Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Diario y derrotero de sus viajes: 1749-1753. España-Río de la Plata-Córdoba-Paraguay1

Fray Pedro José de Parras



Portada



  —[7]→  

ArribaAbajoNota preliminar

Esta crónica de viaje aparece por primera vez en forma de libro. Fue impresa en la Revista de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, tomo IV, 1882, hace ahora sesenta años, pero como la dicha publicación ha venido a ser cada vez más escasa, no es aventurado afirmar que el Diario y Derrotero del padre Parras, llegará por primera vez a nuestro público lector con la edición que ofrece «Solar» en su colección de viajeros.

Los manuscritos de la obra, de fácil lectura y en buen estado de conservación, se guardan en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Damos en facsímil una página con la firma del autor.

El padre Pedro José de Parras, de la orden de San Francisco, nació en un pueblecito de la provincia de Teruel, en España. Son muy escasos los datos de su vida, casi todos autobiográficos. Sabemos que vino   —8→   al mundo en la primera mitad del siglo XVIII y que aún vivía en 1787. Profesó en el instituto de la Real Observancia de Zaragoza y se encontraba en la villa de la Almunia (Aragón) cuando fue llamado por sus superiores para venir en misión al Río de la Plata. El viaje que hizo el religioso desde Zaragoza hasta Cádiz, así como la travesía del Atlántico, están relatados con muchos pormenores en este libro. El padre Parras llegó a Buenos Aires en junio de 1749 e ingresó en la Recoleta franciscana, convento que más tarde habría de dar su nombre a un barrio de la ciudad. Desde ese convento salió en diversas oportunidades para llevar a cabo los viajes que son materia de este libro, entre los años 1749 y 1753. También cumplió un largo itinerario en 1759 por las Misiones orientales del Uruguay, en ocasión de encontrarse allí don Pedro de Cevallos y el marqués de Valdelirios, después de la guerra guaranítica, para dar término al famoso Tratado de la Permuta entre España y Portugal.

El padre Parras permaneció esta vez en América hasta 1768, año en que hubo de trasladarse a España para asistir al capítulo general de su orden celebrado en Valencia. Sábese que de Valencia pasó a Madrid, donde se ocupó en mejorar la situación de los religiosos de América y en reunir materiales para un libro que se publicó algunos años después. Estuvo también en el convento de la ciudad de Borja, luego en el real de San Francisco de Zaragoza, con el cargo de guardián.

  —9→  

Cuando en 1776, creado el Virreinato de Buenos Aires, don Pedro de Cevallos organizó su segunda expedición contra los portugueses del Brasil que terminó con la toma de Santa Catalina y la Colonia, el padre Parras ocupó en la armada el cargo de teniente de Vicario General. Terminada la campaña, quedó en el Río de la Plata y fue designado rector y cancelario de la Universidad de Córdoba del Tucumán. En 1783, apareció en Madrid su obra en dos volúmenes intitulada Gobierno de los Reguladores de la América2.

En Buenos Aires se conservó manuscrito el Diario y derrotero de sus viajes. Bastaría este pintoresco relato para consagrar a fray Pedro Parras como fino y ameno cronista. Su lenguaje fluido, animado, vigoroso, revela a un escritor familiarizado con los buenos modelos del idioma, circunstancia ésta nada común a mediados del siglo XVIII. Acredita asimismo el viajero, relevantes dotes de narrador, por el interés y la variedad de las escenas, la oportunidad   —10→   y la gracia de las anécdotas, la amenidad de las descripciones.

En lo que concierne a la parte puramente informativa y documental, encontrará el lector reflejados en este libro, muy variados aspectos de la vida en el siglo XVIII, precisamente aquellos que rara vez consignan los papeles de índole política y que ofrecen una visión más exacta de la realidad social. Aun en lo que se refiere al proceso político y eclesiástico del Río de la Plata, contiene este viaje del padre Parras datos novedosos. ¿Quién se detiene hoy a considerar la obra de las misiones franciscanas a mediados del siglo XVIII?

¿No aparece para nosotros toda la obra misionera concentrada en la organización jesuítica que alcanza en aquella época su mayor apogeo? En densas y sugestivas páginas expone el padre Parras la obra de los franciscanos en Corrientes y Paraguay, al par que señala con probidad ejemplar algunas fallas graves del sistema de comunidad implantado entre los indios por las congregaciones religiosas.

  —11→  

No es uno de los menores méritos de este libro, la profunda sinceridad con que está escrito. No hay en él asomo de doblez ni de mojigatería. Campea en sus páginas una ruda franqueza de hombre honrado que no oculta, si es necesario, sus propias flaquezas. Tenía, además, el padre Parras, un agudo sentido práctico de la vida, muy necesario al misionero en sus andanzas y peregrinaciones por tierras y países extraños.

El Diario y derrotero representa así un aporte muy significativo para la bibliografía de viajeros en el siglo XVIII y debe situarse entre las Cartas de los padres Gervasoni y Cattaneo (1728) y El Lazarillo de ciegos caminantes de Concolorcorvo (1773). No abarca el padre Parras en sus notas de viaje por tierra americana una zona tan amplia como El Lazarillo famoso, que lleva de la mano al lector desde Montevideo hasta Lima; pero el camino que hace el franciscano, de Zaragoza a Cádiz, y la travesía del Atlántico, motivan interesantes narraciones que no se hallarán fácilmente en otros libros del mismo linaje y condición. Por lo demás, el Diario y derrotero, aventaja a las referidas crónicas del siglo XVIII en lo ceñido de la exposición y en la superior calidad de su prosa. Méritos son éstos que lo hacen ampliamente acreedor a la esmerada reimpresión que ofrece «Solar» con las originales ilustraciones del señor Macaya, tan expresivas y ajustadas al texto de la obra.

JOSÉ LUIS BUSANICHE



  —[12]→     —[13]→  

ArribaAbajoPrólogo al lector

Sólo el que dejando su patria, sale a experimentar las aventuras que precisamente han de acaecerle fuera de ella, puede atinar con la importancia que tiene el negocio de que cada un viajero forme su diario, ya para que concluidas las fatigas de una marcha, le quede la autoridad de referirla con propiedad y energía, ya para que, teniendo en él presente los acaecimientos sucedidos en determinados parajes, o con individuos de tales naciones, le sirvan de aviso para su consejo, y ya finalmente, para que con el conocimiento de los muchos riesgos que más de una vez le habrán amenazado muy de cerca, pueda teniéndolos presentes, aplicar con oportunidad los cautelosos medios que dicta la prudencia para evadirlos.

