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ArribaAbajo- XXIV -

Proyecto de expedición al Perú que no se verificó: varios acontecimientos, guerras, etc. Llegada al puerto de los Reyes y regreso a la Asunción


61. Viéndose el adelantado en país tan pobre de metales, deseaba encontrar un camino para ir al Perú donde los había, y a lo mismo le obligaba su contrata con el rey. Para esto después de informarse cuanto le pareció, resolvió que Irala llamado generalmente entonces capitán Vergara, subiese todo lo que pudiese por el río Paraguay con tres bergantines y treinta españoles, a fin de averiguar por los indios de sus riberas lo que había en lo interior del país, y si sería dable internarse al Perú por entre naciones que proporcionasen víveres y auxilios. Partió Irala el 20 de octubre de 1542 con orden de disponer al paso que los indios de los pueblos de Guarambaré, Ipané, y Atirá hiciesen una entrada al Occidente por el Chaco con el mismo objeto de descubrir un camino al Perú. En efecto recogió Irala 800 indios de los citados pueblos, confiriendo el mando de ellos al cacique Aracaré bajo la dirección de tres españoles lenguaraces, y pasándolos al Occidente del río en las Piedras Partidas que están en los 22º y 34' de latitud, y no donde dice Alvar Núñez, cap. 34, los despachó a su expedición continuando él la suya, y escribiendo desde allí al adelantado. Partieron pues los tres españoles escoltados de los 800 guaranís, pero como estos tienen terror pánico a los indios del Chaco, comenzaron a titubear y a los cuatro días de camino faltándole víveres, se retiraron a sus pueblos, sin que los tres españoles les pudiesen vencer a pasar adelante. Se incomodó mucho el   —284→   adelantado con esta noticia que supo por los citados tres españoles que regresaron a la Asunción; y sin perder tiempo juntó 1500 guaranís de los pueblos de Ytá. Yaguaron y Acaai, y de los de Aregua, Altos, Yois y Tobati y los despachó con cuatro españoles el 15 de diciembre; parte en canoas del río y los demás por tierra, con orden de repetir el mismo reconocimiento. Cuando esta gente llegó como era preciso, a los pueblos de la provincia de Ytati de donde eran los indios que no quisieron seguir la jornada anterior, preguntó a Aracaré y a sus indios el motivo de su retirada y la respuesta les impuso mucho miedo aunque siguieron hasta las Piedras Partidas. Allí pasaron el río, y caminaron al Occidente por tierra despoblada, padeciendo grandes trabajos, de que murieron algunos, hasta que faltándoles guías, víveres y agua para beber retrocediendo a la Asunción.

62. Irala según dijimos en el número precedente, continuó por el río desde las Piedras Partidas, hasta que el 6 de enero de 1543 llegó a un paraje que por el día de su arribo llamó puerto de los Reyes. Rui Díaz, lib. 2, cap. 2, pone este puerto distante 250 leguas de la Asunción y más de 100 de la laguna de Ayolas, Schimidels, cap. 24 a 90, de los guasarapós y yo por los conocimientos locales, creo que está en los 17º 57' de latitud, y que es la laguna Ybaibá situada al Poniente del río, donde termina la sierra que entonces llamaron de Santa Lucía a quien los demarcadores de límites del año de 1750 y el mapa de Juan de la Cruz, llaman mal de San Fernando. Conoció Irala que por dicha sierra, según manifestaban sus cumbres escarpadas, no era fácil penetrar en el país, y que podría verificarse por el puerto de los Reyes; pero para averiguar lo que pudiese, solicitó informarse de los indios orejones que vivían por allí. No satisfecho con lo que pudo entender de ellos, desembarcó Irala, internándose al Poniente cuatro jornadas, hasta encontrar un pueblo de guaranís, según Schimidels, capítulo 32 y 39, de quienes entendiendo el idioma pudo averiguar, que hacia el Occidente había muchos indios que podrían surtir de víveres y auxilios. Con esta noticia regresó al puerto y tomó la vuelta de la Asunción; pero el acercarse a la provincia de Itati le encontró   —285→   una canoa que le llevaba una carta del adelantado mandándole ahorcar al cacique Aracaré, como lo ejecutó sin dificultad. Esta muerte se juzgó muy injusta y atropellada según Schimidels, capítulo 32, y para disculparla Alvar Núñez, cap. 35 y 36, calumnia falsamente a Aracaré. Hecho esto continuó Irala hasta la Asunción a hacer al adelantado la relación de su viaje.

63. Por este, mismo tiempo, esto es el día 3 de febrero de 1543 prendió fuego a una casa de la ciudad y se comunicó a otras; pero como eran de poco coste y trabajo según vimos, número 43, se reparó luego el daño que Alvar Núñez, cap. 38, pondera con exceso. Confiado el adelantado en las noticias que trajo Irala del puerto de los Reyes y deseando internarse por allí al Perú dispuso que Gonzalo de Mendoza se anticipase con tres bergantines a acopiar víveres en los pueblos de la provincia de Itati, pero apenas hubo llegado al río Jejuí37 supo por los indios del pueblo de Atirá, que Guarambaré y Tabaré o Tambá, caciques principales estaban preparados y resueltos a vengar la muerte de Aracaré que era pariente del primero y hermano del segundo. Yo corrijo los nombres de dichos caciques por los papeles de aquel tiempo que he leído y copio de Schimidels, caps. 32 y 33, en cuanto al motivo de esta guerra que Alvar Núñez atribuye falsamente al capricho de Tabaré. Avisó Mendoza esta novedad al adelantado; y este mandó, que Irala marchase con cuatro bergantines y 150 españoles y bastantes carios o guaranís de los pueblos cercanos a la Asunción. Llegada esta gente al trópico de Capricornio desembarcó en la costa oriental, y al tercer día hizo proposiciones de paz a los enemigos; pero no habiendo querido admitirlas las acometió el 24 de julio de 1543 en el pueblo de Guarambaré, tres horas antes de salir el sol y mató a muchos, cogiendo varias mujeres y muchachos. Hubo sin embargo algunos españoles heridos y seis muertos. Habiéndose presentado luego después Tabaré o Tambá pidiendo indulgencia y que se les devolviesen las mujeres y muchachos se les concedió todo, e Irala regresó a la Asunción. Schimidels que se halló en esta expedición dice, cap. 33, que el pueblo estaba circundado de fosos y palizadas; pero no pudo haber tal no teniendo los indios con qué cortar tantos   —286→   troncos. También exagera el número de indios muertos, y Alvar Núñez, cap. 42, sobre atribuirse el honor de la batalla, dice erradamente que los enemigos usaron flechas envenenadas. Rui Díaz, lib. 2, capítulo 2, falta a la verdad diciendo que su padre mandó la batalla y por eso la pinta y llena de circunstancias todas falsas; Lozano, libro 2, cap. 9, copia y aumenta a Rui38 Díaz, y ambos anticipan un año la fecha.

64. Concluida esta guerra, aprontaba el adelantado lo necesario para pasar al Perú adonde no quería fuese los oficiales reales de hacienda sino otros que él nombró. Con esta novedad le representaron dichos oficiales de palabra y por escrito que debían ir a recaudar los derechos del rey, que era cosa que tocaba a ellos y no a otros: pero el adelantado les contestó negativamente con desatención, dureza y desprecio arrebatado de su carácter que disgustaba a todos, según he leído en una justificación del archivo hecha en aquel tiempo, la que formó parte del proceso que hicieron. Viendo tal despotismo escribieron los oficiales reales al rey lo que pasaba; y siéndoles imposible dirigir su carta por las vías ordinarias pensaron hacerlo por la costa del Brasil. Se ofrecieron los padres franciscos Armenta y Lebron y algunos españoles a llevarlas por el mismo camino que había seguido Alvar Núñez, guiados del indio Domingo que había ido con él desde Santa Catalina: con varios pretextos y por diferentes caminos salieron de la Asunción; pero habiéndolo sospechado el adelantado, los arrestó a todos cogiéndoles las cartas, a pocas leguas de la Asunción. Inmediatamente les formó proceso, metiendo en la cárcel a los cuatro oficiales reales aunque después les permitió salir bajo fianzas al contador Felipe de Cáceres y al factor Pedro Donantes para que le acompañasen en su expedición, quedando el veedor Alonso Cabrera y al tesorero García Venegas39 suspendidos de sus empleos en la cárcel bien recomendados al alcalde ordinario. Así lo dice Alvar Núñez, y para justificar su proceder refiere en el cap. 43, tales cosas de dichos oficiales reales y de los frailes, que solo él pudo inventar; pero con tan poca habilidad que ellas mismas persuaden que son calumnias. Sin embargo las copia Lozano, lib. 2, cap. 10, exagerándolas aun con creces, pero   —287→   Rui Díaz aunque sobrino de Núñez las calla, sin dar otro motivo a estos escándalos, que el ridículo de los oficiales reales pretendían que su tío nada hiciese sin su parecer.

65. Se alistaron para ir a buscar camino que condujese al Perú 400 arcabuceros y ballesteros, 12 caballos y 1200 infantes, digo, indios auxiliares, a quienes Alvar Núñez, cap. 44, adorna con planchas de metal sin reparar en que no lo había en el país. Quedó mandando en la Asunción Juan de Salazar, y no Martínez de Irala, como dice Rui Díaz, lib. 2, cap. 3, equivocándose también cuando dice que fue a la expedición el veedor Cabrera. Pronto ya todo con los víveres necesarios, mandó el adelantado quitar de las embarcaciones las armas del rey y reemplazarlas con las suyas, según he leído en una justificación de aquel tiempo que hay en el archivo de la Asunción. Luego dispuso que los caballos con la mitad de la gente costeasen el río Paraguay hasta el paralelo de 21º 22' y él con la restante, embarcada en canoas y bergantines, salió ocho días después, esto es el 8 de setiembre de 1543 y no el 13 de diciembre de 1541, como dice Rui Díaz, lib. 2, cap. 3. Navegó la expedición recibiendo visitas y víveres de los mongolás y de los pueblos de la cordillera hasta el pueblo de Guarambaré por los 23º 23' de latitud, donde mandó que le acompañasen los caciques Tabaré, Tambá y Guarambaré que se le presentaron y eran los vencidos por Irala en la guerra del núm. 63. Mandó también que regresase a la Asunción el factor Donantes, y que le reemplazase su hijo según dice Alvar Núñez, capítulo 46, a quien copia no sin desconfianza, por conservar la especie de haber leído en los papeles del mencionado archivo, que no llevó ningún oficial real en su expedición. Siguió esta y por los 23º 16' 26'' de latitud, le salieron a visitar los indios del pueblo de Pitun o Ypané con quienes se detuvo tres días para reconocer un indio guaraní que había sido muchos años cautivo de los caguayas, al cual necesitaba para que le mostrase su pueblo, y para negociar por su medio que les entregasen las sesenta y seis cargas de plata y oro robadas a Juan de Ayolas y su gente cuando los mataron; pues dijeron al adelantado que a tanto montaban dichos metales. Continuó la expedición hasta los veinte y dos grados de   —288→   latitud que era donde habitaban los últimos indios guaranís de la costa oriental del río, y estos dieron noticia de haber pasado ya más arriba la tropa que iba por tierra; por cuyo motivo navegó el adelantado hasta que todos se juntaron en el cerro de San Fernando o Pan de azúcar que Alvar Núñez, capítulo 47, llama mal Ytabitan.

