Del periodismo al costumbrismo1
Salvador García Castañeda
Pereda dedicó al periodismo los primeros años de su actividad literaria, desarrollada principalmente en El Tío Cayetano, La Abeja Montañesa y otras publicaciones locales. Tocó gran diversidad de géneros literarios: el teatro, la crítica teatral, la poesía, las crónicas del veraneo, las gacetillas relacionadas con asuntos municipales y urbanísticos y los artículos de carácter costumbrista. Bastantes de estos últimos pasaron después a formar parte de Escenas montañesas y de Tipos y paisajes, y han sido estudiados cumplidamente por la crítica. Sin embargo, no creo que nos hayamos preguntado por qué escogió Pereda los temas de sus artículos de costumbres, relacionados buena parte de ellos con el diario vivir ciudadano. Como veremos, bastantes están inspirados en noticias de interés local, que aparecían en la prensa diaria y que eran conocidas de todos. Y así, los lectores de aquellos artículos hallaban incorporados al relato ficcional, elementos con los que ya estaban familiarizados, a veces por medio de gacetillas escritas por el mismo Pereda.
Aunque este afirmaba que no corregía sus escritos, solamente el examen de su obra costumbrista temprana muestra lo contrario e incluso que, en ocasiones, los redactaba de nuevo. En la introducción a la segunda edición de sus Escenas montañesas, advertía que «El lector que conozca mi primera edición, echará de menos en esta tal cual disertación inocente en más de un cuadro, y acaso note cierta sobriedad de pormenores que antes no había, en lo accesorio de muchos de ellos. Escritos todos con la espontaneidad irreflexiva de la primera juventud, eran de esperar estos arrepentimientos en la edad de los primeros...» (Escenas montañesas, 1877, XII).
He cotejado los borradores autógrafos de los artículos que conozco con el texto que apareció por primera vez en la prensa para denunciar o comentar un suceso de actualidad, y con las versiones recogidas después en sus libros. Al hacerlo, advertí que estas correcciones se debían en gran parte al propósito de transformar un artículo periodístico sobre un asunto de actualidad en otro de índole costumbrista. Pereda omite así muchas reflexiones originales, pone al día la información, si el artículo hace referencia a circunstancias que habían cambiado desde entonces, y prescinde de técnicas y procedimientos periodísticos2.
Valiéndome de algunos ejemplos, me propongo aquí documentar la influencia que tuvieron los asuntos de actualidad local sobre la composición y la temática de algunos artículos destinados a la prensa; mostrar cómo y, dentro de lo posible, por qué, tuvieron lugar estas transformaciones; y estudiar la evolución formal de esos textos. Me ha parecido oportuno agruparlos de la siguiente manera: 1) Relacionados con la sociedad santanderina del tiempo («Las visitas»); 2) De protesta contra males de índole social, política o económica que afectan directamente a Cantabria como las levas o la emigración; 3) De corrección moral de costumbres («La buena gloria» o «Ir por lana»); 4) Relativos al urbanismo y al orden público ciudadano («Los chicos de la calle»); 5) Sucesos de actualidad, crónicas sociales del verano santanderino y propaganda del paisaje y de las bellezas naturales de Cantabria («Pasacalle» o «Los baños del Sardinero»). En la evolución de estos artículos se advierte: a) la reducción de la prédica moralizadora, en ocasiones, de modo considerable; b) la supresión de los ataques al Ayuntamiento o al Gobierno, así como de las solicitudes para que aquellos resuelvan un problema; c) la desaparición o reducción de los elementos de carácter emocional que sirvieron en su momento para conmover el ánimo de los lectores; y d) de carácter estilístico son el cambio de subtítulos y de citas del texto, la supresión de referencias a las revistas y periódicos en que se publicó el artículo por primera vez, el nuevo orden sintáctico de las frases, y la disminución o desaparición de palabras subrayadas en la primera redacción del texto.
Añadiré que Pereda incorporó frecuentemente en sus artículos referencias a personas, cosas o sucesos locales, seguro como estaba de que sus lectores los reconocerían. Según José Antonio del Río, «los personajes de sus sobresalientes cuadros se ven, se oyen, se palpan; son retratos tan acabados en el parecido que los que conocimos a los retratados, recordamos enseguida quiénes fueron y a veces podemos decir: ese que asoma la cabeza es fulano; aquel que comienza a hablar es zutano; el otro que bosteza, ríe o llora es mengano»3.
