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Describamos ahora el monasterio, como está en su estado actual. Y primero, veamos la iglesia.

La fachada de la iglesia de Santo Domingo es muy sencilla, tan sencilla como la de la basílica de la Merced. Su portada, probable obra del siglo XIX es una mala copia de la primorosa del imafronte de la iglesia catedral. Destácase sobre el amplio fuste de un escueto muro fabricado de ladrillo y se compone de dos cuerpos: el bajo que corresponde a la entrada principal y el alto, a la ventana del coro. El primero está formado por un gran vano abocinado de arco rebajado, casi adintelado, en el fondo del cual se abre la puerta de arco semicircular apoyado en las impostas de dos pies derechos encastrados en los muros. Las enjutas van adornadas con dos florones llanos, la arquivolta, y los pies derechos, con rosetones y las impostas, con pequeños mascarones. A los flancos del vano se encuentran dos columnas de fuste acanalado, y un capitel sui géneris que quisiera ser compuesto; pero que no llega a serlo por la desproporción de sus componentes; pues no sólo se ha dado igual importancia al cojinete con volutas y a las hojas de acanto, sino que estas no se hallan arregladas según el orden clásico romano; pues ni se ven claras las dos hileras de aquellas hojas,   —18→   ni se han puesto los caulículos, ni se han acusado con claridad las formas de los órdenes superpuestos: el jónico y el corintio. Además el fuste tiene muy poco éntasis y lleva garras en su base. Las dos columnas descansan sobre grandes basas que han sido dobladas por haberse bajado el pavimento de la plaza, lo que ha obligado también a colocar cinco escalones más a los dos que tenía antes la entrada a la iglesia. Termina este primer cuerpo con un entablamento sobre las columnas, de cornisa muy volada.

El segundo cuerpo descansa sobre el anterior y la impresión que da es de excesiva pesadez. Y es que habiéndose adoptado como centro principal de la composición, una ventana tan chica como es la que aparece sobre la puerta de la iglesia, se la ha forrado de una decoración desproporcionada, a fin de llenar un espacio igual al ancho de la puerta. Se compone de tres partes: la central que comprende un gran frontón triangular de gruesas molduras sobre dos semipilastras pareadas que descansan sobre inmensos modillones y las laterales, que repiten en pequeño el mismo motivo central, sólo que en lugar de la ventana, tienen nichos en que se alojan las figuras de Santo Domingo y San Francisco, con los escudos de sus respectivas órdenes, esculpidos en las bases sobre las que descansan esos nichos que llevan su absidiola en forma de concha marina. El frontón de estas partes laterales es muy desproporcionado por sí solo; pero por si esa desproporción no fuere suficiente, se ha encajado en su centro, llenándolo todo, un inmenso querubín que viene a aumentar la desagradable pesadez de esos trozos arquitectónicos. En los entrepaños de las pilastras de la parte central, junto a la ventana, hay cuatro nichos con las figuras, chicas e insignificantes, de cuatro santos: dos de la orden franciscana y dos de la dominicana. Para ayuda de costas, a los lados de la puerta principal, se abrieron, hace cincuenta años, dos más, que comunican con las que podríamos llamar, muy impropiamente, naves laterales: puertas chicas, desproporcionadas, adornadas con un entablamento dórico de ladrillo sobrepuesto, apeado en dos semipilastras. Encima de todo este muro, y como remate, se halla una balaustrada, que antes era sólo una gran cornisa con remates piramidales.

Antiguamente tenía la iglesia una entrada lateral, hoy cegada, y que daba acceso a la capilla, consagrada ahora a San Francisco de Asís. Consérvase, empero, su portada de piedra, a la verdad muy curiosa por el carácter de su composición. Sobre grandes bases molduradas se levantan dos medias columnas cortas, de fuste acanalado que termina a la altura de las impostas de las pilastras que sostienen el arco semicircular del vano, de manera que las molduras de aquellas impostas continúan y pasan a las semicolumnas sirviendo como de curiosos capiteles, sobre los cuales se apoyan otras semicolumnas abalaustradas, de fuste también acanalado, y con un singular y ancho capitel compuesto de dos hileras de hojas y un cojinete con volutas del orden corintio. Del capitel bajan unos paños funerarios hasta el tercio superior de estos balaustres. La decoración de hojas del capitel se extiende también sobre la similipilastra acanalada que sirve de fondo a la semicolumna, en toda su extensión hasta la base. Sobre estas dos columnas corre un entablamento con ancha cornisa y encima de ésta, y siguiendo el eje de las semicolumnas, otras con capiteles raros de hojas largas, bastante bárbaros. Metido dentro de este marco se halla el arco de la puerta, semicircular, con once dovelas curiosamente despiezadas para ayudar a la trabazón, apoyado en dos pilastras, ornamentadas en su mitad superior con una decoración colgante   —19→   de ramas, hojas y flores malamente estilizadas. La rosca del arco tiene ornamento de florones; en las enjutas se repite el motivo de los florones llanos de la puerta principal. Y todo en ésta recuerda la composición ornamental de la puerta lateral de la iglesia Catedral, aunque muy mal copiada; pues hasta en las impostas se ha querido imitar la decoración magnífica de las de aquella iglesia. Hoy, como decimos, la puerta está cegada y, sólo sirve de fondo a la hermosa cruz que antes se ostentaba sobre su misma base en la esquina de la iglesia.

