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Desde la otra orilla del Leteo. Max Aub. «Diarios (1939-1972)». Edición, estudio introductorio y notas de Manuel Aznar Soler, Alba Editorial, Barcelona, 1998

Ignacio Soldevila Durante





Esta edición de los diarios íntimos de Max Aub comporta una selección de los mismos, como Manuel Aznar advierte en la primera línea de su introducción, aunque el editor haya optado por no hacerlo constar en el título a pesar de la importancia del dato1. Aznar anuncia igualmente, de entrada, que su selección se funda en «el único criterio, obviamente subjetivo, de su calidad literaria o interés testimonial» y, ciertamente, todo lo seleccionado por Aznar tiene calidad literaria, interés testimonial y, muy frecuentemente, ambas cosas, dicho sea desde mi criterio igualmente subjetivo. Como, por otra parte, me consta que Aznar está preparando una edición completa que se publicará en México, me parece importante hacer a esta edición un comentario que, por llegar demasiado tarde para que Aznar la renga en cuenta, ofrezco para la de México. A la luz de lo que Aznar ha seleccionado aquí, y después de haber examinado someramente en el archivo de la Fundación en Segorbe (4 de junio de 1998) algunos de los cuadernos y papeles sueltos utilizados por él para esta edición, se me plantea la duda de que Aub hubiese autorizado tan pronta edición de ciertos materiales altamente explosivos que en ellos se contienen. Por supuesto, Max nos dio anteriormente muestras de no andarse por las ramas cuando escribía diarios de viajes que luego editaba. Enero en Cuba (1996) y La gallina ciega (1971)2 son dos notorias pruebas de ello. Pero haré notar que, en muchas ocasiones, los nombres de las personas afectadas por su desfavorable juicio iban a la luz pública enmascarados con iniciales, como si, a la manera evangélica, advirtiese: «quien tenga oídos, que oiga». Por consiguiente, me parece legítimo dudar de que Aub hubiera autorizado la revelación pre-mortem de algunos nombres de personas, particularmente de aquellas con quienes estaba en deuda por algún motivo, o con quienes tenía una relación amistosa, cuando sus juicios les eran tan desfavorables como algunos de los que hemos visto aquí dados a la luz pública. No voy a entrar en dar los, para mí, más claros ejemplos de estos desenmascaramientos. Quien quiera saber, que lea, y juzgue por su propio criterio lo que no es más que una simple opinión de quien hace estos comentarios. No cabe duda, por otra parte, que esta característica de la presente edición la convierte, a mi entender, en notable piedra de escándalo en el ya revuelto lago de las letras peninsulares e hispánicas. Lo cual no es mala cosa, dada la complicada situación que en este ámbito han provocado las prácticas de la industriosa industria del libro (y no es redundancia). Por supuesto, todo lo escrito por un autor de la capital importancia de Aub merece ser sacado a la luz, y puesto a la disposición de lectores y estudiosos. Desde un punto de vista estrictamente filológico, no es respetable la voluntad de algunos autores de hacer desaparecer obras o versiones anteriores de obras ya editadas con su consentimiento, y de las que se han arrepentido por motivos éticos o estéticos. Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Ramón Pérez de Ayala y Ramón J. Sender, por no citar más que ejemplos de nuestro siglo, incurrieron en esas voltarias actitudes y decisiones que la filología no tiene por qué respetar3. Aquí, cabe preguntarse cuál hubiera sido la decisión personal de Aub, de haber dejado en su testamento alguna manifestación acerca de sus papeles personales.

Nada de esto quita un ápice de valor a la publicación de estos diarios, a través de los cuales la figura humana tanto como la literaria de Aub adquieren, si no nuevas, sí más apuradas y redimensionadas facetas. Su honestidad ética e intelectual sólo tiene parangón con su gigantesca vocación literaria, lo que hace de su figura una de las mayores y más ejemplares de la literatura occidental, de la que es orgullo que todos debieran compartir, por más que sea tan difícil emular. Los que hemos dedicado años de nuestra vida a la lectura y el estudio de su obra lo sabemos mejor que nadie, y a la manera de Calisto, afirmamos que Aub quisiéramos ser, y aubiana es nuestra religión.

