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ArribaAbajo- XVI -

Llega la División Echagüe.-Camino que ha traído.-Temporal.


Día 5 de marzo.

Hoy ha llegado a Tetuán el general Echagüe con ocho batallones de los catorce que han guarnecido el Serrallo desde el principio de la guerra.

Viene a reforzar nuestro ejército para la expedición a Tánger.

Los nombres de los cuerpos recién llegados son: Madrid, Alcántara, las Navas, Barbastro, Granada y Borbón.

Con ellos han venido el general Lasaussaye y los brigadieres Trillo, Berruezo, Sousa y Caballero de Rodas.

En el Serrallo han quedado el general Gasset y el brigadier Sandoval, con los batallones del Fijo, el Rey, Mérida y Talavera.

La división que trae el general Echagüe viene ganosa de gloria y de trabajos. Muchos y muy heroicos fueron los servicios que prestaron estos ilustres cuerpos en el primer período de la campaña; pero nada puede compararse a lo que han sufrido desde que emprendimos la marcha sobre Tetuán, al verse allí estacionados y en perdurable ocio, mientras que el viento les llevaba la voz de los cañones de Castillejos, Río Azmir, Cabo Negro, Guad-el-Jelú y Tetuán, la fama y les refería las grandes proezas que realizaban sus hermanos a pocas leguas de ellos.

Estas dolorosas emociones de generosa envidia se han avivado durante la marcha que acaban de hacer para incorporársenos; pues es menester que sepáis que han venido por tierra y siguiendo las huellas de nuestros pasos, encontrando doquiera señales de nuestras luchas y plantando de noche sus tiendas en los mismos lugares en que se alzaron nuestros campamentos.

No ha sido menor la emoción con que nosotros hemos oído la historia de esta marcha y el afán con que les hemos pedido noticias de aquellos sitios en que tanto padecimos y batallamos. He aquí el resumen de todo lo que nos acaban de referir:

Ayer, a las cuatro de la madrugada, se pusieron en camino, y hoy a las tres de la tarde estaban ya en Tetuán. Es decir, que en día y medio han atravesado todo el terreno que nosotros tardamos quince días en recorrer.

La formación para su marcha se verificó en el Valle de la Concepción del Tarajar, donde estuvo acampado catorce días el TERCER CUERPO, y donde yo perdí tantos amigos, víctimas del cólera o de las balas. Aún se ven allí (dicen) los vestigios de nuestras tiendas y de nuestros pasos; el monte, ya pelado, que nos proveyó de leña; los cajones, las pipas y las latas de los víveres y municiones que consumimos del 15 de diciembre al 2 de enero, y algún cadáver desenterrado por los moros para cortarle la cabeza.

En aquel lugar consagrado por la muerte y por la victoria despidiéronse tiernamente los jefes y oficiales que aún se quedaban en el Serrallo y los que venían en busca de nosotros y de nuevos triunfos. ¡Llevaban cuatro meses de compartir glorias y trabajos, y tenían que separarse por primera vez, los unos para correr grandes aventuras, los otros para seguir con el arma al brazo, bajo las inclemencias del cielo y en la más triste soledad!

El bravo y modesto general Gasset y su estado mayor acompañaron a Echagüe hasta el famoso Valle de los Castillejos. Allí se despidieron también, y tornaron a los famosos Reductos.

En el Valle de los Castillejos eran espantosas las huellas de la gran batalla de 1.º de enero. Armas rotas, harapos, infinidad de cajones vacíos, que habían tenido municiones; caballos muertos, árboles tronchados, por el cañón, mil y mil indicios materiales, hablaban aún de aquel largo día de sangrienta lucha y funeral estrago...

(Ya antes, de orden del mismo general del PRIMER CUERPO, se habían enterrado allí centenares de cadáveres de uno y otro ejército, cuyas exhalaciones pútridas habían llegado hasta el campamento del Serrallo.)

Más adelante, hacia las Alturas de la Condesa, encontraron muchos ganados que pacían tranquilamente. Los moros que los guardaban huyeron a la aproximación de nuestras tropas; pero Echagüe dejó una sección de Guardia Civil que custodiase las reses hasta que pasara toda la división, con el fin de evitar que nadie tocase a ellas... ¡Rasgo laudable, sobre todo en una guerra con gente tan rapaz como los marroquíes!

En Monte-Negrón vieron a lo lejos algunos campesinos que labraban sus taladas tierras, y que escaparon también, abandonando los arados... ¡Pobres moros!

A las cuatro y media de la tarde llegaron, al fin, a Río Azmir (al Campamento del Hambre, como le llaman todavía nuestros soldados), y allí acamparon toda la noche.

A las cuatro de la mañana se tocó diana... ¡Los ecos de todos aquellos montes reconocerían tal música, que tantas veces habían repetido!...

A las seis estaba todo el mundo en marcha, después de haber almorzado.

Venía de práctico el bizarrísimo comandante de la Guardia Civil D. Teodoro Camino, de quien me atrevo a asegurar que es el jefe nuestro que más enemigos ha matado por su propia mano en esta guerra. El general O'Donnell lo había enviado al Serrallo hace pocos días para que sirviera de cicerone al general Echagüe en esta expedición al través de aquellas montañas en que tan penosamente nos habíamos abierto paso, y Camino desempeñaba su encargo a las mil maravillas.

A las nueve se engolfaron en la cordillera de Cabo Negro, dentro de cuyas tortuosas cañadas hallaron siete moros armados (sin duda pertenecientes a la partida de bandoleros que tantas tropelías están haciendo en los alrededores de Tetuán). Cogieron, pues, a dos, y se los trajeron consigo. Los otros cinco lograron escaparse.

Una vez en la llanura de Guad-el-Jelú, cortaron diagonalmente hacia la Torre de Jeleli, pasando por la trinchera morisca en que tuvo lugar lo más recio del combate del 31 de enero, y, como ya he dicho, a las tres de la tarde llegaron a las puertas de Tetuán...

¡Imaginaos ahora el encuentro de generales con generales, de soldados con soldados! Desde que se vieron la última vez hasta hoy, ¡qué grandes acontecimientos, cuánta gloria, cuánta mortandad!...

Pero, en fin, ¡ya están juntos!

-¡A Tánger! -decimos nosotros, alegrándonos de ir en tan buena compañía.

-¡A Tánger! -responden los recién llegados, ansiosos de recobrar el tiempo perdido.

Tetuán, 10 de marzo de 1860.

En Tánger estaríamos ya; pero es el caso que el temporal no nos lo permite. Llevamos cinco días de Levante, quiero decir, de no ver ningún buque en la mar; y, por consiguiente, lejos de recibir víveres, nos hemos comido en santa paz las trescientas mil raciones que teníamos de reserva para la marcha.

¡Pues añadid que, cuando mejore el tiempo, tendremos que esperar de nuevo algunos días, hasta proveernos otra vez de ellas y dejar llenos los almacenes para el mantenimiento de las muchas fuerzas que quedaron guarneciendo a Tetuán, la aduana y Río Martín! ¡De manera que este es el cuento de nunca acabar!

Entretanto, las hostilidades parciales continúan. Todos los días tenemos tiroteo con las cabilas desparramadas en torno a la plaza, y, sin embargo, los asesinatos y los robos se multiplican...

La falta de víveres ha venido a complicar nuestra situación, haciendo que el hambre comience a enseñarnos sus afilados dientes. Ya no es el ejército, sino toda la población de Tetuán, quien necesita comer a nuestras expensas. Los moros nos han bloqueado a tal punto, que no entra en la ciudad ningún género de comestibles... ¡Y ya conocéis que nosotros no hemos de permitir que se mueran de hambre los diez mil habitantes de la judería y los dos o tres mil moros que aún permanecen en otros barrios!

Por lo demás, la vida de guarnición se nos va haciendo insoportable. Las casas moras están hechas para el sol, no para la lluvia. Así es que, no bien se entolda el cielo, nuestros cuartos quedan como de noche, a consecuencia de la falta de ventanas...

Ahora, por ejemplo, son las dos de la tarde, y tengo que escribir a la luz de una vela. Allá, por una aspillera o claraboya que hay cerca del techo, penetra alguna claridad, que apenas alumbra a las golondrinas, mis amables compañeras de cuarto, mientras que el cielo se deshace en agua, como si no hubiese llovido desde los tiempos de Noé...

¡Melancólico día! Me voy en casa de Chorby, a pedirle al brigadier M. de comer y de dormir.

De camino veré a la mora de la azotea, y le regalaré dulces..., si el tiempo lo permite.

Bien mirado, a ella le tocaba hoy regalármelos a mí, pues hoy cumplo veintisiete años, y no sé cómo celebrar mi natalicio..., ni si es cosa que merezca celebrarse.




ArribaAbajo-XVII-

Combate de Samsa


Día 12 de marzo, a las doce de la noche.

¡Henos otra vez en nuestros grandes tiempos! Las hostilidades entre ambos ejércitos se han vuelto a romper en grande escala; el cañón ha tronado de nuevo, y la historia patria registra en sus anales otra fecha de gloria: la fecha de hoy, en que hemos reñido el gran combate que se denominará Acción de Samsa.

¡Admirable cosa es la guerra! Ella serena el espíritu y fortifica el corazón. ¡Desde la batalla del 4 de febrero no habíamos dormido con la profunda tranquilidad que dormiremos esta noche! Acabaron nuestras cavilaciones sobre si conviene o no conviene a España la continuación de las hostilidades... ¡Decididamente, lo mas sencillo para un ejército es cerrar los ojos a toda razón que no sea la de las armas!

El combate de hoy ha parecido el reverso de la batalla de Tetuán. Hoy éramos nosotros los que estábamos en la ciudad, y los marroquíes los que venían contra ella, bien que por el lado de Tánger. Lindando con el teatro de la lucha se hallaban nuestros campamentos, cual en aquel día se encontraban los suyos. Como nosotros entonces, los moros intentaban hoy penetrar en nuestros reales por dos puntos a la vez: por el frente y por el flanco derecho... ¡En lo único que se diferencian ambas jornadas es en que nosotros dormiremos esta noche donde mismo dormimos anoche, y ellos han huido a más no poder, después de dejarse sembrado de muertos y heridos el disputado campo de batalla! ¡Pobres moros! ¡Tan heroicos como inocentes!

Ha sido de notar, sin embargo, la prontitud con que habían rehecho sus fuerzas... Yo creo que no bajarían de quince mil hombres los que hoy nos han atacado. ¡Mejor que mejor! ¡Nosotros necesitamos un enemigo ansioso de victoria, y que tenga la ilusión de que va a conseguirla alguna vez! ¡Lo temible sería que se batiera por batirse y sin esperanzas de triunfar, pues, entonces la guerra podría ser interminable!

En cuanto a pormenores del combate de hoy, he aquí todos los que he podido coordinar:

Esta mañana, a eso de las once, en el momento de estar el cuartel general oyendo misa (como domingo que ha sido), el general en jefe recibió aviso del general Echagüe (quien acampaba con sus tropas sobre el camino de Tánger, a la vanguardia del general Prim), manifestando que por la parte del Fondak se habla presentado una masa de fuerza enemiga como de cuatrocientos a quinientos caballos, los cuales avanzaban con las precauciones el aspecto de quien viene en son de guerra...

El duque de Tetuán recibió este parte con la mayor calma; dio algunas instrucciones al ayudante que lo había traído, y siguió oyendo misa.

Terminado el acto religioso, montó a caballo, con igual sosiego que los demás domingos; solo que, en vez de echar por el Arco de la Meca, para volver a su campamento, tomó por la calle de enfrente, que conduce al camino de Tánger.

Una vez en la trinchera del PRIMER CUERVO, observó que los llanos y alturas que se descubren desde allí hasta legua y media de distancia estaban cubiertos de grupos de moros, cuyos movimientos indicaban tener a retaguardia considerables reservas. Sin embargo, se limitó a reforzar con algunos batallones las grandes guardias de nuestra izquierda y frente, mandadas, respectivamente, por el general Lasaussaye y el coronel izquierdo.

A eso de la una empezaron a avanzar los moros en grandes pelotones, dirigiéndose unos sobre nuestro frente, otros a pasar el río Jelú, y algunos, mucho mas crecidos, hacia nuestra derecha, en dirección a las alturas que dominan el pueblo de Samsa.

Entonces el general en jefe, a la par que mandó poner sobre las armas el resto del PRIMER CUERPO, hizo avanzar al SEGUNDO con dos escuadrones del regimiento de artillería de a caballo y con la división de caballería.

En tanto, el enemigo, cuya fuerza principal había venido oculta por la orilla derecha del Martín, lo atravesó rápidamente con el agua a la rodilla, y trató de envolver nuestra izquierda cargando a las guerrillas que teníamos en el llano... Pero el escuadrón Cazadores de Albuera acudió oportunamente; y, dando una brillante carga, secundada por la infantería, obligó a los moros a repasar el río, castigándolos con tal severidad, que ya no volvieron a intentar nada importante por aquel lado.

Llegaron entonces los escuadrones de artillería, de los cuales uno se colocó en el centro, mientras que el otro se situaba en la parte de la izquierda, y ambos rompieron un fuego tan certero y nutrido, que a los pocos disparos hicieron retroceder al enemigo hasta ponerse a cubierto de nuestras granadas, lo cual logró muy pronto, aprovechándose de las desigualdades del terreno.

En cambio, su infantería aumentaba considerablemente por el otro flanco, prolongándose hasta las altas cimas de Sierra Bermeja. En su vista, el general en jefe ordenó al general Echagüe que, con tres batallones y una batería de montaña, se dirigiese a aquella parte y arrojase a los moros de las posiciones que habían ocupado cerca del pueblo de Samsa, operación que realizó admirablemente el bravo Echagüe, tomando las alturas indicadas y acosando a los marroquíes sobre los escabrosos peñascos de Sierra Bermeja.

Entonces, para evitar que se retirasen en la dirección de los Montes de Gualdrás, mandó el Duque a la brigada Paredes, del SEGUNDO CUERPO, que se interpusiese en aquel sitio, y al general O'Donnell (D. Enrique) que cubriese la izquierda con su división, marchando por las faldas del monte que se hallaba a su frente.

Este movimiento se hizo también con una celeridad y decisión tan admirables, que los moros, cortados en su retirada natural, y batidos por el general Echagüe, se encontraron en una situación desesperadísima, y tuvieron que trepar, para salvarse, por unas peñas escarpadas que parecían inaccesibles, y que lo son, en efecto, para quien no tenga la asombrosa agilidad de los africanos.

Pero ya sabéis que éstos vuelven tan fácilmente como huyen... Quiero decir, que no tardaron en aparecer de nuevo por todas partes... Decidió, pues, O'Donnell terminar de una vez tan complicada acción, y para ello expidió una de aquellas órdenes inesperadas y decisivas que lo acreditan de gran caudillo, y en las que, aprovechando la posición transitoria de todas sus fuerzas, combina sus movimientos y acaba de un golpe los más enmarañados combates.

Esta orden fue la siguiente:

Al general Orozco le mandó que, con dos batallones de su división, reforzase la izquierda y la asegurase contra toda acometida por aquel lado; al general Ríos, que, con cuatro batallones de la reserva, tomase las elevadísimas cumbres de Sierra Bermeja, donde ya el general Echagüe había establecido un batallón; al conde de Reus, que, con cuatro batallones y con dos escuadrones de coraceros, atacase y tomase las posiciones del frente; al general Mackenna, que estuviese dispuesto con cuatro batallones de la reserva y con la caballería, mandada por el general Galiano, para descender a la llanura donde se hallaba la caballería marroquí; y, por último, al general García, jefe de estado mayor general, que hiciese tomar las alturas de Samsa a las fuerzas que diré más adelante.

Tan sabia y audaz operación se cumplió rápida y simultáneamente.

El conde de Reus atacó y tomó las posiciones que se le habían indicado, arrojando de ellas la numerosa fuerza enemiga que las sostenía; y una vez en aquel lugar, acompañado de algunas piezas de montaña, rompió un certero fuego sobre la caballería mora, haciéndola pronunciarse en deshecha fuga, avivada por el movimiento que ejecutaban en el llano la brigada Mackenna y la división de caballería.

El general Ríos trepó a lo más alto de la Sierra, y persiguió a los enemigos por parajes tan ásperos y escabrosos, que de seguro no los había recorrido nunca planta humana. También allí nuestra victoria fue completa.

Por último, el general Paredes (con su brigada, el primer batallón de Navarra y cuatro compañías de Cazadores de Chiclana, a cuyo frente marchó el primer ayudante del general en jefe, brigadier Ceballos Vargas, sostenido por fuerzas del PRIMER CUERPO, mandadas por el general Lasaussaye, bajo las superiores órdenes de los generales Echagüe y García) llegó en pocos instantes a las alturas de Samsa, que el enemigo mostró empeño en defender, y que, sin embargo, viose obligado a dejar en poder de nuestras tropas, retirándose a los altos montes de Gualdrás.

Asegurado ya completamente el éxito en toda la izquierda y centro, el general en jefe se trasladó a la derecha, adonde llegó pocos momentos después de ser ocupadas las alturas, ordenando en seguida el ataque de todas las posiciones que ocupaban aún los moros, sin embargo de lo avanzada que estaba la tarde.

Verificóse este ataque por las cuatro susodichas compañías de Chiclana, y el primer batallón del regimiento de Navarra, al mando del coronel Lacy, sostenidos por la brigada Paredes y fuerzas del PRIMER CUERPO, a las órdenes del general Echagüe. El enemigo fue decisiva y prontamente arrojado de todos los puntos que ocupó, a pesar de la resistencia que en cada uno trató de oponernos, y, al anochecer, ocuparon nuestras tropas la parte más culminante de las Sierras de Gualdrás, distantes de Tetuán más de legua y media.

El enemigo llegó en esta jornada a la dispersión más completa de cuantas ha sufrido en sus combates con nuestro ejército; y si la noche no nos hubiese estorbado seguir adelante, de seguro que en muchos días no hubieran podido reunirse; pues cada uno corría por distinto lado, mientras que nuestros cazadores, desde el pico más alto de la cordillera, saludaban a la Reina y a la patria con gritos de entusiasmo y júbilo, contemplando a un mismo tiempo los dos mares..., ¡el Océano y el Mediterráneo!

Siendo ya noche cerrada, y no llevando las tropas lo necesario para acampar, dispuso el general en jefe que todas las fuerzas se replegasen a sus campamentos, lo cual ordenaron los generales respectivos; encomendando la derecha al general Echagüe, quien hasta las once de la noche no ha entrado en su campo con el último batallón, sin que en todo ese tiempo el enemigo haya dado nuevas señales de vida.

Nuestras pérdidas han sido un jefe, dos oficiales y diecinueve individuos de tropa muertos; tres jefes, catorce oficiales y ciento setenta y cuatro individuos de tropa heridos, y un jefe, siete oficiales y ciento veinticuatro individuos de tropa contusos. Las del enemigo han debido de ser muy considerables.

Ahí tenéis la historia del combate de hoy, primero de una nueva serie, que no sé dónde ni cuándo terminará. En él nos han atacado los moros, lo cual quiere decir que han recibido grandes refuerzos y que vuelven a someter la cuestión al fallo de las armas... ¡Tanto mejor! ¡Antes de tres días les atacaremos nosotros a nuestra vez, y ya no pararemos hasta clavar nuestra bandera en los muros de Tánger!

España lo desea, ¡y el enemigo nos desafía... ¡Ya no hay que dudar!... Nuestras tropas han divisado esta tarde el océano Atlántico... ¡Al Océano, pues!




ArribaAbajo- XVIII -

Los moros vuelven a pedirnos la paz.-Explicación del combate de ayer.-Tetuán como garantía.-La cuestión de Tánger.-Nos disponemos a marchar sobre esta plaza.


Día 12 de marzo.

La fortuna se ha empeñado en favorecernos en esta guerra. Dios vela por su causa.

El combate de ayer ha tenido más trascendencia de la que podíamos imaginarnos. Los parlamentarios de Muley-el-Abbas se hallan otra vez entre nosotros demandando gracia, apremiándonos por una avenencia, diciendo que se arruina el Imperio si ganamos otra batalla, y explicándonos de nuevo que de ningún modo nos acomoda semejante cataclismo, puesto que, de suceder, no encontraremos ya nunca en este país gobierno con quien tratar, sino una guerra indefinida o unas paces traidoras, solo fecundas en alevosías y ferocidades.