Esta tiene, a uno de los flancos una esbelta torre, reconstruida en su cuerpo superior, hace medio siglo. Siguiendo la forma tradicional española, mezcla de la torre románica y del alminar musulmán, era uniformemente prismática cuadrangular, sin cambio de planta hasta su remate, con sus muros que se calaban por ventanas en cada frente, más multiplicadas cuanto más se iba ascendiendo, y terminada en un remate cupuliforme con forro de azulejos. Hoy se encuentra cubierta con un domo, desde la restauración del año de 1895. Recordaba entonces esta torre, como lo recuerda todavía la de la Merced, un alminar mahometano. Siguiendo la tradición castellana, de origen románico, se compone de un cuerpo bajo macizo y los demás separados por impostas con dos ventanas superpuestas en la cara frontal del primer cuerpo, doble ventanaje en dos de las caras del segundo, y sencillo en las otras dos, con arcos de medio punto; en los ángulos, desde media altura hasta arriba, corren pilastras como contrafuertes; sobre el cuerpo de campanas una terraza que, antes, bien pudo ser de almenas, a lo musulmán y que hoy ha sido reemplazada por una balaustrada. Debió coronarse con una pirámide cuadrangular muy sencilla, obrada de tejas o escamas de azulejos. Hoy se la ha sustituido con un inmenso tambor calado con 12 ventanas geminadas de a tres por cada cara y separadas por maineles, y una gran cúpula con linterna que remata en una cruz. Cuatro grandes contrafuertes dispuestos, en los ángulos contrarrestan el empuje de este abovedamiento. En la cúpula se han abierto cuatro óvalos para los cuadrantes del reloj.

Nótase la esencial diferencia de composición entre los cuerpos superiores: el de campanas el del reloj, y el bajo: aquellos relativamente calados y llenos de molduras y pilastras enjargadas; éste, sobrio de adornos en su mitad superior y destituido de ellas en la inferior.

No sabríamos decir si se pensó en flanquear la iglesia con dos torres, como tiene la de San Francisco; pero lo hace sospechar la existencia del cuerpo prismático cuadrangular hasta la actual balaustrada y de una ventana, hoy cegada, que tenía bajo la imposta, aún conservada en ese cuerpo macizo.

La iglesia es de tipo cruciforme inscrito en un rectángulo, con capillas laterales: tres altas y dos bajas a cada lado, entre machones adornados de pilastras de madera pareadas y acanaladas, que sostienen un entablamento, sobre cuya cornisa se destacan cuatro inmensos óculos semicirculares por lado para, en unión de la ventana del antiguo coro, iluminar la nave y las capillas. Bajo el arquitrabe y entre los machones, tres grandes arcos y dos chicos dan entrada a las capillas. El crucero está formado por cuatro grandes arcos agudos de ascendencia musulmana. Al fondo, el ábside, hoy semicircular, y la capilla mayor con el coro, ocupando una área justamente igual al tercio de la extensión total de la iglesia. En el centro de aquella capilla, un templete o baldaquino gótico, y en los brazos de la cruz, por un lado, una puerta de entrada   —20→   al convento y por otro, la entrada a la Capilla de la Virgen del Rosario, y en la parte superior, a ambos lados, dos tribunas con dos órganos. Al pie y junto a la puerta principal de entrada a la iglesia, una mampara bajo un angosto coro que se prolonga por los lados de la nave encima de los arcos de las dos últimas capillas laterales. La iglesia está cubierta: con techumbre mudéjar, la nave; con bóveda mudéjar, el crucero; con techumbre plana los brazos laterales; con bóveda gótica encamonada, la capilla mayor y el coro; y con bóveda de cañón las capillas laterales. La iglesia fue pintada hace cincuenta años por un italiano llamado Baldasari, decorador de teatros, una vez que los frailes italianos que habían llegado años antes para la reforma religiosa de la disciplina conventual, venida a menos, a mediados del siglo XIX, despojaron a la iglesia de todo su revestimiento de madera tallada, echaron abajo el coro, destrozaron el púlpito; destruyeron los retablos del presbiterio y de la capilla del crucero en el lado del Evangelio, arrasaron con la sacristía situada detrás del ábside, abrieron puertas de comunicación entre las capillas laterales en el loco afán de convertirlas en naves, y si no pudieron echar abajo la techumbre y la bóveda mudéjares, las pintaron abigarradamente, cometiendo el crimen más execrable contra la cultura. Porque lo peor es que la mayor parte de todo aquel emporio de arte maravilloso, fue echado al fuego en la cocina del convento, como simple e inútil maderamen, inservible para otra cosa que no fuera preparar la comida para alimentar a la comunidad.

