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ArribaAbajo[Cuaderno 3]

«Si eres locuaz, y te gusta hablar de cosas que no te conciernen, aprende a callar, pues no cabe duda de que si reduces tu boca al silencio, reducirá Dios al silencio el corazón».


Denifle, Das gt. Leben, pág. 97.                


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Dice un místico alemán del siglo XIV (v. Denifle, 99) que el pecador debe hacer como la serpiente, que cuando se hace vieja, se desliza entre dos estrechas piedras, dejando entre ellas su vieja piel, para que le crezca una nueva, y que así el hombre debe apretarse entre las dos estrechas piedras del juicio que Dios pronunciará en el día final sobre nuestros pecados y la del amoroso cuidado que ha tenido de todos los pecadores.

Cuando la serpiente se desprende de su vieja piel es que tiene ya formada la nueva por debajo; es ésta la que cosquillea a aquélla y la expulsa. Nunca queda desnuda.

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Venga a nos el tu reino.

«El reino de Dios no es comida ni bebida; sino justicia y paz y gozo por el Espíritu Santo».


(Rom XIV, 17)                


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Racionalismo católico.

Respecto a esas miserables disputas y a ese dar y quitar patentes de catolicismo y juzgar al prójimo y decir lo que ha de hacer y creer (v. Rom., cap. XIV).

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¡Felices aquéllos cuyos días son todos iguales! Lo mismo les es un día que otro, lo mismo un mes que un día y un año lo mismo que un mes. Han vencido al tiempo; viven sobre él y no sujetos a él. No hay para ellos más que las diferencias del alba, la mañana, el mediodía, la tarde y la noche; la primavera, el estío, el otoño y el invierno. Se acuestan tranquilos esperando al nuevo día y se levantan alegres a vivirlo. Vuelven todos los días a vivir el mismo día. Rara vez se forman idea de su Señor porque viven en él, y no lo piensan, sino que lo viven. Viven a Dios, que es más que pensarlo, sentirlo o quererlo. Su oración no es algo que se destaca y separa de sus demás actos, ni necesitan recogerse para hacerla, porque su vida toda es oración. Oran viviendo. Y por fin mueren como muere la claridad del día al venir la noche, yendo a brillar en otra región.

¡Santa sencillez! Una vez perdida no se recobra.

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«¡Qué pensamiento para nosotros el de que en este instante Dios sabe lo que ha de ser de nosotros por toda la eternidad! La pena que hemos de sufrir, o la bienaventuranza que hemos de gozar, están patentes a sus divinos ojos. Capaz es de quitarnos la respiración saber que todo esto lo sabe Dios, sin perjuicio de nuestra libertad moral. Ciertamente no puede darse cosa más terrible que tener que tratar con Dios».


P. Faber, Progreso de la vida espiritual, cap. IV.                


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Esto no puede seguir así. Anoche con motivo del viaje de mamá, estuve dudando si ir o no a Medina. Calculaba, de un lado, su placer al verme allí, y de otro me retraía el sueño, la molestia, el gasto, y sobre todo el tener horas de venir acaso solos, lo que convida a una explicación que rehúyo. Sobre este tan débil cimiento, sobre estas indecisiones en cosa de tan poca monta, armé todo un castillo y me estuve atormentando. Me parecía el no ir faltar a un deber, ceder a la carne. Se me ocurrió consultar a la Imitación, y, ¡es claro!, lo que me salió era incongruente. Por fin insté a Concha a que ella lo decidiera, supliendo a mi falta de voluntad, y me dijo que quedara. Ya en la cama tuve impulsos, ahogados, de levantarme, vestirme e ir; pero sabiendo bien que en tales luchas y propósitos se pasaría la hora. Es terrible esto de la comedia.

No quiero querer; quiero obedecer. Que me manden.

Hacer la voluntad de Dios. ¿Y cuál es la voluntad de Dios? ¿Cómo se nos manifiesta? Un impulso, ¿es divino o humano o diabólico? ¿Es de la naturaleza o de la gracia? Me temo ir a parar por este camino a un verdadero quietismo. Esto no puede seguir así.

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Viernes, 7 de mayo.

S. Juan XVIII.                


21. «¿Qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído, qué les haya yo hablado: he aquí que ésos saben lo que he dicho».


¿Por qué he de pedir revelación interior ni palabras para mí? ¿Quién yo para querer que me hable?

Tenemos que recibir de otros su doctrina, de los que le han oído; de sus santos, de sus doctores, de sus amigos y discípulos. Éstos saben lo que ha dicho.

36. «Mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos: ahora, pues, mi reino no es de aquí».


¿Qué servidores suyos son esos que pelean para que no sea entregado a los que le crucifican y se pasan la vida batallando a nombre de Él, y no creyendo más que en la guerra? Son los que en vez de rezar discuten; son los que hacen de la religión, partido; son los que juzgan y condenan y definen y excomulgan y no tienen caridad; son los que reciben a los flacos en la fe para contiendas de disputas, disputando si se ha de comer esto o aquello (Rom XIV). Y ¿quién soy para juzgarles porque juzgan?

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Ayer, domingo, en Canillas. ¡Qué paz allí! ¡Quién pudiera vivir y morir como ellos! Fuimos a Calzada a un entierro de un pobre que ha muerto de parálisis. Yo pensaba en la parálisis espiritual. Me dijeron que murió diciendo: ¡qué dulce sueño! Parecía dormido, allí, a la puerta de la iglesia.

Después la bendición de los campos. Mantones, pañuelos, todos sus regalos sacaron en la procesión, colgados del pendón, las mozas.

A la vuelta ayer, en aquella calmosa vega, sin ver ni una casa en todo el horizonte, bajo el cielo limpio del crepúsculo se sentía mejor el despego de todo. Allí parece colocado uno entre cielo y tierra, sobre ésta y bajo aquél.

*  *  *

Pacem omnes desiderant; sed quae ad veram pacem pertinent, non omnes curant.


Imit. III, XXV, 1.                


Plures reperiuntur contemplationem desiderare; sed quae ad eam requiruntur, non student exercere.


Imit. III, XXXI, 3.                


La paz está en la contemplación; en la acción la guerra. Pero cabe hallar una contemplación activa o una acción contemplativa.

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Tomás Dídimo necesitó meter su dedo en las heridas de los clavos y su mano en el costado de Cristo para creer que había resucitado y le tenía presente. Entonces dijo Jesús: bienaventurados los que no han visto y han creído. Y María Magdalena apenas le oyó que le nombraba: ¡María! Respondió: ¡Maestro mío!

¿Por qué cuando Dios nos nombra en nuestro corazón y oímos nuestro nombre no contestamos: ¿Maestro mío? Puesto que me ha llamado ha resucitado en mí, y si en mí ha resucitado es que resucitó de entre los muertos. Porque yo le había enterrado como le enterraron José de Arimatea y Nicodemo.

*  *  *

Pompeyo Gener me envía su libro Amigos y maestros, estudio de varios escritores. Concluye con los filósofos de la vida ascendente, cantando la lucha por la vida, Darwin, Spencer, Taine, Renán. Se pronuncia contra todo neo-misticismo, decadentismo, etc. Hace bien. Pero es que todo eso está en el mismo campo que el más sano positivismo; todo ello es objetivarse y pensar en la humanidad.

Hay que volver a sí y proponerse el verdadero problema: ¿qué será de mí? ¿Vuelvo a la nada al morir? Todo lo demás es sacrificar el alma al nombre, nuestra realidad a nuestra apariencia.

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Es cosa de inquietar la naturaleza, la juventud, la primavera, la salud, el sol, que emborrachándonos con la vida nos impiden pensar debidamente en la muerte y despertar.

Cuántos, al encontrarse moribundos, se dirán ¡cuatro días más, ocho días más, un poco de tiempo, Señor, que esto viene impensado! Es cosa terrible eso de que la muerte llegue impensadamente.

¡La Vida! Todo se vuelve himnos a la vida, exaltaciones de la vida. Esto es una borrachera. Esa condenada literatura produce la fatal ilusión de que la vida no se acaba, que continúa después de nuestra muerte.

No, muerto tú para ti no vive ya nada de aquí abajo.

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Muerte.

Si alguna vez se te ofrece ocasión de contemplar un cadáver pregúntate: ¿qué hay aquí de menos que en un dormido?, ¿qué género de sueño es éste? Si a un dormido le pinchas o hieres despierta, se agita y se queja. Al muerto le abren las entrañas, le cortan las carnes, le ponen al descubierto las vísceras y queda inmóvil.

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Muerte.

Nada se destruye, todo se trasforma -dicen a modo de consuelo-. La materia está en perpetuo cambio. Y del mismo modo -se añade-, no se pierde la materia del espíritu. Nuestras ideas no se pierden, van a fructificar; dejamos los efectos de nuestra labor. Cuanto hacemos queda de una manera o de otra. Todos contribuimos al progreso.

¡Triste consuelo! Y mi yo, mi conciencia propia ¿qué es de ella? ¿Qué es de mí, no de mi materia? Si yo desaparezco del todo, si desaparece mi conciencia personal, con ella desaparece para mí el mundo. Si mi yo no es más que un fenómeno pasajero, un fenómeno pasajero es el mundo en que vivo.

Imposible parece que haya gentes que vivan tranquilamente creyendo que vuelve su personal conciencia a la nada.

Después de todo es poco pura esta constante preocupación mía por mi propio fin y destino. Es tal vez una forma aguda de egotismo. En vez de buscarme en Dios busco a Dios en mí.

Ya no volveré a gozar de alegría, lo preveo. Me queda la tristeza por lote mientras viva.

He vivido soñando en dejar un nombre, viviré en adelante obsesionado en salvar mi alma.

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La moral filosófica, puramente racional, no puede dar más que en epicureísmo o estoicismo, utilitarismo o kantismo. O se basa en el placer mismo de hacer el bien, en el deleite íntimo que en ello se halla, o en una doctrina intelectual y abstracta, en un concepto seco y austero del deber.

Las dos son moralidades sin apoyo. Conduce la una al esteticismo y la otra a la sequedad.

Ayer se me ocurrieron yendo por la calle una porción de cosas acerca del epicureísmo y del estoicismo; todas ellas se me han olvidado ya y no me acuden a la pluma más que triviales ramplonadas.

*  *  *

Esto es insufrible. Ahora me persigue la idea del suicidio. Hace un rato pensaba en si me inyectara una fuerte cantidad de morfina para dormirme para siempre. Y me veía, recién inyectado, aterrado ante la muerte, anunciando mi hecho para que acudieran a curarme, echando a correr desesperado y a sudar y agitarme para vencer al sueño y a la morfina.

Esta constante preocupación de mi destino de ultratumba, del más allá de la muerte, esta obsesión de la nada mía ¿no es puro egoísmo? No logro pensar en la gloria de Dios y borrarme; no logro llegar a contrición alguna, sólo fríamente siento la atrición. Estoy lleno de mí mismo y mi anulación me espanta. Me cuesta mucho penetrar en la intuición de mi propia nada.

El «no me mueve, mi Dios, para quererte... aunque no hubiera cielo te quisiera y aunque no hubiera infierno te temiera» me parece de puro inasequible, inhumano.

Se me ocurre exclamar interiormente: si es para tu gloria, aniquílame, Señor, y al punto me ocurre: ¡si es para tu gloria, condéname! Y al ver la blasfemia de esto concibo la blasfemia de lo otro.

A todo esto me vendrá Pepe con que somos átomos, nadas, y con que debemos hacerlo todo sólo para gloria de Dios. Y ¿por qué hemos de hacerlo todo para gloria de Dios?

Que Dios nos ha creado, y ¿por qué hemos de darle gracias por habernos creado si hemos de volver a la nada de que nos sacó?

Que debemos alabarle en sus obras, ¿por qué y para qué?

¿Añade nuestra alabanza algo a su gloria y su grandeza?

Es un deber. ¿Qué es eso de deber?

La serena contemplación del mundo, la visión de la historia, el trabajar para el progreso, la piedad hacia los demás... vanidad todo si acabamos del todo al morir.

No se puede vivir así, y no bastan precauciones, ni convicciones filosóficas, ni engaños y fraudes del corazón, ni sentimentalismos, hace falta fe, fe robusta, fe inconmovible. Y ésta sólo se saca del pueblo que nos rodea; tiene que ser la suya, la de los demás, la de los sencillos.

En mí mismo no puedo apoyarme; es inútil que intente engañarme y que me obstine en vivir en ilusiones y alimentarme de ellas. Necesito realidades. ¿Qué es todo esto? ¿No es ya una señal?

Cuando creía haber andado algo y haberme acercado a mi salud me encuentro como al principio, en la misma terrible situación. ¿Estaré condenado a perpetua duda? ¿Caeré en una vida estúpida y vegetativa?

Tengo que humillarme aún más, rezar y rezar sin descanso, hasta arrancar de nuevo a Dios mi fe o abotargarme y perder conciencia. O imbécil o creyente, no quiero que sea mi mente mi tormento y que envenene mi vida la certeza de su fin y la obsesión de la nada.

Vivía dormido, sin pensar en tales cosas, perdido en mis proyectos y mis estudios, confiado en la razón, como viven otros. Vivía alegre y animoso, sin pensar en la muerte más que como se piensa en una proposición científica y sin que su pensamiento me diera más frío ni calor que el que me da el de que el sol se apagará un día. He vivido como viven los más de mis amigos, dejándome vivir y soñando en dejar algo y en aportar mi partecilla a la obra del progreso. He vivido discutiendo de filosofía, arte y letras, y como si todo esto fuera eterno. He vivido como viven los que se llaman sanos de espíritu, fuertes de él, equilibrados y normales, considerando a la muerte como a una ley natural y necesaria condición de la vida. Y he aquí que ahora no puedo vivir así y veo esos años de ánimo, de bríos de lucha, de proyectos y de alegría como unos años de muerte espiritual y de sueño. Pero no puedo impedir cierta tristeza por ellos. He creído vivir feliz y me veo arrancado a esa felicidad. No logro arrepentirme de ellos. Suspiro por las ollas de Egipto.