-No nos pidáis a Tetuán... -exclaman-. Eso es pretender lo imposible para nosotros y lo innecesario o perjudicial para vuestra nación... Pedidnos dinero; pedidnos muchos millones; pedidnos todo aquello que el Emperador pueda hacer sin que se enteren sus pueblos. ¡Evitad una revolución en este Imperio, o temed por la humanidad! El día que se desencadene la tormenta que hace años ruge a los lados del Atlas, todos los ejércitos del mundo se evitarían los horrores que presenciaría nuestra tierra.

Con razones tan sentidas, francas y convincentes, se expresan hoy los marroquíes. En lo demás, su embajada no se reduce por esta vez a proponernos la paz, sino que vienen también a presentarnos las disculpas de Muley-el-Abbas acerca del ataque de ayer.

Según ellos, las cosas acontecieron de este modo:

Hace tres días llegaron al Fondak unos ocho mil rifeños, que aún no habían tomado parte en esta guerra, pertenecientes a las tribus más indómitas y aguerridas del Imperio. Eran las mismas hordas que tan bárbaramente se ensangrentaron el mes pasado en la guarnición de Melilla; y, envalentonadas por aquel infame triunfo, debido a la sorpresa, al engaño y a las tinieblas de la noche,18 venían (dijeron) a volver por la honra del ejército marroquí, o sea a demostrar a Muley-el-Abbas y a sus tropas de qué modo se vencía a los arrogantes españoles...

Muley-el-Abbas les prohibió terminantemente que nos atacasen, manifestándoles que era una locura acometer a los conquistadores de Tetuán, y que harto harían él y sus tropas, así como cuantos auxiliares les llegaran, con luchar a la defensiva cuando marchásemos sobre Tánger...

Semejantes razones, hijas de una dolorosa experiencia, no fueron suficientes a convencer al general que mandaba a los rifeños, y que se llamaba Cerid-el-Hach, sino que, tomando pie de aquella prohibición, sublevó la mayor parte de las tropas de Muley-el-Abbas, a quien calificó públicamente de asustadizo y cobarde... («¡Cobarde el Califa!», exclamaban los parlamentarios al llegar a ese punto), y decidió presentarnos la batalla por su cuenta, asegurando a los que no le quisieron acompañar, que a la noche les llevaría las tiendas que les tomamos en la batalla del 4 de febrero, y, por añadidura y todas las nuestras.

-¡No vayas, Cerid! -le dijo todavía Muley-el-Abbas-. ¡Tú no conoces a los españoles!

-¡Vaya si los conozco! -respondió el Hach-. ¡Vengo de vencerlos!

-¡Vienes de acuchillar en las tinieblas a tropas engañadas, pero no de atacarlas en sus posiciones a la luz del día, como pretendes hacer hoy!

-¡A la noche verás quién acierta! -replicó el rifeño.

-¡Quiera Dios que también lo veas tú! -respondió Muley-el-Abbas.

El temor del Califa equivalió a un vaticinio. Cerid-el-Hach expiró esta mañana en la tienda del Príncipe, de resultas de un balazo que recibíó ayer tarde en el vientre.

En cuanto a los renombrados rifeños, regresaron huyendo y despavoridos al campamento de Muley-el-Abbas, a quien confesaron que había hablado bien por la mañana; le pidieron perdón de haberle desobedecido, y se dijeron más que castigados por su soberbia temeridad. ¡Sus pérdidas, entre muertos y heridos, habían llegado a mil hombres!

Todas estas cosas nos las ha contado nuestro amigo Aben-Abu, el general de la caballería, mientras que su hermano, el gobernador del Rif, conferenciaba con el general O'Donnell.

De esta conferencia ha resultado que nuestro caudillo volverá a consultar la voluntad del gobierno de Madrid acerca de la cuestión de Tetuán, exponiéndole las razones que hay para considerar inconveniente la retención de esta plaza en nuestro poder.

-El sábado 17 tendré contestación de España -ha dicho O'Donnell a los parlamentarios-. Ese día podéis venir por las nuevas condiciones de paz.

-Entretanto -han respondido estos-, nosotros cuidaremos de que las cabilas circunvecinas no repitan esos robos y asesinatos, que Muley-el-Abbas lamenta más que nadie...

Y, en efecto, el general de la caballería, acompañado de cuatro Moros de rey de su escolta, ha subido a los montes inmediatos y amenazado con las más severas penas a sus moradores si hostilizan a los cristianos durante las nuevas negociaciones de paz...

Hasta el sábado, pues.

Sábado 17.

El gobierno de Madrid ha modificado las condiciones de paz; pero siempre partiendo de un error de apreciación, o subordinando sus exigencias a las de la opinión pública, extraviada por la mala fe de los enemigos del general O'Donnell, y también por las rancias tradiciones españolas de convertir todas las guerras en conquistas.

Ya no se pide a Tetuán en propiedad, sino como garantía de 500.000.000 de reales que deberán pagarnos los marroquíes en concepto de indemnización de guerra.

Nada más justo que esta indemnización; pero la garantía es contraproducente. Si España desiste de quedarse con Tetuán, no es porque los moros se nieguen a tolerarnos aquí, sino porque consideramos la ocupación de esta plaza como una carga inútil y onerosa. Ahora bien, si los moros adoptan un sistema de morosidad en el pago de la indemnización, al cabo de diez o doce años de tener en nuestro poder esta prenda pretoria nos veremos en el caso de devolvérsela, o de arruinarla, sin haber cobrado un maravedí, y habiendo tenido nosotros que gastar otros 500.000.000 del Tesoro español en custodiar la hipoteca y en guerrear con todas las cabilas montaraces de estos contornos.

Como quiera que sea, y a juzgar por la cara que los parlamentarios moros (de vuelta ya en nuestro campo) han puesto a la nueva condición, el Imperio no cederá a Tetuán..., ni siquiera en garantía. Por consiguiente, seguirá adelante la guerra, y tomaremos a Tánger dentro de algunas semanas, para tener que evacuarle dentro de algunos meses...

-Y ¿por qué evacuar a Tánger? -preguntarán nuestros conquistadores madrileños-. ¿No es aquélla una plaza fuerte y marítima, muy fácil de conservar? ¿No sería utilísima a nuestros intereses comerciales?

-¡Ciertamente! Pero es el caso que la Inglaterra, si bien tiene la bondad de no oponerse a que tomemos a Tánger, se opondrá a que lo conservemos. Intervendrá, pues, oportunamente para que de grado o por fuerza hagamos una paz, cuya primera condición sea indefectiblemente nuestra pronta salida de aquella plaza fuerte, que miran como suya.

-¿Y qué nos importan los ingleses? -añadirá, en un sublime arranque de fiereza, algún español de pura sangre.

-¡Ah! Sí... Es verdad... ¡A los hijos de la noble España no les intimidan los hombres, y lo mismo lucharían con ingleses que con moros! Pero es el caso que la guerra sería tan marítima como lo es la plaza...

-¿Y qué nos importa? -repetirá el antiguo león castellano.

-¡Mucho nos importa, señor león! ¡Y prueba de ello es que llevamos sobre la frente el vergonzoso estigma llamado Gibraltar! ¡Admirable me parecería que desafiáramos inmediatamente la cólera de la Gran Bretaña; pero preferiría que fuese, no por la posesión de una plaza extranjera como Tánger, sino por reconquistar la deshonrada plaza española en que ondea un pabellón que no es el nuestro! Si el nuevo agravio que Inglaterra infiere a nuestro afán de independencia la hace bramar de ira..., ¡tanto mejor! ¡Apuntémosle al lado de otros muchos; trabajemos sin descanso; construyamos buques; lancemos a la vida del mar a nuestros hijos, pongamos la confianza en Dios, en nuestro valor y en nuestro derecho; esperemos algunos años, y tantas y tan repetidas ofensas serán lavadas con sangre en la bahía de Gibraltar y en los campos de San Roque y Algeciras!

¡Solo cuando hayamos conseguido esto podremos entablar contiendas con la Gran Bretaña sobre nuestra libertad de acción en Tánger! Digo..., ¡a no ser que prefiráis la gloria y la dicha de que España sea ayudada en sus empresas del modo que lo han sido el imperio turco y el reino sardo!...


Resumiendo por hoy.

Los parlamentarios moros han quedado en volver el 21 con la contestación de Muley-el-Abbas a las nuevas condiciones de paz.

Día 21.

¡Esto es hecho! Pasado mañana saldremos para Tánger. Muley-el-Abbas no suscribe a la cesión de Tetuán, ni tan siquiera en garantía de la indemnización de guerra.

Sus embajadores nos estrechan la mano con profundo dolor, y parten a ponerse al frente de sus tropas para procurar exterminarnos.

-¡Adelante, y excusemos negociaciones inútiles! -dicen en nuestro ejército hasta los recluta-. ¡Adelante por España! ¡Pronto! ¡Pronto! ¡A matar! ¡A morir..., pues que la patria nos lo exige!

¡Oh! ¡Qué reacción tan heroica! ¡Qué espectáculo tan conmovedor! Todos arden ya en deseos de nuevas luchas... «¡A Tánger!», repiten cuarenta mil voces.

Y, sin embargo, todos creen que acometemos una empresa descabellada, inútil, peligrosísima... Descabellada, porque tendremos que devolver a Tánger al acabar de tomarlo, o que venir a las manos con Inglaterra; inútil, porque al cabo tendremos que abandonar a Tetuán, con indemnización o sin ella, y peligrosísima, porque, si el viento nos es contrario, nos hallaremos dentro de tres días sin base de operaciones enfrente de los muros de Tánger, o sea sin el apoyo de nuestra escuadra, e incomunicados con Tetuán.

Por lo demás, acabamos de saber que el enemigo no ha perdido el tiempo, y que en el Fondak nos aguardan cincuenta mil moros, perfectamente atrincherados al abrigo de formidables montañas... ¡Magnífica tempestad nos espera!

¡Figuraos ahora la animación que reinará en Tetuán! Ya no se trata de caminar con la escuadra a la vista, recibiendo de ella todo género de socorros, sino de vivir de nuestros propios recursos. Nos proveemos, pues, todos de infinidad de raciones; cómpranse caballos, asnos, mulas y camellos a forasteros y judíos; cargamos hasta con muebles; mejoramos la condición de nuestras camas de campaña; Chorby, el inimitable Chorby, nos regala a sus amigos los mejores cojines, las mejores mantas de su harén, todas las naranjas de su despensa, y hasta sus utensilios de cocina... ¡Ahora sí que será nuestro ejército una ciudad ambulante!

Yo doy un adiós del alma a Tetuán... Ya no volveré nunca a él. Nuestro regreso a España será el Océano. ¡Y esto..., para el que regrese!

Pero hoy no se piensa en tales cosas... Hoy no se ve en nadie aquel solemne recogimiento que precedió a la batalla de Tetuán. Hoy no se escriben tiernas cartas de despedida, ni se piensa en la familia ni en la patria. ¿Domínanos, por el contrario, aquel bárbaro olvido de todas las cosas que se experimenta en el momento mismo del combate! ¡Es la desesperación! ¡Es la fiebre! ¡Es el remordimiento de haber acariciado ideas de paz! ¡Es el miedo de que alguien haya podido imaginarse que todo cuanto hemos pensado y dicho en favor de la terminación de la guerra era hijo del cansancio..., o de otra cosa peor.

¡Oh! Sí: la ira que enciende hoy a nuestro ejército es ciega, irreflexiva, vertiginosa, como la de una fiera encolerizada. ¡Verdaderas maravillas espero de unas tropas dispuestas de este modo! El primer encuentro ha de ser terrible, feroz, encarnizado... ¡Concluyamos de una vez!, parecen decir todos, según el aire con que se preparan a la batalla...

Y dicen perfectísimamente... ¡Concluyamos de una vez!




ArribaAbajo- XIX -

De cómo cambié de idea y salí para España.


Día 22 de marzo.

Dentro de dos horas habré abandonado a Tetuán; pero no con dirección a Tánger, sino con dirección a Madrid.

He pedido licencía temporal al general en jefe, y me la ha concedido.

La razón que me asiste para obrar así (espontánea y libremente como lo hago) es la misma que me trajo a la guerra, también voluntariamente: el amor a mi Patria.

Entonces creí que su interés, su gloria, su prosperidad estaban en esta tierra, y vine a añadir mi pobre grano de arena a la obra de nuestra regreneración; y luché y padecí sin quejarme; y sufrí, no digo resignado, sino contento, todo género de trabajos y privaciones, porque los sufría por la patria; y canté a mi modo la guerra; y procuré, en fin, inflamar más y más, si esto hubiera sido posible, el entusiasmo del pueblo y del ejército.

Hoy creo, o, por mejor decir, llevo mes y medio de creer, que nuestra misión en África está cumplida por ahora; que la continuación de esta guerra no tiene objeto, que será una calamidad para España, cuyo espíritu público anda extraviado; que los periódicos de la corte, dueños absolutos de la opinión nacional, abusan de ella para empujar nuestro ejército hacia un abismo, movidos por el error, por la ignorancia, por un patriotismo mal entendido o por miserables pasiones, por ruines envidias, por maquiavélicos propósitos. Hoy creo, en una palabra, que la cuestión de paz o guerra, que el interés de la nación, que la gloria del ejército, que los destinos de España, no se ventilan ya aquí, sino allí; no dependen del valor de nuestras tropas, sino de la prudencia del gobierno español y de la ilustración y patriotismo de los periodistas... Por consiguiente, la patria está en Madrid; sus enemigos (muchos de ellos sin sospechar que lo son) se encuentran en su seno, y allí es donde amenazan ahora riesgos a la santa madre que vinimos a defender en esta tierra.

Corro, pues, a aquel nuevo campo de batalla.

Sin que se me tache de soberbio, puedo creer que no será desoída mi voz leal y franca cuando proclame en los periódicos verdades que allí se desconocen. En primer lugar, esas verdades brillarán por sí solas, a pesar de la insignificancia del que las diga, y lograrán alumbrar todas las conciencias que merezcan este nombre. Y, por otra parte, yo creo que la opinión del que todo lo ha visto y oído será tenida en algo; que el grito de paz, lanzado por quien tanto y hace tan largo tiempo deseó la guerra, será atendido; que, cuando menos, lograré colocar la cuestión en su verdadero punto de vista; que, ya que no otra cosa, conseguiré desvanecer errores en materia de hechos, y que, siquiera los papeles públicos que se dicen afectos al grande hombre que concibió y ha capitaneado la Guerra de África, modificarán sus juicios, no bien entiendan que los fundan en supuestos falsos.

Y, si nada de esto logro, siempre habré cumplido con un deber; siempre me habré hallado en mi puesto; siempre habrá tenido un eco en España la opinión (fuerza es repetirlo) de todo el Ejército de África: la opinión de cuarenta mil españoles. ¡Generales, jefes, oficiales y soldados, hombres de todos los partidos, de diverso carácter y de vario entendimiento, que convienen en considerar un absurdo la continuación de la guerra, y, sobre todo, el que se la quiera convertir, de guerra de desagravio, en guerra de conquista!

Trabajo me cuesta, sin embargo (lo juro por mi honor), separarme del ejército la víspera de una batalla casi segura. Yo no soy... egoísta, y esto pudiera tacharse de egoísmo... Pero he pensado que debo a mi patria el sacrificio de semejantes escrúpulos y sufrir por ella todo linaje de mortificaciones... Por lo demás, un soldado más o menos: su brazo, su sangre, su vida, de nada pueden influir en los futuros combates que aquí se libren, mientras que ese soldado, en los combates de la prensa madrileña, puede ser hoy de alguna utilidad al ejército de África... Cuando España necesitaba la guerra, puse mi pluma y mi vida al servicio de la guerra; hoy que necesita la paz, pongo al servicio de la paz mi pluma..., y también mi vida. En cuanto a aplausos, ¡me basta el de mi conciencia!

Agréguese a esto que no soy el único que toma hoy tan grave determinación... Los corresponsales de La Época y de La Iberia, D. Carlos Navarro y Rodrigo y D. Gaspar Núñez de Arce, han oído mis razones; se han penetrado de su bondad; han reconocido que ellos también pueden ser más útiles a sus periódicos y a la patria yendo a Madrid a desvanecer lamentables errores, que siguiendo al ejército para hacer la crónica de estériles batallas; y han resuelto volverse conmigo a España, teniendo en más los intereses de la nación que los suyos particulares, y arrostrando generosamente el desagrado de las empresas y de los partidos que aquí representan, a trueque de prestar un gran servicio a la justicia, a la verdad y a las mismas personas que acaso reprueben su conducta.

Firmes en nuestro propósito, nos hemos presentado hoy al general en jefe a pedirle los pasaportes, a más de las licencias que necesitanios Navarro y yo: él por su posición administrativa en el ejército (como jefe de la imprenta de campaña), y yo por mi carácter de soldado. Naturalmente, el duque de Tetuán se ha sorprendido de nuestra marcha; pero cuando le hemos expuesto la idea que nos lleva a Madrid, ha guardado silencio, como quien aprueba y no autoriza.

Yo no dudo de que en el fondo de su alma aplaude nuestra determinación; pero consideraciones fáciles de adivinar le obligaban a no intervenir en ella ni sancionarla. Mandó, pues, como única respuesta, que se nos diesen las licencias y los pasaportes; que se nos escoltara hasta la mar, y que se nos admita a bordo del primer buque que salga para España.

Al despedirnos de él, sus últimas palabras han sido estas:

-Digan ustedes allá que, si me pierdo, me busquen en el desierto de Sahara.

¡Cuán solemne ironía! ¡Qué protesta! ¡Qué censura al gobierno de Madrid!


Por mi parte, aunque no renuncio a volver, si mi voz es desoída en España y la guerra continúa, presiento que este caso no llegara... Despídome, pues, con el alma de estos lugares, que representarán eternamente los momentos más grandes y las emociones más sublimes de mi vida, y doy un adiós del corazón a nuestro bravo ejército, en cuyo seno he aprendido a admirar a la patria y a esperar en ella... ¡El frío de la muerte circula por mis venas cuando medito en que mañana a estas horas muchos de los que acaban de estrecharme la mano habrán dejado de existir!... ¡Adiós, adiós a todos!

¡Adiós a los que dejo ya sepultados en estos montes y llanuras! ¡Adiós a nuestra adorada bandera! ¡Adiós a mi vetusta espada de Toledo, a mi noble caballo, a mi hospitalaria tienda! ¡Y gracias mil a ese Dios que ha velado por mi vida y me permite volver en busca de España!

¡Nunca me atreví a esperarlo!




ArribaAbajo- XX -

Actitud de nuestra escuadra.-El general Bustillo.-Tánger a lo lejos.-Llego a España.-Relación de la batalla de Gualdrás.-Bases de la paz.-Conclusión.


A bordo del Tharsis. 22 de marzo, a las diez de la noche.

A las seis de la tarde (cerca ya del obscurecer) abandoné la tierra de África...

En aquel momento empezaban a verse las vespertinas hogueras del campamento de Tetuán...

Mis ojos se llenaron de lágrimas..., y deseé volver en busca del ejército; pasar con él esta solemne noche; acompañarlo mañana, y morir en la próxima lucha bajo la bandera española...

-¿Adónde voy? -me dije lleno de remordimientos-. Al mundo de la política, ¡a hablar de patria! ¡A proponer a un pueblo poeta que trueque lo bello por lo conveniente! ¡Locura! ¡Locura!... ¡No bien abandono la patriótica atmósfera del campamento, penetra en mi corazón la desconfianza! ¿Quién me oirá? ¿Quién me creerá en Madrid?


Por fortuna, antes de venir a bordo de este vapor (que ha de conducirnos a Cádiz) hemos estado una hora en la fragata Princesa de Asturias, de la insignia del general Bustillo...

¡Allí se ha fortalecido nuestra fe! Todos los comandantes de los buques surtos en la rada se hallaban en la cámara del general... Hemos hablado largamente de la cuestión de la paz y de la guerra, y todos, sin excepción de uno solo, han opinado como el ejército de tierra... ¡Oh, la verdad cundirá y llegará a lucir a los ojos de toda España!