66. Allí pusieron dos caballos en cada bergantín, y en dos días se embarcaron los que habían ido por tierra. Luego navegaron al puerto de Candelaria donde desembarcó Ayolas cuando se dirigió al Perú; y habiéndose presentado en la ribera siete payaguas sarigues, los acarició y regaló el adelantado, ofreciéndoles la paz y pidiéndoles le trajesen los metales de Ayolas. Ellos ofrecieron hacerlo la mañana siguiente, más viendo que no volvían en cuatro días que se les esperó, tomó la vanguardia y pasó la armada la angostura o estrecho llamado de San Francisco Javier por los demarcadores de límites el año de 1750, que está en los 19º 53' de latitud y no más al Norte donde le sitúa Alvar Núñez, añadiendo un cuento inventado por él sobre los pescados dorados. Rui Díaz, lib. 2, capítulo 3, supone que los payaguas pillaron algunas canoas de los españoles, y que estos armándoles una emboscada, mataron a muchos: pero todo es supuesto y contra el silencio de Alvar Núñez y Schimidels testigos presenciales. En el paralelo de 19º 40' 30" encontró Alvar Núñez por su derecha la boca del río Guasarapó o Guachic que nace de unas lagunas habitadas por los indios guasarapós, de los cuales se presentaron unos treinta. Dice Alvar Núñez, capítulo 50, que les habló largamente; pero lo tengo por imposible porque no llevaba intérprete. Más arriba en los 19º 25' 20", de latitud y no en la de 19º 20" que observaron los pilotos, fondeó la armada en la boca Albotetes, cuyo nombre no supo escribir Alvar Núñez. Es río caudaloso, que nace en los campos de Jerez habitados entonces por los indios ñuaras y su boca está enfrente del extremo austral de la sierra de Santa Lucía. Alvar Núñez, cap. 52, pone entre las bocas de los dos últimos ríos, variedad de naciones que él se figuró, y más arriba en los 19º 18' de latitud dejó al poniente, y no a la derecha como dice Rui Díaz, lib. 2, capítulo 3, la laguna de los guatós a   —289→   quienes dice trató contra el silencio de Schimidels y de Núñez. Este encontró en los 19º 11' la boca más meridional del río Tacuarí por la que hoy bajan los portugueses que van de San Pablo a Cuiabá y Matagroso. Es río caudaloso, que corre de levante a poniente y entra en el del Paraguay por tres bocas distantes cuatro millas una de otra. En los 19º 5' halló el adelantado que el río Paraguay presentaba dos brazos, los cuales separándose en los 18º 28' encierran una grande isla llamada por el citado Rui Díaz, ibidem, del Paraíso; cuya extremada amenidad y buenas cualidades junto con la afabilidad de sus habitantes, dice que convidaron a los españoles a fijarse en ella: y que no queriendo condescender el adelantado, comenzaron a aborrecerle. Pero todo es falso puesto que la isla es inhabitable por anegarse con las crecientes del río que la convierten en el lago de los jaraies; sin producir sino plantas acuáticas. Entró el adelantado por el brazo occidental del río cortando la falda oriental de la sierra citada de Santa Lucía, cuyos picos pelados le hicieron sospechar que tenía metales. Alvar Núñez, cap. 53, sitúa mal esta sierra poniéndola en la isla del río y dice que en una laguna que creo sea la Maniore, habitaban los indios lacocies, yaqueses y chaneses que no dudo eran pueblos de los orejones. Finalmente llegó la expedición con bastante trabajo al deseado puerto de los Reyes llamado por Barco, canto 39, de San Fernando equivocadamente. Después que el adelantado, llegó su retaguarda diciendo que se había ahogado Juan Bolaños, y que habían matado a cinco españoles los guasarapós.

67. La novedad atrajo al puerto los indios orejones de un pueblo distante media legua, y también a los de otros dos de la misma nación que Alvar Núñez llama cacocis y chaneses pero careciendo de intérprete, solo se pudo entender de ellos que en lo interior había muchos pueblos que Núñez, cap. 56, llama guaranies, chimenos, carcaraes, gorgotoquies, paizuñoes, estarapecocies y candirees, se puede creer, que estos nombres están alterados, y que muchos de ellos pertenecían a una sola nación; pero todos eran de la provincia de los Chiquitos, y ninguna criaba patos y gallinas como dicho autor. Para aclarar las noticias vagas destacó el adelantado algunos españoles, que volvieron   —290→   diciendo, no haber encontrado a los guaranís que buscaban porque según creían se habían ausentado para juntarse con otros de su nación que vivían inmediatos a los jaraies distantes cuatro o cinco días de camino fangoso, aunque navegando podría llegarse en ocho o diez jornadas. Inmediatamente despachó a dos españoles lenguaraces para que buscasen a los citados guaranís y a los jaraies, de quienes se creía tenían oro y plata. Regresaron estos españoles a los ocho días diciendo: que en el de su salida llegaron al pueblo de los artaneses, y después al de los artianeses hasta que al fin encontraron otro de los jaraies siendo en todos bien recibidos. Los tres pueblos eran sin duda de la nación jaraie y pobres en extremo, debiéndose creer apócrifo todo lo que Alvar Núñez dice capítulo 59 del recibimiento hecho a los españoles por el principal de los jaraies. Trajeron de este reconocimiento a un indio guaraní que dio algunas noticias de lo interior, con las cuales llena Alvar Núñez, su cap. 60, sin decir cosa para mí sustancial ni creíble; a la verdad aun puede dudarse de algo de lo que he copiado de él en este número, porque no lo dice ni lo da a entender Schimidels.

68. Como quiera, dejó el adelantado cuidando las embarcaciones a Juan Romero con cien españoles y doscientos auxiliares, mientras él con el resto de la gente el día 26 de noviembre de 1543 entró en la provincia de los Chiquitos, caminando como al Poniente, y no al Norte como quiere Rui Díaz, lib. 2, cap. 3. Atravesó bosques, y al quinto día cortó el arroyo que creo llaman hoy Turuquis. El día siguiente encontró un pueblo de solas catorce almas que le informaron había a dos jornadas de allí otro con diez personas también guaranís, y que había otros de la misma nación hasta el confín de los indios jaraies con quien solían estar en guerra. Continuó el adelantado anticipando dos españoles para que averiguasen de aquellas diez personas noticias de lo interior del país, y al tercero día escribieron los españoles que un indio les decía que a 16 jornadas desiertas y trabajosas se hallaba el cerro Ytapucuguazú desde donde se de[s]cubría mucha tierra poblada distando el primer pueblo una jornada. Copio aquí a Alvar Núñez, cap. 61, pues aunque Schimidels, cap. 34, dice que no vieron a ningún guaraní,   —291→   presumo que siendo tan pocos los reputó ningunos, o que los creyó de los que iban de auxiliares en la expedición. Rui Díaz, lib. 2, cap. 3, al contrario supone encontraron muchos pueblos, lo que seguramente es tan fabuloso como lo que refiere de una serpiente. De resultas de la carta citada, y de las mismas noticias que el día siguiente repitieron los dos españoles llevando al indio que las daba, se juntó consejo de guerra. En él expusieron los oficiales que habiendo sacado del puerto víveres para veinte días de los cuales habían pasado ya diez (Schimidels dice 18) sin haber usado de economía los soldados creyendo los encontrarían, solo les restaba que comer para cuatro o seis; por consiguiente que era temeridad empeñarse en buscar aquel cerro distante 16 jornadas que podían ser muchas más. El adelantado manifestó lo mucho que a todos perjudicaba y lo sensible que le era retirarse sin llegar por allí al Perú, siéndole imposible sacar víveres de las embarcaciones, donde no los tenían ni los había en los indios orejones; ni los podían llevar del Paraguay no dándole tiempo la inundación del país que ya principiaba. Pero los oficiales insistieron requiriéndole que se retirase el adelantado, y aunque debió conocer la razón que estaba de parte de los oficiales dice en su cap. 65 que lo hizo porque todos lo deseaban, y porque de no hacerlo, le habría sido preciso castigar la insubordinación y desacato de algunos. A la verdad podía temer porque según Schimidels testigo ocular e imparcial, cap. 34, dice, le aborrecían los oficiales y soldados por su poca piedad con los súbditos, y por su inutilidad para tales empresas. Rui Díaz, lib. 2, cap. 3, funda esta retirada en una multitud de cosas que inventa. Pero al retirarse destacó el adelantado a Francisco de Rivera con algunos españoles voluntarios en solicitud del citado cerro Ytapucuguazú.

69. Llegó el adelantado en ocho días al puerto, donde en su cap. 66 supone que le informaron que en los diez y ocho días de su ausencia habían querido los orejones matar a los españoles que habían quedado en él; lo que no es creíble en tan corto tiempo, y menos el que hubiesen entrado en la conjuración los guasarapós tan distantes. Tampoco es de creer que tuviese que mantener a más de veinte mil almas cuando antes   —292→   en el cap. 44 nos dijo eran 1600. En lo que es creíble es en que no tenía víveres sino para diez o doce días y en que no encontró en los pueblos vecinos. Para obtenerlos destacó a Francisco Mendoza con embarcaciones y gente el 15 de diciembre a unas lagunas distantes nueve leguas, donde estaban los pueblos que aquí (cap. 67 y 68) llama Sacorines, Sacocies y Ariaricocles, y creo son los que el cap. 59 llama de otro modo, y eran orejones según dije en el núm. 66 que vivían en la laguna Maniore y en alguna otra. Estos indios abandonaron de miedo sus pueblos, donde cargó Mendoza bastantes víveres que encontró. Supone Alvar Núñez que estos indios llamaron en auxilios a los guatos y guasarapós, y que mediaron embajadores entre ellos y Mendoza: pero uno y otro es increíble. También despachó el 20 de diciembre en un bergantín con soldados a Hernando de Rivera, para reconocer a los jaraies, y el 30 de enero inmediato llegó por tierra Francisco de Rivera, a quien había destacado cuando él se retiró al Puerto. La relación que este Rivera hizo de los treinta y tres días de su jornada se redujo, según Schimidels, capítulo 34, a que después de haber pasado un río que corría hacia el Poniente y creo sea el del Veladero de las provincias de los Chiquitos, había encontrado las sementeras de un pueblo que no se atrevió a reconocer por que se le habían huido 8 de los 11 indios que le acompañaban, Alvar Núñez emplea su cap. 70 con la relación que le hizo Rivera llenándola de puerilidades e inverosimilitudes, y en el 71 añade: que habiéndose hecho salobres las aguas con la corriente del río, le enfermó y murió mucha gente; dando esto ocasión a que se le revelasen los orejones del Puerto unidos con los guatos y guasarapós matándole una multitud de soldados. Pero todo es hablar sin reparar que las aguas de la corriente eran dulces y no podían salar. Schimidels, nada dice de tales acontecimientos. En cuanto a Hernando de Rivera, navegó con su bergantín hasta la isla Larga, llamada también el Paraíso, pero Rui Díaz, lib. 1, capítulo 4, dice que está más arriba del Puerto de los Reyes, y no más abajo como dice, lib. 2, capítulo 3, siendo falso que produzca uvas, peras, etc. Los indios que la habitan llamados por Schimidels guebuecusis, cap. 35, eran orejones de nación, y recibieron con paz a los españoles. A poca distancia   —293→   de allí entra en el río Paraguay por el Occidente el río Jaurú que viene como del Nordeste y toma el nombre de los indios jaraies. Es caudaloso, y los portugueses lo navegan contra su corriente diez días (que hacen tres o cuatro al bajar) hasta un arrecife invencible donde hay un puerto portugués distante cuatro o cinco jornadas de Matagroso. Por este río se introdujo Rivera hasta el arrecife donde encontró un pueblo de jaraies habiendo dejado atrás otros dos, todos en la orilla. Allí dejó el bergantín y por tierra fue en solicitud de otro pueblo de la misma nación jaraie, donde como en los precedentes fue bien recibido; tomó víveres y otras cosuelas. Schimidels que iba en esta expedición, alarga, cap. 36, las distancias de los pueblos, por que iría despacio; y hace una descripción del recibimiento que les hizo el cacique del mismo, toda tan apócrifa como la historia de las amazonas de su cap. 37. También es añadidura suya el decir que después de lo dicho estuvieron en otros tres pueblos más, porque habiendo empleado en esto los días que dice no pudiera estar de regreso en los Reyes como estuvo el 30 de enero, después de haber visto los cuatro pueblos de jaraies citados no podía ser así. Apenas arribó Hernando de Rivera al Puerto de los Reyes, pasó según Schimidels, cap. 38, el adelantado a su bergantín; y sin permitir que nadie saliese de él, se apoderó de las mantas y frioleras que en el viaje habían adquirido los soldados, de lo que estos se disgustaron y porque los apoyó Rivera, fue arrestado. Entonces los del bergantín con el apoyo de los del Puerto, se tumultuaron amenazando cara a cara al adelantado sino daba libertad a su capitán restituyéndoles las prendas, como lo hizo inmediatamente. Añade Schimidels que en lo quitado a los soldados había alhajas de plata, y no hubo tal; pues no produce este metal aquel país, sino el oro y piedras preciosas que hoy sacan de Matagroso los portugueses. También da por casual la prisión de Rivera, el haberse demorado mucho y alejado más allá de lo mandado; pero esto no pudo ser motivo para apoderarse de las prendas de los soldados, ni otro que el de la avaricia. Alvar Núñez, cap. 72, corre el velo a estos sucesos diciendo que no pudo oír la relación de Rivera porque estaba muy enfermo, y lo mismo confirma la apócrifa declaración que pone al fin de sus comentarios,   —294→   para que le sirva de apoyo; dando que sospechar pudo ser invención suya por que además el estilo es el mismo. Meditó sin embargo repetir otra expedición contra los jaraies; pero su gente no condescendió porque había bastantes enfermos, y por que el país estaba ya inundado. Pensó pues no salir de allí, y despachó cuatro bergantines con ciento cincuenta españoles y muchos auxiliares a la isla larga de más arriba, y no bajo del trópico como dice Schimidels, cap. 39, con orden de cautivar a todos sus habitantes que eran orejones, matando a los viejos. Estos infelices recibieron de paz a los huéspedes; pero luego principió la cosa por los auxiliares, y disparando algunos tiros que mataron algunos isleños, fueron todos aquellos orejones presos y llevados al adelantado que aprobó el hecho. Así se despobló aquella isla que contenía cerca de 2000 orejones según Schimidels, y más de 3000 según Rui Díaz, lib. 2, cap. 3. Luego después con aprobación general, regresó río abajo con su gente y cautivos, y el 9 de abril de 1544 llegó a la Asunción, sin otra desgracia que haberlo muerto un español y herido algunos indios al pasar enfrente de los guasarapós. Alvar Núñez, cap. 73, dice verificó su regreso en doce días, cosa que es imposible. En la Asunción encontró a los españoles preparándose para guerrear con los agaces que acababan de quemar algunas casas de los guaranís de las encomiendas, matando a muchos y llevándose a sus familias; pero los sucesos que voy a referir no dieron lugar a ir contra los agaces.