Pero la realidad ahora es otra. Ya no volveré a esa vida, ya no sanaré, tal como mis amigos entienden esto de sanarse, ya no podré vivir como he vivido. ¿Quién me ha arrancado de ese sueño? ¿Qué ha sido esto?

La crisis venía incubándose lentamente y no he comprendido su incubación hasta que ha estallado. Me encuentro en otro país, con otros horizontes, con otra vida. Parece que ha variado en todo la perspectiva. Y así como entonces usaba del criterio del creyente como de cosa extraña, digna de ser conocida y estudiada, y que servía para rectificar las medidas tomadas con mi criterio, hoy me encuentro con que todo lo adquirido en esos años me resulta algo extraño, un aparato externo a mí, algo que no ha tomado carne en mi espíritu.

¡Con qué razón escribía Martínez Ruiz que yo no sabía a dónde iba! ¡Con qué razón me presentó Navarro Ledesma como la primera víctima del intelectualismo! Y fue contra estos dos, contra los que vieron claro en mí, contra los que me revolví en mi interior.

Me dediqué a estudiar la religión como curiosa materia de estudio, como producto natural, como pábulo a mi curiosidad. Preparaba una «Filosofía de la Religión» y me engolfé en la «Historia de los dogmas» de Harnack. Y hoy me parecen mis viejas teorías puro asunto de curiosidad.

Conozco algunos que han llegado a una crisis análoga y que me han dicho que quisieran creer. No, no quieren creer, no lo quieren verdaderamente; creen que quieren creer, o tienen muy enferma la voluntad. Porque si de veras quisieran creer era que allá en lo hondo creían ya y buscarían la fe en la humillación y en la oración continua.

¿De dónde viene el querer creer? Si viene de Dios y de su gracia abandonándonos a ese santo deseo hallaremos gracia para orar y pedirle que nos conceda fe, y Él nos hará la gracia de dárnosla.

Es ya gracia el deseo de creer, que nos hace merecer la gracia de orar y con la oración logramos la gracia de creer. Me complazco en creerlo así, y al creerlo así ¿no es, Señor, que creo ya en Ti?

Y no sé lo que me pasa. No sé si mi pobre cabeza va a poder resistir estos embates.

Que me cuide, que me serene, que me tranquilice, que hago falta a los demás, que no abandone mis tareas literarias. A mí mismo me hago falta, y si Dios me cura, ¡que mi curación sea principio de otras!

Ya no podré trabajar nada para los demás hasta haberme borrado yo, hasta haber matado mi vanidad.

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Muerte.

Gentes hay que sienten el horror de la sepultura, y que al ver en un cementerio un hoyo o un nicho se dicen: ¿y estaré ahí, a oscuras, sin aire, sin movimiento, comido de gusanos, con las heladas del invierno y calado por las humedades? ¿Y se me irán descomponiendo el cuerpo y pudriéndoseme todo?

Estas gentes no piensan en que verán la oscuridad, ni oirán el silencio del nicho, ni se darán cuenta de la falta de aire, ni sentirán el frío, ni sentirán nada, ni estarán en la sepultura, ni en parte alguna del modo que piensan. Su imaginación les tortura con un absurdo, forjándose una conciencia como la de vivos en un cuerpo muerto. Pero es mucha mayor tortura la de la imaginación al esforzarse por imaginarse como no existiendo. Ponte a pensar que no existes y verás lo que es el horror de la sepultura espiritual. El terrible estado de conciencia en que pensamos que no hay tal estado, el pensar que no pensamos, da un vértigo de que ya la razón no cura.

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M.

«Y oí una voz del cielo, que me decía: Escribe; bienaventurados los muertos que de aquí adelante mueren en el Señor. También dice el Espíritu que descansan de sus trabajos, y sus obras los siguen».


Apoc XIV, 13.                


A los que mueren en el Señor les siguen sus obras.

«Tampoco, hermanos, queremos que ignoréis acerca de los que duermen, que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con él a los que durmieron en Jesús».


I Tesal IV, 13-14.                


¡Dame, Señor, la gracia de dormir en Jesús!

«Empero Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho».


I Cor XV, 20.                


Hay que morir en Adán para ser vivificado en Cristo durmiendo en Jesús.

«Porque si los muertos no resucitan tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana, aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo son perdidos. Y si en esta vida solamente esperamos en Cristo, los más miserables somos de todos los hombres».


I Cor XV, 16-19.                


Si no hay otra vida es vana la fe cristiana y vana su labor toda y no hay razón para que fructificara y se extendiera; si no hay otra vida y sólo para ésta es el espíritu cristiano somos los cristianos los más miserables de los hombres. No, no es posible; aun cuando el hombre fuese por esencia y naturaleza mortal tantos anhelos y esfuerzos le habrían creado ya otra vida. ¿De dónde me viene esta envolvente obsesión por la otra vida, por el más allá?

¿Que no somos más que un fenómeno transitorio en el mundo? Y ¿por qué no ha de ser acaso el mundo nada más que un fenómeno transitorio en nosotros?

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M.

Dios que prometió perdón al pecador si hiciese penitencia, nunca le prometió el día de mañana, dice san Gregorio en la Homilia XII in Evangelium.

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Dedicaos a una vida virtuosa, a hacer obras de verdadera caridad, a ser buenos, realmente buenos, a ser buenos y no meramente a hacer el bien; dedicaos a acallar vuestras pasiones, a ahogar hasta los gérmenes de ellas, las malas ideas, las meras intenciones; dedicaos a la virtud o pensad que habéis de dedicaros y decidme con la mano puesta sobre el corazón ¿no creéis que acabaríais creyendo? Si os entregaseis al ideal de perfección cristiana ¿no terminaríais por confesar la fe cristiana?, ¿no brotaría de la caridad la fe?

¿Cómo es que un incrédulo no se eleva de hombre honrado a santo? Ya sé que hay santidad en algunos incrédulos, pero ¿lo son? (Littré).

¿Han de tener razón los sabios sobre los santos? ¿Ha de ser mejor voz de la verdad la razón de Spinoza o de Spencer que el corazón de san Francisco de Asís o de otro santo?

En un tiempo escribí yo que si se observa fe en los buenos no es que sean buenos porque creen, sino que creen porque son buenos; que no hace su fe en la gloria su bondad, sino que su bondad les crea la gloria. Y la bondad ¿no es criterio de verdad?

Pasemos porque no haya sido la fe cristiana la que ha producido las maravillas de la santidad y caridad, sino que éstas, vengan de donde vinieren, han parido la esperanza, y la esperanza la fe. Es lo mismo.

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La fe es un hecho en los que la poseen y disertar sobre ella los que no la tienen es como si una sociedad de ciegos discutiera acerca de lo que oyeran hablar de la luz a los videntes.

La fe es un hecho, y como un hecho hay que estudiarla.

No se discute de las impresiones primeras de los sentidos, son datos, son primeros principios.

Que veo aquí delante un tintero es un hecho. El problema es qué realidad objetiva responde a ese tintero, pero todo lo que discurramos sobre el tal problema será con elementos tomados de la percepción sensitiva. Operamos sobre una materia con la materia misma.

Es el problema del conocimiento, de la correspondencia entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo representado y la representación.

El mismo problema del conocimiento cabe trasportarlo al mundo de la fe. ¿Qué realidades corresponden a los principios en que por fe creemos?

Pero no se pierda de vista que en el primer caso, en el de las intuiciones sensibles, sea la que fuere la realidad objetiva fuera de nuestra representación, guiándonos por ellas vivimos, y obrando conforme a esas impresiones conservamos nuestro organismo que nos es tan extraño a la conciencia como el mundo mismo objetivo. Una serie de seculares adaptaciones entre la realidad objetiva de nuestro organismo y la del mundo ha creado esas asociaciones de intuiciones sensibles.

Y así también merced a las intuiciones de la fe conservamos la vida del alma, su bondad, su paz, su actividad, su caridad. La larga historia del cristianismo es una serie de adaptaciones de nuestra conciencia moral al mundo de la fe.

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Hay muchos que dicen que quieren creer, que quisieran creer. Y alguno añade: ¡oh! si yo pudiese creer y creyera haría la vida más austera y penitente, imitaría la vida de los santos. ¿Sí?, ¿quieres creer? Pues imita desde luego esa vida y llegarás a creer. Condúcete como si creyeras y acabarás creyendo. ¿Que no puedes conducirte así porque no crees? Entonces es que no quieres creer, aunque otra cosa te parezca. Tu deseo de fe es una ilusión.

El modo más seguro acaso de llegar a creer el credo es rezarlo con el mayor fervor posible todos los días.

¿Que esto es una auto-sugestión? ¿Y qué es eso de la auto-sugestión? ¿Que soy como sugestionador y como sugestionado? ¿Puede ser el mismo sugestionado sugestionador? ¿De dónde me ha venido la sugestión?

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Cuestión social.

¿Cuál es el ideal de una sociedad cristiana? El presentado en los versillos 44 a 47 del cap. II de los Hechos de los apóstoles:

«Todos los que creían estaban juntos, teniendo las cosas comunes. Y vendían sus posesiones y las haciendas, y repartíanlas a todos, como cada uno había menester. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan, comían juntos con alegría y con sencillez, de corazón, alabando a Dios y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos.


Y de la multitud de los que habían creído era un corazón y un alma, y ninguno decía ser suyo algo de lo que poseía, mas todas las cosas les eran comunes».


Cap. IV, 32.                


Un corazón y un alma, no dice un solo rey ni una sola patria. Eran unánimes según Jesucristo como pedía san Pablo al Dios de la paciencia y de la consolación que se lo concediera (Rom XV, 5). Y así concordes, a una boca, glorificaban al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (Rom XV, 6). Era el gozo del Apóstol, que sintieran lo mismo, i/(na to ato) fronhte, teniendo el mismo amor, unánimes, su(myuxoi, sintiendo una misma cosa (Fil II, 2). Repíteles que sientan una misma cosa, II Cor XIII, II Rom XII, 16, Fil IV, 2.

«Que ningún necesitado había entre ellos; porque todos los que poseían heredades o casas, vendiéndolas, traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles y era repartido a cada uno según lo que había menester».


Hechos, IV, 34-35.                


Comunidad de bienes con un corazón y un alma, he aquí el ideal. Buscar la comunidad sin la unidad de espíritu es buscar disensión y muerte.

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Del prólogo a lo de Arzadun.

¡La niñez! El recuerdo, más o menos claro, de nuestra niñez es el bálsamo que impide la tal momificación de nuestro espíritu. En las horas de sequedad y de abandono, cuando se toca el tremendo vanidad de vanidades, cuando fatigado el espíritu de la peregrinación a través del desierto penetra en el terrible misterio del tiempo y ve abrírsele el abismo sin fondo de la nada, entonces se oyen en el silencio los ecos dulces de la niñez lejana como rumor de aguas vivas y frescas de humilde arroyo que seguía fluyendo bajo las secas y ardientes arenas. Y entonces, secas las fauces y resquebrajadas las entrañas espirituales, sedienta el alma hasta la agonía, se escarba con afán el suelo hasta descarnarse las manos para descubrir aquellas aguas y caer postrado de bruces y beber y recobrar vida con el manantial que corriendo en oscuro subterráneo preservó su pureza y su frescura.

*  *  *

Estos dedos que están sirviendo para contar las salutaciones de tu rosario no pueden emplearse ya, bendita Virgen, más que para narrar la gloria de tu Hijo.

*  *  *

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que se hacen». Lc XXIII, 34. Y en el capítulo III de los Hechos de los apóstoles, cuando Pedro cura al cojo al hablar delante de la turba asombrada de la resurrección y muerte de Jesús dice (v. 17): «Mas ahora hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros príncipes». «Y estas cosas os harán, porque no conocen al Padre ni a mí». 3, Juan XVI, 3. Y san Pablo, hablando de la sabiduría de Dios, oculta en misterio. Dice I Cor II, 8: «La que ninguno de los príncipes de este siglo conoció, porque si la hubieran conocido nunca hubieran crucificado al Señor de gloria».

¿Por qué es tan raro el recordar la ignorancia de los que pecan y ofenden a Dios? ¿Por qué se les insulta más que se les compadece? Todos acusan y nadie busca disculpas.

Dios odia el pecado, y ama al pecador; el hombre ama el pecado y odia al pecador, se aprovecha del delito y condena al delincuente. El odio al criminal es uno de los más tristes sentimientos humanos.

El mismo que nos dijo que no juzgáramos para no ser juzgados, nos enseñó a ser misericordiosos.

*  *  *

La idea de la muerte y del más allá y de la nada me despertó de mi sueño; fue una llamada al egoísmo eterno. Pero así me he puesto a pensar que no ya con referencia a mí solo, sino que teniendo por caridad presentes a los demás, el que estemos o no destinados a una vida eterna es el eje de la vida y de la conducta. Un egoísmo que se universaliza no es ya tal egoísmo.

*  *  *

¿Qué es esto de querer que todo se cumpla entre Dios y yo, y esperar señales, o que haga porque sí toda su obra? ¿Qué es esto de no querer entregarme a hombre alguno? Estoy pensando de continuo en la humildad y resisto humillarme a otro hombre y rehúyo todo intermediario.

