirado por místicos, representó las ideas más liberales y humanas, y trató de unir a todas las sectas religiosas.
     Los 800 mil nobles no pagan impuestos, ni pueden ser juzgados más que por sus iguales, y entre ellos son repartidos todos los grados y empleos. Los monarcas procuran mermar el poder de estos elevando al clero y al tercer estado, y creando una nobleza de méritos. En los campos, parte de los habitantes están sujetos al terrón y parte son cultivadores libres; unos y otros suman ocho millones de almas, e igual número los esclavos. La riqueza se evalúa por el número de esclavos, y hay señores que los tienen a millares.
     Hasta allí penetraron las sociedades secretas, pero en la clase alta, y varias veces deliberaron matar a Alejandro, enemigo de las ideas liberales. Este parecía que verdaderamente deseaba procurar la independencia de la Grecia, cuando habiendo caído enfermo yendo de viaje, murió, no sin que hubiese sospechas de envenenamiento.
     Los conspiradores reclaman la Constitución, y el pueblo los aplaude sin saber de qué se trata. Nicolás hace frente a las tropas sublevadas, y con la firmeza primero y después con las horcas, destruye toda resistencia.
     En la Persia, Feth Alí había estado en guerra con la Rusia a causa de la Georgia, y Alejandro obtuvo de él muchas provincias del Cáucaso, el Daguestán y la Mingrelia, sin contar la Georgia. A la muerte del zar, Feth Alí declaró la guerra, pero Paskewic batió a los Persas, obligándoles a una paz gravosa y a dejar libre la navegación del Caspio. Desde las fortalezas edificadas en las fronteras, la Rusia puede arrojarse sobre la Persia, la Armenia turca y la India inglesa; por esto los Ingleses hicieron todo lo posible a fin de que el nuevo shah Mohamed Mirza se separase de la alianza rusa.
     El tratado de Unkiar-Schelessi permitió que la Rusia ocupara el triángulo de la desembocadura del Danubio, dominando este río y diciéndose tutora de la Turquía y de los cristianos súbditos de la misma. Después de haber concluido la guerra con la Turquía, los Rusos se encontraron también dueños del Cáucaso y de la costa oriental del mar Negro, penetrando hasta el corazón de la Turquía Asiática. Los Circasianos, habitantes casi independientes del montañoso istmo que separa el mar Negro del Caspio, no se consideraron obligados a los convenios de la Puerta, y dirigidos por el héroe y profeta Chamil, se negaron a someterse y obedecer a la Rusia. Aún después de este jefe, ha durado la resistencia, y es en extremo difícil la organización del país.
     En el inmenso territorio ruso habitan los restos de todos los pueblos que emigraron del Asia, y que, puestos en contacto, se modifican bajo la impresión de la Rusia. Ésta sujeta la población nómada de la gran Tartaria al terrón, a los tributos, al trabajo, ya con la persuasión ya con la fuerza. Los Kirguises (533) y los Calmucos experimentan su influencia civilizadora. Los Cosacos van asimilándose y prestan una excelente vanguardia a los ejércitos, con los cuales la Rusia domina poco a poco a Europa. Puebla de colonias, villas y ciudades el istmo Táurico (Crimea) y las heladas regiones de la Siberia.
     A las ricas producciones de aquel imperio, que puede exportar la cuarta parte de los granos que cosecha, se unen las minas de oro de los Urales y las de oro y plata de la Siberia. Aumentan las manufacturas; ríos y canales facilitan el comercio interior, pudiendo los géneros recorrer 1434 millas desde el Caspio hasta San Petersburgo. Esta ciudad se halla situada sobre el Báltico, pero los hielos impiden la navegación, por cuyo motivo la Rusia tiene siempre puestos los ojos en el mar Negro, cuya libre navegación obtuvo con la paz de Kainargi. Hay Universidades, academias y observatorios. Falta la unidad política, nacional y religiosa. El cisma divide a la Rusia de las razas latinas, y el emperador quiere reducir a su obediencia a los obispos católicos; se hace enseñar en las iglesias que se debe obedecer a la voluntad del zar como a la de Dios. Algunos consideran al zar como legítimo descendiente de los emperadores romanos, y por tanto como verdadero jefe de la Iglesia cristiana, de la cual se separó la católica; esperan, pues, que ambas iglesias se reunirán y que el zar será señor espiritual y temporal del mundo.




