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ArribaAbajoAl freír será el reír

Farsa en tres cuadros


PERSONAJES
 

 
MAYORDOMO,    se le nota que es importante.
AZULITO,   bufón pequeñajo y revoltoso.
VERDECILLO,    hermano gemelo del anterior en todo, menos en el color.
REY,   gordo y con cara de aburrimiento.



Cuadro I

 

Habitación de palacio. El trono está vacío. En un extremo el MAYORDOMO instruye a dos bufones. Uno viste de color azul y otro de color verde.

 

MAYORDOMO.-   (Persuasivo.)  ¿Estáis de acuerdo o no estáis de acuerdo? Pensad que mi señor, el Rey, es muy exigente. Si quiere reír y no lo conseguís, os mandará apalear. Y si quiere dormir, y no lo dormís,  (Gesto de pasarse la mano por el cuello como un cuchillo)  os mandará degollar.

AZULITO.-  ¡Qué miedo! ¿Qué hacemos, Verdecillo?

VERDECILLO.-  Hermano Azulito, si tú tienes miedo, vete andando, que yo saldré corriendo.

AZULITO.-  ¿Lo probamos?

VERDECILLO.-  Lo probamos.

MAYORDOMO.-  Pues, adelante, que empiece la función.  (Se acerca a su izquierda.)  Majestad, ya podéis pasar. Los bufones ya están preparados.

REY.-   (Sale pesadamente, aguantándose la barriga.)  ¡Hola, bufones! ¡Mis nuevos bufones! A ver si me hacéis reír. Los dos últimos que tuve me duraron dos días: al tercero los mandé arrojar a los leones, por sosos. Ni a los leones les gustaron. Les causaron una indigestión.

AZULITO.-  ¡Qué leones más finolis, majestad!

REY.-  Y que lo digas: uno todavía tiene colitis.

VERDECILLO.-  ¡Un león con cola y con colitis, divertido!

REY.-   (Enfadado.)  ¡Mayordomo! Diles a estos necios que empiecen a contarme cuentos que me hagan reír. ¡Que mis tigres llevan dos días sin comer!

MAYORDOMO.-  Ahora se lo digo, majestad.  (Abre la ventana y se oyen dos aullidos fieros que ponen la piel de gallina.)  ¿Lo habéis oído bien, simpáticos bufones?

AZULITO.-   (Aparte a VERDECILLO.)  ¡En qué lío nos hemos metido, hermanito!

VERDECILLO   (Aparte a AZULITO.)  Empecemos ya. ¡Que se nos comen!

AZULITO.-   (Se pone a la derecha del REY.)  Majestad, érase que se era un país muy lejano en el que un sabio muy sabio sabía mucho de estrellas. Era alto y fornido como vuestro mayordomo.

REY.-  Vaya, eso me gusta.

VERDECILLO.-  Y salió un día de peregrinación...  (El REY sigue con creciente interés.)  Al llegar a una aldea, pidió hospitalidad en casa de un honrado labrador. Y le dieron cama y cena. Y sucedió...

AZULITO.-  Sucedió que se encontró tan bien con el labrador  (Señalándose a sí mismo)  y con su esposa, que era buena y hermosa,  (Por Verdecillo)  que el sabio dijo:

MAYORDOMO.-   (En sabio.)  Amigos míos, aquí me quedo yo un día más. Porque he visto que éste es el lugar ideal para seguir estudiando el camino de las estrellas.

VERDECILLO.-   (En esposa.)  ¡Qué ilusión, marido! Un sabio en nuestra casa.

AZULITO.-   (En marido.)  ¡Qué honor, mujercita mía! Un sabio montado en las estrellas.

MAYORDOMO.-   (Sacando un tubo largo que le sirve de telescopio, se aparta a un lado y se pone a observar las estrellas.)  ¡Magnífico! Ahora mismo veo una estrella que no sé muy bien si es satélite, planeta, cometa o peleta.

VERDECILLO.-  ¿Ha dicho peleta o pelota?

