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ArribaAbajo- XVIII -

Del descubrimiento y conquista del Río de la Plata, licencia del Rey y primera expedición


1. Juan Díaz de Solís natural de Lebrija y piloto mayor en España, poseído del entusiasmo común en su tiempo de hacer descubrimientos, pidió al rey licencia y se la dio para satisfacer sus deseos. En consecuencia dispuso con su caudal una embarcación, y con ella siguiendo los pasos de Vicente Yáñez Pinzón, pasó al cabo de San Agustín el año de 1512. Desde allí fue reconociendo legua por legua la costa del Brasil, hasta que hallándose en los cuarenta grados de latitud austral, reflexionó que había dejado por los 35 y 36 grados una abra grandísima. Retrocedió pues a reconocerla principiando por la costa que le estaba más cerca, que era la meridional, y fue fijando en sus árboles algunas cruces que atestiguasen haber estado allí. Trató amigablemente con los indios guaranís, que encontró a donde están hoy Buenos Aires, San Isidro, las Conchas e islas inferiores del río Paraná: y lo que de ellos y de la dulzura de aquellas pudo comprender fue, que aquello no era abra ni golfo del mar, sino un río llamado Paraná guazú, que significa Paraná grande. Reflexionó Solís, que aquel río de caudal tan enorme, debía atravesar precisamente dilatadas y remotas regiones, cuyo reconocimiento produciría de seguro mucha gloria y quizá grandes riquezas a quien lo hiciese, pero considerando que su embarcación, gente y preparativos no eran suficientes para tan ardua empresa, se salió a la mar, y cargando al paso su buque de palo del Brasil llegó felizmente a España.

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2. Francisco López de Gomera32 en su Historia general de Indias, cap. 89, y Martín del Barco Centenera en el canto 1º de su Argentina dicen, que Solís impuso al citado río el nombre de Río de la Plata, por las muestras que en él vio de este metal, y el padre Jesuita Lozano, lib. 2, cap. 1, de su historia manuscrita del Paraguay, escribe que le llamó Río de Solís. Pero Solís no pudo ver lo que suponen y dichas denominaciones se dieron después al río por motivos diferentes.

3. Dio Solís cuenta al rey de lo ocurrido en su viaje, pidiéndole la privativa en el descubrimiento, conquista y gobierno de los países regados por aquel río; y habiéndole sido acordada sin facilitarle auxilio alguno, alistó por su cuenta tres naves: una de treinta toneladas y de la mitad cada una de las otras, con sesenta hombres además de las tripulaciones, y víveres para dos años y medio. Listo todo salió de Lepe el 8 de octubre de 1515, y llegando a la boca del mencionado río, entró reconociendo su orilla más próxima, que era la septentrional. Vio en aquella algunos indios charrúas que le observaron, y figurándose fatalmente que eran de la misma nación, o a lo menos de la misma buena índole que los guaranís que en su viaje precedente había tratado en la ribera opuesta, quiso hablarles y no tuvo reparo en salir afuera en el bote con algunos españoles. Pero apenas habían desembarcado junto a la boca de un arroyo, cuando dichos indios con otros que de improviso salieron, se arrojaron sobre ellos y los mataron a todos, menos a uno que se pudo salvar. Por esta desgracia conserva aun dicho arroyo el nombre de Arroyo de Solís entre Montevideo y Maldonado. Los mencionados escritores López y Lozano, ibid., y Antonio León Pinelo en su representación hecha en 1623 al Consejo de Indias, añaden que los charrúas se comieron asados a los españoles muertos; pero no les creo, por que no habiendo cosa tan durable como las costumbres entre los bárbaros, si lo hubiesen hecho lo harían y no es así, ni conservan memoria de semejante comida. Esta voz la esparcieron sin duda un hermano del Solís y su cuñado Francisco Torres, que iban de pilotos y fueron testigos del desgraciado suceso, del que   —233→   quedaron tan atemorizados, que al instante tomaron la vuelta de España, donde hicieron del caso y del país la pintura tan triste y fea, que por algunos años quitaron a otros la tentación de repetir el reconocimiento de aquel río, al cual con mucho motivo denominaron entonces Río de Solís.



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ArribaAbajo- XIX -

Segunda expedición por el veneciano Sebastián Gaboto


4. El primero que siguió la derrota o viaje de Solís, fue el veneciano Sebastián Gaboto. Este sirviendo al rey de Inglaterra, había buscado infructuosamente aunque con pericia y valor, un paso a la India Oriental por el Norueste de la América; y habiendo venido poco satisfecho a España, ofreció al rey conducir una expedición para la citada India por el estrecho de Magallanes. Aprobó el rey la propuesta nombrando piloto mayor a Gaboto, y contratando con él a 4 de marzo de 1525, que le proporcionaría tres embarcaciones con víveres y todo lo que dijese Gaboto ser necesario. Fue nombrado para su segundo Martín Méndez, para alguacil mayor Pascual Rivas, y para piloto mayor faltando Gaboto, Miguel Rodas. En la nave capitana, Francisco Concha era contador, y Hernando Calderón tesorero. De la llamada Santa María del Espinar, era capitán Gregorio Caro, contador Miguel Valdés, y tesorero Juan del Junco: y los mismos empleados en la nombrada Trinidad, eran Francisco Rojas, Antonio Montoya, y Gonzalo Núñez Balboa hermano del que primero, vio el mar Pacífico. Otra embarcación se aprontó por cuenta de Miguel Rufis confidente de Gaboto; y la gente ascendía a unos doscientos cincuenta o trescientos hombres, entre los cuales había bastantes hijosdalgo, como Gaspar Celada, Rodrigo Benavides, Juan Concha, Sancho de Bullón, Jerónimo y Juan Núñez de Balboa, hermanos de Gonzalo, Martín Rueda, Francisco Maldonado, Martín Hernández de Urquizú, Cristóbal de Guevara, Hernán Menéndez, Rui Mosquera, Nuño de Lara, etc.

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5. Mientras se alistaban las cosas, algunos envidiosos hablaban muy mal de Gaboto, y recelando este le quitasen su destino los que con el mayor empeño lo pretendían, aceleró sus disposiciones, y aun riñó con los diputados reales porque no se daban priesa, ni le aprontaban los víveres pedidos. Viendo que sus enemigos ganaban terreno en la corte, determinó hacerse a la vela, aun faltándole muchas cosas. Salió pues de Sevilla a primeros de abril de 1526, y temiendo que le faltasen los víveres, estableció cuidado extraordinario y economía en su distribución. Esto produjo entre sus gentes mucha murmuración, resultando al fin que por escrito le hicieron un requirimiento, solicitando fuese a tomar víveres en la costa del Brasil. Disimuló Gaboto el disgusto que le daba este incidente, y creyendo no deber hacer otra cosa, arribó a la isla de Santa Catalina, donde perdió la mayor de sus embarcaciones, que tocó en la costa al tomar puerto. Se salvó la gente y se le juntaron Enrique Montes y Melchor Ramírez, que vivían con los indios, habiendo dejado al hermano de Solís cuando fondeó allí en su regreso a España. También encontró y se le agregaron otros quince españoles desertores de una expedición que iba a las Molucas mandada por Rodrigo Acuña. Compró los víveres que pudo de aquellos indios guaranís, y viendo que no le bastaban para su viaje, para el cual también le hacía grande falta la embarcación perdida, determinó abandonar su navegación a la India Oriental, y compensarla continuando el descubrimiento del río de Solís. Todos aplaudieron el pensamiento menos Martín Méndez, Francisco Rojas y Miguel Rodas con muy pocos soldados que prefirieron quedarse allí, para pasar luego al Brasil de donde escribieron al rey contra Gaboto. El padre Lozano en el lugar citado dice, que Gaboto dejó abandonada dicha gente en la isla de Flórez, sin advertir que era imposible vivir en ella porque no hay que comer, y también lo era el poder salir.

6. Mientras duraron los debates sobre ir o no a las Molucas, construyó Gaboto una galeota, y se hizo a la vela el 15 de febrero de 1527 para ir a fondear en el puerto de los Patos y no a la bahía de Todos Santos según dice López. Compró   —237→   allí algunos víveres de aquellos guaranís, llevándose cuatro muchachos, para que en adelante le sirviesen de intérpretes. Continuó, y entrando por el río de Solís, reconoció luego la isla de Flórez pero hallándola desierta y sin puerto, se fue a fondear en la de San Gabriel. Desde allí despachó sus botes en solicitud de puerto más seguro, y con la noticia que le trajeron, se fue a dar fondo el 6 de abril en la boca de un río que denominó San Lorenzo y hoy llaman de San Juan enfrente de Buenos Aires. Metió dentro tres de sus embarcaciones, despachando la cuarta con el capitán Juan Álvarez Ramón a reconocer el río Uruguay, que desemboca allí, y a buscar un buen puerto. Mientras tanto edificó una casa de paja circundada de palizada, para custodiar las embarcaciones y efectos que le embarazaban contra los indios charrúas, que no se le dejaban ver. Entonces se le presentó Francisco del Puerto, que habiendo escapado de la matanza de Solís se juntó a los indios yarós, los cuales le admitieron a vivir libremente entre ellos por la costumbre de todo indio silvestre de recibir y tratar con igualdad a todo hombre que se les presenta voluntariamente no siendo en acción de guerra. El citado Álvarez Ramón navegó el río Uruguay, hasta que una tormenta al tercero día, le arrojó sobre el banco de arena que hay poco encima de dos islas que están enfrente, del río Negro, donde en aguas bajas se descubren aun los restos de tal embarcación, sabiéndose por tradición que son de Álvarez. Salvose la gente, y regresaba parte en el botecillo y el resto a pie por la orilla oriental del río, cuando los indios yarós los acometieron, y mataron al capitán con algunos otros; pero los demás llegaron adonde estaba Gaboto.

7. Instruido este por los náufragos y por los botes que había despachado a reconocer aquel golfo, de que el río Uruguay no era el de mayor caudal, ni el más apropósito para navegarse, dejó en San Juan la mayor de sus embarcaciones con algunos efectos, que se figuró no serles necesarios, con cuarenta y dos hombres a la orden de Antón Grageda, y el día 8 de mayo de 1527 navegó con la galeota y carabela. Atravesó el golfo hasta entrar por el brazo más austral del río de Solís, llamado Río de las Palmas, y siguiéndole trató amistosamente   —238→   con los Indios albeguas y otros que después se redujeron en el pueblo del Varadero. También compró de ellos algunos víveres, sirviéndoles de intérpretes los cuatro muchachos que había sacado del puerto de los Patos en la costa del Brasil que todos eran guaranís. Después tomó a mano izquierda el que llaman Riacho y es brazo del Paraná que viene de Coronda, hasta encontrar en los 32º 25' 12" de latitud la boca del río Carcarañal, así llamado porque vivían allí los guaranís llamados caracarás. De estos y de los timbús que habitaban poco más arriba la isla enfrente de Coronda, dice Ulderico33 Schimidels, cap. 13, que eran quince mil guerreros altos y grandes; que usaban canoas largas de ochenta pies y que las mujeres llevaban heridas en la cara; pero todo es mucha ponderación, y las que llaman heridas eran las marcas azules que usan las mujeres de aquellas naciones silvestres. Barco Centenera, canto 19, yerra diciendo que los timbús mataron a Gaboto.

8. Como quiera los albeguas, caracarás y timbús informaron a Gaboto de que había países muy extensos hacia el Poniente, y de que más arriba habitaban muchos pueblos guaranís. Estas noticias y al ver la docilidad de aquellos indios, que hacían cuanto él les ordenaba, le sugirieron la idea de intentar dos descubrimientos: uno hacia el Sudueste, y otro continuando su navegación; pero como necesitaba apoyarlos en algún punto que sirviese de escala, determinó hacer allí mismo un establecimiento. Tomada esta resolución y no pudiendo dudar que los que habían quedado en Santa Catalina por no quererle seguir, escribirían contra él a la corte donde sabía tener bastantes enemigos, quiso justificarse con el rey y en sustancia le escribió: que la estrechez de víveres le obligó a buscarlos en la isla de Santa Catalina, donde no encontró los suficientes para su viaje: que tampoco pudiera haber seguido después de la pérdida de su nave principal: que en esta situación con dictamen de todos, menos de muy pocos, había subrogado al viaje de la India Oriental, la continuación del descubrimiento del río de Solís: que esta idea le había salido tan bien, como que de contado había ya descubierto un gran país fértil, de excelente clima, y muy poblado de naciones que se le habían   —239→   sometido, de las cuales enviaba algunos individuos a prestar vasallaje personalmente: que iba a emprender los dos descubrimientos y el establecimiento que tenía meditado, con lo que se prometía en breve hacerle soberano de países inmensos, de naciones sin número y de riquezas abundantes. Concluyó pidiendo auxilios y el mando de sus descubrimientos.