No será tiempo de creer cuando baje Jesús en toda su gloria, a juzgarnos, hay que creer en él mientras es hombre. Muchos creen en la divinidad de Cristo, pero es mientras no tienen presente su humanidad, y así no creen en el Dios-Hombre; muchos creen en el Cristo ideal, el que flota en cierta vaguedad mística, el que se forjan en las regiones del pensamiento puro, pero no en el Cristo humano que se nos presenta en su Iglesia, revestido de todo lo humano del ritual, de la liturgia, del sacerdocio. La Eucaristía es la forma de este Cristo humanado, es el gran escándalo de los idealistas, la gran contradicción de los soberbios, la piedra de toque de la humildad.

Estoy queriendo autosugestionarme. Parece imposible que escriba yo estas cosas y que luego me rebele contra ellas.

¿No soy acaso sincero al escribirlas? O ¿no lo soy al revolverme contra ellas? O ¿es que hay en mí dos yos y uno traza estas líneas y otro las desaprueba como delirios? ¿Es la lucha de que hablaba san Pablo y que le hacía prorrumpir en aquel ¡miserable hombre de mí!? O ¿es que Dios mueve mi mano y esto que escribo no lo escribo yo sino un Espíritu que en mí mora? Es, de todos modos, tema de honda meditación esto de que me esté aleccionando y predicando a mí mismo y convirtiéndome, y que escriba hoy cosas que me parecerán mañana escritas por otro que no soy. ¡Qué lento y enojoso es el despojarse del hombre viejo!

Y veo que subsiste en mí el hombre del sueño, y todo lo que he atesorado en estos años de ciencia humana lo tengo presente y me parece que no contradice a lo nuevo. Es como si la nueva fe la recibiera sobre la convicción antigua, para coronarla y vivificarla. Mi idealismo, mi socialismo, mi anarquismo, mi fenomenismo teórico, todo me parece trasfigurado a una nueva luz. ¿Me esperará la más terrible de las pruebas? ¿Será que después de haber fundido mis convicciones racionales en una fe sobrenatural mate ésta a aquéllas y se me reserva la más dura prueba, la de despojarme de esas convicciones? ¿Tendré que sacrificar mi razón al cabo? Esto sería horrible, pero hágase, Señor, tu voluntad y no la mía. Si la razón me daña, quítame la razón y dame paz y salud aunque sea en la imbecilidad.

Y a todo esto resistiendo entregarme a hombres, obstinado en no creer en la humanidad de Cristo. No logro ver más que la ignorancia y los defectos todos de sus ministros. Eso de que el confesor sea Cristo se me resiste cada vez más, y cada vez más me siento empujado a él. Me empeño en que vengan a mí y no yo a ellos. Y se me pasará el tiempo en pensar a quién confiarme, como si no fueran iguales todos, todos meros representantes, meras figuras. Si conociera a un santo me entregaría a él. Y ¿en qué conoceré a un santo?

Es extraño esto de sentirse impulsado a todo lo que más se ha despreciado, y sentirse impulsado a ello mientras se sigue viendo en ello lo que se veía. Cuanto puedan decir de la confesión auricular los que más la combatan y más hondamente la repugnen y vean mejor todo lo humano de ella, todo eso me lo he dicho yo y me lo digo y diciéndomelo me siento a acudir a ella impulsado, y parece que cuanto mayor superstición me parece más me atrae. Porque sí, cuanto mayor superstición te parezca y más grosera y fetichista, más humillación hallarás en acatarla y someterte a ella, y más grande será tu humildad en aceptarla. ¿Iré a caer en la superstición?

¡Superstición, superstición! ¿Qué es superstición? Pilato el supersticioso preguntaba a Jesús: ¿qué es la verdad? Y sin esperar su respuesta iba a lavarse las manos. Los hijos de la verdad debemos preguntar al Demonio: ¿qué es la superstición? Y sin esperar respuesta ir a lavarnos en la penitencia y en su tribunal. ¡Sin esperar respuesta, quedándonos con la terrible duda! Esto es insufrible.

¡Cuán diferente estado de aquel de tranquila indiferencia con que fui a comulgar sin haberme confesado, sacrílegamente, cuando me casé! Y ahora me viene a la memoria aquello de que el que comulga sacrílegamente come su propia condenación. Y esto se me ocurre con toda naturalidad, sin darme frío ni calor. ¿Qué es esto? ¿Cómo fui tan tranquilo y quedé tan tranquilo? Y cuando de niño iba a comulgar con fe ¿sentí acaso alguna vez todo eso que dicen se siente? No, nunca.

Más de una vez me pongo a pensar racionalmente en mi estado; y acudo a todo lo de la herencia y el hábito de la niñez y el inconciente y mil otras razones, pero llega la hora y me siento impulsado a la iglesia, y voy y oigo misa. Y sé que si esta razón vence volveré a las angustias y congojas, y que ya no tendré paz en la vida. No, no quiero morir del todo.

Me he burlado de la duda y he aquí que caigo en ella. ¡La duda! ¡Qué ridículas me han parecido todas las elucubraciones sobre la duda! Y ahora tendré que pasar por lo ridículo de ayer.

*  *  *

¿Es que acaso no me estoy sugestionando y creando en mí un estado ficticio e insincero? Con esta constante lectura de libros de devoción, con estas misas y estos rosarios y estas oraciones ¿no estoy creando una ficción en mí? ¿No busco acaso una ilusión para engañarme creyendo gozar de paz en ella? Estas ideas ¿no son tentaciones demoníacas?

Se han percatado de mi cambio, hasta algunos periódicos han hablado de él, me he creado una nueva posición. Y ¿no es esta una nueva esclavitud? Si persisto y esto es de gracia divina y vuelvo a la fe de mi niñez ¿no será algo ficticio? Si vuelvo a lo que he sido estos años y dejo pasar esto como nube de verano y pasajera perturbación ni unos ni otros me recibirán como antes, para unos y otros seré un loco o un hipócrita. He mostrado a toda luz mis flaquezas, no he sabido ser cauto. He puesto al descubierto mis debilidades; no he sabido recatarme.

¿Por qué me inquieto tanto de los demás?

*  *  *

Son incontables las formas que reviste la soberbia. Alguien me ha escrito diciéndome que también él pasó por donde yo estoy pasando y al leerlo me he dicho: ¿tú por donde yo?, ¡pobrecillo! ¿Por qué he de creerme superior a los demás hasta en mi capacidad para la tribulación y la lucha? Estoy muy enfermo, y enfermo de yoísmo.

He vivido en la necia vanidad de darme en espectáculo, de presentar al mundo mi espíritu como un ejemplar digno de ser conocido. Como esos pobres que a la orilla del camino muestran sus llagas hay personas, literatos, que ostentan las llagas de sus almas y se presentan como seres interesantes. Son como los niños que se engríen del trapo que llevan en la herida del dedo y se deleitan en las convalecencias haciéndose los interesantes y fingiéndose más enfermos de lo que están.

Pero ha habido un pudor que me ha salvado. Esa oculta delectación en mí mismo, ese enmimismarme no lo he mostrado al exterior. Tenía la conciencia de su maldad, de que es un vicio feo y una fuente de pecados y lo he guardado. Esta merced que Dios me ha hecho de que guardara para mí mi oculto ensoberbecimiento es lo que me permite que lo combata ahora.

Y me ha salvado el afecto real que he profesado a mis amigos, el cariño sincero que he sentido por los buenos.

Mi labor anónima en La Lucha de Clases, esa constante propaganda por el socialismo elevado, noble, caritativo; esa campaña sin pensar en mí, ocultándome, esa campaña ha sido una bendición para mi alma. En medio de la miseria de mi espíritu he conservado, por divina gracia, un fondo de nobleza y abnegación. ¡Bendito sea Dios!

Pero ahora debo desarraigar hasta lo más oculto del vicio, hasta la secreta delectación, hasta esa masturbación espiritual para entregarme a la cual me ocultaba de todos. No basta no dejar exteriorizar la soberbia; acaso fuera mejor. Hay que evitar el interiorizarla, porque así se la cultiva con mayor delectación.

Y ¡qué de formas no ha revertido esa pueril yoización! ¿Acaso mientras he escrito ciertas cartas no ha pasado por mi mente la idea de que el destinatario las guardara? ¿No he soñado acaso en momentos de abandono en que muerto yo se coleccionaran aquéllas y se publicara mi correspondencia? ¡Triste vicio de los literatos! ¡Funesta vanidad que sacrifica el alma al nombre! En ninguna parte como entre literatos son fatales las consecuencias del amor propio enfermizo, con su cortejo de envidias, soberbias, orgullos e hipocondrias. ¡Escribir cartas para la posteridad!

¡Vivir para la historia! ¡Cuanto más sencillo y más sano vivir para la eternidad!

Y hay un grado tristísimo de amor propio y es aquel en que se renuncia a agradar a los demás pero es para agradarse a sí mismo, y se produce para recrearse en la propia obra. Ésta es la masturbación espiritual, el onanismo del alma, la adoración de sí mismo. ¡Todo menos reconocer nuestra propia miseria, nuestra nada, y anonadarnos ante Dios para que nos libre del anonadamiento!

¡Humillación, mucha humillación! ¡Humillación para llegar a la humildad! ¡Corona de espinas, irrisión, caña por cetro, burlas sangrientas, y gracia, Señor, para soportarlas!

Estos mismos cuadernillos ¿no son una vanidad? ¿Para qué los escribo? ¿He sabido acaso tenerlos ocultos como fue mi primer propósito? Aunque, bien mirado ¿debo guardar y dejar morir en mí lo que me inspira la gracia? El temor de exhibirme ¿de impedir que publique, Señor, tus mercedes, y que describa una miseria del espíritu moderno para enseñanza y consuelo acaso de otros? Porque sí, mi enfermedad es común, es trivial, es ordinaria; es la de casi todos los literatos. Y cuando ha permitido Dios que me haya creado cierto nombre literario en un círculo dado y al empezar mi carrera ascendente me ha llamado será para algo.

¡Sinceridad, santa sinceridad! Que no piense en mí ni en mi gloria, sino en la tuya, Señor, y que no busque ni rehúya el escándalo.

Cuando me dijeron que mi Eugenio Rodero era indiscreto publicarlo, que me atraería suspicacias y me concitaría animosidades hostiles me regocijé y aspiraba a afrontar el escándalo para gozarme en él y elevarme sobre él. ¿Por qué ahora he de temer otro escándalo? Entonces me halagaba el escándalo de que se me llamase demoledor, anarquista, etc., hoy temo el que se me trate de fanatizado, de esclavizado por la superstición, de vencido, de imbecilizado acaso. Me halagaba alzarme sobre el escándalo; me duele sucumbir bajo él.

Porque la cosa es clara. Al librepensador osado, al demoledor, al que rechaza toda ley y toda tradición, le maldicen unos y otros le aplauden, pero le admiran todos. No admiran menos a Proudhon los creyentes que los incrédulos, el satanismo les atrae. Pero al que vuelve a su fe de niño y se humilla y se somete y mostrando sus flaquezas repite una vez más la eterna canción de los predicadores todos de la verdad los incrédulos le compadecen y tratan de enfermo y supersticioso y los creyentes no le aprecian, atribuyéndolo todo no a Dios siquiera, sino a sí mismos, y haciendo de la conversión arma de combate y motivo de mortificación.

Y dicen: ¡claro está!, ¡al fin ha caído! Si no podía ser por menos... ¡bah! al fin y al cabo tienen que venir, aunque sea en el lecho de muerte. Y así queda abandonado de los hombres, que es el modo de que tú, Señor, no le abandones.

¡Qué pozo de miserias y flaquezas nuestra alma!

¡Qué terribles horas debieron de ser las de la oración de Jesús en el huerto del olivar, cuando luchaba con su humanidad! ¡Qué hermoso y grande es esto de un Dios luchando con su humanidad, conociendo directa y personalmente su miseria toda, encerrado voluntariamente en la miseria humana y sufriendo sus angustias! ¿Cómo ha podido ocurrírsele esto a los hombres? ¡Qué pasaje ese de la pasión! «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?». Y sudaba sangre. Y rendido, destrozado, terminó exclamando: Que se haga tu voluntad y no la mía. Así terminó después de haber pedido al Padre que apartara de él el cáliz de la amargura. Sufrió luego pacientemente todo, la flagelación, la coronación, la burla, la crucifixión. La lucha, la terrible lucha fue para vencer la humanidad.

Tenemos que vencer lo humano nuestro para que resucite y viva lo que de divino tenemos, y para poder encomendar nuestro espíritu en manos de nuestro Padre.

Tengo que vencer ese oculto orgullo, esa constante rebusca de mí mismo, ese íntimo y callado endiosamiento, ese querer labrar mi propia estatua y deleitarme en mi idea de mí mismo, ese empeñarme en trabajar para la posteridad, esa necia vanidad de creerme de otra especie. Tengo que cultivar los gérmenes de amor al prójimo, mis cariños amistosos, los impulsos que me han llevado a las labores anónimas. Y cuando me haya despojado de mí mismo podré trabajando para los demás trabajar para mi salud, no para masturbación espiritual.

¡Aquella noche, aquella noche en que salí en Munitibar solo, al medio de la carretera, donde nadie me veía, a rezar por la pobre Ceferina, en peligro grave! Y las cartas a Leopoldo y mi amistad a él. ¡Qué lágrimas las que me asomaron a los ojos cuando me escribió que yo le he hecho mejor de lo que era! «No deje usted de escribir -me escribía otro- que en lo que usted escribe tenemos mucho que aprender». ¡Que aprender!

¡Pobre Leopoldo! Nunca olvidaré el día en que fui con él a ver allá, en su huertecilla de Deusto, a su pobre hermana moribunda. Parecía ya un cadáver, allí, bajo aquel peral, a la luz de la tarde filtrada por el follaje, de luto, demacrada, triste, con mirada que parecía venir de otro mundo o errar despegada de éste. Debieron decirla sus directores que rogara allá en el cielo porque Dios apartara a su hermano, a mi Leopoldo, de malas compañías, y tuvieron que decirla que no hay infierno para aquietarla. ¡Pobrecilla! ¡Cómo se apagó como una vela! Cuando la vi no se sabía si venía del sepulcro o iba a él, si era una recién resucitada o una moribunda.