AZULITO.-

Mujer, no seas curiosona, ¿qué más da pelota que peleta?  (Hacia el REY visiblemente divertido.)  Y así sucedió que (Cantando.) 

pasaron una, dos, tres, cuatro,
cinco, seis, siete semanas...

VERDECILLO

 (Cantando.)  

pasaron una, dos, tres, cuatro,
cinco, seis, siete semanas...

MAYORDOMO

 (Cantando.) 

pasaron una, dos, tres, cuatro,
cinco, seis, siete semanas...

AZULITO y VERDECILLO

  (A coro y por el MAYORDOMO.)  

Y el sabihondo, y el sabihondo
no se quería marchar.

REY.-   (Medio cantando.)  ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Qué bueno! ¡Qué bueno! Pero, decidme, ¿qué hacía el sabio mientras tanto?

AZULITO

 (Cantando.) 

Pues comía y bebía
de lo que en la casa había.

VERDECILLO

 (Cantando.) 

Y tanto comió y bebió
que todo se lo zampó.

REY.-  ¡Ja, ja, ja!  (Al Mayordomo.)  Mayordomo, dales una bolsa llena de escudos de oro. Nunca había tenido unos bufones tan divertidos.

MAYORDOMO.-   (Coloca el telescopio bajo el brazo, saca una bolsa y se la entrega.)  Tomad, para que podáis comprar más víveres.  (Y vuelve a su antigua posición para seguir observando las estrellas.) .

REY.-  ¡Qué bueno! ¡Qué bueno! Seguid, que quiero saber cómo continuó la historia...

AZULITO.-  Pues continuó, majestad, con que la mujer fue la primera en darse cuenta del caso: la despensa estaba completamente vacía y en la cocina no había más que ollas limpias.

VERDECILLO.-  Marido mío, esto no puede seguir así. Estamos ya a la cuarta pregunta. Desde que el sabio vino a nuestra casa, nos hemos comido todos los conejos y corderos. Ayer despachamos el último cabrito. Ya no nos queda pan, ni harina, ni aceite, ni lechugas, ni siquiera lentejas...

AZULITO.-  Pues, nada, mujer, nada. El honor de tener a un hombre sabio en casa bien vale un sacrificio.

VERDECILLO.-  Pero, marido mío, que en casa sólo queda el camello.

AZULITO.-  Pues mataremos el camello y nos comeremos hasta las jorobas.

REY.-   (Algo intrigado.)  ¿Y qué dijo el sabio?

MAYORDOMO.-   (En sabio.)  Esta carne está un poco dura.

VERDECILLO.-  Pero tú igual te la comes, bribón.

REY.-  ¡Ja, ja, ja, ja! Proseguid, amigos míos, proseguid.

AZULITO.-  Y cuando se acabó el camello.

VERDECILLO.-  Marido mío, ahora ya no podemos aguantar más. Habla con el sabio y dile que se vaya. ¡Que se vaya mañana mismo sin falta, por amor de Dios!

AZULITO.-   (Dirigiéndose al MAYORDOMO.)  Querido sabio, tanto mi mujer como yo nos sentimos muy honrados con tu presencia y compañía.

MAYORDOMO.-  Yo también, y aunque los manjares últimamente no son tan sabrosos como al principio, tengo que quedarme unos días más, porque ahora estoy siguiendo la trayectoria de un planeta...

VERDECILLO.-   (Azuzando a AZULITO.)  ¡Ni planeta, ni cometa! ¡Que se vaya ya!

AZULITO.-  Lo siento, querido sabio. Es que ya no nos quedan víveres, ni buenos, ni regulares, ni malos. Nuestra despensa está vacía. O sea, buen hombre, vamos a dormir en paz esta noche; y mañana, al romper el alba, te despertaré y, con mucho sentimiento, nos despediremos.

MAYORDOMO.-  Si no hay más remedio...

AZULITO.-  No, no lo hay. A dormir.

MAYORDOMO.-  Pues a dormir.

