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Recuérdense las palabras (capítulo I, nota 25) del Niseno en su Vida de Moisés acerca de la visión de Dios: «¿Qué quiere decir que Moisés ha entrado en las tinieblas y aquí ha visto a Dios? [Ex., III, 1-6]... que el alma... cuanto más se acerca al conocimiento [de las cosas reales], tanto más advierte la incognoscibilidad de la naturaleza divina, pues lo que buscamos es superior a todo conocimiento, está... como envuelto en tinieblas».

 

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«Haec autem portio superior est illa, in qua est imago Dei, quae et aeternis regulis inhaerescit et per eas quidquid defmit certitudinaliter judicat et definit; et hoc competit ei in quantum est imago Dei» (San Buenaventura, De scientia Christi, IV, concl.; cf. ibid., VII).

 

13

S 3, 12, 3; p. 572 B. No creo que siguiese demasiado de cerca el modelo citado por H. Hatzfeld (op. cit., pp. 80-85): Ramón Llull (Llibre de Santa Maria, cap. 30); sí comparte con el mallorquín una serie de símbolos tradicionales del ascetismo y misticismo cristianos. Véase, en general, Baruzi, «Une critique des appréhensions distinctes», en op. cit., pp. 439 ss.; para Llull, los libros citados de Lola Badia, Teoría i práctica de la literatura en Ramón Llull, pp. 68-71; y F. A. Yates, Lulio y Bruno, pp. 114-124; así como el trabajo de P. Groult, «De Llull et Ruysbroeck à Jean de la Croix», Les Lettres Romanes, II (1948), pp. 60-64.

 

14

Soneto V, 11. Aunque ya hemos visto que el toledano se basaba en el animae indumentum de Ficino (De amore, ed. cit., pp. 33-34), que, a su vez, podía partir, entre otros, de Plotino, Hugo de San Víctor, etc. (véanse, arriba, pp. 77-85 y 188-190); también hay que recordar que el toledano tomaba asimismo «la fe por presupuesto» (v. 8). Por lo dicho, no creo que San Juan aquí siga a Ramón Llull, como quiere Hatzfeld a propósito de otra estrofa (op. cit., pp. 54-56; véase también D. Alonso, op. cit., pp. 383-385).

 

15

Ni que decirse tiene que la imagen de la luz está en varios repertorios: el platónico (República, VI), el dionisiano (De div. nom., IV, 4 y 13), el neoplatónico (v. g., Ficino, De amore, I, 2; De sole, IX; De raptu Pauli, XVI), es la gracia de Dios iluminadora, el Verbo divino, la luz interior de San Agustín (Soliloquios, I, VIII, 15), etc. Véanse simplemente A. Louth, op. cit., pp. 179-190; Paolo Orvieto, op. cit.

 

16

Véase capítulo I, nota 54. La misma y celebérrima noción figura, entre otros, en Plotino, Enn., IV, III, 8; a tal efecto, véanse Maio, p. 219; Daniélou, p. 201. No cabe descartar, no obstante, otras auctoritates, incluido el «similitudo procreat amorem» de Santo Tomás, Summa, I-II, q. 28, a. 1, 1 ss.

 

17

Véase, también de D. Ynduráin, «Enamorarse de oídas», en Serta philologica... F. Lázaro Carreter, Cátedra, Madrid, 1983, II, pp. 589-603; id., Aproximación, pp. 115-166. La fuente bíblica más socorrida es, claro, San Pablo: «fides ex auditu» (Romanos, X, 17), que San Juan también cita (véase más adelante y cf. José Damián Gaitán, «Conocimiento de Dios y sabiduría de la fe en San Juan de la Cruz», en F. Ruiz, ed., Experiencia y pensamiento en San Juan de la Cruz, Espiritualidad, Madrid, 1990, pp. 251-269). Para el beso y la tradición bíblica del «osculetur» del Cantar de los cantares, remito de nuevo a N. J. Perella, The Sacred Kiss, passim.

 

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Patógenas en tanto que origen de melancolía, como hemos dicho y bien conocía San Juan, quien, además de recomendar que «las cuales imaginaciones se ha de venir a vaciar del alma, quedándose a escuras... para llegar a la divina unión» (S, 2,12, 3; p. 505 A), insiste en que ni siquiera se practique demasiado con la imaginación, pues quien lo hiciere podría adolecer de la temida acedia, o melancolía del fraile (véase S. Wenzel, The Sin of Sloth. «Acedia» in Medieval Thought and Literature, University Press of North Carolina, Chapel Hill, 1960, esp. pp. 23-46; Beecher-Ciavolella, eds., op. cit., s.v.): «porque, aunque se vea que no puede discurrir ni pensar en las cosas de Dios... podría proceder de melancolía o de alguno otro jugo de humor puesto en el cerebro o el corazón, que suelen causar en el sentido cierto empapamiento y suspensión que le hacen no pensar en nada ... sino de estar en aquel embelesamiento sabroso» (S, 2,13, 6; p. 507 B).

 

19

Véase R. Ricard, «Paravicino, Rabelais, el sol y la vidriera», en sus Estudios de literatura religiosa española Gredos, Madrid, 1964, pp. 259-263, con bibliografía; cf. también J. Damián Gaitán, «Conocimiento de Dios y sabiduría de la fe en San Juan de la Cruz, en Federico Ruiz Salvador, ed., Experiencia y pensamiento en San Juan de la Cruz, pp. 251-269. Para los fundamentos teológicos de la transformación en general, véase Thompson, El poeta..., pp. 162-168.

 

20

Véanse, por ejemplo, J. Orcibal, San Juan..., pp. 104-105, 147, 200-202; Louth, op. cit., pp. 184-190.

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