Sin embargo de pensar así, la Marina, como el ejército, se prepara para el ataque de Tánger. Sólo que la Marina no dice, como el Ejército: ¡Triunfaremos en la lucha!, sino esta otra frase, mucho más sublime: ¡Pereceremos en la demanda!

Y es que nuestra escuadra no basta a sostener el fuego de las magníficas fortificaciones de Tánger, cuajadas de baterías... Conócenlo así nuestros marinos, y por eso nos decían hace poco:

-Nosotros calculamos perder la mitad de la gente y dos terceras partes de los barcos dentro de aquella bahía..., pero será muy adentro... ¡Y uno solo de nosotros que quede con vida penetrará en Tánger con la bandera española en la mano! El honor de la marina consiste hoy en perecer... ¡Solo así podrá resucitar!

Estas palabras del general Bustillo me han recordado aquellas otras de O'Donnell: «¡Si me pierdo, digan ustedes que me busquen en el desierto de Sahara.»

¡Oh! ¡España ha vuelto a ser España! ¡La raza de Hernán Cortés y de Gravina reaparece sobre la escena!

Quiere esto decir que siempre tendremos grandes capitanes... ¡Así nos diera Dios grandes políticos!

Día 23 de marzo.

Está amaneciendo.

El Tharsis atraviesa en este momento el estrecho de Gibraltar.

A la dudosa luz del crepúsculo distinguimos allá, sobre la costa que se dilata a la izquierda, una blanca ciudad dormida, mal envuelta en leve sudario de bruma...

¡Es Tánger!

Ya habrá resonado el toque de diana desde Fuerte-Martín al Valle de Samsa, y todos nuestros campamentos se hallarán por tierra, y la vanguardia del ejército habrá empezado a moverse con dirección a esta ciudad maldita...

¡Cuánta sangre nos va a costar!... Pero ¡a cuanto precio han de pagarla los marroquíes!...


Salimos del Estrecho océano Atlántico.

He aquí el sol..., ¡el sol de los combates! Ya tronará el cañón en el Valle de Buceja... Ya habrá principiado la batalla...

Nada se oye... Nada veo... El litoral de África se pierde entre la niebla. ¡Allá están solos, entregados a Dios y a su denuedo, luchando por la patria, aquellos heroicos hermanos míos que tanto he llegado a querer!... Ya correrá su sangre generosa... ¡Ya no existirán muchos de ellos!


¡ESPAÑA! ¡ESPAÑA! ¡Me parece un sueño el estar viendo sus bellas y azuladas costas!...

He allí Cádiz, anclada en medio de su bahía como un navío de plata... He allí los campanarios, coronados por la sagrada cruz...

Entro en Europa... Llego a mi patria... Vuelvo al seno de la cristiandad... ¡Gracias, Dios mío!

ESPAÑA, Cádiz, a las nueve de la mañana.

¿Por qué no late alborozado mi corazón, si ya siento bajo mis plantas el suelo patrio? ¿Por qué no lloro de dicha y gratitud? ¿Por qué no sigo bendiciendo al cielo? ¿Por qué me parece muda y solitaria la tierra española?

¡Es que la patria no está aquí! ¡Es que me la he dejado en África, comprometida en mortal contienda! ¡Es que mi alma y mi vida se han quedado allí, atentas al resultado de la batalla! ¡Es que no tengo imaginación, ni memoria, ni ternura, ni cariño, sino para aquella mi heroica y atribulada familia, a quien he abandonado en trance tan supremo! ¡Es que me parece oír los gritos de mis amigos que me llaman! ¡Es que se me representa el desfiladero del Fondak!... ¡Es que veo hundirse nuestra escuadra en las aguas de Tánger!... ¡Es que miro el océano alborotado y a nuestras vencedoras huestes que llegan a la Bahía de Jeremías fatigadas y hambrientas!... Sopla el poniente... ¡Ni un solo barco nuestro los espera allí! ¿Quién los socorrerá en su desamparo? ¿Qué harán de sus heridos y de su enfermos? ¿Cómo se procurarán víveres y municiones?

Ya los separan de Tetuán ocho leguas sembradas de cadáveres... ¡Han forzado la línea enemiga; han triunfado una vez más; se ven enfrente de Tánger... Pero están desarmados y desprovistos de todo... ¡Los elementos, que hace días acechaban la ocasión de aniquilarlos les presentan furiosa batalla en aquella soledad salvaje... ¡Oh, qué horror! El heroísmo, la fortuna y la victoria, todo ha sido inútil... ¡Apartemos la vista de tan espantoso cuadro!

Al través de tal melancolía considera hoy mi imaginación todas las cosas. ¿Cómo alegrarme de haber llegado al imperio de la paz? ¿Cómo no sentir remordirnientos y vergüenza de poder ya disfrutar tanta calma, tanto regalo, tan completa dicha material?...

¡Repitámoslo! ¡La patria no está aquí! ¡La patria está en África!

Sevilla, 24 de marzo.

¡Y, sin embargo, cuán otra, cuán diferente de como la dejé; cuán sublime es la España que hallo a mi vuelta! ¡Qué actitud tan noble la de los inocentes pueblos! ¡Qué generosidad, qué interés, qué ternura demuestran hacia aquellos valientes, de quienes nada saben hace dos días!

¡Oh! Esta no es la España de los partidos... ¡Esta es la patria purificada por la gloria! ¡Tengamos esperanza! ¡El ejército no será inmolado en aras de la política! ¡Sigamos corriendo hacia Madrid!

Córdoba, 24 por la tarde.

¡Oh!, suprema angustia, en medio de los regocijos del triunfo!

En alas de la electricidad acaba de pasar por aquí la noticia...

El día 23 de marzo, ayer..., a las pocas horas de abandonar nosotros el ejército, principió la gran batalla que se esperaba...

¡Bendigamos a Dios!... ¡Hemos vencido! Pero ¿a cuánta costa, y para qué?

He aquí el texto del parte oficial:

«El general en jefe del ejército de África al Excmo. Sr. Ministro interino de la Guerra:

»Campamento del Valle de Gualdrás, 23 de marzo de 1860, a las cinco de la tarde.

»Batalla y victoria completa.

»El enemigo, fuertemente situado en posiciones de difícil acceso, nos esperaba a una legua de Tetuán. Con gran empeño ha tratado de estorbar el movimiento del ejército.

»Desalojado sucesivamente de todas las posiciones, y arrojado en el valle, en donde se presentó también en fuerzas considerables, ha tenido que levantar su campamento a toda prisa para que no cayese en poder nuestro.

»En este instante se encuentra fuera del alcance de la vista de las tropas de S. M.

»Todos los generales y tropas han rivalizado en denuedo y bizarría.»

Este parte se ha completado con otro recibido en Córdoba pocas horas después:

«El general en jefe del ejército de África al Excmo. Sr. Ministro interino de la guerra:

»Campamento de Gualdrás, 24 de marzo de 1860.

»Me he detenido hoy en este punto para desembarazarme de los heridos y enfermos, y para reponer las municiones gastadas ayer. Aún no puedo fijar la cifra exacta de nuestras pérdidas; pero las calculo de cuarenta a cincuenta muertos y seiscientos heridos. Las del enemigo han sido considerables, porque ha defendido tenazmente, y a pecho descubierto, sus fuertes posiciones, y se han visto sobre el campo multitud de sus muertos y heridos. Mañana, al amanecer, continúo la marcha con dirección al Fondak

Durante la campaña he aprendido a conocer la relación que hay siempre entre los sucesos y los sencillos y modestos partes del general O'Donnell. Una batalla descrita por él de ese modo, ha debido de ser la mayor de cuantas hemos reñido en África.

Nuestras pérdidas resultarán, cuando menos, dobles de las que se han averiguado en el primer momento; pues para que los moros, en número de cincuenta mil, levanten su campo en medio de la refriega, habrán sido necesarios de parte de nuestras tropas esfuerzos desesperados de valor...

En cambio, la lucha de anteayer era para los marroquíes a muerte o vida, y en ella jugaban el todo por el todo... Por consiguiente, a estas horas, o la paz está hecha, o Tánger ha caído en nuestro poder...

Dominados por tan viva ansiedad y atroz incertidumbre, salimos de Córdoba para Madrid.


Madrid, 28 de marzo.

Al pasar a media noche por la villa de Manzanares, el repique de las campanas y los gritos de júbilo de la población nos dieron la primera noticia de que la PAZ se había firmado..., y, una vez en Madrid, hemos leído los siguientes partes telegráficos:

«El general en jefe del ejército de África al Excmo. Sr. Ministro de Estado, Presidente interino del Consejo de Ministros:

»Campamento del Valle de Gualdrás, 25 de marzo de 1860, a la una de la tarde.

»Ayer se presentaron de nuevo en mi campamento los comisionados de Muley-el-Abbas, portadores de una carta en que con insistencia me hablaba de sus deseos de paz y pedía que celebrásemos una entrevista para ponernos de acuerdo; accedí a ella bajo la condición de que las proposiciones que le tenía remitidas habían de ser aceptadas, y que la hora de la cita se me había de avisar antes de las seis y media de la mañana siguiente, pues a esta hora emprendería el movimiento.

»No se hicieron esperar los comisionados, ya estaban batidas tiendas y las tropas en disposición de marchar, cuando me avisaron que el califa vendría a la entrevista entre ocho y nueve de la mañana. Así tuvo lugar, y le recibí en una tienda que mandé levantar a seiscientos pasos de nuestras avanzadas.»

«Campamento de Gualdrás, 25 de marzo de 1860, a las dos de la tarde.

»Habiéndose firmado hoy los Preliminares de la paz y la celebración de un armisticio, el ejército marcha a colocarse dentro de la línea del Puente de Buceja, que es la divisoria, y en posición de ser con facilidad y presteza asistido y racionado.»

Madrid, 29 de marzo.

No diré una palabra más en pro ni en contra de la paz ni de la guerra. La paz está firmada.

La crítica, o, por mejor decir, el odio y la ambición se ensangrientan en el general D. Leopoldo O'Donnell, calificando esa paz de innecesaria y deshonrosa. La historia le hará justicia.

Los males que amenazaban a la patria han sido va remediados... ¡Esto nos basta a sus buenos hijos! Acabaré, pues, el presente DIARIO insertando la relación que me ha hecho un buen amigo, en discretísima y muy autorizada carta, de la gran Batalla de Gualdrás, o Wad-Rás, del subsiguiente armisticio y de la terminación de la guerra:

Campamento de Gualdrás, 22 de marzo de 1860.

Sr. D. Pedro Antonio de Alarcón.

Nos dejó usted ayer dispuestos ya para la marcha, y se alejó usted con la seguridad de que hoy reñiríamos una gran batalla, más grande todavía y sangrienta que la que tuvo lugar al frente de Tetuán el día 4 del mes asado.

No se ha equivocado usted, amigo mío, pues en el combate, que terminó hace dos horas, los moros han hecho el último y desesperado esfuerzo de un ejército que defiende su país y su independencia

Fíjese usted en la duración de la batalla, en la extensión y dificultades del terreno que era su teatro, en el número de los combatientes, en la significación y en los resultados que debe suponer la victoria, y determinará su imaginación toda la horrible grandeza del último combate.

Por complacerle, voy a intentar el describírselo a usted con todos sus pormenores, a fin de que sirva de complemento a su DIARIO DE UN TESTIGO DE LA GUERRA DE ÁFRICA.

Según de antemano se había prevenido, a las dos de la madrugada se disparó un cañonazo en la torre de la Alcazaba, que era la señal acordada para que el ejército batiera tiendas, cargase los bagajes y se preparara a emprender el movimiento en dirección al Fondak.

A las cuatro y media las tropas se hallaban ya formadas en columnas, sobre el terreno de sus respectivos campamentos, pero una densa niebla, que no permitía ver a corta distancia, obligó al general en jefe a suspender la marcha.

A cosa de las ocho se despejó la atmósfera, y el sol reflejó su lumbre sobre el mar, que íbamos a perder de vista por la primera vez después de cinco meses...

Entonces se dio la orden de partir, ejecutándose desde luego el movimiento en la forma siguiente:

El general Ríos con cinco batallones de la segunda división de RESERVA, tres de la vascongada mandados por el general Latorre, y dos escuadrones de lanceros, se dirigió por la derecha, por el objeto de apoderarse de los montes de Samsa y seguir avanzando de una en otra posición, hasta colocarse sobre los montes que dominan la izquierda del valle de Gualdrás, que atraviesa el río Buceja.

El PRIMER CUERPO, al mando del general Echagüe, con dos baterías de montaña, toda la fuerza de ingenieros y un escuadrón de Albuera, formando la vanguardia del resto del ejército, emprendió su marcha por el camino que conduce al puente de Buceja, siguiendo por la derecha del río Jelú.

El SEGUNDO CUERPO, a las órdenes del general Prim, siguió detrás del PRIMERO con una batería de montaña, la de cohetes y el segundo regimiento montado de artillería.

Detrás iban la brigada de coraceros, dos escuadrones de lanceros y uno de húsares, al mando del general Galiano.

En pos de estos caminaban el bagaje del cuartel general y todo el perteneciente a los CUERPOS PRIMERO y SEGUNDO.

Seguía después el TERCER CUERPO, mandado por el general Ros de Olano, con una batería de montaña y un escuadrón de Albuera, llevando detrás su correspondiente bagaje.

Por último, cerraba la marcha, cubriendo la retaguardia, la primera división del CUERPO DE RESERVA, a las órdenes del general Mackenna, con una batería de montaña y un escuadrón de coraceros.

La disposición de esta marcha, hábilmente adaptada a los accidentes del terreno, prevenía cualquier caso de ataque serio por el flanco derecho o por retaguardia, mientras que por la izquierda, un suelo más despojado, con dos ríos y diferentes arroyos que bañan el valle, hacían imposible para el enemigo la concentración y movimiento de masas capaces de interrumpir el paso de nuestras tropas.

Tampoco era de esperar que por el frente se intentase una acción de empeño hasta la llegada del ejército a las cercanías del Fondak, desde cuyas formidables posiciones se creía que las fuerzas enemigas opondrían una tenaz resistencia; pero, contra este cálculo natural, a la media legua de marcha se vio empeñada la vanguardia en un vigoroso ataque por su frente, mientras que muchos tiros sueltos, de señal, resonando por toda la prolongación del flanco izquierdo del ejército, aunque a larga distancia, nos indicaban que las cabilas y las fuerzas regulares moras, dispersas por entre los aduares y alturas próximas, trataban de reunirse para hacer más ruda y general la acometida.

Y a la verdad que era de ver cómo de todas partes, sin orden ni concierto, pero incesantemente, salían grupos numerosísimos de árabes, ora de infantería, ora de caballería, atronando el aire con sus feroces aullidos, no tanto para amedrentarnos a nosotros como para animarse ellos, corriéndose diligentes y presurosos, unos hacia la vanguardia, y otros a la orilla opuesta del río Jelú.

Su fuego, cada vez más vigoroso, hacía ya algún daño a nuestras tropas, por cuyo motivo el general en jefe dio orden de que los diferentes cuerpos de ejército desplegasen sus guerrillas y protegiesen el flanco izquierdo en toda su extensa prolongación.

Esta medida no contuvo, sin embargo, a los moros, que hoy se presentaban fieros y osados como nunca, e intentaban pasar el río para redoblar sus ataques con los refuerzos que incesantemente recibían. Entonces se destacaron dos batallones del SEGUNDO CUERPO, al mando del brigadier Quirós, dispuestos a rechazarlos, si no bastaba con el fuego, recurriendo a la bayoneta.

A la altura del TERCER CUERPO, el enemigo no se mostraba menos tenaz y temerario; pues habiendo logrado vadear el río por diferentes puntos, intentaba sin duda dar un golpe atrevido sobre nuestra impedimenta. En vista de esto, el general Ros de Olano dispuso que todo el bagaje se separara del camino y marchara por la derecha, protegido por algunas tropas, mientras que el general Cervino, con dos compañías, y el brigadier Mogrovejo, seguido de otras dos, cargaba a los Moros a la bayoneta con el mayor denuedo, obligándolos a repasar el río y causándoles muchas pérdidas.

Entretanto, el grueso de nuestro ejército, a cuya cabeza iba el general en jefe con su estado mayor y cuartel general, llegaba a la confluencia del río Jelú con el Buceja, donde el fuego estaba empeñado por el frente y la izquierda, sostenido, vigorosamente por las fuerzas enemigas, que se habían acumulado en número considerable.

El duque de Tetuán dispuso en aquel momento que el segundo batallón del regimiento de Granada, a las órdenes del ya brigadier Trillo, y un escuadrón de la Albuera, vadeasen el Jelú, que estaba a nuestra izquierda; operación que ejecutaron con la mayor bizarría, rechazando al enemigo a larga distancia, después de una segunda carga del escuadrón de la Albuera, en que alcanzó a los moros, mezclándose entre ellos y acuchillándolos de una manera espantosa.

Al mismo tiempo los restantes batallones del PRIMER CUERPO formaban en línea de columna con una batería de montaña, y atacaban por el frente, con el objeto de tomar una altura que podía servir de situación dominante en la lucha. Comprendiéronlo así también los moros (que en este día se han batido con tanta bizarría como inteligencia), y destacaron numerosísimas fuerzas para tomar el flanco izquierdo de esta posición.

Ignorando su respectivo intento cristianos y marroquíes, pero coincidiendo en igual propósito, el batallón Cazadores de Cataluña subió a coronar la cumbre de dicha posición, al mismo tiempo que por la opuesta ladera subían fuerzas enemigas muy superiores; pero los bravos cazadores no cejaron un paso, y un ataque de toda la línea a la bayoneta, que ordenaron con grande oportunidad los generales Garefa y Echagüe, y que fue secundado a la derecha por el batallón Cazadores de Madrid, a las órdenes del ya general Lasaussaye y del brigadier Berruezo, dejó en nuestro poder la posición, siendo horrorosos los estragos que el enemigo sufrió en su tenaz resistencia.

Puestos al fin en precipitada fuga, los moros se dirigieron a un barranco cercano, desde el cual, apoyados en nuevos refuerzos, intentaron todavía cerrar el paso a nuestras tropas: pero avanzando entonces el SEGUNDO CUERPO, por mandato del general en jefe, para secundar los esfuerzos del PRIMERO, se destacaron a la bayoneta los dos batallones del regimiento de Castilla, contribuyendo con su poderosa carga a que el enemigo abandonara sus nuevas posiciones y quedara despejado el terreno para la continuación de la marcha.

Los moros, sin embargo, reforzándose con otras reservas, y aprovechándose de todos los accidentes del terreno que podían ofrecerles alguna ventaja, volvieron pronto a la pelea con desesperado ardimiento, siendo necesario que una brigada del SEGUNDO CUERPO vadeara el río Jelú para sostener la guerrilla del PRIMER CUERPO, y que el general Prim hiciese avanzar los tercios catalanes en ayuda del ala izquierda, para contener el ímpetu del enemigo.

Los catalanes, que tan brillante muestra dieron de su valor el día 4, aumentaron todavía más su reputación en este memorable día; pues, como un solo hombre y a la carrera, rebasaron la línea de nuestros tiradores y penetraron por entre los moros, sembrando en sus filas la confusión, el espanto y la muerte.

Allí hubo luchas individuales: allí se torcieron las bayonetas o se quebraron las gumías en el choque violentísimo del furor y la desesperación, hasta que la pronta llegada de otra brigada del SEGUNDO CUERPO, al mando del brigadier Hediger, aseguró la victoria por aquel lado.

Al mismo tiempo, una nueva brigada del propio CUERPO, capitaneada por el ya general Serrano, con una batería de montaña y la sección de cohetes, avanzó a reforzar las tropas del frente por orden del conde de Reus, quien, en virtud de las instrucciones que le había dado el general en jefe, hizo adelantar toda esta línea, a fin de proteger los batallones de la izquierda, romper el centro enemigo y precipitar sus huestes sobre el puente de Buceja.