 

(Baja la luz, hacen como que se acuestan. El MAYORDOMO a un lado y los bufones, juntos, en el otro extremo.)

 
 

(El REY observa. Luego el REY se levanta de puntillas y los espía. Pero vuelve intrigado a su trono. Cuando está a punto de sentarse, se oye el canto de un gallo:)

 

  -¡Quiquiriquí! ¡Quiquiriquí! ¡Quiquiriquí!

 

(Y a la tercera vez, empieza a amanecer. AZULITO se despereza y se levanta, se acerca al MAYORDOMO y lo sacude ligeramente.)

 

AZULITO.-  ¡Eh! ¡Buen hombre! A la paz de Dios. Levántate ya que es hora de partir.

MAYORDOMO.-   (Removiéndose.)  ¿Es hora ya? ¿Y cómo lo sabes?

AZULITO.-  Porque ha cantado el gallo.

MAYORDOMO.-   (Espabilándose.)  ¿Ha cantado el gallo? ¿Tenéis un gallo? Pues entonces me quedo.  (Se tumba de nuevo.)  ¡Ya tenemos comida para otro día!

REY.-  ¡Ja, ja, ja, ja! Nunca había oído un cuento tan divertido y sagaz. ¡Ja, ja, ja, ja!

 

(Se hace el oscuro sobre las carcajadas. El REY desaparece por un lado con el MAYORDOMO y los bufones por el otro.)

 


Cuadro II

 

Es de día. Misma sala. Los bufones aparecen haciendo cabriolas y riendo.

 

MAYORDOMO.-   (Apareciendo.)  ¡Atención! ¡Llega su majestad, el Rey!

 

(Entra el REY. Los bufones hacen reverencias. El REY se sienta. Los bufones se colocan en posición.)

 

REY.-   (Sin mediar palabra.)  ¡Ja, ja, ja, ja! Todavía me dura lo del gallo de ayer. ¡Quiquiriquí! ¡Quiquiriquí! ¡Qué gracioso! Otro cuento.

AZULITO.-  Majestad, pues érase que se era un señor muy gordo, muy gordo, muy gordo...

REY.-   (Intrigado.)  ¿Como yo?

AZULITO.-  No, majestad. Vos estáis muy fino y esbelto.

VERDECILLO.-  Digamos que estáis en vuestro punto. Ni gordo, ni flaco: normalito.

REY.-  Proseguid, proseguid.

AZULITO.-  Y aquel hombre tan gordo, tan gordo, quería adelgazar. Por eso para la cena sólo tomaba un plato de acelgas con habichuelas, hervidas y sin aliñar.

VERDECILLO.-  O sea que era herbívoro por la noche.

AZULITO.-  Pero lo cierto es que el cocinero, al que llamaban Potajero, preparaba el plato con tanta habilidad que a su señor le sabía a gloria, como el plato más suculento.

VERDECILLO.-  Pero sucedió que Potajero tuvo una gran pendencia con el Mayordomo.

MAYORDOMO.-   (A AZULITO en Potajero.)  ¡Mentecato, hortera y botarate!

AZULITO.-  ¡Y tú más! Ceporro, más que ceporro.

MAYORDOMO.-  Animal de cuatro patas.

AZULITO.-  Y tú cuadrúpedo animal.

REY.-   (En señor gordo.)  ¡Basta, basta ya! Mayordomo, echa fuera de mi palacio a Potajero, por insolente. ¡Fuera, fuera!

MAYORDOMO.-   (Empujando a AZULITO.)  Ya has oído, fuera, fuera. Y nunca jamás vuelvas por aquí.  (Al REY.)  Señor, ¿y ahora quién preparará vuestras acelgas con habichuelas sin aliñar, tan suaves, tan agradables, tan calculadas?

REY.-  El cocinero nuevo que ahora mismo me buscarás. Y acierta; si no, seguirás la misma suerte que Potajero.

 

(El REY, siempre en Señor Gordo, se queda solo y nervioso paseándose por la habitación. Mientras tanto, el MAYORDOMO va en busca del cocinero.)