Despojado de su primitiva grandeza, el templo fue pintado al óleo imitando un rosado mármol, las albanegas de los arcos de la nave, adornadas con los misterios del rosario pintados por Luis Cadena; el intradós de los arcos, con dos retratos de santos de la Orden; las pilastras, con símbolos religiosos; se compusieron nuevas cornisas; se abrieron nuevas ventanas; se pintó caprichosa y extravagantemente la maravillosa techumbre mudéjar; en lugar de las imágenes que ocupaban los retablos de las capillas laterales, se colocaron los cuadros que hoy se ven, ejecutados casi todos por el mismo artista Luis Cadena; el púlpito tallado del siglo XVII fue sustituido con el insulso gótico que se contempla ahora; al retablo magnífico de la capilla mayor reemplazó un inocuo baldaquino gótico; al coro alto con la hermosa sillería dorada y los santos de media talla que enlucían sus paneles, según lo cuenta Docampo, le sustituyó el bajo, desnudo de toda gracia y abrigado bajo el abovedamiento gótico hecho de caña para engañar a los incautos e ignorantes, poniendo con ello una nota más de falsedad, que pugna por su forma con las formas tan extrañas al conjunto del monumento que trazó Becerra, y al que adornaron los ejecutantes con esa singular personalidad que marca al arte quiteño.

De la antigua grandeza de la iglesia no queda sino la espléndida techumbre mudéjar, la más hermosa de las de su clase en la arquitectura de Quito. Es de pares y nudillo. Ignoramos al autor de esta techumbre, la única que se conserva de las tres que tenía Quito: la de San Francisco, la de la Catedral y ésta. ¿Fue Becerra quien la proyectó? Nada tuviera de particular que así lo fuera; pues bien sabido es que en España fueron los arquitectos de los edificios quienes muchas veces trazaron las techumbres. Tampoco sería aventurado suponer que la techumbre fue hecha por aquel lego dominicano que hizo la de la iglesia catedral, según lo cuenta fray Reginaldo de Lizárraga.

Sin embargo de que el Renacimiento alcanzó a desplazar la ornamentación moruna, aunque no del todo, en España continuose   —[Lámina V]→     —21→   con su tradición tan arraigada que pasó a América. Hay que tener en cuenta que los artesonados de origen sarraceno, lo mismo que las techumbres, subsisten en la Península, no sólo en todo el siglo XVI, sino hasta fines del XVIII, a despecho de la severidad herreriana y desafiando los desenfrenos del mismo churriguerismo, para no admirarnos que hubiesen prosperado en el ambiente artístico de tanta libertad como era el americano. El libro de López de Arenas era un manual muy difundido entre nuestros alarifes y ebanistas, como alguna vez ya lo expresamos.

Convento de Santo Domingo.- Quito.- Altar de San Pedro

Convento de Santo Domingo.- Quito.- Altar de San Pedro

[Lámina V]

Desde el siglo XIV, la arquitectura musulmana emplea para sus cubiertas, las bóvedas de pequeña escuadría con gran combinación decorativa, sobre todo de lacerías con el envigado plano y en forma de artesa. Sus armaduras se llaman alfarjes y se componen con piezas inclinadas (pares o alfardas) y piezas horizontales (nudillos); apoyándose esas armaduras en los muros, sobre un marco de grandes vigas reforzado por tirantes y que constituye el estribado. El plano horizontal formado por los nudillos se llama almizate o harneruelo, los planos largos laterales formados por los pares y faldones, y los pequeños que cierran la artesa, sea en línea recta, sea en línea poligonal, se llaman limatones. Es curioso que este nombre, olvidado en la nomenclatura hispano-árabe de la Península, y en la africana, se hubiese conservado en la quiteña, hasta ahora.

Luego esta armadura se cubre con el arabesco, hijo de la fantasía nazarita y flor del ensueño oriental. El arabesco nace de la combinación de polígonos en tramas simples, prolongando sus líneas y entrecruzándolas para constituir lo que se llama el «lazo». El lazo es simple cuando se compone con un solo motivo, por ejemplo, con polígonos estrellados del mismo número de lados, y es doble, cuando se lo compone con dos motivos diversos.