«Las visitas» apareció en El Tío Cayetano los días 2, 12, 19 y 26 de diciembre de 1858 y 2 y 16 de enero de 1859. Se publicó de nuevo formando parte de Escenas montañesas (1864) y desde entonces, por deseo de su autor, pasó a formar parte definitivamente de Esbozos y rasguños (1887). Entre las ediciones de 1858 y 1864, por un lado, y la de 1887, por otro, se advierten escasas variantes. Sin embargo, la que a continuación transcribo, tiene importancia pues en ella Pereda compara los usos de los tiempos de antaño con los de los nuevos y concluye, como haría en otras ocasiones, declarando su preferencia por los primeros. En el año 58, la evocada época fernandina «de nuestros reverendos abuelos», no estaba aún muy lejana; en 1887 pertenecía a un pasado que ninguno de los presentes había llegado a conocer y carecía de sentido compararla con la presente.
(«Las visitas», Escenas montañesas, 1864, pp. 270-272.) |
Tanto en «La leva» y en «El fin de una raza» como al final de Sotileza está presente el tema del reclutamiento forzoso a la armada que, en la primera de estas narraciones, tiene papel de protagonista. Además de los peligros de la mar, amenazaban a los pescadores las levas que periódicamente se hacían para la marina de guerra. Duraba el servicio cuatro años y alcanzaba a solteros y a casados, a jóvenes y a hombres maduros los cuales podían ser llamados a filas más de una vez. En los barcos del rey servían los miembros de los cabildos de pescadores quienes, a cambio, tenían el privilegio de ser los únicos que podían dedicarse a la navegación, a la pesca y a las industrias marítimas.
Como pintó magistralmente Pereda, las levas eran acogidas siempre con desesperación y con llantos por las familias de aquellos destinados a ausentarse por varios años y a perecer quizás en lejanas tierras. Pero su vívida descripción de «La leva» no tenía tan sólo el propósito de enternecer; «el verdadero asunto de mi cuadro», escribía Pereda, era concienciar a sus lectores sobre los desastrosos efectos de la leva, de protestar contra una situación que consideraba injusta, y de solicitar auxilio, aunque sin esperanza alguna, «en las altas regiones donde se elabora la felicidad de los nietos del Cid».
Tanto la despedida del Tuerto en casa como su embarque están descritos con patetismo y verdadera compasión y con un realismo que rebasa la frialdad daguerreotípica y la objetividad propia del costumbrista. Es más, el narrador se permite unas consideraciones harto sentimentales sobre las lágrimas que costó aquella despedida:
«La leva» está sin fechar y apareció formando parte de Escenas montañesas, que se publicó entre junio y julio de 1864. Muy poco más tarde, el 24 de agosto de 1864, un periódico santanderino comentaba una leva que había tenido lugar poco antes y, entre otras cosas, decía:
Simón Cabarga reprodujo esta noticia en su edición de Sotileza y, aparte de no citar su fuente de información, que es La Abeja Montañesa (n.º 1.783, «Gacetillas. Leva», 25 de agosto de 1864) omitió también otros párrafos del texto perediano, que son de capital importancia. Éstos no sólo acentúan el tono dolorido, la candente actualidad y el amplio consenso que alcanzaba la protesta sino que constituían una indignada diatriba contra los vecinos vascongados quienes, amparados por sus fueros, quedaban exentos de levas:
¡Magnífico cuadro para justificar más y más el espíritu filantrópico, noble y generoso de nuestros vecinos los patriarcas vascongados, que a la sombra del árbol de sus privilegios duermen tranquilamente a costa del sueño y del dolor de estos pobres desheredados!4 |
Como se recordará, «La leva» está dividido en tres partes y la última cuenta el regreso de las familias a sus hogares en compañía del veterano Tremontorio, que las consuela. En la primera edición de Escenas montañesas (1864) esta parte era bastante más extensa pues comenzaba con estas consideraciones del narrador sobre las diferencias entre el servicio de mar y el de tierra:
En la segunda edición de las Escenas (1877) quedaron omitidos el pasaje citado anteriormente («Por eso las palabras padre, madre, hijo, amigo, formaban un solo grito...»), y éste que acabo de transcribir. El sistema de levas había dejado de existir hacía años (en 1872) y por consiguiente no tenían ya lugar la concienciación ni la protesta, muy apropiadas antes en un artículo sobre un tema de actualidad candente.