A la curiosidad de los viajeros, se debe la noticia de las partes más remotas y ocultas del globo; el conocimiento de las extranjeras naciones, la penetración de sus estilos y diversos genios, la puntualidad   —14→   de sus correspondencias, la fidelidad en sus tratos y la política en sus negocios. A esta misma curiosidad debemos la noticia de los temperamentos, la distinción de las maravillas de la naturaleza, las propiedades, formas y figuras de diversas aves, de innumerables peces, de infinitos monstruos, de admirables plantas, de contrarios climas, de caudalosos ríos, de soberbios montes, de preciosas plantas, y finalmente debemos a la mencionada puntualidad, todo lo que media entre saber con propiedad las cosas, o saberlas por la ridícula especulación que a cada uno suele dictar su capricho.

Y aunque de esta materia han escrito innumerables, no puede censurarse el que escriban todos, antes debieran hacerlo con propia utilidad; pues es evidente que si uno nos pinta hoy la hermosura, fecundidad y riquezas de la más suntuosa ciudad, mañana nos la podrá pintar otro, sepulcro de sus moradores a impulso violento de un temblor; si hoy nos refieren los navegantes todos, la tranquilidad apacible del mar en tal altura, por más que todos convengan en su permanencia, nos contará otro mañana, en aquella misma altura, su naufragio; y finalmente, si todos convienen en la comodidad que hallarán los viajeros en una ciudad o un puerto, tal vez otro experimentará calamidades, ya sea por el diverso semblante que a cada paso se muda en lo caduco, y ya porque todo lo trastornó un nuevo gobierno. Los primeros, regularmente nos informan de lo que ordinariamente sucede,   —15→   los segundos nos previenen con más cordura de lo que puede con facilidad suceder; aquéllos nos infunden alguna confianza, éstos nos intiman una necesaria cautela e importante astucia; y como uno y otro sea preciso para el más feliz giro y manejo de los negocios, en uno y otro debemos estar impuestos.

Todo lo dicho y la atención a haber hecho viaje y transitado por parajes y países en que han estado pocos, y los que han escrito, o escribieron en diversa forma, u observaron con mucha diferencia de tiempo; por esto no excuso el trabajo de adaptar esta obrita, en que inculcaré varias advertencias que pertenezcan, o a las mismas cosas que se han de tratar, o al modo con que cada uno se debe dirigir, para que pueda en sus peregrinaciones lograr algún crédito y comodidad.

Divídese esta obrita en varios capítulos, y éstos en párrafos3, para que con la división se penetren los asuntos con más claridad; y prevengo que en la relación que intento hacer de las cosas, no he de gobernarme por lo que he oído, sí sólo por lo que he visto y personalmente examinado; y si alguno que haya transitado las mismas carreras, encuentra especie que en ellas no observó, consistirá, o en su mismo descuido, o en que, con la diferencia de tiempo, las cosas que entonces vio, ya no subsisten, o existen ahora las que entonces no tenían ser actual.





  —[16]→     —[17]→  

ArribaAbajoPrimera parte

Imagen Primera parte

  —[18]→     —[19]→  

ArribaAbajoCapítulo I

Advertencias precisas para el que sale de su patria y ha de vivir entre gentes que no comunicó


Imagen Capítulo I

Debe suponerse la diligencia que todo cristiano debe practicar, ofreciendo a Dios los negocios y cargos a que le destina y que le obligan al desamparo de su casa, familia y patria, y prometerle que todos ellos desea, con su divina gracia, dirigirlos a su mayor servicio; pues aunque sean temporales, si se manejan con moderación cristiana, nos conducen al puerto de una seguridad eterna, particularmente cuando el fin es honesto, y se anhela su consecución por medios proporcionados.

Ante todas las demás diligencias, debe cualquiera tener presente las calidades de su persona; y entienda,   —20→   que, si es noble, está obligado a manifestar la limpieza de su sangre, más con la ejecutoria de nobles, cristianos, políticos y atentos procederes, que con multitud de impertinentes informaciones, que sólo sirven de aumentarle el descrédito, cuando se porta quien las lleva, con infame trato. Sin embargo, yo aprobaré siempre la diligencia de que el viajero no salga de su casa para extrañas tierras, sin llevar en buena forma instrumentos que hagan fe de su bautismo, confirmación, limpieza de linaje, oficios que ha ejercido y pasaportes necesarios; pues muchos, por haber omitido esta diligencia, se han visto en mucha distancia de su patria, sin poder satisfacer a las calumnias que impuso la emulación; fuera de que todo lo dicho es preciso, por si en países remotos hubiese de tomar estado. Y lo mismo respectivamente deberá observar el religioso, el clérigo, el militar, etc., con el seguro de que, si en esto tuvo descuido el pasajero, el más ínfimo ministro de la policía le causará un bochorno de que no podrá recobrarse con perfección sino sangrando su bolsillo en sana salud.

Mire muy bien el pasajero con quien se acompaña, pues muchas veces llegará a donde jamás le han visto, y acertarán a definirle por su compañero. Innumerables veces logrará un hombre por sí muchas conveniencias y las perderá fácilmente por las compañías, y no se hallará quien se detenga a agasajar un perro, si éste habita en la cueva donde mora el tigre.

  —21→  

Cuantas palabras haya de pronunciar, han de haber estado primero en las balanzas de la razón. De lo que dejare de hablar, jamás ha de pesarle, y de lo que hablase, tendrá muchas veces que arrepentirse. Hable bien de todos, si quiere que le tengan por hombre de juicio. Especialmente cuide no hablar mal de nadie, delante de sujetos a quienes no conoce; porque puede haber algún interesado del que se murmura, y entonces puede la defensa ocasionar una desgracia. Aconsejo esto de experiencia, pues hallándome cierta ocasión en el café de Cádiz, dije algunas palabras inconsideradas de un francés, que a la sazón estaba ausente, muy distante de que los españoles que me oían fuesen de su parte, y no fue así; porque uno de los oyentes, aunque español, era su hermano, y fue muy necesaria la prudencia y respeto de los circunstantes para atajar los primeros ímpetus de su ira; en cuyo lance quedé confuso, pero escarmentado.