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290.- Confederación germánica

     Antiguamente eran germánicas ambas orillas del Rin, pero Francia no solo ocupó la izquierda, sino que pasó el río; quitó al imperio Metz, Verdún y Toul en 1552; Sundgau y Brisac en 1648, y toda la Alsacia en 1672; el Franco-Condado en 1679; Estrasburgo en 1681; la Lorena en 1796; en 1801 poseía toda la izquierda; si los tratados de 1815 le quitaron posteriores conquistas, conservó a la orilla izquierda un gran trecho entre Huninga y Lanteburgo. A cada instante, la Francia amenazaba con querer apoderarse de toda la línea del Rin, y la Alemania con querer ocupar los países quitados al imperio, lo que consiguió en 1870.
     Los treinta príncipes que habían recuperado su dominio querían reinar en absoluto; pero la unidad nacional había alcanzado tan poco terreno, que ni siquiera se estableció la comunidad de comercio y navegación, y mucho menos la unidad de código y constituciones. Como el espíritu liberal, avivado en la guerra de los pueblos, había sobrevivido al triunfo, los príncipes, sobre todo los dos más importantes, se esforzaron en reprimirlo, e instituyeron en Maguncia una comisión para investigar y condenar las agitaciones demagógicas, como igualmente para contener a la prensa. El rey de Würtemberg fue desaprobado cuando liberalizó la constitución.
     La revolución de 1830 suscitó otras en Alemania; en todas partes se pidieron instituciones más amplias, y en un convenio de Hansbach se desplegó la bandera roja-negra y oro, pidiéndose la libertad de imprenta y la unidad germánica. Pero se opusieron los reyes, reprimiendo todo espíritu de rebelión contra el predominio de la Prusia y del Austria.
     El Austria, aunque constituida en imperio, no pudo reducir a unidad administrativa sus Estados. La Hungría conservaba, más que ningún otro país, constituciones y leyes consuetudinarias muy distintas, con pueblos superpuestos. Sobre todos ellos estaban los Magiares, exentos de cargas y de toda jurisdicción, fuera de la real, sin más obligación que el servicio de las armas y con bienes feudales reversibles a la corona. La dieta húngara debía ser convocada cada tres años, pero desde 1812 Francisco I no la convocó hasta 1825, exigiendo en este intervalo hombres y dinero. Entonces los Húngaros reclamaron sus derechos, diciendo que no proporcionarían más tropas; pero habiendo estallado la revolución de julio, dieron hombres para sofocarla. En 1840 renovaron sus peticiones, y por último propusieron no recibir en adelante mercancías del Austria; en tanto reformaron sus propias leyes, aboliendo las urbariales, opresivas para los agricultores, e introduciendo legistas en los juicios. Pero los Eslavos, en situación inferior, y principalmente los Croatas, querían sacudir la servidumbre y reclamaban igualdad de derechos. Esto dio lugar a sangrientas reacciones y a una abierta revolución, de la cual nació por fin el cambio absoluto del imperio austriaco, que se denominó después Austria-Hungría.
     La Bohemia, rica por su industria, reclamaba también su nacionalidad y el uso de su lengua propia. Del mismo modo, los demás países austriacos pedían la publicidad de actos y su parte correspondiente en la deliberación de los negocios públicos.
Prusia      La Prusia, aniquilada por Napoleón, quería elevar al protestantismo a despecho del Austria; ella fue la que representó al partido germánico en la obra de resistir y abatir al conquistador. Federico Guillermo no hizo caso de los liberales, pero sí a sus aliados, con los cuales estableció el gobierno personal, favoreciendo la instrucción, y patrocinando los intereses y las ideas generales de tal modo que Berlín fuese considerado como centro de la Alemania. Contribuyó a estrechar los lazos la Liga Aduanera, en virtud de la cual se suprimieron las aduanas entre muchos Estados, con reciprocidad de productos y de industria. En 1846 el Zollverein abarcaba 8307 millas cuadradas alemanas (de ocho kilómetros) con 29 ½ millones de habitantes. El Austria no pudo acercársele a causa de sus posesiones de Italia. Los países coaligados crecieron en industria, en tráfico, en obras de toda especie y en economía. La Prusia aumentó en importancia política. A la coronación de Federico Guillermo IV, los diputados de las provincias le recordaron las promesas hechas por su padre acerca de un sistema representativo; pero el nuevo monarca no concedió más que algunas reformas, que hicieron pedir otras.
     El Austria y la Prusia ponían obstáculos a la libertad y al desarrollo de los demás Estados; sin embargo ambas podían marchar al mismo paso; la una siendo católica y conservadora, con pueblos de razas diferentes; y siendo la otra protestante, con cinco sextas partes de los súbditos tudescos, y con el arte de hacer recaer sobre las demás lo odioso de sus propios rigores. El espíritu democrático agitaba secretamente a ambas; obedeciendo al mismo, activaron ellas la emancipación de los campesinos.