A partir de la Real Orden de Carlos IV de 1809 que disolvía las cofradías y mantenía la matrícula, hubo frecuentes cambios de legislación durante todo el siglo que culminaron con la abolición de los gremios en 1864. Al fin, el gobierno de la Primera República en 1873 acabó con la matrícula de mar, suprimió los cabildos, e hizo de ellos un gremio, y creó en su lugar la inscripción marítima. Los pescadores recibieron siempre muy mal estas novedades pues, en primer lugar, sentían gran desprecio por la gente de tierra; luego, existía gran inquina entre los dos cabildos; y, finalmente, quienes pescaban mar afuera consideraban gente inferior y de poco pelo a marisqueros y pescadores de bahía.
Tal situación se refleja muy bien en «Menudencias», un suelto de Pereda en El Tío Cayetano (n.º 13 de diciembre de 1868), que no creo que se haya reimpreso ni comentado. Apareció poco después del pronunciamiento de la escuadra en Cádiz y del triunfo de la Septembrina, y lo considero un antecedente directo de «El fin de una raza», pues consiste en un diálogo semejante que contrasta con el que mantendrían años después Tremontorio y sus compañeros5:
Quien defendió la abolición de las levas en 1864, por razones humanitarias, modificó su opinión tras el pronunciamiento y consiguiente indisciplina de la escuadra y los propósitos del nuevo régimen de acabar con las instituciones del antiguo. Y tanto en estas «Menudencias» como en «El fin de una raza» advertía a las crédulas masas populares (en esta ocasión, a los pescadores), que la desaparición de las levas llevaba consigo la de un trabajo hasta entonces monopolizado por ellos.
«A las Indias» es un apasionado alegato en contra de la emigración, asunto que dividió hasta bien entrado el siglo XIX a la prensa y a las minorías pensantes de aquellas regiones que daban un elevado porcentaje de emigrantes. Pereda fue contrario a la emigración desde sus primeros escritos de juventud hasta concluir Pachín González, y ya en 1859 publicó en La Abeja Montañesa (20 de septiembre de 1859), el artículo «Santander, 20 de septiembre», en el que clamaba contra «ese torrente asolador que empuja a la juventud de esta provincia en pos de soñados fantasmas, sin reparar en los grandes riesgos que va a correr, en los perjuicios que se le irrogan al país y a los hogares que abandonan».
«A las Indias» se publicó también en La Abeja Montañesa (25 de abril de 1864). Es una escena de costumbres cercana al cuento que muestra cómo su autor seguía pensando lo mismo que en 1859 y que su propósito inicial fue concienciar a sus lectores, es decir, a un público local, sobre un grave problema, muy discutido por entonces en la prensa de las provincias del norte de España, y que tanto afectaba a la de Santander6.
Escenas montañesas se publicó muy poco después, en el mismo año, y el texto de «A las Indias» apareció allí sin enmiendas notables. En cambio, en la segunda edición de 1877, el texto había sufrido cortes de importancia que rebajan considerablemente tanto el tono sentimental como la diatriba contra la emigración que tenía el texto de La Abeja. Entre estas omisiones destaco un pasaje, con ecos románticos, en el que la madre, «horrorizada con lo que iba a decir, sepultó su cara entre las manos como si temiera despertar con sus palabras el adverso destino de su hijo», y una exhortación del narrador:
Pocas líneas más abajo, tras conjeturar que quizá ni uno solo de aquellos muchachos volvería a su tierra, escribía:
Tras el embarque regresan los padres a casa pensando que Andrés se marchó porque su patria no podía mantenerle, mientras en la lejanía se oye la tonada:
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que encabeza el artículo y que expresa muy adecuadamente el sentir del autor. La conclusión era mucho más extensa que en La Abeja y que en la primera edición de Escenas, pues incluía esta larga diatriba contra «el cáncer de la emigración»:
Y no por eso se entienda que combatimos la emigración en absoluto: el que por su inteligencia, por su educación o por otra circunstancia especial, no halle bastante para sus aspiraciones en los elementos de su patria, busque fuera de ella cuanto ambiciona, que nunca va solo y desvalido quien se acompaña de la razón y del saber. Que tras este se lancen ciento sin experiencia, sin saber, sin protección, es lo que combatimos, porque lo juzgamos la mayor calamidad, como origen de cuantas pesan sobre este bello país.