Esta heroica operación fue coronada del éxito más brillante. El esfuerzo del batallón de Navarra, mandado por el brigadier Lacy y los felicísimos disparos de la artillería y cohetes, contribuyeron a este nuevo y glorioso triunfo del grave general Prim, al cual se reunieron también en aquel instante los escuadrones de coraceros y las baterías que mandaba el general Galiano.

Pasó, pues, el puente el SEGUNDO CUERPO sobre montones de cadáveres, así nuestros como marroquíes. Al otro lado de él existe otra llanura, en que los moros trataron de reorganizarse; pero acosados rudamente en todas direcciones por nuestras tres armas, viéronse en la precisión de retirarse a las formidables alturas de Guadrás.

Comprendiendo el general Prim, a la primera ojeada, que esta ventajosa posición permitiría al enemigo rehacer sus desordenadas huestes si se le daba tiempo para ello, prosiguió denodadamente el ataque, y ocupó el primer estribo de la áspera montaña. Los moros, por su parte, conocieron también la importancia de aquel movimiento, y se opusieron a él con indecible furia, estableciéndose desde entonces una larga serie de encarnizados combates, en que nuestras fuerzas tuvieron que ceder algunas veces al mayor número, si bien para volver a cargar con renovado brío, ganando siempre terreno, y vengando hasta la saciedad las numerosas pérdidas que sufrían.

Gracias a tan porfiada lucha, el conde de Reus llegó a la proximidad de un fragoso bosque que el enemigo acababa de abandonar con el intento de rehacerse en un aduar cercano, que se hallaba situado en el extremo opuesto; y apreciando debidamente la importancia de esta posición, resolvió apoderarse también de ella. Dejó, pues, al brigadier conde de la Cimera con dos escuadrones al cuidado de la artillería y en observación de la llanura, a fin de impedir todo ataque por retaguardia; y sólo con su escolta de infantería, el batallón de Navarra y la compañía de minadores, avanzó de frente, cargó repetidas veces al enemigo, lanzole del aduar, apoderose de este, y entregolo a las llamas.

Rechazados los moros de tal manera, volvieron a organizarse, en un segundo aduar, mucho más elevado y de difícil acceso, desde el cual cayeron sobre nuestras tropas, conteniendo a veces nuestro movimiento de avance con feroces cargas de frente, y tratando de envolvernos por los flancos. Así es que el conde de Reus, para tomar el segundo aduar, viose obligado a abandonar algunas veces el terreno conquistado; pero, al fin, su soberano esfuerzo, su presencia en todas partes, sus arengas a la tropa, y el auxilio que mutuamente se prestaban los batallones de Chiclana, Navarra, León y Toledo, y los escuadrones de coraceros, mandados por el brigadier Villate, lograron, no solo sostener las posiciones adquiridas, sino apoderarse del aduar, exterminando a cuantos lo defendían, quienes por esta vez se anticiparon a pegarle fuego.

Eran las dos de la tarde, y la batalla había principiado a las nueve. Las tropas del SEGUNDO CUERPO estaban fatigadas. Hasta entonces, ellas solas habían sostenido lo más recio de la pelea, atravesando ríos, cruzando bosques salvando desfiladeros, coronando alturas casi inaccesibles, tomando a la bayoneta riscos y aduares, peleando muchas veces entre las llamas y el humo del incendio, soportando un fuego incesante durante horas enteras, y llevando siempre encima todo su equipaje y raciones de repuesto para seis días. ¡Era cuanto se podía exigir del esfuerzo humano! Aquellos batallones, la caballería que los acompañaba en tan ásperos terrenos, y el bizarro general Prim, que marchaba siempre a la cabeza de todos, deben recordar siempre con orgullo esta mañana de gloria, de afanes y de agonía.

Y, sin embargo, el combate estaba todavía muy lejos de concluir. Solo se hallaba a punto de regularizarse. Allá, por la derecha, combatía el general Ríos con la segunda división de RESERVA, guardando nuestra retaguardia y pugnando por rebasar el flanco izquierdo del enemigo. En el centro, el SEGUNDO CUERPO luchaba, como he dicho, con el grueso de las huestes moras, y, entretanto, el TERCER CUERPO, a las órdenes del general Ros de Olano, que había rechazado completamente al enemigo por la izquierda en muchos y muy señalados encuentros, adelantábase hacia el puente de Buceja en busca de nuevos adversarios. En la vanguardia se hallaba el PRIMER CUERPO combatiendo todavía y esperando el momento del ataque general.

Por todas partes había fuego; tronaba el cañón; el incendio abrasaba los aduares de las alturas; las cargas a la bayoneta se repetían; embestían los jinetes moros en anchos remolinos; cargaban los nuestros en masas apretadas, y divisábase ya el campamento enemigo en una retorcida garganta, donde estaba sin duda aquel temeroso paso erizado de dificultades, que debía ser hoy sepulcro, según los moros, de todo nuestro ejército: ¡el Fondak!...

Todos estaban impacientes de precipitarse por aquella horrible y misteriosa hendedura; pero este momento no había llegado. ¡El ejército estaba desparramado, a fin de concentrar al enemigo, siempre deseoso de envolvernos, y que ocupaba por su parte una extensión de cuatro leguas, pues se había corrido al otro lado de Tetuán y combatía también en la aduana!...

Dejo dicho que el TERCER CUERPO llegaba a la altura del puente de Buceja en el momento en que las tropas del conde de Reus estaban más reciamente empeñadas en el combate. El general Ros de Olano atravesó el puente con tres batallones de la primera división, una brigada de la segunda, una batería de montaña y otra rodada. Entretanto, el resto de sus tropas, a las órdenes de los generales Turón y Quesada, ocupaban las posiciones dominantes de la derecha, por disposición del general en jefe, que se hallaba situado en aquel punto con su Cuartel General y Escolta, observando los movimientos de la extensa línea del enemigo y dictando sus órdenes a todo nuestro ejército.

En el instante que las tropas del general Ros de Olano llegaban a la llanura que se encuentra al pasar el puente, una masa considerable de caballería enemiga descendía de un cerro poco distante, con el intento, al parecer, de atacar por la espalda a las tropas del SEGUNDO CUERPO, empeñadas, como he dicho, en las alturas de Gualdrás. Comprendiolo así el general Ros de Olano, y, a fin de prevenir aquel riesgo, cubrió todo el llano con sus batallones en columna, y la artillería a los costados, rompiendo desde luego un vivo y certero fuego de cañón, secundado por el de las guerrillas, que hizo avanzar a la altura conveniente.

En esta disposición se preparaba a atacar de frente a la caballería enemiga, con el objeto de coger por retaguardia a los moros y decidir la lucha que sostenían con las fuerzas del general Prim en aquellas importantes posiciones, cuando recibió orden de enviar tres de sus batallones en auxilio de las tropas del SEGUNDO CUERPO.

En cumplimiento de esta orden, destacose el ya general Cervino con los Batallones de Ciudad-Rodrigo, Baza y Albuera, al paso ligero, y por el camino más recto, hacia las alturas de Gualdrás, sirviéndole de punto de dirección el fuego nutridísimo que se sostenía a las inmediaciones del segundo aduar. Llegado al primer estribo, recibió las instrucciones de los generalos Prim y García para seguir adelante, y pocos momentos después, observando que grandes masas enemigas descendían a su encuentro, las acometió sin vacilar.

El trance era supremo, porque los marroquíes habían logrado rebasar la línea del SEGUNDO CUERPO, extenuado de fatiga con tantas horas de desigual pelea. El general Cervino encargó al brigadier Pino que, con el batallón de Ciudad-Rodrigo, operase sobre el flanco izquierdo moro, y que el brigadier Alaminos, con el de Albuera, dirigiese su movimiento por el lado opuesto, mientras que el mismo general atacaría el centro con el de Baza.

Inició en primer término esta operación el batallón de Ciudad-Rodrigo. Apenas el enemigo le vio adelantarse, se arrojó sobre él como un río que sale de madre. De todas partes brotaron moros de a pie y a caballo. El fuego se hacía a quema ropa. Después no se empleó ya sino el arma blanca. Los moros apelaban a las piedras. Nuestros soldados convertían en mazas sus carabinas... ¡Heroica lucha! El batallón de Ciudad-Rodrigo se cubrió allí de tanta gloria, que ninguna otra podrá jamás eclipsar sus resplandores. Él ha sido el protagonista de la batalla de Gualdrás. Para él son esta noche los aplausos y las alabanzas. Él ha acometido una empresa de gigantes, y la ha llevado a feliz término... ¡Ay! Pero ¡a cuánta costa!

¡Su coronel, el bizarro Sr. Cos-Gayón; dieciséis oficiales, y más de la tercera parte de los individuos de tropa, quedaron muertos o heridos en el primer encuentro!... ¡Su amigo de usted, el capitán D. Francisco Agulló, y Linares, ha sido una de las víctimas! ¡Pero consuélele a usted que su valor rayaba en heroísmo en el momento que cerró los ojos a la vida!

Perris, Saboya, Velasco, Echaún, Puig Samper, Peña, Calderón, Correa, Pérez, Fernández, Corbalán, Romera y Apellanes, es decir, casi todos los oficiales del batallón, cayeron también allí... Mas ¿qué importaba? ¡Hubiérase dicho que el aliento del que caía se comunicaba centuplicado al que quedaba de pie, encargado de vengarle! ¡Solo así se concibe, que aquel puñado de valientes, capitaneados en el último momento por un denodado comandante de estado mayor (el Sr. D. Pedro Esteban), no cediese nunca un palmo de terreno, cargaran siempre con redoblado furor, y lograran hacer huir precipitadamente a la feroz muchedumbre, que poco antes había rechazado a todo un regimiento!

Rehecho, sin embargo, el enemigo algunos instantes después con las innumerables fuerzas que volaron en su socorro desde otras posiciones más elevadas, intentó un segundo ataque sobre el invicto batallón. Entonces el general Cervino acudió por su parte en auxilio de aquel montón de heridos y cadáveres que aún conservaba su bandera y se llamaba el Batallón de Ciudad-Rodrigo... Púsose, pues, al frente de los Cazadores de Baza, mandados por el coronel Novella; desplegolos en batalla, y enlazándolos con los de Ciudad-Rodrigo, formados ya una exigua columna, se lanzó con ambos batallones al encuentro de los moros; contuvo el ímpetu con que bajaban; batiolos primero a tiros; cargoles después a la bayoneta; hartó a sus soldados de sangre y de matanza, y vio, por último, huir otra vez a los pertinaces marroquíes en la más completa y atribulada dispersión.

Pero aún la terquedad del enemigo encontró manera de rehacerse más adelante y probar fortuna en la resistencia, ya que no en la acometida. Para ello se parapetó en ocultos aduares y en otras ventajosas posiciones que le ofrecía el terreno; pero los de Baza y Ciudad-Rodrigo los arrojaron también de allí, mientras que Alaminos, con los de Albuera, habiendo logrado coronar la altura más dominante del flanco izquierdo, estrechaba al enemigo por este lado, ligando y generalizando el ataque... de tal modo, que los marroquíes abandonaron aquellas alturas, y, precipitándose por las laderas opuestas de los montes, tomaron el camino del Fondak.

Mientras esto ocurría en uno de los puntos más importantes de la batalla, el general en jefe, situado con el general Ros a la inmediación del puente de Buceja, esperaba la ocasión oportuna para adelantar por el valle las fuerzas del centro, o sea el instante en que el general Ríos (ejecutando, como se le había prevenido, un cambio a la izquierda) acabase de envolver el flanco del enemigo y de rechazarlo hacia el centro.

Este general había marchado al principio sin encontrar resistencia, avanzando por la derecha del ejército de una en otra posición, siempre dispuesto a contener los ataques que el enemigo pudiera intentar contra este flanco. Los moros, en efecto, desarrollaron numerosas fuerzas en la misma dirección, siguiendo su idea constante de envolver al ejército por ambas alas; pero las tropas del general Ríos se habían anticipado a su movimiento, apoderándose de los montes de Samsa, y entonces aquellos se decidieron al combate.

Nuestras tropas, movidas por el mismo deseo, no se hicieron esperar: el batallón Cazadores de Tarifa, con los Tercios de Guipúzcoa y de Vizcaya, al mando del general Latorre, cargaron resueltamente sobre el enemigo en el alto aduar de Saddina, hasta arrojarlo hacia el valle de Gualdrás. Mas he aquí que los moros volvieron poco después con nuevos refuerzos, y atacaron por el frente y derecha, aprovechándose de las estribaciones de Sierra Bermeja, con el intento de envolver todas las tropas del general Ríos y venir a colocarse a retaguardia de ejército... Entonces el general Ríos mandó al brigadier Lesca que cargase a la derecha con el batallón de Bailén y el Sexto de Marina, apoyado por el resto de su brigada, consiguiendo bizarramente contener al enemigo por este lado, mientras que el general Latorre verificaba igual operación por la izquierda, rechazando al enemigo, que quería interponerse entre aquellas tropas y las de la derecha del PRIMER CUERPO.

De nuevo se obstinaron los moros en su temerario objeto, volviendo a probar fortuna con mayores fuerzas; pero un ataque general y arrojadísimo los desconcertó al fin, y los obligó a huir a la desbandada, con lo que pudo ya el general Ríos cumplir las instrucciones del general en jefe y dirigir el movimiento de sus tropas hacia las alturas que dominan el puente de Buceja, formando la segunda línea y cubriendo la comunicación del ejército con Tetuán; línea que completaba el general Mackenna con la división de su mando, establecida entre el pueblo y la plaza, y que prestó servicios muy importantes, pues rechazó con bravura muchos ataques al retirar el crecido número de heridos que tuvimos en la batalla...

Llegaba ya el momento solemne que había indicado en el principio de la batalla el general en jefe.

Antes de empezar esta importante y decisiva operación, el duque de Tetuán señaló a todos los generales de los diferentes cuerpos de ejército el puesto que habían de ocupar; los movimientos que habían de hacer; las relaciones con que debían comunicarse, y la concentración final en que debían coincidir para caer como una inundación irresistible sobre el campamento y ejército enemigos...

Como el día 4 de febrero, los movimientos se verificaron con armonía, con precisión, con regularidad; pero el terreno no era llanura, como el valle de Tetuán; era, por el contrario, el más vario, el más revuelto, el más accidentado de cuantos había visto el ejército en toda su peregrinación. Cortado por bruscos derrumbaderos, por el Jelú, por el Buceja y por otros arroyos no siempre vadeables; sembrado de bosques; erizado de agrias montañas; poblado, en fin, de aduares, a cada paso ofrecía un escollo, una dificultad, un obstáculo que no podía estar previsto.

Pero, a Dios gracias, todavía quedaba sol, y los cuatro cuerpos de ejército estaban ya concentrados. Todo el mundo presentía que se llegaba al trance final, y nadie dudaba de la victoria...

En efecto, el general en jefe, puesto a la cabeza de las tropas que respectivamente tenían más cerca los generales Ros de Olano, O'Donnell y Quesada, penetró atrevidamente por el centro, dominando el valle y las orillas del río Jelú en dirección del Fondak... ¡Bello, solemne, arrebatador era el espectáculo! Las músicas de todos los cuerpos tocaban paso de ataque, y nuestras tropas avanzaban como a una fiesta.

El enemigo conoció que no podía resistir su empuje... ¡Lo había aprendido ya en cien derrotas! Así fue que, mientras por el frente sostenía un vivísimo fuego, levantó a toda prisa su campamento. Recordaba el día de la Batalla de Tetuán, y no quería sufrir de nuevo la deshonra que sufrió entonces. Dábase por vencido, pero trataba de salvar sus reales.

Sin temor ya de perder su campamento, hicieron los marroquíes un nuevo y supremo esfuerzo de resistencia. ¡En vano! Aquella masa densa, compacta, irresistible, que formaban nuestros batallones. seguía su movimiento sin inmutarse, como si el enemigo no existiese...

Y, a la verdad, ya no existía. ¡Los marroquíes tornaron a huir, y los gritos de júbilo y de victoria fueron de valle en valle, de monte en monte, de posición en posición, anunciando el magnífico resultado a todo el ejército!

¡Oh! ¡Qué, grande qué bella y qué imponente ha sido la victoria de hoy! Nunca hemos visto tantos moros juntos; nunca se han presentado masas tan numerosas y tan compactas, nunca han combatido con tanto valor; nunca con tanta inteligencia. Eran, cuando menos, de cuarenta y cinco a cincuenta mil hombres, luchando como fieras, apareciendo en el valle, ocultándose en el bosque, reapareciendo en la altura, defendiéndose en el aduar, vadeando los ríos, desparramándose, concentrándose, resistiendo, atacando, haciendo toda clase de esfuerzos de valor, de rabia, de astucia, hasta de heroísmo (preciso es tributarles esta justicia, por obtener la victoria que les ha negado el cielo...). Y nosotros teníamos la mitad de sus fuerzas, y luchábamos en un terreno desconocido, y verificábamos una marcha penosa, y estábamos de pie desde las dos de la madrugada, y los soldados llevaban encima todo su equipo, manta, tienda, raciones; y, así y todo, salvaban ríos, subían montes, atravesaban selvas..., y el sol de África derramaba una lluvia de fuego sobre nuestra frente. ¡Todo, todo conspiraba a engrandecer nuestro triunfo!

Pero la sangre ha corrido a torrentes de uno y otro lado. ¡Sólo los tercios catalanes han tenido ciento once hombres de baja, de los trescientos de que constaban! La pérdida total del ejército consiste en un jefe, seis oficiales y ciento treinta individuos de tropa muertos; once jefes, noventa oficiales y ochocientos cincuenta y cinco de tropa heridos; un jefe, cuatro oficiales y doscientos trece de tropa contusos. Total, 1.311 hombres fuera de combate.

¡Descansen en paz los mártires de la patria! Su sangre ha sido el precio de la más grande y disputada de las victorias alcanzadas en esta guerra. ¡Ella nos asegura nuestra entrada triunfal en Tánger si el Sultán no acepta las condiciones de paz que se le han impuesto! ¡Y ella no ha corrido sin que las huestes moras derramen mucha más sobre el campo de batalla!...

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Campamento de Gualdrás, 24 de marzo.

Post scriptum.

Abro esta carta cuando ya iba a depositarla en la estafeta, para consignar una fausta noticia que estará llegando a España por telégrafo...

El príncipe Muley-el-Abbas vuelve a pedir la paz, sometiéndose a las condiciones prescritas por el gobierno español. Terminó, pues, la guerra. ¡Ningún mayor encomio puede hacerse de la importancia de la batalla de Gualdrás!

¡Bendigamos a Dios, y felicitemos a nuestra patria!

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Bases de la paz.

«El Excmo. Sr. General en Jefe del Ejército de África, dice al Excmo. Sr. Presidente interino del Consejo de Ministros y Ministro de Estado, con fecha 25 del mes actual, desde el Campamento de Gualdrás, lo siguiente:

»Excmo. Sr.: Los comisionados de Muley-el-Abbas se presentaron ayer de nuevo en mi campamento con una carta del Califa, en que me encarecía vivamente sus deseos de paz, y al efecto solicitaba que celebrásemos una conferencia en que pudiéramos ponernos de acuerdo y firmar los preliminares de la paz. Tenía yo dispuesto emprender un movimiento, cuyo resultado debía ser el forzar el paso del Fondak; y, deseoso de no retardarlo, le contesté que, si admitía el supuesto de que mis condiciones eran las mismas que ya conocía, y me avisaba la hora de nuestra entrevista antes de las seis y media de la mañana siguiente, le tendría gustoso, pero que de no avisarme a dicha hora, emprendería mi operación.

»Ya había el ejército batido tiendas y dispuéstose a emprender la marcha, cuando a toda brida llegaron los comisionados a avisarme que Muley-el-Abbas asistiría a la entrevista sobre ocho y nueve de la mañana. Hice disponer una tienda a seiscientos pasos de mis avanzadas, para recibirlo; y, cuando se aproximó, salí a su encuentro, dejando mi cuartel general y escolta a trescientos pasos, y acompañado sólo de los generales.

»En la conferencia fueron sucesivamente aceptadas todas las condiciones, con la sola modificación de ser 400.000.000 la indemnización, en vez de ser de 500.