Lo que el pasajero quiere mantener en secreto, a nadie lo comunique; porque, si él que es más interesado lo dice a otro, menos lo guardará éste, porque le importa menos. Ni debe fiarse en que sólo lo comunica a su amigo, pues quizá no será amigo para siempre, y revelará a la primera discordia, lo que cuando había amistad se le comunicó en confianza. Examina las circunstancias del que se te hace amigo y mira si lo es de tu persona o de tu bolsa, y acuérdate que los tordos, sólo mientras hay aceitunas van   —22→   a los olivos. Si el que se llamaba tu amigo en lo próspero de tu fortuna, lo es también en lo adverso de la desgracia y pobreza, éste es buen amigo; pero si se hace golondrina, que antes que llegue el invierno ya se ausenta, éste es perverso, con el cual y sus semejantes, es necesaria una cautelosa astucia; pues muchos que conservaron su honra, hacienda y vida, guerreando continuamente en los ejércitos, lo perdieron todo junto y en breve, por sus falsos amigos.

Ha de ser el que vive fuera de su casa, puntualísimo en la cristiana política y urbanidad, y también lo ha de ser en la puntual correspondencia y comunicación; y si hay mucha necesidad de pesar lo que se habla, ha de pasar también por crítica medida cuanto se escribe. Jamás deje perder carta que le escriban, ni deje de copiar la menos importante de las que despacha; y de cuánta importancia sea este negocio, sólo lo sabe quien lo ha experimentado. Fuera que esta diligencia acreditará a cualquiera de cuerdo, prudente, sagaz, estadista y político, circunstancias que le harán respetable entre los hombres.

Otras innumerables advertencias o avisos, son necesarias, pero omítense aquí, porque en sus respectivos lugares se harán en este diario, con la puntualidad posible.



  —[23]→  

ArribaAbajoCapítulo II

Motivo que tuve para salir de la provincia de Aragón y pasar a Indias, y diario desde el convento en que moraba, hasta Madrid


Imagen Capítulo II

El año de 1748, a 2 de agosto, recibí una carta en la villa de Almunia, su fecha 28 de julio, en que un comisario de misiones de la provincia de Tucumán, en el reino del Perú, me suplicaba desde Madrid, fuese servido de incorporarme en la misión que estaba para llevar a dicha provincia. No dejé de considerar que aquella carta podía ser llamamiento del Señor, que sin embargo de mi indignidad, podía necesitarme como hábil instrumento en aquellas partes. No obstante, atendiendo al dilatado y peligroso viaje, respondí en el inmediato correo, que   —24→   no me determinaba; bien es verdad que di esta respuesta contra lo que interiormente me sugería el ánimo o espíritu.

Corrió el tiempo hasta el día 19 de octubre, en que, cuando menos pensaba, llegó el mismo comisario de misiones al convento de Santa Catalina de Cariñena, en el que actualmente era morador; y atendiendo a que ya era duplicado el toque y llamamiento, di lugar a que el dicho comisario me hablase sobre el asunto y me informase verídicamente del destino. Hízolo así; y luego entrando en cuentas conmigo propio advertí que en aquella santa provincia de Aragón, serviría yo de muy poco, y que podía servir de mucho en Indias, donde se pierde innumerable mies por falta de operarios, y ayudándome de la consideración de habérseme instado nominatim, sin intervención mía, conocí ser voluntad de Dios que pasase a la remotísima región del Tucumán, para cuyo efecto recibí la patente del comisario, y también el padre fray José Ramírez, que se hallaba de colegial; y habiendo recibido la bendición del guardián y los instrumentos necesarios, y pedido por escrito su bendición al reverendísimo padre provincial, que actualmente era el padre fray Ignacio Domínguez, determinamos pasar a Zaragoza, a despedirme de Nuestra Señora del Pilar, que desde luego elegimos por patrona de nuestra peregrinación, y quedamos de acuerdo de no despedirnos de persona alguna de dentro ni fuera del claustro, por excusar sentimientos y pesares, y últimamente   —25→   nos despedimos de nuestro comisario, que por la Almunia dirigía su viaje, para estar el día 23 en Zaragoza, donde este día por la noche habíamos de vernos. Aquí advierto que continuaré hablando en singular, pues no sé si mis compañeros verían y observarían lo mismo que yo.

El día, pues, 22 de octubre del dicho año de 1748, por la mañana, envié mi ropa, papeles y algunos trastecillos a la villa de Cariñena, por donde había de volver de regreso de Zaragoza, y este día, después de comer inmediatamente, mientras la comunidad daba gracias, tomé el báculo, sombrero y breviario, y partí por el camino de Zaragoza, hasta la villa de Morota, lugar del duque de la Palata, donde hice noche en casa de Diego Benito, donde hospedan a todos los religiosos con mucha caridad.

El día siguiente, 23, entré en Zaragoza, a las tres de la tarde, y no quise ir al convento, por evitar despedidas y ceremonias. Me hospedé, pues, en casa de don José Guallart, administrador del correo de la carrera de Valencia, adonde inmediatamente pasó el comisario y quedamos en que el día siguiente a las seis de la mañana, estaría en la puerta de Santa Engracia con una calesa en que había de partir a Madrid.

Esperé que se hiciese tarde y pasé al magnífico templo de Nuestra Señora del Pilar, donde estuve en su angélica y apostólica capilla por espacio de hora y media, y luego me retiré a casa de don José Alaestante,   —26→   canónigo de la santa iglesia metropolitana, por la ingenua amistad que con este caballero y toda su casa he tenido; de donde el día siguiente a las seis de la mañana, salí con bastante sentimiento de toda su familia.