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ArribaAbajo- XXV -

Prisión del adelantado por sus soldados, y elección de don Domingo Martínez de Irala para el mando. Alvar Núñez es conducido a España con otros presos, y sentenciado por el consejo supremo. Disturbios y rebeliones de indios: providencias de Irala para sosegarlos y reducirlos


71. Llegó el adelantado tan triste y enfermo de cuartanas que no salía de casa; y según Schimidels, cap. 39, si hubiese muerto no le habrían llorado los soldados pues le aborrecían por que los trataba mal, con poca decencia y mandándoles con aspereza y soberbia. Como Schimidels era soldado raso, y escribía esto en Alemania años después, sin motivo de adular, esperar y temer, se puede creer que su modo de pensar y hablar era el general de sus camaradas. De aquí resultó que de común acuerdo de nobles y plebeyos, y aun de los mismos criados del adelantado, se tomó la resolución de arrestarle. Esto convence ser equivocación el decir Alvar Núñez, cap. 74, que los soldados no querían prenderle. Se pusieron a la cabeza de tan atrevida resolución los cuatro oficiales reales, porque ya habían salido de la cárcel Cabrera y Venegas, no sé cuándo, con ciento o doscientos soldados pasaron a casa del adelantado. Se detuvieron a la puerta; pero abriéndola Antonio Navarro y Pedro Oñate, ambos también de los conjurados, criados del adelantado, y el último su maestre sala, entraron los cuatro oficiales reales, Juan de Salazar, Nuflo de Chaves, Francisco de Mendoza, Jaime Resquin, Diego Acosta, un tal Solórzano y pocos más y gritando, libertad, libertad, viva el, rey, llegaron al cuarto del adelantado; y asentándole Resquin una jara, le prendieron   —296→   y llevaron a un aposento de la casa de Venegas, donde le pusieron grillos y cincuenta hombres de guardia.

72. Alvar Núñez, cap. 74, echando la culpa de su prisión a los oficiales reales, no les atribuye los crímenes que en otras ocasiones, y habla tan confusamente, que no entiendo lo que les achaca sino haber despoblado el mejor y principal puerto con el fin de alzarse con la tierra. Pero pudo saber que no fue obra de dichos oficiales la despoblación del puerto, ni esta podía servirles para alzarse con la tierra. Rui Díaz sobrino del adelantado, lib. 2, cap. 4, supone que los oficiales reales persuadieron a los soldados que el adelantado gobernaba tiránicamente: cuando sabemos por Schimidels testigo imparcial que los soldados sabían y tocaban la tiranía sin necesidad de que nadie se la persuadiese. Añade Rui Díaz que el principal conjurado fue Cáceres, y da por casual la desavenencia referida en el núm. 58, que él cuenta faltando a la verdad. Herrera citado en la nota al capítulo 39 de Schimidels, dice, dec. 7, lib. 2, capítulos 11 y 12, que los soldados aborrecían a Alvar Núñez, porque no les dejaba cautivar indios ni hacerles los daños a que estaban acostumbrados. Pero debió notar Herrera que Alvar Núñez no culpa a los soldados en su prisión, sino a los oficiales reales, y que solo Alvar Núñez y nadie más vendió por esclavos a los agaces y guaicurús, y mató, cautivó y expatrió a los orejones. En la nota al cap. 40 de Schimidels dice González García, que en Alvar Núñez nunca hubo que reprender, y que siempre solicitó observar las reales órdenes en favor de los indios, guardar las leyes e impedir los nuevos impuestos y latrocinios, etc. Yo creo que no hablaría así si hubiese visto a Alvar Núñez cuando arrancaba las armas del rey de las embarcaciones, cuando ahorcó a Aracaré, cuando arrestaba a Rivera y de[s]pojó a sus soldados, y cuando vendió por esclavos a los agaces y guaicurús, y cautivó a los orejones. Barco, canto 5, y Lozano, lib. 2, cap. 12, toman el empeño de García sosteniendo que el aborrecer a Núñez venía de no permitir nuevos impuestos y latrocinios; sin reparar que de haber sido así, los soldados oprimidos por tales imposiciones, era imposible aborreciesen a quien se las quitaba. En fin todo cuanto dicen los autores, no   —297→   pudo ser de tanto peso como el saber que el consejo supremo de Indias vistos los autos y oído a Alvar Núñez por escrito y de palabra, falló contra él la sentencia más terrible, según se dirá, aprobando la prisión por los conquistadores.

73. Arrestado el adelantado, pasaron a la casa del alcalde Juan Pabon y a la del alguacil mayor Francisco Peralta, a quienes quitó las varas Martín Orué, y seguidamente dieron libertad a los presos de la cárcel, y se pregonó por las calles, libertad, y viva el rey, mandando que en la mañana inmediata acudiesen todos delante de la casa de Domingo Martínez de Irala, como lo verificaron. Allí se leyó en público el papel que expresaba los motivos del arresto del adelantado, y se pidió a todos que votasen y eligiesen uno que los gobernase. En efecto eligieron por gobernador al citado Irala con gusto y aplauso general, menos de algunos pocos parientes y familiares del preso, de quienes no se hizo caso. Barco, canto 5, dice que Irala se hizo el enfermo, y que fue el que fomentó la sublevación; pero no fue así cuando no asistió a la prisión, ni Alvar Núñez le da parte en ella. Rui Díaz, lib. 2, cap. 4, cuenta largamente la elección de Irala, suponiéndole enfermo con la santa Unción en el pueblo de Acai; pero todo es tan falso como lo que añade que esto sucedió a 15 de agosto de 1542. De estar ausente Irala, no se habrían juntado delante de su casa. Barco yerra igualmente suponiendo la prisión en el año de 1547, pues fue el 25 de abril de 1544. El día inmediato tomó Irala posesión del mando y nombró alcalde a Pedro Díaz del Valle y para alguaciles a Bartolomé de la Marilla y Sancho Salinas. Dispuso también que se arrestasen ocupándoles los papeles, aquel Pero o Pedro Hernández que cité en el núm. 35 y a Bartolomé González. Rui Díaz, lib. 2, cap. 4, supone también arrestados a su padre Alonso Riquelme y a otros muchos caballeros y soldados; pero no hubo tal cuando no lo dice Alvar Núñez. Se embarcaron y depositaron en manos seguras los bienes del adelantado y los de sus confidentes presos; no pudiendo los del primero ascender como dice cap. 74 a más de cien mil castellanos que hacían millón y medio de reales; puesto que todo lo que llevó de España no llegaba a noventa mil. También se dispuso con acuerdo común,   —298→   construir una carabela para llevar los tres presos a España, en lo que emplearon un año según Schimidels y diez meses según Rui Díaz. El adelantado ideó en la prisión nombrar por su teniente a Juan de Salazar, figurándose que si éste quería, con sus partidarios podría sacarle de la cárcel y reponerle en el mando; pero Salazar no quiso darle libertad aunque le ofreció admitir la tenencia para después que él se hubiese embarcado. Concluida la carabela, se arregló la tripulación con veinte y siete personas, entre ellas Gonzalo Acosta de piloto y capitán, Jaime Resquin de procurador de la provincia, Lope Duarte de apoderado de Irala, y los oficiales reales Cabrera y Venegas de conductores del proceso que se había formado: también alistaron un bergantín, para que acompañase la carabela hasta cierta distancia; y viéndose el adelantado en la calle, dijo dos veces en alta voz en medio de los que le escoltaban, y con el fin de meter discordia entre los conquistadores, según dice su sobrino Rui Díaz, lib. 2, cap. 5, que nombraba a Juan de Salazar por su teniente, para que mandase en su ausencia: sin embargo llevaron los presos a la carabela y esta navegó inmediatamente. Alvar Núñez contando estos sucesos en el cap. 75 y siguientes dice tantas y tales cosas que sin impugnarlas ellas mismas hacen ver el poco talento y verdad del que las refiere.

74. Luego después que marchó la carabela, comenzó Salazar a tratar con los de su partido y con los parientes del adelantado sobre el modo de apoderarse del mando, y sabiéndolo Irala le requirió para que no turbase la república. Salazar le contestó que no debía ni él podía ceder un mando que le había conferido el único que tenía autoridad legítima para hacerlo. De aquí resultó que Irala le arrestase y también a Pedro Estopiñán primo del adelantado, y que formándoles proceso por perturbadores, los despachó con Chaves a alcanzar la carabela que los llevase a España con el adelantado. Rui Díaz, lib. 2, cap. 5, y Lozano, lib. 2, cap. 12, suponen preso con Salazar a Riquelme y a otros contra el silencio de Alvar Núñez, cap. 83, y de Schimidels, cap. 41. En la isla de San Gabriel se separó el bergantín de la escolta que volvió a la Asunción, y la carabela con el adelantado, Salazar y demás presos continuaron y llegaron felizmente   —299→   a España y a la corte. Rui Díaz, lib. 2, cap. 18, y Alvar Núñez, capítulo 84, con su copiante Lozano, lib. 2, capítulo 12, cuentan de este viaje cosas tan incompatibles con los hechos que nadie podrá creer. Presentando el proceso en el consejo supremo mandó éste permaneciese arrestado Alvar Núñez, y que también se arrestasen Cabrera y Venegas hasta terminar la causa. Las dos partes fueron oídas en el tribunal, y Alvar Núñez no omitió exponer cuanto dice en sus comentarios, ni dejaría de presentar los muchos papeles que sus partidarios le metieron en la carabela al salir del Paraguay según dice, cap. 83. El resultado fue condenar a Alvar Núñez al presidio de Orán, mandando además que mantuviese a sus expensas seis lanceros en el mismo presidio. Así lo refieren su sobrino, Rui Díaz y su apasionado Lozano en el lugar citado. Alvar Núñez no menciona tal sentencia, limitándose a decir la que le salió en apelación ocho años después, cuando no había ya parte contraria que agitase, y fue darle por libre, pero despojado del gobierno, sin poder pretender recompensa alguna por lo que gastó en la armada que llevó, ni por los descubrimientos que hizo. Rui Díaz y Lozano contra el expreso testimonio de Alvar Núñez suponen, que en la última sentencia se le asignaron dos mil ducados anuales de sueldo, y que falleció en Sevilla de presidente del consulado. Barco, canto 5, nada especifica diciendo únicamente que la sentencia le privó del título de adelantado. No pudiendo Alvar Núñez tachar de injusto al respetable y supremo tribunal que le condenó, supone que el cielo puso de manifiesto su justicia y la iniquidad de sus contrarios, haciendo que Venegas muriese, que Cabrera se volviese loco, y que los frailes pereciesen. Así lo cuenta, pero dudo que se le pueda creer.