La ornamentación geométrica nacida en el período alejandrino fue introducida por las omeyas en Córdoba, a mediados del siglo X, adquiere pleno desarrollo en el XII con las complicaciones de la Aljafería, llega a su apogeo en los siglos XIV y XV, decae paulatinamente hasta el XVII en que lo levanta nuevamente Diego López de Arenas con su Carpintería de lo blanco, que publica en 1633, y persiste en la ornamentación española hasta el siglo XVIII.

La geometría decorativa moruna tuvo gran desarrollo en España en celosías, ensambladuras, en muros y bóvedas de ladrillo, cubiertas de madera y ornamentación de pavimentos, yeserías, alicatado y revestimientos de azulejería. De España pasó a América, por intermedio de Andalucía, desde donde irradió en la época mudéjar diversas comarcas españolas.

Los mudéjares cubrían los edificios con bóvedas de diferentes clases que las Ordenanzas de Sevilla las enumera: baidas, alboayres (con azulejos), ochavadas, de arista, de crucero, de cinco claves (estrelladas), de lazo y otras de prototipo cristiano tradicional. En Quito no tenemos ejemplos de esta clase de abovedamiento, a excepción del de la iglesia de la Compañía. Pero, en cambio, tenemos lo que en España mismo era más frecuente que la bóveda, la techumbre de madera a base de armazones visibles, los artesonados de alfarje de dos, tres y cinco planos, el primero llamado de par e hilera, y los segundos de pares y nudillo. Los pares o alfardes unidos por lazos y trasdosados por un tablero con los faldones y los nudillos componen el harneruelo o almizate.

Para construir el artesonado componían primero el almarbate o marco de vigas, que los alarifes quiteños llamaron siempre costaneras, ligados a veces por tirantes. Si la techumbre había de ser   —22→   ochavada; se añadían en los ángulos cuatro piezas llamadas «cuadrales», rellenándose los espacios con pechinas, trompas de madera o con simple tablero con arabescos.

Las armaduras se construían por varios procedimientos. Unas veces el lazo es netamente constructivo: las alfardas forman la armazón en que se clava el tablero; otras, el tablero es el constructivo y sobre él se clavan los listones según la trama de las lacerías sobre el tablero dibujado; otras, la armadura es la constructiva, pero los tableros se enrasan en ella en vez de trasdosarse, con lo que la decoración aparece lineal en los lazos y de ternas sueltas en los netos; y otras, en fin, en que aparecen los tableros unidos y rehundida la lacería, resaltando, por consiguiente, los netos.

Con estos necesarios antecedentes ya podemos examinar y apreciar la bella techumbre de la iglesia dominicana.

Como dijimos ya, la bóveda de la nave es de pares y nudillo, con cuatro tirantes de lazo sobre ménsulas. Sus arabescos se desarrollan en el harneruelo con lazo doble a base de dos grandes estrellas; una de 16 puntas y otra de 12. Tiene además dos centros octogonales con mocárabes, decoración muy usada en España anexa a las techumbres de lazo, y tres con escudetes caprichosos compuestos con mascarones y querubines. El fondo todo del harneruelo, con ruedas de lazos a base de estrellas de seis, ligadas entre sí indirectamente. En los faldones prevalecen las estrellas de ocho puntas, ligadas entre sí y formando dos hileras horizontales unidas junto al harneruelo, y otras dos hileras separadas entre sí por medio del alargamiento del hexágono formado por la prolongación de las líneas de las estrellas en un ángulo externo de las dos que se unen. Las candilejas y las almendrillas se hallan rellenas con tablitas doradas y ligeramente talladas. La techumbre, en el arco toral, es piramidal; pero, al pie de la iglesia, es ochavada, por lo cual se ha añadido dos cuadrales en los ángulos, decorándolos también con lazo, los espacios triangulares formados por esos cuadrales y el ángulo recto de las esquinas de la iglesia.

El crucero está cubierto por una bóveda cupuliforme de lazo, ochavada, sobre los cuatro arcos apuntados torales. La bóveda se desarrolla sobre la base de un polígono de ocho con estalactitas en su fondo, e inscrito en un gran harneruelo cuadrado, del que salen cuatro paños y cuatro limas, cuyo conjunto ornamental acompaña en su composición y temas al de la bóveda de la nave.