¿Cómo es que al mismo tiempo y sin comunicarnos hemos sentido Leopoldo y yo lo mismo? ¿No es acaso providencial nuestra amistad?

*  *  *

Muerte.

Cuando uno está tísico evita su familia el decírselo y trata por todos los medios de engañarle para no decirle que le queda un año, meses de vida. ¿Contamos con ellos? ¿Es más cuatro, cinco, diez años, que uno? ¿No somos tísicos?

Pocos piensan en la tabla de mortalidad y en la vida probable que les queda; pocos en que todos somos condenados a muerte. Sí, condenados a muerte todos.

Si todos los hombres fueran inmortales menos unos pocos ¿cuál no sería la desesperación de éstos? Pues hagámonos cuenta que los demás son inmortales y nosotros no, porque ellos morirán para ellos y si mueren después que nosotros no morirán para nosotros. Cuantos hayan de morir después que tú son para ti como si fuesen inmortales en caso de que no haya otra vida, porque muerto tú ¿qué diferencia hay de que los demás hayan de seguirte o no? Por lo mismo que morimos todos no penetramos el sentido todo del morir. El «todos hemos de morir» embota y borra el terrible «tengo que morir»; parece que al extenderse la proposición y hacerse de individual universal se hace más abstracta, más fría, más matemática, menos tangible y viva y real. Se dice «todos moriremos» como se dice que los tres ángulos de un triángulo valen dos rectos, como si aquello no trajera una tremenda realidad a nuestra vida.

La imaginación acude a engañarnos y como nos representamos el mundo continuando existiendo después de nuestra muerte no pensamos que ese mundo que nos representamos sobreviviéndonos no pasa de ser una representación que morirá con nosotros y que así el mundo, nuestro mundo, acabará al acabar nosotros, y que si no hay otra vida nuestro fin es el fin del mundo. ¡Triste consuelo el de que seguirá el mundo y vivirán nuestros hijos y nuestras obras muertos nosotros! ¡Triste consuelo si al morir morimos del todo volviendo a la nada! No consuelo, sino desconsuelo y desesperación. Y en cambio ¡hermosa idea si esperamos otra vida!

No hay más que un supremo problema moral y práctico, el de la ultratumba. Si es la nada el mundo que te imaginas sobreviviéndote no pasa de ser una imaginación tuya que contigo morirá.

¡Quién tuviera no palabras sino sensaciones calientes y vivas trasmisibles para trasladar a otros la emoción de la muerte!

Tenemos la experiencia de la muerte si es que no hay otra vida, y esta experiencia es la del sueño profundo. Morir sería entonces dormirse para siempre. Y ¿por qué nos dormimos con tanta ansia? Porque esperamos despertar. Pero intenta una noche imaginarte fuertemente que no has de despertar ya, y verás lo que se hace de tu sueño y lo que es el horror a poca imaginación que tengas.

Debe de ser tremendo sentir el invasor sueño de la vida y luchar para resistirlo, que los ojos se nos cierran y nos obstinamos en tenerlos abiertos, que la cabeza se nos va y hacemos esfuerzos desesperados por fijarnos en las cosas y en estos esfuerzos la agotamos más y más la rendimos al desvanecimiento.

Imagínate lo más vivamente que puedas que de pronto te quedas ciego y que luego, cuando vas ya consolándote de tu ceguera con las impresiones de los demás sentidos, te quedas sordo; y que luego pierdes el tacto y el olfato y el gusto y hasta la sensación de tus propios movimientos, quedando como cosa inerte a la que ni el suicidio le es posible por no poder servirse de sí misma. Aún te quedan tus pensamientos solitarios, tu memoria, aún puedes vivir en tu pasado. Pero he aquí que hasta tus pensamientos empiezan a abandonarte, y privado de sentidos no puedes sustituirlos ni renovarlos, y se te van liquidando y se te evaporan y te quedas con la mera conciencia de existir y hasta ésta pierdes al cabo, y te quedas solo, enteramente solo... no, no te quedas, que ya eres nada. Y ni aún te queda la conciencia de tu nada.

*  *  *

«Duermo, pero mi corazón vela», dice la Esposa del Cantar de los Cantares. Así ha pasado a mi alma en estos años, dormía, pero su corazón velaba y me la ha despertado.

*  *  *

Sí, he procurado siempre obrar bien, y el bien que haya podido hacer a los demás me ha merecido la gracia de volver en mí y despertar. Lo bueno, lo divino que hay en mí, como en todos, me ha llevado a poner mi pluma y mi palabra al servicio de causas nobles; pero lo humano, lo diabólico más bien, me tenía sumido en una refinadísima forma de orgullo, en un orgullo interiorísimo y secreto, guardado celosamente para mí solo, en una íntima delectación en mí mismo y en mis obras, en una verdadera masturbación espiritual. He aquí el origen de ciertas durezas y sequedades.

Tengo que curarme de ese orgullo y entonces mis obras se vivificarán; tengo que hacerme bueno, religioso, para justificar las obras buenas de cuando era moral tan sólo.

Dios me ha concedido el que esa enfermedad de mi alma quedara oculta, el que no trascendiera esa yoización, el que el pudor me la retuviera dentro.

Pero ¡qué formas reviste el orgullo! Propendo a creer que ese orgullo íntimo, recogido, oculto a los extraños, es una forma elevada y exquisita de mal que sólo a algunos nos es dado sufrir. Y es la enfermedad de todos o casi todos los hombres, es la raíz del alma, es, sobre todo, la miseria de todos los hombres de letras. ¿Dónde está, pues, la diferencia? No en mí, en Dios; en Dios que me ha hecho ver toda la podredumbre de esa miseria, en Dios que me ha hecho volver a mí y apreciar el mal en todo su horror. ¡Alabado sea!

Y ¿por qué me ha concedido a mí esta gracia? Sin mérito alguno, graciosamente.

Y vuelve el condenado orgullo a insinuarme el que he sido un escogido de la gracia, y que por algo lo habré sido. ¡No, no, no y no! Dios escoge al último para manifestar su gloria. ¡Dame, Señor, fuerzas y luz y gracia para creer esto! ¡Concédeme el que me crea indigno de esa merced, y el que borre de mí toda propia complacencia!

*  *  *

Esto es para volver loco a cualquiera. A ratos se me presenta una idea diabólica y es la de dar toda esta crisis, toda esta llamada de la gracia, como una experiencia psicológica, como una auto-experimentación, y trazar el relato de una conversión. ¿No equivale esto a cometer un crimen para describir luego los estados de conciencia del criminal, o a alcoholizarse para describir el alcoholismo?

Esa condenada literatura es diabólica cuando produce el literatismo, y ese infame esteticismo de los Oscar Wilde y los D’Annunzio ¡infelices! Es tomar el mundo en espectáculo. Es la doctrina de aquel diabólico pasaje de la Odisea que he tenido tanto tiempo fijado en la pared, presidiendo a mis trabajos: «los dioses traman y cumplen la destrucción de los hombres para que los venideros tengan algo que cantar».

Es horrible el esteticismo; es una muerte. ¡El arte por el arte! Cuantos supuestos creyentes defienden esta blasfemia creo resulten incrédulos prácticos, pecadores habituales.

La imagen mejor es la que más excita la piedad, no la más bella artísticamente. Es una profanación la de convertir los templos en museos y que vayan los curiosos a escudriñar joyas de arte y perturbar el recogimiento de los que oran.

¡Belleza, sí belleza! Pero la belleza no es eso, no es la del arte por el arte, no es la de los esteticistas. Belleza cuya contemplación no nos hace mejores no es tal belleza.

Hay belleza luciferina, como la hay divina; pero la belleza luciferina es para todo corazón puro abismo de fealdad.

El literatismo nos tiene perdidos, esa enfermedad horrible que ha producido el Madame Gervaisais de los Goncourt, y el En route de Huysmans, esos dos relatos de conversiones, en que algo se aprende y siente pero que nos vuelve a sumir en la desesperación.

El literatismo, en su forma de diletantismo, ha producido los libros infames de Renán, esa venenosa Vida de Jesús, llena de sentimentalismo adormecedor y enervante, todas sus infames divagaciones de escéptico que lo toma todo en espectáculo creyéndose de una casta superior al vulgo de los mortales. Strauss era serio siquiera, religioso a su modo. Renán ha cultivado ese religiosismo que es lo que más aparta a los hombres de la religión.

Por algo repugnaba este savant aimable al puro y noble Amiel, alma religiosa a la que Dios habrá dado el premio de su anhelante busca de la verdad.

Renán es uno de los fautores de ese indecente neo-misticismo que acaba por llevar a los hombres a la más refinada y asquerosa sensualidad y que hace que se atavíen desgraciadas rameras como las sencillas doncellas de los siglos de fe. Misticismo de cabeza, sin austeridad y sin nervio, asqueroso remedo y nada más.

Parece a las veces que asoma de nuevo aquella triste y siniestra figura de Chateaubriand, aquel lúgubre René, corroído de orgullo íntimo, y que vuelve a soplar su pseudo-catolicismo declamador y literario, con su huero Genio del cristianismo. Y tras él viene la cohorte de los oradores ultramontanos, insultadores de la razón, de la pobre razón.

Todo nadando en vaguedad idealista, todo romántico y sin precisión de formas, todo sin credo, todo ello para que no se escandalicen los mundanos.

La religión, la piedad, el misticismo, el catolicismo de ¡moda! ¡De moda! Éste es el abismo de la blasfemia.

Después de la catástrofe del Bazar ya se sabe, lo de etiqueta, unos funerales. Es imprescindible, como el duelo con padrinos y todo su argumento, como el frac, como el Te Deum, es una ceremonia. Y allá van a cumplir chinescamente con un deber social y de buen tono sportsmen y gentlemen y damas, y damiselas, y mundanas y semimundanas. Y sube al púlpito el P. Ollivier, uno de los oradores de moda, y el hombre de Dios toma en serio su ministerio y prescinde del buen tono y de las chinescas conveniencias y hace oír la verdad austera y serena, la que molesta a los mundanos, ¡y escandaliza! Y el presidente de la República, cuya religión oficial es católica, protesta. ¡Qué triste abismo de decadencia y de miseria!

Le llaman al orador indiscreto. ¡Indiscreto! Siempre es indiscreta la palabra de verdad. Si hubiera halagado sus oídos es que era uno de los suyos.

¡Quién nos diera creer como el labriego que con el sol sale a arar sus campos y con él entra a descansar de su labor! Sus días son serenos y muere como ha vivido. Será glorioso espectáculo el de la otra vida al ver invertidos los papeles y la gradación de la gloria en sentido opuesto a la de este mundo, abajo los grandes de aquí, los que viven en la historia, sustentando a los aquí ignorados, y alabando todos al Señor.

Literatismo, neo-misticismo, religiosismo romántico, piedad de moda, catolicismo de sensatez humana, fe aparente de buen tono, luchas callejeras y periodísticas, disensiones de partidos, dogmatismos formalistas, mezquindades ruines de almas estrechas, ¡cuánta miseria!

¡Concédeme, Señor, el que pueda recogerme en mí y sea para mí mi fe!




ArribaAbajo[Cuaderno 4]

M.

Media vita morte sumus; en medio de la vida estamos en la muerte. Principio de una antífona de las Completas de tiempo de Cuaresma del breviario dominicano.

*  *  *

Adveniat regnum tuum.

«El reino de Dios no consiste en palabras, sino en virtud».


I Cor IV, 20.                


«El reino de Dios no es comida, ni bebida, sino justicia y paz, y gozo por el Espíritu Santo».


Rom XIV, 17.                


«Yo enseño sin estrépito de palabras, sin confusión de opiniones, sin fausto de honores, sin impugnación de argumentos».


Imit. III, XLIII, 3.                


*  *  *

Domingo, 16 mayo. Hechos, V.

Historia de Ananías y Safira.

«¿Por qué ha llevado Satanás tu corazón a que mintieses al Espíritu Santo y defraudases del precio de la heredad? Reteniéndola ¿no se te quedaba a ti? Y vendida ¿no estaba en tu potestad? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios».


3, 4.                


¿Por qué he de reservar algo de mi heredad espiritual, y he de dar a la Iglesia una parte quedándome con otra? ¿Por qué he de hacer la entrega de mí mismo a medias, reservándome una parte secreta en que volver a caer en mi secreto orgullo? ¿Qué es eso de aceptar lo externo y someterme al rito, guardándome la intención? Así murieron Ananías y Safira, por haber mentido a Dios.

*  *  *

Sobre el milagro histórico de la difusión del cristianismo, véase el discurso sapientísimo del fariseo Gamaliel maestro del fariseo S. Pablo (Hechos, XXII, 3, XXIII, 6) en los versillos 35 a 39 del cap. V de los Hechos.

*  *  *

¡Qué fantasías no se nos ocurren!

He dado en imaginar que la gloria y la felicidad de los bienaventurados es creciente, que su vida consiste en un continuo aumento de felicidad y de divinización, que van divinizándose cada vez más, acercándose cada día más a Dios por eternidad de eternidades, siendo Dios su límite inasequible. Ese deseo de Dios, a quien se acercan sin cesar, es el acicate de su vida eterna.

Y guardan diferencias de bienaventuranza. Porque si suponemos diversos ángulos, de diversos grados, que van prolongándose, ábrense cada vez más y cada vez se hace mayor el arco en cada uno de ellos, pero guardando siempre su relativa gradación. Los ángulos más obtusos crecen en mayor proporción, menos los más agudos, pero todos tienden al arco de la circunferencia infinita. Prolongándose las líneas de los ángulos BAC, BAD, BAE crecen sus arcos respectivos, en mayor proporción el del ángulo más abierto, pero acercándose cada vez más todos al infinito.