75. Apenas partió preso Salazar, sus partidarios y amigos que eran muchos, unidos a los de Alvar Núñez, se manifestaron muy disgustados y resentidos; y tomando el título de leales, llamaban a los demás traidores y tumultuarios. Entonces según Schimidels, cap. 40 y 41, principió la guerra civil con disputas, pendencias y desconfianzas sin que nadie se fiase de otro; y no sucedió esto cuando Alvar Núñez estaba allí preso, como quiere persuadirlo el mismo, cap. 76 y siguientes. Rui Díaz, lib. 2, capítulo 5,   —300→   y Lozano, libr. 2, cap. 13. Irala hacía cuanto estaba de su parte por conciliar los ánimos, usando de buen modo, haciendo mercedes y beneficios, disimulando mucho y prendiendo y castigando con blandura, solo cuando no se hallaba otro recurso. Lozano en el lugar citado dice sin apoyo, que para calmar los disturbios quiso Irala hacer un viaje al Perú y que se le opusieron los oficiales reales, pero tal idea era impracticable entonces e incompatible con la prudencia de Irala. Barco, canto 5, supone que esto ahorcó a muchos obligando a otros a refugiarse en los boques; pero se equivoca poniendo aquí lo que sucedió después. Principió dicha guerra civil en febrero de 1545 según claramente se deduce del cap. 5, libro 2, de Rui Díaz, o poco más tarde según Schimidels, cap. 40; y los indios luego que lo conocieron, perdieron la subordinación, negándose a prestar ningún servicio sin estipendio a los españoles, y retirándose a sus pueblos. Llegó su atrevimiento hasta matar algunos indios a los españoles a quienes servían en sus propias casas, y algunos que pillaron en sus pueblos. Para atajar estos males, publicó Irala el 22 de setiembre de 1545 el bando que leí en el archivo de la Asunción mandando en sustancia: 1º que ningún arcabucero, de día ni de noche saliese de su casa, sin su arcabuz, mecha encendida, frasquillo con pólvora, y bolsa con pelotas; ni los ballesteros sin gafas ni cañas: 2º que nadie saliese de la ciudad sin su licencia; y que a nadie la daría sino llevaba cinco compañeros más todos bien armados: 3º que tuviesen todos en su casa una escalera de mano pronta para subir sobre los edificios a apagar el fuego en caso de que prendiese: 4º que nadie conservase en su casa de noche indio alguno mayor de trece años: 5º que nadie solo ni acompañada entrase de día ni de noche en la casa de los indios: 6º que el quisiese servirse de indios, lo hiciese por ajuste voluntario y pagándoles puntualmente lo estipulado: 7º que nadie pasase a la banda opuesta del río con pretexto alguno: 8º que no se arrojase el agua de la mandioca exprimida donde pudieron beberla los puercos, porque los mataba: y 9º que se colgase dicha mandioca en zarzos donde no alcanzasen los puercos, porque de comerla morirían. Para todo señaló grave pena a los contraventores; siendo una de ellas cortarles un dedo del pie y exponerlos a la vergüenza   —301→   pública. Lozano, lib. 2, cap. 13, dice que los soldados violaban este bando sin reparo, consintiéndoselo la política diabólica de Irala, y que esta hizo dar garrote al capitán Camargo y a un amigo suyo, irritado de que le representaron que para quitar las vejaciones que sufrían los indios, sería bueno repartirlos en encomiendas porque así los protegerían los encomendaderos. Pero todo es falso, porque Camargo perdió mucho después la vida por otro delito, y porque todo es contra el testimonio de Schimidels, contra el silencio de Rui Díaz y contra el mismo Lozano que dice que Irala condenó a muerte a un criado suyo, porque quebrantó el bando. Al mismo tiempo tomó Irala otras disposiciones: circundó la ciudad con nuevas palizadas y defensas, hizo atrincheramientos en las calles, procuró hacer amistad con los lenguas, tobas y guaicurús que vivían en frente en la banda opuesta del río. Por entonces parece que llegó una embarcación de España sin que sepamos lo que llevaba, ni tampoco lo que contestó Irala con otra que despachó, pero pudo ser relativo al proceso de Alvar Núñez que entonces se ventilaba. No cesaba Irala de persuadir a todos que dejándose de discordias civiles, se amistasen de buena fe, y se uniesen para resistir a los guaranís, que confederados con los agaces, se aproximaban con fuerzas para asaltar la ciudad, y lo consiguió acabándose la guerra civil que había durado un año o algo más. Lozano, ibidem, supone que en el tiempo de estas discordias hizo Irala una expedición contra los albayas y que despachó a Nuflo de Chaves al Brasil, hace regresar a este, y le despacha a una expedición contra los indios que llama Yriguanés. Pero los cuidados de la guerra intestina y la rebelión de los indios no pudieron dar lugar a tales cosas, que no refiere Schimidels, ni hubo tiempo para hacerlas.

76. Finalizados los partidos y todos obedientes a la voz de Irala, alistó este 350 arcabuceros y ballesteros, y pasando de la banda opuesta del río como unos mil guaranís, tobas y lenguas a quien Schimidels, cap. 31, llama taperos y bathaás se puso a la cabeza de todos y caminó tres leguas, haciendo alto en un bosque a media legua del ejército guaraní compuesto de quince mil hombres según Schimidels, que seguramente exagera,   —302→   mandados por el cacique llamado por él mismo Machkarias, y no dudo era Mongolá. No quiso atacar Irala sobre la marcha por tener la gente muy mojada a causa de la lluvia; pero lo hizo el día siguiente a las siete de la mañana, y duró la batalla tres horas, retirándose los enemigos a un pueblo que Schimidels llama Tremidiere. Y no pudo ser otro que el de Mongolás o Aregua por ser el único que distaba cuatro leguas del sitio de la batalla y siete de la Asunción. Perdieron los indios en la batalla mucha gente que Schimidels hace subir con ponderación a dos mil; cuyas cabezas pusieron en las puntas de sus lanzas los guaicurús, tobas y lenguas. Irala tuvo solo siete muertos, con bastantes heridos que envió a la Asunción.

77. Persiguió Irala a los guaranís hasta el citado pueblo, y atacándole entre dos y tres de la mañana siguiente por tres partes, mataron los españoles y sus auxiliares a muchos enemigos y cautivaron a cantidad de mujeres y muchachos aunque la mayor parte se escapó con su ejército a refugiarse en un pueblo que, según la distancia asignada por Schimidels, debió ser el de Tobati, situado entonces sobre el río Mandubirá. Schimidels, cap. 42, supone al primer pueblo de los mongolás fortificado con estacada triple de troncos gruesos lo que un hombre y altos un estado, con hoyos, etc., y al de Tobati aun con mayores defensas, pero en ambas partes pondera. Lo cierto es que se habían reunido en Tobati los guerreros de los pueblos Mongolás, Altos, Yois, Ytá, Yaguaron, Acaai y Tobati, y que se acamparon en la costa de un bosque, con la idea de sostener el pueblo que tenía también buena guarnición, y defenderse desde detrás de los árboles en caso de ser atacados. Llegó Irala a aquel punto a las cinco de la tarde, y habiendo reconocido la posición del enemigo, dividió sus fuerzas en cuatro trozos; los tres para bloquear el pueblo, y el cuarto para observar al ejército de las costas del bosque. Cuatro días estuvo Irala sin emprender nada, esperando que le llegasen, como sucedió 200 españoles y 500 guaicurús y lenguas que había pedido a la Asunción, cuando despachó a los heridos de la primera batalla. Con este refuerzo se disponía Irala para atacar, cuando por la noche se le presentó un cacique de Tobati, pidiendo indulgencia   —303→   para sus gentes, ofreciendo facilitar la entrada en el pueblo. Admitió Irala con benevolencia al indio, y quedaron ambos acordes en el modo de disponer las cosas, para que no padeciesen los indios ni el pueblo, y en que los españoles acometiesen por dos sendas, que el cacique mostró, cuando este les hiciese señal con una humareda. Todo se verificó, y entrando los españoles, huyeron los indios que no eran del pueblo viéndose perdidos, pereciendo muchos a manos de los auxiliares que estaban apostados fuera. También se mataron bastantes dentro del pueblo; donde no se encontró a las mujeres, ni a los muchachos porque los tenían fuera en el bosque. Los enemigos, que pudieron escapar, se juntaron al cuerpo que estaba fuera, y todos tomaron la huida al Norte hacia la provincia de Ytati. Cuatro días se detuvo allí Irala curando sus heridos más faltándole medios y víveres para seguir por tierra al enemigo, resolvió irle a buscar embarcado.

78. Con esta idea regresó a la Asunción, donde en catorce días alistó embarcaciones y lo necesario, reemplazó los heridos y enfermos, y subió por el río Paraguay en busca del enemigo llevando parte de su gente costeando dicho río por tierra. Cuando llegó a la boca del río Mandubirá se le reunió el cacique que dio la traza para Tomar a Tobati con sus indios, y continuó la expedición hasta el río Jejuí que viene del Oriente y es ancho como el Danubio y de paso difícil, porque se inundaban sus cercanías en las crecientes. Entró Irala por él viendo muchos indios en la costa del Norte, envió a decir a Tabaré que le entregase los fugitivos de Tobati. Efectivamente estaban reunidos allí los indios de los pueblos de Guarambaré, Ipané y Atirá con propósito de disputar el paso del Jejuí a la gente que Irala llevaba por tierra, y de proteger a los fugitivos. Así se negó Tabaré a entregarlos, y fue preciso que Irala pasase sus tropas en cuatro trozos con los buques, ahuyentando a los enemigos con algunos cañonazos. En seguida fue a encontrarlos a media legua de la costa en el pueblo de Atirá, que forzó la misma tarde, matando a algunos y cogiendo a muchas mujeres y muchachos. Luego se presentaron los enemigos solicitando indulgencia por lo pasado, y pidiendo la restitución de sus familias:   —304→   todo se lo concedió Irala con franqueza, regresando a la Asunción a la mitad del año 1546 sin que después de esta guerra la menor novedad en el país según Schimidels, cap. 43, el cual llama mal Stuasia al río Jejuí y Saberic o Sabayé al pueblo de Atirá. Lozano, lib. 2, cap. 13, cuenta esta guerra como él se la figura, y adelanta año y medio el fin de ella para dar lugar a una jornada contra los albayas inventada y forjada por él, en la que desata toda su mordacidad contra Irala. En seguida de esta supuesta jornada, inventa otra al Paraná también apócrifa.



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ArribaAbajo- XXVI -

Emprende Irala nueva expedición al Perú, que no tuvo efecto. Regreso a la Asunción, disturbios en esta ciudad hasta la muerte de don Diego Abreu, que se había levantado contra Irala


79. Dos años se pasaron después de dicha guerra sin que llegase embarcación de España y sin ocurrir novedad en la provincia; en cuyo intervalo fijó Irala el precio de los comestibles en esta forma: por ocho huevos un cuchillo de marca: por dos gallinas caseras, tres cuchillos ídem; por tres libretas de pescado de espinel, un cuchillo ídem, y por dos libras carniceras de pescado de red, un cuchillo id. No hablo de la mandioca, maíz, etc., porque todos tendrían de esto en sus quintas, y es de creer que lo dicho sería lo más caro de los alimentos, y que no conocían las monedas. Entonces hizo un discurso a los súbditos Irala diciendo, que pues estaban en un país que no conocía ni tenía metales, ni frutos preciosos en el comercio, precisamente serían siempre miserables, y que para evitar esta fatalidad, les convidaba a hacer una entrada en el Perú, donde abundaban los tesoros de que podrían participar. Les prometió ir con ellos y ayudarles con todo cuanto tenía y pendía de él. Se admitió la propuesta con aplauso, hasta de muchos indios que se convidaron a ir, y en solos dos meses se alistó lo preciso. Dejó Irala el mando de la Asunción a don Francisco de Mendoza, y salió de allí en agosto de 1548 según Schimidels, cap. 43 y 44, que me merece más fe que Rui Díaz, lib. 2, cap. 7, y que Lozano, lib. 2, cap. 14, poniendo aquel la salida a fines de 1546 y este un año después. Iban 350 españoles con muchos   —306→   carios o guaranís, parte embarcados y el resto por tierra con algunos caballos que no pudieron ser 130 como dicen Schimidels y Lozano, pues no había tantos en el país. Subieron todos hasta juntarse en el cerrito de San Fernando, mal llamado río de Itatí por Rui Díaz, donde dispuso Irala que las embarcaciones volviesen a la Asunción quedando dos bergantines con cincuenta españoles provistos para los dos años que debían esperarle para evitar la suerte de Juan de Ayolas. Luego tomó Irala la costa occidental, y dirigiéndose por tierra hacia el Poniente, encontró al noveno día un pueblo que era precisamente de indios albayas o de guanás, y me inclino a los últimos, a quienes Schimidels llama mal aleperos.

80. Fue allí bien recibido y tratado; pero continuó hasta que al cuarto día encontró unos indios albabayas, que le instaron para que pasase la noche en su pequeño pueblo. Condescendió Irala admitiendo la oferta que le hicieron de algunas alhajas de plata, que sin duda eran de las robadas a Ayolas, no pudiendo ser otras. Notaron los españoles, que ya entonces como hoy se servían de los guanás; pero yerra Schimidels, diciendo tenían aves domésticas y ovejas de Indias. Después de cenar se acostó Irala y dispertándose sospechó alguna traición, y dispuso que todos estuviesen prontos y apercibidos. Abanzó además centinelas, y todo fue muy oportuno porque llegaron luego como dos mil albayas, que acometieron con denuedo, más fueron rechazados, desechos y perseguidos como media legua hasta su pueblo principal, donde los españoles no encontraron a nadie. En él dejó Irala mucha de su tropa, y con 150 españoles y bastantes auxiliares, marchó a la ligera a buscar los enemigos. No se detuvo sino lo muy preciso para comer y dormir, hasta que al tercero día acometió en un bosque otro pueblo de indios que nada sabían de lo ocurrido antes; pero creyendo Irala que eran los mismos de la batalla anterior, mató a muchos y les cogió muchas mujeres y muchachos, escapándose el resto a un monte, circundado de bosque donde se juntaron con otros de su nación. Yo creo que este último pueblo era de guanas. Como quiera Irala regresó a juntarse con el resto de su gente, y entre toda ella repartió los despojos y prisioneros descansando ocho días.