Antes de pasar adelante, no omitiré ser esta ciudad la más hermosa y aseada que he visto en lo que he transitado. Tiene despejadísimas calles, y la que llaman del Caso, no tiene en España semejante. Sólo la calle de Alcalá, en Madrid, le parece un poco, pero no es tan buena. Tiene así mismo cerca de cincuenta comunidades. Sujetas al provincial de San Francisco, hay seis. Son suntuosos sus palacios. En una o en otra ciudad, se hallará algún templo que iguale a los de Zaragoza, pero a todos juntos no pueden compararse los de alguna otra ciudad, fuera de Roma. La Universidad es famosa y bien formalizada, y los estudios en ninguna parte se hallarán más florecientes que en este reino. La ciudad tiene fertilísima ribera y varios floridísimos monasterios en lo más ameno de sus huertas, y entre todos sobresalen las dos cartujas de la Concepción y Aula Dei. Báñanle dos ríos muy caudalosos; el uno es Gallego y el otro Ebro, que es navegable hasta Tortosa, y que no hay otro en España que pueda igualarle, sí sólo Guadalquivir. Sólo tiene un defecto, y es no sea puerto de mar; por cuya causa está la ciudad sin aquel concurso de gente que es capaz, aunque siempre está bien surtida de tropa. Abunda mucho de aceite, vino, lanas, frutas,   —27→   hortalizas, lino, seda, y finalmente, hay con abundancia de cuantos efectos produce la España. Tiene la ciudad Audiencia, Tribunal de Inquisición, capitán general del Reino, intendente de la Real Hacienda, arzobispo e iglesia metropolitana de grandísima autoridad y número de más de treinta dignidades, muchos colegios, seminarios, casas de ejercicios, casa y real compañía de comercio; el hospital general más insigne que se halla en Europa, casa de comedias, ricas arboledas y deleitables paseos; y lo más aseado que tiene esta ciudad, es la facilidad de hacer correr el río de la Huersa por sus calles más principales, siempre que hay necesidad de limpiarlas. Y sobre todas las riquezas, está en ella la imagen de María Santísima del Pilar, que viviendo la gran señora en Jerusalén, vino en carne mortal, y acompañada de innumerables ángeles, depositó en ella la santísima imagen que hoy se adora sobre el Pilar con la mayor veneración y concurso que es ponderable. Tiene otros muchos santos también, y finalmente tiene a los innumerables mártires, cuyas cenizas se veneran con la mayor grandeza y culto, como esta ciudad acostumbra.

De esta ciudad, pues, salí el día 24 de octubre de 48, a las seis de la mañana, con un calesero gallego que me conducía, y era muy buen hombre, que no es poca fortuna. Es de notar que al calesero siempre se ha de llevar contento; porque de lo contrario, tenga por cierto el pasajero que ha de llevarle a las peores   —28→   posadas, le ha de hacer madrugar, ha de llegar el último por la tarde a los mesones, cuando ya los mejores cuartos estén ocupados, y aún fácilmente se compondrá con la mesonera, para que el gasto de sus mulas lo incluya en la cuenta del amo, sin que éste lo note, y particularmente logran la suya, cuando conducen religiosos y gente nueva en los caminos. Soy de dictamen, que la calesa nunca debe alquilarse para todo el viaje entero, o que el que va de Cádiz para Barcelona, ha de alquilarla sólo hasta Córdoba o Madrid, pues si el calesero es bueno, proseguirá gustoso en lo demás del viaje, y si es malo, no se verá precisado a continuarlo.

Este día 24, fuimos a mediodía, a la venta de Mozota, que dista cuatro leguas de Zaragoza, y se pasa por el monasterio de Santa Fe, de monjes cistercienses, y por otro lugar que llaman María, dejando a la izquierda los de Guarte y Cadrete, que son de los dichos monjes, y también a Botorrita, con una venta nueva en el mismo camino; que ésta y el lugar son del marqués de Aviño. En la sobredicha venta de Mozota, a quien también llaman la Venta Vieja, encontramos al marqués de la Sierra, en cuya compañía fuimos hasta Madrid, y esta tarde fuimos a dormir a Cariñena, y pasamos por las villas de Muel, que es del marqués de Camarasa, y por Longares, que es del puente de piedra de Zaragoza, ésta es: todo aquel útil que había de tener un señor si fuese suya esta villa, está cedido por el rey para la conservación de   —29→   dicha puente y sienten muchos los de esta villa de Longares que les digan que son vasallos del puente. Esta jornada es de... leguas, y viénense todas ellas por huertas, olivares y viñas, excepto uno que otro retazo de tierra, no muy largo.

Esta noche estuve en Cariñena, en que hay hospicio de nuestra religión con siete religiosos, y allí encontré al guardián de Santa Catalina, con algunos padres y muchos colegiales, que noticiosos de que pasaba por allí aquella noche, me hicieron el favor de bajar a verme, desde el convento que dista una legua de la villa, en el cual yo era morador cuando recibí la patente para Indias. Es ésta una villa grande, en que se coge abundancia de vino. Tiene convento de recoletos, hospicio y monjas clarisas. Tiene una suntuosa iglesia con veinte y cinco sacerdotes, que componen una respetuosa congregación o capítulo: está toda la villa con su muralla, y queda cerrada con tres puertas; y junto a la una se ve una capilla de San Valero, con un pozo de agua riquísima, que el santo sacó milagrosamente, cuando lo pasaron preso de Zaragoza, donde era arzobispo, a Valencia. En tiempo de grandes secas, han faltado las aguas de los demás manantiales, y sólo en este pozo en que jamás ha faltado, han hallado refugio. Esta villa tiene su situación en la punta de una llanura de cinco leguas de larga, algo menos, y tres de ancha, y en este espacio, llamado el campo de Cariñena, están las villas de Almunia, Almonacid, Alpartil, Casuenda, Aguarón, Encinacorba,   —30→   Pariza, Longares, Cariñena y Alfamén, todas las cuales son abundantísimas de vino, menos la última; pero tiene fábrica de vidrio, aunque bastísimo.

El día 25 por la mañana, habiéndome despedido de los religiosos, partí a cosa de las siete, y habiendo caminado como una legua, entre olivares y vinas, llegamos al puerto de San Martín, que es un gran cerro con una legua de subida, en cuya cumbre hay una venta en que se halla bastante decencia, pagando lo que corresponde al gasto. De esta venta se baja como media legua por camino áspero, y luego se llega a un río poco caudaloso, que se llama la Huerva, al cual se sigue otra llanura como la de Cariñena con poca diferencia, la cual tiene por nombre, el campo de Romanos, y en él hay los lugares siguientes: Mainar, Villa Real, Villadoz, Romanos, Lechón, Baides, Cucalón y Lanzuela, en los cuales no hay otra cosecha que trigo, algo de cáñamo, algunas viñas muy pocas, y ganado.

El camino real pasa por Mainar, que se compone de una calle, y los demás lugares quedan a una vista. En éste, regularmente, se para a mediodía, como yo lo hice, y por la tarde se va a Retascón, que es un lugar pobrísimo, y luego se baja a Daroca, distante de Retascón media legua.