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291.- Suiza

     La Suiza, de diversas razas unificadas por la libertad, tiene gran importancia por su posición geográfica, a pesar de sus pequeña extensión. La Constitución unitaria que Napoleón le había impuesto, fue rota en 1815, restableciéndose la federación, en la cual quedaban comprendidos Ginebra y los antiguos bailiazgos italianos, con dieta anual, alternando entre Zúrich, Berna y Lucerna. Cada cantón tiene sus estatutos particulares, que han ido mejorando, como las leyes y la economía, y extendiendo la igualdad. La francmasonería era allí muy eficaz; abundaban mucho los emigrados de todos países; y la imprenta, del todo libre, trabajaba mucho. El Cantón de Tesino reformó sus propios estatutos; después de la revolución de Julio, todos proclamaron los derechos del pueblo, lo cual pareció a los Cantones primitivos, democráticos y católicos, una amenaza hecha por los revolucionarios a las antiguas libertades.
     Hubo, con tal motivo, trastornos en que prevalecieron los grandes Cantones y que se agriaron al mezclarse las cuestiones religiosas. La católica Lucerna y la protestante Berna se hallaron al frente de dos partidos hostiles. Esta última invadió con las armas el bailiazgo de Muri, de donde arrojó a los frailes, a pesar de que el pacto federal garantizaba la existencia de los conventos y de sus propiedades. No se quiso que Lucerna y Friburgo tuviesen jesuitas. Formose una conspiración para matar a los magistrados de Lucerna; se asesinó a Leu, jefe del partido católico; hubo una invasión de cuerpos francos conducidos por Ochsenbein; quedó destruido el Gobierno de Ginebra y se formó otro que participó de las violencias. Los Cantones católicos de Lucerna, Friburgo, el Valais, Schwytz, Uri, Zug y Unterwalden formaron para su defensa una Liga Separada; mas fueron vencidos.
1848      Entonces se formó una nueva Constitución unitaria, con asamblea federal residente en Berna, y dividida en Consejo nacional, consejo de los Estados y Tribunal federal.




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292.- Escandinavia

     Bernadotte fue el único de los generales de Napoleón que conservó un trono; estableció una dinastía en el de Suecia, a la cual fue unida la Noruega con Constitución diferente y bastante democrática, al paso que en la misma Suecia quedaron restos del feudalismo. La Carta de 1809 difería poco de la antigua de Oxenstiern, como antiguas eran las leyes hasta cuando se publicó el Código de 1833. Bernadotte, que vivió hasta 1841, conservó la paz, favoreció la industria y la agricultura, y por medio de un costosísimo camino al través de los Dofrines, unió a los dos reinos, que a pesar de todo no andan muy acordes.
     La principal renta del reducido reino de Dinamarca consiste en el derecho de peaje del Sund; vendió a Inglaterra sus posesiones del África, y a los Estados Unidos sus tres Antillas. La Islandia adquirió gran importancia. El rey era absoluto, pero Federico VI se vio obligado a dar una Constitución muy limitada a consecuencia de la revolución de 1830. Tuvo que ampliarla Federico VII, quien reconoció la libertad hasta para los Católicos.
     Se hallan unidos a Dinamarca el ducado de Schleswig, es decir la Jutlandia meridional, y el ducado de Holstein, Estado del imperio germánico. Surgieron muchas pretensiones sobre estos. Al dividirse la casa de Oldemburgo en dos ramas, varió el modo de sucesión; la casa imperial de Rusia, que pretende tener preferencia sobre los Holstein-Sondeburgo, consideraría de suma importancia la adquisición del Holstein que le daría entrada en la confederación germánica y un derecho a la corona danesa. El zar favoreció a la Casa Sunderburg-Glüksburg, de la cual es presunto heredero.
     Pareció que los ducados querían ser dueños de sí mismos, pero la Prusia tomó partido por los insurrectos como ejecutora de las órdenes de la Dieta germánica, y entonces hubo una serie de batallas y de armisticios que han dejado casi arruinados a aquellos países. Por último la Dieta alemana ordenó la ocupación de los países tudescos. La Prusia se preparó para la ejecución de esta orden, y esto fue la chispa que encendió la enemistad, largo tiempo sofocada, y que acabó con la ruina del Austria y con dar a la Prusia excelentes puertos en el mar del Norte.