9. Despachó esta carta por una embarcación que debía volver de San Juan con algunas cosas que le faltaban, marchando luego a España la que allí había con la carta, encargando a sus amigos Hernando Calderón y Roger Barto que iban bien impuestos para ponderar las ventajas del descubrimiento. Con este objeto les ocurrió adornar los indios que llevaban, con planchuelas y otras bagatelas de plata en las orejas, cuello y brazaletes, dando a entender eran adornos usados en su país: esta misión salió tan a su gusto, como que por estas frioleras se dio al río de Solís el nombre de Río de la Plata. Se aprobó además la conducta de Gaboto; se le nombró jefe de aquel descubrimiento y se le mandó enviarle los auxilios que pedía. Pero como el Erario escaseaba de fondos, escribió el rey a fines de octubre de 1527, a los comerciantes de Sevilla incitándoles a tomar parte en las empresas de Gaboto. Se tomaron tiempo dichos comerciantes, y hallando no tenerles cuenta, se excusaron contestando al año siguiente; pero Su Majestad mandó nuevamente que por cuenta de su Erario se auxiliase a Gaboto.

10. Este mientras tanto ayudado de los indios caracarás se puso a edificar encima de la boca del río Carcarañal y pegado a ella, un fuertecillo llamado Santispiritus; que según sus restos era cuadrado rodeado de foso y palizada con los ángulos elevados con terraplén. Al mismo tiempo construía un bergantín; y estando de vuelta la carabela con los efectos de San Juan, despachó a cuatro españoles, el uno llamado César para que caminando por tierra hacia el Sudueste, descubriesen lo interior del país, y volviesen al fuerte a los cuatro meses. Puso remos a la galeota y bergantín y dejando en Santispiritus la carabela con 60 hombres mandados por Gregorio Caro, sobrino del obispo de Canarias, principió a navegar con los dos buques de remos el 23 de diciembre de 1527 siguiendo el brazo o   —240→   riacho del Paraná que pasa por Coronda, hasta salir por el llamado Colastine al río principal. Compró víveres y trató amistosamente con los indios timbús, calchaquis, quiloasas, colastines y otros, todos guaranís. Continuó después por el río Paraná hasta que le impidió ir más adelante el Ytu o Salto, que es un arrecife por los 27º 27' 20" de latitud y 59 grados de longitud geográfica. Allí también compró víveres de varias parcialidades o pueblos guaranís que encontró en aquellas inmediaciones y en la isla de Apipé, que tiene treinta leguas de largo. De estos indios se formó después el actual pueblo de Ytati, y los mismos informaron entonces en verdad a Gaboto por medio de los intérpretes, que aquel río tenía más arriba saltos o arrecifes insuperables para sus embarcaciones. Con esta noticia denominó Gaboto a aquel sitio puerto de Santa Ana; y después de haberse detenido un mes, retrocedió el 26 de marzo de 1528, en solicitud del río Paraguay, cuya boca había visto antes al paso y dejando atrás por parecerle menos caudaloso que el Paraná como en efecto lo es. Se introdujo pues, por dicha boca hasta encontrar por su izquierda la del río Ypitá o Berbejo. Pero su bergantín que estaba algo adelantado, reconociendo la orilla opuesta u oriental, descubrió en ella algunos indios agaces o paiaguas, cuya toldería o pueblo portátil estaba cerca de allí en el bañado de Ñembucú. No pudieron los españoles comunicarse con ellos sino por señas; y la interpretación que les dieron determinó a unos quince a veinte y cinco españoles con los oficiales Gonzalo Núñez Balboa y Miguel Rufis a tomar tierra y seguir a los pocos agaces que caminaban delante hacia su pueblo. Pero apenas se apartaron de la orilla lo bastante para no perder ser socorridos del bergantín, fueron asaltados y muertos todos por los agaces que salieron de una emboscada. Esta desgracia hizo conocer a Gaboto, que aquellos indios eran en fuerzas y valor muy superiores a los guaranís que hasta entonces había únicamente visto; y por consiguiente que si continuaba más adelante, le opondrían dificultades que no podría vencer con las fuerzas que tenía. Esta juiciosa reflexión le determinó a retroceder sin poder satisfacer su venganza. A las treinta leguas bajo de la boca del río Paraguay encontró a Diego García que subía navegando   —241→   con la pretensión de disputar a Gaboto la gloria de aquel descubrimiento. Le hizo Gaboto relación puntual de todo, y no atreviéndose García a ir más adelante, retrocedió y ambos se bajaron juntos a Santispiritus.

11. Rui Díaz, lib. 1, cap. 6, y el padre Lozano, lib. 2, cap. 1, dicen que Gaboto subió navegando por el río Paraguay, hasta que por los 25º 38' 38" de latitud en el sitio llamado la Angostura, le dieron los agaces una batalla naval con 300 canoas logrando coger un botecillo en que iban Juan Fuster, Héctor de Acuña y Antón Rodríguez; de los cuales los dos primeros dicen fueron encomendaderos muy peritos en la lengua paiguá cuanto se rescataron: que después subió Gaboto hasta el sitio llamado la frontera que está en los 25º 23' 30" de latitud, donde adquirió de los guaranís las piezas de plata y oro que envió al rey con sus agentes. Y como aquellos países no producen metales, dice Rui Díaz, cap. 1, libro 9, que los trajo del Perú del modo que explica el portugués Alejo García a quien mataron los guaranís robándole. Pero todo es increíble porque el citado Diego García que encontró a Gaboto saliendo del río Paraguay dice en su relación hecha al rey: que Gaboto no pasó de los 27 grados; por consiguiente no pudo tener otra batalla que la citada del Ñembucú, ni ver un indio guaraní en el río Paraguay. Tampoco despachó a sus agentes con las planchuelas de plata desde donde suponen, sino luego que llegó a Santispiritus porque solo así pudieron llegar a manos de Su Majestad antes del fin de octubre de 1527, según dije en el núm. 9: esto es cuado Gaboto aun no había entrado en el río Paraguay. Siendo pues falso que las planchuelas de plata remitidas al rey por Gaboto fueron adquiridas por este en la citada frontera, resulta que cuanto sobre ellas escribe Rui Díaz, libro 1, cap. 5, es una novela con imposibilidades e inconexiones que no pueden apoyarse como pretenden, atrasando cuatro años la salida de Gaboto de España, ni con decir que Alejo García fue muerto en Tabaré dejando un hijo a quien él conoció, ni con la transmigración de los chiriguanas. Porque Gaboto salió de España al mismo tiempo y quizás antes que el supuesto Alejo García de San Vicente: porque este Alejo regresó sano a San Vicente sin dejar   —242→   hijo en el Paraguay según dice Alvar Núñez Cabeza de Vaca en el cap. 50 de sus comentarios, y porque muchos años antes eran ya los chiriguanas vasallos del Inca Tupanqui, según Garcilaso, lib. 7, cap. 17: basta de crítica y voy a hacer conocer el objeto del viaje de Diego García el que tropezó con Gaboto en el río Paraná.



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ArribaAbajo- XX -

Expedición a cargo de algunos comerciantes, mediante contrata con el Gobierno: otra por cuenta de este, y fundación del puerto de Santa María de Buenos Aires


12. Mientras los españoles particulares no se determinaban a seguir las pisadas del desgraciado Solís, no dejaba la corte el negocio de la mano, incitándolos, hasta que logró que los comerciantes Hernando Andrada, Cristóbal de Haro, Rui Bastante y Alonso Salamanca entraron en la especie bajo de una capitulación, aunque ignoro la que fue, pero es de presumir tendría dos polos bien distintos: el rey miraría a descubrir países para ensanchar sus dominios, y el de los comerciantes al aumento de sus ganancias. Estos en consecuencia equiparon una embarcación de cien toneladas, un patache de veinte y cinco, y un bergantincillo en piezas para armarle donde conviniese. Se dio el mando al piloto Diego García, hijo de Moguer, y por segundo y socio a Rodrigo de Area. Listo todo salió de Finisterre el 15 de enero de 1526, tocó en Canarias saliendo el 1 de setiembre para el cabo Verde, continuando hasta el cabo de San Agustín. Luego costeó el Brasil y el 15 de enero de 1527, fondeó en San Vicente que era un pueblo portugués fundado por Martín Alfonso de Sousa el año 1506. Allí tomó víveres e hizo el comercio, que era su objeto predilecto, compró un bergantín y fletó su mayor embarcación para conducir negros a Europa a un bachiller, ofreciendo enviársele desde el río de Solís. De allí fue costeando el Brasil y comerciando en todas partes hasta que entró en dicho río de Solís o de la Plata y fondeó en San Juan, de donde al momento despachó su mayor   —244→   embarcación con el citado bachiller que se había embarcado e iba con él. Lozano, lib. 2, cap. 2, hace salir a García de San Vicente a fines de setiembre para hacer posible que en el puerto de los Patos se encontrase con Gaboto; pero los comercios y flema en todo de García, y la actividad de Gaboto, que salió de Santa Catalina el 15 de febrero, hacen increíbles la salida tan repentina de aquel de San Vicente, y el encuentro de ambos en el puerto de los Patos.

13. Armó García en San Juan su bergantín y siguió las aguas de Gaboto hasta Santispiritus, y después hasta que le encontró de regreso, y bajaron juntos. Continuó García hasta España y se quedó Gaboto en dicho Santispiritus esperando resultas de sus emisarios en la corte. Esta según vimos en el núm. 9 estaba muy decidida a favor de Gaboto; pero no pudiendo el Erario aprontar lo pedido por él, adelantaban poco sus agentes. Esta tardanza tenía impaciente a Gaboto, ignorando que lo podría pensarse de él hasta que finalmente recogió todo lo que tenía en San Juan abandonándolo, y dejando en Santispiritus ciento diez soldados al mando de Nuño de Lara, con su alférez Mendo Rodríguez de Oviedo y el sargento mayor Rui Pérez de Vargas, se embarcó y llegó a España el año de 1530. López de Gomera, cap. 89, dice que se retiró sin hacer cosa buena; pero por lo visto se conoce que hizo bastante.

14. Dicho Nuño de Lara conservó la paz con los indios caracarás y timbús, hasta que en el año de 1532, la turbó el caso siguiente. Se enamoró Mangoré cacique de los timbús de Lucía Miranda mujer legítima del soldado Sebastián Hurtado ambos naturales de Écija, quiso satisfacerse a fuerza aprovechando la ocasión de haber salido del fuerte en el bergantín el capitán Rui García Mosquera con cuarenta españoles a buscar víveres por aquellas islas y riberas. Juntó Ma[n]goré a su gente, y la ocultó en unos sauces que aun se ven a un tiro de Santispiritus y acercándose de noche con diez o doce indios, llamó a la puerta diciendo traía que comer. La guardia, que le conocía viendo que venían pocos, les abrió, pero Mangoré y los suyos se opusieron a que se cerrase, y acudiendo de repente los de los sauces, se introdujeron y mataron a todos los españoles menos   —245→   a dicha Lucía no sin pérdida suya; porque Nuño de Lara y algunos que pudieron empuñar sus armas, mataron a Mangoré y a otros muchos indios. No tardó mucho en regresar el bergantín, y viendo los cadáveres, lloraron lo que es de figurarse; pero Sebastián que no encontró el de su mujer, como loco salió al campo a buscarla. En efecto la encontró entre los indios, que le habrían muerto a no mediar las lágrimas de Lucía, de quien se había ya apropiado Siripio, hermano de Mangoré, y no omitía diligencia para interesarla en sus deseos. Así pasaron algunos días hasta que cansado o celoso Siripio, la hizo quemar viva, presente Sebastián atado a un árbol y muerto enseguida a flechazos. El sitio del fuerte y las cercanías llevan aun el nombre de Rincón de Gaboto; y Domingo Ríos, que las ha heredado de sus antepasados, me hizo la relación de este suceso, según lo he escrito, diciendo haberle oído contar muchas veces a su madre, que murió muy vieja. Él mismo me mostró el sitio preciso donde murió Lucía con su esposo, en el bosque del Bragado a la orilla del riacho de Coronda como una legua al Norte de la capilla de este nombre. Rui Díaz, lib. 1, cap. 7, cuenta de otro modo este suceso, y supone se salvaron cinco mujeres y cuatro o cinco muchachos.