Es Daroca una ciudad no muy grande; tendrá ochocientos vecinos. Tiene seis comunidades, de franciscanos, mercedarios, trinitarios, capuchinos, padres de la Escolapia4 y monjas dominicas. Hay siete parroquias,   —31→   diversas fuentes por las calles, y una está en la puerta de la ciudad, que echa agua por veinte hermosísimos caños de bronce. Tiene deliciosísimos paseos, con grandes arboledas. Está la ciudad entre dos cordilleras, o grandes cerros, por cuyas cumbres van circulando los muros de la ciudad, que tienen muchos torreones de trecho a trecho. Hay una calle principal que corre de este a oeste. Tiene esta ciudad iglesia colegiata con su deán y bastantes canónigos, y lo demás del clero es numeroso. La iglesia es de lo bueno que he visto.

Para que las aguas no inunden la ciudad, hay una mina que tendrá quinientas o más varas de largo. Es alta y ancha, a manera de una gran bóveda; paséase por ella, en tiempo de verano, a caballo, a pie, y en coches, y aunque se encuentren dos, pueden pasar ambos sin embarazarse. Es esta mina rectísima, con alguna claridad, por la luz que participa de sus grandes puertas. Me persuado a que no hay otra obra más maravillosa en toda la Europa, en línea de minas. Corre igualmente con la calle de la ciudad, y está a un lado de ella, penetrando uno de los montes colaterales, y no es profunda, sino que está al mismo piso del campo, y por ella pasan las aguas que descienden de diversos montes; y si ella faltara, se inundaría sin duda alguna la ciudad, y en prueba de esto:

Sucedió el año de 1514, a 13 de julio, que una grande avenida fue arrimando a la puerta de la dicha   —32→   mina, gran porción de paja y ramazón, de manera que embarazó el tránsito de las aguas, por cuya causa metiose toda la corriente por la puerta alta de la ciudad, a tiempo que la puerta baja estaba cerrada, y no tiene esta ciudad otras puertas. Cuando se advirtió el peligro, ya no pudo evadirse, porque en breve se vio la ciudad con un estado de agua, y los habitantes estaban por las azoteas y torres de las casas, esperando su universal ruina; a tiempo que una grande y pesadísima muela de molino que estaba arrumbada en el zaguán de una casa, salió milagrosamente sobre las aguas y dio un recio golpe a las puertas de la ciudad; y no pudiendo abrirlas del primero, retrocedió por dos veces, contra la corriente, por espacio de veinte pasos, y al tercero golpe rompió las cadenas y cerraduras de las puertas, y abiertas con tan patente milagro, cesó el peligro. Hoy está esta piedra en la misma calle Mayor, en una capillita de San Buenaventura, en cuyo día sucedió el prodigio.

Hay también en el convento de la Trinidad, un hombre convertido en piedra, por una maldición que se echó con juramento falso: todo esto sé, porque está en lugares públicos. Está, últimamente, en esta ciudad, aquel famosísimo prodigio de las seis consagradas formas, bañadas en sangre, que el día del Corpus se muestran al innumerable concurso que se junta en dicha ciudad, en el que se experimentan repetidos milagros, librándose muchos energúmenos del demonio que aflige sus cuerpos.

  —33→  

Baña a esta ciudad el río Jiloca, que corre de sur a norte, el cual beneficia grandemente a la ribera que llaman de Daroca, que es la más regalada del reino de Aragón. Tiene nueve leguas de largo, y, por donde más, una de ancho; pero no hay en ella un palmo de tierra que no esté ocupado con diversidad de frutos y hermosas huertas, con lindas casas de campo. Para transitar por estas nueve leguas, ha de pasarse por medio de once villas y dos ciudades, que son: Luco, Burbaguera, Baquera, Monchones, Murero, Villafeliche, Montón, Velilla, Fuentes de Jiloca, Malvenda, Paracuellos y Calatayud, quedando otras cuatro a la vista, no media legua distante del camino, y son: San Martín del Río, Villanueva, Valdehorna y Morata. Todas son villas y lugares muy buenos. En Villafeliche hay muchas fábricas de rica loza, y ciento veintiséis molinos de pólvora. Calatayud es ciudad de cinco mil vecinos, quince conventos, estudios generales, muchas parroquias y hermosas huertas con sus grandes casas de campo.

Volviendo a coger, pues, el hilo de mi diario, digo: que el día veinticinco hice noche en el convento de Daroca, donde yo estudié Artes. Aquí encontré un hermano mío misionero, que, avisado por el correo de Zaragoza, de que este día pasaba por allí, vino del seminario a despedirse, que dista cuatro leguas de la carrera. Hablamos muy largo aquella noche, y por la mañana me despedí de toda la comunidad, que me acompañó hasta la portería; pero no me despedí de   —34→   seglar alguno, sin embargo de que tenía en esta ciudad muchos amigos.

El día 26 pasé muy de mañana el estrecho de la Ribera, y luego comenzamos a subir el puerto de Used, que tiene más de una legua de penosísima subida. De su cumbre, se ven con claridad todos los lugares de la dicha ribera y los del campo de Romanos, y con mucha distinción los Pirineos de Francia, que distan cerca de cincuenta leguas. Luego se sigue una bajada muy suave, y se halla un lugar de doscientos vecinos que se llama Used; aquí paramos a mediodía, y no falta providencia alguna, si se lleva plata. Una cosa extraordinaria se registra aquí, y es un palacio, cuyas paredes están solamente en altura de dos estados, poco más o menos. Pregunté qué significaba aquel edificio, en aquel estado, y me dijeron que había habido un caballero en aquel lugar que, siendo mozo, heredó el caudal de su padre, que eran cincuenta mil pesos. Fue a Madrid y dibujó en un lienzo el mejor palacio que vio, añadiendo en el diseño muchas ventajas. Condujo consigo los maestros, mandó abrir caleras, levantar carros para el trajín y acarreo; llamó canteros para labrar la piedra, y buscó finalmente todos los aperos necesarios para la fábrica; la cual comenzó con la suntuosidad que se ve, pues es cierto que no he visto muchos palacios de mejores fundamentos; pero comenzó con tan mala idea, que teniendo la obra en este estado, se concluyó el caudal, y se quedó sin él y sin casa. Regístrase con muchas   —35→   ventanas aquello poco que hay, y con cuatro puertas al oriente, poniente, norte y sur, de las cuales habían de nacer cuatro ramos de escalera, tan suaves y fuertes que pudiera por cualquiera de ellas subir el coche hasta el primer descanso, donde habían de estar las puertas de las primeras piezas, y bajar por el ramo de escalera que estuviese frente a la subida. Así lo vi explicado en la planta que todavía tenía un eclesiástico llamado don Felipe Ibáñez.