Las bóvedas de cañón de las capillas laterales se han decorado con grandes ruedas de doce puntos pintadas, el intradós de los arcos con dos retratos de santos dominicanos y las pilastras que las sostienen, con escudetes circulares con símbolos religiosos. Bajo la bóveda cupuliforme del crucero hay una especie de friso inmenso decorado con varias telas pintadas y colocadas en riquísima moldura tallada y adornada con angelitos y mascarones y separadas entre sí por medio de graciosos estípites a manera de pilastrines. Las telas van tres encima de los arcos frontales y cinco, encima de los laterales: tres grandes y dos chicas. En el fondo de la nave, bajo la línea límite de la techumbre de la nave, encima del arco, se ha colocado una gran tela que llena ese espacio piramidal formado por dicha techumbre, y representa la Virgen cobijando bajo su manto a santos y santas dominicanos: cuadro tan típico de la época religiosa del siglo XV, la época de las cofradías con su Mater omnium, en el que se representaba a la Virgen como una gallina abrigando y protegiendo a sus polluelos. Este motivo inventado para la Orden cisterciense, fue luego, por su riqueza de sentido humano, un motivo popular, vulgarizado y extendido sobre   —23→   todo por las órdenes franciscana y dominicana. En la iglesia de San Francisco de Quito, encima de la entrada a la Capilla de Santa Marta, se halla uno, con la variante de que los religiosos que hacen protección bajo el manto de la Virgen, no son dominicanos; sino franciscanos.

La capilla mayor de la iglesia, como ya lo dijimos, está hoy ensanchada, desde que destruido el coro alto, se creó el bajo atrás del altar mayor eliminando la antigua sacristía construida tras del antiguo ábside rectilíneo, creando uno nuevo semicircular, y dando a toda esta capilla un aire de falso goticismo con su baldaquino de madera de arcos góticos, su cubierta de bóveda encamonada, de arista y sus ventanales, igualmente góticos, del fondo. Nada hay en esta sección de la iglesia que pudiera interesar, ni hoy ni nunca, bajo el punto de vista artístico, ni siquiera los inmensos cuadros murales que decoran los muros laterales del presbiterio: copias ejecutadas por Rafael Salas y que representan: el de la derecha, la predicación y milagros de Jesús, y el de la izquierda, la Zarza ardiente.

Los retablos de las capillas laterales son todos del siglo XVIII, sustitutivos de los antiguos a que se refiere Diego Rodríguez Docampo en su Relación de 1650, y aún ellos han sido mutilados de sus antiguos nichos en que se alojaban diversas estatuas religiosas: San José, Santo Domingo, Santo Tomas, el Calvario, la Virgen Santísima, la del Rosario, San Vicente Ferrer, San Isidro y otros. Los retablos del presbiterio y del crucero, churriguerescos, que eran los más hermosos de Quito, ya no existen.

Principiemos a describir los retablos, por los del lado del Evangelio.

El primero está dedicado a la Sagrada Familia cuyo cuadro obtuvo el nicho central donde antes se alojaba una estatua de la Virgen. Lo flanquean cuatro columnas salomónicas de cuatro vueltas con el tercio inferior cilíndrico decorado con profusa hojarasca. Por la parte cóncava de su espiral corre una enredadera de flores. Tienen las columnas capitel corintio y sobre ellas, un gran cornisón hundido en su centro en ángulos rectos. Sobre él, un remate de serpeantes, dos embutidos de ángeles y dos angelitos flanqueando un escudete que ocupa la clave del retablo y en el cual, sobre fondo blanco, se destaca en medio relieve un hermoso Niño Dios con los atributos de la pasión. Todo este conjunto se levanta sobre un basamento muy ornamentado.

El segundo retablo, antes y hoy dedicado a San Vicente Ferrer es muy rico en su ornamentación. Sobre una hermosa mesa de altar arreglada recientemente, se halla un estilobato compuesto de un plano central entrante y cuatro ménsulas salientes. Sobre el plano se destaca un sagrario y encima, el cuadro del Santo en magnífica moldura, flanqueado de cuatro columnas salomónicas corolíticas coronadas de un friso y una gran cornisa, sobre la cual campea un arco curvilíneo y, dentro de él, un Padre Eterno. A los lados del arco, dos angelitos sobre unas volutas en actitud de tocar unas trompetas: alusión al simbolismo de San Vicente. A los flancos del retablo y decorando el resto del muro del fondo de la capilla, dos relieves en madera representan el nacimiento del Santo y su muerte, enmedio de una decoración multiforme que llena la superficie del fondo de la capilla y, arriba, un gran arco con rica ornamentación.