15. Rui García Mosquera y sus compañeros del bergantín, enterraron los muertos y navegaron hasta salir a la mar; pero como la embarcación no era propia para llevarlos a España, costearon de muy cerca el Brasil, hasta que tomaron tierra en la Bahía de Iguá distante veinte y cuatro leguas de San Vicente. Allí se fijaron y vivieron en buena correspondencia con los indios comarcanos y con los portugueses, hasta que en 1534 dieron acogida a Duarte Pérez, bachiller portugués, desterrado por su corte a San Vicente con toda su familia. Este apoyado de los españoles, hablaba mal de su rey y ministros, y picados sus compatriotas de San Vicente, le reclamaron con la alternativa de entregarlo jurando todos vasallaje a Portugal, o desamparar el sitio en el término de treinta días. Los españoles contestaron negándose a todo, y quedó la guerra declarada. Justamente en esta ocasión llegó un navío francés corsario que fondeó fuera de la vista del pueblo español; pero observando   —246→   que en el bote salían algunos marineros a examinar la tierra, los sorprendieron los españoles y entrada la noche, se acercaron al corsario fingiendo ser los que salieron en el bote que volvían con canoas cargadas de víveres, logrando abordar y tomar la embarcación a costa de algunas cuchilladas. Así se proveyeron de armas y municiones y de algunos cañoncitos que colocaron en tierra oportunamente, por si llegaban los portugueses. En efecto llegaron dos compañías de ochenta hombres cada una con muchos guaranís auxiliares; pero encontraron tan inopinada resistencia, que con gran desorden se retiraron dejando bastantes muertos y prisioneros entre estos el Comandante Pedro Goes. Los españoles siguieron al alcance hasta entrar y saquear a San Vicente, retirándose con algunos portugueses que eran sus amigos secretos, y luego todos juntos se dieron a la vela y fueron a establecerse en la isla de Santa Catalina.

16. Poco después de haber abandonado a Santispiritus, llegaron a él de regreso aquel César y sus compañeros despachados por Gaboto a reconocer los países interiores; y viéndolo desierto, volvieron a internarse según Rui Díaz, libro 1, cap. 9, sin contratiempo y atravesando larguísimas regiones por entre variedad de naciones de indios, cortaron la gran cordillera, y llegaron a hablar al soberano del Perú; y no sabiendo qué hacer de vuelta en Santispiritus, retrocedieron, y al fin se juntaron con las tropas de Pizarro. Llamaron a este viaje la conquista de los Césares, y quizás de aquí tomó principio la fábula de los Césares, que aun creen muchos en Chile.

17. Instaba entre tanto Gaboto a la corte para que se le aprontasen los auxilios que tenía pedidos como necesarios a la continuación de sus descubrimientos; pero el Erario exhausto del rey, nada le podía facilitar. En estas circunstancias incitado de las ponderaciones de Gaboto, se le metió en la cabeza a don Pedro de Mendoza gentil hombre de cámara de Su Majestad y mayorazgo rico de Guadix, hacer al rey una propuesta ofreciendo terminar dichos descubrimientos bajo las siguientes condiciones: 1ª Que se le señalasen dos mil ducados de sueldo pagaderos del producto de la conquista, y de no producirlos, el   —247→   Erario no se obligaba a pagar nada a título de sueldos, indemnización ni otro alguno. 2ª Que se le diese título, honores y facultades de Adelantado del Río de la Plata. 3ª Que su jurisdicción principiase al Norte de la isla de Santa Catalina, siguiendo la costa del mar, dando vuelta al cabo de Hornos y doscientas leguas más en el mar Pacífico, hasta encontrar con el gobierno de Diego Almagro en Chile. 4ª Que se obligaba a construir desde luego tres fortalezas para defender al país; a abrir comunicaciones con el Perú, a conducir por su cuenta armas, municiones, víveres y soldados, cien caballos y yeguas, ocho frailes, médico cirujano y botica. Y 5ª que se le diese para sí y sus herederos, la tenencia de alcalde de una de las fortalezas a su elección, y la vara de alguacil mayor en el pueblo de su residencia. Aprobó el rey esta propuesta el 21 de mayo de 1524, con condición de permanecer tres años en la conquista, pasados los cuales podría volver a España, dejando en su lugar persona que fiscalizase la conquista.

18. Para administrar la real hacienda, nombró el rey al factor Carlos de Guevara, al contador Juan de Cáceres natural de Madrid, al veedor García Venegas hijo de Córdoba, y al tesorero Gutiérrez Laso de la Vega, sobrino del obispo de Plasencia, de donde era hijo. Nombró también alcaide de la primera fortaleza a Nuño de Silva, y por regidores de las primeras poblaciones, a Luis Valenzuela, Bernabé Segovia, Luis Gallego, Juan Santa Cruz, Francisco López del Rincón, Luis Hoces, Juan Oviedo, Hernando de Molina, Martín Ruiz, Gaspar Quevedo, Hernando de Castro, Juan Cienfuegos vecino de Cuéllar, Antonio de Monte Herrera, Álvaro Almada, Luis Martínez, Diego Armayo, Alonso Hurtado, Rodrigo Villalobos, Antonio Ayala, Juan del Junco, Antonio Castillo, Pedro Ventura, Tomás Castro, Tomás Armenteros, Martín Heredia, Juan de Segovia, Luis Asturias, Juan de Orné y Juan Orduña. Se nombró almirante a don Diego hermano del adelantado, alguacil mayor a Juan de Ayolas, vizcaíno favorito del adelantado y su mayordomo, y sargento mayor a Luis de Rojas y Sandoval. Los demás capitanes y oficiales eran: Juan Osorio natural de Ávila, Juan Salazar de Espinosa, hijo de villa de Pomar;   —248→   Francisco Ruiz Galán de León, Domingo Martínez de Irala34, de Vergara, Gonzalo de Mendoza de Baeza, Jorge Laxan, Diego Avalos, don Francisco de Mendoza hijo del conde de Castro Jerez, gentil hombre de Su Majestad y mayordomo del rey de romanos; Diego Barba de León, Sanjuanista, Hernando de los Ríos, Andrés Hernández el Romo, los dos de Córdoba; Perafán de Rivera; Hernando de Rivera, Juan Manrique, Diego Abreu, Pedro Ramiro de Guzmán, los cinco sevillanos; Felipe de Cáceres hermano del contador Juan Carbajal sobrino del obispo de Plasencia; Juan Ortega, Luis Hernández de Zúñiga, los dos montañeses; Francisco Avalos Piscina, de Pamplona; Hernando Arias, de Mantilla; Gonzalo Aguilar y el capitán Medrano, de Granada; Hernando Luis de la Cerda, Sancho del Campo pariente del adelantado, Agustín Ocampos los tres de Almodóvar; Diego Luján, don Juan Ponce de León, hermano del duque de Arcos, los dos de Osuna; Juan Romero, Francisco Hernández de Córdova, los dos del marquesado de Priego; Antonio de Mendoza, Bartolomé Bracamonte, los dos salamanquinos; los hermanos Pedro y Diego de Estopiñán, el capitán Figueroa Alonso, Suárez de Ayala, Juan de la Vera, los cinco de Jerez de la Frontera; Jaime Resquin valenciano; Carlos Dubrin hermano de leche del emperador Carlos V, Simón Jaques de Ramón, los dos flamencos; Bernardo Centurión genovés, cuatralbo de las galeras del príncipe Deria; Pedro Benavides sobrino del adelantado, y Luis Pérez de Cepeda hermano de Santa Teresa de Jesús. Estas gentes fueron sin duda las más distinguidas e ilustres entre los conquistadores de Indias.

19. Aunque Rui Díaz, lib. 1, cap. 10, y López de Gomera, cap. 89, hacen salir a esta armada el año de 1535, yo creo más bien por venir en ello Schimidels y Lozano que dicen salió el 24 de agosto de 1534 de Sevilla y el 1 de setiembre de San Lúcar. Se componía de catorce embarcaciones con sesenta y dos caballos y yeguas, dos mil quinientos españoles y ciento cincuenta alemanes, sajones y flamencos. Entre ellos el soldado raso Ulderico Schimidels natural de Stranmbinga en Baviera, el cual vuelto a su patria después de veinte años escribió la historia del descubrimiento del Río de la Plata como testigo   —249→   presencial. No tardaron en sufrir un temporal que hizo arribar unas embarcaciones a la isla Gomera, otras con el adelantado a la de Tenerife, y tres a la de la Palma, estando cuatro semanas en reunirse y separarse. Luego en diez días fondearon en la isla de Santiago del cabo Verde, deteniéndose cinco. Después navegaron dos meses sin ver más tierra que la isla de la Ascensión, poblada solo de pájaros, donde estuvieron tres días, y saliendo de allí separó a la armada una tormenta, dirigiéndose el almirante y otros al Río de la Plata, y los demás al río Janeiro. En este puerto, hallándose débil y enfermo el adelantado, nombró por su maestre de campo para que mandase, a Juan de Osorio, lo que excitó tanto los celos de los demás oficiales, que estos llenaron de chismes la cabeza del adelantado. De modo que irritado este, mandó a cuatro capitanes Juan de Ayolas, Juan de Salazar, Jorge Luján y Lázaro Medrano que matasen a Osorio. Este se paseaba por la playa con Carlos de Guevara, cuando Ayolas y sus compañeros le arrestaron y condujeron adonde estaba rodeado de mucha tropa el adelantado, a quien dijo Ayolas que se había adelantado; ya está arrestado, disponga usted lo que ha de hacer. Entonces lleno de enojo dijo el adelantado: cumplan lo que he mandado, y volviendo Ayolas a encontrar a Osorio, le cosió a puñaladas ayudado de sus tres compañeros. Luego fue expuesto el cadáver en la playa sobre un repostero con un papel que decía: por traidor y alevoso; y el adelantado publicó un bando con pena de muerte al que tomase la demanda o defensa del difunto, cuya arrogancia y soberbia decía habían hecho necesaria su muerte. Mas nada bastó para que no se sintiese y murmurase mucho este asesinato, porque Osorio pasaba por íntegro, soldado fuerte, hábil, oficioso, liberal y apacible con los soldados y compañeros: llegó a tanto el descontento, que algunos comenzaron a desertar, prefiriendo el quedarse en aquellas costas, a servir bajo un jefe tan violento, el cual luego que advirtió esto, se dio prisa dando a la vela a los catorce días de su arribo, y llegó principiado el año 1535 a la isla de San Gabriel donde le esperaba su hermano.

20. Inmediatamente ordenó el adelantado que la gente   —250→   desembarcase en la costa donde está hoy la colonia, y lo hicieron sin dificultad, no hubiéndose presentado los indios charrúas a oponerse ni a parlamentar. También mandó reconocer la misma costa y la opuesta; y finalmente se determinó a fundar en la costa austral a donde hizo pasar toda la expedición. En ella construyó un fuertecillo con tapias sobre la misma barranca en los 34º 36' 28" de latitud y 60º 46' 26" de longitud con el nombre de Puerto de Santa María de Buenos Aires. La primera parte del nombre alude a haberse fundado el 2 de febrero o cerca de él, del año de 1535, y la segunda a haber dicho, tomando el primero tierra Sancho del Campo: qué buenos aires son estos. Entre tanto se introdujeron las embarcaciones en el riachuelo para estar más seguras y no muy distantes. La ciudad de Lima se fundó al mismo tiempo.

21. Los indios guaranís y los querandís que eran los más cercanos, supieron el arribo de los españoles, se les presentaron pacíficos y les vendieron víveres hasta que conociendo su proyecto de fijarse, se alejaron. Viendo esto envió el adelantado al alcalde Juan Pabon o Juan Bomban con algunos soldados a persuadirles que continuasen su amistad y comercio. Habiendo encontrado a cuatro leguas a los indios, estos los acometieron y persiguieron hasta la nueva ciudad, cuyas obras intentaron arruinar e impedir con repetidos asaltos, hasta que al fin fueron rechazados. Para castigar este atentado, despachó el adelantado a su hermano con 300 infantes y doce de a caballo, entre los cuales se cuenta a sí mismo Schimidels. Los oficiales principales eran además del jefe, Perafán de Rivera, Francisco Ruiz Galán, Bartolomé Bracamonte, Juan Manrique, Pedro Ramiro de Guzmán, Sancho del Campo, Diego Luján y Pedro Benavides. Llevaban además la orden de hacer otra fortaleza donde les pareciese oportuno. Caminó esta tropa dos jornadas y descubrió la parte opuesta de una cañada, que creo sea la de Escobar, por donde desagua una laguna o estero, a una multitud de indios guaranís y querandís o pampas, que aparentaban querer acometer. Mandó el jefe atacarlos pasando la cañada que era muy fangosa, y viendo los indios cuan embarazados estaban los españoles en el cieno, los embistieron   —251→   en media luna, arrojándoles muchas flechas, dardos y bolas, logrando matar al comandante don Diego de Mendoza, a Bartolomé Bracamonte, a Perafán35 de Rivera con su alférez Marmolejo, a Juan Manrique, a Pedro Ramiro de Guzmán, y a Pedro Benavides. También pereció Diego Luján y otros, cuyos huesos se encontraron después en la orilla de un río, a quien por esto llamaron y llaman río de Luján. Además de los cita[dos] oficiales, murieron como veinte soldados, habiendo ocasionado la de tantos oficiales el haber los indios con sus bolas hecho caer a los caballos enredándoles las piernas. Los indios perdieron mucha gente, y fueron perseguidos hasta su toldería o pueblo que saquearon los españoles, sin encontrar sino algún pescado y pieles de quiyá; pues aunque Schimidels dice que también harina y manteca son cosas que no producía el país. Tres días estuvieron allí registrando el campo y eligieron el sitio en frente de la capilla del Pilar, llamado hoy los Cerrillos, para construir un fuerte, dejando para esto cien hombres, que en efecto le construyeron de tapias con su foso cuyas ruinas he visto. La gente restante volvió a Buenos Aires. Rui Díaz, lib. 1, cap. 11, cuenta la batalla como él se la figuró, haciendo morir en ella a todos los españoles, menos a ochenta, y sin dejar a ninguno en el nuevo fuerte. Pero yo sigo al testigo Schimidels sin añadir sino la construcción del fuerte, porque lo he visto, y porque la tradición dice ser de aquel tiempo.

