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«Viajan los hombres para admirar las alturas de los montes... y se olvidan de sí mismos, ni se admiran de que todas estas cosas... no podría nombrarlas si interiormente no viese en mi memoria los montes y las olas y los ríos...» (Conf., X, VIII, 15, apud Plotino, Enn., V, 1-2), que a su vez depende de Orígenes, el Niseno o San Ambrosio (In Psalmum CVIII, II, 13-14), quien ilustra el concepto con el Cantar de los cantares (I, 7): «Si lo ignoras, ¡oh hermosísima entre las mujeres!, sal afuera y ve siguiendo las huellas de los ganados... ». No obstante, el pensamiento estuvo muy difundido, baste leer a Petrarca (Familiares, II, IX, 2-4), que repite el paso agustiniano; antes, Cicerón (Tusc, I, XXII, 52; De finibus, V, XVI, 44); o bien, entre los autores sacros, el De contemplationes et eius speciebus, de Hugo de San Víctor; o los Diálogos, II, de San Gregorio Magno. La prosa de San Juan por la edición de Lucinio Ruano et al., op. cit.; conviene ver el artículo de G. de Gennaro, «Il Prólogo al Cántico espiritual de Juan de la Cruz», Annali dell'Istituto Universitario Orientale, XIX (1977), pp. 43-107.

 

2

Aunque la lección válida fuera «su hermosura», como apunta el editor D. Ynduráin (p. 250, nota) y traen muchos manuscritos, el sentido no cambia; al contrario, se confirma lo que he dicho y diré. Por otra parte, la misma lección traen otros dos importantes editores del carmelita: C. Cuevas (Cántico espiritual. Poesías, Alhambra, 1979) y P. Elia (Poesías, Castalia, Madrid, 1990). En fin, sobre el sentido de los versos y prosa correspondiente, véanse las pp. 48-55 de la edición de Ynduráin y, de nuevo, F. Rico, El pequeño mundo del hombre, pp. 337-343.

 

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Colin P. Thompson, El poeta y el místico, Swan, San Lorenzo de El Escorial, 1985, p. 242.

 

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Significativamente, apunta en la prosa: «Muchas maneras de recuerdos hace Dios al alma... porque echa de ver el alma cómo todas las criaturas de arriba y de abajo tienen su vida y duración y fuerza en él... Y aunque es verdad que echa allí de ver el alma que estas cosas son distintas de Dios en cuanto tienen ser criado, y las ve en Él con su fuerza, raíz y vigor, es tanto lo que conoce ser Dios en su ser con infinita inminencia todas estas cosas, que las conoce mejor en su ser que en ellas mismas. Y este es el deleite grande de este recuerdo: conocer por Dios las criaturas, y no por las criaturas a Dios, que es conocer los efectos por su causa y no la causa por los efectos».

 

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Las palabras correspondientes del comento son muy interesantes: «Y es de notar que no dice aquí el Esposo que viene al vuelo, sino al aire de tu vuelo, porque Dios no se comunica propriamente al alma por el vuelo del alma, que es (como habernos dicho) el conocimiento que tiene de Dios, sino por el amor del conocimiento» (C 13, 11); baste comparar sus palabras con las finales del capítulo anterior. Por otra parte, las etapas del conocimiento de Dios las marcó ya Orígenes: ethica, physica y enoptica (véase el capítulo I); o bien, según la traducción de Rufino: moralis, naturalis e inspectiva. La correspondencia con las tríadas agustinianas se puede establecer, pues la primera se correspondería con la introspección o conocimiento de sí mismo; la segunda, con el conocimiento de las criaturas y la tercera, con el conocimiento de Dios.

 

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Ni que decirse tiene, por otra parte, que la simbología del monte es riquísima, y fray Luis de León ya explicó una parte en el nombre «Monte». Sin embargo, creo que San Juan se atiene más bien a la que tiene que ver con el monte de la transfiguración (Mat., XVII, 1-8) y que tiene uno de sus más felices desarrollos en San Bernardo (Liber de diligendo Deo, X, 27), cuando explica que en el éxtasis se cierran los «ojos de la mente» y sólo queda el amor: «Iustitia tua, Deus, sicut montes Dei» [Sal., XXXV, 7], Amor iste mons est, et mons Dei excelsus... Quis ascendet in montem Domini? [Sal., XXIII, 3]... Factus est in pace locus iste, est habitatio in Sion [Sal., LXXV, 3]. Heu mihi quia incolatus mens prolongatus est quando huiuscemodi experitur affectum, ut divino debriatus amore animus, oblitus suis, factusque sibi ipsi tamquam vas preditum, totus pregar in Deum, et adhaerens Deo unus cum eo spiritus fíat [1 Cor., VI, 17] et dicat: "deficit caro mea et cor meum, Deus cordis mei, et pars mea Deus in aeternum" [Sal., LXXII, 26].