»La insistencia con que pedía la paz; su elevada condición de califa, y la dignidad con que soporta su desgraciada suerte, me movieron a rebajar a 400 millones la indemnización. No me pareció generoso para mi patria humillar mas a un enemigo que, si se reconoce vencido, dista mucho de ser despreciable. Convinimos en celebrar una suspensión de armas a contar de este día, y nos separamos después de firmar ambos los preliminares y el armisticio, que remito a V. E., originales los primeros, y en copia el segundo. Hoy emprenderé y llevaré a cabo el movimiento de entrar en mi línea divisoria.

»Lo que pongo en noticia de V. E. para que llegue a la de S. M. Dios guarde a V. E. muchos años. Campamento de Gualdrás, 25 de marzo de 1860. -Firmado. -LEOPOLDO O'DONNELL.»

Preliminares para la celebración de un Tratado de Paz que ha de poner término a la guerra hoy existente entre España y Marruecos.

«Don Leopoldo O'Donnell, duque de Tetuán, conde de Lucena, capitán general en jefe del ejército español en África; y Muley-el-Abbas, califa del imperio de Marruecos y príncipe del Algarbe, autorizados debidamente por S. M. la Reina de las Españas y por S. M. el rey de Marruecos, han convenido en las siguientes bases preliminares para la celebración del tratado de paz que ha de poner término a la guerra existente entre España y Marruecos:

»Artículo 1.º S. M. el rey de Marruecos cede a S. M. la Reina de las Españas, a perpetuidad y en pleno dominio y soberanía, todo el territorio comprendido desde el mar, siguiendo las alturas de Sierra-Bullones, hasta el barranco de Anghera.

»Art. 2.º Del mismo modo, S. M. el rey de Marruecos se obliga a conceder a perpetuidad en la costa del Océano, en Santa Cruz la Pequeña, el territorio suficiente para la formación de un establecimiento como el que España tuvo allí anteriormente.

»Art. 3.º S. M. el rey de Marruecos ratificará a la mayor brevedad posible el convenio relativo a las plazas de Melilla, el Peñón y Alhucemas, que los plenipotenciarios de España y Marruecos firmaron en Tetúan en 24 de agosto del año pasado de 1859.

»Art. 4.º Como justa indemnización por los gastos de la guerra, S. M. el rey de Marruecos se obliga a pagar a S. M. la Reina de las Españas la suma de 20.000.000 de duros. La forma del pago de esta suma se estipulará en el Tratado de paz.

»Art. 5.º La ciudad de Tetuán, con todo el territorio que formaba el antiguo Bajalato del mismo nombre, quedará en poder de S. M. la Reina de las Españas, como garantía del cumplimiento de la obligación consignada en el artículo anterior, hasta el completo pago de la indemnización de guerra. Verificado que sea este en su totalidad, las tropas españolas evacuaran seguidamente dicha ciudad y su territorio.19

»Art. 6.º Se celebrará un tratado de comercio, en el cual se estipularán en favor de España todas las ventajas que se hayan concedido o se concedan en el porvenir a la nación más favorecida.

»Art. 7.º Para evitar en adelante sucesos como los que ocasionaron la guerra actual, el representante de España en Marruecos podrá residir en Fez o en el punto que más convenga para la protección de los intereses españoles y mantenimiento de las buenas relaciones entre ambos estados.

»Art. 8.º S. M. el rey de Marruecos autorizará el establecimiento en Fez de una casa de misioneros españoles como la que existe en Tánger.

»Art. 9.º S. M. la Reina de las Españas nombrará desde luego dos Plenipotenciarios para que, con otros dos que designe S. M. el rey de Marruecos, extiendan las capitulaciones definitivas de paz. Dichos plenipotenciarios se reunirán en la ciudad de Tetuán, y deberán dar por terminados sus trabajos en el plazo más breve posible, que en ningún caso excederá de treinta días, a contar desde el de la fecha.

»En 25 de marzo de 1860. -Firmado. -LEOPOLDO O'DONNELL. -Firmado. -MULEY-EL-ABBAS.»

***

Armisticio.

«Habiéndose convenido y firmado las bases preliminares para el tratado de paz entre España y Marruecos por D. Leopoldo O'Donnell, duque de Tetuán, capitán general en jefe del ejército español en África, y Muley-el-Abbas, califa del imperio de Marruecos y príncipe del Algarbe, desde este día cesará toda hostilidad entre los dos ejércitos, siendo la línea divisoria de ambos el puente de Buceja.

»Los infrascritos darán las órdenes más terminantes a sus respectivos ejércitos, castigando severamente a los contraventores. Muley-el-Abbas se compromete a impedir las hostilidades de las cabilas; y si en algún caso las verificasen a pesar suyo, autoriza al ejército español a castigarlas, sin que por esto se entienda que se altera la paz.

»En 25 de marzo de 1860. -Firmado. -LEOPOLDO O'DONNELL. -Firmado MULEY-EL-ABBAS.»

***

Conclusión.

He dado cima a la ardua tarea que me impuse en Málaga hace cuatro meses, y que ha llenado desde entonces todos los momentos de mi vida. He terminado la historia de mi inolvidable peregrinación. He dado fin a este libro, empapado en mi sudor, en mis lágrimas y en mi sangre; trabajosamente compaginado en mil lugares distintos: en el mar, bajo la tienda, en medio de los campos, en la vivienda del moro y del judío, y alimentado, por decirlo así, con los más puros afectos de mi alma. Natural es, por consiguiente, que, al separarme de él, al escribir sus últimas líneas, al soltar la pluma que ha trazado todas sus incorrectas páginas, experimente una solemne emoción, semejante a la que sentirá el padre que se despide por primera vez de un hijo querido.

¡Hijo mío es, hijo de mis afanes y vigilias, fruto de mi amor patrio y de mi afición a las artes y a las letras, este mi adorado cuanto imperfecto libro, y él será siempre la obra que yo más ame de cuantas he escrito y haya de escribir! Cada pasaje suyo me recuerda un lugar sagrado, una hora sublime, una escena grandiosa o un amigo que me arrebató la muerte. Entre sus líneas impresas veré siempre otros renglones trazados con lápiz en lo más recio de las batallas o de las tormentas, o en lo más triste de mi soledad y desamparo... Su conjunto, en fin, será lo único que me quede de tanto como he pensado, amado y sufrido en África, y la imagen viva de la realización de sus más bellas ilusiones.

Con lo cual me despido de ti, ¡oh bondadoso público!, que tan lisonjeramente has acogido mi pobre DIARIO, y hago aquí punto final, confiando en que el buril de la historia grabará sobre las columnas de oro del Templo de la Inmortalidad los memorables hechos que yo he apuntado en estas humildes páginas, destinadas, por su imperfección, a ser ligero pasto del olvido.






 
 
FIN
 
 



ArribaAbajoApéndice I

Precedentes y primeros combates de la guerra de áfrica



ArribaAbajo- I -

SR. D. PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN.

Mi querido amigo: para que sirva de complemento a su DIARIO DE UN TESTIGO DE LA GUERRA DE ÁFRICA, me pide usted la historia de los precedentes diplomáticos y de los primeros hechos de armas de tan gloriosa expedición, considerando que yo debo de estar enterado de todo, por haber tenido la fortuna de hallarme de guarnición en Ceuta antes de declararse la guerra oficialmente, y por haber asistido luego a los combates que se riñeron en el Serrallo hasta la llegada del TERCER CUERPO DE EJÉRCITO, de que usted formaba parte.

Doy a usted las gracias por la confianza que pone en mi memoria y en mi veracidad, y no la defraudaré, ciertamente. Lo único que siento es no ser escritor de profesión; pero usted desea que yo escriba, y, bajo su responsabilidad y cuidado, allá van los antecedentes que me pide.




ArribaAbajo- II -

En 1845 celebró España un tratado con el imperio de Marruecos, por la mediación de la Inglaterra, en el cual se fijaron los límites de la plaza fuerte de Ceuta en una línea que, corriendo por la pequeña elevación del Otero, principiaba en el estrecho de Gibraltar y terminaba en el Mediterráneo. El terreno que quedaba adjudicado a favor de la Corona de España, comprendía unos dos kilómetros cuadrados.

El gobernador de Ceuta creyó que, sin faltar a este tratado, podía construir a su inmediación, fuera de las murallas y en el nuevo terreno, un cuerpo de guardia ligeramente fortificado. Empezáronse las obras, y se opusieron los moros con tal tesón, que todo lo que nuestros ingenieros edificaban durante el día, ellos lo destruían durante la noche. Hubo algunos pequeños encuentros, y los moros llegaron, por último, a derribar la piedra que marcaba los límites, y, como testimonio vil de la afrenta que intencionalmente quisieron inferirnos, deslustraron las armas españolas que en dicha piedra estaban grabadas.

Tales excesos indignaron a España entera, principiando por la guarnición de Ceuta y por su gobernador militar. Este hizo adelantar rápidamente las obras del cuerpo de guardia, dejando en él gente bastante para que las custodiase de noche, y saliendo por su parte durante el día con la guarnición de la plaza a los límites de nuestro territorio, para hacerlos respetar.

Entretanto, toda España empezaba a preocuparse de la cuestión de África, y nuestro gobierno seguía una viva correspondencia con el ministro del Sultán, Sidi-Mohamed-el-Jetib, quien declinaba toda la responsabilidad de los sucesos sobre el gobernador de Ceuta, Sr. Gómez Pulido, disculpando a la cabila de Anghera, y solicitando aplazamiento para darnos la satisfacción debida.

Nuestro cónsul general en Tánger, por el contrario, y como era justo, justificaba a aquella autoridad, ponía de manifiesto las afrentas que nos había hecho la cabila angherina, y apremiaba por obtener las reparaciones convenientes.

Con este motivo dirigió la siguiente nota al ministro del Sultán:

Tánger, 5 de septiembre de 1859.

Alabanzas a Dios único.

A mi ilustrado amigo Sidi-Mohamed-el-Jetib, ministro de negocios extranjeros de S. M. el rey de Marruecos.

La paz sea con vos.

Y después:

El ultraje inferido al pabellón español por las hordas salvajes que pueblan las provincias de Anghera, limítrofe a la plaza de Ceuta, objeto de sus inmotivadas y recientes agresiones, es de naturaleza tal, que ningún gobierno que tenga conciencia de su honra puede tolerarlo.

El de la Reina, mi augusta soberana, está resuelto a obtener la debida reparación, y tan cumplida como exigen la magnitud de la ofensa y el honor de la altiva nación a cuyo frente se halla.

Sobradas contemplaciones; ha guardado, fiada en las protestas de amistad y en las seguridades que en nombre de vuestro monarca me habéis tantas veces dado, de que las plazas españolas enclavadas en vuestros territorios serían respetadas, y castigados severamente los que las hostilizasen.

No os haré el agravio de poner en duda la sinceridad y lealtad de vuestras palabras e intenciones; pero si lo fueron, los hechos han venido a demostrar que el rey vuestro amo carece de la fuerza y del poder necesarios para hacerse respetar y obedecer de sus vasallos.

Fijad por un momento vuestra atención en los ataques que tan repetidamente han dirigido los moros del Rif a las fortalezas de Melilla, Alhucemas y, Peñón; llevadla después a Ceuta, durante tantos días hostilizada por las cabilas a ella vecinas, y decid después si tamaños atentados no han de tener término y si han de continuar siempre cubiertos con el manto de la impunidad.

El gobierno de la Reina está resuelto, sabedlo bien, a que no se renueven; para lo cual exige en desagravio, y no como correctivo, el más riguroso castigo.

Si S. M. el Sultán se considera impotente para ello, decidlo prontamente, y los ejércitos españoles, penetrando en vuestras tierras, harán sentir a esas tribus bárbaras, oprobio de los tiempos que alcanzamos, todo el peso de su indignación y de su arrojo. Pero si no lo es; si se cree aún con los medios necesarios para reprimirlas y castigarlas, es preciso, absolutamente preciso, que lo más antes posible se apresure a satisfacer las justas exigencias del gabinete de Madrid.

Estas son:

Primera. -Que las armas españolas sean repuestas y saludadas por las tropas del Sultán en el mismo sitio donde fueron echadas por tierra.

Segunda. -Que los principales agresores sean conducidos al campo de Ceuta, para que, a presencia de su guarnición y vecindario, sean severamente castigados.

Tercera. -La declaración oficial del derecho perfecto que asiste al gobierno de la Reina para levantar en el campo de dicha plaza las fortificaciones que juzgue necesarias para la seguridad de ella.

Cuarta. -La adopción de las medidas que os indiqué en nuestra última conferencia, a fin de evitar la repetición de los desmanes que han venido a turbar la paz y buena armonía que entre ambas naciones reinaba.

Diez días os doy de término para resolveros.

Transcurridos que sean sin que esta mi demanda haya sido cumplidamente satisfecha, me retiraré de este país con los súbditos todos de la Reina mi señora.

Ya sabéis lo que significa.

Y la paz. -JUAN BLANCO DEL VALLE.

En esta nota se comprendían las condiciones que exigía España para reparar el insulto hecho a sus armas. He aquí ahora la contestación del ministro del Sultán.

Sidi-Mohamed-el-Jetib al cónsul general de España.

Tánger, 7 de septiembre de 1859.

Alabanzas a Dios único.

No hay poder ni fuerza sino en Dios excelso y grande.

A nuestro amigo el ilustrado caballero el representante encargado de negocios y cónsul general de la nación española. Excmo. Sr. D. Juan Blanco del Valle.

Preguntamos por vos, y rogamos a Dios que estéis bueno.

Y después:

Nos ha llegado vuestra nota del 5, en que nos renováis por escrito las reclamaciones que nos hicisteis, primero de palabra y después por medio de vuestro primer intérprete, cuando os ausentasteis de Tetuán. Por el mismo os hice decir que todas serían satisfechas, excepto la relativa a la declaración sobre las obras, por no estar para ello autorizado, y sobre la cual consultaríamos a nuestro amo, a quien Dios asista. Así lo hemos hecho, y cuando recibamos su respuesta os la dirigiremos.

Estoy, sin embargo, en el deber de deciros que las salidas que el gobernador de Ceuta hace con las tropas de la plaza dentro de nuestra línea para batir, a nuestras cabilas, aumentan el fuego de la sedición entre los campesinos, y entorpecen nuestras gestiones en favor de la paz y tranquilidad de ambas naciones.

Si dicho gobernador no se abstiene con lo que vos le digáis, escribidlo a vuestro gobierno para que lo haga cesar en sus actos, que no me permito calificar en honra de vuestra nación. El gobierno de vuestra reina, que se distingue por su ilustración y la rectitud de sus principios, no se negará a lo que la justicia y la humanidad demandan, a lo que reclaman las buenas relaciones de amistad entre ambos países, y a lo que tenemos derecho a exigir por el art. 15 del tratado de 1789, en 1845 ratificado.

Nos, por la presente, protestamos del injusto e impolítico proceder de un funcionario militar que parece complacerse en conmover los ánimos de los moros sus vecinos, y encender entre ellos la tea revolucionaria.

Si, en vez de haber esperado a que el castigo de los primeros delincuentes se hubiese ejecutado, no hubiera salido con sus tropas a clavar una bandera con bélico aparato y a los gritos de «¡Viva la Reina!»; si no hubiera amenazado a los moros, que aquel acto inusitado presenciaban, con levantarla sobre sus cabezas si era derribada; si no los hubiera insultado y ultrajado injustamente; si hubiera tenido en cuenta que se dirigía a gentes ignorantes que no conocen regla alguna, no habríamos llegado a la situación lamentable en que nos encontramos en los momentos mismos en que el Rey nuestro amo se halla en víspera de ser llamado a sí por Dios omnipotente.

El gobernador de Ceuta debe ser a los ojos de vuestro ilustrado gobierno y de la Europa el único responsable de la revolución en que se agitan estos pueblos, y de todo cuanto ha ocurrido y ocurrir pueda.

Vuestro gobierno no puede tener queja del nuestro. Llamadle la atención sobre lo que el art. 15 del tratado prescribe. Recordadle, si no, el convenio que nos empeñamos en celebrar y celebramos, solo por lograr el bienestar y sosiego de los siervos de Dios, cuando el mencionado jefe militar descargaba el fuego de sus cañones sobre los vasallos de nuestro amo y les dirigía la amenaza de construir el cuerpo de guardia con sus propias cabezas.

Nos intimáis que en el término de diez días nos resolvamos a satisfacer vuestras demandas. Vos, que sois un caballero tan ilustrado, comprenderéis que en el estado de gravedad en que la salud de nuestro amo se encuentra, nada puede hacerse ahora. Si así no fuese, todo quedaría arreglado y concluido.

Cuanto nos habéis pedido lo hemos elevado al Rey nuestro amo, cuya respuesta aguardamos y os remitiremos cuando nos sea llegada.

Entretanto, os rogamos escribáis a vuestro gobierno, asegurándole que nuestro señor, a quien Dios proteja, castigará severamente a los culpables. Hacedle conocer la situación delicada en que se encuentra, y que su disgusto por la conducta de los de Anghera no será menor que el suyo. Recordadle también que, durante muchos años, las cabilas sus vecinas no ofendieron a la plaza de Ceuta, y que si ahora la han ofendido, la culpa toda debe recaer sobre el gobernador de ella, que en tan poco tuvo el interés de su pueblo y la amistad que entre nuestros respectivos gobiernos reinaba.

Os rogamos de nuevo que no dilatéis pedirle la prórroga que os demandamos. Ya sabéis las noticias que corren sobre nuestro amo y señor.

Es cuanto os participamos, confiando en Dios alabado que nos haga venir en acuerdo.

Y la paz. -En Tetuán, a 8 de Safar. -Igual a 7 de septiembre de 1859.

Por traducción literal. -El primer intérprete de la misión. Fehía Sicsú.

Por traducción conforme. -El joven de lenguas, Manuel María Guijada. -El segundo intérprete, Abraham Sinsú.

A esta siguió una nueva carta, fechada en 9 de septiembre, del ministro marroquí, en que participaba la muerte del Sultán y pedía al gobierno español que aplazase sus reclamaciones hasta que fuese proclamado el nuevo soberano.

Concediéronse veinte días de plazo; no los consideró bastantes el ministro marroquí; y habiendo solicitado un nuevo aplazamiento, se le concedieron diez días más.

La nota en que se le negaba por última vez el plazo era terminante y enérgica. Decía así:

Tánger, 3 de octubre de 1859.

Alabanzas al Altísimo.

A mi ilustrado amigo Sidi-Mohamed-el-Jetib, ministro de negocios extranjeros de S. M. el rey de Marruecos.

La paz y la ayuda de Dios sea con vosotros.

Y después:

El gobierno de la Reina, mi augusta soberana, cediendo a vuestra demanda de 10 de Safar (15 de septiembre) se presta a ampliaros el segundo plazo que os otorgó por mi conducto en 12 del mismo.

Pero esa ampliación, que debéis considerar como improrrogable, es solo por diez días, que expiran el 15 del corriente mes.

Si para entonces el gabinete de Madrid no ha recibido la decisiva y satisfactoria respuesta que de vuestro ilustrado monarca espera respecto de las justas reparaciones que se ha visto en el sensible caso de exigirle, las relaciones de amistad entre ambos países quedarán rotas definitivamente.

No abriguéis esperanza de lograr nuevas prórrogas, porque será una esperanza ilusoria. Mi gobierno no podría decorosamente, sin faltar a altísimas consideraciones, y sin que la Europa toda se lo afease, condescender con vuestros deseos. Su dignidad se lo veda; la enormidad del ultraje inferido al pabellón español por una tribu salvaje, vasalla de vuestro Rey, se lo impide igualmente.

De vos, de vuestra actividad, de vuestras leales advertencias a vuestro monarca, depende principalmente conjurar la tempestad que comienza a cernerse sobre estos territorios, y que los escandalosos atentados de la más desenfrenada de las turbas han ido condensando, hasta poner en inminente riesgo la paz y buena armonía entre las dos naciones.

Las inculpaciones que con este motivo os permitisteis en vuestra precitada nota contra el digno y pundonoroso militar que se halla al frente de la altamente ofendida plaza de Ceuta, son infundadas y a todas luces injustas.