22. La tristeza por lo sucedido, no detenía el circundar de tapias a Buenos Aires; pero como hechas de priesa y el clima propende a la humedad, se desmoronaban fácilmente, aunque eran gruesas tres pies y altas una lanza. Estando en esto, una noche se encontró muerto en la cama con cuatro o cinco puñaladas al capitán Lázaro Medrano, confidente del adelantado, quien por sospechas arrestó a algunos amigos y parientes del difunto Osorio; mas nada pudo averiguar. Se puso muy triste y caviloso, aumentando su melancolía una epidemia de que morían muchos y la escasez de víveres que se comenzaba a experimentar. Para obtenerlos despachó una embarcación con Jorge Luján a las islas inferiores del Paraná,   —252→   otra con Gonzalo de Mendoza a la costa del Brasil, y otras dos y una barca con Juan de Ayolas a descubrir río arriba y fundar en sitio oportuno el tercer fuerte que le ordenaba su contrata con el Rey. Schimidels que marchó con Luján, ignoró la salida de las otras embarcaciones, o se olvidó de escribirla.

23. Estaba el adelantado melancólico, medroso y resuelto a irse a España, esperando solamente el regreso de Ayolas, pero para disimular, esparció la voz de que quería ir al Brasil en busca de víveres y auxilios, y sin perder instante, aprontaba lo preciso para escaparse. Mientras tanto regresó Luján con la gente enferma y sin víveres; porque los guaranís de San Isidro, las Conchas e islas inferiores del Paraná, habían abandonado sus pueblos sin dejar nada, temerosos de que Luján fuese a castigarlos por haberse hallado juntamente con los pampas o querandís en la batalla última, y porque tenían ya resuelto volver a atacar a Buenos Aires. En efecto la misma confederación de indios, reforzados cuanto pudieron, embistieron el 24 de junio de 1535 a Buenos Aires y a los navíos del riachuelo a un tiempo, arrojando mechones de paja encendidos y atados a las bolas y flechas, logrando quemar algunas embarcaciones, y cuasi todas las casas de la ciudad que estaban cubiertas de paja. Mas al fin fueron repelidos con mucha pérdida, siendo la de los españoles treinta hombres con un alférez. Schimidels, capítulo 12, pone a los timbús y charrúas en esta batalla, y no hubo tal, porque los primeros estaban en paz con Ayolas entonces y los charrúas no tenían canoas ni podían comunicar con los querandís. Dice también que la casa del adelantado era de piedra, cuando allí no hay ninguna.

24. Afligido el adelantado con tantos trabajos, y de ver que aumentaban las enfermedades y la escasez de víveres, resolvió escaparse sin esperar a Ayolas; pero habiendo llegado este, la noche antes de marcharse, haciendo salvas y diciendo haber edificado en tierra de los timbús un presidio llamado Puerto de Corpus Cristi por haber llegado a él este día del año 1535 añadiendo la bella índole de los timbús que le vendieron muchos comestibles y le ayudaron a edificar el presidio   —253→   en que había dejado cien soldados a la orden de Francisco Albarado, mudó de parecer y determinó pasar a dicho presidio que estaba cinco leguas bajo de Coronda en la misma costa, y más arriba de Santispiritus. Tales fueron las esperanzas que concibió con estas noticias de Ayolas, que mudó el nombre al puerto llamándole Puerto de Buena Esperanza. Nombró por su segundo a Juan de Ayolas, y por comandante de Buenos Aires a Francisco Ruiz Galán, y se hizo a la vela en cuatro bergantines y otros buques menores que había hecho construir, llevándose más de la mitad de la gente, de la cual murieron cincuenta en los dos meses que tardaron en llegar a Buena Esperanza, porque muchos iban enfermos. También hallaron en el presidio donde habían ya fallecido algunos de la epidemia y miserias y otros pensaban en desertar para vivir entre los indios incitados de Gonzalo Romero desertor de Gaboto, según dice el san Lozano, lib. 1, cap. 4.

25. Como el artículo cuarto de su contrata le obligaba a buscar comunicación con el Perú despachó a dos soldados voluntario[s] por tierra en solicitud del camino; pero no volvieron, aunque se dijo habían llegado a su destino, y después a España. También alistó embarcaciones y tres o cuatrocientos hombres al mando de Juan Ayolas para que buscasen la misma comunicación con el Perú por el río arriba. En esto se pasaron cuatro meses, y no cuatro años, según dice Schimidels, cap. 14, y salió Ayolas el año de 1536 con orden de volver a los cuatro meses; pero como no regresaba pasado más del doble dicho término, se fue el adelantado triste y cuasi baldado de manos y pies a Buenos Aires. Allí creció su melancolía viendo la mucha gente que había perecido de epidemias, y no de hambre, como con extremada ponderación cuentan Schimidels, Rui Díaz, Barrio y Lozano; pues la caza era tan abundante, que bastaría para alimentarlos a todos, y el pescado lo mismo. El propio deseo de exagerar el hambre, y de acriminar injustamente la dureza increíble del comandante Ruiz Galán, hizo inventar a Rui Díaz, lib. 1, cap. 12 y 13, y al criminal Lozano un cuento que no merece refutarse por ser ridículo por contradicciones y suposiciones falsas.

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26. Después que el adelantado llegó a Buenos Aires, arribó del Brasil Gonzalo de Mendoza con víveres y con dos embarcaciones más que se le habían agregado en que venían Rui García Mosquera y los que se habían fijado en Santa Catalina; todos bien armados y surtidos de criados tomados entre los guaranís del Brasil. Mucho celebró el adelantado este refuerzo, y poco después despachó a Juan de Salazar y al mismo Gonzalo de Mendoza en dos bergantines con ciento cincuenta hombres en busca de Ayolas. Apenas habían salido viéndose el adelantado absolutamente tullido e inútil para todo, alistó las dos embarcaciones que quiso le llevasen a España.

27. Mientras disponía este negocio, recomendó a Ruiz Galán la justa economía de los víveres confirmándole en el mando de Buenos Aires, para sucederle en el empleo de adelantado a Juan de Ayolas. Dispuso también que este nombramiento se despachase a Ayolas río arriba, llevándose al mismo tiempo una instrucción, que según Lozano, lib. 2, cap. 4, decía en sustancia: 1º Que dejando las embarcaciones en paraje donde pudiesen encontrarlas los auxilios que pensaba enviarle de España descubriese por tierra las riquezas del Perú. 2º Que prefiriese a los que le habían sido fieles, sin exasperar a los demás. 3º Que fuese moderado justo y prudente. 4º Que aunque por bullicioso se llevaba a Juan Cáceres, que tratase bien a su hermano que quedaba con el empleo de contador. 5º Que no consintiese que los conquistadores del Perú le usurpasen parte alguna de su gobierno, sosteniéndose con la fuerza, y a no poder más con protestas sin permitir que sus soldados se fuesen a unir con ellos. 6º Que cediese a Diego Almagro, si lo quería, el gobierno del Río de la Plata por ciento o ciento cincuenta mil ducados cuya décima parte sería para él; pero que si en sus descubrimientos hacía alguna presa considerable, se acordase que su adelantado había consumido su mayorazgo y sufrido grandes trabajos. 7º Que conservaría toda la vida el gobierno si cumplía bien y se acordaba de quién se lo daba. Y 8º que le despachase a Francisco Ruiz Galán con el oro y plata que en su descubrimiento hubiese adquirido a informarle de todo.



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ArribaAbajo- XXI -

Regreso y muerte del adelantado don Pedro de Mendoza. Sigue la expedición y descubrimientos con el mismo título y autoridad don Juan Ayolas


28. Salió el adelantado para España, cuya navegación agravó sus males, y hallándose inapetente, sin víveres frescos, hizo matar una perra, y comió su carne resultándole un grande desasosiego y dos días después la muerte sobre las islas Terceras. Los que iban con él llegaron felizmente a España a fines de 1537, y Juan Cáceres notició a la corte de todo lo sucedido.

29. Salió Juan de Ayolas según vimos en el número 25 con tres o cuatrocientos hombres entre ellos Ulderico Schimidels, y a las cuatro leguas encontró los indios corondás que creo vivían en el bosque llamado hoy Colastiné como una legua debajo de la capilla de la Coronda. Se detuvo dos días comprando víveres y llevándose dos indios paira intérpretes, continuó hasta encontrar los indios calchaquis36 en la orilla de la laguna llamada hoy Setúbal. Estos indios y los precedentes eran guaranís; pero Schimidels capítulo 16 y 17, exagera su número y les cambia los nombres. Cuatro días se detuvo Ayolas comprando víveres a los calchaquis, y habiendo navegado diez y ocho sin ver a nadie, encontró en la isla que hay enfrente de la primera fundación de Santa Fe, a los indios quiloasás, que eran guaranís, aunque Schimidels les da idioma diferente abultando su número. En los cuatro días que se detuvo Ayolas vio el culebrón llamado Quiriyú descrito en el capítulo 8,   —256→   núm. 4, de quien Schimidels habla con excesiva ponderación. Continuó la expedición, y a los cuatro días encontró a los guaranís llamados tucaqués, que creo habitaban dentro del bosque de Mocorotá, de donde se habían acercado a pescar en el río. De todos los indios que vio hasta aquí Ayolas y de los timbús y caracarás, se formó sobre el Carcarañal el pueblo de Calchaquí, que se ha españolizado.

30. Solo un día se detuvo Ayolas con los tucaqués, y navegó hasta encontrar en la orilla occidental del río muchos indios abipones por los 28 grados de latitud. Quiso Ayolas hablarles, y le contestaron a flechazos, precisándole a matar algunos con las bocas de fuego, de cuyas resultas se retiraron una legua tierra adentro donde estaba su pueblo o toldería. Los siguieron los españoles saltando en tierra; pero se retiraron sin pillar nada. Schimidels, cap. 18, exagera su número, y añade falsamente que los abipones eran canoeros, y que la citada batalla fue naval. Continuó Ayolas, y metiéndose por el río Paraguay, vio por su izquierda el río Ypitá que viene de Salta y Tarija atravesando el Charco. Mas adelante se detuvo tres días en buena amistad con los indios mocobis, a quienes Lozano, lib. 2, cap. 5, da erradamente otro nombre y los hace, de su cabeza, canoeros. Schimidels yerra también poniéndoles una pluma en la nariz, por lo menos hoy no la usan.