Aznar no ha dudado en seleccionar, por otra parte, fragmentos de estos papeles inéditos de Aub en los que, más claramente, si cabe, de lo que conocíamos hasta ahora por textos publicados por el propio Max, se nos revela en toda su amplitud el incesante debate ideológico mantenido con sus mejores amigos comunistas a propósito del funcionamiento de los partidos comunistas desde sus orígenes, y se entienden más claramente que nunca determinados episodios y escenas de su fresco novelístico El laberinto mágico. Y se comprueba a la misma y plena luz que ni Aub fue anticomunista (en el sentido combativo de las ideologías incompatibles con el comunismo) ni podía ser comunista en el sentido más riguroso de la palabra (miembro militante del partido). Esta última y falsa hipótesis le costó, no obstante, sus mayores sufrimientos en los campos de concentración franceses, como resultado de una falaz denuncia hecha por un agente doble en la Francia de Vichy. Y todavía en los años cincuenta, la correspondiente ficha policial recuperada por la policía de la República Francesa le causó graves obstáculos en su libertad de desplazamiento. De todo ello tenemos pruebas incontestables en este diario y en la minuciosa indagación biográfica que Aznar nos transmite en su riguroso trabajo de introducción y en sus numerosas notas aclaratorias, que tanto ayudan al lector de cualquier edad, ya que Aznar ha optado, con excelente criterio, por «una edición cargada de futuro» (p. 35), al explicar datos y nombres históricos que poco o nada dirán a las jóvenes generaciones, y menos aún a las futuras. El trabajo de Aznar en lo tocante al aparato filológico es impecable, describiendo, de entrada, las dificultades que le presentaban las transcripciones mecanografiadas hechas por la secretaria particular de Aub, que no hemos podido ver en el Archivo, pero que, según informa Aznar, presentan «algunos desajustes cronológicos, incorrecciones o errores textuales» (p. 33) que ha subsanado recurriendo a los originales manuscritos. En este aspecto, es prácticamente perfecta su labor de desciframiento, que la escritura de Max Aub no siempre facilita, dadas las difíciles condiciones y circunstancias en las que algunos de esos cuadernos y papeles están escritos. Una sola objeción: en algunas ocasiones, Aznar pone entre corchetes la palabra «(ilegible)», pero no he encontrado en su introducción a la edición si en estos casos es simple transcripción de un comentario de la secretaria o si, como supongo, quiere decir que tampoco Aznar ha logrado descifrar la palabra en el texto manuscrito. Dado que estos casos son poco numerosos, sugiero que en las próximas ediciones incluya fotocopia del original, para que el lector pueda echar su cuarto a espadas. En esto del desciframiento de escrituras enrevesadas hay verdaderos especialistas que no necesariamente son filólogos, y que podrían aportarnos su contribución a la puesta en limpio de tan importantes papeles. No quisiera, por esto, que quienes no conocen la firme y hermosa escritura de Aub pensasen que reñía «letra de médico», como se suele decir en las reboticas. Conservo las suficientes cartas y textos manuscritos como para desechar cualquier sospecha al respecto4. Pero no es menos cierto, como ya he dicho antes, que las circunstancias en que fueron escritos algunos papeles explican la inevitable presencia de tales dificultades de lectura.

Anotaré, a continuación, algunos comentarios puntuales, siguiendo el hilo de la lectura, por lo que van precedidos del número de página correspondiente.