 

MAYORDOMO.-   (En un extremo habla con VERDECILLO y llegan a un acuerdo.)  A lo dicho: Acelgas con habichuelas, sin aliñar. Y que le sepan a gloria.

VERDECILLO.-   (Se presenta ante el señor gordo con un plato.)  Señor, soy el nuevo cocinero.  (Le ofrece el plato.)  ¿Os gusta?

REY.-   (Lo prueba.)  ¡Horror! Esto es un asco. Está insípido. Mayordomo, échalo y busca otro cocinero.

MAYORDOMO.-  ¡Fuera, fuera! ¡Lejos, lejos!

 

(Para las nuevas presentaciones de VERDECILLO, que encarnará a los sucesivos aspirantes a cocinero, deberá desaparecer por un lado y luego aparecer por el otro.)

 

VERDECILLO.-   (Guiado por el MAYORDOMO; pero con cofia de cocinera.)  Señor, soy la nueva cocinera.

REY.-   (Con retintín.)  Ya lo veo, muy mona.  (Prueba.)  ¡Fuera, fuera! Está insípido.

MAYORDOMO.-   (Como una caja de resonancia.)  ¡Fuera, fuera! Insípida. ¡Lejos, lejos!

VERDECILLO.-   (Con delantal.) (Mismo juego que antes.)  Señor, soy el nuevo cocinero llegado de París. Probad, mi amo.

REY.-   (Furioso después de probar.)  ¡Brrrr! ¡Puá! ¡Un desastre! Insípido, soso y crudo. ¡Fuera, fuera!

MAYORDOMO.-  ¡Fuera, fuera! ¡Lejos, lejos!

VERDECILLO.-   (Con gorro de cocinero y hablar gangoso.)  Señor, soy el nuevo cocinero. Vengo de Londres.  (Ofreciéndole.)  Probad, probad.

REY.-   (Furiosísimo.)  ¡Brrr! ¡Brrr! ¡Brrrrrr! Inaguantable. Insufrible. Inadmisible. ¡Fuera, fuera!  (Al MAYORDOMO.)  Mayordomo, ven aquí.

MAYORDOMO.-   (Apresurándose a despachar al cocinero.)  Sí, señor. Aquí estoy.

REY.-  Si el próximo cocinero resulta tan pavisoso, tan pavitonto y tan zonzorrión como los ocho anteriores, te mandaré a los leones que te comerán crudo y sin aliñar.

MAYORDOMO.-   (Temblando.)  No, señor, no. No fallará el próximo.

 

(Se va hacia un lado y habla con VERDECILLO nerviosamente.)

 

MAYORDOMO.-   (Suplicante.)  Haz lo que quieras, cocinero. Pero acierta como Potajero. Porque si no, los leones nos merendarán a los dos.

VERDECILLO.-  ¿Como Potajero has dicho? Espera un poco.

 

(VERDECILLO sale disparado. Habla con Potajero y vuelve al instante.)

 

MAYORDOMO.-  Señor, el nuevo cocinero... ya está al llegar. Ya está aquí. Creo que acertará con vuestros gustos y con vuestra dieta, señor.

REY.-  ¿Sí?

MAYORDOMO.-  Sí.

REY.-  Pues sí que me alegro.

VERDECILLO.-   (Resuelto, con bigote.)  Señor, soy el nuevo cocinero que viene de ahí del lado.

REY.-  Ya lo veo. Déjame probar.  (Lo prueba.)  ¿Ves? Esto sí que me gusta. Este sí que es el plato ideal. Igualito que el de Potajero: acelgas y habichuelas.  (Relamiéndose.)  Y sólo acelgas y habichuelas hervidas, y sin aliñar.  (Sigue relamiéndose.) 

MAYORDOMO.-  Sí, señor.

REY.-  Dímelo, dime, cocinero, ¿cómo lo has hecho?

VERDECILLO.-  Es un secreto, señor: acelgas y habichuelas sólo, y sin aliñar. Bueno, pero si he de seros sincero.