Afortunadamente para él, de poco tiempo a esta parte, comienzan a germinar entre sus antiguas preocupaciones proyectos de saludables reformas basadas en los principios que he indicado, y, que a juzgar por el noble empeño con que se sostienen a despecho de aquéllas, es de creer que den muy pronto brillantes resultados. Confiemos en que éstos, arrollando en su propagación los obstáculos que han de ofrecerles la apatía y la ignorancia, extirparán al fin ese cáncer que viene cebándose en el corazón de tantos pueblos, merced al desdichado criterio de sus habitantes, a la ineptitud de las autoridades locales y a la poca o ninguna consideración que ha merecido al gobierno de S. M. un asunto de tan incalculable trascendencia. Mas no nos salgamos del plan que me he propuesto en este artículo entrando en consideraciones que ya he tenido el honor de hacer más de una vez: dispense el lector esta corta digresión y volvamos a nuestros dos personajes, siquiera para decirles adiós.
A mi parecer, el párrafo final de esta cita indicaría el carácter didáctico del «plan que me he propuesto en este artículo», que insistía sobre un tema al que se había referido Pereda «más de una vez». En la segunda edición de Escenas esta frase daría lugar a «ciertas reflexiones más propias del periodista que del pintor». En 1877, el problema de la emigración no había desaparecido, ni mucho menos, pero «A las Indias» no tenía ya la función divulgadora y polémica del artículo de periódico sino la de pintar una escena de costumbres propia de la Montaña.
Al cabo de muchos años Pereda cerraría el ciclo con Pachín González, cuyo protagonista, un aldeanito que está a punto de embarcar para La Habana, se salva milagrosamente de la explosión del vapor Cabo Machichaco, y sufre las angustias de buscar a su madre entre los vivos y los muertos. Escarmentado, lo considera un favor de la Providencia: «¿Qué mayor suerte? ¿Qué mayor aviso, madre? Y si no lo fuere, yo por tal le tengo y a él me agarro... y al pobre rinconuco de nuestro lugar quiero volverme». El protagonista de «A las Indias» encarna las esperanzas de tantos jóvenes aldeanos ilusos; Pachín representa la moraleja.
Cuando se escribió «La buena gloria» en 1864 todavía perduraba entre los pescadores santanderinos la vieja costumbre de reunirse para beber «a la buena gloria» de un difunto. Tales reuniones eran escandalosas y para redactar aquel artículo, Pereda se valió tanto de un entremés dieciochesco7 como del conocimiento directo de la costumbre todavía en vigor, para condenar la intemperancia y los usos atávicos de aquellos pescadores. El artículo concluía con una veintena de líneas condenatorias y una llamada a las autoridades para intervenir. «La buena gloria» es una espléndida escena costumbrista, en la que predomina el diálogo, y que cuando apareció en Escenas montañesas (1864), concluía así:
En la segunda edición de Escenas montañesas (1876) una nota advertía que la costumbre había desaparecido o era ya muy rara. En consecuencia, este pasaje condenatorio fue omitido y el artículo quedó primordialmente como un cuadro de costumbres.
A juzgar por la versión manuscrita8, es muy posible que Pereda hubiese escrito «Ir por lana... » para difundirlo primero en la prensa e incluirlo después en una colección de artículos de costumbres.
Quizá sea esta una de las narraciones breves más despiadadamente didácticas y moralistas que escribió Pereda en su fervorosa cruzada contra el abandono del campo por los nacidos en él y en pro de las buenas costumbres. En ella cuenta la historia de Fonsa, una muchacha tan inocente como ambiciosa, que va a Santander a servir y allí, engañada por las malas compañías, acude a bailes de mala fama, se vende y al fin muere abandonada en Madrid. La ficción está inspirada aquí en la realidad de aquellas jóvenes aldeanas que llegaban a servir a la capital, perdían la honra y acababan en un prostíbulo. Parece que el problema era tan evidente que fue denunciado en la prensa:
Anda días ha por esas plazas de Dios una adivinadora diciendo la buenaventura a las criadas de servir y otros muchos tontos de igual calibre...Ya que el pueblo es incorregible en sus estúpidas supersticiones, bueno es que alguno vele para que no les exploten cuatro tunos 9.