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293.- Imperio británico

     La perseverancia con que los tories se opusieron a la Revolución francesa y a Napoleón fue asombrosa. En vez de quedar sofocada, la Isla se aseguró el dominio de los mares; extinguió pronto su enorme deuda, retiró el papel moneda, y si dejó de suministrar armas a la feroz Europa, proporcionó manufacturas que, merced al inmenso desarrollo de las máquinas, vencían toda competencia, a pesar de que hasta los amigos procuraban excluirlas en beneficio de las propias. Allí fue donde se conoció verdaderamente el poder de las máquinas y del vapor, que centuplicaron la fuerza industrial. Los señores, dueños de todo el terreno, habían procurado que se mantuviesen altos los precios de los granos. Esto dio lugar a sublevaciones y fue causa de que se pidieran reformas, a veces de un modo tan violento que obligó a suspender el habeas corpus y a establecer derechos de timbre para las publicaciones políticas.
     Jorge IV, príncipe disoluto, formó un proceso a su disoluta mujer Carolina para privarla del título de reina, y el pueblo se puso de parte de la delincuente. Se acusa al ministro Castlereagh (534) de haberse hecho instrumento de la Santa Alianza en los trastornos de 1821, y a su sucesor Canning, de haber permanecido neutral entre los príncipes, favoreciendo tan pronto a los oprimidos como a los opresores. Bajo su gobierno, Inglaterra vio aumentar sus vías férreas, su comercio con las colonias emancipadas y sus conquistas en la India. Se extendía el sistema de los empréstitos, tanto que el Banco vino a ser un establecimiento anejo al Gobierno, a quien prestaba. Durante la guerra napoleónica, el Banco fue autorizado para emitir billetes de circulación forzosa, echando mano el Gobierno de toda la reserva metálica. Se multiplicaron entonces los bancos particulares, ya para los enormes capitales empleados en el comercio, ya para los empréstitos que se hacían a las nuevas Repúblicas Americanas. El abuso acarreó el descrédito, desastrosas crisis y enormes quiebras, de que se resintió todo el mundo, hasta que se dio nueva organización al Banco y se prohibió la creación de otros nuevos.
     En tanto se oían las quejas de la Irlanda, reducida a la miseria después de las persecuciones religiosas. Los terrenos todos pertenecen a los señores (landlords) que viven fuera del país y solo van a él para veraneos y cacerías. Los beneficios eclesiásticos son prebenda de los ministros anglicanos, que nada tienen que hacer allí, por cuanto la población es católica; ésta se halla cada año y durante tres o cuatro meses expuesta a morirse de hambre. Se evitó en parte el inconveniente de la escasez de granos con la introducción de la patata, alimento muy poco nutritivo, y cuando apareció la enfermedad de este tubérculo, el hambre y las enfermedades consiguientes desolaron la isla.
     Fue depositario de sus quejas el popularísimo abogado O'Connell, que consagró su existencia a la causa de la emancipación de la isla, pidiendo que los Irlandeses Católicos pudiesen poseer terrenos, que no pagasen el diezmo a la Iglesia anglicana, que entrasen en el parlamento y en los empleos sin el juramento de odio al catolicismo, que tuviesen, en fin, un parlamento distinto. Larga fue la lucha, hasta que en 1830 se obtuvo la emancipación de los Católicos, con gran espanto de los que veían de este modo amenazada la Iglesia alta y la Constitución de 1688.