El tercer retablo, dedicado a Santo Domingo, ocupa la capilla que antes ocupaba San Isidro Labrador. Es el retablo más completo, más grande y más interesante de todos los de la iglesia y   —24→   que llena por completo, con sus formas, y su decoración unida, todo el testero de la capilla. Tiene dos cuerpos: el inferior, que antes ostentaba en su centro, el nicho con la estatua del Santo y hoy tiene apenas una tela que lo representa, se levanta de un estilobato a paneles y ménsulas: aquéllos, en segundo plano y éstas en primero. El cuadro está cantoneado por dos pilastrines decorados, dos estípites con embutidos de ángeles y un pesado racimo de uvas con hojas; luego a sus extremos dos columnas salomónicas pareadas en cada lado y encima un entablamento con cornisa de gran vuelo, que origina un hermoso claroscuro. La cornisa se rompe en diversos segmentos de círculo, y, elevándose, forma en el centro un nicho ancho profusamente decorado. Sobre este cuerpo, viene el segundo, que luce en el medio un gran relieve de la Virgen apareciéndose a San Francisco y Santo Domingo, dentro de una moldura ovalada, y pintada a todo color. A los flancos, estípites, y en el fondo, pilastrines sosteniendo una cornisa curvilínea con resaltos que remata con el escudo de la orden dominicana en el centro. Esa misma cornisa se derrama hacia los lados en inmensas y caprichosas volutas con flecos de serpeantes. Este segundo cuerpo, con esta línea sinuosa de excesivo y exagerado barroquismo, aparece como el remate de un vimana indio. La mesa del altar, como la del retablo anterior y de la mayor parte de los de esta iglesia es de arquería exenta sobre delgadas columnas, formando una especie de pórtico, al fondo del cual se colocan imágenes en relieve, telas pintadas o reliquias bajo vidrio, como lo vemos en el retablo mayor de la capilla del Rosario.

La cuarta capilla dedicada hoy a San Jacinto era el pasadizo lateral al Convento, cerrado con una puerta. Hoy se lo ha cegado y sobre el nuevo se ha colocado un retablo chico con la imagen pintada del Santo entre dos columnas salomónicas, sobre las cuales corre un entablamento con piñas colgantes de su cornisa, un mascarón en el centro y coronado este conjunto por un arco carpanel volado, formando baldaquino. En la actualidad está forrándose toda la pared del fondo no ocupada por el retablo, con talla dorada.

A continuación viene la última capilla consagrada antes a la Virgen del Rosario, patronato de los negros de la población. Probablemente tenía la misma imagen de la Virgen que hoy vemos en su retablo sencillo que se levanta de la mesa del altar con hermoso frontal de tres paneles tallados. Sobre tres ménsulas: la del centro larga y ancha, y las de los costados, pequeñas, se ostenta la imagen de la Virgen con San Francisco y Santo Domingo al pie, dentro de una moldura, acantonada por dos columnas salomónicas corolíticas que sostienen una cornisa con piñas colgantes que se interrumpe en el centro. Sobre la cornisa vuela un arco con remate floral y en el espacio así formado, se destaca la simbólica paloma del Espíritu Santo.

Las capillas del lado de la Epístola, hasta 1650, eran cuatro: la de San José, la de Santo Tomás, la del Calvario, y la de Nuestra Señora. Entre las dos últimas estaba la puerta lateral de entrada a la iglesia en la Capilla que hoy pertenece al culto de San Martín de Porras. Veamos ahora cómo se encuentran aquéllas.

La primera está dedicada a Santo Tomás de Aquino. Simula un gran baldaquino muy volado con piñas colgantes como adorno y tiene su interior de forma rectangular, muy ornamentado. Bajo ese baldaquino se hallan cuatro columnas salomónicas sobre mensulones que se asientan sobre la mesa del altar. El baldaquino tiene en su intradós la figura de un arco carpanel y en su trasdós, la forma semicircular rebajada, rota en su clave por una convexidad de su   —[Lámina V]→     —25→   mismo perfil. Es un arco abocinado de tres porciones de círculo de las cuales, la de la mitad se ha invertido. Sobre ésta se ha colocado, como adorno, un escudete formado por cuatro cabecitas de querubín y cuatro rosetones intermedios.

La flagelación.- Cuadro de autor desconocido que se halla en la escalera principal del Convento de Santo Domingo

La flagelación.- Cuadro de autor desconocido que se halla en la escalera principal del Convento de Santo Domingo

[Lámina VI]

El siguiente retablo que estaba antes consagrado al Calvario y luego, hasta hace poco, a Santo Tomás, se le ha dedicado hoy a la beata Mariana de Jesús. Tiene su mesa de altar un frontal a paneles bien tallado. El basamento, en su parte central, es de planta piramidal y, a sus flancos, lleva cuatro bases donde descansan cuatro columnas salomónicas adornadas de un cordón de flores en la curva cóncava. Sobre las columnas, un gran cornisón rehundido en el centro y, encima, un frontón circular interrumpido y ribeteado con hojas. De todos los retablos de esta iglesia, es éste el que tiene más relieve y más fuerte claroscuro. Aun con el lienzo del fondo, forma por sí solo un verdadero nicho.