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Aunque la narración existe en función del didacticismo que la anima, tanto el texto autógrafo como el de la primera edición de Tipos y paisajes (1871) contienen algunos pasajes muy propios de un artículo de actualidad, que desaparecen luego en la segunda (en Obras completas, 1887). Así, como Fonsa y otras sirvientas gustaban de frecuentar algunas salas de baile populares como las de El Relajo, El Crimen o El Infierno, se lamentaba Pereda:
Lástima que nunca hayan querido o sabido interpretarlos las pocas personas que pueden y están en el deber, por su carácter oficial, de destruir esos y otros focos de escandalosa inmoralidad. |
El texto definitivo (1877) de «Ir por lana...» concluye con la muerte de Fonsa, relatada de manera melodramática y cruel, para ejemplo de ilusas. En las versiones anteriores, el relato añadía un capitulo breve más a los cinco en que está dividido, para insistir sobre un problema social que, al parecer, estaba muy presente por aquellos días. Pereda lo achaca a las ideas revolucionarias y a las costumbres que trajo la Gloriosa (de ahí la mención a «la sociedad explotadora») y evoca, como en otras ocasiones, los tiempos patriarcales. Decía así:
Quiero destacar la constante campaña en pro de la moralidad, del orden público y de las mejoras urbanas que ejerció La Abeja Montañesa a lo largo de su existencia. Lo hizo de modo persistente y ameno, mezclando las bromas con las veras, principalmente en la sección titulada «Gacetillas», que iba sin firmar y que reflejaba el sentir de la redacción acerca de las novedades y problemas del día. Gracias a los textos coleccionados por Vial sabemos que al menos algunas de estas gacetillas fueron obra de Pereda. De hecho, sus preocupaciones coinciden y se confunden con las del periódico por lo que resulta tan tentador como arriesgado atribuir al autor de Escenas montañesas gacetillas anónimas sobre temas que él mismo trataría en otras ocasiones.
A juzgar por un bando del alcalde don Juan de la Pedraja, del 13 de marzo de 1844 (Alcaldes de Santander...), Santander se veía invadida por enjambres de chiquillos que en vez de asistir a las escuelas públicas, que eran gratuitas, deambulaban por las calles «estorbando el tránsito, incomodando, pordioseando y adquiriendo unas costumbres perjudiciales». El bando se referiría más a los chicos de clase obrera y menestral que a los raqueros, quienes preferían corretear por los muelles, pues los pescadores del cabildo de abajo vivían entonces en las calles del Arrabal y de la Mar, en pleno centro10. El bando responsabilizaba a los padres, quienes serían multados severamente y en cantidad proporcional a la reincidencia de sus hijos.
No sé si bajo el mandato del alcalde Pedraja se conseguiría algo pero muchos años después continuaba el problema y en grado cada vez más agudo. Para ilustrarlo, bastarán varias noticias recogidas en La Abeja Montañesa entre 1860 y 1868. Así, el mismo Pereda («Desearíamos saber...», 20 de abril de 1860) denunciaba que los raqueros organizaban «grandes partidas de chapas y canés» en la zona de Cañadio; en el 64, el desesperado redactor de la gacetilla «¡Duro con ellos!» (14 de junio de 1864) denuncia la ineficiencia de los municipales para acabar con el problema de los golfillos y pide autorización al alcalde para «pescarlos a lazo». Señala la plaza de las Escuelas como otro lugar predilecto de sus «diabólicas asambleas para comprender todo lo que molestan, alborotan, trituran, desorganizan e irritan, todo lo reprensible que es el abandono en que sus familias los dejan, y toda la moralidad que vierten sus labios entre espesas columnas de humo de las colillas que apuran con el mayor descaro». Y concluye su artículo con una desesperada invocación: «¡Oh Herodes, quién supiera donde habitas para dirigirte un memorial!».
La queja debió surtir efecto temporalmente pues al cabo de pocas semanas otra gacetilla titulada también «¡Duro con ellos!» alaba a la guardia municipal por haber sometido «a chuchazos» a la «carcoma insufrible infantil» y denuncia la plaza de Botín como otro lugar donde se reúne aquella (19 de julio de 1864). El mismo tono belicoso tienen las gacetillas «¡Duro con ellos!» (12 de septiembre de 1864, diversa de la anterior) y «¡Guerra a ellos!» (24 de noviembre de 1865), dedicada esta última a los raqueros que invadían los portales del Muelle y que «con sus juegos de chapas, pelota y canicas; sus desacompasadas voces y asqueroso lenguaje, ofenden la moral y molestan al vecindario».