En este lugar comí a mediodía, y habiendo salido de él, y caminado como dos leguas, llegué al paraje donde se dividen los reinos de Aragón y Castilla, cuyo primer lugar es Tortuera, distante siete leguas de Daroca, donde hice noche; es un lugar pobrísimo, y así lo son todos hasta muy adentro de Castilla. Era el sábado cuando llegamos a él, y por la tarde fui personalmente a ver al cura, para pedirle licencia para decir una misa el día siguiente; y aconsejo a todos que así lo hagan; porque, sobre ser obligación, se pagan mucho de esta política; sin embargo, me pidió las licencias y cartillas de sacerdote, y se las manifesté inmediatamente.

Esta noche me convidó a cenar en su cuarto el señor marqués de la Sierra, y me excusé diciéndole que hacía colación; sin embargo de que yo podía usar del privilegio de comer carne, por estar en Castilla. Prevengo aquí de paso, que cuando nos juntamos en los caminos con estos señores, se ha de procurar no serles molestos y edificarlos cuanto se pueda;   —36→   sin embargo ha de ser con genio corriente, porque gustan mucho hallar un religioso de despejo y desembarazo, y mucho más si es noticioso y medianamente capaz. El religioso que halla estas compañías, ha de ser discreto, y no ponerse en asuntos que no entiende; mostrarse afable y nada vano ni altanero; porque hasta ahora no he visto que seglar alguno, ni aun el más relajado en sus costumbres, haya celebrado jamás la presunción y soberbia de un religioso, al paso que lo estiman mucho si es alegre y no tropieza en pelillos. Jamás ha de censurarse en nada a estos señores, si se les ve o no comer carne, etc.; porque regularmente tienen privilegios de militares, o si no lo son, estarán enfermos; no obstante, cuando se halla ocasión oportuna de introducir una plática espiritual, no hay que perderla. Es necesario también ir observando las ocasiones políticas, porque si el viajero es nuevo, estará poco impuesto en ceremonias, particularmente cuando se junta con algunos señores extranjeros. Si el religioso es aragonés, hasta imponerse, y mucho más si hay muchos tenedores en la mesa, porque es una compasión verlos en funciones de forma.

Día 27 a las tres de la mañana, fui a la iglesia a decir misa, y concluida, tomé chocolate con el marqués. Luego se pagó a la dueña del mesón el gasto, y se tomó el camino entrando por Castilla la Nueva, a aquellos lugarcitos en que comúnmente se hace noche, como son Ancueta, Maranchón y Torija, en los que no hallé cosa especial que notar, por ser lugares   —37→   pobrísimos y de poca providencia, aunque llevando plata no falta lo preciso para comer de regalo. Lo que hallé de nuevo es que, entre Ascolea y Maranchón, hay una gran llanura a que llaman los campos de Tranzos, y convienen todos en que éste es el paraje más alto de la España. Lo cierto es que desde Zaragoza, y por mejor decir, desde Barcelona, siempre es más lo que se sube hasta dicho paraje, y de aquí hasta Cádiz, siempre se baja alguna cosa.

Torija es una villa muy antigua, en que se registra un castillo muy fuerte, frente a los mesones, que son dos los que hay. Registré muy bien el castillo con todos sus torreones; y sin embargo de estar los vecinos de esta villa, no muy adelantados de medios, parece tienen su vanidad en repararlo y mantenerlo. Las casas están muy viejas, y muchas caídas desde la batalla de Viruega, que dista dos leguas de aquí, en cuyo tiempo, le tocó también a Torija su ración de trabajos. Estando cenando, vimos unos cocheros de muy buena librea, que habían venido a ver las muchachas del mesón, y supimos que eran del conde de Contamina, título de Aragón y domiciliado en Zaragoza, que había parado en el otro mesón. Le visitamos después de cenar, y luego que nosotros volvimos a nuestra posada, se vino detrás y nos volvió la visita, porque unos y otros habíamos de madrugar al día siguiente, para llegar aquel día temprano a las dos ciudades que se encuentran hasta Madrid.

  —38→  

Habiendo pues salido muy de mañana de Torija, llegamos a las nueve a Guadalajara, que dista cuatro leguas. Paramos en el mesón, y entre tanto que llegaba la hora y se disponía la comida, subimos al convento a ver el panteón de los duques del Infantado, que es el mejor que hay en la España. Está en nuestro convento de San Francisco, detrás del altar mayor. Es pieza de muy buena luz, y pueden decirse cuatro misas en él, porque tiene un preciosísimo tabernáculo de piedra jaspe, que es muy singular.

También es magnífico el palacio que los señores duques tienen en esta ciudad, de la que son señores. Este palacio es tan rico y suntuoso como lo tenga Madrid, y junto a él está la casa de la fábrica de paños, que los hacen finísimos. Tiene muchas y grandes piezas. En una hay hasta cien telares; en otra se está cardando la lana; en otra se hila, etc., y luego en los salones de abajo están los tintes de todos los colores, y muy inmediatos los batanes. Esta fábrica comenzó a formalizarse a diligencias de aquel primer ministro que fue de España, el excelentísimo duque de Riperdá, tan afortunado entonces, como después infeliz. (Véase su vida en dos tomitos en octavo, y no se hallará cosa más trágica). No hay fábrica mejor en España, que la de Guadalajara. Aquí estuvimos hasta las dos de la tarde, y luego partimos para Alcalá, que dista de aquí cuatro leguas cortas de muy buen camino, en que se va costeando el río [H]enares, que sin duda, o no podrá sacarse de la madre para regar la tierra, o ésta no será   —39→   apta para el riego, porque, siendo tierra muy llana, no hay huertas, ni frutas, ni tierra alguna de regadío.

A las cinco de la tarde entramos a Alcalá, y despachando la calesa al mesón, fuimos nosotros al convento de San Diego, y habiendo tomado la bendición al guardián, salí a ver la ciudad. Lo primero que se encuentra es la Universidad insignísima que fundó el infatigable celo del señor Cisneros, en cuyo frontispicio, advertida su grandeza, conocerá cualquiera el grande ánimo y generosidad de su fundador, cuyo concepto se acrecentará, considerando con igual reflexión la interior grandeza.