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81. Continuó Irala cuatro leguas hacia un pueblo de Albayas a quienes servían de criados los guanás de otro pueblo que habían encontrado antes; pero dichos albayas no esperaron a los españoles, y estos se detuvieron dos días comiendo de sus sementeras. Siguió Irala y encontró a las dos jornadas un pueblo guaná y a las catorce leguas otro de indios de la misma nación, que le dieron de comer tres días; informándole que el país en adelante no tenía fuentes ni arroyos, y que era difícil encontrar agua. Para hallarla sacó un guía, que le condujo a otro pueblo guaná distante cuatro leguas, donde se detuvo un día, y sacando guía pasó a otro también guaná que distaba ocho. Se detuvo en él dos días, y un guía le condujo a otro pueblo mayor distante cuatro leguas de la propia nación y en él demoró un día. Dos leguas más adelante, en un collado alto rodeado de espinos y monte bajo, encontró Irala un pueblo abandonado y quemado por los indios simanos que se habían fugado, y diez y seis leguas después otro de los mismos llamados barconos que igualmente huyeron, pero volvieron y facilitando víveres para cuatro días. Doce leguas adelante hallaron los españoles un pueblo de indios laihanos y cuatro jornadas después otro karchconos donde demoraron un día y siguiendo seis más, hallaron a los indios suboris, habiendo muerto algunos de sed no obstante sacaron alguna agua del pueblo precedente y aprovecharon las de las pitas de mi cap. 5, núm. 34. Los indios de estos tres últimos pueblos eran de la provincia de los Chiquitos a quienes yo llamo ninaguiguilis. Los suboris quisieron huirse, pero advertidos de que no recibirían daño se detuvieron. Los nombres que les da Schimidels están corrompidos y quizás aun más los de Lozano. Aquel supone que los indios recogen el agua en aljibes, y que beben el zumo de la mandioca; pero no tienen ni conocen más aljibes que las lagunas ni beben tal zumo, sino la chicha hecha de miel de maíz o de algarroba.

82. Temiendo los españoles la falta de agua, dudaron allí sobre continuar, y resolvieron lo decidiese la suerte que salió en favor de ir adelante. Lo hicieron a los dos días con guías, que se escaparon la primera noche, y en seis jornadas llegaron al pueblo de los peisenos, que los recibió con las armas, pero habiéndolos   —308→   vencido y cogido algunos, dijeron que Juan Ayolas había dejado allí tres enfermos, el uno trompeta llamado Jerónimo, y que los habían muerto cuatro días antes. Catorce días se detuvo Irala en este pueblo, y sabiendo que muchos de sus indios se habían refugiado en un bosque, los acometió matando a muchos y cautivando el resto. Los maigenos que distaban cuatro jornadas de allí, le recibieron de guerra en su pueblo situado en un collado lleno de espinillos; pero atacándolo Irala por dos partes, lo forzó con pérdida de doce españoles y muchos auxiliares, los cuales se portaron con mucha bizarría. Allí se detuvo Irala, y antes de salir se le separaron sin su noticia 800 guaranís de los que llevaba, y a dos leguas acometieron a los maigenos fugitivos con gran pérdida de ambas partes, hasta que viéndose los guaranís circundados, lo avisaron a Irala, y este les envió ciento cincuenta españoles. Apenas vieron los enemigos que se acercaba este refuerzo, huyeron sin poder darles alcance, dejando víveres con que pasaron cuatro días y después se incorporaron con Irala. Este caminó cincuenta leguas hasta el país de los carcocies40 y a nueve jornadas más descansó dos días en unos campos dilatados seis leguas cubiertos de sal según Schimidels, y que yo creo era magnesia. Habiendo caminado cuatro jornadas, anticipó Irala cincuenta españoles con cincuenta auxiliares a preparar su arribo de paz en el pueblo de carcocies o corcokuyes; pero estos eran tantos que impusieron temor a los cincuenta españoles de lo que avisaron a Irala y este apresuró la marcha llegando de madrugada. Fue bien recibido y le dieron guías, y aunque se le huyeron al tercero día, no por eso dejó de llegar al río Guapay, tan ancho, profundo y grande, como que se numera entre los principales contribuyentes del famoso Marañón. Lo pasaron los españoles y auxiliares en jaugadas de troncos atados con bejucos, ahogándose cuatro hombres y después continuaron cuatro leguas hasta el pueblo de Machcasies. Algunos indios de estos se anticiparon una legua a recibir a Irala y le informaron, en castellano, que los de su pueblo pertenecían a la encomienda del capitán Peranzures o Pedro Anzúrez, quien el año 1538 había fundado la ciudad de la Plata llamada también Chuquisaca. Igualmente le hicieron relación de todos los alborotos del Perú, y de las muertes   —309→   de Pizarro y Carvajal. He copiado la relación de esta expedición de Schimidels que anduvo en ella, enmendándole muchos nombres. Rui Díaz, lib. 2, cap. 7, la altera y embrolla mucho: en suma no merece que se le dé el menor crédito en esto, ni en el cap. 11, donde inventa otra expedición apócrifa. Tampoco merece fe Lozano, lib. 2, cap. 14, porque embrolla la relación clara y cierta de Schimidels con las apócrifas de Rui Díaz.

83. Las noticias que le dieron los indios, hicieron reflexionar a Irala lo expuesto que era internarse en ajeno gobierno, lleno de turbulencias y le determinaron a hacer alto en el pueblo de los machcasies distantes 372 leguas de la Asunción según la cuenta de Schimidels. Luego determinó despachar a Nuflo de Chaves con Miguel Rutin, Juan Oñate y Rui García Mosquera, para que en su nombre cumplimentasen en Lima al licenciado Pedro de la Gasca por sus sucesos contra Pizarro, y le ofreciesen sus tropas, concluyendo con pedir que le confirmase en el gobierno del Río de la Plata que le habían conferido sus pobladores. Él le escribió también, y salieron los cuatro citados con la carta a los veinte días del arribo a aquel pueblo encaminándose por la Plata o Potosí: donde quedaron enfermos Rutia y Mosquera, continuando los otros por el Cuzco hasta Lima. Agustín de Zárate citado por Lozano, lib. 3, cap. 3, dice contra el testimonio de todos, que Irala fue personalmente. Mucho antes que Chaves llegase había sabido Gasca la aparición de Irala en el Perú y recelando se le reuniesen los restos fugitivos de Pizarro y que resucitase su partido, le escribió una carta llena de atención y buenas palabras; pero mandándole que no se internase en el Perú, y que esperase nueva orden suya, sin causar perjuicios ni vejaciones a los indios vasallos del rey. Resolvió Irala cumplir esta orden, retirándose a la provincia de Chiquitos, que no era aun vasallo del rey, y esperar allí la nueva orden que se le comunicaba en la carta, y el resultado de sus enviados a Lima. Pero conoció al mismo tiempo la dificultad de verificar una retirada tan contraria al propósito de sus soldados, que no ocultaban su determinación de internarse en el Perú y de seguir el partido contrario a Gasca uniéndose a los partidarios de Pizarro, según   —310→   lo dice Schimidels, capítulo 48, quien no pudo ignorar las ideas de los soldados siendo uno de ellos. Usó, pues, Irala de artificio ocultando la carta orden de Gasca, y proponiendo la retirada a los Chiquitos como pensamiento suyo, presentándola con la escasez de víveres, y dándoles esperanzas de volver cuando regresasen sus enviados a Lima. Repugnaron mucho los soldados más al fin cedieron a la persuasión de Irala; por que según dice Schimidels ignoraron que era orden de Gasca; pues de sabido que Irala obedecía tal orden le habrían despachado al Perú atado de pies y manos. Antes de retirarse destacó Irala a un español, para que apostándose en el camino tomase las cartas que esperaba le llegasen de Lima, y las llevase a los Chiquitos a donde él se retiraba; porque estaba cuidadoso temiendo le enviasen de Lima alguno que le reemplazase en el mando.

84. Partió Irala a los Chiquitos, y encontrando que los carcocies se habían escapado con sus familias, les avisó que volviesen a sus pueblos donde serían bien tratados. La respuesta de los indios fue decir, ser más regular desamparasen los españoles el país, que con esto evitarían el que los echasen a la fuerza. Irala propuso entonces a sus gentes ir a castigar tal arrogancia, y aunque algunos no querían diciendo que faltarían víveres a los que fuesen del Paraguay y al Perú si se destruían dichos indios del tránsito, prevaleció el dictamen de acometer. Marcharon los españoles con este objeto, y hallándose a media legua del enemigo, vieron a este ya aparejado en la falda de un monte cerca de un bosque, le atacaron matando a muchos y cautivando mayor número. Dos meses se detuvo Irala en la provincia de los Chiquitos esperando la resulta de Chaves y demás mensajeros a Lima, estos fueron recibidos con agrado y hospedados y tratados espléndidamente por la Gasca; quien les regaló además 2000 ducados para ellos, según dice Schimidels, capítulo 48, y no para todos los soldados como quiere Lozano, lib. 2, cap. 15. Procuró la Gasca ganar la confianza de Chaves, y le pidió escribiese a Irala en los términos que ya se le había escrito, y Lozano añade que también la Gasca le escribió llenándole de esperanzas. Despachadas   —311→   estas cartas o quizás antes, nombró la Gasca para gobernador del Río de la Plata a Diego Centeno que estaba en Chuquisaca; ya fuese porque era uno de los que le ayudaron a destruir a Pizarro o ya porque sabía los deseos e intenciones de las tropas de Irala y desconfiaba de ellas y de este. Es creíble que con este motivo dio Gasca a Centeno sus instrucciones, pero no que fuesen las que dice Lozano, lib. 2, cap. 15.

85. Estando ya Irala en la provincia de los Chiquitos, llegó aquel español que antes había apostado para que le llevase las cartas de Lima y según Schimidels, cap. 48, le trajo algunos regalos de Gasca. Lozano, lib. 2, cap. 14, inventa que dicho español mató a puñaladas al correo que llevaba los despachos a Centeno, y que se la robó sin reparar que en el cap. 15 dice que tales despachos llegaron a Centeno. También dice erradamente Irala no se retiró del Perú hasta que llegó dicho español; pues, Schimidels refiere que fue despachado con la orden de llevar las cartas a los carcocies que aquí llama carios; lo que prueba que Irala no pensaba esperarle en el Perú y que no le esperó. Supo Irala por la de Gasca el nombramiento de Centeno, y que se prohibía a sus tropas en el Perú; y no pudiendo ocultar estas disposiciones las hizo saber a sus soldados que las oyeron con disgusto; pero como Irala y los demás oficiales no quisieron desobedecerlas ni dirigir al Perú a los soldados, se vieron estos precisados contra su voluntad a tomar el camino que habían llevado de la Asunción; y dirigiéndose al Paraguay llegaron al Pan de Azúcar o monte de San Fernando al fin del año 1549 o principios del siguiente donde encontraron las embarcaciones que habían dejado, y supieron por ellas los alborotos recién ocurridos en la Asunción. Copio a Schimidels en esta retirada sin hacer aprecio del modo con que la cuentan Rui Díaz, lib. 2, cap. 7, y Lozano, lib. 2, cap. 14, porque ambos ignoraron hasta el camino que Irala llevó.

86. Como hacía más de un año que había salido Irala de la Asunción siguiendo las pisadas de Juan de Ayolas, sin saberse nada de él, comenzaron algunos a dudar si le habría sucedido lo que ha dicho Ayolas; esto es que le hubiesen muerto, en cuyo caso era preciso elegir otro jefe según se hizo y   —312→   se dijo, núm. 41. Cobraron cuerpo estas voces y hubo quien aconsejó a don Francisco de Mendoza jefe de la Asunción, que ya se estaba en el caso de la elección, y que juntase a los españoles para hacerla, no pudiéndose dudar que saldría a su favor, ni que sus parientes en España conseguirían la real confirmación. Entró Mendoza en la especie y la propuso al Cabildo secular el cual le contestó no debía pasarse a la elección que proponía hasta constar debidamente que Irala había muerto o renunciado el mando o que se hallaba imposibilitado de volver. No hizo caso Mendoza de este acuerdo, y mandó por un bando que acudiesen los españoles a hacer la elección de gobernador, señalando el paraje, el día y hora. Viendo esto Diego Abreu, intrigó con sus amigos que eran muchos, y llegado el caso salió electo con más votos que Mendoza. Barco, canto 5, dice que Abreu fue con otros a la votación desde los bosques donde estaba fugitivo, pero se engaña lo mismo que en llamar pérfido a Lezcano. Rui Díaz, lib. 2, cap. 8, y Lozano, lib. 2, cap. 14, suponen que procedió a la elección el renunciar Mendoza el mando particular que tenía, más esto no venía al caso.