Ángulos

Así crece la bienaventuranza de todos los bienaventurados tendiendo a Dios, a su divinización, pero crece más la de los más elevados en goce. Y es la misma la gloria final de todos.

*  *  *

Hay que ir por la práctica a la teoría; éste es el camino derecho. Queriendo arrancar de la teoría se queda en la impotencia.

Hay que ir por las obras a la fe para que la fe vivifique y justifique a las obras.

Obra como si creyeras y acabarás creyendo para obrar.

*  *  *

«Epicúreos y estoicos se confunden, después de todo, en el culto de sí mismos. El yo: he aquí la última palabra de unos y de otros; la satisfacción del yo: he aquí el fin de todo. Pero el yo en la tierra -colóquesele con Epicuro en el sentir o con Zenón en el querer - es presa del dolor. ¿Cómo vencer a éste, ya que no cabe suprimirlo? No tienen más que un recurso: la indiferencia, la voluptuosa indiferencia; en ésta es donde hallan, los unos por la tensión to(noj, los otros por el relajamiento, ane...ij, su refugio supremo. Hay una inmensa tristeza en el fondo de todas las almas que buscan sabiduría filosófica; siéntesela inexorable bajo la indiferencia de que se cubren; sucumben bajo sus ataduras quedando solas con su yo, que acaba por escapárseles».


P. Didon, Jesucristo, lib. I, cap. I.                


*  *  *

Contemplando en una noche serena el ejército de las estrellas, muchas de las cuales son soles y aun soles de soles, con sus planetas acaso, y considerando lo que es nuestra miserable Tierra en esto, un grano de arena en la playa, nos decimos ¿y a esta Tierra bajó Dios hecho hombre?

Considera que las mujeres en las largas generaciones de los pueblos, en tantos países, han sido acaso como las estrellas de los cielos, incontables, y que de una de ellas, de una humilde doncella hebrea, de María, se sirvió Dios para la obra de la redención.

Cuando el mayor anhelo de toda joven judía, su gloria y su honra, era poder ser madre del Mesías, María ofreció su virginidad, renunciando así al destino de toda doncella hebrea, al destino de gloria. Y por haber renunciado a ese destino, se lo concedió el Señor. Es el caso más hondo de hallarlo todo por renunciarlo todo. Y así al anunciarle Gabriel su destino se humilla y canta al Señor al saludarle Isabel.

María es la humanidad ascendiendo por la humildad y la obediencia a Dios. Por esto Dios descendió a ella, y en ella, en la humanidad que sube a lo divino, encarnó Jesús, la Divinidad que desciende a lo humano.

*  *  *

M.

«Acuéstate a la noche como si fuesen a enterrarte a la mañana, y levántate por la mañana como si hubieran de enterrarte a la noche».


Das geist. Leben, 150.                


Cuando vayas a tomar una resolución o a llevar a cabo algo imagínate que has de morirte una vez cumplido lo que propones y haz todo lo que hagas como si hubieras de morirte al punto.

*  *  *

M.

He oído contar que murió en el hospital uno que al ir a ungirle el sacerdote no quería abrir la mano derecha, que la tenía fuertemente cerrada. Una vez muerto vieron que tenía en ella una moneda.

Así hacen muchos, sólo que en vez de la mano cierran el espíritu y quieren guardar el mundo en él.

No veía el pobre que una vez muerto su mano no sería ya suya, sino de la tierra.

*  *  *

Fuera de la Iglesia no hay salvación. ¿Qué significa esto? ¿Qué quiere decir aquí Iglesia? ¿Es que los sencillos aldeanos protestantes no se salvan?

En país católico lo humilde, lo perfecto es ser católico. Lo perfecto es, en principio, atenerse a la religión heredada.

Para quien crea que no hay salvación fuera de su Iglesia tal vez no la haya.

Son humanas las sectas en cuanto niegan, en cuanto se oponen a otras. La más divina es la que más trate de absorber y abarcar a las demás, aquella en que mejor quepan las demás. ¿Cuál es la peste del protestantismo? Su anti-catolicismo. V. pág. 173.

*  *  *

V. la oración de Das geistl. Leben, cap. 27, parte I, pág. 150.

«Madre de todas las gracias, me es como si ni mi alma ni otra cualquiera alma pecadora necesitara permiso ni mediador para contigo. Eres la inmediata mediadora de todos los pecadores».


Es lo humano que llega a lo divino; por ella alcanzaremos que lo divino baje a nuestra humanidad.

«Acuérdate, acuérdate, dulce, escogida Reina, que tienes de nosotros, los hombres pecadores, toda tu dignidad. ¿Qué te ha hecho Madre de Dios, asiento en que ha reposado dulcemente la eterna Sabiduría? ¡Te lo han hecho los pecados de nosotros, pobres hombres! ¿Cómo te llamarías Madre de la gracia y de misericordia a no ser por nuestra miseria que necesita de gracia y de misericordia? Nuestra pobreza te ha hecho rica, nuestros pecados te han ennoblecido sobre todas las criaturas».


Cristo está aún muy alto; aparece a los débiles casi inasequible. A él se va por María, la humilde y obediente.

La eterna Sabiduría, el Verbo, el Verbo que era en el principio de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, la Razón divina que presidió a la Creación, encarnó en una mujer, en una simple mujer, en María. Su mérito fue la humildad, la perfecta humildad, la obediencia, ecce ancilla Domini, el espíritu de absoluta conformidad con que se anonadó ante Dios. No tenía el pecado original, la soberbia de querer ser dioses conocedores de la ciencia del bien y del mal, la raíz de la desobediencia. Y porque se humilló encarnó en ella el Verbo, la Sabiduría eterna.

Sedes sapientiae! Ora pro nobis!

Y Cristo la obedeció, y estuvo sujeto a ella mientras crecía en sabiduría y en edad y en gracia para con Dios y los hombres. (Lc II, 51-52).

Humillémonos diciendo como María: «he aquí tu siervo, Señor, haz de mí lo que fuere tu voluntad»; humillémonos y la Sabiduría eterna bajará a habitar en nuestro corazón. Si no tenemos fuerzas para sufrir la pasión de Cristo compadezcámosla y suframos la compasión de su santa Madre.

Cristo sufrió para que no sufriésemos así, murió para que no muriésemos.

María es Eva antes del pecado, la humanidad tal como salió de manos del Creador, antes de que el mundo la hubiese corrompido, la humanidad ideal.

El hombre aspirando a Dios merece que Dios descienda al hombre.

¡Qué poéticas enseñanzas!

Y ¿es posible que tan alta y sublime poesía no sea verdad? Sí, verdad es pero de un modo más elevado que como lo comprendemos. Hay que tener en cuenta que lo que nos repugna en los misterios es el que tienen que acomodarse a nuestra imaginación, y no tenemos en cuenta que son verdad pero de una manera más alta que como los imaginamos en grosera representación. Una fórmula química ¿es adecuada representación del fenómeno vivo? Pues mucho menos lo es la fórmula de un misterio del misterio mismo.

Nos resistimos al misterio por figurarnos que no sea más que lo que bajo su fórmula nos imaginamos. La fórmula química es verdadera, más bien es racional, pero no es la verdad.

Los misterios son símbolos, sí, pero símbolos de lo inconocible en esta vida. Hay que saber distinguir entre el misterio en sí y el misterio con relación a nosotros. Nos resistimos a él por creer que ha de ser en sí como se nos aparece.

Perdí la fe pensando mucho en el credo y tratando de racionalizar los misterios, de entenderlos de modo racional y más sutil. Por eso he escrito muchas veces que la teología mata al dogma. Y hoy, a medida que más pienso, más claros se me aparecen los dogmas y su armonía y su hondo sentido. ¿Cabe mayor mostración del dedo de Dios? Me hace recobrar lo que perdí por camino inverso a aquel por que lo perdí; pensando en el dogma lo deshice, pensando en él lo rehago. Sólo que donde hay que pensarlo y vivirlo es en la oración. La oración es la única fuente de la posible comprensión del misterio. ¡El rosario! ¡Admirable creación! ¡Rezar meditando los misterios! No sutilizarlos y escudriñarlos sobre los libros, sino meditarlos de rodillas y rezando; éste es el camino. V. 48, 42.

*  *  *

Miércoles, 19 mayo. Hechos, VIII.

Sencillez. Conversión del eunuco etíope de Candace por Felipe el apóstol. 26-40.

He aquí un admirable ejemplo de sencillez.

-¿Entiendes lo que lees?

-¿Cómo podré entenderlo, si alguno no me enseñare?

Iba en su carro, en el carro de la vida, hizo subir a él a Felipe, le oyó con sencillez, y «yendo por el camino llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: "He aquí agua, ¿qué impide que yo sea bautizado". Y Felipe dijo: "Si crees de todo corazón bien puedes". Y respondiendo: "Creo que Jesucristo es el hijo de Dios" mandó parar el carro, y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y bautizole. Y como subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, y no le vio más el eunuco, y se fue por su camino gozoso», siguió alegre el camino de su vida. Los eunucos sencillos.

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Jueves, 20 mayo. Hechos, IX.

3. Yendo en busca de gloria súbitamente el terror a la muerte.

5. Triste empeño el de estudiar la religión y querer deshacerla con el análisis.

6. Señor ¿qué quieres que haga?». Levántate y entra en la iglesia y se te dirá lo que te conviene hacer.

8. En efecto, no veo nada.

10. ¿Cuándo vendrá Ananías? ¿O habré de ir a buscarle?

15. ¿Cuál será mi destino?

18. Esto sólo con la confesión se consigue.

19. El manjar eucarístico.

20-21. «Id y predicad el evangelio por todas las naciones».

23-24. Consejo de matarme espiritualmente.

29. Con los griegos, es decir, con los intelectuales, con aquellos entre quienes he vivido y que me han levantado.

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De los tormentos a que sujetaron a Jesús en su pasión ninguno fue mortal. No fueron heridas graves, sino dolorosas, porque no son las más graves las más dolorosas. Fueron todos tratamientos de dolor. Un golpe de leves consecuencias duele más que una herida mortal. Azotes, coronación de espinas, malos tratos, golpes, y por fin clavarlo, y allí, en la cruz, tal vez descoyuntado, morir de dolores, del exceso de padecimiento físico más bien que de suspensión orgánica de funciones vitales. Hay quien supone que moriría de tétanos; lo cierto es que murió de dolor.

Haz, Jesús mío, que muera yo espiritualmente de dolor de mis pecados.

Tiene que pasar en nosotros una nueva pasión y crucifixión Cristo para que resucite en nuestra alma y la redima de la muerte eterna.

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«Desformarse de las criaturas, formarse con Cristo, y trasformarse en la Divinidad».


Beato Enrique Suso.                


«Sed perfectos como nuestro Padre que está en los cielos».


¿Y cómo ser perfectos, si la perfección es sólo de Dios? ¿Por qué camino llegar a Dios? Por Cristo, que es el camino, la verdad y la vida, pues sólo por él se llega al Padre (Juan XIV, 6), haciéndonos conformes a la imagen del Hijo de Dios, primogénito entre nosotros, sus hermanos (Rom VIII, 29), hermanos así de Dios.

Es la puerta para que entremos en la Divinidad (Juan X, 1, 9) V. I Pedro II, 21. ¿Cuál ha de ser nuestra vida eterna, ya que vida vale progreso, sino una continua ascensión a Dios, un divinizarnos sin cesar? Sed perfectos como nuestro Padre, nos dijo nuestro primogénito, y él mismo dijo que sólo Dios es bueno. Tendamos a la perfección. Así tenderemos a ser una cosa en Jesús y en su Padre, que son una cosa (Juan XVII, 21).

Formemos todos un cuerpo en Cristo (I Cor XII, 13) para que luego que todas las cosas le fueren sujetas entonces también el mismo Hijo se sujete al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas en todos (I Cor XV, 28) y perfectos entonces, seamos, vivamos y nos movamos en Él (Hechos XVII, 28).

«Cada hombre debía ser en sí un Cristo, viviendo a Dios y no a sí mismo».


(Das geist. Leben, pág. 162).                


V. pág. 27, seq. 85.

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Viernes, 21 mayo. Hechos, X.

Conversión del centurión Cornelio. Hay justos fuera de la Iglesia católica (v. pág. 166).

4. Las oraciones y limosnas del hereje y el racionalista suben en memoria a la presencia de Dios.

28. ¡Cuidado, no hay que juntarse con liberales!

34. Dios no hace acepción de personas. Acude a todo el que de corazón y con recta intención le busca.

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El Ueber-mensch. El sobre-hombre es el cristiano, el nuevo Adán. Toda la doctrina del sobre-hombre se encuentra en san Pablo.

«Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas Cristo en mí».


(Gal II, 20). V. pág. 41.                


«Cambia íntimamente y no seas eruptivo ni en palabras, ni en el cambio».


Das geist. Leben, pág. 167.                


La conversión es lenta, es un proceso. Cuando parece eruptiva es como la mariposa que rompe el capullo o el pollo el cascarón; había precedido íntimo proceso.

Hay dos labores, una interior y es el adaptar a nuestro eterno yo, al yo cristiano, al hombre renovado, nuestro ambiente interior, nuestros recogidos hábitos, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos. La otra labor es la de adaptar a nuestro yo social el ambiente exterior, el de nuestras relaciones con los demás.

Si en el primer periodo, el del cambio interior, queremos lanzarnos al cambio del exterior peligra la obra acaso.

¿Por dónde debe empezarse, por cambiar el hombre que vive hacia dentro o el que vive hacia fuera?