REY.-  Claro que sí. Ante todo, la sinceridad. Dime, dime.

VERDECILLO.-  Pues, sinceramente, señor, yo creo que el otro os engañaba.

REY.-  ¿Engañarme a mí? ¿A mí?

VERDECILLO.-  Sí, porque os decía que sólo ponía acelgas y habichuelas... y resulta que ponía también huevo duro picado, trocitos de jamón, caldito de faisán, sofrito de cebolla, nuez moscada, queso rallado, azafrán, pimienta, una hojita de laurel, comino...

REY.-  ¿Eso hacía el otro? ¿Y cómo lo sabes?

VERDECILLO.-  Porque me lo ha contado.

REY.-  ¿Y tú qué haces, bobalicón?

VERDECILLO.-  Lo mismo que el otro, engañaros.

REY.-  Pues sigue engañándome, majadero. Engáñame como hoy y no te despacharé jamás.

MAYORDOMO.-  ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

REY.-   (En REY.)  Mayordomo, más compostura.  (El MAYORDOMO se pone serio.)  Pero entrégales a mis bufones otra bolsa de oro.  (El REY se levanta y se va.)  

AZULITO y VERDECILLO.-   (A la vez y haciendo reverencias.)  Gracias, majestad, gracias.

 

(Se retiran todos y se hace el oscuro.)

 


Cuadro III

 

De día. Misma sala. Los bufones aparecen con matasuegras, trompetillas y capirotes, como si vinieran de la feria.

 

MAYORDOMO.-   (Irrumpiendo.)  ¡Atención! ¡Mucha atención! Llega su majestad.

 

(Como las otras veces.)

 

REY.-  Conque el cocinero engañaba sabrosamente a su señor gordo.  (Sentándose.)  ¡Qué divertido!

AZULITO.-  Tan divertido como lo que le pasó a aquel joven búlgaro que fue a Constantinopla.

VERDECILLO.-  ¡Sopla!

REY.-  ¿Qué le pasó?

VERDECILLO.-  Pues que al llegar a Constantinopla puso una tienda y se puso a vender. Y al cabo de poco tiempo trabó amistad con algunos buhoneros griegos.

REY.-   (Entusiasmado.)  A mí me gustan mucho los griegos, son personas inteligentes.

AZULITO.-  Inteligentísimas y amabilísimas. Como que casi todos los días celebraban el santo de alguno de ellos: San Antonio, San Pancracio, San Dionisio, San Agapito, San Teodoro, San Doroteo...

REY.-  ¡Vaya, vaya!

VERDECILLO.-  Y como eran muchos y cada uno tenía nombre distinto, pues cada día invitaba uno a pasteles y a vino retozón.

REY.-   (Interesado.)  ¡Vaya, vaya! Con que vino retozón.

VERDECILLO.-   (Señalando a AZULITO.)  Y el búlgaro cada día merendaba de gorra.

AZULITO.-   (En Búlgaro.)  Pasteles y vino retozón.

REY.-  ¡Vaya, vaya! ¿Y el búlgaro no invitaba nunca?

AZULITO.-  No, majestad, porque como a mí me llamaban Chico... Y como eso no es nombre de santo ni de nada. Hasta que un día...

VERDECILLO.-   (En Griego.)  Chico, a nosotros también nos gustaría celebrar tu santo.

AZULITO.-  Yo no tengo santo. Yo sólo me llamo Chico.

VERDECILLO.-  Pero, Chico, en nuestro santoral tenemos nombres preciosos. Por ejemplo, Juan. ¿Qué te parece si te ponemos Juan? Es un nombre sonoro, corto y elegante. Anda, te bautizamos con el nombre de Juan.

AZULITO.-  Pues de verdad que me gusta. ¿Pero cuándo se celebra la fiesta de San Juan?

VERDECILLO.-  Tú no te preocupes. Ya te avisaremos nosotros cuando llegue. Descuida, no nos pasará por alto.