La cosa parecía tener mal arreglo pues las quejas y denuncias de la Abeja se repiten («Gacetillas» del 30 de abril, del 11 de mayo, del 11 de agosto [molestias a la puerta de los teatros]), o del 13 de septiembre de 1866. En esta misma fecha, la Abeja publica otra gacetilla dedicada «A los de la varita»:
Por sus fechorías, «Los chicos de la calle» eran una molestia para la gente de Santander, que de ordinario reaccionaba hostilmente contra ellos. Una vez más, el artículo de costumbres denunciaba un problema de actualidad que era tanto de orden público como de índole social. Apareció en el Almanaque de Las Dos Asturias, en 1865, iba dividido en tres partes que describían el tipo (I), su comportamiento y sus penalidades (II) y, con un apriorismo justificado por el triste destino de pasadas generaciones de chicos, el autor predecía el futuro que les aguardaba, convertidos en seres inútiles, enfermizos y pobres (III). Al final de la parte II, una «Nota importante» advertía como entre ellos había no pocos representantes del sexo que «cuando se educa bien, proporciona a la sociedad virtuosas hijas, excelentes esposas y ejemplares madres». Y el artículo terminaba así:
El texto reapareció formando parte de Tipos y paisajes en 1871 y la urgencia moralizadora propia del tema de circunstancias había pasado a segundo término. El pasaje en el que se dirigía al lector y solicitaba la colaboración de las autoridades había desaparecido y en su lugar estaba la «Nota importante» que antes daba fin a la parte II11.
El 31 de enero de 1859 el Boletín de Comercio daba la siguiente noticia:
(Boletín de Comercio, n.º 19, 31 de enero de 1859, p. 2). |
Transcurridas dos semanas, «con un hermoso día y una numerosa concurrencia» el mismo circo de Mr. Juany ofreció una función ecuestre y de gimnasia que terminó con una nueva ascensión del globo aerostático. El intrépido aeronauta volvía a lanzarse por los aires sentado en un cañón pendiente del Montgolfier, pero a poco de elevarse, «se desprendió una rueda de la cureña, que cayó en un tejado».
(Boletín de Comercio, n.º 30, 14 de febrero de 1859, 2.) |
Seis días después de esta última noticia, se publicó en El Tío Cayetano «El arte de mentir», un artículo de costumbres que incorporaba ambas noticias como parte destacada de la narración. Los protagonistas don Pedro y don Plácido observan desde un prado de la Atalaya, la segunda ascensión del globo hinchado ya de humo balanceándose sobre «el reducido circo de la Alameda» y cómo se eleva entre «silbidos, aplausos y vítores [...] arrastrando al joven aeronauta vestido de artillero de pie sobre un cañón». El globo desaparece detrás del cementerio y, según unos, se ha hundido en la canal, según otros, el tren que entraba en aquel momento ha matado al aeronauta y a muchos curiosos, pero éste desembarca en tierra firme, sano y salvo (El Tío Cayetano, 12, 20 de febrero de 1859)
Cinco años después apareció en Escenas montañesas (1864), «¡Cómo se miente!», que era una nueva versión ampliada de «El arte de mentir». En ella contaba con detalle las peripecias de la primera ascensión en globo de Mr. Juany, en términos sombríos que contrastan con los tan positivos del Boletín de Comercio. Según Pereda,
(Escenas montañesas, 1864, p. 307) |
Si Pereda no fue testigo presencial de aquel suceso se lo habría contado con pelos y señales más de uno de aquellos santanderinos que lo presenciaron, atraídos por su novedad. Relata cómo la mongolfiera era muy vieja y cayó en la bahía donde quedó flotando «como una enorme boya», destaca la angustia del joven y las lágrimas de su familia, y el afortunado final. Y concluye: «Hecha esta ligera digresión, que bien la merece el asunto por su histórica terrible gravedad, volvamos a nuestros conocidos»12.
«No hago comentarios, lector pío y justiciero: hazlos tú si gustas y eres de esos ya citados linces que se pasan la vida aquilatando cerebros y corazones, para distinguir entre cuerdos, imbéciles y desequilibrados; en la seguridad de que todo lo referido en estas cuartillas es exacto y rigurosamente cierto y de fecha no remota...», escribía Pereda en «El reo de E..», fechado en enero de 1898. Como es sabido, trata del asesinato de un convecino por un joven campesino de Potes, del juicio, de la sentencia a muerte y del traslado de este último a su pueblo para ser ajusticiado allí. Su encuentro con Pereda en la estación de ferrocarril de Santander da ocasión a consideraciones de carácter humanitario y moral, entre las que destaca la compasión que siente el autor por el padre del reo, al que imagina avergonzado e inconsolable. Conseguida la conmutación de la pena por la de cadena perpetua, el autor se indigna con la reacción del reo al saberlo, y con el comportamiento del padre de éste, quien va llamando a las puertas de los santanderinos, entre ellas, a la suya, aprovechándose de la compasión ajena, para convertir en fuente de ingresos el crimen del hijo («El reo de P...», Hispania, n.º 1, enero 1899, pp. 1-9).