87. Avergonzado y resentido Mendoza de la elección, comenzó con sus amigos a esparcir voces de que la votación era nula, y a sostener el dictamen que le había dado el Cabildo secular antes de votar. Estos discursos le atrajeron algunos partidarios, y con su auxilio se propuso arrestar a Abreu; pero sabiéndolo este, le previno y arrestó; le formó proceso por perturbador de la república, y le sentenció a cortarle la cabeza. Apeló al rey de esta sentencia, y propuso casar a sus dos hijas con Abreu y Rui Díaz Melgarejo; pero se despreció esta propuesta y se mandó ejecutar la sentencia. Estuvo casado con María de Angulo de quien tuvo cuatro hijos, Diego, Francisco, Elvira y Juana. Se sintió su muerte porque era caballero venerable por sus canas y muchos servicios, y muy ilustre por su cuna. Rui Díaz, libro 2, cap. 9, dice que Abreu despachó una carabela a España en que iba Alonso Riquelme y deseoso de ponderar los trabajos de este que era su padre, refiere una relación llena de inverosimilitudes y aun falsedades, de modo que la tengo por fabulosa. No gozó Abreu mucho tiempo de su   —313→   mando; porque le escribió Irala antes de llegar a la Asunción, que debía cesar en él, puesto que se lo había dado bajo el supuesto falso de que él no existía. Receló Abreu que Irala quería castigarle por la muerte de Mendoza que era uno de sus mayores amigos, y figurándose que tenía fuerzas bastantes, no solo quiso sostenerse en el mando, sino que aun ideó enviar gente contra los que querían quitárselo. Antes que esto sucediese, llegó Irala a las puertas de la Asunción, que Abreu le cerró pretendiendo defenderse. Irala entonces puso sitio a la ciudad y admitía con agrado muchos soldados que abandonaban a Abreu: lo que dio tanto cuidado a este, que se escapó con cincuenta de sus mayores amigos, temiendo le entregasen sus mismas tropas.

88. Abreu y los suyos desde los bosques de los pueblos de la Cordillera o Ibitiruzú y del cerro Acaai, y no desde los de Villarrica como quiere Lozano, salían como salteadores contra los de la ciudad, cuando se les presentaba ocasión en la campiña. En estas circunstancias llegó de Lima a la Asunción Nuflo de Chaves y los otros tres mensajeros de Irala cerca del presidente Gasca. Llegaron con ellos el capitán Pedro Segura, soldado imperial en Italia y antiguo en Indias, Juan Oñate, Francisco Cartón, Pedro Sotello, y Alonso Martín con otros cuarenta soldados. Esta gente fue despachada de Lima por Gasca a servir en el Paraguay, con el fin naturalmente de interpolarla con la de Irala, de la que Gasca desconfiaba; y habiendo llegado a Chuquisaca a incorporarse con Diego Centeno, hallaron que este había muerto de resultas y tres días después de un grande convite, antes que le llegasen los despachos de gobernador del Río de la Plata, en que se le asignaban por nuevos límites desde el Cuzco y los Charcos del Brasil, y catorce grados de latitud contados desde el trópico hacia el Mediodía. Lozano, lib. 2, cap. 15, murmura de Gasca, Irala y de los paraguayos, y hace el panegírico de Centeno suponiendo murió envenenado; pero en nada le creo. Lo cierto es que dichos soldados se incorporaron con Chaves y sus compañeros, y que llegaron juntos al Paraguay donde Irala los recibió con singulares demostraciones de afecto. Barco, canto 5, dice que volviendo Chaves en este viaje fundó a Santa Cruz de la Sierra, lo que es tan falso como   —314→   el decir que cuando fue conquistó a los Chiquitos. Trajo Chaves y sus compañeros del Perú las primeras cabras y ovejas que hubo en el Paraguay; y supone Rui Díaz, lib. 2, capítulo 9, que ellas le libertaron de ser atacado en el camino. Lo mismo copia Lozano, mas no lo creo.

89. Pasados algunos días, determinaron matar a puñaladas a Irala el capitán Camargo, Miguel Rutia y el sargento Juan Delgado con otros de los que habían llegado de Lima sin que la historia nos diga que esta conjuración tuvo su origen en Lima o en Abreu u otro. Avisado Irala del caso, arrestó a los cómplices, y justificándoles el delito se dio garrote a Camargo y a Rutia, y se perdonó a todos los demás. Rui Díaz, lib. 2, cap. 3, es el único que habla de este suceso, y Lozano que lo copia, lib. 2, cap. 15, lo altera poniendo en el suplicio a Delgado en lugar de Camargo, a quien en su cap. 13 supuso de su cabeza que Irala había quitado la vida por un motivo frívolo e increíble. Por este tiempo se casó Nuflo de Chaves con Elvira, hija de don Francisco de Mendoza, y luego se presentó pidiendo justicia contra los autores de la muerte de su suegro. En consecuencia salieron partidas a prenderlos en los bosques donde estaban con Abreu, y lograron arrestar a Juan Bravo y a un tal Rengifo, que fueron ahorcados por perturbadores de la paz. También se arrestaron algunos otros y los pusieron en la cárcel, de la que sacó a Rui Díaz Melgarejo, un negro, esclavo de Chaves. Obraba Irala en esto contra su genio, y promovió la especie de la paz, haciendo que los eclesiásticos la ofreciesen a Abreu y a todos sus parientes con indulto general. En efecto lo admitieron los más presentándose en la ciudad, y saliendo los que estaban presos. Irala no solo los recibió y abrazó con cariño, sino que casó a sus hijas Marina y Úrsula con dos de los amigos principales de Abreu, Francisco Ortiz de Vergara y Alonso Riquel o Riquelme. Casó también a Isabel y Gimberta sus otras dos hijas con Gonzalo de Mendoza y Pedro Segura. Todos aplaudieron la generosidad de Irala, menos Abreu y pocos más que no se fiaron de las promesas de Irala, quizás temiendo el influjo de Chaves amigo grande del gobernador. Schimidels, cap. 50, dice que Abreu admitió las proposiciones   —315→   que se le hicieron, pero está equivocado, porque solo las admitieron sus partidarios citados.

90. La obstinación de Abreu hizo temer que no habría paz en la república mientras anduviese libre, y además Chaves instaba por la satisfacción de la muerte de su suegro; por cuyas consideraciones y viendo su terquedad se determinó Irala a prenderle. Rui Díaz, lib. 2, cap. 4, supone que esta determinación fue de Cáceres estando Irala ausente en una expedición contra los albayas hecha el año de 1550; pero por Schimidels sabemos que Abreu estaba libre el año de 1552 y que tal expedición es apócrifa, aunque la copie Lozano, lib. 2, cap. 15. Despachó pues Irala a veinte hombres mandados por un tal Escaso para arrestar a Abreu, los cuales dentro de un grande bosque, que presumo fuese en el Acaai, encontraron de noche una choza, y mirando por un ahujero vieron que había dentro tres o cuatro españoles dormidos y solo Abreu dispierto, porque no le dejaba dormir una fluxión de ojos. Le dispararon por dicho ahujero con una ballesta una jara que le atravesó el costado, y quedó al instante muerto. Barco, canto 5, anticipa dos años este suceso poniéndolo erradamente antes de llegar Chaves de Lima. Llevó Escaso el cadáver de Abreu a la Asunción y al verle sus partidarios se incomodaron mucho principalmente Rui Díaz Melgarejo, quien no solo desaprobó el hecho sino que tomó a su cargo vengar la muerte de su amigo antiguo. Temió Irala las resultas que podría tener el sentimiento de los partidarios de Abreu por el arrojo de Melgarejo arrestó a este, pero como era hermano de Francisco Ortiz de Vergara, se disgustó este yerno de Irala de tal prisión. Viéndolo el Gobernador dio libertad secretamente a Melgarejo, y proveyéndole de ropas y alhajas para comprar víveres, le dio su misma espada y canoas, para que se fuese a San Vicente acompañado de dos españoles y dos portugueses. Efectivamente subió Melgarejo por el río Paraguay hasta entrar por el Jejuí y en el pueblo de Atirá encontró a Schimidels. Este había salido de la Asunción poco antes que Melgarejo el 26 de diciembre de 1552 en dos canoas con licencia de Irala, y desde dicho pueblo marchó por tierra con Melgarejo y sus compañeros hasta llegar a   —316→   San Vicente en la costa del Brasil, padeciendo muchos trabajos, y con la desgracia de haberles muerto los indios tupís a dos hombres, el uno llamado Flórez. Rui Díaz y Lozano dicen que los indios se comieron a Flórez; pero es falso, pues no lo dice Schimidels, cap. 51, ni los tupís ni otros indios de por allí han comido jamás tal manjar. Se quedó Melgarejo y sus compañeros en San Vicente y Schimidels se embarcó para España y entregó en Sevilla al rey un pliego que le había encargado Irala, y que contenía una descripción de aquellos países y de los sucesos.



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ArribaAbajo- XXVII -41

Varias expediciones y guerras: se funda la ciudad de San Juan que después fue abandonada, y fundación de la Villa de Ontiveros. Licencia del rey a don Juan de Sanabria para continuar la conquista, mediante los pactos de contrata firmada, la cual siguió don Juan de Salazar. Llegada del obispo con algunos clérigos, y establecimiento de catedral en la Asunción


91. Sosegada la provincia con la muerte de Abreu, determinó Irala fundar un pueblo hacia la embocadura del Río de la Plata, para que sirviese de escala a las embarcaciones que llegasen de Europa. Para esto a principios del año de 1553 despachó dos bergantines con más de cien españoles a la orden del capitán Juan Romero, que llegaron a la confluencia del Paraná con el Uruguay. Allí encontraron la boca del río llamado de San Lorenzo por Gaboto según se dijo, núm. 6, y determinaron fundar en ella una ciudad que denominaron de San Juan en obsequio de su capitán, o porque la fundaron el 24 de junio de dicho año. Luego que los indios cercanos charrúas y chanás notaron el proyecto de los españoles, intentaron impedírselo con muchos asaltos, y embarazándoles las obras. Además advirtieron que los frutos y semillas que llevaron de la Asunción prosperaban poco, de donde resultó un descontento en los españoles del que se dio parte a Irala. Este en consecuencia despachó la embarcación que llamaba la galera mandada por Alfonso Riquelme, con orden de obrar según las circunstancias. Estas fueron encontrar aquellos pobladores sin esperanza de poder prosperar ni de dominar aquellos indios, porque estos eran mucho más indomables que los guaranís, y porque el clima pedía   —318→   los frutos de Europa, los que no era dable cultivar sin los cuadrúpedos y aperos correspondientes. Estas consideraciones determinaron a todos a embarcarse desamparando la ciudad y navegando río arriba, se amarraron en la orilla, saltando en tierra para comer el día 1 de noviembre de 1554. Mientras lo practicaban acaeció, que la barranca del río que estaba tajada verticalmente, se derrocó con quince personas que había sobre ella, pereciendo todas. Además con la caída de esta mole se conmovieron tanto las aguas, que volcaron a la galera, poniendo su quilla arriba, y llevándola mil pasos río abajo, hasta que se detuvo en un banco. Acudieron todos al remedio, y lograron restablecerla, admirándose de encontrar viva dentro a una mujer. Los indios de la vecindad noticiosos de lo que pasaba atacaron a los españoles, que los rechazaron con valor y continuando llegaron a la Asunción. Rui Díaz, lib. 2, cap. 12, y Lozano, lib. 2, cap. 16, ponen estos sucesos en el año de 1552, sin advertir que fueron muy posteriores a la ausencia de Schimidels y muerte de Abreu ocurridas al fin de 1552. Alvar Núñez anticipa la fecha diez años en su cap. 15 para que sucediesen en su tiempo y para tener parte en ellos.