31. Siguió la expedición hasta que según Rui Díaz, en la angostura que esta 25º 38' 38" de latitud y tal vez antes según Schimidels la acometieron los agaces con sus canoas tan desesperadamente, que lograron matar a quince españoles aunque perecieron muchos de ellos escapándose los demás por tierra donde inútilmente los persiguieron. Continuó río arriba hasta la Villeta, llamada también la Frontera, en los 25º 21' 50" de latitud. Allí vio bastantes indios hacia la parte oriental en el valle de Guarnipitán que no se acercaban a parlamentar; y deseando tratarlos, desembarcó su gente dejando 60 hombres con las embarcaciones y se dirigió a los indios. Estos le esperaron; y mientras Ayolas les hablaba por sus intérpretes, comenzaron muchos a tirarles flechas. Así principió una batalla la cual duró hasta que muertos muchos por   —257→   las espadas y arcabuces, se desordenaron los indios y se metieron en el bosque inmediato al cerrito de Lambaré logrando matar a 16 españoles desde detrás de los troncos. Tres días los tuvo Ayolas como bloqueados, sin omitir diligencia para componer una paz, y la consiguió. Se dio esta batalla el 15 de Agosto de 1536 según Lozano, lib. 1, capítulo 5, y según lo da a entender Rui Díaz, lib. 1, capítulo 13, y no el año de 1539, como dice a mi ver equivocadamente Schimidels, cap. 21. Los indios principales en la batalla fueron Lambaré y Nandúa, cuyos nombres aun conservan los pequeñísimos cerros donde tenía sus pueblos, que seguramente no eran ciudades grandes ni estaban fortificadas como suponen Schimidels y Lozano. Estos indios se redujeron formando el pueblo de Ytá donde aun conservan la tradición de la batalla y del sitio en que se dio que se llama Guaraní-epitá y significa, donde se dejó la pelea o batalla, aunque le han alterado algo llamándole Guarnipitán. Como había entonces otros muchos pueblos de esta misma lengua y nación, se puede presumir llamasen a estos, los de la batalla o guaranís, que es lo mismo, y que de aquí viene el nombre de guaranís que se ha dado a la nación entera, porque antes de la batalla eran conocidos por el de carios.

32. La paz concluida, se buscó sitio acomodado para hacer una casa fuerte, y se halló en los 25º 16' 40" de latitud en la orilla oriental del Paraguay. Se le dio el nombre de la Asunción, por el día de la batalla, aunque se dio más abajo. La hizo fabricar a los indios, y estos incitaron a Ayolas a destruir los agaces que eran también sus enemigos. En efecto marcharon los españoles y guaranís confederados, y logrando encontrar dormidos a los agaces, los atacaron al alba, matando cuantos adultos encontraron, tomándoles muchas canoas y quemando su toldería. En seguida regresaron a la Asunción, adonde al cabo de un mes llegaron algunos agaces a pedir la paz que se les acordó.

33. Pasaron los españoles algunos meses en la Asunción reponiéndose de las fatigas y acopiando víveres de los indios de Ytá de Yaguano y de Acaai, que también se les sometieron voluntariamente;   —258→   y dejando alguna guarnición en la casa fuerte, se hicieron a la vela río arriba llevándose muchos criados guaranís. A las cinco leguas, les sacaron a vender en la orilla del río algunos víveres los indios mongolás que tenían su pueblo en Tapúa. Eran también guaranís, y con ellos se formó el pueblo actual de Aregua; mas no criaban gallinas, gamos y ovejas, como erradamente dice Schimidels, cap. 23, pues nada de esto había en el país. Siguieron los españoles hasta los 22 grados de latitud, y tomaron víveres de los últimos guaranís de la costa del río llamado Tareis y Bombois que después se redujeron en los pueblos de Santa María de Fe y Santiago. Alvar Núñez, cap. 47, llama a este sitio Guaviaño. Continuaron, y en los 21º 22' de latitud, encontraron en la costa oriental un cerrito notable en aquella llanura de país, a quien llamaron monte de San Fernando. Hoy le dan los españoles el nombre de pan de azúcar, y los guaranís el de Ytapucú-guazú. Finalmente el 2 de Febrero de 1537 fondearon en los 21º 5' de latitud llamando al sitio Puerto de Candelaria. Allí se hallaban pescando algunos payaguas sarigues que eran de la misma nación que los agaces: ellos condujeron a los españoles a su pueblo que estaba cerca en la orilla de una laguna que poco después se llamó de Ayolas, y creo que hoy es conocida por Laguna de la Cruz. Desde este paraje determinó Ayolas ir por tierra al Perú. Con este objeto bajó y anegó algunas embarcaciones y dejó el mando de todas con alguna gente a Domingo Martínez de Irala con orden de esperarle seis meses, según dicen Rui Díaz, lib. 1, cap. 13, y Lozano, lib. 29, cap. 5, Schimidels, cap. 24, dice que la orden fue de esperar cuatro meses y Herrera, dic. 5, lib. 1, cap. 15, que hasta que le falten los víveres. Luego mandó cargar lo que quiso llevar a 300 indios de los que llevaba de la Asunción, y no a los payaguas como dicen Schimidels y Lozano, porque es increíble lo hiciesen; y el día 12 del mismo mes y año, marchó con dos o trescientos españoles, porque en esto varían los citados autores. Le acompaño y condujo un payaguá o algún esclavo suyo hasta el pueblo más inmediato que era precisamente de indios guanás o albayas, y sacando nuevos guías, continuó y atravesó las provincias de los Chiquitos y de Santa Cruz de la sierra   —259→   hasta llegar a las faldas de la cordillera del Perú padeciendo mucho y venciendo en muchas batallas.

34. Mientras Ayolas caminaba, subió Juan Salazar a reforzarle según vimos número 26, quien con bastantes fatigas llegó a la Candelaria, y encontró a Domingo Martínez de Irala poco satisfecho de aquellos indios comarcanos que eran payaguas, guanas, albayas y algunos guasarapós; porque no eran dóciles ni le obedecían, como los guaranís, y le vendían pocos víveres de mala gana. Luego navegaron juntos ambos capitanes reconociendo la costa río arriba, y no encontrando rastro de Ayolas, le dejaron escritas en una tabla las noticias que querían supiese, y se volvieron a Candelaria. En seguida trocó Salazar un navío nuevo por otro viejo que le dio Irala, y quedando este allí, bajó Salazar a la Costa fuerte, que fue la primera de la ciudad de la Asunción. En ella dejó sesenta españoles al mando de Gonzalo de Mendoza, de lo que manifestó mucha alegría el cacique Nandúa, y después navegó hasta Buenos Aires. Allí hizo relación de su viaje ponderando principalmente la buena disposición de aquellos guaranís, y la abundancia de comestible. Estas noticias determinaron a Francisco Ruiz Galán, jefe de Buenos Aires, a encargar aquel mando a Juan Ortega, y a ir con Salazar al Paraguay a ver las cosas y acopiar víveres. Al paso tomó alguna gente de Corpus-Cristi, y llegado a la casa fuerte, tuvo el disgusto de saber que una plaga de langosta había devorado gran parte de la cosecha.

35. A este mismo tiempo llegó de río arriba Domingo Martínez de Irala, y al momento fue arrestado Ruiz Galán, por haber desamparado su apostadero; pero como se disculpase con haber esperado mucho más del tiempo del que le habían mandado, y con la precisión de venir a buscar víveres, fue luego puesto en libertad mediando algunos amigos de ambos y ofreciendo volver luego a su destino. Recogió Ruiz Galán, los víveres que pudo, y navegó río abajo, pero en Buena Esperanza encontró la novedad de haberse ahuyentado los indios comarcanos con motivo de haber muerto a muchos y robado sin motivo sus pueblos el comandante Francisco Alvarado por   —260→   consejo de su secretario Pedro Hernández, y de otro a quien Schimidels llama Juan Baban en el cap. 27, y Lozano, lib. 2, cap. 5, Juan Pabon. Este autor y Rui Díaz, lib. 1, cap. 14, aplican las muertes y robos de los indios a Ruiz Galán; pero la relación de Schimidels, cap. 27, que iba con Galán y quedó en Buena Esperanza, convence que el autor de ellas fue Alvarado, a quien equivocadamente llama Francisco Ruiz. Irritado Ruiz Galán contra Alvarado y sus compañeros, los sacó de allí, dando el mando del fuerte a Antonio de Mendoza y dejándole ciento veinte soldados con prudentes instrucciones para precaverse y atraer de nuevo los indios a la amistad precedente. Al punto de embarcarse Ruiz Galán, se le presentó un indio amigo de los españoles aconsejándole que no dejase ningún español porque los indios habían resuelto echarlos del país, o acabar con todos, y que él seguía el mismo camino incitado de su familia. Ruiz Galán le dijo que con seguridad podía venir al fuerte con su familia, pues no podrían los indios destruirlo ni forzarlo y además que él volvería luego. En seguida se puso en viaje con Alvarado y con los cómplices para Buenos Aires.

36. Allí encontró al veedor Alonso Cabrera natural de Loja. Este había salido de España mandando cuatro embarcaciones, la principal llamada Marañona: la segunda era un galeón al mando de Antonio López de Aguilar: la tercera una carabela mandada por Antón Cabrera, sobrino del veedor; y la cuarta al mando de Gillen Barrasa. Dos de ellas pertenecían a los comerciantes de Sevilla Martín Orduña y Domingo Zornosa, los cuales sabiendo la muerte del adelantado, con quien habían tratado enviarlas, no querían hacerlo, pero les obligó el rey permitiéndoles ir al Perú por el estrecho de Magallanes, en caso de no haber españoles en el Río de la Plata. Las otras dos embarcaciones eran fletadas por la real hacienda; las dos primeras llegaron a Buenos Aires, y las otras arribaron a la isla de Santa Catalina. Traía este convoy algunos oficiales, 200 reclutas, armas, municiones, ropas y mercadurías, todo para venderlo al que pudiese pagarlo. También fueron entonces dos padres franciscos, Fray Bernardo Armenta   —261→   natural de Córdoba, y Fray Alonso Lebron hijo de Canarias, con los padres mercenarios Fray Juan Salazar y otro, y el padre jerónimo Fray Luis Herrezuelo, Lozano, lib. 2, cap. 6, dice fueron seis franciscanos y dos jerónimos; pero en un papel del año 1540 que he visto, solo se cuentan los que he citado. Luego que llegaron a Buenos Aires las dos embarcaciones, se determinó, que Felipe de Cáceres y Francisco Alvarado marchasen en la Marañona a informar al rey y al consejo de aquellas cosas según la orden que trajo Cabrera para hacerlo.

37. Apenas hubo salido la Marañona, encontraron los españoles del fuerte Luján en poder de unos indios, la vela del bergantín que iba y venía de Buenos Aires a Buena Esperanza con algunas armas y vestidos, de donde indujeron que dicho bergantín había sido sorprendido y muerta su tripulación. Con este antecedente y los que se tenían de los caracarás y tumbus, temió Ruiz Galán, una fatalidad en Buena Esperanza, para donde despachó al instante sesenta hombres en dos bergantines mandados por Simón Jaques de Ramón y Diego Abreu. No se engañó Ruiz Galán, porque dichos tumbus y caracarás, deseando vengar el agravio que les hizo Alvarado, enviaron al fuerte un hermano de aquel indio que habló a Galán al salir de allí para que dijese al comandante, que despachase algunos españoles a buscar a su hermano, que quería con su familia ir a vivir en el fuerte, cosa que no se atrevía a hacer sin escolta. Supo fingir tan bien el indio, que el comandante le dio cincuenta españoles al mando del alférez Alonso Suárez de Figueroa. Caminó esta tropa como media legua hasta el pueblo de los indios, y fue bien recibida y regalada con buena comida; pero a lo mejor del banquete, se arrojaron sobre ellos los muchos indios que había emboscados, y los mataron a todos, menos a un joven llamado Calderón, que se escapó y llevó la triste noticia al fuerte. Orgullosos los indios con este ensayo y armados con las espadas de los muertos, bloquearon al fuerte, le dieron repetidos asaltos, y mataron al jefe con un dardo que le atravesó una ingle cuando hacía una salida; pero faltando que comer a los indios, después de quince días, se ausentaron el día 3 de febrero de 1538. Los españoles atribuyeron   —262→   esta retirada a San Blas, santo del día, y le proclamaron por patrono de la conquista. A este tiempo llegaron las embarcaciones de Buenos Aires, y reflexionando que se hallaban cercados de enemigos, y sin medios para subsistir, de acuerdo común, se embarcaron y pasaron todos a Buenos Aires. He copiado aquí a Schimidels, testigo presencial en el capítulo 28 sin pararme en lo que a su modo cuentan Rui Díaz y Lozano.

38. Quince días después del arribo de los de Buena Es[pe]ranza, llegó allí una de las embarcaciones que en el núm. 36 dejamos en Santa Catalina diciendo haber quedado allá la otra con necesidad de auxilios. Inmediatamente alistó Ruiz Galán una embarcación pequeña y los auxilios pedidos con veinte hombres, entre ellos Schimidels, quien en el capítulo 29, equivoca el nombre del que la mandaba. Llevó este buque la orden de comprar en Santa Catalina, mandioca y otros víveres. Y como casi todos creían ya que Juan de Ayolas era muerto, de acuerdo común se determinó dejar el mando de Buenos Aires al capitán Juan Ortega con la gente menos posible, y pasar las demás a la Asunción para elegir nuevo jefe, en caso de haber muerto Ayolas, obedeciendo en esto la real cédula fecha en Valladolid a 12 de setiembre de 1536, que había traído el veedor Cabrera, y que nos copia Rui Díaz, lib. 4, cap. 16.