Como en el caso de la caída del globo en «El arte de mentir», imaginé que este relato podría estar basado en un hecho real y comencé una amplia búsqueda en la prensa local. En efecto, en El Atlántico de los días 17, 18 y 19 abril de 1890, se publicaron tres sesiones del juicio oral abierto en la causa instruida en el juzgado de Potes contra Ángel Cabo Gómez, por robo con homicidio de Luciano Parra, sucedidos ambos el día 6 de septiembre de 1889. El crimen había conmovido a la opinión pública, especialmente a los vecinos de Liébana, muchos de los cuales vinieron a presenciar los debates. Según El Atlántico,
Y Pereda relata el crimen así:
Cierto día un convecino suyo, hombre ya muy entrado en años y padre de varios hijos, fue a vender no sé qué frutos en su carro de bueyes a una feria que se celebraba en otro pueblo de la misma comarca. Un camino solitario y muy asomado con frecuencia a grandes precipicios, separaba a los dos pueblos. De vuelta de la feria, este hombre, al anochecer y con el carro vacío, le salió al encuentro, en uno de los parajes más desamparados del camino, el mocetón de mi historia, su amigo y convecino, nunca sospechoso a nadie, y muy a menudo objeto de las zumbas de muchos, porque, si pecaba de algo, era de bobalicón y de zángano. El caso fue que los dos convecinos se saludaron a su modo, y hasta empezaron a entrar en conversación a carro parado. De pronto el mozallón descarga un tremendo garrotazo en la cabeza del feriante y le tiende en el suelo, donde acaba su labor machacándole el cráneo con dos piedras. Después le registra los bolsillos; encuentra en uno de ellos el puñado de dinero que le había valido «su pobreza», y, por último, arroja el cadáver, sangriento, palpitante aún, al precipicio inmediato. Enseguida se encarama en la pértiga del carro, husmea y rebusca con los ojos y las manos entre la hierba esparcida sobre el tablero, y no halla otra cosa que los restos de la merienda de su víctima: unos míseros fiambres y unos mendrugos de pan envueltos en un pañuelo; apodérase también de éstos relieves mezquinos y se los come tranquilamente sentado, a su comodidad, en la rabera de la pértiga13. |
Asistió gran cantidad de público a las tres sesiones, que se desarrollaron con gran expectación. El periódico da los nombres de los representantes de la ley que intervinieron en aquel juicio, entre ellos, el del abogado defensor, don Manuel Rodríguez Parets, entonces muy joven, quien «se ha ganado ya un buen nombre en este foro» ( «La causa de Potes», El Atlántico, 17, 18 y 19 de abril de 1890).
En «El reo de P...», escrito en primera persona, Pereda figura como narrador y como personaje, y el lector hallará allí estos datos, recogidos de modo harto circunstanciado y fidedigno. Hasta la fecha, no me ha sido posible hallar información en la prensa acerca del indulto de Ángel Cabo Gómez y de los hechos a los que este indulto dio lugar, entre ellos, el de la bárbara indiferencia del hijo y las peticiones de dinero de su padre. Llevado de la indignación, Pereda escribió este artículo para condenar la insensibilidad y la falta de cariz moral a la que podían llegar los seres humanos. Va fechado casi ocho años después de cometido el crimen pero tiene las características de un relato de actualidad. Es posible que la conmutación de la pena no se hubiera conseguido hasta entonces y que al producirse ésta y publicarse en los periódicos las reacciones del padre y del hijo, se decidiese Pereda a redactar este artículo.
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Como ya vimos, el artículo periodístico y, después, el de costumbres se basan con frecuencia en sucesos contemporáneos locales conocidos de todos a través de la prensa diaria santanderina. Quienes leían los artículos peredianos encontraban de nuevo, bajo una envoltura literaria, aquellos temas que había conocido anteriormente en forma de noticia.