El gobernador español, a quien tan inmerecidamente agraváis, en vez de provocar, como decís, a los vándalos angherinos, soportó pacientemente, durante varios días, los incesantes insultos y atropellos de quienes, desconociendo la autoridad de su soberano y el derecho perfecto que asiste a mi gobierno para hacer lo que hizo en los terrenos de que es absoluta dueña y señora la reina augusta de las Españas, destruyendo las obras comenzadas, echaron por tierra las garitas donde se albergaban nuestros centinelas, derribaron las armas de Castilla colocadas en la línea divisoria de los dos campos; llegaron, sin tener en cuenta su flaqueza e impotencia, hasta atacar repetidamente los espesos muros de la expresada fortaleza.

Disculpando tan criminal proceder, empeoráis vuestra causa, y demostráis que la imparcialidad, tan necesaria en los que ocupan vuestro encumbrado puesto, os ha dejado de su mano.

El gobernador de Ceuta obró bien, y tuvo razón sobrada para proceder como procedió. Echad toda la responsabilidad de tamaños atentados sobre los inquietos y rebeldes vasallos de vuestro amo, que acudieron en grandes masas a los contornos de la fortaleza española para violar una vez más la ley de las naciones.

Para que semejantes desmanes no se repitan, y no surjan de nuevo los conflictos a que se prestan y dan fácilmente ocasión, como lo demuestran los recientes sucesos ocurridos en aquel campo, la ambigüedad del tratado existente y lo reducido del actual territorio jurisdiccional de Ceuta, es de todo punto indispensable que a la declaración que el gobierno español exige siga inmediatamente un arreglo de dicha plaza, hasta las alturas más convenientes para su seguridad.

Ese arreglo, que es indispensable celebrar para asegurar sobre sólidos y firmísimos fundamentos la amistad de ambas naciones, deberá ser semejante al convenio ajustado respecto a Melilla. Las mismas razones que movieron al difunto Muley-Abd-Errajman a celebrar este, militan para llevar a cabo el que os propongo, porque los moros de Anghera han demostrado con sus inmotivadas agresiones no ser menos rebeldes, turbulentos y salvajes que los del Rif.

La declaración que se desea, suficiente por el momento, será ineficaz en el porvenir para nuestros respectivos países si no recae sobre ella la sanción solemne de un tratado, al cual debéis obligaros al hacerla, única manera de que aquella pueda satisfacer al gobierno de la Reina mi señora.

El día 15 se acerca. Si al ocaso de ese día, postrero del plazo de que el gobierno español os ha hecho merced por un rasgo de generosidad, que forma notable contraste con la magnitud de la ofensa recibida, el Rey vuestro amo no hubiera respondido tan satisfactoria y cumplidamente como exijo, yo seré el primero en pedir, si necesario fuese, que no lo será, porque la resolución de mi gobierno es irrevocable, que nuestras pretensiones sean inmediata y completamente, satisfechas, porque este es negocio que no podemos permitir continúe por más tiempo en el presente estado.

Paz. -Firmado. -J. BLANCO DEL VALLE.




ArribaAbajo- III -

Desde el principio de esta correspondencia dudaba el gobierno español de la paz, y se preparaba para la guerra, y, por de pronto, había mandado formar un cuerpo de ejército de observación, que se situó en Algeciras, y cuyo mando se concedió al excelentísimo señor mariscal de campo D. Rafael Echagüe.

Este cuerpo de ejército se componía de una brigada de vanguardia, que se hallaba en Ceuta, al mando del brigadier D. Ricardo de Lasaussaye, y de una división, mandada por el mariscal de campo Sr. D. Manuel Gasset. En la brigada de vanguardia figuraban el Regimiento de Granada y Cazadores de Cataluña, Madrid y Alcántara. Y en la división del general Gasset (compuesta de dos brigadas, la primera al mando del señor brigadier D. Faustino Elío, y la segunda al de igual graduación Sr. D. Ventura Barcáiztegui) figuraban, en la una, el regimiento de infantería del Rey y los batallones de Cazadores de Barbastro, las Navas y, provisionalmente, el de Simancas; y en la otra, el regimiento de infantería de Borbón y los Cazadores de Talavera y Mérida. Correspondían además a esta división el escuadrón de caballería Cazadores de Mallorca, un escuadrón del regimiento de caballería de la Albuera, cuatro compañías de Ingenieros y tres Baterías de Montaña. En resumen, el primer CUERPO DE EJÉRCITOS, antes de entrar en campaña, contaba próximamente once mil quinientos hombres, ciento cincuenta caballos y dieciocho piezas de artillería de montaña.

Todavía mediaban las notas diplomáticas con el gobierno marroquí, y ya tenían lugar choques terribles en las inmediaciones del Serrallo. Por ejemplo: el renombrado batallón Cazadores de Madrid verificó una salida de la plaza de Ceuta el 22 de agosto de 1859 para castigar a las audaces cabilas de Aughera, que seguían estorbando la construcción del mencionado cuerpo de guardia. Los moros eran muchos en número, y pertenecían a una de las tribus más guerreras del imperio. Se resistieron, pues, con valentía; pero nuestros bravos cazadores apelaron a la bayoneta, y acorralaron e hicieron huir vergonzosamente a los enemigos.

En este primer ensayo, los Cazadores de Madrid, mandados por el bizarro duque de Gor, llegaron hasta la Mezquita, lugar consagrado por la superstición musulmana y sepulcro de uno de sus más venerados santones.

Sin embargo de todo esto, la guerra no estaba todavía declarada; pero seguían en grande escala nuestros preparativos. En los arsenales marítimos y en los parques de artillería se trabajaba sin descanso. Se almacenaban víveres. Se compraban tiendas. Se disponían camillas. Se expedían órdenes a muchos batallones para que estuvieran prontos a ponerse en marcha; y, entretanto, se mandaba reservadamente, aprovechando los últimos días de paz, reconocer y sacar planos de las costas e inmediatas plazas enemigas.

El denodado e ilustradísimo oficial de estado mayor Sr. Latorre pasó a Tánger con este último objeto, y, merced a un disfraz de mercader moro de que se valió, pudo impunemente sacar un exactísimo y admirable plano del codiciado puerto marroquí, plano que hoy existe en los archivos del ministerio de la guerra. Apenas este distinguido oficial terminó su obra, y de regreso ya entre sus camaradas, el cólera lo escogió como una de sus primeras víctimas.




ArribaAbajo- IV -

El gobierno español declaró la guerra, y sólo el gabinete inglés (que en esta ocasión, como en otras anteriores, quería mantener la integridad del territorio de Marruecos e impedir que pusiese en él su planta ninguna potencia de Europa) miró con malos ojos nuestra actitud. Pero las dificultades que nos ponía la Inglaterra se vencieron; la guerra fue proclamada también oficialmente en el seno de la representación nacional; todo el país se encendió de santo patriotismo; desaparecieron los partidos, y una sola voz oyose del uno al otro extremo de la península: «¡Al África! ¡Al África!»

Dos nuevos CUERPOS DE EJÉRCITO se formaban casi simultáneamente en Cádiz y en Málaga, el uno al mando del teniente general D. Juan de Zabala, conde de Paredes, y el otro al del teniente general D. Antonio Ros de Olano, Conde de la Almina, en tanto que se preparaba la formación de un CUARTO CUERPO DE EJÉRCITO en Antequera, al mando del teniente general don Juan Prim, conde de Reus.

El general en jefe, D. Leopoldo O'Donnell y Joris, conde de Lucena, capitán general de ejército y presidente del Consejo de Ministros, habla llegado ya a Cádiz, donde se embarcó a bordo del Vulcano, para reconocer la costa de Marruecos, acompañado del teniente general jefe de estado mayor D. Luis García. Tocó en Ceuta; recorrió todas las fortificaciones de la plaza; visitó los cuarteles y hospitales; salió al campo del moro, y allí se detuvo algunos minutos examinando el terreno y las alturas de Sierra Bullones, aquellos bosques y aquellas montañas que debían ser bien pronto el teatro sangriento de las proezas de nuestros soldados.

El general en jefe subió después a las murallas de Ceuta, y allí arengó a la oficialidad de los batallones que guarnecían la plaza, anunciándoles las rudas fatigas y las grandes privaciones de la campaña que se iba a inaugurar.

El general Echagüe, que había llegado también a Ceuta, procedente de Algeciras, a conferenciar con el general en jefe, regresó a su destino aquella misma tarde a bordo del Alerta, mientras que el general en jefe volvía a embarcarse en el Vulcano y desaparecía por el estrecho.

El general O'Donnell, de vuelta en Cádiz, se encerró en su impenetrable reserva, y todo el mundo siguió creyendo que se pensaba dar un golpe atrevido sobre Tánger, o que el cuerpo de ejército del general Zabala iba a desembarcar, en la Bahía de Jeremías, situada en el Océano y como a dos leguas del puerto marroquí.




ArribaAbajo- V -

El general Echagüe, cuando fue a Ceuta a conferenciar con el general en jefe, había recibido, sin duda, la orden de embarque para el día 18, a fin de inaugurar la campaña el siguiente, esto es, el DÍA DE LA REINA.

Así, el día 18 estaban ya reunidas en Algeciras todas las tropas que constituían el PRIMER CUERPO, las cuales habían estado alojadas en los pueblos colindantes.

Algeciras y Ceuta parece como que se tocan con la mano. Una hora de navegación bastó, pues, al PRIMER CUERPO DE EJÉRCITO para llegar a la africana ciudad, donde desembarcó por la noche silenciosamente, acampando las tropas en la gran Plaza de Armas.

Todavía duraban las sombras nocturnas cuando se oyó el toque de diana. Poco después el CUERPO DE EJÉRCITO se ponía en marcha en el orden mismo que dejamos apuntado, componiendo la vanguardia (al mando del brigadier D. Ricardo de Lasaussaye) los dos batallones del Regimiento de Granada y los de Cazadores de Cataluña, Madrid y Alcántara. Y no había salido el sol, cuando habíamos andado media legua por tierra de moros y plantado la bandera española en la antigua torre del Serrallo, haciéndose en la plaza con las baterías de la DIVISIÓN los honores de ordenanza. ¡Era el DÍA DE LA REINA! ¡Día grande como ninguno en los fastos de su reinado!

Un sol brillante resplandecía en el cielo y alumbraba nuestro triunfo, triunfo que no nos costó sino seis heridos: cinco del batallón de Cazadores de Cataluña y uno del de Madrid. Causáronnos estas bajas los poquísimos moros que guarnecían el Serrallo, quienes abandonaron este derruido edificio así que notaron la aproximación de los soldados españoles, retirándose a intrincados matorrales que cubren las agrias y escabrosísimas laderas de Sierra-Bullones.

La razón de que hubiese tan pocos moros enfrente de Ceuta consistía en que se figuraban que el general O'Donnell y el CUERPO DE EJÉRCITO formado en Cádiz iban a desembarcar en la Bahía de Jeremías o a atacar directamente a Tánger. De otro modo, las difíciles posiciones, que empiezan desde la salida de Ceuta no se hubieran podido ocupar a tan poca costa.

Acampado el PRIMER CUERPO en los alrededores del Serrallo, y fortificado asimismo este edificio, aquella noche pasó sin novedad alguna, y al día siguiente, al toque de diana, después de verificada la correspondiente descubierta, se practicó un reconocimiento en los montes inmediatos, cubiertos de espeso bosque, desde donde algunos moros ocultos nos hicieron a mansalva un muerto, seis heridos y seis contusos, todos del Regimiento de Granada. El resultado del reconocimiento fue designar el sitio en que debía establecerse el primero y principal de los Reductos que habían de formar nuestra línea de fortificaciones frente a Sierra-Bullones.

Trazose el día siguiente 21, y empezó a construirse con el nombre de Reducto Isabel II, sin que se presentase a estorbarlo moro alguno. Pero, ¡ay!, que en este día apareció un enemigo más terrible, más espantoso que toda la morisma entera. ¡Hablo del cólera!

Continuose el 22 trabajando en los Reductos. Las cuatro compañías de Ingenieros que tenía de dotación el PRIMER CUERPO DE EJÉRCITO no descansaban; y, en vista de ello, los moros se resolvieron a atacarnos para impedir la terminación de aquellos trabajos. Dos batallones nuestros había de servicio protegiéndolos; y, en el momento en que el general Gasset subía aquella mañana a las once a examinar el estado de las obras, unos dos mil moros atacaron con tanto ímpetu el Reducto por ambos lados, que llegaron hasta sus mismos fosos... -nuestros dos batallones recurrieron a la bayoneta, devolviendo el ataque con redoblada decisión y energía, y el enemigo se pronunció en completa retirada, después de haber sufrido gran número de bajas, y causándonos a nosotros cuarenta y ocho heridos y seis individuos de tropa muertos.

No hubo novedad el día 23, es decir, no se presentó el enemigo; pero el cólera siguió creciendo. En este día hubo doscientos cincuenta atacados.

El día 24 amaneció encapotado. Una densa y espesísima nube cubría todo el cielo, y además la niebla que se extendía por la tierra no dejaba descubrir una vara más allá de donde se pisaba. Por este motivo la descubierta se verificó con mucho detenimiento y tomándose las más exquisitas precauciones.

Bien pronto los hechos habían de acreditar la oportunidad y la conveniencia de estas medidas. Arrastrándose como culebras, y esquivando encontrarse con nuestros gruesos puestos avanzados, salieron del bosque los moros a las tres de la tarde, y atacaron briosamente y en gran número a una compañía de cazadores del Regimiento del Rey que estaba de avanzada. Defendiose la compañía con indomable esfuerzo, hasta que llegaron en su auxilio las demás del batallón y el de Cazadores de Barbastro, que restablecieron el combate en condiciones bastante ventajosas para recobrar algunas posiciones perdidas y dar tiempo a que los demás batallones llegaran al sitio en que había cargado toda la fuerza de los moros.

En este momento la tempestad, que había estado cerniéndose toda la mañana sobre el Serrallo, estalló con espantosa violencia; y cuando el cielo se serenó, el enemigo había desaparecido de nuestro frente. Contamos nuestras bajas, y resultaron ser ocho muertos de la compañía amenazada y treinta y uno entre heridos y contusos del primer batallón del Regimiento del Rey y del batallón Cazadores de Barbastro.

Un gran hecho de humanidad y de valor había tenido lugar durante la refriega. Un soldado del Rey vio caer herido a su camarada, el cual iba ya a ser cogido por la morisma. «¡Oh morir todos, o salvarnos todos!», exclamó aquél, precipitándose entre los enemigos, decidido a perecer en la demanda o recuperar a su compañero. Semejantes acciones arrastran siempre a los que las contemplan: el valiente y nobilísimo soldado fue seguido de otros; pero él fue quien se introdujo el primero entre los marroquíes, les arrancó a su camarada herido, se lo echó al hombro, y tuvo la gloria de presentárselo al batallón con todo su armamento.

El heroico soldado se llama Francisco Consejero, y, por resolución del general en jefe, ha sido agraciado con una Medalla de oro que regaló el Liceo de Cádiz para el que diese en África mayores pruebas de valor y de humanidad.




ArribaAbajo- VI -

El memorable día 25 de noviembre se presentó mayor número de moros que en ninguno de los precedentes combates. Ya desde por la mañana se les veía hormiguear encima de las sombrías crestas de Sierra-Bullones, apareciendo u ocultándose por el Boquete de Anghera, frente a la Casa del Renegado, en las montañas vecinas y en las entradas del bosque. A eso de las doce del día rompieron el fuego.

Los malditos estaban perfectamente situados. Habían rebasado nuestros Reductos; se habían interpuesto entre ellos y nuestras tiendas, situadas en torno del Serrallo; nos hacían un fuego horroroso, y nos amenazaban por los dos flancos a un mismo tiempo.

Nuestros bravos batallones, después de recibir las órdenes convenientes, empezaron a avanzar.

El batallón Cazadores de Alcántara pasó a ocupar una posición importante y difícil en el Boquete de Anghera, sobre el Barranco del Infierno, punto de ataque y paso único de los moros; pero apenas llegó el batallón al sitio que se le había señalado (serían las dos de la tarde), cuando vio instantáneamente envueltos sus flancos y su frente por el enemigo, que pudo hacerlo casi por impunidad por hallarse apostado en aquel cerradísimo bosque, en que nada se ve a quince pasos.

El batallón rompió el fuego, desplegando en guerrilla la escuadra de gastadores y la primera compañía, cuyo bizarro capitán cayó herido en la cabeza a los primeros disparos, gritando a sus soldados: «¡Viva la Reina!».

Entonces se les echó encima el grueso de los moros, en número cinco veces mayor al suyo; pero el batallón, con una general e instantánea carga a la bayoneta, logró contenerlos y rechazarlos sucesivamente, aunque sufriendo dolorosas y grandes pérdidas.

Rehechos los moros, no tan sólo contuvo Alcántara su tercera embestida, sino que avanzó a la bayoneta valerosamente, y logró salvar a unos cien hombres que, al retirarse del combate por estar heridos, habían sido atacados por más de doscientos moros.

Conseguido aquel resultado, y apoyado oportunamente Alcántara por el batallón Cazadores de Talavera, avanzaron juntos hacia el enemigo, que no se atrevió a esperarlos, y desapareció completamente por aquel lado.

En una de las cargas a la bayoneta murió el teniente D. Juan Malavila, visto lo cual, su asistente, Ramón Torrillo, se arrojó sobre el matador de su amo, atravesándole de un bayonetazo e hiriendo a otros dos más. También el padre capellán D. Nemesio Francés, que seguía a unos heridos para prestarles los auxilios de la religión, habiendo sido acometido y resultado contuso, recurrió a una carabina para defenderse, y mató a su agresor.

Entretanto, a la izquierda del Boquete de Anghera se encontraba situado el batallón Cazadores de Madrid, apoyándose en el Reducto de la Mona. Sus primeras guerrillas fueron atacadas por el enemigo, que subía hacia este punto, y todo el batallón hizo prodigios de valor, cargando repentinamente a la bayoneta contra enemigos numerosísimos, que, conocedores del terreno, y guiados por la rabia de la desesperación, querían apoderarse de los Reductos a toda costa.

El nuevo jefe de este batallón, el malogrado y bizarrísimo Piniers, que ha dado su nombre a uno de los Reductos, en cuya proximidad murió noblemente, alentaba y dirigía a sus soldados; pero las balas enemigas no respetaron tanto denuedo y tanto valor. Allí, a su lado, cayeron también, muertos o heridos, otros distinguidos y bizarros oficiales, y no muy lejos fue herido el mismo general Echagüe, que, acompañado de sus ayudantes, se dirigía hacia aquel punto para alentar a las tropas.

¡No se sabe cómo Echagüe no cayó en poder de los moros! ¡No se sabe cómo no lo mataron! La descarga de que resultaron herido él y muerto su caballo, se la hicieron a quema ropa. ¡Los moros estaban encima; sus alaridos feroces atronaban los oídos! La herida del general fue en el índice de la mano derecha, y se le cayó la espada; uno de los ayudantes la cogió y se la entregó enfrente de los enemigos. A cuatro pasos de distancia se encontraban ya estos, entretenidos en cortar la cincha del caballo para recoger la hermosa silla de que se había desmontado Echagüe, cuando llegaron refuerzos y se rechazó a aquellas fieras.

Otro de los batallones que con más bizarría se condujeron fue Cazadores de Cataluña. En él se hallaban los hermanos Labastida, que nos han legado una historia de heroísmo y de lágrimas. Herido uno de ellos, se arrojó el otro, tratando de salvarlo; mas, ¡ay!, que el último resultó también herido en aquel mismo instante, y de mayor gravedad, pues a los pocos días moría en uno de nuestros hospitales de sangre.

Los regimientos de línea, Borbón, Rey y Granada, se cubrieron de gloria, con sus coroneles Berrueco, Caballero de Rodas, García, Rodríguez y Trillo.

Las pérdidas de los moros fueron mucho mayores que las nuestras, pues además de los muertos en la refriega, perecieron otros muchos, cortados después por la rapidez de la marcha de aquellas tropas, y pasados a cuchillo sin compasión...; vengando así la suerte que había cabido a algunos soldados españoles, a quienes los barbaros y crueles marroquíes habían degollado y puesto en cruz, como escarnio hecho a Jesucristo.