39. Cuando esta comitiva arribó a la Asunción, encontró haber llegado poco antes Domingo Martínez de Irala. Había este subido buscando a Ayolas hasta el puerto de San Fernando sin conocer rastro en la costa. De allí subió y en el puerto de Candelaria supo hacía poco que había salido de una toldería de indios. Fondeó receloso en una isla, y se le presentaron cuatro canoas de indios guasarapós a quienes preguntó por Ayolas y por el clérigo Aguilar que con dos más se había rezagado a pescar en una canoa la tarde antes y no parecían; pero careciendo de intérprete, nada se supo. Al día siguiente, buscando a dicho clérigo, se cogió a un payagua pescando con su mujer, y quedándose con esta se dio libertad a aquel dándole a entender con señas que se deseaba hablar con los de su pueblo. En efecto a las dos de la tarde del día siguiente llegaron dos canoas payaguas con pescados; y mientras se les   —263→   examinaba se advirtió que venían como cuarenta canoas más llenas de payaguas. Como ciento de estos tomaron tierra en la parte inferior de la isla en que estaba Irala y se dirigieron a él: pero haciendo alto antes de llegar, dieron por señas a entender que venían de paz, desnudos y sin armas, y que pedían a los españoles dejasen las suyas para acercarse sin recelo. Como Irala deseaba hablarles, mandó arrimar las armas de la gente que tenían en tierra sin alejarse de ellas. Entonces los payaguas se acercaron y mientras Irala preguntaba a algunos por Ayolas, sin poder entender lo que le respondían, se iban los demás deslizando, como si quisiesen hablar de más cerca con los españoles, hasta que a una voz se arrojaron todos abrazándolos estrechamente esperando que otros indios de las canoas viniesen a matarlos. Irala que fue el más precavido, empuñó la espada y rodela antes que lo abrazasen y en un instante mató a los doce que le estaban más cerca y a los que ya tenían en el suelo al alférez Vergara y a Juan Vela. Luego los tres con Juan de Carvajal y Pedro Sebastián Maduro y otros, acabaron de libertar a los que habían sido sorprendidos, a tiempo que ya estaban cerca los que venían de las canoas armados para acabar con los que sus compañeros tenían oprimidos luchando; pero como llegaron tarde, tuvieron que retirarse, sin dejar de batirse con los españoles que los seguían. Al mismo tiempo las canoas intentaron apoderarse de las embarcaciones; pero fueron rechazados distinguiéndose allí los soldados Céspedes y Almaraz. Murió en este día de un flechazo en la garganta don Juan Carbajal y dos soldados, y hubo cuarenta heridos entre ellos Irala con tres heridas; pero de los payaguas muchos más. Se pudo comprender de algunos heridos que ellos habían muerto al clérigo Aguilar y sus dos compañeros.

40. Navegó Irala el día siguiente sin encontrar rasgo alguno de gentes, y pasó la noche fondeando en medio del río, pero oyendo al alba voces en la costa occidental, y viendo que las daba un solo indio desde la orilla le hizo llevar a su presencia donde en castellano hizo relación de la jornada de Ayolas sustancialmente en estos términos: «Juan de Ayolas peleando   —264→   repetidas veces atravesó por muchas naciones de indios, una de ellas la mía; de donde me llevó por su criado imponiéndome el nombre de Gonzalo. Continuó hasta la falda de la cordillera del Perú de donde le recibieron de paz los indios samacosis y sibicosis facilitándole bastante metales. Dejó entre ellos sus enfe[r]mos y heridos, y regresó también peleando a veces, hasta cerca de este río, habiendo perdido la mitad de la gente en su jornada. Por último encontró a los indios albayas o acaso guanas que le recibieron y trataron bien los tres días que se detuvo con ellos; pero continuando su marcha, los citados albayas o guanas confederados con los payaguas en la mitad de la distancia de sus pueblos le armaron una emboscada, y le mataron como a todos sus compañeros escapando yo como por milagro». Allí murieron don Carlos de Guevara, don Carlos Dubrin, don Juan Ponce de León hermano del duque de Arcos y Luis Pérez de Cepeda hermano de Santa Teresa de Jesús. Varían los autores en cuanto al número total de muertos. Schimidels, cap. 25, dice que 150, Alvar Núñez, cap. 49, dice que 80, y Rui Díaz, capítulo 14, lib. 1, dice que 200. El citado Alvar Núñez echa la culpa de esta desgracia a Irala, porque le aborrecía; pero por lo mismo no se le puede creer; y menos si se observa que los demás autores no le culpan. Lo que no tiene duda es que la desgracia fue cerca de la laguna que por esto llaman de Ayolas al Occidente del río Paraguay con quien comunica en los 21º 5' de latitud.



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ArribaAbajo- XXII -

Habida la muerte de Ayolas es elegido jefe don Domingo Martínez de Irala: siguen los descubrimientos y conquistas, fundándose la ciudad de Asunción


41. No pudiendo ya dudarse con la venida de Irala a la Asunción la muerte del jefe principal Juan de Ayolas sin haber nombrado sucesor en el mando, y estando allí junta la mayor y principal parte de los conquistadores, trataron de elegirse un jefe a votos según la real cédula citada. Aunque todos los capitanes pretendieron y alegaron méritos, tres fueron los que tuvieron más partido. Alonso Cabrera daba mucha importancia a su empleo de veedor. Francisco Ruiz Galán se apoyaba con más razones que todos en que mandaba por el adelantado en ausencia de Ayolas, no solo en Buenos Aires sino también en la Asunción, según se vio cuando arrestó a Irala. Juan de Salazar también alegaba méritos y tenía partidarios. Pero llegado el momento de elegir como a mediados del año de 1538 todos los partidarios se reunieron contra Ruiz y se convinieron en nombrar a Francisco Martínez de Irala; que aunque tenía grande talento y valor, no igualaba en mérito a Ruiz Galán, Rui Díaz, lib. 1, cap. 16, supone que Ayolas había nombrado antes a Irala, sin acordarse que dijo poco antes que Galán su jefe le había arrestado. Alvar Núñez, cap. 75, atribuye la preferencia de Irala a la esperanza que tenían de poderle manejar, por ser de menos calidad que todos los capitanes. Como quiera por esta competencia Rui Díaz nieto de Irala tomó a Galán tal ojeriza, que le atribuye mil iniquidades faltando a la verosimilitud y a la verdad, y le oculta todo lo bueno que hizo,   —266→   que no fue poco. Lozano copia a Rui Díaz y aun le excede en sus invectivas.

42. Lo primero que Irala hizo al encargarse del mando fue juntar a todos los españoles, haciéndoles notar los pocos que eran para sostener entonces puntos tan distantes como la Asunción, Buenos Aires y Luján. Los hizo reflexionar que en los dos últimos puntos había pocos indios dóciles, y que aquellos países no conocían la agricultura ni podía entablarse faltándoles bueyes, caballerías o instrumentos de labor para los frutos de Europa que eran los únicos adecuados a aquel suelo: que al contrario en la Asunción abundaban los guaranís indios dóciles y sumisos que cultivaban y cogían con poco trabajo mucho maíz, mandioca, batatas, judías, calabazas y algodón sin contar el pescado del río ni las frutas y maderas silvestres. Concluyó diciendo su opinión de despoblar a Luján y Buenos Aires para reunirse todos en la Asunción y fundar allí una ciudad. Todos aprobaron la propuesta del gobernador; y este despachó al instante a Diego Abreu con embarcaciones a recoger y llevar los españoles de Luján y Buenos Aires a la Asunción.

43. Sin perder tiempo convocó los indios de Ytá, de Yaguarón y de Acaai hoy de Tabapi que estaban ya sometidos; pero viendo que eran pocos determinó buscar más con que surtir de encomiendas a los españoles. Principió pasando el río con alguna gente e indios de los ya sumisos hasta encontrar a poca distancia una toldería de lenguas o guacurios; a quienes Rui Díaz, libro 1, cap. 18, y su copiante Lozano, libro 2, cap. 7, llaman mal yaperús. Los acometió y venció, pero conoció en su resistencia que eran indios de otra especie de quienes no sacaría el partido que de los guaranís. Así se retiró luego a la Asunción, y repartió solares para casas a todos los españoles al rededor de la casa fuerte, que estaba donde hoy la de ayuntamiento, en la orilla oriental del río, dominando a este sobre una barranca elevada. Eligió para la suya tras del convento actual de Dominicos el sitio que hoy tiene la de las señoras de Acosta y para el primer templo lo que llaman corralón de Santo Domingo, fijando el cementerio enfrente con calle por medio en lo que ahora es plazoleta. Señaló para convento de   —267→   Franciscanos lo que llaman San Francisco Tuia al Oriente de la iglesia de San Blas; para los Mercenarios el lugar que ocupa la casa de los gobernadores; y para los Jerónimos el sitio que ocupa hoy el convento de San Francisco.

44. Principió desde luego obras tantas; pero como para terminarlas fuesen pocos los indios de Ytá, Yaguarón y Acaai salió y subyugó sin dificultad los mongolás de Tapúa y los indios de Ybitiruzú o cordillera, formando de ellos los pueblos de Arebuá, Altos, Yois y Tobati. En seguida pasó el río Monday de cuyos indios estableció los pueblos de Candelaria, Yborapariyá, Terecañé y Maracaiu. Por último fue a la provincia de Ytati, y subyugó sin tropiezo casi bajo del trópico de Capricornio los indios de que fundó los pueblos de Atirá, Guarambaré e Ypané o Pitun. Todos los citados indios eran guaranís y fueron repartidos a los españoles por Irala en encomiendas de Mitayos y muchos conducidos a la Asunción para trabajar en las obras.

45. Durante esta expedición llegó a la Asunción Diego Abreu con las guaniciones y efectos de Luján y Buenos Aires; y por él se supo que poco antes de su arribo a Buenos Aires había llegado sin tropiezo de Santa Catalina la embarcación que había fondeado allí falta de auxilios según vimos en el núm. 38. Pero la embarcación menor que fue a buscar la otra con Schimidels tardó más de un mes en llegar a Santa Catalina y se detuvo dos auxiliando a la otra y proveyéndose de víveres. Salieron las dos juntas, y la menor llamada Panchaldo, tocó la víspera de Todos Santos en un banco, al entrar en el riachuelo de Buenos Aires, y se perdió con grande parte de su carga, aunque se recogió lo que se pudo. Schimidels, cap. 29, llama a Panchaldo Gonzalo de Mendoza, que estaba entonces en el Paraguay; y supone el naufragio en el banco inglés; pero la pequeñez del buque, y el modo soldadesco con que pinta la cosa, no se me hace tan creíble como lo que he copiado de Rui Díaz, lib. 1, cap. 17, mucho menos pudiéndose dudar que Schimidels presenciase tal naufragio, cuando en el capítulo 26 da a entender que asistió a la elección de Irala. También dice que en la embarcación grande que llegó felizmente, venían 200 españoles, que es el número que traían las cuatro de Cabrera. Pero tampoco creo   —268→   a Rui Díaz cuando dice, que la embarcación perdida era genovesa, y había salido de Italia con solo el objeto de comerciar en Lima, pues de ser así no conduciría como dice muchos oficiales distinguidos nombrando a Antón Cabrera, Perantón Aquino, Tomás Riso y Bautista Troche; ni habrá ido a auxiliar tal embarcación a la que fue de Buenos Aires; que es la que pereció y no la que dice Rui Díaz.

46. Juntos ya todos los conquistadores de la Asunción, los pasó Irala revista, y solo halló 600 hombres, habiendo perecido, como 1400 de los que habían llegado a aquellas regiones. Los encontró además escasos de vestuario y de municiones; pero estando provisto de indios, se dio priesa en fabricar las casas cubiertas de paja y las paredes de estacas verticales unidas y enlodadas, como son las más en el país. Edificó el primer templo y le dedicó a la Encarnación del hijo de Dios, nombrando por primer cura al clérigo vizcaíno Juan Gabriel Lezcano. A todos repartió en las cercanías tierras para quintas, tomando para la suya la que ocupa el presidio de San Miguel en la orilla del río encima de la ciudad, a quien dio por armas las efigies de la Asunción y San Blas, una casa fuerte y un coco, que es una especie de palma común allí. Nombró por alcaldes a los capitanes Juan de Salazar y Gonzalo de Mendoza, y por regidores a seis de los que trajo el adelantado con este destino.