92. Al mismo tiempo que Irala despachó a Romero para fundar a San Juan, llegaron a la Asunción algunos indios de la provincia del Guairá a solicitar la protección de Irala contra los insultos que les hacían los portugueses, cautivándolos y llevándolos hacia la costa del Brasil, donde los vendían para esclavos perpetuos como a los negros de África. Rui Díaz, lib. 2, capítulo 13, y Lozano, lib. 3, cap. 1, ponen la súplica de estos indios después de la despoblación de San Juan, lo que no puede componerse con los sucesos posteriores. Aprovechó Irala la ocasión que ofrecían dichos indios para reconocer la provincia del Guairá, de la que solo se tenían noticias vagas, y aprontando una compañía de españoles con algunos indios auxiliares, se encaminó por tierra hasta llegar sobre el salto grande del Paraná, llamado entonces de Canendujú, situado en los 24º 4' 27'' de latitud y descrito en el cap. 4, núm. 8. El cacique Cancuduyú y otros indios de las riberas del Paraná, le facilitaron víveres y canoas, con que pasó este río y continuó hasta el pueblo del   —319→   cacique Guairá de quien tomó el nombre aquella provincia. Fue bien recibido de estos indios que le acompañaron en la navegación que hizo con las mismas canoas Paraná arriba hasta la boca del río Tiete o Añembí, que es caudaloso y corre al Occidente. Subió Irala navegando el Tiete hasta que en su segundo salto llamado Abañandaba, le acometieron por tierra y agua los indios que Rui Díaz y Lozano llaman tupís, y que yo presumo eran guaranís como todos los anteriores. Los rechazó y ahuyentó Irala y se apoderó de su pueblo, matando a muchos. Luego corrió el país, y a costa de algunos reencuentros; le redujo en pocos días a su obediencia. Desde allí despachó un pliego a la costa del Brasil con Juan Molina, para que lo condujese a la corte informándola del estado de la conquista. Así lo dice Rui Díaz, ibid. Lozano, ibid., llama al mensajero Esteban Vergara, acordándose que en lib. 2, capítulo 13, había despachado a Molina con el propio objeto. Hecho esto se dirigió Irala al río Periquí que es caudaloso y corre al Poniente entrando en el Paraná poco encima del citado salto grande. Preguntó Irala a los indios pobladores de este río si se podría navegar el Paraná debajo del salto grande, y aunque le pusieron mil dificultades, no le parecieron invencibles, y determinó superarlas. Para disculpar de esta temeridad y de sus resultas a Irala finge su nieto Rui Díaz, ibid., que se informó por medio de un mestizo intérprete y que este todo se lo facilitó con el fin de que saliese mal. Pudiera advertir Rui Díaz que este cuento no puede creerse; pues Irala y sus españoles entendían bastante el guaraní, y no necesitaban de intérprete ni este los podía engañar. Acopió pues Irala canoas y dispuso que en hombros y arrastrando por tierra las llevasen debajo del salto y mucho más allá, hasta que les pareció que ya podría navegarse el Paraná. Allí las echó al agua dirigiéndolas una a una, hasta que pasados unos remolinos y tragaderos, las apareó de dos en dos formando balsas, en las que embarcó los víveres y lo que le embarazaba por tierra. Así fueron bajando venciendo los peligros que a cada paso se ofrecían, hasta que en el sitio llamado Acaiere se fueron a pique, sin poderlo remediar muchas balsas y canoas, ahogándose muchos indios y algunos españoles a la vista de Irala, de su compañía, y de la mayor parte de la gente que caminaban   —320→   por las peñas y riscos de la orilla. Con esta fatalidad se espantaron tanto los indios del Periquí y demás guaranís del Guairá, que escaparon a su país. Entonces dispuso Irala que Alonso Encinas con algunos españoles e indios de los que habían sacado de la Asunción condujese en las canoas que le restaban a los enfermos e impedidos, mientras él se dirigió por tierra atravesando bosques hasta los pueblos del Mondai, y de allí a su capital. Encinas superó dificultades y peligros, principalmente para pasar un remolino o tragadero donde los naturales le armaron una celada que venció saltando en tierra y ahuyentándolos; pasando después una a una sus canoas, continuó por el río Paraná, y subiendo después por el Paraguay, llegó felizmente a la Asunción.

93. Impuesto Irala por esta jornada de lo que era la provincia del Guairá, determinó establecer en ella una población que protegiese aquellos indios contra las correrías portuguesas, y que sirviese también de escala para otras que creía conveniente se hiciesen más orientales hasta llegar a la costa del Brasil, desde donde se pudiese comunicar con España sin necesidad de hacerlo saliendo a la mar por el Río de la Plata, en cuya boca era difícil que existiese un pueblo por las razones indicadas, número 91. Para desempeñar su pensamiento, despachó al capitán García Rodríguez de Vergara mandando 60 españoles con los auxilios que creyó necesarios el año de 1554. Esta gente eligió el sitio en la costa oriental del Paraná una legua sobre su salto grande, donde tenían su toldería o pueblo el cacique Canendiyú y los indios de su parcialidad. Allí, pues fundaron la villa de Ontiveros, dándola este nombre por tenerlo en España la patria del capitán García.

94. Mientras sucedía lo que se ha ido refiriendo en el Río de la Plata, en la corte se pensaba en fomentar su conquista. Con este objeto después que llegó a España Alvar Núñez preso, se nombró para su sucesor en el mando al que le asestó la jara cuando le arrestaron llamado Jaime Resquin, que había ido a España con él para acusarle. Esto no perdió tiempo en embarcarse para su destino; pero habiendo vuelto de arribada, se desvaneció la contrata que había hecho con el rey según lo refiere   —321→   una real cédula de 19 de noviembre de 1608. El motivo fue pretender el mismo empleo Juan de Sanabria natural de Trujillo ofreciendo a la corte mayores ventajas, resultando de aquí muchas disensiones y aun desafíos entre los dos pretendientes, hasta que el rey decidió a favor de Sanabria el 22 de julio de 1546 confiriéndole el título de adelantado del Río de la Plata bajo las siguientes condiciones que copio de Lozano, lib. 2, capítulo 15. lª que a sus expensas había de conducir doscientos cincuenta soldados y también cien familias pobladoras, dando a estas las semillas para su cultivo. 2ª que había de fundar dos pueblos, uno al Norte de la isla de Santa Catalina y otro en la entrada del Río de la Plata. 3ª que había de llevar, ropas, armas, herramientas, etc., para repartirlas entre los españoles al fiado, con tal que se obligasen en mancomún de diez en diez a pagarlas en los precios que les señaló el consejo. 4ª que habían de ir en sus embarcaciones los artesanos que lo solicitasen con sus útiles, y una caja cada uno, sin pagar más flete que ocho ducados por cada adulto y seis por cada niño. 5ª que había de conducir ocho frailes franciscos, a quienes el rey dio equipaje, ornamentos, vino y aceite para las lámparas que pudiesen durar seis años. 6ª que además de las cinco embarcaciones y los víveres precisos para el transporte, había de llevar cuatro bergantines en piezas y víveres sobrados para ocho meses. 7ª que se le permitía poblar y repartir la tierra de los nuevos descubrimientos que hiciese. 8ª que se le concedían las tenencias de las fortalezas que construyesen y los empleos de alguacil mayor de las ciudades que fundase, y 9ª que en la ciudad de su residencia solo hubiese doce regidores, y que el aguacil mayor no llevase más del cinco por ciento en las ejecuciones que practicase.

95. Firmada esta contrata pasó Sanabria a Sevilla, y porque se demoraba en aprontar sus cosas, le escribió el rey que se diese prisa por que iba a salir de Lisboa Tomé Sousa con más de mil hombres para formar poblaciones en el Brasil y se debía impedir que las fundase en el distrito de su gobierno. Quiso Sanabria con esta novedad acelerar sus preparativos, pero le cogió la muerte. Entonces propuso el rey en 12 de marzo   —322→   de 1549 a su hijo Diego Sanabria, que si quería, podía continuar la contrata de su padre, y admitida esta propuesta, trabajó en disponer su expedición; para la que le faltarían medios pues vemos que se demoró mucho. La corte sin duda le apuraría por la tardanza y para satisfacerla de alguno modo, dispuso Sanabria que Juan de Salazar nombrado tesorero general por intercesión del duque de Braganza, de quien había sido paje, saliese con lo que estaba pronto en tres embarcaciones, ofreciendo seguirle muy luego. Mas según Lozano, libro 2, cap. 15, no lo pudo cumplir hasta dos años después en una embarcación que arribó a Cartagena de Indias y regresó a España embarcándose después para el Perú, y muriendo al fin en Potosí de minero según dice Barco, canto 5. Sin duda cansada la corte de ver que no acababa de cumplir su contrata, le quitó el gobierno y le dio a otro.

96. El citado Salazar salió de San Lúcar el año de 1552 conduciendo con sus tres embarcaciones a Mencía Calderón viuda de Juan de Sanabria con sus dos hijas María y Mencía, al hijo del correo mayor de Sevilla don Cristóbal Saavedra, y a don Hernando de Trejo vecino de Trujillo. Una de las embarcaciones era del capitán Becerra que la mandaba y llevaba su familia. Tocó esta expedición en Canarias, y al llegar al puerto de los Patos en la costa del Brasil, se perdió en su barra la embarcación de Becerra, salvándose la gente. Lozano, libro 2, cap. 15, dice, que los indios cautivaron a los náufragos, a quienes dio libertad un jesuita; pero no advierte que la gente de las otras dos embarcaciones no pudieron permitir tal cautiverio, y quizás en aquella época aun no había jesuitas en el Brasil, pues en el Paraguay no entraron hasta el año de 1603. Después del naufragio discordaron los españoles sin que la historia nos diga el motivo; pero es de creer fuese, por que los unos querían fundar un pueblo en aquella costa en cumplimiento del artículo 29 de la contrata de Sanabria, y los otros no. Lo cierto es que de resultas Salazar y los de su opinión se fueron por tierra al pueblo portugués de San Vicente donde permanecieron casi dos años, y después pasaron por tierra a la Asunción. Lozano, ibidem, dice que los acompañó un jesuita libertándolos   —323→   que los matasen los indios de la Cananea, sin advertir que la Cananea distaba muchísimo del camino que llevó Chaves para ir a la Asunción.

97. En cuanto a Trejo y a los de su partido fundaron a principios del año 1553 un pueblo en el puerto de San Francisco entre la Cananea y Santa Catalina, cumpliendo la contrata de Sanabria. Allí se casó con la hija de este doña María Hernando de Trejo; de cuyo matrimonio nació Hernando de Trejo, que se hizo fraile francisco y fue después obispo del Tucumán. Este llevó del Paraguay a su obispado una negrita esclava que murió poco ha, computándose su edad en ciento y ochenta años. La suegra y la mujer de Trejo, con las ínfulas de ser madre y hermana de Sanabria el adelantado querían hacer su papel en la capital, y se hallaban disgustadas en un pueblo subalterno que principiaba a serlo; cuyos habitantes no se daban maña para procurarse y suplir los bastimentos y cosas que le faltaban. Así no cesaban de persuadir a todos hasta que lograron al año siguiente que se abandonase el establecimiento para ir a la Asunción. Luego se embarcaron, y pasando a Santa Catalina, despacharon con alguna gente sus dos embarcaciones a la Asunción, a donde llegaron poco después que Irala del reconocimiento del Guairá. Los demás desde dicha isla entraron en canoas por el Ytabuú, como Alvar Núñez, llevando la gente por el río y por tierra; juntándose todas las noches; pero un día que se perdieron 32 hombres, se encontraron después muertos de necesidad. Continuaron venciendo los obstáculos que Alvar Núñez y pasando el río Iguazú hasta llegar al de Tibahibá. Allí descansaron en el pueblo del cacique Surabañé, que les dio guías hasta el río Huibai donde se detuvieron en un pueblo guaraní e hicieron una choza, que sirvió de capilla para decir misa, por cuyo motivo llamaron al pueblo, el Asiento de la iglesia. Rui Díaz, lib. 2, cap. 15, y Lozano, lib. 2, cap. 15, suponen que en dicha capilla se juntaban los indios a oír la doctrina de los religiosos, pero como Trejo no llevaba ninguno que supiese el guaranís, debemos suponer que tal enseñanza fue cincuenta años posterior en otra capilla, no pudiendo durar ocho años la primera. Se embarcaron los españoles   —324→   en canoas y balsas, y bajando por el citado río Hubai, se detuvieron mucho con los guaranís llamados Aguaras que les gustaron, y aun mediaron establecerse entre ellos formando un pueblo que los disculpase de haber abandonado el de San Francisco. Consultó el pensamiento Trejo a Irala, y este naturalmente le contestaría no ser necesario allí tal pueblo, pues ya existía en el Guairá la villa de Ontiveros. Vista la contestación se dirigió Trejo con los demás a la Asunción donde Irala recibió con agrado a todos, poniendo preso a Trejeno, por haber abandonado tan livianamente a San Francisco fundado según la contrata de Sanabria, tan conveniente y preciso para contener los progresos de los portugueses y para tener comunicación con España por la costa del Brasil. Lozano, ibid., dice que Trejo estuvo preso hasta que el rey mandó darle libertad.

98. Por lo que hace a Salazar y los de su bando dije, núm. 96, que se habían detenido en San Vicente casi dos años. En este tiempo se casó Rui Díaz Melgarejo, que estaba allí desde que le dejamos en el núm. 90 con Elvira hija del capitán Becerra. Se unió Melgarejo y los portugueses hermanos Sipión y Vicente Goes a Salazar y su gente, y marcharon por tierra hasta encontrar el Paraná hacia donde le entra el río Yguazú bajo del salto grande. Allí se embarcaron en balsas y canoas facilitadas por los indios; y siguiendo las aguas del Paraná hasta subir por el río Paraguay, llegaron a la Asunción a principios de 1555 casi al mismo tiempo que Trejo. Lozano, ibid., dice que Salazar fue desde San Vicente a embarcarse en el Añembí y le hace seguir diferente derrota que Rui Díaz a quien he copiado por parecerme más conocedor del país. Lo cierto es que Salazar y su comitiva llevaron siete vacas y un toro que fue el primer ganado vacuno que se vio en el Paraguay y Río de la Plata, y que Irala recibió a todos con las mayores demostraciones de amistad, olvidando generosamente las diferencias pasadas.