 

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N 2, 9, 2; la cursiva es mía. El concepto de «noche» en San Juan ya fue estudiado, entre otros, en los clásicos trabajos de Crisógono de Jesús Sacramentado, San Juan de la Cruz, su obra científica y su obra literaria, Ed. Mensajero de Sta. Teresa y de S. Juan de la Cruz, Madrid-Ávila, 1929, pp. 141-152; Jean Baruzi, Saint Jean de la Croix et le probleme de l'experience mystique, F. Alean, París, 1931, pp. 373-438; Lucien-Marie de Saint Joseph, «À la recherche d'une stracture essentielle de la nuit de l'esprit», Études Carmelitaines, XXIII (1938), pp. 254-281; Arturo Marasso, «Aspectos del lirismo de San Juan de la Cruz», Boletín de la Academia Argentina de Letras, XIV (1945), pp. 579-607; Jean Vilnet, Bible et Mystique chez Saint Jean de la Croix, Desclée de Brouwer, París, 1949; Federico Ruiz Salvador, Introducción a San Juan de la Cruz, BAC, Madrid, 1968, esp. pp. 183-214; Francisco Lobera y N. V. Prellwitz, «Sulla poetica di San Juan de la Cruz En una noche oscura», Studi Ispanici (1978), pp. 1-104; ibid. (1979), pp. 71-119; M.ª Jesús Mancho Duque, El símbolo de la noche en San Juan de la Cruz. Estudio léxico-semántico, Universidad de Salamanca, 1982; id., Palabras y símbolos en San Juan de la Cruz, FUE-Universidad Pontificia de Salamanca, Madrid, 1993, pp. 107-127 y 177-232; Fernando Urbina, Comentario a «Noche oscura del Espíritu» y «Subida al Monte Carmelo» de San Juan de la Cruz, Marova, Madrid, 1982; B. Bayard, «Sur la Nuit obscure», Crisol, I (1983), pp. 21-26; M.ª Sagrario Rollán Rollán, Éxtasis y purificación del deseo. Análisis psicológico-existencial de la noche en la obra de San Juan de la Cruz, Diputación Provincial-Inst. Duque de Alba, Ávila, 1991; D. Ynduráin, Aproximación a San Juan de la Cruz, en especial a los capítulos «La luz» y «Luz y tinieblas. La noche». Muy útil resulta también el documentado estudio de Jean Orcibal, San Juan de la Cruz y los místicos renano-flamencos, FUE-Universidad Pontificia, Madrid-Salamanca, 1987; véase también el reciente trabajo de Juan Montero, «De la Diana de Montemayor al Cántico espiritual: especulaciones en la fuente», Edad de Oro, IX (1992), pp. 113-121; para aquilatar la formación de San Juan, es muy interesante el trabajo de Luis E. Rodríguez-San Pedro Bezares, La formación universitaria de Juan de la Cruz, Junta de Castilla y León, Valladolid, 1992.

 

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Ed. cit., col. 659 A; para Santa Teresa, he visto la edición del Libro de la vida de Otger Steggink, Castalia, Madrid, 1986, p. 283. Véanse también G. Etchegoyen, L'amour divin. Essai sur les sources de Sainte Thérèse, Feret, Burdeos, 1923; Aurora Egido, «La configuración alegórica de El castillo interior», Boletín del Museo e Instituto «Camón Aznar», X [1982], pp. 69-93; de la misma autora, «El águila y la tela. Concordancias entre Santa Teresa y San Juan», El Bosque, V (1993), pp. 15-28; F. Márquez Villanueva, «El símil del castillo interior: sentido y génesis», en Actas del Congreso Internacional Teresiano, Salamanca, 1984, pp. 495-522; Elizabeth Howe, Mistical Imagery: Santa Teresa de Jesús and San Juan de la Cruz, Lang, Nueva York, 1988; Efrén de la Madre de Dios & Otger Steggink, Tiempo y vida de Santa Teresa, Editorial Católica, Madrid, 1988.

 