Luego viene el retablo consagrado a San Francisco con una mesa de altar semejante a la anterior. Sobre ella se levantan, de cuatro ménsulas, cuatro hermosas columnas salomónicas corolíticas unidas en su parte superior por una cornisa de gran vuelo con piñas colgantes, encima de la cual se extiende un gran arco con cornisa ribeteada de grandes hojas y que termina en la clave como un arco florenzado gótico, pero muy puntiagudo, con una piña como remate.

Las dos últimas capillas están destinadas al culto de San Martín de Porras y al del Arcángel San Miguel, cuyas imágenes en lienzo se hallan en sus respectivos retablos. El de San Martín es muy sencillo. Sobre dos columnas salomónicas que se alzan de unas bases abultadas, se halla una pesadísima cornisa coronada por alto remate compuesto, a manera de frontón, con varias líneas curvas dispuestas caprichosamente, formando un espacio en cuyo centro se ha colocado la cabeza de un querubín. La línea externa de ese remate lleva ribetes de hojas y, a los lados, pámpanos, uvas y una decoración lineal de caprichosas curvas.

El retablo del arcángel San Miguel se desprende de un basamento de dos ménsulas chicas y una grande al medio, sobre el cual se halla la gran moldura del cuadro del Arcángel formada por dos pilastritas geminadas y decoradas con ornamentación de mueble, y dos columnas salomónicas corolíticas con un enorme cornisón abocinado encima, que sube, en su parte media, formando un arco mixtilíneo con ribetes y piñas colgantes. Hoy están embelleciendo esta capilla, como otras más, dotándolas de una buena mesa de altar con finas tallas y forrando el muro del testero no ocupado por el retablo, con aplicaciones de madera tallada.

La capilla de San Martín, fue primitivamente dedicada a una Cofradía de negros y mulatos que veneraban en ella a una imagen de la Virgen.

Todos los cuadros de los retablos que dejamos descritos son mediocres obras de Luis Cadena, a excepción de tres: el de la Virgen que se encuentra en el último retablo del lado del Evangelio, obra muy antigua del siglo XVII; el del arcángel San Miguel, de Brígida Salas, y el de la beata Mariana de Jesús, de Víctor Mideros.

Junto al arco triunfal del presbiterio, se han colocado hoy dos nuevos retablos, de línea y composición góticas, consagrados, el uno al Ecce Homo, la Virgen y San Pedro y el otro a San Juan Macías repartiendo limosna. Además, en la pared, junto a la entrada a la Capilla del Rosario, se ha levantado otro retablo consagrado a San Judas Tadeo, componiéndolo y ornamentando la techumbre y muros que le rodean, con un sentido más cuerdo de la realidad del   —26→   arte tradicional quiteño. Tiene la mesa del altar su antipendium de arquería con columnas salomónicas y un retablo de dos columnas salomónicas geminadas con un entablamento, frontón circular interrumpido o roto, volutas a sus costados y un querubín en la clave. Todo, sobre un estilobato con ménsulas. El forro de la techumbre y de los muros, a paneles.

Entremos, ahora, al rincón más hermoso e interesante de esta iglesia y a uno de los sitios más encantadores de nuestra arquitectura religiosa: a la Capilla del Rosario.

Es esta una curiosa construcción, levantada sobre una planta de tres planos diferentes: el primero, a nivel de la iglesia, que es una sala cuadrada de 11 metros por 11,50 metros, destinada a los fieles; el segundo, que se levanta un metro sobre la anterior, ocupado por el presbiterio y al que se asciende por diez escalones, y el tercero, que tiene una diferencia de nivel de 2,30 metros respecto del otro, en donde está el recamarín. Este mide 9 metros x 11 metros y aquel 11 metros x 9,50 metros Estas diferencias notables de nivel entre las tres partes de la capilla se debe a la planimetría del terreno; pues si el sitio ocupado por la sala de los fieles está en el mismo plano de la iglesia, el del presbiterio se levanta sobre un arco, bajo el cual pasa una calle pública, y el del recamarín se halla al otro lado de la calle, en un plano superior al de la iglesia. Porque esa capilla aparece caprichosamente construida en dos pedazos de terreno con una calle de por medio, y para hacer viable su construcción hubo de levantarse primeramente el precioso arco llamado vulgarmente «de la Loma», y que, en realidad, es un verdadero túnel de piedra, de arco muy rebajado con el que se ha formado una hermosa bóveda con cuatro arcos fajones, apeada en dos estribos enjarjados en la peña y cuatro gruesos y altos contrafuertes de forma piramidal y planta de medio hexágono, en los cuatro costados, que sirven al mismo tiempo para resistir el empuje de los arcos de la capilla que soportan sus abovedamientos cupulares. Bajo la bóveda de este túnel, abiertos en sus muros hay dos nichos chicos en los que se venera las imágenes de San José y de María Santísima, cuyos monogramas llevan las rejillas superiores de dos portadas de hierro que los cierran. Antiguamente y hasta hoy, los miércoles y los sábados, lo mismo que los grandes días de fiesta de los padres de Jesús, se ven alumbrados esos nichos, presentando en la noche un aspecto de mística belleza, poniendo una nota de color que favorece a ese romántico sitio y avivando en el corazón quiteño la llama de sus encantadoras tradiciones.