47. Todo lo disponía y animaba Irala con suma habilidad, y, circundaba la ciudad con las estacas que encontraba en el mismo desmonte; pero fatigados los indios con tantos trabajos, determinaron acabar con los españoles. Para esto se convinieron los que trabajaban con los que estaban en sus pueblos en que estos se introducirían en la ciudad insensiblemente, con pretexto de pasar la semana santa viendo las procesiones que hacían los españoles: y en la que llamaban de la sangre porque los más se disciplinaban según la costumbre devota de aquellos tiempos, caer repentinamente sobre ellos y acabarlos hallándose sin armas. Todo estaba pronto, y el Jueves Santo de 1539 poco antes de dicha procesión, reveló el secreto al alcalde Salazar una criada india que tenía, declarándole los principales   —269→   cómplices. Inmediatamente se dio parte a Irala, y este hizo publicar un bando a todos los españoles, y a los indios principales conjurados, que al instante acudiesen bien armados a su casa, para deliberar lo conveniente; pues tenían y estaban cerca de atacarlos los guicurús y los agaces. Verificado esto puntualmente, se fueron arrestando dichos indios cabezas cuando se llegaban, y tomándoles la confesión en que declararon su delito, fueron luego ahorcados, publicando la causa y al mismo tiempo el perdón para todos los demás. Copio este acaecimiento de Rui Díaz, lib. 1, cap. 18. Lo mismo hace Lozano, libro 2, cap. 7; sin embargo puede dudarse sea cierto, cuando Schimidels no lo menciona.

48. Añade el mismo Rui Díaz, que escarmentados los guaranís con el pronto castigo de los cómplices principales, y agradecidos a la clemencia con los demás, entregaron a los españoles cuantas mujeres quisieron de las que resultaron después muchos mestizos que fueron reputados y declarados por es[pa]ñoles.



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ArribaAbajo- XXIII -

Expedición de Alvar Núñez mediante contrata y condiciones estipuladas con el Gobierno


49. Mientras las cosas sobredichas pasaban en aquellos puntos, llegó a España la nave Marañona con Felipe Cáceres que hizo relación del estado de la conquista. De resulta de estas noticias determinó Alvar Núñez Cabeza de Vaca, caballero de Jerez de la Frontera hacer al rey una propuesta, que he leído en su despacho o título y existe en el archivo de la Asunción firmado el 5 de Agosto de 1540. Por ella se obligó a expender ocho mil ducados en ropas, armas, pertrechos, caballos y reclutas, costeando además el trasportarlo todo al Río de la Plata. Las condiciones fueron las mismas cuatro primeras de don Pedro de Mendoza citadas en el núm. 17, y no se le cedió, un dozavo de lo que en la tierra se cogiera, entrase y saliese, como dice el mismo Alvar Núñez, cap. 1. Pero se añadió, que tales condiciones solo tendrían lugar en caso de haber muerto Ayolas; porque si este viviese debía Alvar Núñez estarle subordinado con toda su gente, pertrechos y embarcaciones, quedándole únicamente el gobierno particular de Santa Catalina con subordinación al citado Ayolas, quien si quisiese y le pareciese podría nombrarle su segundo. Lozano, lib. 2, cap. 8, se equivoca creyendo que Núñez fue nombrado por el rey teniente general de Ayolas, y también diciendo que la citada contrata se aprobó el 18 de mayo.

50. Se entregó a Núñez algunas órdenes e instrucciones en que se mandaba no permitir letrados ni procuradores en la   —272→   conquista; porque tales gentes ocasionaban pleitos y discordias: que los repartimientos de tierras fuesen perpetuos para que los poseyesen cinco años; que el trato y comercio con los indios fuesen libres: que cuando quisiesen pudiesen los españoles volver a Europa, escribir a Su Majestad y enviar procuradores a promover sus negocios: que los alcaldes ordinarios de los pueblos pudiesen ser en los casos de he[r]mandad; que de los tenientes se pudiese apelar al jefe principal y de este al consejo; que si estas apelaciones fuesen criminales rigiesen las leyes de Castilla, y si civiles de dos mil pesos para arriba no se negase tal apelación: que el juez recusado, se acompañase: que se señalasen ejidos a los pueblos: que los ríos y aguadas fuesen comunes, que a nadie se ejecutase en cuatro años por deudas reales: que en diez años no se pagase almojarifazgo, ni en cinco años más de un castellano por crías de ganados, ni quintos de otra cosa que de oro y plata; y que se cuidase mucho de los bienes de los difuntos. Lozano, lib. 2, cap. 8, refiere estas órdenes o contrata.

51. Compró Alvar Núñez en Sevilla, armas, pertrechos, víveres, etc., y dos naves y una carabela, determinando comprar otra en Canarias, reclutó cuatrocientos soldados sin contar los marineros y cuarenta y seis caballos. Los oficiales principales eran Francisco López e Indiano, hijo de Cádiz y Juan Pabon de Badajoz: de Jerez de la Frontera, fueron Pedro Estopiñán, primo de Alvar Núñez, Alonso Riquel padre del historiador Rui Díaz de Guzmán, Alonso de Fuentes, hijo de un veinte y cuatro, Antonio Navarrete, don Martín Villavicencio y Francisco Peralta: de Sevilla Rui Díaz Melgarejo con su hermano Francisco Vergara, Martín Suárez de Toledo, Pedro Esquivel, Luis Cabrera, y Fernando Saavedra. De Córdoba Alonso Valenzuela, Lope de los Ríos, Pedro Peralta, Alonso Augusto y Luis Ribera: de Ontiveros, García Rodríguez Vergara, hermano de Fray Domingo Soto confesor del rey: de Béjar el factor Pedro Dorantes: de Madrid volvía Felipe de Cáceres con Juan Delgado y el capitán Samargo: de Almodóvar, Agustín Ocampos: de Trujillo Nuflo de Chaves, Luis Pérez de Vargas, y el capitán Herrera; de San Lúcar Francisco Espínola, y de Vizcaya y Guipúzcoa, Martín Orué, Ochoa Yzigarre, Miguel Vorruti y el capitán Estigarribia.

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52. Salió esta expedición de San Lúcar el 2 de noviembre de 1540 y no un año después como dice López capítulo 89. A los nueve días fondeó en la Palma, isla de Canarias, donde se detuvo veinte y cinco, y en diez después arribó a la de Santiago del Cabo Verde. Allí ocupó veinte y cinco días en hacer aguada y tomar un rumbo a la capitana, y pasando al Cabo frío, fue luego a fondear en la Cananea. Alvar Núñez, cap. 2, dice le sucedieron en esta travesía circunstancias increíbles, lo cierto es, que al instante fijó el escudo de sus armas en la costa, creyendo pertenecía aquel distrito al de su gobierno de Santa Catalina, a donde el 29 de Marzo de 1541 fondeó y desembarcó la gente, los pertrechos, y los caballos y yeguas que le restaban. Como en el caso de vivir Ayolas solo debía mandar en dicha isla, tomó posesión de ella; y procurando reconocer la costa de tierra firme, una tormenta le echó a pique ocho leguas de allí dos embarcaciones salvándose la gente.

53. Alvar Núñez, capítulo 3, dice, que los padres franciscanos Bernardo Armenta y Alonso Lebron estaban a catorce leguas de allí en Viaza y temiendo a los indios buscaron la protección de dicho Núñez, pero no nos dice como los religiosos estaban allí; no pudiendo ser, sino por haberlos abandonado Cabrera que los llevó de España y fondeó en Santa Catalina, o por haberse ellos separado de Cabrera que los llevaba, o por haberse escapado por tierra desde la Asunción. Lozano, lib. 2, cap. 8, es el único que sin apoyo lo dice disculpando la idea del supuesto viaje de los padres con el celo de predicar a los indios. Pero no advierte que ignoraban el idioma guaraní, ni que cuando lo supiesen era extraño fuesen a buscar neófitos en Viaza cuando los tenían en las provincias del Paraguay del Guairá y de Vera que debieron atravesar antes. Núñez supone en el cap. 4, que le llegó a Santa Catalina un batel o bote con nueve desertores de Buenos Aires que iban a quejarse al rey de sus jefes. Pero como hacía dos años y medio que estaba despoblada Buenos Aires, es falso que salieron de allí los desertores, y que pudiesen ir a España en tan pequeña embarcación. Si la deserción se supone anterior, no pudieron tales gentes informarle de la muerte de Ayolas, ni de lo demás que dice de   —274→   Irala sin arreglarse en todo a la verdad. Lozano, ibidem, supone la deserción del Paraguay, sin apoyo de otros escritos, y sin salvar las dificultades de su aserción. Rui Díaz, lib. 2, cap. 1, dice, que Alvar Núñez recogió en Santa Catalina a dos desertores de Buenos Aires que le informaron del estado de la provincia, y nos repite la historia de tales desertores que refirió en el libro 1, cap. 16. Pero yo tengo por cuento fabuloso lo que dice, y aun por imposible. Así sigo la historia como creo que sucedió.

54. Recogió Alvar Núñez a dos españoles desertores de la embarcación de Antón Cabrera o de la que fue a socorrerlo con Schimidels, que estaban en Viaza. Ellos le informaron lo que sabían y se reduce a que la ciudad de Buenos Aires se hallaba con el arribo de Alonso Cabrera surtida de víveres y soldados y que sucedía lo mismo a la de la Asunción, desde donde había salido últimamente Irala en solicitud de Ayolas; a quien generalmente se creía muerto, según lo que tardaba en volver. No pudieron informarle de la población de Buenos Aires, pues la ignoraban, y por esto en mayo de 1541, despachó Alvar Núñez a Felipe de Cáceres en una embarcación a saber lo que pasaba allí; pero un temporal no le permitió llegar, y le pareció arribar a santa Catalina. Allí se suscitó la duda sobre ir a la Asunción por mar o por tierra: el piloto Antonio López y Felipe de Cáceres opinaron que por la mar; pero Alvar Núñez con la pérdida de dos de sus embarcaciones y otra que tenía muy quebrantada temió embarcarse, según Schimidels, capítulo 31, o le pareció llegaría antes por tierra, según él dice, cap. 5. Ignoraba el rumbo y la distancia, y para tomar noticias destacó algunos españoles e indios con el factor Pedro Donantes, quien volvió a los tres meses diciendo, que después de atravesar serranías, y grandes bosques y tierras desiertas, había encontrado campiñas pobladas de indios. Resuelto por fin a ir al Paraguay por tierra e informándole los naturales que podría llegar antes a las citadas campiñas introduciéndose por el río Ytabacú que desemboca enfrente de la punta de la isla a 18 ó 20 leguas de donde estaba fondeado, dispuso recorrer dicho río: y entre tanto deshizo una de las dos embarcaciones que le restaban recogiendo la jarcia y clavazón. Lozano, libro 2, cap. 8, dice   —275→   que los padres franciscanos citados, núm. 53, que habían ido desde la Asunción informaron a Alvar Núñez del camino; pero de ser así no venía al caso el reconocimiento de Donantes ni Alvar Núñez habría sido el primero que hizo este viaje de lo que se vanagloria.