MAYORDOMO.-  Y Chico se fue contento a su casa. Al cabo de dos días apareció su amigo, el griego...

VERDECILLO.-  Juan, hoy es tu santo: San Juan Bautista. ¡Invítanos!

REY.-   (Contentísimo.)  ¡Ajajá! Y todos tomaron pasteles y vino retozón a su cuenta.

 

(Para esta escena constituyen un cuadrilátero entre el MAYORDOMO, VERDECILLO, AZULITO y el REY. El MAYORDOMO anuncia el día, VERDECILLO dice el santo, AZULITO lo padece, se lleva las manos a la cabeza y finalmente saca sus bolsillos al aire, vacíos. Y el REY celebra el lance.)

 

MAYORDOMO.-  Y al otro día.

VERDECILLO.-  Juan, hoy es San Juan Evangelista.

REY.-  ¡Ajajá! Y otra vez pasteles y vino retozón.

MAYORDOMO.-  Y a los dos días...

VERDECILLO.-  Juan, hoy es San Juan ante Portam Latinam.

REY.-  ¡Ajajá! Y más pasteles y vino retozón.

MAYORDOMO.-  Y a la mañana siguiente...

VERDECILLO.-  Juan hoy es San Juan Crisóstomo.

REY.-  ¡Ajajá! Y dale con los pasteles y el vino retozón.

MAYORDOMO.-  Y a los tres días...

VERDECILLO.-  Juan, hoy es san Juan Nepomuceno.

REY.-  Ya me empiezo a hartar de tantos pasteles.

AZULITO.-   (Resignado.)  Y de vino retozón.

MAYORDOMO.-  Y otra vez...

VERDECILLO.-  Juan, hoy es San Juan de la Cruz...

REY.-  Y dale con los pasteles que ya empalagan un poco...

AZULITO.-  Y el vino retozón que marea.

 

(La acción se acelera y el MAYORDOMO y el REY sólo tienen tiempo de hablar por gestos.)

 

VERDECILLO.-  Juan, hoy es San Juan Damasceno...

 

(AZULITO se tambalea.)

 

VERDECILLO.-  Juan, hoy es San Juan Bautista de la Salle...

 

(AZULITO cae de rodillas.)

 

VERDECILLO.-  Juan, hoy es San Juan Bosco...

 

(AZULITO está a punto de caerse del todo.)

 

VERDECILLO.-  Juan, hoy es...

AZULITO.-   (En un esfuerzo supremo.)  Más santos no, gracias.

VERDECILLO.-  Te equivocas, hoy es Santa Juana de Arco.

 

(AZULITO cae exhausto mientras el MAYORDOMO y el REY ríen a todo trapo.)

 

MAYORDOMO.-  Y entonces el pobre Juan Chico se levantó y entró en una iglesia. Vio la estatua de un santo pobre, medio desnudo y medio cubierto por pieles toscas mal cosidas, con cara de hambre.  (El MAYORDOMO, mientras habla, toma la postura del Santo.)  Se acercó y se puso a rezarle. Y mientras tanto, vio, al pie de la estatua, el nombre del Santo: San Juan Bautista.

AZULITO.-   (De rodillas ante el Santo.)  ¡Ay, pobre amigo mío! De seguro que a ti también te bautizaron los griegos. ¡Buena la hicimos!

VERDECILLO.-  ¡Ja, ja, ja, ja!

MAYORDOMO.-  ¡Ja, ja, ja, ja!

REY.-   (Se levanta seco y malhumorado.)  No me ha gustado nada. ¡Nada, nada!  (Pausa tensa.)  ¡Mayordomo! Diles a estos gaznápiros que quiero dormir.

 

(Todos se quedan estupefactos. El REY se arrellana en su sillón y cierra los ojos.)

 

REY.-  Hacedme dormir.

 

(Se coloca un bufón a cada lado, con resignación. Sentados en el suelo. El MAYORDOMO se mantiene en pie, pero algo distante y receloso.)