99. Tenía dispuesto Irala que cuando entrasen embarcaciones del mar por la boca del Río de la Plata, los indios guaranís de su ribera hiciesen humaredas, y que estas se fuesen repitiendo río arriba hasta la Asunción. Por este telégrafo se   —325→   supo la llegada de barcos de Europa, y algún tiempo después una canoa de agaces avisó que dos de ellos estaban en la Angostura. Aunque Irala estaba ausente, se despachó a algunos españoles para saber qué barcos eran, y los encontraron en la frontera. Venía en ellos el religioso francisco Fray Pedro de Latorre o Fray Pedro Fernández de la Torre por obispo del Río de la Plata, pues ambos apellidos le da Rui Díaz aunque Zamora en su historia de la provincia del nuevo reino, lib. 2, cap. 7, citado por Lozano, lib. 3, capítulo 1, le hace equivocadamente fraile dominico, y le llama Tomás. Entró en la Asunción el señor obispo con alegría y aplauso general la víspera del domingo de Ramos del año 1555. Ya antes el 1 de julio de 1547, había nombrado el papa Pablo III para obispo del Río de la Plata a Juan Barrios el cual aunque no fuese a su obispado, elevó a catedral la iglesia de la Asunción el 10 de enero de 1548, dotándola con cinco dignidades, diez canongías, seis raciones, seis medias raciones y otros subalternos, según he leído en la misma erección. Pero como no había rentas, y el rey se obligó a alimentar a los prebendados, se redujeron estos al deán, arcediano, chantre, tesorero, dos canónigos y un racionero. Había dado el rey al obispo Torre una ayuda de costa para habilitarse, y más de cuatro mil ducados para ornamentos, libros, campanas y demás necesario al culto. Llevó su ilustrísima cuatro clérigos, y cuatro diáconos y de órdenes menores, y encontró allí a los clérigos Gabriel Lezcano, el padre Miranda, Francisco González Paniagua, Pedro Fonseca, el bachiller Martínez, Hernando Carrillo, Antonio Escalera, el padre Martínez, el licenciado Francisco Andrada, Martín Almenza y uno o dos más; sin contar a los padres franciscanos Bernardo Armenta y Alonso Lebron, ni al mercenario Salazar con otro, ni al jerónimo Herrezuelo. Llevó también el señor obispo bulas de indulgencia para las iglesias principalmente para la ermita de Santa Lucía, que estaba en lo que es hoy ranchería de Santo Domingo.

100. La armada que condujo al señor obispo fue al mando de Martín Orué, el que llevó preso a Alvar Núñez, y se componía de tres embarcaciones; de las cuales había quedado una en San Gabriel, esperando pliegos. Noticioso Irala del arribo del   —326→   señor obispo, se dejó cortar madera para construir una embarcación, y se fue luego a la Asunción, donde besó la mano a su ilustrísima llorando de gozo. Barco canto o dice, que en este lance disimuló el señor obispo, pero es evidente que fue este miedo sin fundamento. Le entregó Orué el real nombramiento de gobernador del Río de la Plata, y al momento tomó posesión de este empleo con singulares demostraciones de gusto y aprobación universal; porque le amaban infinito. Pocos días después llegó del Brasil por tierra su sobrino Esteban Vergara con el duplicado del citado nombramiento y algunas reales órdenes. En cumplimiento de ellas después de declarar por su teniente general a Gonzalo de Mendoza nombró alcaldes a Juan de Salazar y Francisco Ortiz de Vergara y por alguacil mayor a Alonso Riquelme. Proveyó al mismo tiempo las plazas de regidor vacantes y las de alcaldes de la hermandad. Estableció dos escuelas públicas de niños; comprendió la obra de las casas de ayuntamiento y de una iglesia para catedral: arregló con prudencia toda la policía y aun contribuyó con sus luces a que el señor obispo diese con acierto sus disposiciones espirituales.

101. Entretanto despachó a su yerno Pedro Segura con un bergantín para que llevase a San Gabriel los pliegos, y a los capitanes García Rodríguez y Diego Barba que debían regresar a España aquél de orden del rey, y este de su gran maestre, pues era Sanjuanista. Luis Salazar y Castro citado por Lozano, lib. 3, cap. 2, supone que Barba fue general en esta conquista y fundador de la ciudad de la Concepción; pero uno y otro es equivocación. Entregó Segura los pliegos para la corte y dichos pasajeros la embarcación que le esperaba en San Gabriel, y en cambio recibió el armamento y algunos soldados que enviaba el rey, entre estos Jerónimo Acosta el que había ido con Alvar Núñez y volvía con dos hijas: de las cuales casó una con Felipe de Cáceres. En seguida navegó la embarcación para España, y regresó la otra a la Asunción: repartió Irala el armamento y municiones a los soldados, que la necesitaban, cargándoselas a precios equitativos. Rui Díaz, libro 2, cap. 2, supone que en esta ocasión fue Jaime Resquin a España; y que volvía después y no pudo llegar al Río de la Plata. Lozano, ibid.,   —327→   le copia y añade, que volvía para mandar después de morir Irala. Pero ambos autores se equivocan, porque Resquin se marchó con Alvar Núñez, y fue electo gobernador antes que Sanabria según vimos, núm. 94, sin volver jamás al Paraguay.

102. Una de las reales cédulas ordenaba a Irala que repartiese los indios en encomiendas, y que con una ordenanza arreglase las respectivas obligaciones de los indios y de los encomendaderos. Ya antes había repartido en encomiendas los indios de los pueblos de Ytá, Yaguaron, Acaai, Tobapí, Mongolás o Areguá, Altos, Yois, Tobatí, Atirá, Ypané, Guarambaré, Candelaria, Ybirapariya, Terecañi y Maracain y otros. Disfrutaban los españoles estas encomiendas, y no tuvo Irala que hacer repartimientos entonces sino sancionar las ordenanzas sobre las que ahora estaban repartidas y arregladas. Por consiguiente creo que se equivocan Rui Díaz, lib. 3, cap. 1, y Lozano, lib. 3, cap. 1, diciendo que Irala despachó cuatro diputados por rumbos diferentes; y que habiendo regresado con las listas que contenían veinte y siete mil indios capaces de tomar las armas, fueron estos los que se repartieron en encomiendas. También se equivocan comprendiendo en este reconocimiento y reparto a los indios del Mediodía en el Paraná porque Irala no llegó a sujetarlos ni a reducirlos a servidumbre. Aun creo exageran diciendo fueron cuatrocientas las encomiendas; porque tengo antecedentes para creer que no llegaron entonces a la mitad ni los indios al número que suponen. Ningún papel he leído que apoye lo que dice Rui Díaz y copia Lozano.

103. Afligido el corazón de Irala viéndose precisado a premiar a tantos y tan beneméritos conquistadores, sin poderles conferir encomiendas, por haber pocos indios; luego que llegó Pedro Segura de San Gabriel, que sería en julio o agosto de 1555 despachó a Nuflo de Chaves a la provincia del Guairá, para precisar a los indios de ella a formar pueblos permanentes y sujetarlos a encomiendas con que premiar a los beneméritos que no las tenían. En esto llevó Irala también la mira de posesionarse de aquella provincia, previniendo a los portugueses que a toda priesa avanzaban hacia aquella parte: y como el Guairá comprendía el gran espacio que hay entre los ríos caudalosos   —328→   Tiete e Iguazú42 desde el Paraná, donde desaguan hasta la mar, pensaba establecer por allí una comunicación con España. Salió pues Chaves en setiembre de 1555 con una compañía de españoles y algunos indios auxiliares, y redujo sin dificultad a los guaranís de la costa del Paraná, que le franquearon sus canoas para introducirse por el caudaloso Parapané, el cual viniendo del Oriente vierte en el Paraná algunas leguas sobre su salto grande. Redujo a los numerosos guaranís de sus riberas hasta llegar a internarse por el caudaloso Tibahiba que entra por la derecha o por el Mediodía en dicho Parapané, y tiene bastantes arrecifes y saltos. En su curso sometió sin tropiezo a muchos guaranís, les entregó cartas para que les sirviesen de salvaguardia por si llegaban los portugueses, haciendo constar por ellas ser vasallos de España. Sin dejar su navegación, se introdujo por otro río hasta que despidiendo las canoas y metiéndose por unos pinares o cuñis redujo otros indios guaranís, dejándola iguales salvaguardias. Desde allí determinó retirarse por donde no había estado y en su tránsito fue acometido por los guaranís llamados peabiyús incitados principalmente por su médico Catiguará. Murieron en el ataque algunos españoles y auxiliares, pero mucho más peabiyús, y Chaves ganó la victoria. Después atravesó unos palmares venciendo a los guaranís en algunos encuentros. Logró reducirlos, y aunque algunos de los principales y de todos los que había encontrado en su expedición le acompañasen a la capital, donde Irala los recibió cariñosamente. De estos indios, todos guaranís, reducidos y sujetos por Chaves, se formaron los trece pueblos de la provincia del Guairá llamados Loreto, San Ignacio, San Javier, San José, Asunción, San Ángel, San Antonio, San Pablo, San Tomé, Ángeles, Concepción, San Pedro y Jesús María.

104. Los pobladores de la villa de Ontiveros del Guairá que se componían de muchos partidarios del difunto Abreu y de otros descartados por Irala, viendo que no se les dio parte en la expedición de Irala ni aun noticia estando ellos en la provincia del Guairá, creyeron que no serían comprendidos en el reparto de encomiendas, y con este motivo se alborotaron.   —329→   Noticioso Irala llamó a su comandante García Rodríguez de Vergara, bajo el pretexto de tratar asuntos del servicio del rey, y envió otro en su lugar, para que mandase interinamente, pero los de la villa no le quisieron admitir. En consecuencia despachó por abril de 1556 a Pedro Segura con cincuenta españoles e indios auxiliares, para que apaciguase a los de Ontiveros y recogiese algunos que andaban descarriados entre los indios. Llegó Segura al Paraná enfrente de la villa e hizo humareda, que era la señal para que le enviasen canoas en que pasar, pero lejos de esto, tomaron las armas para impedirle el paso; y situándose con sus canoas al abrigo de una isla distante un tiro de arcabuz de otra largar catorce o más leguas, requirieron a Segura que se volviese sin entrar en el Guairá, que era provincia suya. La cabeza principal que dirigía a los de Ontiveros era el inglés Nicolás Colman, manco de la mano derecha, y hombre que en esta ocasión y en otras precedentes manifestó mucho valor. Viendo Segura la firme resolución de no dejarle pasar el Paraná, intentó hacerlo de noche con fangadas; pero apenas había embarcado su gente le acometieron muchas canoas tirándole flechas y arcabuzazos, y obligándole a desembarcar y a retirarse a la Asunción.

105. Irala, aunque resentido contra los de Ontiveros, no dejó de conocer su razón y escogitó un medio de contentarlos, sin dejar de llevar adelante sus miras de proveer de encomiendas, a los que no las tenían en la Asunción, de contener a los portugueses y de entablar por el Guairá comunicación hasta algún puerto de la costa del Brasil. Dispuso, pues, de acuerdo con los de Ontiveros que Rui Díaz Melgarejo con cien españoles de los que no tenían encomienda, pasasen al Guairá, y que uniéndose a los de Ontiveros fundasen una ciudad donde les acomodase, repartiéndose aquellos indios. En efecto marchó esta gente y pasó el Paraná con las canoas de Ontiveros, cuyos habitantes de acuerdo con los de Melgarejo resolvieron abandonar su villa, y fundar juntos a Ciudad Real a principios del año 1557, como tres leguas al Norte de Ontiveros en la confluencia de los ríos Garaná y Pequirí repartiéndose aquellos indios en encomiendas. Rui Díaz, lib. 3, cap. 2, y su copiante Lozano, lib. 3,   —330→   capítulo 2, dicen que los indios que se repartieron eran cuarenta mil familias, que la población floreció con abundancia de vino, azúcar, cera y algodón, hasta que perecieron los indios con las jornadas, salidas y trabajo ordinario, y que entonces quedó Ciudad Real muy diminuta y miserable. Añaden, que por estar bajo del trópico era muy enfermiza de fiebres, diarreas y modorras malignas. Pero en todo me merece la misma fe que cuando treinta y cinco años después mandando en Ciudad Real el propio Rui Díaz, tomó gente de ella, con la que fundó la segunda Jerez, desde la cual escribió de oficio a la Asunción, que había hecho esta fundación por condescender a las solicitudes e instancias de los de Ciudad Real, cuyos vecinos le convencieron de haber faltado a la verdad, acusándole y probando que los había violentado contra su voluntad: yo he leído estos papeles originales. En efecto nada tiene que ver el trópico con tales enfermedades, ni estas se padecían, ni hubo vinos, jornadas de indios, ni eran estos la décima parte de los que dicen.

106. Con el mismo fin de proveer de encomiendas a los que aun no las tenían, determinó Irala fundar un pueblo entre los jaraies repartiéndoles estos indios y con la idea también de que sirviese de escala a la comunicación que deseaba entablar por el Perú con las provincias de Chiquitos y Santa Cruz. Confi[ó] esta empresa a su amigo Nuflo de Chaves dándole doscientos veinte españoles, muchos indios auxiliares, embarcaciones, etc., despachándolos a fines de 1556 o principios de 1557 cuando a los que fueron a fundar a Ciudad Real, parte embarcados y el resto por tierra, con orden de juntarse en la provincia de Itati o de Ypane, como lo hicieron en el puerto de San Fernando donde los dejaré para arribar a los sucesos de la Asunción.