Sabiendo el señor don
Juan |
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cómo ya Girona estaba |
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en el último conflicto, |
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pues de bastimentos falta, |
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para un día sólo
había |
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las raciones limitadas; |
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debiéndose haber
llegado |
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a necesidades tantas, |
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con peligro y sin socorro, |
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a los cabos de la plaza, |
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y en ella principalmente |
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a la osadía bizarra |
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del Condestable, pues
él |
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sólo pudo sustentarla |
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con su sangre y con su nombre, |
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resistiendo su constancia |
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la necesidad y el riesgo |
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con valor y con templanza; |
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y luego en la resistencia |
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de los asaltos se hallaba |
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su valor siempre el primero, |
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coronando la muralla; |
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conociendo pues su alteza |
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el grande riesgo en que
estaba, |
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aunque siempre el Condestable |
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tuvo segura la plaza, |
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pues nunca con su persona |
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tuvo riesgo la fianza; |
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y aunque se hallaba sin medios |
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y prevención necesaria |
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para intentar el socorro, |
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con los pocos que se hallaba, |
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a los quince de setiembre, |
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con resolución bizarra, |
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de Barcelona salió |
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a dar vista a la
campaña. |
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A los veintitrés con
pocas, |
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aunque difíciles
marchas, |
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por ser fragoso el
país, |
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llegó a vista de la
plaza. |
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Reconociendo los puestos |
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que el enemigo ocupaba, |
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resolvió luego su
alteza |
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acometer sus escuadras; |
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intentó hacer tres
ataques, |
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uno real, con su ordenanza, |
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y los dos de diversión. |
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El ataque real encarga |
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a don Gaspar de la Cueva, |
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que en él iba de
vanguardia. |
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Seguíale don Francisco |
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de Velasco, cuya espada |
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ilustró allí con su
sangre |
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los blasones de su casa; |
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con él el conde de
Humanes, |
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llevando entrambos la escuadra |
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que se formó de la
gente |
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de navíos de la armada; |
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tras ellos iban los tercios, |
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con militar ordenanza, |
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del barón de Amaro y
conde |
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Hércules, que le
acompaña |
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para lograr la facción; |
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y de la gente bizarra |
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de galeras otro tercio |
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del marqués de Flores de
Ávila |
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los tercios de catalanes |
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cubriendo la retaguardia; |
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la caballería de
Flandes, |
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y Borgoña, gobernada |
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por el barón de Butier. |
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Y así dispuesta la
marcha, |
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su alteza el señor don
Juan |
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sacó bizarro la espada, |
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mandando que acometiesen. |
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No cabrán en mis
palabras |
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afectos para decir |
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la merecida alabanza |
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de este príncipe, el
valor, |
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la osadía, la
templanza, |
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el arrojo, la cordura, |
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la modestia, la arrogancia, |
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mezcladas unas con otras, |
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que hacen la virtud más
clara. |
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Mas sólo podré
decirlas, |
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con que la gloria más
alta |
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es ser hijo de su padre; |
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y cuando la suerte avara |
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no le diera esta grandeza, |
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el por sí merece tanta, |
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que aun siéndolo, ya el ser
hijo |
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de tan ínclito monarca, |
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tanto como por su sangre, |
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lo merecen sus hazañas. |
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Acometió don Gaspar |
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de la Cueva con tan rara |
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resolución la colina, |
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que en breve espacio ocupada, |
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se retiró el enemigo; |
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y él siempre dándole
carga, |
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como tenía por orden, |
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hizo que desamparara |
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los puestos fortificados, |
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hasta llegar a una casa |
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de esguizaros guarnecida, |
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donde hizo pié y
peleaban |
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como rayos los franceses. |
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Pero en este tiempo avanzan |
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don Francisco de Velasco |
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y el de Humanes con su
escuadra; |
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y pelearon de suerte, |
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que tomándoles la casa, |
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se retiraron a otra, |
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que mas adelante estaba |
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con más
fortificación; |
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y haciendo más amenaza |
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al camino de Girona, |
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porque la mano se daba |
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con un fuerte que
tenían |
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en un paraje que llaman |
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de la Cuesta de la Liebre. |
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Aquí ardía la
batalla, |
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que un infierno parecía |
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la confusión, exhalada |
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contra los rayos del sol, |
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de humo, polvo, sangre y
balas. |
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Don Francisco de Velasco, |
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herido entre furia tanta, |
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anhelaba por entrar; |
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y en la sangre que derrama, |
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por olvidar su peligro, |
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iba poniendo sus plantas. |
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Crecía la
confusión, |
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mas de su alteza irritada |
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la cólera generosa, |
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por en medio de las armas |
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se metió, y a sus
soldados |
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atentando en voces altas, |
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parece que en cada uno |
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se metió su misma
saña; |
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porque como ardiente fuego |
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que por las mieses doradas |
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entra talando, y su ardor |
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de espiga en espiga salta, |
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dejando hecha una luz misma |
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todo el oro de sus
cañas; |
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así el valeroso joven |
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por sus valientes escuadras, |
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del fuego de su furor |
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iba sembrando las brasas; |
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dejando todos los pechos |
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tan vestidos de su llama, |
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que a su ejemplo, todos eran |
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ya como él en la
batalla. |
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A este tiempo el Condestable, |
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juntando la más bizarra |
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gente que en la plaza
había, |
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salió della, y por la
espalda, |
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dando sobre el enemigo, |
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le apretó con furia
tanta, |
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que obligándole a la
fuga |
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del rayo que te amenaza, |
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no dio lugar al valor |
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para que le hiciese cara. |
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Y empeñado en
deshacerle, |
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se mezcló entre sus
escuadras |
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de tal suerte, que llegando |
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a pelear con la espada, |
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una estocada le dieron |
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a su salvo por la espalda. |
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Herido el valiente joven, |
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cual fiero león de
Albania, |
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que de sus heridas nacen |
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los furores de su saña, |
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por entre sus enemigos |
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rompe, hiere y desbarata |
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con tal prisa y tal violencia, |
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que en los golpes de su
espada, |
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por donde quiera que iba, |
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las centellas que levanta |
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del triunfo de su victoria |
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iban siendo luminarias. |
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Viendo el riesgo el enemigo, |
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hizo del fuerte llamada, |
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y con capitulaciones |
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se rindieron, ocupadas |
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casa y fuerte, y casi todos |
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los puestos de la
campaña. |
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No le quedaba al
francés |
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recurso ya de esperanza, |
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y marchando a toda prisa, |
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sus cuarteles desampara, |
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pegando fuego, por dar |
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seguro a la retirada; |
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más con tanta brevedad, |
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que se dejó en partes
varias |
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mucha ropa y bastimentos, |
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quedando para la plaza |
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libre paso del socorro. |
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Picóle en la
retaguardia |
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su alteza, y en el camino |
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le obligó a que se
dejara |
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dos piezas de
artillería, |
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con lo cual desbaratada |
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su gente y casi deshecha, |
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dentro de muy pocas marchas |
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quedó vencido su
orgullo, |
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victoriosas nuestras armas, |
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la campaña fenecida, |
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y socorrida la plaza. |
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Y de esta facción
resulta |
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más gloria a nuestro
monarca, |
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pues ha librado en tal hijo |
385 |
tantas victorias a
España. |
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