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San Buenaventura, Sent., IV, d. 49, p. I, q. 5, conclus.; t. IV, pp. 1.009-1.010 (cf. É. Gilson, La philosophie de Saint Bonaventure, pp. 255-273).

 

42

El subtítulo de la obra de Sibiuda es Liber Creaturarum (Sulzbach, 1852; facsímil: F. Stegmüller, Stuttgart-Bad Cannstatt, 1966). Además del citado estudio de Révah, J. Martínez de Bujanda describe muy bien la descendencia mística de la obra de Sibiuda en su introducción a la edición de la Lumbre del alma de Cazalla y transcribe el texto latino de la Theologia para cotejarlo con el de los místicos españoles.

 

43

Ed. cit., p. 540. No comprendo por qué M. Bataillon sólo se fijó, para el tema que nos concierne, en las Meditaciones, pues en la Vanidad hay un centón de referencias a la transformación; el gran filólogo bordelense se limita a decir que «no tenemos gran cosa que decir de este libro, que es un moderno Contemptus mundi no exento de fuerza ni de elegancia, a no ser que en él se distinguen huellas de refundición, explicables por la sospecha que en esos días pesaba sobre la literatura mística» (Erasmo y España, II, p. 375). Las veladas afirmaciones de que el fraile navarro siguiera muy de cerca algún tratado místico más o menos contemporáneo quizá se podrían aplicar con mayor propiedad a las Meditaciones.

 

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Diálogos de la imagen de la vida christiana, trad. de Gonzalo de Illescas, Pedro Sánchez, Zaragoza, 1576; p. 240 r. No he visto la edición de E. Glaser (Juan Flors, Barcelona, 1967), sí, en cambio, la sustanciosa reseña de Ciriaco Morón Arroyo en Hispanic Review, XXXVIII (1970), pp. 217-222.

 

45

Ya lo expresaba así Estella, aunque sin demasiada convicción: «Cuanto con más amor te amo, Dios mío y Señor mío, tanto más claramente te veo, por lo cual el amor muchas veces precede y se anticipa al conocimiento; porque aunque te ame, Señor, porque te conocí, pues no se puede la voluntad mover en lo que no alcanza ni conoce el entendimiento... El amor sobrepuja a la ciencia, y es mayor que el conocimiento... » (Med. LXXVI); sigue luego el célebre lugar de H. de San Víctor citado antes (cf. D. Ynduráin, Aproximación, pp. 116-120).

 

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La conversión de la Magdalena, ed. P. Félix García, 3 vols., Espasa-Calpe, Madrid, 1959, I, p. 71. No es de extrañar que el profesor Hatzfeld le tachase, veladamente, de poco sutil, entre otras cosas porque «toma sus analogías no de arriba, es decir, del mundo sacramental, sino de abajo, es decir, del mundo del amor mundano y desvaloriza, por así decir, la realidad mística por él aludida» (Estudios, pp. 279-280). No entiendo demasiado, por lo tanto, el entusiasmo con que lo estudia M. Morales Borrero, op. cit., pp. 203-219.

 

47

Amores de Dios y el alma, ed. del P. Ángel Custodio Vega, La Ciudad de Dios, El Escorial, 1956; canción XXV, p. 141. Tampoco deja de citar, como después hará Malón, el lugar agustiniano: «Aunque está el alma en tan profundo centro... no es posible esté quieta... porque la lleva tras sí Dios, que es su centro, el peso del amor, como decía él mismo [San Agustín] con estas palabras: "Amor meus pondus meum"; principalmente trasluciéndosele ya lo más profundo del centro, a que aspira y la lleva el peso grande de su amor» (canción XIII).

 

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También llama a la carne «nube» y otras imágenes que permiten comprobar la pervivencia de la tradición agustiniana a la que me estoy refiriendo: «Esta nube de la carne me impide que la claridad del sol resplandezca en los ojos de mi alma. Quita el velo y verás con qué ímpetu se irá el alma hacia su centro» (canción IV de la Llama de San Juan, p. 250).

 

49

Tratado del amor de Dios (apud D. Ynduráin, Aproximación, pp. 43-44). Compárese con el «fuego» que transforma el alma en estos Versos espirituales (Cuenca, 1596) del también dominico Pedro de Encinas: «Y como el fuego material atiende / a introducir su cualidad y forma / en lo que dentro de su esphera emprende, / assí el fuego que canto la alma informa, / y vuelve en semejanza suya bella, / y en sí (cuanto es possible) la transforma» (apud Morales Borrero, La geometría..., p. 309). Al parecer, fray Pedro no ha sopesado demasiado bien la imagen del fuego, pues no parece excesivamente lógico que el fuego informe, o sea, «dé forma».

 

50

Capítulo que ocupa las páginas 42 r.-50 r. de la edición de T. de Guzmán, Toledo, 1598; no he visto la tesis doctoral de Katherine M. Shea, Un cotejo del concepto de Amor en los «Diálogos de Amor» de León Hebreo y en el «Tratado de amor de Dios» de Fray Cristóbal de Fonseca, Universidad de Massachusetts, 1976.

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