  • A la introducción de Aznar:
    • p. 11. Habla de la presencia de Aub en el Roland Garros, habilitado como campo de detención, y comenta que allí estuvo «no precisamente para jugar al tenis a la sombra de las raquetas en flor». No sé si ha querido reflejar fielmente el texto de Aub, que el 7 de abril del 40 añora: «El paseo en la cancha de tenis. Pasamos lista a la sombra de los retretes en flor» (p. 40), en cuyo caso hay una errata, o ha jugado a su vez con el eufemismo de Aub para hablar de lo que todavía en México le obsesionaba lo suficiente para escribir el relato titulado «Ese olor»5.
    • p. 14. (México, 1942-1956). Se menciona aquí un encargo de adaptación cinematográfica de 1948. Hay mención de otro anterior en el diario, con fecha del 19 de noviembre del 43.
    • p. 19. Son muy raras las erratas de imprenta en esta cuidada edición. Aquí aparece «estremedor» por estremecedor.
  • A los diarios de Aub:
    • p. 40 (20-xii). «Perifacéticos», probable errata por peripatéticos.
    • p. 57 (cita de Gide). «l'a-peu-peu-près». Evidentemente, hay un peu de más.
    • p. 60 (5-iii). Queda sin explicar a qué aniversario se refiere Aub. Por supuesto, yo tampoco encuentro explicación, porque ninguna de las fechas dignas de celebración que conozco en la vida de Aub coincide con un 5 de marzo. Tal vez alguien pueda explicarlo.
    • p. 65 (15-iii). «Templado es un cínico [...], un pedonista (¡qué mal huele la palabra!)». Pedonista no es palabra que conste en los diccionarios, ni en el secreto de Cala, ni en los de palabras malsonantes (o malolientes). Por el contexto hay que pensar en una errata por hedonista, que también tiene «hedor».
    • p. 71 (11-iv). Posiblemente la palabra ilegible sea «azuza», o alguna sinónima. En la nota 12 de abril anota Aznar (sic) al transcribir el verbo de la frase «todos caeremos de acuerdo». Es un evidente galicismo de Aub (tomber d'accord).
    • p. 73 (3-vi). Dice «los truchas», con evidente errata en el artículo. Esta nota explica un pasaje de la novela Campo de sangre, en la que se habla de las truchas cultivadas en un estanque, y de los lucios, temibles pesívoros que les echan de vez en cuando para que mantengan las carnes duras.
    • p. 74 (4-vi). «Sino el asunto» Posible errata por «sino en el asunto». El sentido de la frase no es el mismo en ambos casos.
    • p. 102. Las iniciales A. R. son probablemente las de Alfonso Reyes.
    • p. 103. «No ganemos» (No ganaremos).
    • p. 108. La memoria le juega una mala pasada a Aub, si comparamos las dos versiones que de un episodio de su juventud da: primero, en este texto de noviembre de 1943; luego, en el que aparece en p. 234, de febrero de 1954. Sin duda, le hubiera divertido este ejemplo de cómo se transfiguran las memorias con el paso de los años, cosa de la que era perfectamente consciente.
    • p. 109 (19-xi). Puesto que Rodolfo Usigli murió en el 79, y de él se dicen cosas peores en otros lugares de este diario, no me parece indiscreto sugerir que el U. de este comentario pueda referirse a él.
      • ib. (29-xi), «aquilata» por aquilatar.
    • p. 114. La nota del 29 de junio del 44 índica un cambio en el proyecto inicial de Aub que aparecía en la primera edición de Campo Cerrado, un año antes. Los relatos sobre su experiencia de Djelfa y su accidentada salida por Marruecos pueden ser ahora considerados como fragmentos de este proyecto nunca llevado a término.
    • p. 186. «era mi incosciente». Probable errata por «era muy inconsciente».
    • p. 227 (18-ix). «No cabe duda de lo incierto; de lo que sé...» (Sin duda, sobre ese punto y coma).
    • p. 229. «sus voces se vayan extendiendo por consunción». Evidente errata por «extinguiendo».
    • pp. 249-50. La nota del 19 de septiembre de 1954 se refiere al proyecto de editar una serie de volúmenes de Obras incompletas de Max Aub. El proyecto lo realizó en la Editorial Joaquín Mortiz en la década de los 60.