 

AZULITO.-  Majestad, érase una vez un pastor  (Lento y monótono.)  que tenía un rebaño muy grande, muy grande, muy grande.

VERDECILLO.-  Y tenía que atravesar un río muy ancho, muy ancho, muy ancho, muy ancho...

AZULITO.-  Y el río venía muy crecido, muy crecido, muy crecido, muy crecido, muy crecido...

MAYORDOMO.-  Y el barquero tenía una barca muy estrecha, muy estrecha, muy estrecha, muy estrecha, muy estrecha...

AZULITO.-  Y el pastor se metió en la barca con dos ovejitas, pasó el río y regresó.

VERDECILLO.-  Y volvió a tomar dos ovejitas, pasó el río y regresó...

 

(Lo repiten varias veces y el MAYORDOMO les acompaña con gestos.)

 

VERDECILLO.-  Y tomó otras dos ovejitas, pasó el río y regresó.

MAYORDOMO.-  Otras dos ovejitas, pasó el río y regresó.

AZULITO.-   (Sin ganas.)  Eso, eso. Otras dos ovejitas, pasó el río y re... gre... só.

 

(El REY empieza a dar muestras de estar dormido.)

 

VERDECILLO.-   (Sigilosamente.)  Mayordomo, ¿está dormido ya?

 

(El REY se mueve un poco.)

 

AZULITO.-   (Al quite.)  Otras... dos... ove... ji... tas, só... río... y re... só.

 

(AZULITO es el que está a punto de dormirse.)

 

MAYORDOMO.-  Cuidado. Dos hojitas sonrió y se pasó.

VERDECILLO.-   (Asustado al ver el estado lamentable de los otros.)  O-tras dos o-ve-ji-tas, pa-só el rí-o y se mo-jó.

AZULITO.-  ¡Ay Dios! Que la liamos.

 

(El REY rebulle un poco.)

 

VERDECILLO.-  Es que ya no quedan ovejitas.

MAYORDOMO.-  Pues, venga, ahora con los corderitos.

AZULITO.-  Tomó un corderito en brazos  (Lo acuna.)  Lo acarició, pasó el río y regresó.

VERDECILLO.-  Tomó otro corderito,  (Lo acuna)  lo besó y lo pasó.

REY.-   (Despertando súbitamente.)  ¡Muy bien! He dormido muy bien.

TODOS.-   (Mimosamente.)  ¡Majestad!

REY.-  Y he tenido un sueño fabuloso. He soñado que había un rebaño de ovejas, muy grande y que tenía que pasar un río muy ancho y muy caudaloso, y la barca era estrecha y pequeña. Y yo, que era el pastor, iba pasando las ovejas de dos en dos, de dos en dos, de dos en dos,  (Mientras lo dice hace los gestos de pasar y los otros, muy pelotas, lo imitan.)  de dos en dos. Y ya no había más ovejas, pero quedaban dos corderitos:  (Se ponen a mirarse los bufones.)  uno azul y otro verde.  (Los bufones se le acercan confiados.)  Bonito, ¿verdad? Uno azul y otro verde.

AZULITO y VERDECILLO.-   (A coro.)  Bonito, bonito. Verdad, verdad.

REY.-  Pero he trabajado tanto pasando las ovejas, de dos en dos,  (Mismo juego que antes.)  de dos en dos, de dos en dos, que me he cansado mucho. Y ahora tengo un apetito... voraz. Mayordomo, toma los dos corderitos ahora mismo y que me los frían. Los quiero bien fritos y bien aliñaditos.

AZULITO.-   (Echando a correr.)  A este corderito no lo pilla nadie.

VERDECILLO.-   (Escapándose también.)  ¡Ni a éste!

REY.-   (Desconcertado.)  ¡Qué graciosos! ¿Dónde van? Mayordomo, ordénales que vuelvan, que vuelvan.

 

 (Se oyen gritos y risas de los bufones.) 

REY.-  Mayordomo, ¿pero qué dicen?

MAYORDOMO.-  Dicen que al freír será el reír.


 
 
TELÓN
 
 






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