Tiene esta felicísima ciudad, diecisiete colegios, que son: los dos colegios mayores de San Ildefonso y San Pedro y San Pablo, los cuales están dentro de la Universidad, como también el colegio de Terlinguae: hay tres de gramática, tres de filosofía, el de la Madre de Dios, de los teólogos, el de los verdes, el de Málaga, el de Aragón, el de los Manriques de Lara, que es de esta familia, el de los Irlandeses, el del Rey y el de San Clemente. Hay comunidades de cuantas conocemos por España; y no dejó de admirarme ver que los colegiales mayores de San Pedro y San Pablo, que son de nuestra religión, están, en todo y por todo, sujetos al rector de la Universidad, que regularmente es un lego, porque siempre es colegial de San Ildefonso, de modo que el guardián que estos colegios tienen, parece guardián de ceremonia o de comedia. Casi toda la ciudad se compone de comunidades y colegiales, pues   —40→   siendo así que está muy extendida y con bastante gente, no pasa de ochocientos vecinos.

La iglesia se llama «magistral», y su prelado es abad. Hay en ella treinta y seis canónigos, y todos por precisión han de ser graduados en aquella Universidad, de donde puede inferirse de cuánta autoridad será un cabildo tan venerable y docto. Discurro que no le habrá más respetable en la Europa.

Lo que en esta ciudad hay que ver, es, primeramente la capilla del señor San Diego, de que son patronos los reyes. Es magnífica y en ella dije misa. En el altar mayor de esta misma iglesia, que es la de San Francisco, está Nuestra Señora de Jesús, que es la pintura más excelente que puede verse. Las dos sacristías de la Compañía y agustinos descalzos, es cosa singular. Las calles son muy despejadas, pero los edificios bajos, sólo de un alto: el temple es bellísimo, y cuanto hay en esta ciudad parece bueno.

De aquí salí el día 31 por la mañana y fui a comer a la Alameda, que es un paraje alegre, con algunas ventas, dos leguas de Madrid. Comí con ocho jesuitas, y muy temprano llegué a la Corte.

No puedo omitir un caso gracioso que sucedió al entrar en ella, porque nadie entra víveres en la villa, sin pagar sus respectivos derechos en las puertas. El calesero que yo llevaba, que era un gallego, entraba en el pesebrón de la calesa, una bota con dos cuartillos de vino: viéronla los guardas y preguntaron si era de religiosos, y que, si lo fuese, pasase adelante; pero   —41→   que si era del calesero, que pagase lo que correspondía; y entonces el gallego, cogiendo la bota, respondió: Yo lo mudaré de vasija y lo pondré en otro cuero que es franco de gabelas por privilegio antiquísimo y cogiendo la bota, y estando un paso fuera de la puerta, apuró cuanto vino tenía, y montando en su mula, entró sin embarazo.

Imagen Capítulo II



  —[42]→  

ArribaAbajoCapítulo III

Entro en el convento de San Francisco de Madrid; lo que en él y en la Corte vi y me sucedió hasta el día 22 de noviembre en que salí para Cádiz


Imagen Capítulo III

Las cuatro de la tarde serían cuando llegué al convento de esta Corte, y habiendo visitado al padre guardián, que lo era el reverendísimo padre Picazo, quien actualmente estaba escribiendo su curso teológico sobre los sentenciarios, pasé a tomar la bendición del Reverendísimo de Indias, que estaba fuera, según me dijeron; luego busqué al reverendísimo padre custodio de la provincia de Chile, a quien iba dirigido con carta: también estaba fuera del convento; conque toda la tarde estuve de plantón en una esquina del claustro con mi maletilla; y habiendo pasado innumerables frailes, ninguno me   —43→   preguntó, unde venis, aut quo vadis? y aun me parece que nadie me hizo cortesía, hasta que quiso Dios que llegó el dicho Custodio, que me llevó a su celda, agasajó y me regaló; me acompañó a ver los reverendísimos, y pidió una celda para que descansase. Dios se lo pague.

Poco a poco fui observando cómo me había de gobernar. Visité todos los indianos que estaban esperando el capítulo general, y entre ellos vi uno que estaba pagando diariamente a un maestro francés para que le enseñase a hablar su idioma y hacer varias cortesías con pies y manos y cuerpo, en que se empleaba con tanto conato, como si fuese un guardiamarina.

Este convento es antiquísimo y fundación de nuestro padre San Francisco, por cuya causa nunca se ha permitido hacer una iglesia, sin embargo de ser pequeña. Hay en ella muy buenas capillas y muy aseadas, y entre todas se distingue la de la Aurora, que es bellísima. Mejor que la iglesia es la capilla de los terceros, del mismo modo el cuarto de Indias, es mejor que todo el convento; el refectorio es grande, y no hay otra cosa visible.

La villa tiene muchos y suntuosísimos palacios de los grandes. El rey vive regularmente en el del Retiro, que está fuera de los muros de la villa, a la parte del Leste. Mirado de fuera no parece tan bueno como es en sí. Sus alhajas no pueden numerarse, ni explicarse su preciosidad. Tiene riquísimos jardines, y en el   —44→   más inmediato a las habitaciones de los reyes, está el celebrado caballo de bronce con la estatua de Carlos V de jinete. Está el caballo en ademán de hallarse en carrera, y tiene todo el cuerpo y las manos en el aire, y sólo estriba o descansa con los pies sobre una columna elevada.

Fuera de los muchos jardines hay un bellísimo soto o bosque con mucha caza. Están los paseos con muchos surtidores de agua. Vense también, a poca diligencia, las divisiones o apartamentos donde están las fieras y animales poco conocidos en España. Lo más singular que observé aquí, fue ver en una jaula de hierro, dos gatos y muchos ratones en muy buena amistad, y comían juntos cuando llegaba la hora.

Sin embargo de lo dicho, viene a ser este palacio una choza, en comparación del Escorial, que dista siete leguas de Madrid, ni tampoco llega al de Balsain que está en la falda del Guadarrama, cerca de Segovia, donde lo más admirable es el juego de las aguas y jardines. De sólo el Escorial hay escrito un tomo entero, donde el curioso podrá informarse, con advertencia que todavía está diminuto.