55. Hecho el acopio de víveres y efectos que creyó preciso llevar por tierra, quedaron en santa Catalina ciento cuarenta españoles con lo que debía ir por mar, y el 18 de octubre de 1541, marchó Alvar Núñez a entrar por el citado río Ytabucó con 250 arcabuceros y ballesteros, todos sus caballos y muchos indios del país. Navegó por dicho río, y no pudiendo más, desembarcó la gente y lo que había de llevar, y despachó la embarcación para que embarcando lo que había dejado en Santa Catalina, lo condujesen a Buenos Aires bajo la dirección y mando de Felipe de Cáceres, según dicen Rui Díaz y Lozano; y les creo más que Alvar Núñez que da este mando a Pedro Estopiñán; por que este no tenía la práctica de aquel del país. En seguida marchó Alvar Núñez a los indios y españoles que cargaron a cuestas todo el matalotaje, y el día 2 de noviembre del mismo año, principió su camino penetrando los bosques de montañas desiertas hasta que a los 19 días salió a las dilatadas llanuras de Ytatuá pobladas de indios guaranís. Tomó posesión de ellas ante el escribano Juan de Araoz y las denominó provincia de Vera. Continuando el viaje cortó el río Yguazú el día 1º de diciembre, y dos días después el Tibahibá; donde encontró a muchos indios guaranís. Estos relevaron a los que fueron despedidos. Siguiendo su derrota, encontró el 19 del mismo mes muchos de aquellos pinos descritos en el cap. 5, número 12. Alvar Núñez, cap. 8, dice que un solo día de esta última distancia echó 18 puentes sobre los ríos y ciénagas que pasó; pero no le creo; ni tampoco cuando supone que sus gentes solo caminando podían digerir lo que comían. En el cap. 9, refiere, que su tropa se alimentaba con frecuencia de gusanos, etc., de una especie de hormigas de que suelen en Santa Fe hacer tortillas. Entre los citados pinos o curiys se detuvo hasta el 28 de diciembre en un pueblo guaraní, y después encontró otros el 10 de enero de 1532. Continuó, y el día 14 del mismo mes llegó   —276→   al río Pequirí desde donde escribió a la Asunción pidiendo le enviase auxilios y embarcaciones al río Paraná. Hecho esto dispuso se quedasen atrás catorce enfermos que tenía, para que le siguiesen poco a poco, y él con el resto se metió por despoblados caminando por ellos los ocho días anteriores al 19 de febrero en que llegó al río Yguazú encima de su salto grande que queda descrito en el cap. 4, núm. 11. Allí encontró los guaranís que después formaron el pueblo de Santa María la mayor a quienes compró algunas canoas que hizo bajar arrastrándolas por tierra y en hombros hasta lo inferior del salto, y luego hasta el Paraná. En ellos pasaron todos este río sin más desgracia que ahogarse un español por volcarse la canoa. Alvar Núñez, capítulo 14, dice que se vio muy confuso aquí porque los españoles de la Asunción sabiendo que él iba no le habían enviado los bergantines que les había pedido desde el río Pequirí al cual equivocadamente llama Paraná. Pero si hubiese reparado que desde el 14 de enero en que llegó al Periquí, hasta los primeros días del mes siguiente no había pasado el tiempo suficiente para llegar de la Asunción los bergantines ni aun la respuesta a su carta habría cesado toda su confusión. Lo cierto es que viéndose en el Paraná con 30 enfermos, e imposibilitado de continuar por tierra, formó balsas con las canoas apareándolas de dos en dos, y atravesando encima zarzos de cañas y palos, en ellas embarcó sus enfermos al cuidado de Nuflo de Chaves para que bajando por el Paraná hasta encontrar el río Paraguay, subiese por este a la Asunción. Él siguió por las inmediaciones del río Mondai, donde encontraría precisamente los cuatro pueblos formados por Irala, según vimos en el núm. 44. Continuó luego hasta los del Ybitiruzú formados igualmente por el mismo; desde donde según Ruiz Díaz escribió a Irala y este envió para cumplimentarle a los capitanes Juan de Salazar y Juan de Ortega, y al veedor Alonso Cabrera. Estos lo encontraron en el pueblo de Acani, y el día 11 de Marzo de 1542 a las nueve de la mañana entro Alvar Núñez en la Asunción con aplauso general, encargándose al momento del mando aunque no presentó sus títulos ni prestó el juramento ante el cabildo hasta el día 13 del mismo mes, según he leído en las diligencias originales que están en el archivo de la Asunción. Rui Díaz, lib. 2 cap. 1,   —277→   dice que Alvar Núñez en este viaje desde Santa Catalina no perdió ni un hombre. Lozano, lib. 2, capítulo 8, que solo uno, y Schimidels con más verosimilitud, cap. 81, que ciento. Alvar Núñez capítulo 13, dice que encontró a Felipe de Cáceres en la Asunción sin advertir que venía de España en su compañía, y que el mismo le había embarcado en el buque que aun no había llegado de Santa Catalina.

56. Luego que Irala recibió la carta que le escribió el adelantado desde el Pequirí despachó bergantines al Paraná los cuales encontraron a Nuflo de C[h]aves con sus impedidos en la isla de Apipé, donde los embarcaron y condujieron a la Asunción llegando un mes después que el adelantado, con la desgracia de haberse comido a uno el yaguareté. Poco después del arribo del citado Chaves, despachó igualmente bergantines al adelantado a socorrer la embarcación que venía de santa Catalina, y la encontraron debajo de donde hoy está la ciudad de Corrientes, la proveyeron de víveres y la acompañaron a la Asunción. Así lo dice Rui Díaz, lib. 2, cap. 2. Pero Alvar Núñez, cap. 15, supone que él construyó los bergantines citados y que los despachó con orden de poblar a Buenos Aires y de fundar la ciudad de San Juan; aunque no lo verificaron y regresaron a la Asunción con la desgracia de haberse derrotado una barranquera del río volcando la galera, etc. Pero ni tuvo tiempo para construir los bergantines ni necesidad de tal cosa, pues los había en la Asunción, y acababan de llegar con Chaves. Lo que añade de fundar a San Juan y del fracaso de la galera, con cosas acaecidas muchos años después, según aseguran Rui Díaz, ibid., y Lozano, lib. 2, capítulo 16, y yo creo que llegaron a su noticia y se las apropió en sus comentarios; sin advertir que entre las embarcaciones que despachó no había ninguna galera, siendo todas bergantines. Mas no le faltó la advertencia de dilatar la vuelta de las embarcaciones hasta el 20 de diciembre para darles lugar de hacer lo que dice.

57. Mientras el adelantado alistaba los bergantines, que era lo más urgente, pasó revista y encontró 800 españoles según Schimidels, cap. 32, más de 1300, según Rui Díaz, lib. 2, cap. 2, según Lozano, lib. 1, cap. 9; pudiendo venir la diferencia   —278→   de que el primero contó solo a los presentes y no a los que venían con Cáceres y Chaves. Al mismo tiempo trabó tan estrecha amistad con Domingo Martínez de Irala, que le nombró su segundo o maestre de campo haciéndole jurar unión fraternal. Luego juntó a los oficiales y eclesiásticos, y después de haberles leído una real cédula que mandaba tratar a los indios con suavidad y justicia, los exhortó al cumplimiento y a los eclesiásticos a que los doctrinasen, entregándoles cuando llegaron las embarcaciones algunos ornamentos, harina y una pipa de vino para misas. Poco después sucedió lo que acostumbran ejecutar aquellas naciones cuando están en paz, y es ir algunos a ofrecer obediencia, vasallaje y fidelidad al nuevo gobernador pidiéndole algún regalito. Fueron los primeros los guaranís de los pueblos ya reducidos, y el adelantado los recibió, según es costumbre, exhortándolos a continuar con buena armonía en la obediencia, ofreciendo favorecerles. Alvar Núñez, cap. 16, después de manifestar las quejas que supone le dieron los guaranís de los oficiales reales o ministros de hacienda dice: que los exhortó para que no comiesen carne humana. Pero debía saber que estando los indios en encomiendas, no pagaban tributo ni derechos reales, ni los oficiales tenían medio alguno para suscitar quejas. También es tan falso comiesen carne humana dice el sermón compuesto por Lozano, lib. 2, cap. 9. Con este motivo llegaron después a ver al adelantado los agaces, echando la culpa de algunos robos hechos a los guaranís inmediatos, a unos mozos que ellos habían ya castigado, y pidiendo se les restituyesen algunos indios y mujeres cogidos por los españoles en las guerras pasadas; pero se les contestó que convenía quedasen las mujeres para instruirlas en la religión y mandándoles observasen mejor la paz, sin acercarse con sus canoas a donde pescaban los guaranís, y españoles, ni a sus quintas cercanas al río.

58. He leído en el archivo de la Asunción una formal justificación en que consta que habiendo llegado por este tiempo Felipe de Cáceres con los que venían de Santa Catalina, presentó el adelantado un pedimento solicitando le pusiese en posesión de una plaza de regidor, en virtud de un real despacho   —279→   que habían leído muchos, y era público de Madrid, aunque se le había perdido; y que el adelantado sin admitir el pedimento trató a Cáceres con dureza, concluyendo que no le pondría en posesión de tal empleo. De la misma justificación consta que Alvar Núñez era áspero, incomplaciente, impolítico con indios y españoles, y que por esto le aborrecían generalmente, según dicen también Schimidels, cap. 34, y López, cap. 89. Dicha justificación fue pocos años después a la corte con el mismo Alvar Núñez donde este la vio, y para precaverse escribió en el cap. 18 de sus comentarios, que chocó con los oficiales reales uno de ellos Cáceres porque no quiso darles el auxilio que le pedían para cobrar una imposición nueva inventada por ellos sobre el pescado, manteca, miel, maíz, etcétera, y porque no aprobaba los agravios y vejaciones que hacían cobrando lo que se debía a Su Majestad; sobre lo cual dice se le quejaron todos los conquistadores y pobladores. Ni siquiera repara Alvar Núñez aquí en que de ser cierto lo que dice, los conquistadores aborrecían a los oficiales reales; y no era sino al contrario, que los sostenían tantos como a él le detestaban: conociéndose claro que todo lo que dice es supuesto.

59. Por este tiempo Pedro de Mendoza, Juan de Salazar Cuparatí, Francisco Ruiz Mairarú, Lorenzo Moquerati y Gonzalo Mairarú indios todos mongolás que vivían en la Asunción cuyas hijas eran mancebas de los españoles y cuyos apellidos habían tomado, se quejaron de que los de su pueblo llamado hoy Areguá, habían sido asaltados en sus quintas por los indios guaicurús, que les habían muerto 20 personas y robado lo que tenían en Tapúa: Alvar Núñez, cap. 19, equivoca el nombre del pueblo. De resultas declaró el adelantado la guerra a los guaicurús y alistando 200 arcabuceros y ballesteros con 12 caballos, salió el 12 de junio de 1542 para el pueblo de Areguá o Mangola distante cinco leguas, y allí se le juntaron tropas de los guaranís amigos de los pueblos de la Cordillera. El día siguiente despachó dos españoles con indios mongolás para adquirir nuevas del enemigo; y volvieron diciendo, que los guaicurús habían levantado su pueblo para establecerse en otra parte. Con esta noticia pasó el adelantado el día 14 con sus tropas   —280→   a la otra orilla del río Paraguay en dos bergantines y muchas canoas de las cuales se volcó una ahogándose Diego Isla, natural de Málaga, y Juan Valdés, hijo de Palencia. El día siguiente marchó la tropa; y las avanzadas dieron repetidos avisos de que el enemigo caminaba sin manifestar tener noticia de los españoles; pero poco después de puesto el sol hizo el adelantado encender las mechas a precaución sin detener la marcha con la luna. Casualmente sucedió luego, que encontró la tropa con un yagureté, y le tiraron algunos arcabuzazos cuyas pelotas dice Alvar Núñez, cap. 24, le pasaron a raíz de la cara, y que se tuvo entonces por cierto se las tiraron para matarle por complacer a Irala. Pero si esto fuese verdad habría desconfiado de Irala, no se habría valido de él después como lo hizo para todo, reputándole su mayor amigo y de mayor confianza. Es de saber que cuando escribía achacándole esta maldad le aborrecía mucho. Cenó la tropa y continuó hasta que antes del alba atacó la toldería guaicurú, matando a muchos, y poniendo en fuga a los demás con pérdida de los españoles y doce auxiliares con una yegua: cuyo cuello abrazó y atravesó con tres flechas un guaicurú sin quererle soltar hasta que le mataron. El adelantado siguió un poco a los fugitivos, quemó la toldería o pueblo y regresó a la Asunción por el camino que había llevado. Alvar Núñez capítulo 25 dice que llevó artillería a esta jornada cosa que le era imposible y en los caps. 29, 30 y 31 añade que en ella hizo cuatrocientos cautivos o prisioneros los cuales recogió y sacó de las manos que los habían pillado para que no los tuviesen como esclavos; dio libertad a uno para que dijese a los demás que fuesen a ajustar la paz como lo hicieron, de cuya resulta dio a todos la libertad. Pero yo me atengo a un papel de aquel tiempo que leí en el archivo de la Asunción y dice: que el recoger dichos prisioneros fue para venderlos inmediatamente por esclavos y aprovecharse del producto como lo hizo. Rui Díaz, lib. 2, capítulo 3, pretende justificar a su tío Alvar Núñez diciendo contra el testimonio de éste, que los prisioneros se interpolaron con los mongolás; pero es falso. También se equivoca poniendo esta jornada después de la que Núñez hizo al puerto de los Reyes.

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60. Al regreso dio libertad a seis indios lenguas a quienes Alvar Núñez, cap. 27 y 32, llama mal Yaperues y Apernes. Se habían presentado pidiendo la paz a Gonzalo de Mendoza, jefe de la Asunción, el día antes de llegar a ella el adelantado, temerosos de que se les hiciese igual guerra que a los guaicurús, y Mendoza los detuvo hasta el arribo de éste. De resultas de allí a pocos días regalaron los lenguas al adelantado unas mozuelas, que dice Alvar Núñez, capítulo 32, entregó a los eclesiásticos para doctrinarlas: lo que era imposible ignorando el idioma. Poco después los agaces robaron algunas quintas de los españoles matando algunos indios de encomiendas y llevándose sus mujeres. Sobre la marcha les formó proceso el adelantado y uniéndolo a otros que antiguamente se les había formado, les declaró la guerra a sangre y fuego, y vendió por esclavos a catorce que tenía presos, según he leído en un papel de aquel tiempo en el archivo de la Asunción, que me hace más fe que el cap. 33 de Alvar Núñez que dice los hizo ahorcar.