Aparecieron principalmente en El Tío Cayetano y en La Abeja Montañesa y, más adelante, en La Tertulia y en la Revista Cántabro Asturiana, se publicaron algunas veces en la sección de «gacetillas» o en la de «folletín» y cuando su autor decidió recogerlos en un libro formado por artículos de costumbres, omitió las reflexiones y la moralización originales, propias de los periodísticos, y puso su información al día, como en el caso de «Las visitas», «La leva», «La buena gloria», «Ir por lana», «Los chicos de la calle» o «Los baños del Sardinero».
Con relativa frecuencia le atrajeron un asunto, una situación o un personaje y los trató como artículo periodístico o como elemento principal o secundario de narraciones costumbristas y, más adelante, de novelas. José Antonio del Río aseguraba que Pereda incorporó en sus artículos personajes reales conocidos de todos, y según Cossío, que «sorprendía en la realidad, o creaba en la imaginación, un tipo, y morosamente, a veces en años, iba afirmando las líneas de su carácter, desentrañando toda su riqueza psicológica, hasta incorporarlo a una de sus novelas» (III, 127).
Así se referirá por primera vez al popular tipo de la costurera en «Novena. Chismografía», (El Tío Cayetano, 23 de enero de 1859), en «La Costurera (pintada por sí misma)» y en «Pasacalle»; Tremontorio aparecerá en «La leva» y en «El fin de una raza», el tío Mocejón en «La leva» y en Sotileza, el cura loco, tío del joven pescador Colo, en «Más reminiscencias» y en Sotileza. Pereda se burló de aquellos liberales de antaño que pertenecieron a la Milicia Nacional y fueron devotos de Espartero y, tanto en «Arqueología» (El Tío Cayetano, 6 de diciembre de 1868) como en «Monografias, I» (La Monarquía Tradicional, 20 de marzo de 1870) comentó su ideología y su anticuado uniforme y, cariñosamente convertido después en personaje quijotesco, cobró vida en el de don Valentín de El sabor de la tierruca.
Me parece que en varios de los tipos trashumantes está el germen de otros tipos o de personajes novelescos: el Marqués de la Mansedumbre lo sería del hidalgo don Plácido (De tal palo, tal astilla), pues ambos son seres anodinos, entregado s a sus inocentes manías de la pesca y del cruce de gallinas; el marqués de Casa-Gutiérrez y su familia tienen algo de «El Excmo. Señor» y «Las de Cascajares»; el periodista que protagoniza «Luz radiante» serviría de modelo al de «Palique XIII» en Nubes de Estío, «Las interesantísimas señoras» reaparecerán en «Un despreocupado»; y en «Manías» hay una referencia al falso agente de una conspiración que tima a los incautos, presente antes en «Brumas densas»; y aunque no se les menciona en «El buen paño», Pereda afirma que las protagonistas madrileñas de «Las del año pasado» eran íntimas de la familia Guerrilla en los meses de verano.
Algo semejante ocurre con algunos temas y situaciones que utiliza en más de una obra, como la escena de la lectura de periódicos en «Gabinete de lectura» (El Tío Cayetano, 30 de enero de 1859) que tiene una variante en «Ubinam gentium sumus?» (La Abeja Montañesa, 7 de junio de 1862), cuando el protagonista se refugia en el Café Suizo, y «La llegada del correo» (La Tertulia, 15 de mayo de 1877) es una segunda versión de «Gabinete de lectura». El tema de la joven perteneciente a la burguesía que tiene un novio joven, educado y sin posibles, pero que termina casándose con un indiano por su dinero, aparece repetidamente en la obra perediana («Las dulzuras de Himeneo», «Las visitas», «Dos sistemas», «Oros son triunfos»). Las bromas de los socios de «La Unión Soltera» y de la «Sociedad Sin Nombre» hallarán eco en «Un marino», en «El primer sombrero» y en Sotileza. Y en el artículo titulado «Folletín. Correspondencia privada» (La Abeja Montañesa, 18 de julio de 1864), anónimo, pero recogido por Vial (VI, 262-282), hay una descripción de la romería del Carmen de Revilla, que tiene algunos elementos en común, como la descripción del atuendo de los romeros y de sus libaciones y meriendas, con otros de «La romería del Carmen», publicado en el mismo periódico los días 12, 13 y 14 de junio de 1866 (Obras completas, I, 330, 337).
En fin, las andanzas de los indianos y de los comerciantes del Muelle, de los hidalgos y de los aldeanos de varios pelajes, de los pescadores y de otra gente de mar, estuvieron presentes desde los primeros tiempos en la obra de Pereda y cobraron luego vida en sus novelas.