9

Parece evidente que en este punto sigue la doctrina de Tauler del hombre como imagen de la Trinidad, que, a su vez, parte de la estructuración tripartita del alma según San Agustín: por la memoria, el hombre conserva el recuerdo de Dios y aspira a recobrarlo; por la razón, tiene fe en Dios y le conoce; por el amor o la voluntad, tiende hacia Dios (también tienen que tenerse en cuenta los otros grandes maestros renano-flamencos: Eckhart, Herp, Ruysbroeck, Suso...); véase el excelente libro citado de J. Orcibal, pp. 99-141; un resumen en Pedro Sáinz Rodríguez, Introducción a la Historia de la Literatura Mística en España, Espasa-Calpe, Madrid, 19842, pp. 113-115. Por otra parte, dos evidencias más quiero notar por lo que a mí respecta. La primera es que no soy teólogo, sino versado, poco, en letras humanas; para las divinas, doctores tiene la Iglesia. La segunda es que soy consciente de la cantidad de trabajos sobre San Juan; yo sólo me propongo comentar algunos pasajes de su poesía al hilo de la tradición cultural profana (filosófica, teológica y literaria) del motivo central de este libro, con alguna incursión en la mística, y citar las entradas básicas y las más recientes. Para los otros aspectos, remito a la bibliografía pertinente; especialmente, a la muy bien seleccionada por D. Ynduráin en sus dos obras: la edición citada y la Aproximación. Todo lo relativo a los fundamentos teológicos puede verse en la edición que manejo para la prosa y en AA. VV., Poesía y Teología en San Juan de la Cruz, Monte Carmelo, Burgos, 1990; la tradición plotiniana y, en general, neoplatónica, la presenta (con cierta exageración «profana») Eugene A. Maio, op. cit.; son excelentes, como suyas, las páginas que le dedica F. Rico en su El pequeño mundo del hombre, pp. 337-343. Por fin, para lo que se refiere a las diversas tradiciones místicas contemporáneas, puede verse el libro de M. Morales Borrero, La Geometría mística del alma en la literatura española del Siglo de Oro, Universidad Pontificia de Salamanca-FUE, Madrid, 1975. También tengo en cuenta, claro, los principales estudios clásicos: los citados de Baruzi, D. Alonso o Bruno de Jésus-Marie, Saint Jean de la Croix, Desclée de Brouer, París, 19612; Henri Sansón, El espíritu humano según San Juan de la Cruz, Rialp, Madrid, 1962; Helmut Hatzfeld, Estudios literarios sobre mística española, Gredos, Madrid, 19682; véase también Eulogio Pacho, San Juan de la Cruz y sus escritos, BAC, Madrid, 1969; André Bord, Mémoire et espérance chez Jean de la Croix, Beauchesne, París, 1971; Colin P. Thompson, El poeta...., esp. pp. 217246; José Lara, «La mirada divina y el deseo...». También resultan útiles los recientes libros de M. Jesús Mancho Duque, ed., La espiritualidad española del siglo XVI, Universidad de Salamanca, 1990; Joaquín García Palacios, Los procesos de conocimiento en San Juan de la Cruz, Universidad de Salamanca, 1992; id., «La contemplación sanjuanista», en M. García Martín et al., eds., Actas del II Congreso Internacional de la AISO, I, pp. 419-424; también últimamente, los espléndidos artículos de Aurora Egido, «Itinerario de la mente y del lenguaje en San Juan de la Cruz», Voz y Letra, II (1991), pp. 59-103, y de Alberto Blecua, «"Echándome tus rayos noche y día". Sobre unas octavas atribuidas a San Juan de la Cruz», en Hommage à Robert Jammes, Universidad de Tolouse Le-Mirail, Toulouse, 1994, pp. 59-73. Pueden verse los principales recursos retóricos del carmelita en E. Caldera, «El manierismo en San Juan de la Cruz», Prohemio, I (1970), pp. 333-355; V. García de la Concha, «Conciencia estética y voluntad de estilo en San Juan de la Cruz», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, XLVI (1970), pp. 371-408; Cristóbal Cuevas, «Aspectos retóricos de la poesía de San Juan de la Cruz», Edad de Oro, XI (1992), pp. 29-41. Hay un estudio sobre la inmensa bibliografía de San Juan, hasta 1976, en Pier Paolo Ottonello, Bigliografia di San Juan de la Cruz, Teresianum, Roma, 1976; abajo, en fin, cito otras fuentes para los otros místicos que considero.

 

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S 1, 1, 4; p. 458 B. Compárese con la «salida» del último verso de la primera «canción» del Cántico espiritual, «salí tras ti clamando, y eras ido», que glosa el autor con semejantes términos y conceptos, aunque combinados con dos pasajes del Cantar de los cantares: «saliendo [el alma] de sí misma por olvido de sí, lo cual se hace por el amor de Dios, porque cuando este toca el alma... de tal manera la levanta, que no sólo la hace salir de sí misma por olvido de sí, pero aun de sus quicios y modos e inclinaciones naturales... Esto que aquí llama el alma salir para ir a buscar el Amado llama la esposa en los Cantares levantar [III, 2 y v, 7]... Levantarse el alma esposa se entiende allí, hablando espiritualmente, de lo bajo a lo alto, que es lo mismo que aquí dice el alma salir, esto es, de su modo y amor bajo al alto amor de Dios» (Obras, p. 712). Ni que decirse tiene que esta salida, «rapto» o como quiera llamarse fue intensamente interpretado tradicionalmente; baste ver San Gregorio Magno, In Evangelium, hom. 17, 1 (PL, LXXVI, col. 1139 a); Ricardo de San Víctor y sus cuatro grados de «caridad violenta» (De IV gradibus violentae caritatis, en PL, CXCVI): caritas vulnerans, ligans, languens (semejante a la de San Juan; véase G. Dumeige, op. cit., p. 147) y deficiens; y tantos otros harto conocidos. Para la tripartición de las facultades en relación con las virtudes teologales, véanse las obras citadas de Crisógono de Jesús Sacramentado, Baruzi y Ruiz Salvador; y especialmente, A. Bord, pp. 291-305, y A. Blecua, «Echándome tus rayos noche y día...».

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