     En la revolución del año 30, los Whigs prevalecieron en Inglaterra y empezaron la reforma parlamentaria. La conmoción no quedó circunscrita en las Cámaras, sino que prorrumpió en grandiosos meetings y sublevaciones. Al fin se abolieron los burgos podridos que implicaba títulos electorales a pesar de hallarse despoblados, al paso que carecían de ellos muchas ciudades populosas. Entonces tuvieron voto los colonos y otras clases, aunque la Cámara seguía siendo aristocrática. Modificáronse al mismo tiempo las leyes penales y de policía, aunque sin atreverse a modificar las antiguas leyes consuetudinarias, ni a sacrificar el individuo a la centralización. Los ministros asumieron toda la responsabilidad del poder, sin que, como antes, les cubriera la autoridad real. La aristocracia es dueña de casi todo el terreno, de las grandes manufacturas y de los beneficios, pero atiende al bien del país, cuyas principales cargas sostiene. Las leyes y los magistrados respetan grandemente la libertad individual, de modo que el más ínfimo villano, como el más opulento duque, puede decir: «Soy súbdito del rey y soy rey en mi casa».
     Parece fabuloso el incremento de la riqueza de aquel imperio; pero es aflictiva la plaga del pauperismo y de sus consecuencias, que no logra atenuar la tasa de los pobres, con la cual se socorre legalmente a 900 mil personas en Inglaterra, a 121 mil en Escocia, y a 91 mil en Irlanda. La gran dificultad consiste en dar pan y trabajo a una infinidad de obreros, sobre todo desde que las máquinas sustituyen a los brazos. Esta es la causa de las iras populares contra las maquinarias; iras que estallan en frecuentes insurrecciones y destrozos. Para mantener elevado el precio de los granos, los propietarios habían conseguido que no se permitiese la importación sino cuando el precio excediese de treinta y seis pesetas el hectolitro. Se formaron ligas para obtener la libertad de comercio, al principio para los cereales, y luego para todas las mercancías. Tal fue el objeto de Cobben, que al fin lo consiguió con la cooperación del ministro Peel que modificó todas las tarifas, eximiendo de impuestos la importación de las materias primeras y de los comestibles, y disminuyendo las cargas industriales, hasta en las colonias.
     Fue otra innovación notable la de la tarifa uniforme para las cartas, a cualquier distancia que fuesen. Fundáronse bibliotecas económicas que difundieron a millares los libros útiles, y establecimientos de enseñanza teórica y práctica. Los dos partidos culminantes tienden igualmente al progreso; la mayor parte de las veces son los whigs los que proponen y luchan largos años por las reformas, y por último son las tories los que las realizan. Pero los socialistas aspiran a innovaciones radicales, al cambio completo de la Constitución, a fin de que hasta la plebe participe de los derechos políticos con el sufragio universal. En el fondo hay la cuestión obrera; parece una tiranía que los empresarios posean capitales y se apropien las ganancias, en vez de compartirlas con los operarios; se quiere que estos dejen de estar asalariados para ser copartícipes.
     En cuanto a la religión, la anglicana se halla amenazada por el incremento de los Católicos y de los Disidentes de Escocia. No por esto la plebe cesa de maldecir al Papa, ni de creer que el catolicismo equivale a tiranía. Después de haber sido emancipados, los Católicos tardaron mucho en saber ejercer sus derechos; y fue un triunfo cuando O'Connell, nombrado síndico de Dublín, asistió con gran pompa a una misa católica. Más tarde, en Irlanda la Iglesia católica, fue también equiparada a la legal. Varios hombres serios estudiaron las tradiciones eclesiásticas, para comparar las creencias y ritos de la época con los de los primeros siglos. En tales investigaciones se halló que los ritos de la Iglesia católica concuerdan con los de la antigüedad. Muchos se pasaron al catolicismo; otros introdujeron ritos, cruces, estolas, cirios, la confesión auricular y el breviario romano, porque los encontraban ya en la Iglesia antigua, y porque no se hallaban en contradicción con los 39 artículos de la reina Isabel ni con su libro de oraciones. Pusey creyó poder conciliar la Iglesia anglicana con la católica. En 1850 se restableció la jerarquía y se instituyó un arzobispado católico en Westminster.

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