    • p. 264 (22 de abril). El texto de J. J. Casal merecía un comentario. Este escritor uruguayo (1889-1954) fue cónsul en La Coruña, y allí fundó y dirigió la revista Alfar, en la que Aub colaboró en los años 20. Es curioso que se enterara del fallecimiento un año después.
    • p. 267 (9 de agosto 55). La primera idea acerca de Jusep Torres aparece en el texto del 10 de septiembre del año anterior (p. 249). Por ella vemos que el proyecto original era la invención de un escritor.
    • p. 282 (6-x) «no engañar a nadie, más que sí», debe ser «no engañar a nadie, más que a sí».
    • p. 285. La escena es, sin duda, ubicable en Munich, donde Carlos Clavería era director del Instituto de Instituto de España por aquellas fechas.
    • p. 322. Periquillo Sarmiento. Errata habitual en los españoles cuando citan la obra de Fdz. Lizardi Prospecto de la vida y aventuras de Periquillo Sarniento (de sarna).
    • p. 355 (5-ix 64). El recuerdo de Aub acerca del insulto Sales juifs (puercos judíos), oído en 1914, y el comentario del propio autor («No tenía ni la menor idea de lo que era») viene a conciliar las dos versiones sobre el descubrimiento por Max de su condición de judío. Me había él afirmado que no lo supo hasta que, con motivo de alcanzar su mayoría de edad, se lo dijeron sus padres6. Elena Aub, por su parte, me decía que no, que de niño ya se había enterado. Sin duda esta página del diario pone de acuerdo ambas versiones.
    • p. 249, nota 51. No me parece seguro que la «malévola y desafortunada alusión» que «acaso pudiera referirse a Benavente» según Aznar, sea de Max Aub, porque se dice «no quiso seguirnos» y, evidentemente, Aub no estaba en Madrid en 1945 o 1946 (A menos que se entienda el nos como referido a los que ya estaban en el exilio).
    • p. 442 (4-xi). «Clásicos de la lectura» era el título de una colección de la revista La Lectura.
    • p. 505 (7-iv). Las iniciales J. C. son probablemente alusivas a Ernesto Giménez Caballero, a quien también se atribuyó el proyecto de casar a Pilar Primo de Rivera con Adolf Hitler.
    • p. 533 (26-vi-72). Como esta anotación de Aub me concierne personalmente, quiero aclarar que Aub no parece haber entendido mi relato acerca de la biblioteca de Paulino Masip. A su sugerencia de que «lo que subsista de los libros se lo entregue a la familia», en efecto, puse una cara rara, que él interpretó como que yo dudaba y frenaba ante su sugerencia. Mi cara era, simplemente, de asombro. ¿Cómo iba yo a entregar a la familia del pobre Masip unos libros que estaban en posesión de otra persona? Por supuesto, días más tarde hablé con dicha persona, casado con una prima de mi padre, y en cuya casa estuve alojado durante los tres cursos de mis estudios en Madrid, y le transmití la sugerencia de Aub. Evidentemente, me envió a tomar el fresco. A él le habían confiado todo aquello determinado organismo del Ejército o del Estado, y no iba a hacer nada que no le ordenaran desde más arriba en la cadena de mando. Muertas estas personas ya, y vendida su casa, Dios sabe lo que habrá sido de esa biblioteca. Pero si algún derechohabiente de Masip quiere más datos e investigar el paradero, no tiene más que comunicar conmigo.

Como se ve por mis escasas observaciones, la edición ha sido realizada con especial rigor, y no quisiera terminar estos comentarios sin subrayar de nuevo la gran importancia que para entender el talante ético y las ideas estéticas de Aub tienen desde ahora estas páginas del oculto Diario. Y quisiera terminar, como prueba, citando un comentario de Aub (23-xi-1967) que sintetiza a la vez su vida y su obra: «Este nuevo enfrentamiento del hombre con su acaecer [...] ha sido el cauce por el que anduvo mi literatura durante mi vida, y mi vida en su literatura. No pido perdón ni agradecimiento: no me hice. SÍ hubiera escogido, no tendría posibilidad de tener lectores...». Así, los ha ido ganando, y alcanzando el puesto que le corresponde en el canon literario, puestos en ello de acuerdo tirios y troyanos.





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