El trasdós del arco, a un lado y a otro, lleva una gruesa moldura y, en su clave, el monograma de Jesús y de María. Las albanegas formadas por la curva del arco y el friso que, con una cornisa o imposta marcan el plano del segundo tramo o sea del presbiterio de la capilla, tiene una hermosa decoración floral. Una tarjeta encima de la clave del arco lleva en relieve tres figuras a medio esbozar. En los remates de los contrafuertes, unos escudos decorados con flores y unas pequeñas repisas indican el sitio para imágenes de medio relieve que tal vez nunca llegaron a colocarse. Nos olvidábamos anotar la curiosa decoración del friso colocado encima de los arcos de entrada al túnel. Es una variante extraña de las metopas y triglifos griegos; pero, eso sí, se ha tenido buen cuidado de poner las gotas, lo mismo bajo los paneles que bajo los triglifos.

Otra decoración digna de anotarse son unos canastos de flores ejecutados en medio relieve, que decoran los salmeres de los arcos de entrada y los fajones.

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Ya tenemos la planimetría del terreno sobre el que se levanta la capilla. Veamos ahora cómo se la ha construido y organizado.

A fin de cargar el mayor peso de la construcción abovedada sobre los cuatro contrafuertes centrales y sobre los muros de la iglesia, se han levantado siete arcos, para construir con ellos los dos primeros tramos de la capilla, rellenando cinco de ellos, los correspondientes a los muros laterales y al ábside y dejando libres el de entrada y el triunfal del presbiterio. De esta manera se ha alivianado la construcción y facilitado el cubrirla con dos cúpulas ochavadas sobre las pechinas formadas entre los arcos y apenas peraltadas con un ligero tambor, que no se manifiesta en el exterior. Las cúpulas son algo rebajadas; un poco más la del primer tramo, y tienen acusados los ángulos de sus paños en el intradós. En su exterior se hallan revestidos de azulejos verdes y grandes fajas radiales pareadas que van de la linterna a la base, acusando la división de los paños. Además de la diferente altura de las dos cúpulas, el duomo del primer tramo es semiesférico y no tiene más ventanas que las de su linterna, mientras que el del presbiterio es algo coniforme y tiene dos ventanales de medio punto abiertos en su casquete. En cuanto a las linternas tienen la misma planta que la de las cúpulas y su abovedamiento recuerda en lo exterior la misma organización de éstas. Ambas llevan sobre su remate una cruz de bronce. El aparejo de los muros es de ladrillo a grandes verdugadas y rematan en una balaustrada sobre una sencilla cornisa, bajo la cual se han colocado, como adornos, los tradicionales arquitos que a modo de barbacanas decoran la fachada de la iglesia franciscana. En los muros exteriores no se ven más vanos que dos ventanas largas y sencillas en cada lado del primer tramo y una cuadrada con aparatosa moldura y frontón, en el segundo.

El tercer tramo, o sea el correspondiente al recamarín, es el más interesante y original. Es de mediano aparejo de mampostería, de planta cuadrada, pero chaflanada en el muro del fondo. La sala está dividida en dos secciones por medio de tres arcos de medio punto sobre machones cuadrangulares, a los cuales corresponden otros tres enjarjados en el muro divisorio con el presbiterio, con los cuales se enlazan por medio de otros arcos similares a fin de abovedar su cubierta con una cúpula central sobre pechinas, con un escaso tambor y su linterna, y dos bóvedas cupuliformes laterales sin tambor ni linterna, sobre pechinas, forradas de azulejos en su cascote exterior.

La segunda sección de esta sala está también construida sobre arcos encastrados en sus muros: dos al fondo, uno en cada chaflán y uno en cada uno de los muros laterales. Además en los chaflanes, hay dos nichos abiertos en el muro. Cubre esta sección un abovedamiento en forma de artesa de ocho paños: dos largos y tres pequeños para formar los limatones. Es probable que se le quiso adornar con algún artesonado, si es caso que no lo tuvo en sus primitivos tiempos. Cuatro ventanas con hermosas molduras de piedra en su exterior dan luz a este tramo.