Porque hay en todos dos elementos, el centrífugo y el centrípeto, el fondo heredado y hecho carne nuestra que labora por adaptarse el mundo, y el elemento adquirido y aún no apropiado que nos mueve a adaptarnos al mundo. Hay el hombre que crece como el árbol, por capas sucesivas brotadas de íntima savia, siendo cada capa nueva más interior que las anteriores, la última subida de savia solidificada entre corteza y leño; y hay el hombre exterior que se forma por aluviones de fuera, más exteriores los más recientes. Entre uno y otro las acciones y reacciones son vivas y mutuas. Se hacen mutuamente.

Hay el hombre que nos brota de nuestra tradición, el regenerado por el bautismo, y el que nos viene de fuera. La vida espiritual resulta de la reciprocidad entre estos dos hombres, cuya unidad es Cristo. El hombre interior se vivifica en el miembro de la Iglesia.

Hace falta elemento exterior, culto común, todo lo que da vida al hombre exterior para que preserve y guarde al interior, y hace falta que éste dé calor y vida al exterior.

El hombre es núcleo de sociedad, germen de ella, y a la vez miembro de ella; es el hombre sociedad condensada y es la sociedad hombre expansionado. Así toda la obra de Cristo se refiere a la Iglesia y a nosotros como miembros de ella, y a la vez a cada uno de nosotros. Cristo se desposó con su Iglesia y con el alma de cada uno de nosotros, que debe ser una condensación de la Iglesia. Hubiera muerto aunque fuera sólo para salvar tu alma o la mía.

-«Vive como si no hubiese en la tierra otra criatura más que tú, y cuida de que el hombre exterior conforme con el interior».


Das geist. Leben, pág. 167.                


«Guarda al hombre exterior en tranquilidad, y al interior en sinceridad», dice el abad Moisés.

La sinceridad es la conformidad entre los dos hombres.

Sé unánime contigo, que esto es ser sincero. Sé siempre tú en todo tiempo, lugar y circunstancia.

«Dios está más cerca del alma y es más interior a ella que ella misma» Das geist. Leben, pág. 168. Cuanto más vivas en Dios más en ti mismo vivirás, más dentro de ti mismo, y serás más tú. Perdiéndote en Dios es como lograrás tu mayor personalidad. Durante mucho tiempo he estado predicando el que buscáramos lo humano en nosotros, al hombre debajo del individuo. No, debemos buscar lo divino, a Dios en nuestro seno, en el fondo de nosotros mismos. Así es como tendremos inspiración directa del Espíritu Santo.

Ricardo de San Víctor y otros enseñan que se le da al hombre el Espíritu Santo tantas veces cuantas recibe la gracia santificante. «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él morada», dice Jesús (Juan XIV, 23).

«Mas buscad primero el reino de Dios y su justicia», nos dice Jesús (Mateo VI, 33); y que el reino de Dios está entre nosotros (Lc XVI, 21). Y es justicia y paz y gozo por el Espíritu Santo (Rom XIV, 17).

Son muchos los que buscan a Dios, pero pocos los que le hallan -dice san Agustín- porque le buscan fuera, donde no está. (V. pág. 179).

Utere igitur te ipso velut Dei templo propter illud quod in te est simile Deo.


San Bernardo (Das geist. Leben, pág. 170).                


Ahora se me muestra mi labor de gran parte de estos doce años como una busca de Dios, a quien había perdido. Me llamaba desde mi interior. El Semejante, La dignidad humana, etc.

*  *  *

Como en el individuo sucede en los pueblos, hallan a Dios si le buscan dentro, en su propia historia. Es un hecho el que el mayor peligro de caer en el ateísmo y la irreligión está en el cultivo de las ciencias llamadas naturales, así como el estudio de las históricas y sociales vuelve a Él.

*  *  *

Hágase tu voluntad, etc.

¿Cuál es la voluntad del Padre?

«Ésta es la voluntad del que me envió, del Padre: que todo lo que me diere no pierda de ello, sino que lo resucite en el día postrero. Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquel que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna, y yo le resucite en el día postrero».


(Juan VI, 39-40)                


V. Juan IV, 34, 38, VIII, 18, seq. 51, 92.

El pan nuestro de cada día, etc.

«De cierto, de cierto os digo que no os dio Moisés pan del cielo; mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo, y da vida al mundo... Yo soy el pan de vida...».


(Juan VI, 32-33, 35).                


epiousion, cuotidiano, significa etimológicamente sobresustancial.

... dánosle hoy. Danos hoy a Jesús, tu hijo.

Perdónanos nuestras deudas, etc.

Al decir, «así como nosotros perdonamos a nuestros deudores» pedimos que si no perdonamos no nos perdone, pide el duro de corazón su propia condena. Exige, pues, el padrenuestro para rezarlo que perdonemos antes.

*  *  *

Cristo creó una religión. Es menester fijarse en esto, en que la creó. Crear es ya divino, y ¡crear una religión! No reformó, ni compuso, ni sincretizó; la creó. La doctrina de la redención es toda una creación religiosa. Cristo, un genio religioso; V. P. Didon, Jesuchrist, liv. I, chap. VI.

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Cuestión social.

Hay los burgueses, los aristócratas del rango y del dinero, los hombres de mundo, los gentlemen, los caballeros, los justos, en fin (צהיקיס, tsaddiquim) los saduceos; y hay los intelectuales, los aristos, los estetas, los hombres de la vanidad mental, los distinguidos, en fin (בּרישיס, ferishim) los fariseos.

Contra los fariseos, no contra los saduceos, se dirigió principalmente la labor de Jesús; contra los distinguidos de la ciencia, no contra los magnates.

*  *  *

... que estás en los cielos...

¿No está acaso en todas partes? ¿Cómo, pues, se hace esta mención de que está en los cielos?

Es que para hallarle hay que apartar los ojos y los afectos de la tierra, elevándolos, y es que está sobre todos nosotros, en el cielo común a todos.

La tierra forma parte del cielo. Está en nosotros mismos, en nuestro cielo interior.

*  *  *

M.

Pocas cosas más hondamente religiosas que la muerte de Don Quijote, y el despertar en él, a la proximidad de ella, Alonso Quijano el Bueno. V. En torno al casticismo.

«La vida es sueño».

*  *  *

Domingo, 23 de mayo.

La ausencia de Pepe durante tantos días, el no verle, el que ayer no estuviera en casa al ir yo a verle y manifestado a qué iba no haya venido a traerme el libro, el no haberle hallado hoy, todo ello me ha vuelto a aquellas cavilaciones de si estará resentido y dolido conmigo, de si me juzgará como no soy y me apareceré a él como suele fantasear a los demás. Y al volver a casa me encuentro con que me toca leer el capítulo LIII del libro III de la Imitación.

*  *  *

Uebermensch.

«Pero porque pocos trabajan en morir perfectamente a sí mismos, y no salen enteramente de su propio amor, por eso se quedan envueltos en sus afectos, y no se pueden levantar sobre sí en espíritu».


Imit. III, LIII, 3.                


No el sobrehombre, el intra-hombre hay que buscar, porque no sobre nosotros, sino dentro de nosotros habita Dios.

*  *  *

Se me resiste la oración mental. Es tal mi hábito libresco que sólo concibo pensamientos y propósitos piadosos leyendo, como comentario de lo que leo, y me veo forzado a cristalizarlos escribiéndolos. ¡Estudiar para escribir!, éste es el fin del intelectualismo, ¡pensar para producir pensamientos! El terrible círculo vicioso de nuestra economía trasladado al mundo espiritual. No se piensa para sí, para la propia salvación, no se medita, se piensa. Se piensa para producir pensamientos. Se medita rezando, se piensa leyendo. Meditar es considerar con amor fija y recogidamente un misterio, un mismo misterio, procurando llegar a su esencia amorosa, a su centro vivífico; pensar es establecer relaciones entre ideas diversas. El más alto grado de la meditación es el éxtasis, el del pensamiento la construcción de un sistema filosófico. Meditando se hace uno mejor, más santo, pensando más sabio.

En nuestra triste economía se produce para consumir y se consume para producir, en terrible círculo vicioso, como si no hubiéramos de morir. Y en nuestra vida mental todo se vuelve producir ideas o imágenes nuevas para poder, consumiéndolas estéticamente, producir otras nuevas. De aquí el terrible literatismo.

Cuando se ha meditado mucho en un misterio sacando de tal meditación propósitos que nos hacen ser más virtuosos, nuestra virtud llega a ser un hábito cuyo eje y fundamento es el misterio meditado.

He sido muy hablador porque necesita hablar mi pensamiento y la palabra material me lo excitaba. Pensaba en voz alta. Haciendo esfuerzos por trasmitir a otros mis ideas me las formulaba y descubría a mí mismo y las desarrollaba. De aquí resultaba mi impertinencia de llevar siempre la palabra, de interrumpir y no soportar interrupciones, de querer dar el tema de conversación y hacer de ésta monólogo. Pensaba, pero no meditaba. Por esto buscaba la compañía y huía de la soledad. Ahora empiezo a meditar lo que he pensado, y a verle el fondo y el alma, y por eso ahora amo más la soledad, pero aún poco. V. 48.

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Crisis.

Como vino de pronto, cuando menos lo esperaba, sin preparación ni anuncio. V. la conversión de san Cipriano, Granada, Guía, II, pág. 122 sigs.

*  *  *

Si fuese cierta la hora de la hora... V. Geramb, pág. 37, nota última.

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De nuestra nada.

«Has de saber, hija mía, lo que tú eres y lo que soy yo: Si aprendes estas dos cosas serás feliz. Tú eres lo que no es, y yo soy el que soy. Si tu alma se penetra de esta verdad, jamás te engañará el enemigo, triunfarás de todos sus ardides, nada harás contra mis mandamientos y adquirirás fácilmente la gracia, la verdad y la paz».


Gal VI, 3; Juan XV, 5, VIII, 54. Jesús a santa Catalina de Sena. Seq. 90.                


*  *  *

Humildad.

La mayor humildad de Jesús se muestra en su sumisión a su Padre y en que sólo la gloria de éste, no la suya propia, busca. Jesús rechazaba toda esa gloria humana que quieren darle los que le exaltan como a genio, como a hombre superior; Jesús rechazaba toda la exaltación de que le hacen objeto los que le llaman el gran revolucionario.

«Gloria de los hombres no recibo» (Juan V, 41). «Si yo me glorifico a mí mismo mi gloria es nada» (Juan VIII, 54).

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Perdí mi fe pensando en los dogmas, en los misterios en cuanto dogmas; la recobro meditando en los misterios, en los dogmas en cuanto misterios.

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Venga a nos el tu reino.

Es pedir la muerte, ya que sólo por la muerte lo conseguiremos.

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Mas líbranos de mal.

En realidad es líbranos del malo, del demonio.

La carne nos excita a que la sirvamos con la concupiscencia; el mundo a que le sirvamos, ofreciéndonos vanagloria; el demonio a que nos sirvamos a nosotros mismos en propia complacencia de orgullo.

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Disensiones intestinas.

Véase desde el cap. X en adelante de los Hechos de los apóstoles las disensiones entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, que recuerdan las de íntegros, mestizos, católicos, liberales, etc.

Cap. XIV, 4. Unos estaban con los íntegros y otros con los obispos. V. 56.

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Mundo.

El mismo pueblo de Licaonia que tomó a S. Bernabé por Zeus y a S. Pablo por Hermes, sacrificándoles toros (Hechos, XIV, 11 a 18), este mismo pueblo, persuadido por unos judíos de Antioquía y de Icon apedreó a S. Pablo (I Cor, ver. 19). ¿Por qué, pues, hemos de acongojarnos de que nos insulte quien nos aduló? Una injusticia trae otra; el péndulo oscila de extremo a extremo para tomar el fiel. El vulgo, decía Platón, sin razón mata a uno y sin más razón quisiera resucitarlo después de haberle dado muerte.

*  *  *

Hay que quererse por Dios y para Dios, por el prójimo y para el prójimo, y no querer a Dios por sí y para sí.

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Misterio.

Decía Sta. Catalina de Sena que las acciones del Salvador son de tal modo fecundas en enseñanzas que, meditándolas con fijeza, cada uno encuentra en ellas el alimento que a la salud de su alma más conviene, y que es provechoso presentar varios sentidos a fin de que cada uno tome el que más le convenga.

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Hágase tu voluntad. Seq. 36.

V. Lucas XXII, 42: «No se haga mi voluntad sino la tuya».

Sobre esta divergencia entre la voluntad del Hijo y la del Padre han escrito mucho los doctores, sosteniendo que pronunció estas palabras en cuanto hombre. ¿Cómo, si sólo tenía una voluntad, la divina?

Santa Catalina de Sena dijo que lo que había causado la tristeza y el sudor de sangre del Salvador en el Olivar era ver cuántas almas malograrían los frutos de su Pasión, mas, porque amaba la justicia, añadió no se haga mi voluntad, sino la tuya. Sin esto, decía Sta. Catalina, todos los hombres hubieran sido salvos, porque era imposible que la voluntad del Hijo de Dios quedase sin efecto.

En el huerto luchó con su humanidad, para vencerla del todo y purificarla. Y la humanidad le pedía que se salvaran todos, pecadores y justos, porque lo humano no comprende el castigo eterno y tiende al final perdón de todos; lo humano es el temeroso sentimentalismo. Lo humano no concibe la perdición eterna ni la absoluta justicia. Seq. 92.

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Mundo.

V. Juan I, 10; XV, 18; XVI, 33; XVII, 16; XIV, 30.

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Humildad.

«Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón».


Mt XI, 20. V. Zac IX, 9.                


«Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños; así Padre, porque así te agradó»

Lc X, 21                


. Y S. Mateo (XI, 25) dice: «Y las hayas revelado a los niños». «Lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo flaco del mundo escogió Dios para avergonzar lo fuerte. Y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios; y lo que no es, para deshacer lo que es» I Cor 1, 27-28.

«De la boca de los chiquitos y de los que maman fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer cesar al enemigo, y al que se venga».


Salmo VIII, 3.                


Y Jesús les dice:

«¿Nunca leísteis: de la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?».


Mt XXI, 16.                


«El que se humilla será ensalzado». «Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes».


(Sant IV, 6).                


«Lo propio nuestro, lo exclusivamente propio es el no ser, esto es lo que por derecho propio tenemos, y lo que de ser tenemos lo tenemos por merced divina. El que se humilla anonada su nada y anonadando la nada, exalta y purifica su ser; el que se humilla y abate ante Dios, abate su no ser ante el Ser y así consigue elevarse en el Ser. El que se gloríe, gloríese en el Señor».


I Cor I, 31.                


El más humilde de la tierra es el más santo, dice san Agustín.

El más humilde es el material que mejor se pliega a la mano del Señor.

«Es propio de todas las cosas que fluyen -dice un místico alemán del siglo XIV- el que por su naturaleza huyan de las alturas y busquen las profundidades. Es lo que hace la gracia de nuestro Señor, huye de la montaña del orgullo y corre al valle de la humildad. Por esto afluyó a la bendita Virgen, de la que toda gracia fluye, un mar de gracias, porque era una corona de humildad».


(Das geist. Leben, pág. 188, seq.: 70, 90.)                


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Disensiones.

«Mas algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo que es menester circuncidarlos (a los gentiles convertidos) y mandarles que guarden la ley de Moisés».


Hechos, XV, 5.                


Así obran los fariseos cristianos, los que se llaman íntegros a sí mismos, y exigen la circuncisión de los que llaman liberales.

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Bodas de Caná. Juan II.

«Y faltando vino la madre de Jesús le dijo: Vino no tienen. Y dícele Jesús: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no ha venido mi hora»1.


María se desazona por un contratiempo temporal, que altera la alegría de la fiesta, como todo hombre se desazona por tribulaciones temporales y acude en oración a Dios. Y el Salvador nos dice: ¿por qué me molestáis con esas peticiones? Es decir, ¿por qué me pedís bienes y consuelos temporales? «Aún no ha venido mi hora»; esto es, aún no ha venido la hora de vuestra muerte, cuando comparezcáis ante mí. Entretanto nos deja vivir aquí, en lucha y tribulación. Nuestra perfección es que no pidamos más que la salvación eterna, la gloria de Dios y que se haga su voluntad siempre.

Pero María dice a los que servían: «Haced todo lo que os dijere». Y Jesús, atendiendo a sus ruegos, les da consuelo temporal y alegría en el festín.

Después de haber pedido a nuestro Señor bienes temporales hagamos todo lo que nos diga, cumplamos sus preceptos todos y nos llenará de bienes temporales, del vino de la santa alegría en el banquete de bodas de la vida.

Y Jesús les mandó que hinchieran las tinajuelas de agua hasta arriba y que sacaran luego de ellas. Y el agua se convirtió en vino.

Debemos henchir nuestras almas de agua pura y limpia, de sencilla y simple agua, de pureza y sencillez, y nuestro Señor la convertirá en vino reconfortante y letificante, convertirá nuestra sencillez en alegría de nuestra vida.

«El reino de Dios que acaba de fundar Jesús es un festín nupcial entre Dios y la Humanidad; Cristo es el esposo eterno que invita a toda alma humana a sus esponsales divinos; el agua convertida en vino es la imagen de esta transformación de nuestra naturaleza por la virtud y fuerza embriagadora del Espíritu. Esa mujer, esa madre que clama "¡el vino falta!" y se entrega con confianza a Jesús, es la voz de todos aquellos que han sentido la insuficiencia de la vida, el agotamiento de la humanidad y de la universal creación, de aquellos que han gemido ante Dios, y de quienes Dios, en la hora escogida, pero a menudo muy lenta a la voluntad de sus deseos, siempre ha escuchado la oración».


P. Didon, Jesuchrist, lib. II, cap. IV.                


«¡No tienen vino!», clama sin cesar María a su Hijo, y a nosotros nos dice: «Haced todo lo que os dijere».

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Historia. Juan III.

En nuestra época de íntimo desasosiego y despertar del sentido religioso como Nicodemo el fariseo vamos a Jesús de noche, a ocultas, cuando nadie nos ve, recatándonos y le decimos: «Maestro, sabemos que has venido de Dios por Maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces si no fuera Dios con él» (vers. 2). Nadie, en efecto, puede movernos así el corazón, nadie puede darnos esta sed de otra vida y este anhelo de fe si Dios no está con él.

Respondió Jesús y díjole: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios» (vers. 3).

¡Nacer otra vez! Hacerse un nuevo hombre, regenerándose en la penitencia, volviéndose niño y sencillo.

Y como Nicodemo se extrañara de la observación Jesús le aleccionó y nos aleccionó haciéndole saber que el que no naciere de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios, porque lo que es nacido de carne carne es y lo que nacido de Espíritu es espíritu. Y acaba haciéndole saber que todo aquel que en él creyere no se perderá.

Hay que renacer, renacer hijo de Dios, engendrados de Dios (Juan I, 12, 13).

Muertos en nuestros delitos y pecados recibimos vida de Aquel que hinche todas las cosas (Efes I, 23; II, 1), renaciendo, no de simiente corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios (I Pedr I, 23) haciendo justicia, que es como se nace de Cristo (I Juan II, 29).

Hay que renacer, y renacer de agua y de Espíritu. El bautismo de agua, el que daba Juan el precursor, prepara la regeneración, purificando el alma, pero hace falta el bautismo de Espíritu. Las lágrimas de penitencia preparan la regeneración, hace además falta firme propósito de servir en adelante a Jesús.

Nicodemo, el de la secreta conversación con Jesús, el fariseo convertido, su secreto discípulo, exclamó más tarde en su defensa: «¿Juzga nuestro a un hombre sin oírle primero y entender de lo que ha hecho?» (Juan, VII, 51). Y este mismo Nicodemo, cuando enterraron a Jesús, fue llevando un compuesto de mirra y de aloes (Juan XIX, 39).

¡Cuántos Nicodemos hay!

Nicodemo, el judío fariseo, le adoró en secreto, y la samaritana, la pobre pecadora de la raza despreciada, le anunció públicamente en la despreciada Siquem. Los samaritanos, los semi-paganos, los sencillos, no necesitaron señales ni milagros, creyeron en Jesús con sólo oírle. «Si no veis señales y prodigios no creéis», dijo Jesús con amargura a los judíos (Juan IV, 45). ¡Qué hermosa la fe de la samaritana! Como ella nuestra alma va a sacar agua al pozo tradicional, al tesoro de la ciencia y del consuelo humanos, al estudio. Y un día nos encontramos al borde del pozo al dulce Jesús, reposando cansado del camino, a la hora de sexta (Juan IV, 6), al mediodía, en la mitad de los afanes de nuestra vida. Entonces se nos aparece esa figura tradicional solicitando nuestra atención y nuestro estudio. ¿Cómo es que tantos pueblos durante tantos siglos han adorado y adoran a ese galileo? El problema religioso tienta nuestro natural deseo de verdad, nuestra sed. Y Jesús, el que en la cruz exclamó: ¡tengo sed!, sed de amor y de adoración y de justicia, nos pide de beber diciéndonos: dame de beber. Quiere que le demos nuestro amor, que le estudiemos, pero con amor, no como a vana curiosidad, sino como a principio de vida de sencillos y humildes. Y entonces le decimos: ¿cómo tú, el de los simples, pides que te dé mi amor yo? Y entonces él, como a la samaritana, nos dice: «si conocieses el don de Dios y quién es el que te dice "dame de beber", tú pedirías de él, y él te daría agua viva» (Juan IV, 10). Por un momento nos pasa la idea de pedir fe para vivir tranquilos como los sencillos; es Jesús que nos dice esas palabras y nos ofrece el agua viva de la fe en él. Y aún resistimos diciendo que no tiene de dónde sacarla, porque el pozo de nuestra razón es hondo, y no cabe ya que creamos después de haber pasado por el análisis. ¡Ah! si pudiese creer -nos decimos-, pero no, no es posible; huyó para siempre la sencillez primitiva, el pozo está seco; no hay aguas vivas en nuestra alma ni las hay en la ciencia. Y Jesús nos dice que cualquiera que bebiese del agua de la sabiduría terrena volverá a tener sed, porque es agua que cuanta más se bebe más sed da, mas que el que bebiere del agua de la fe no tendrá ya sed, porque esa es agua que salta para vida eterna. Y como la samaritana le decimos: Señor, dame esa agua, para que no tenga sed, ni venga acá a sacarla (vers. 15). Y entonces nos pide que vayamos a buscar nuestros afectos, nuestros ídolos, los genios ante quienes nos hemos rendido, las doctrinas a que vivíamos adheridos, como dijo a la samaritana que fuese a llamar a su marido. Respondió la mujer y dijo: «no tengo marido».

Así tenemos que decirle, «no tenemos ídolo, ni sueño». Y como a ella nos dice Jesús que hemos tenido varios, que hemos andado de uno en otro, de amo en amo, de una doctrina en otra, entregándonos ya a ésta, ya a aquélla, y sin habernos desposado con ninguna; en mera fornicación buscando en ellas deleite mental, satisfacción de lujuria espiritual. Así he andado, de una en otra doctrina, tras el deleite de la mente.

Y Jesús nos descubre nuestros pecados a nosotros mismos, y al resistirnos al templo nos dice como a la samaritana: «Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre busca tales adoradores que le adoren». Y cuando manifestamos nuestra fe en el Mesías se nos revela diciéndonos: Yo soy, el que habló contigo.

Él es, el que habla con nosotros, en nuestra alma, al borde del pozo de la sabiduría terrena.

Seq. 77.

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Seq. 53. «Yo soy el que... traigo a mi divinidad a los que conocen su flaqueza».


Imit., lib. III, cap. LVII, 3.                


Lleva a su Ser a los que reconocen su no ser.

El proceso del cristianismo se debió a las enseñanzas de Cristo ayudadas providencialmente por la filosofía helénica. Si los profetas de Israel fueron los anunciadores del Mesías, la filosofía helénica fue preparación humana a la recepción de los sagrados misterios. El culmen de la filosofía helénica es el gnwJi seanton del templo de Delfos.

«¡Conócete a ti mismo!», decía la inscripción, y Carlyle dice: no, eres inconocible, ¡conoce tu obra y llévala a cabo! ¿Y cuál es mi obra? Hay algo más que conocerse, que obrarse (o llevar a cabo su obra) y que amarse, y es serse. Sete a ti mismo, sé tú mismo, y como eres nada, sé nada y déjate perder en manos del Señor.

Seq. 90.

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28 mayo. Hechos, XVII.

Por todas partes por donde iba san Pablo los judíos le promovían disturbios persiguiéndole. Mas al llegar a Atenas picó la curiosidad de los epicúreos y estoicos (vers. 18) que llevándole al Areópago le decían: ¿podremos saber qué sea esta nueva doctrina que dices? (vers. 19) porque haces llegar a nuestros oídos novedades, cosas extrañas, queremos saber qué quiere ser eso (vers. 20). El instinto de la novedad, tan vivaz en la raza griega, les picó la curiosidad. Era una raza preparada por larga cultura estética. Véase, pues, para qué puede servir el esteticismo y cómo puede llevar a oír la palabra de Dios. «Los atenienses todos y los extranjeros residentes no pasaban el tiempo en otra cosa más que en hablar u oír algo más nuevo», alguna mayor novedad (vers. 21). El mundo era para hablar de él, para espectáculo y tema de conversación. Los literatos, los diletanti, los esteticistas de hoy son los atenienses.

«Estando, pues, Pablo en medio del Areópago dijo: Atenienses, en todo os considero como los más temerosos de los genios (deisidaimonesterouj (vers. 22). Quiere decir los más supersticiosos o religiosos del religiosismo.

23. «Pasando y examinando vuestros santuarios hallé un altar y en él escrito: Al dios desconocido; al cual, que desconociéndolo, honráis, os anuncio».

Es el Inconocible de Spencer, la Voluntad de Schopenhauer, el vago Ideal de nuestros atenienses.

A los atenienses fue a los que dijo S. Pablo que vivimos y nos movemos y somos en Dios (vers. 28) «como también algunos de vuestros poetas han dicho: somos linaje de él». Fue a los atenienses san Pablo a declararles ese misterio panteísta.

32. «Y así que oyeron la resurrección de los muertos, unos se burlaban y otros decían: te oiremos acerca de esto otra vez».

La doctrina de la resurrección de los muertos fue la piedra de escándalo de su predicación.

Entonces se convirtió Dionisio Areopagita, verdadero padre de la mística cristiana.

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Venga a nos el tu reino.

«Era un axioma en las escuelas judías que toda la oración en que no se encontrase el recuerdo del reino de Dios no era tal oración (Babyl. Beracoyh, fol. 40. 2)».


P. Didon, Jesuchrist.                


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Cuestión social.

En tiempo de Cristo dos grandes corrientes mesiánicas, la una política y la otra religiosa. Soñaban unos, bajo el nombre de Reino de Dios, el restablecimiento del reinado de Israel y el sacudimiento del yugo romano, y por Mesías esperaban a un guerrero. Así los que hoy esperan una Arcadia terrestre, el reinado de la igualdad, el fin del dominio burgués (la burguesía y el romanismo), la tierra de promisión aquí abajo y aquí abajo la justicia. Éstos son los que sueñan en el triunfo de la ley, en parlamentos y en luchas terrenas. Los doctores del socialismo terreno son los nuevos doctores talmudistas. El reino de Dios es para ellos su propio reino. «Ponen sus ideas en vez del pensamiento de Dios» (P. Didon). Jesús adoptó la palabra corriente al Reino de Dios, como hoy adoptaría el reinado de la justicia y la igualdad y la fraternidad. Pero su reino no es de este mundo.