No obstante esta inexplicable grandeza, es más magnífico el palacio nuevo, que actualmente se está fabricando en la parte occidental de la villa. Es la fábrica más singular que tiene la Europa. Bajo la tierra hay siete suelos, y fuera de ellos otros siete, todo es de piedra y bóveda, sin que para todo el palacio se necesite un palmo de madera. Díjome el maestro que   —45→   no se había puesto piedra en la obra que no tuviese de costo trescientos reales; y esto debe entenderse de las que menos han costado. Todas ellas están engastadas con gruesísimos barrotes de hierro, de modo que quedará como si fuera de una pieza; las columnas, estatuas y demás molduras, están labradas con tanto primor como si fuesen de seda. Actualmente estaban trabajando en dicha fábrica, cuatro mil hombres, y de ahí para abajo, nunca había inferior número. El suelo último viene a igualar con el plano por donde corre el río Manzanares, y dicen que puede traerse a él. En los tres suelos últimos, no puede habitarse; sin embargo de que hay las mismas piezas que las de arriba: conque sólo podrán servir para rigurosísimas prisiones, y los que fueren puestos en ellas, durarán muy poco. Es poquísima la luz que llega a dichas habitaciones. De todas las oficinas salen sus respectivos albañales y desaguaderos, por conductos que van penetrando toda la pared de palacio, hasta el río. Registré muy despacio las habitaciones que estaban hechas para los reyes. Dentro de este palacio han de estar los consejos y todas las demás salas y ministros de corte. Me aseguraron que habían gastado en su construcción, hasta la hora en que yo le vi, ochenta y siete millones de pesos, y que para finalizarlo perfectamente, era necesario cincuenta. Es sentir común de nacionales y extranjeros, que no tendrá otro monarca del mundo, palacio más soberbio y magnífico; y de mí confieso que no pensé que entendimiento   —46→   humano tuviese ni pudiese tener tan atrevida idea. El oficial principal de ella había muerto, y actualmente gobernaba aquella máquina un mocito navarro de veintitrés años, con mil doblones de sueldo y coche franco.

Los demás palacios que hay en la corte, de los grandes y ministros extranjeros, son más de cuatrocientos, contando sólo los más visibles; pues hay innumerables casas de caballeros particulares que podían serlo de un monarca.

Las iglesias de Madrid no son muy grandes, pero son aseadas y con riquísimas alhajas. Particularmente las hay en la del Colegio Imperial, en la de San Isidro y en la de Nuestra Señora de Atocha, que es convento de dominicos, en cuya iglesia está la capilla de la Virgen de que son patronos los reyes. Es mucha la plata que hay en ella, y el camarín es grande y aseadísimo, con grande número de reliquias en sus respectivos nichos, de que están llenas las paredes de él. La lámpara de plata que hay en la capilla, es la mayor que jamás he visto, y sólo vi otra en la Catedral de Cádiz, que es con poca diferencia como ella, aunque un poquito menos. La sacristía de los carmelitas descalzos, tiene las mejores pinturas de la Corte. El coro de los padres mercenarios, es el mejor que hasta ahora he encontrado. En los descalzos agustinos del Prado, está Nuestra Señora del Olvido, que tiene una esclavitud muy florida, y de los primeros hombres de la Corte. La plaza de Madrid es de las mejores   —47→   de la Europa, y creo que no se hallará igual. Todas las casas de ella son de una misma altura; tienen cinco líneas de balcones que con igualdad y simetría rodean la plaza: están dorados mucha parte de ellos, y los frontispicios de las casas pintados; es la plaza grandísima, y tiene sus corredores por bajo de los cuales se da vuelta a toda ella. Viven dentro de la plaza diez mil vecinos; cuando por alguna causa de regocijo universal se ilumina, es cosa de las más visibles y gustosas que pueden lograrse.

Las calles de esta Corte son innumerables, y pueden registrarse con facilidad en los diversos planos en que está esculpida esta real villa; y particularmente puede verse todo en el impreso en París por M. Bomperd, año de 1723, dedicado al duque de Alba, por ser éste el que a mi parecer ha salido con más perfección, en el que claramente se forma el concepto de lo que esta Corte es, y en que con toda distinción se ve la muchedumbre de monasterios, conventos, iglesias, palacios y paseos.

Báñala el río Manzanares, que por lo ordinario no es caudaloso, aunque sí tiene algunas grandes avenidas. Corre este río de sur a norte, por el oeste de la villa, y luego que pasa de ella se inclina al noroeste; júntase con el río Tajo, y ambos entran en el océano por Portugal.

Todos los víveres, aunque se hallan aquí muy regalados, pero muy caros, y consiste en que cualquier género que haya de introducirse en la villa, se paga   —48→   en las puertas casi tanto como importa su principal; y la causa de estas gabelas está en que nunca puede computarse el cierto número de vecinos que la villa tiene, por ser la mayor parte de sus moradores transeúntes y no domiciliados en ella, y también porque la multitud había de ocasionar para recaudar el tributo mucha confusión, y que pagan todos los que comen.

El modo de vivir en la Corte, es tratar a todos con desconfianza, comunicar sus negocios con muy pocos, no dar su caudal antes de conseguir, pero sí ofrecer a tiempo; y la mayor felicidad consiste en acertar a elegir patrimonio de valimiento. Se ha de hacer esfuerzo para no manifestar mucha pobreza, aunque la haya, porque no hallará quien le haga una cortesía. Aunque unos u otros de aquellos mismos ante quien pretende, le hagan algunos desaires, no debe darse por entendido, tenga paciencia y proponga entonces sus negocios con más instancia, que acá no se extraña la majadería, antes se les paga sus dilaciones en la misma moneda.

Los tribunales regulares, claro es que están en otra forma, pero ningún religioso piense en desocuparse el primer día. Atienda a que aquí residen por lo regular prelados generales oprimidos con el peso de todos los negocios de sus respectivas religiones. Consiste el buen despacho, en algunas ocasiones, sólo con el acierto de una buena hora; inclúyase primero el pretendiente con los secretarios, y algunas veces importa   —49→   más tener gratos a los legos compañeros, ya para que por sí apunten alguna especie, si hay lugar, y ya finalmente para que le faciliten la entrada a tiempo oportuno. Valga lo dicho lo que pudiere, con la advertencia que el que va a la Corte, ha de llevar algo más que instrucciones.

Imagen Capítulo III



IndiceSiguiente