Nuestras pérdidas consistieron en ochenta y nueve muertos en el campo y trescientos treinta y seis heridos. Habían entrado en fuego siete batallones tan solo.




ArribaAbajo- VII -

El general Echagüe se había trasladado a Ceuta para curarse su herida, quedando el general Gasset al frente del PRIMER CUERPO. Este, con las pérdidas de los combates y con las del cólera, que seguía arreciando, estaba reducido a siete mil quinientos hombres útiles, es decir, a la mitad que sacó de España.

Así llegó el día 27, en que el nuevo sol nos hizo probar una inmensa alegría, que se comunicó a jefes, oficiales y soldados...

Una escuadra española venía por el Estrecho con dirección a Ceuta, y uno de sus buques, el Vulcano, enarbolaba una insignia que indicaba la presencia a bordo del general en jefe.

¡Era, sí, el general O'Donnell, y con él llegaban el SEGUNDO CUERPO DE EJÉRCITO, mandado por el general Zabala, y la DIVISIÓN DE RESERVA, mandada por el general Prim!

¡Qué inmensa conmoción, qué grato júbilo se extendió por el campamento en cuanto desembarcó el general O'Donnell! Los soldados cantaban, reían, se abrazaban, tiraban sus roses al aire, empujaban al caballo del ilustre guerrero, y gritaban con entusiasmo: «¡Viva el General en Jefe!»

O'Donnell, casi con las lágrimas en los ojos, y sonriendo a la par, preguntaba a los soldados: «¡Hijos míos, hijos míos, ¿habéis sufrido mucho? ¿Qué tal los moros? ¿No es cierto que los habéis escarmentado?»

Y la verdad es que con su presencia cobraba el ejército nuevo aliento. No parecía sino que en la persona del general O'Donnell venía la patria entera.

Los moros quisieron conocer bien pronto a nuestro general en jefe, y el 1.º de diciembre nos presentaron una grande y reñida acción.

Serían las dos y media de la tarde, cuando el estampido del cañón anunció la proximidad del enemigo, que iba disparando algunos tiros sueltos, como señales para reunir sus huestes. En el momento en que el cañón se dejó oír, el general O'Donnell montó a caballo, y, acompañado de su estado mayor, se situó en el Reducto de Isabel II, desde donde dirigió todas las operaciones.

No quiero hacer mención especial de nadie, pues todos los que entraron en fuego, pertenecientes a la división de vanguardia del PRIMER CUERPO, rivalizaron en valor y bizarría.

Los batallones Cazadores de Simancas, Barbastro, Arapiles, Navas y otros batallones de los regimientos de línea Rey y Borbón, fueron los que principalmente sostuvieron la acción.

Las tropas de los generales Zabala y Prim tomaron posiciones durante la acción, pero no entraron en fuego.

El general O'Donnell concedió algunas gracias sobre el mismo campo de batalla por hechos que había presenciado. La serenidad que manifestó el general en jefe, la atención y la precisa y matemática exactitud con que dictaba las órdenes, coadyuvaron al mejor resultado del combate, entusiasmaron y animaron al ejército de África.




ArribaAbajo- VIII -

El SEGUNDO CUERPO, mandado por el general Zabala, reemplazó al PRIMERO en el penoso servicio de guarnecer el Serrallo y los Reductos, que constituían nuestra línea de defensa frente a Sierra-Bullones.

El día que se verificó el relevo de uno por otro cuerpo de ejército, los moros se subieron a las cumbres de esta salvaje sierra, y desde allí observaron nuestro movimiento. Creían, sin duda, que íbamos a atacarles...

Por lo demás, el objeto de este cambio se explica naturalmente. El PRIMER CUERPO necesitaba descanso; el SEGUNDO necesitaba foguearse.

Así llegó el 9 de diciembre, en que volvieron a atacarnos los moros, y en verdad que se batieron en este día con una inteligencia, con una astucia y con un valor que nos dejó sorprendidos.

Colocados en acecho, apenas la aurora se anunció en el horizonte, tras una noche fría y húmeda, se precipitaron los moros sobre nuestros Reductos, cuyos defensores no tuvieron tiempo ni siquiera de dar la voz de alerta.

El Reducto de Isabel II se hallaba defendido por tres compañías del regimiento infantería de Castilla, mandadas por el segundo comandante D. Rafael Bermúdez de Castro, y una de artillería de montaña, a las órdenes del capitán D. Gaspar Goñi. El Reducto Rey Francisco estaba defendido por tres compañías del Regimiento de Córdoba, a las del comandante fiscal D. José Fernández.

Como bola de nieve que a cada paso toma más cuerpo y amenaza con mayores estragos, así los enemigos aumentaban en número; su furor crecía; su deseo de arrojarnos de nuestras posiciones les daba cierta rabia salvaje; y extendiéndose velozmente, y avanzando siempre, a pesar del mortífero fuego de nuestros soldados, envolvieron los Reductos rebasándolos por ambos lados.

Favorecíales en extremo para llevar a cabo su intento, ya lo quebrado y áspero del terreno, ya los espesos bosques que lo cubren. Pero pronto se conoció que trataban de colocarse en las posiciones mediantes entre los Reductos de Isabel II y Rey Francisco y el campamento del Serrallo, que ocupaba entonces el SEGUNDO CUERPO de ejército.

No había, pues, tiempo que perder. Los moros crecían en empuje y en número. Estaban encima de los Reductos. Atacaban ya hasta con piedras. Se hallaban tan cerca, que no podía dañarles el fuego de los cañones. Nuestros soldados no podían asomarse a la barbeta de la fortificación, porque sus cabezas servían de seguro blanco. Nuestros fuertes estaban en grave peligro. La bandera roja enarbolada lo indicaba así.

Esta señal terrible puso en alarma al general Zabala, quien desde el Serrallo, y a consecuencia del violento levante que reinaba, no había oído el fuego vivo que se cruzaba por las alturas de su campamento. Montó, pues, a caballo con su cuartel general, y envió un parte al general en jefe.

¿Qué sucedía entretanto?

La guarnición de los fuertes resistía con heroísmo. Tres veces llegaron los marroquíes hasta los fosos, y otras tantas fueron rechazados. Diez o doce cadáveres moros tendidos allí daban vivo testimonio de su arrojo y de su temeridad y de la impavidez de nuestras tropas.

Y mientras esto sucedía en los Reductos, las fuerzas restantes de los regimientos de Castilla y de Córdoba y el batallón de Cazadores de Figueras, que salieron con el brigadier D. José Angulo a verificar la descubierta, se encontraron con aquel número inmenso de moros que brotaban de las peñas, de los árboles y de las malezas, y se trabó por allí también una sangrienta lucha.

El choque fue duro y terrible. La morisma crecía; los nuestros caían y no eran reemplazados; cada uno de aquellos héroes tenía que luchar casi cuerpo a cuerpo con dos o más enemigos a la vez; pero acometieron con tanto brío y decisión, que los arrojaron a las cañadas y bosques que se hallaban al otro lado de nuestras posiciones avanzadas.

El general Zabala, al tiempo de salir para el sitio del peligro, había dispuesto que le siguiese el resto de su primera división, a las órdenes del general Orozco, y toda la segunda, que manda el general D. Enrique O'Donnell.

Cazadores de Arapiles fue el primer batallón que llegó al sitio del combate, y el general Zabala le hizo cargar por el bosque inmediato al Reducto Isabel II, desde donde hacía fuego un gran núcleo de fuerzas enemigas, causándonos gran número de bajas.

Aquel bizarro batallón se coronó de gloria, pues dio una brillantísima carga a la bayoneta, que despejó de moros el bosque. El batallón estaba apoyado, al dar esta carga, por el segundo de Castilla y el primero de Saboya.

Los enemigos no tardaron en rehacerse, sin embargo; se precipitaron de nuevo en el bosque, y volvieron a tratar de envolvernos.

El general en jefe, que mandaba ya la acción, dispuso que salieran el general García y el brigadier Villar. Acompañaban al primero el batallón Cazadores de Alba de Tormes y unas compañías de Córdoba, apoyadas por el primer batallón de León y el regimiento de la Princesa. Seguían al segundo, el batallón Cazadores de Figueras y una sección de la Guardia civil.

Unas y otras fuerzas dieron brillantísimas cargas a la bayoneta, con tal ímpetu, que no solo desalojaron el bosque, sino que arrojaron al enemigo a gran distancia, con lo que la acción terminó en la parte de los Reductos.

Pero el enemigo quería forzar nuestra derecha, como lo adivinaba el general O'Donnell, que envió sus avisos al general Zabala, para que no se descuidase por aquel lado. Los moros, en número de cuatro o seis mil hombres de infantería y de ciento a ciento cincuenta caballos, se precipitaron por allí, en efecto; y no pudiendo el batallón de Chiclana sufrir este terrible choque, empezó a retroceder. Entonces los batallones primero de Navarra y segundo de Toledo, mandados por el general Rubín y brigadier Conde la Cimera, marcharon en su apoyo. Rehízose el batallón de Chiclana, y, avanzando de nuevo, briosamente impulsado por el brigadier Mackenna y el coronel D. Francisco Ceballos, primer ayudante del general en jefe, la posición perdida volvió a nuestro poder.

La acción había terminado en toda la línea, y el triunfo era nuestro, pero nos había costado sensibles pérdidas.

En el instante en que subía el general Zabala a los Reductos, tres de los oficiales de su cuartel general habían caído heridos o muertos. Muerto cayó también, en brazos del conde de Corres, el valiente capitán de ingenieros señor Mendizábal, tan entendido como valiente. El señor marqués de Ahumada y el sr. Jiménez, ayudantes, fueron heridos. El coronel de ingenieros, sr. O'Rian, en el momento que gritaba a un batallón que salía a la bayoneta: «¡Viva la Reina!», era herido en un muslo, y el sr. Goñi, que mandaba la batería del Reducto más avanzado, fue herido en el rostro y en una oreja, a pesar de lo cual no quiso retirarse de su puesto.

Terminada la acción, tuvo lugar una escena patética y solemne, cuando el general en jefe concedió algunos premios sobre el campo de batalla y se presentó a los batallones que defendieron los Reductos.

El primer premiado fue un corneta de órdenes de Saboya, llamado Domingo Montaña. Había salvado al ayudante del brigadier Angulo, señor D. Eduardo Alcayna, que había caído en poder de tres moros. El corneta mató a uno de ellos con el tiro de su carabina, a otro le atravesó con su bayoneta, y al otro le ahuyentó. El ayudante, sin embargo, salió herido en una pierna.

-En nombre de la Reina -dijo al corneta el general en jefe-, concedo a usted la cruz de San Fernando, con la pensión de treinta reales al mes.

-Mil gracias, mi general -contestó el muchacho.

-¡A la Reina, señor corneta! -replicó O'Donnell.

Después fueron premiados otros soldados y jefes.

Esta acción fue reñida como ninguna. El general Zabala, que tantos y tan grandes peligros había corrido con verdadera temeridad durante la guerra civil; el general Zabala, el digno émulo de León, confesaba, en el seno de la confianza, que nunca había oído tantas balas como al subir al Reducto Isabel II.

Calculo que las fuerzas del enemigo debieron haber sido de diez a doce mil hombres; su caballería, unos trescientos jinetes. Por nuestra parte, no entraron en fuego sino quince batallones.

Nuestras bajas no debieron subir mas allá de ochenta muertos y trescientos heridos. Las del enemigo debieron ser horrorosas: nuestra artillería les causó un daño indecible.




ArribaAbajo- IX -

A los dos o tres días no era ya para nadie un secreto que nos dirigíamos a Tetuán.

Pero, bien lo sabe usted, amigo mío: aquí no había ni tan siquiera sendas. Jarales inmensos y hondos barrancos impedían todo movimiento desembarazado al ejército; y como no eran aves nuestros soldados, que volando pudieran salvar la distancia que los separaba de Tetuán, había que proceder lenta y trabajosamente a abrir un camino, sobre todo para la artillería.

El general Prim, que, con su DIVISIÓN DE RESERVA, había protegido la construcción de anchos y hermosos caminos para poner a los Reductos en comunicación unos con otros fuera de la vista del enemigo, era el que estaba encargado de proteger también la construcción de la vía de Tetuán.

Este camino adelantaba prodigiosamente, y el día en que llegase el TERCER CUERPO DE EJÉRCITO (que estaba organizándose en Málaga, y al que usted ha pertenecido), nuestros campamentos podrían adelantarse más de una legua sobre las posiciones que ocupábamos.

¡Oh, ese día no podía retardarse sin grandes peligros para el éxito de la campaña! El cólera y la paralización nos consumían y desalentaban en las inmediaciones del Serrallo. «¿Cuándo llegará el TERCER CUERPO DE EJÉRCITO?», nos preguntábamos, al asomar el primer rayo de la aurora, fijando nuestra mirada en las vastas soledades del mar y en dirección de las costas de Málaga. «¿Has adelantado hoy mucho el CAMINO?», preguntábamos por las tardes a los soldados que se retiraban de los trabajos de la vía de Tetuán. Y una y otra idea nacían de la impaciencia que nos devoraba por abandonar aquellas posiciones, por seguir adelante, por salir de un terreno apestado, por agrandar el teatro de nuestras operaciones, por entusiasmar a la patria con el anuncio de grandes y magníficas victorias.

Ahora bien; figúrese usted la santa y purísima emoción de júbilo que estremeció todos nuestros campamentos cuando, al rayar el sol del 12 de diciembre, vimos anclada ya en la bahía de Ceuta a la escuadra en que venía el TERCER CUERPO DE EJÉRCITO.

Solemne y gratísimo sería el momento en que ustedes, los que venían en los buques y ardían en impaciencia de participar de las fatigas y de las glorias de la campaña, pudieron saludar de lejos el suelo africano; pero grande e inmensa fue también nuestra alegría cuando contemplamos anclados en las aguas de Ceuta a los veinte magníficos vapores que componían tan brillante escuadra.

«¡Bien venidos seáis (decíamos desde el fondo de nuestra alma), nobles hermanos, soldados del TERCER CUERPO DE EJÉRCITO, que nos traéis con vosotros la imagen de la patria y sus santas bendiciones! ¡Bien venidos seáis los que estáis impacientes por probar al enemigo el temple de vuestras armas, el arrojo de vuestro corazón! ¡Bienvenidos seáis los que, con la alegría en el rostro, venís a nuestro campo, habitado por el cólera y empapado de sangre! ¡Bienvenidos seáis los que pedís al cielo que os depare pronto ocasión de pelear en sustitución de éstos vuestros hermanos, los que os precedieron en la vía de la gloria y de la amargura!»


He concluido: los demás hechos de la Guerra de África están consignados en su DIARIO de usted. Réstame solo pedir perdón a sus lectores por el desaliño de estas páginas, y queda de usted verdadero amigo-X.






ArribaAbajoApéndice II

NOMBRES de los generales, jefes y oficiales de todas armas e institutos del ejército, muertos en el campo de batalla, o por resultas de heridas o de enfermedad contraída en la campaña, de África, desde el principio de la guerra hasta, el 1.º de abril de 1860.


Ayudantes de Campo

D. PEDRO MARIÑAS Y DÍAZ, primer comandante.

Murió del cólera el 5 de enero de 1860.

Cuerpo de Estado Mayor del Ejército

D. JOSÉ DE LA PUENTE ÁLVAREZ CAMPANA, coronel.

Murió del cólera el 5 de enero de 1860.

D. LUIS DE LA TORRE Y VILLAR, teniente coronel, comandante.

Murió del cólera el 18 de octubre de 1859.

Artillería

D. ANTONIO LARRAR Y RUIZ, coronel.

Murió del cólera el 17 de marzo de 1860.

D. JUAN MOLÍNS Y CABANYES, coronel.

Murió sobre el campo de batalla el 12 de diciembre de 1859.

D. IGNACIO BERROETA Y BILLAR, coronel graduado, teniente coronel.

Murió del cólera, el 15 de enero de 1860.

D. MANUEL DE ARMAS Y MATUTE, comandante del tercer regimiento de a pie.

Murió del cólera el 14 de marzo de 1860.

D. FERNANDO GONZÁLEZ AGAR, capitán, teniente del quinto regimiento de a pie.

Murió sobre el campo de batalla el 1.º de enero de 1860.

D. JOSÉ CUADRADO Y GARAYCOCHEA, teniente del tercer regimiento montado.

Murió del cólera el 17 de marzo de 1860.

D. FRANCISCO ANGLADA Y RUIZ, capitán graduado, teniente del tercer regimiento montado.

Murió del cólera el 23 de marzo de 1860.

D. ANTONIO GUILLELMI Y ARAOS, teniente del segundo regimiento montado.

Murió del cólera el 16 de enero de 1860.

D. TOMÁS MURRIETA Y HERRERA, teniente del segundo regimiento montado.

Murió del cólera el 21 de marzo de 1860.

D. ENRIQUE GÁLVEZ CAÑERO Y FRANCO, teniente del quinto regimiento de a pie.

Murió en el campo de batalla el 1.º de enero de 1860.

D. JOAQUÍN ORTEGA Y SIMÓN, capellán del quinto regimiento de a pie.

Murió del cólera el 26 de enero de 1860.

D. ANTONIO ALBERTI Y REY capellán del segundo regimiento montado.

Murió del cólera el 23 de marzo de 1860.

Ingenieros

D. BERNARDO PATERNÓ, comandante graduado, capitán.

Murió del cólera el 23 de diciembre de 1859.

D. FERNANDO ARANGUREN GONZÁLEZ ECHEVARRÍA, capitán.

Murió sobre el campo de batalla el 4 de febrero de 1860.

D. PLÁCIDO MENDIZÁBAL Y SARABIARTE, comandante graduado, teniente.

Murió sobre el campo de batalla el 9 de diciembre de 1859.

Infantería

D. AGUSTÍN LIZANA Y PRIGDA, teniente del regimiento del Rey.

Murió el 1.º de diciembre de 1859, de resultas de heridas recibidas en la acción del 30 de noviembre del mismo año.

D. JOSÉ GONZÁLEZ BALMASEDA, subteniente del regimiento del Rey.

Murió del cólera el 1.º de enero de 1860.

FÉLIX PIZARRO Y OVIEDO, capitán del regimiento del Príncipe.

Murió el 1.º de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. JOSÉ CRUZ Y GUZMÁN, teniente del regimiento del Príncipe.

Murió el 1.º de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. JUAN LIBRERO Y MAYORAL, segundo comandante del regimiento de la Princesa.

Murió del cólera el 15 de febrero de 1860.

D. LEOCADIO SAUSA Y LADRÓN DE GUEVARA, teniente del regimiento de la Princesa.

Murió sobre el campo de batalla el 1.º de enero de 1860.

D. ANTONIO GIL Y JIMENO, teniente del regimiento de la Princesa.

Murió sobre el campo de batalla el 4 de febrero de 1860.

D. PEDRO LANAO Y LARROY, teniente del regimiento de la Princesa.

Murió del cólera el 30 de diciembre de 1859.

D. ÁNGEL GARCÍA MARTÍNEZ ARIZCUREN, subteniente del regimiento de la Princesa.

Murió del cólera el 9 de enero de 1860.

D. RAMÓN DE PASCUAL Y OCHOA, capitán del regimiento de Saboya.

Murió el 3 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 1.º del mismo mes y año.

D. MIGUEL CASTELÓ Y GARCÍA CONDE, teniente del regimiento de Saboya.

Murió el 4 de febrero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. ENRIQUE SÁNCHEZ Y LABÍN, subteniente del regimiento de Saboya.

Murió el 7 de febrero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 4 del mismo mes.

D. LEÓN IRIBARREN ALLUSTANDE, subteniente del regimiento de África.

Murió del cólera el 24 de marzo de 1860.

D. BLAS LUIS OSCINA, capellán del regimiento infantería de África.

Murió del cólera el 2 de enero de 1860.

D. JOSÉ JUBANI Y FRANCAS, capitán del regimiento de Zamora.

Murió el 30 de diciembre de 1859, de resultas de heridas recibidas en la acción del 25 del mismo mes y año.

D. ESTEBAN CUARTERO Y CALABRIA, teniente del regimiento de Zamora.

Murió sobre el campo de batalla el 4 de febrero de 1860.