Los espíritus religiosos saben que el reino es espiritual e interior.

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Seq. 61. Encontramos, como la samaritana, a Jesús junto al pozo de Jacob, y se nos revela si prendados de su bondad y hermosura nos acercamos a él con confianza y amor, si decimos: ¡no puede menos que ser verdad tanta hermosura y bondad tanta! No concede señales a los que se las piden con espíritu de incredulidad, no a los que discuten con acritud y soberbia. Resiste como su Padre a los soberbios.

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Costra.

El hombre exterior, el de la costra, es social. ¡Ah, si un medio común se difundiese, medio en que se derritieran las costras, quedando sólo nadando en él los hombres interiores! Un ambiente de unción, un mar común en que flotaran nivelados todos, que al despojarlos de sus costras los uniera en verdadera comunión. Un calor que derritiendo y fundiendo esas costras, costras de pecado, formara de ellas el mar común, el mar de la verdadera igualdad niveladora, de la fraternidad real. Es la caridad cristiana producida por el fuego de la fe, que nos hiciera a todos nuevos y unánimes.

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Humildad.

Apartando tu mirada de la venidera muerte y de la nada que mereces y temes vuélvela hacia atrás y considera tu pasada nada, antes de que nacieras. ¿Qué eras antes de nacer? Una mera idea divina. ¿Por qué eres tú y no otro? Es decir ¿por qué eres? En ti mismo, en tu conciencia verás el misterio de la creación. Si miras con calma tu nacimiento ¿por qué no miras también con calma tu desnacimiento? Y si te aterra la muerte ¿por qué no consideras con temor tu des-muerte, tu nacimiento? ¡Cuán poco pensamos en nuestro nacimiento, en nuestro personal original! Yo soy yo y no otro, es decir, yo soy.

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Podría establecerse un útil paralelo entre el sentimiento, la sentimentalidad y el sentimentalismo de un lado, y la religión, la religiosidad y el religiosismo de otro, a que se podría añadir la moral, la moralidad y el moralismo2.

Ser moral no es ser moralista ni ser moralista es ser moral, como ser religioso no es ser religiosista. Seq. 85, 88.

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Padre nuestro...

«Para mí la idea de Dios, entraña la idea de Padre también. El hecho mismo de la creación es seguramente un acto estupendo de ternura paternal. Así Dios no sólo es nuestro Creador, sino que es también nuestro Padre. Una criatura racional por el hecho de ser criatura, es también hijo. De nuestra nada original nosotros salimos extraídos por un hilo filial. La creación más bien pertenece a la Bondad que a la Sabiduría o a la Omnipotencia de Dios. De manera que aunque yo no supiese de Dios sino que es mi Criador, por eso mismo debo sentir que es mi Padre también.

Qui plasmasti me, miserere mei, decía una Santa penitente, que no se atrevía a decir otra cosa a Dios. "Tú que me criaste, ten misericordia de mí", fue el clamor de toda su vida en el desierto. Había una especie de derecho, o sonaba como un derecho en aquella alma, a pesar de su timidez y humildad, el haber sido creada para esperar que sería perdonada».


P. Faber, Progreso espiritual, cap. V.                


Y dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza... Y crio Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo crio». Génesis I, 26-27.

Esta semejanza es el fundamento de la paternidad. Los deberes del padre para con el hijo más que el haberle dado el ser se fundan en haberle dado tal ser, en que por ser uno hijo de su padre y no de otro es como es y no es de otro modo, se fundan en la herencia, en la herencia sobre todo el pecado original. Y la gracia divina nos la da Dios por ser nuestro Padre, es lo que corresponde en Él al deber paterno en nosotros. Como Padre nos ha redimido y como Padre nos ha hecho herederos de su gloria.

La idea de la paternidad de Dios «nos une dulcemente a los hombres, una vez que esta paternidad divina nos es común con ellos. Esta idea entra en todas nuestras acciones espirituales hasta llegar a ser el primero y más poderoso de nuestros pensamientos» (P. Faber).

No dice la oración Dios nuestro, sino Padre nuestro.

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Con respecto a los que resisten la gracia de Dios y el aumento de su gloria y servicio temerosos de que sus negocios amengüen; con respecto a los mercaderes e industriales que subordinan la religión al negocio, véase los versillos 23 a 40 del capítulo XIX de los Hechos de los apóstoles.

Cuando temen que la verdad les invalide el negocio reúnense los negociantes todos y gritan: ¡Grande es Diana la de los Efesios!

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Seq. 80. Los sentimientos sin conceptos que los sustenten, sin hueso, son pulposos y flácidos y dan el sentimentalismo. Sin fe el sentimiento religioso se convierte en sentimentalismo, que acaba por convertirnos el alma en masa indefinida.

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«Yo dije: vosotros sois dioses, e hijos todos vosotros del Altísimo» (*).


Salmo LXXXII, 6.                


«Respondioles Jesús: ¿No está escrito en vuestra Ley: Yo dije: Dioses sois?».


S. Juan X, 34.                


«Mas sabe Dios que el día que comiereis de él serán abiertos vuestros ojos y seréis como dios sabiendo el bien y el mal».


Génesis, III, 5.                


La serpiente prometió a los hombres hacerlos como dioses, por su desobediencia; Dios nos promete hacernos dioses por la obediencia.

«Él se hizo hombre para que nos deificáramos, y se mostró por el cuerpo para que recibiéramos inteligencia del padre invisible, y sufrió la insolencia del hombre para que heredáramos la inmortalidad».


S. Atanasio, De incarn. 54. ( Harnack II, 45).                


«Cree en el hijo de Dios... tan hombre por ti, cuanto tú te haces por él dios».


S. Gregorio Nacianceno, Orat., 40, c. 45 (Harnack II, 45).                


«Si se ha hecho inmortal el hombre será dios».


Macario, Hom. 39. Pseudohippolytus, Teophan (Harnack II, 45).                


¿Qué es la historia toda cristiana del hombre sino un lento desprenderse de la naturaleza para dejar al descubierto el fondo divino, oprimido y velado por el pecado? ¿Qué es más que una continua sobrenaturalización del hombre?

«Nos haremos divinos por él, ya que él por nosotros se hizo humano». De la fe en la humanización del Verbo sacamos la esperanza en nuestra divinización.

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La vida religiosa del alma es como el desarrollo del embrión, que empieza en masa indiferenciada pero viva, masa protegida por el cuerpo de la madre, que le da calor y le aísla del ambiente. Empieza nuestra vida religiosa por puro sentimiento, por masa religiosa indeterminada, blanda. En esta época conviene preservarla como en recogido útero materno en el seno de la Iglesia, nuestra madre, en la soledad y el recogimiento, en prácticas piadosas.

Según el embrión crece van dibujándose los huesos, tiernecitos en un principio y apenas distinguibles de la carne, y al cabo esos huesos sustentan al organismo todo. La fe es la osamenta de la vida religiosa, y como la osamenta puede convertirse, cuando es fe muerta, en mero esqueleto, en huesos petrificados.

El hueso no precede a la carne ni en rigor la carne al hueso, se diferencian de sarcoda primitivo.

En el periodo de formación el cuerpo materno protege y fomenta al embrión. Así en los comienzos de nuestra vida religiosa nos protege y fomenta nuestra Madre, la Madre de Dios. La devoción a la Virgen María es el mejor medio de preservar la tierna religiosidad naciente, cuando sin fuerte osamenta, corre riesgo de caer en religiosismo de pura lujuria espiritual y de obras muertas, sin fe que las vivifique.

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De nuestra nada.

Haciéndonos nada, es decir, haciéndonos a nuestra nada, es como llegaremos a serlo todo, a ser nuestro todo, a ser en cierto sentido dioses (V. 85).

«Cuanto más se sale el hombre de sí mismo y de su apego a las cosas tanto más, ni más ni menos, entra en él Dios con toda su riqueza; pues en tanto vive Dios en ti en cuanto mueres tú para ti mismo».


(Das geist. Leben, pág. 221)                


Despójate de lo humano para quedar con lo divino que en ti hay, para desnudar lo divino, y lo humano en ti es lo que crees y llamas tu yo. Por debajo y por dentro de tu conciencia de ti mismo está tu conciencia de Dios, de Dios en ti.

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M. San Cirilo empieza su catequesis decimoctava con estas palabras: «La raíz de toda buena acción es la esperanza en la resurrección».

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Historia.

«Hélas! Chère Philotée, vous dormiez et Dieu veillait sur vous, et pensait sur votre coeur des pensées de paix, il méditait pour vous des méditations d’amour».


S. Fr. de Sales, Vie devote, V, II.

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Humildad.

Sumisión al ambiente, a las prácticas tradicionales. Véase los versillos 18 y siguientes del capítulo XXI de los Hechos de los apóstoles.

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Hágase tu voluntad. Seq. 36, 51.

Aquellos que toman como lo mejor lo que el Señor les envía permanecen donde quiera y en todas las cosas en perfecta paz, pues en ellos se ha hecho propia voluntad la Voluntad de Dios. Esto es lo más perfecto y hasta enormemente mejor que si nuestra voluntad llegara a ser voluntad de Dios. Pues si tu voluntad fuese la voluntad divina, en estando enfermo no querrías, contra la divina voluntad, estar sano, pero sí que fuese voluntad de Dios el que sanases. Y así en otras cosas. Pero si es tu voluntad la de Dios, si estás enfermo: ¡en nombre de Dios! Y si muere tu amigo: en nombre de Dios.

«Quien sacrifica su voluntad diciendo: "Señor, haz de mí lo que quieras" expresa la suma oración; está más alto que el cielo sobre la tierra. Pues si bien es delicioso ser oído por Dios cuando le pedimos en oración gracia y ayuda, es más delicioso aún sacrificarse a la voluntad de Dios y desearla ante todo, en todo y por todo. Por esto fue la suma oración que rezó Cristo, nuestro fiel y amoroso amigo, aquélla de después de la última cena: "Padre, hágase tu voluntad, y no la mía" (Lc XXII, 42). Ésta fue la más grata palabra para el Padre, y la que más le honró; fuenos la más útil, y la más fatal y terrible para el demonio. Pues en la renuncia de la voluntad de Dios según su humanidad es en lo que nos salvamos todos».


P. Denifle, Das geist. Leben, 226-227.                


«Pedid y recibiréis». ¿Qué nos enseñó a pedir y como nos dijo que pidiésemos? «Hágase tu voluntad». Y ¿qué recibiremos? La voluntad de Dios, y resignación a ella.

«Quien fuese sometido a la voluntad de Dios tan sólo, tendría sometidas a él todas las criaturas y todas le servirían. ¿Qué digo? Dios mismo llenaría sus deseos todos...».


P. Denifle, pág. 228.                


*  *  *

Sufrimientos.

«Es posible al hombre merecer en cada padecimiento participar de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Mas a consecuencia del fruto de su pasión debemos ser más animosos que si la hubiéramos padecido nosotros mismos, pues sin el fruto de su pasión no podría sernos fructuoso ningún padecimiento».


P. Denifle, Das geist. Leben, 235.                


La sabiduría humana llegó hasta el estoicismo (en cuanto se confunde con el epicureísmo) a sufrir indiferente los males terrenos. El abrazarlos y gozarse en ellos y amarlos es ya sobre-humano.

«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados». Los que lloran, no los que sufren. Lloran los que sufren con humildad. El Consolador es el Espíritu Santo.




Arriba[Cuaderno 5]

Fiat voluntas tua.

En esta petición se envuelve el valor todo de la oración. Se pide a Dios lo que de todos modos ha de ser, que se haga su voluntad.

«Y ésta es la confianza que tenemos en él, que si demandamos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye».


I Juan V, 14.                


*  *  *

Esa sombra pura que atraviesa los siglos, sobre las aguas del mundo y sin sumergirse en ellas crees sea un fantasma, mas aun así le pides poder caminar también tú sobre las aguas del mundo sin hundirte en ellas. Pero te falta fe y te sientes sumergirte y le pides que te salve. Y entonces te dice: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?

¿Por qué dudamos? ¿Por qué no reconocemos a Jesús verdadero hijo de Dios? Entonces pasaríamos sobre el tiempo, sin hundirnos en él, entonces atravesaríamos nuestros años como fantasma que sobre ellos flota, y siguiendo nuestra marcha al cielo discurriría bajo nuestros pies la corriente del mundo y fluirían las aguas del tiempo, llevándose cada día su malicia.

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Cuanto más fría esté el alma más al despertar de sus noches espirituales se encuentra empapada en el rocío de la gracia.

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¿Qué es eso de que de pronto, como hoy 9 de mayo de 1899, estando estudiando se sienta un apetito de rezar? He tenido que dejar el libro e ir al cuarto a recogerme en breve oración, y a leer en la Imitación la oración pidiendo luz para el espíritu.

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Hoy, 15 de enero de 1902, leyendo la Leben Jesu de Holtzmann, pág. 102, reanudo esto.

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Padre nuestro. 15 enero 1902.

Padre siempre, siempre engendrándonos el Ideal. Yo proyectado al infinito y tú que al infinito te proyectas nos encontramos; nuestras vidas paralelas en el infinito se encuentran y mi yo infinito es tu yo, es el Yo colectivo, el Yo Universo, el Universo personalizado, es Dios. Y yo, ¿no soy padre mío? ¿No soy mi hijo?

Hágase tu voluntad.

V. Mt XXI, 28-32, y Holtzmann.