D. BERNARDO GELABERT Y PONS, capitán del regimiento de Córdoba.

Murió del cólera el 16 de diciembre de 1859.

D. ANTONIO MATEU RODRÍGUEZ, teniente del regimiento de Córdoba.

Murió el 2 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 1.º del mismo mes.

D. JOAQUÍN DE LAS PEÑAS Y RUIZ, teniente del regimiento de Córdoba.

Murió el 21 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 1.º de dicho mes.

D. BERNARDINO MIR Y SANZ, teniente del regimiento de Córdoba.

Murió del cólera el 16 de diciembre de 1859.

D. VÍCTOR PONTE Y LLEURADE, subteniente del regimiento de Córdoba.

Murió el 21 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 1.º de dicho mes.

D. JOSÉ VERGUES Y HERRERA, subteniente del regimiento de Córdoba.

Murió el 26 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 1.º de dicho mes.

D. FRANCISCO CASTELLO Y APARICIO, subteniente del regimiento de Córdoba.

Murió el 11 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 1.º de dicho mes.

D. MIGUEL ALEPUS Y LEÓN, subteniente del regimiento de Córdoba.

Murió el 4 de febrero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. ISIDORO DE LA PLAZA Y GARCÍA, teniente del regimiento de San Fernando.

Murió del cólera el 13 de enero de 1860.

D. BERNABÉ BLESA Y ROCH, teniente del regimiento de Zaragoza.

Murió el 31 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. LUIS ODIEL Y RAMÓN, teniente del regimiento de Zaragoza.

Murió el 31 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. SEBASTIÁN MANTILLA Y GALLARDO, teniente del regimiento de Zaragoza.

Murió del cólera el 16 de febrero de 1860.

D. JUAN RUIZ Y GUTIÉRREZ, capitán del regimiento de Castilla.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la acción del 9 de diciembre de 1859.

D. CEFERINO VENTURA Y LAC, capitán del regimiento de Castilla.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la acción del 9 de diciembre de 1859.

D. BENITO GARCÍA Y GUERRA, capitán del regimiento de Castilla.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la acción del 11 de marzo de 1860.

D. DOMINGO GRIFOT Y ROVIRA, teniente del regimiento de Castilla.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la acción del 9 de diciembre de 1859.

D. VICENTE PARGA Y SUÁREZ, teniente del regimiento de Castilla.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la acción del 9 de diciembre de 1859.

D. MARTÍN PELEGRÍN Y BONANZA, teniente del regimiento de Castilla.

Murió del cólera el 31 de diciembre de 1859.

D. RICARDO SANZ BRAUSA, subteniente del regimiento de Castilla.

Murió sobre el campo de batalla el 9 de diciembre de 1859.

D. MARIANO ROMÁN BUSTELO, capitán del regimiento de Borbón.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 25 de noviembre de 1859.

D. CLEMENTE LÓPEZ GUTIÉRREZ, capitán del regimiento de Borbón.

Murió en el hospital, de heridas recibidas en la acción del 25 de diciembre de 1859.

D. BENIGNO GARCÍA LÓPEZ, teniente del regimiento de Borbón.

Murió del cólera el 14 de diciembre de 1859.

D. EDUARDO MESÍAS CUADROS, subteniente del regimiento de Borbón.

Murió sobre el campo de batalla el 30 de noviembre de 1859.

D. FRANCISCO RODRÍGUEZ ASPELIMETA, capellán del regimiento de Borbón.

Murió del cólera el 2 de diciembre de 1859.

D. JOSÉ MARÍA GIL Y ALÉN, segundo comandante del regimiento de Almansa.

Murió del cólera el 10 de diciembre de 1859.

D. JOSÉ GOIRI Y ARRIZ, primer comandante del regimiento de Navarra.

Murió sobre el campo de batalla el 30 de marzo de 1860.

D. GREGORIO GARCÍA Y GARCÍA, segundo comandante del regimiento de Navarra.

Murió del cólera el 6 de diciembre de 1859.

D. JUAN RUIZ Y RIVAS, teniente del regimiento de Navarra.

Murió el 27 de marzo de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 23 de dicho mes.

D. LUIS BLANCO Y HERNÁNDEZ, teniente del regimiento de Navarra.

Murió del cólera el 4 de diciembre de 1859.

D. BERNARDO ALGÁRATE Y VILLANUEVA, segundo comandante del regimiento de la Albuera.

Murió del cólera el 27 de diciembre de 1859.

D. RAFAEL MURO Y CEREZO, subteniente del regimiento de la Albuera.

Murió del cólera el 24 de febrero de 1860.

D. EDUARDO SÁNCHEZ GIL, capitán del regimiento de Cuenca.

Murió del cólera el 19 de enero de 1860.

D. ÓSCAR PLASENCIA Y CASSINA, subteniente del regimiento de Cuenca.

Murió el 11 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 1.º de dicho mes.

D. FAUSTINO DE LA TORRE Y RUBIANO, subteniente del regimiento de Cuenca.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la acción del 14 de enero de 1860.

D. JOSÉ TROYANO DE LA INFANTA, capitán del regimiento de Luchana.

Murió sobre el campo de batalla el 11 de marzo de 1860.

D. MIGUEL LAPUENTE Y GARAU, capitán del regimiento de Asturias.

Murió del cólera el 25 de enero de 1860.

D. NARCISO PEREA Y RODRÍGUEZ, teniente del regimiento de Asturias.

Murió del cólera el 3 de enero de 1860.

D. RICARDO MARCH Y CERVERA, subteniente del regimiento de Asturias.

Murió del cólera el 30 de diciembre de 1859.

D. SIMÓN LLANES Y CAJAL, capitán del regimiento de Granada.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 11 de marzo de 1860.

D. VICENTE TALERO Y ESCOBAR, segundo comandante del regimiento de Toledo.

Murió el 25 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 14 de dicho mes.

D. ANTONIO DE AMIEBA Y BROTONS, teniente del regimiento de León.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 23 de marzo de 1860.

D. MANUEL SPINEDA Y JIMÉNEZ, teniente del regimiento de León.

Murió del cólera el 6 de diciembre de 1859.

D. FRANCISCO VALVERDE Y GARCÍA, teniente del regimiento de León.

Murió del cólera el 9 de diciembre de 1859.

D. ANTONIO CARBONELL Y JIMÉNEZ, capitán del regimiento de Cantabria.

Murió del cólera el 27 de enero de 1860.

D. AURELIO COTÓN Y PIMENTEL, subteniente del regimiento de Cantabria.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 23 de enero de 1860.

D. JUAN ARANA Y ALTUNA, capitán del regimiento fijo de Ceuta.

Murió del cólera el 10 de diciembre de 1859.

D. JOSÉ MUINO Y ESCARRA, capitán del regimiento fijo de Ceuta.

Murió del cólera el 21 de enero de 1860.

D. BERNARDO SOTO Y LÓPEZ, teniente del regimiento fijo de Ceuta.

Murió del cólera el 21 de octubre de 1859.

D. ADOLFO GONZÁLEZ ORTIGUELA, subteniente del regimiento fijo de Ceuta.

Murió del cólera el 21 de enero de 1860.

D. MIGUEL DE CASTRO Y HOYOS, capitán del batallón Cazadores de Cataluña.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la acción del 25 de noviembre de 1859.

D. BERNARDO GONZÁLEZ DÍAZ, teniente del batallón Cazadores de Cataluña.

Murió sobre el campo de batalla el 23 de marzo de 1860.

D. CELESTINO RUIZ DE LA BASTIDA, subteniente del batallón Cazadores de Cataluña.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 25 de noviembre de 1859.

D. ANTONIO PINIÉS DE LA SIERRA, teniente coronel, primer jefe del batallón Cazadores de Madrid.

Murió en el campo de batalla en la acción del 25 de noviembre de 1859.

D. JUAN GALINDO Y GALINDO, capitán del batallón Cazadores de Madrid.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 25 de noviembre de 1859.

D. ANTONIO HURTADO DE MENDOZA Y ESPINOSA, capitán del batallón Cazadores de Madrid.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la acción del 11 de marzo de 1860.

D. MANUEL JIMÉNEZ CUADROS, capitán del batallón Cazadores de Madrid.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la acción del 23 de marzo de 1860.

D. PABLO BOTE Y CERRADILLA, capitán del batallón Cazadores de Madrid.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la acción del 23 de marzo de 186O.

D. JUAN PERAY Y MUESAS, capitán del batallón Cazadores de Madrid.

Murió del cólera el 18 de enero de 1860.

D. MANUEL CARBÓ Y ALCOY, teniente del batallón Cazadores de Madrid.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 25 de noviembre de 1859.

D. EMILIO LÓPEZ PONCE DE LEÓN Y LASIERRA, teniente del batallón Cazadores de Madrid.

Murió sobre el campo de batalla en la que tuvo lugar el 23 de marzo de 1860.

D. EUGENIO MATEOS Y FRAILE, teniente del batallón Cazadores de Madrid.

Murió del cólera el 9 de diciembre de 1859.

D. ANDRÉS ALAMINOS CHACÓN, subteniente del batallón Cazadores de Madrid.

Murió del cólera el 4 de diciembre de 1859.

D. FAUSTINO ARDIZONA Y CARMONA, teniente del batallón Cazadores de Tarifa.

Murió del cólera el 31 de diciembre de 1859.

D. EDUARDO ROLDÁN Y GALINDO, teniente del batallón Cazadores de Tarifa.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la batalla del 23 de marzo de 1860.

D. PEDRO GOROSTIZA Y PAVÍA, subteniente del batallón Cazadores de Tarifa.

Murió en el hospital, de resultas de heridas recibidas en la batalla del 23 de marzo de 1860.

D. RAMÓN ANTÓN Y MOYA, capitán del batallón Cazadores de Chiclana.

Murió sobre el campo de batalla en la que tuvo lugar el 4 de febrero de 1860.

D. MANUEL MONTAÑO Y DÍAZ, teniente del batallón Cazadores de Ciudad-Rodrigo.

Murió sobre el campo de batalla en la que tuvo lugar el 23 de marzo de 1860.

D. FRANCISCO AGULLÓ Y LINARES, teniente del batallón Cazadores de Ciudad-Rodrigo.

Murió el 30 de marzo de 1860, de resultas de heridas recibidas en la batalla del 23 de dicho mes.

D. DOMINGO ALONSO SANTA OLALLA, teniente del batallón Cazadores de Ciudad-Rodrigo.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 30 de diciembre de 1859.

D. CAYETANO ROMERO IZQUIERDO, subteniente del batallón Cazadores de Ciudad-Rodrigo.

Murió el 24 de marzo de 1860, de resultas de heridas recibidas en la batalla del 23 de dicho mes.

D. MARIANO PORTALES Y FIGUEROLA, capitán del batallón Cazadores de Alba de Tormes.

Murió el 13 de febrero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la batalla del 4 de dicho mes.

D. FEDERICO SANJURJO Y ESTRADA, capitán del batallón Cazadores de Alba de Tormes.

Murió sobre el campo de batalla en la que tuvo lugar el 4 de febrero de 1860.

D. MANUEL DE LA VEGA Y LÓPEZ, capitán del batallón Cazadores de Alba de Tormes.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 15 de diciembre de 1859.

D. ANDRÉS SEGURA, capitán del batallón Cazadores de Alba de Tormes.

Murió sobre el campo de batalla en la que tuvo lugar el 4 de febrero de 1860.

D. DIONISIO CERDÁN Y RUISECO, capitán del batallón Cazadores de Alba de Tormes.

Murió sobre el campo de batalla en la que tuvo lugar el 4 de febrero de 1860.

D. BALTASAR ORTIZ Y AGUADO, teniente del batallón Cazadores de Alba de Tormes.

Murió en el mes de diciembre de 1859, de resultas de las fatigas de la guerra.

D. ALEJANDRO FOUSANSOLO Y SERRALTA Y HORE, teniente del batallón Cazadores de Alba de Tormes.

Murió del cólera el 17 de marzo de 1860.

D. BENITO POMBO Y DÍAZ, subteniente del batallón Cazadores de Alba de Tormes.

Murió el 21 de febrero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 4 del mismo mes.

D. JUAN ARIAS Y FERNÁNDEZ, subteniente del batallón Cazadores de Alba de Tormes.

Murió sobre el campo de batalla en la que tuvo lugar el 4 de febrero de 1860.

D. MANUEL GARCÍA GANÉ, capitán del batallón Cazadores de Arapiles.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 9 de diciembre de 1859.

D. CASTO CANCELADA Y RODRÍGUEZ, capitán del batallón Cazadores de Arapiles.

Murió el 9 de diciembre de 1859, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. JOSÉ CAMPOY Y ARGELOS, teniente del batallón Cazadores de Arapiles.

Murió el 9 de diciembre de 1859, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. IGNACIO ARIAS Y ESCOBAR, subteniente del batallón Cazadores de Arapiles.

Murió el 9 de diciembre de 1859, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. JOAQUÍN ÁLVARO Y AGUADO, subteniente del batallón Cazadores de Arapiles.

Murió el 9 de diciembre de 1859, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. MIGUEL PARDELL Y DOMÍNGUEZ, subteniente del batallón Cazadores de Arapiles.

Murió el 14 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. MIGUEL DE SALAS Y PALOMO, capitán del batallón Cazadores de Baza.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 4 de febrero de 1860.

D. MANUEL FELIÚ Y LAFIGUERA, capitán del batallón Cazadores de Simancas.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 30 de noviembre de 1859.

D. FRANCISCO CANELLAS Y PASTOR, capitán del batallón Cazadores de Simancas.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 14 de enero de 1860.

D. FEDERICO PELLICER Y REUS, capitán del batallón Cazadores de las Navas.

Murió el 30 de noviembre de 1859, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. JOSÉ CARRERO Y PICHER, teniente del batallón Cazadores de las Navas.

Murió el 30 de noviembre de 1859, de resultas de heridas recibidas en la acción del mismo día.

D. PEDRO MARTÍNEZ Y MARTÍNEZ, segundo comandante del batallón Cazadores de Vergara.

Murió en el hospital el 3 de enero de 1860, de resultas de heridas recibidas en la acción del 1.º de dicho mes.

D. BERNARDINO SALAS Y MARRAS, capitán del batallón Cazadores de Vergara.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 1.º de enero de 1860.

D. JOSÉ VILLENA Y PÉREZ, teniente del batallón Cazadores de Vergara.

Murió del cólera el 7 de diciembre de 1859.

D. JUAN MONROY E ISLAS, teniente del batallón Cazadores de Vergara.

Murió del cólera el 16 de febrero de 1860.

D. DIEGO VALENZUELA Y JIMÉNEZ, teniente del batallón Cazadores de Mérida.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 15 de diciembre de 1859.

D. JUAN MALAVILA Y GALLEGO, teniente del batallón Cazadores de Alcántara.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 25 de noviembre de 1859.

D. JACINTO MENA Y ECHEVARRÍA, teniente del batallón Cazadores de Alcántara.

Murió el 3 de diciembre de 1859, de resultas de heridas recibidas en la acción del 25 de noviembre.

D. FRANCISCO VALCÁRCEL Y GARCÍA, teniente del batallón Cazadores de Alcántara.

Murió sobre el campo de batalla en la acción del 11 de marzo de 1860.

RAFAEL GALINDO Y CABALLERO, capitán del batallón provincial de Málaga.

Murió del cólera el 28 de febrero de 1860.

Caballería

D. MARIANO CARRERA Y PAINO, teniente del regimiento de coraceros del Rey.

Murió sobre el campo de batalla el 31 de enero de 1860.

D. DOMINGO URDANGARÍN Y ECHÁNIZ, alférez del regimiento coraceros del Rey.

Murió del cólera el 3 de febrero de 1860.

D. MANUEL BEOTAS Y MANRÍQUEZ, capitán del regimiento coraceros de la Reina.

Murió del cólera el 2 de febrero de 1860.

D. JOSÉ PUJADAS Y RADA, capitán del regimiento coraceros del Príncipe.

Murió sobre el campo de batalla el 23 de marzo de 1860.

MIGUEL TRÍAS BARBARÍN, capitán graduado, teniente del regimiento Coraceros de Borbón.

Murió sobre el campo de batalla el 23 de marzo de 1860.

D. ANDRÉS SUÁNEZ Y MESA, teniente del regimiento Lanceros de Farnesio.

Murió sobre el campo de batalla el 23 de enero de 1860.

D. RAFAEL VILORIA Y MORA, teniente graduado, alférez del regimiento Lanceros de Farnesio.

Murió sobre el campo de batalla el 31 de enero de 1860.

D. LEOPOLDO LÓPEZ DE ARCE, alférez del regimiento Lanceros de Farnesio.

Murió el 11 de marzo de 1860 ahogado en el río Guad-el-Jelú.

D. MANUEL ESPÍ Y MOLINA, tercer profesor veterinario del regimiento Lanceros de Farnesio.

Murió del cólera el 1.º de febrero de 1860.

D. MANUEL PEROMINGO Y CAMARERO, teniente del regimiento Lanceros de Villaviciosa.

Murió sobre el campo de batalla el 14 de enero de 1860.

D. FAUSTINO NAVARRO Y SÁNCHEZ, teniente graduado, alférez del regimiento Lanceros de Villaviciosa.

Murió sobre el campo de batalla el 31 de enero de 1860.

D. ANTONIO LEGUE Y PONCE, coronel graduado, comandante del regimiento Cazadores de Albuera.

Murió sobre el campo de batalla el 11 de marzo de 1860.

D. MANUEL AROCA Y PÉREZ, teniente del regimiento Cazadores de Albuera.

Murió sobre el campo de batalla el 23 de marzo de 1860.

D. MANUEL RODRÍGUEZ SALVADORES, teniente del regimiento Húsares de la Princesa.

Murió sobre el campo de batalla el 1.º de enero de 1860.

D. JOSÉ HERRERA Y GUERRERO, teniente del regimiento de Húsares de la Princesa.

Murió sobre el campo de batalla el 1.º de enero de 1860.

Batallón Voluntarios de Cataluña

D. VICTORIANO SUGRAÑÉS Y HERNÁNDEZ, teniente coronel graduado, segundo comandante y jefe del batallón.

Murió sobre el campo de batalla el 4 de febrero de 1860.

D. MARIANO MOXÓ, teniente del mismo batallón.

Murió sobre el campo de batalla el 4 de febrero de 1860.

Tercios Vascongados

D. ANSELMO REZOLA, abanderado del Segundo Tercio.

Murió del cólera en el hospital de la aduana.

D. MIGUEL JÁUREGUI, subteniente del Segundo Tercio.

Murió del cólera en el hospital de San Fernando.

Cuerpo Administrativo del Ejército

D. JOSÉ DE LOMAS Y LORENTE, comisario de guerra de primera clase.

Murió del cólera el 25 de febrero de 1860.

D. JUAN VILLAVERDE Y FRAU, oficial tercero.

Murió del cólera el 26 de marzo de 1860.

Cuerpo de Sanidad Militar

D. PEDRO ROGER Y PEDROSO, médico mayor de la segunda división del Tercer Cuerpo.

Murió del cólera el 22 de diciembre de 1859.

D. ISIDRO SASTRE Y ESTORCH, segundo médico del batallón Cazadores de Arapiles.

Murió del cólera el 22 de diciembre de 1859.

Correos de Gabinete

D. PANTALEÓN ULIBARRI.

Murió sobre el campo de batalla el 4 de febrero de 1860.




ArribaApéndice III

Resumen numérico y clasificado de todos los individuos muertos o heridos durante la campaña


Muertos en el campo de batalla.
Generales »
Brigadieres »
Jefes 5
Oficiales 48
Tropa 733
TOTAL 786
Muertos por resultas de heridas recibidas en campaña.
Generales »
Brigadieres »
Jefes 2
Oficiales 42
Tropa 322
TOTAL 336
Muertos del cólera en África.
Generales »
Brigadieres »
Jefes 11
Oficiales 50
Tropa 2827
TOTAL 2888
Total de muertos por todos conceptos 4040
Heridos.
Generales 2
Brigadieres 3
Jefes 44
Oficiales 242
Tropa 4703
TOTAL 4994
Total general de bajas 9034


 
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