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ALMARAZ. Don Fray Juan de -natural de Salamanca, hijo de don Alonso de Almaraz y de doña Leonor Portocarrero; nieto de Diego López Portocarrero y de doña María de Monroy, mayorazgos en Salamanca. Don Alonso, vino por gobernador al Reino de Tierra Firme, según dice fray Antonio de la Calancha en el libro 4.º de su Crónica moralizada (mas no le hallamos en el catálogo de los que obtuvieron ese mando, y que inserta Alcedo en su Diccionario Geográfico de América). Fue después contador de las cajas reales de Lima, a cuya ciudad trajo a sus hijos don Juan y doña Mencía conocida bajo el apellido de Sosa, que casó con don   —168→   Francisco Hernández Girón, el caudillo del levantamiento de 1553; y después de la ejecución de este, tomó hábito de religiosa en el convento titulado de la Encarnación que fundó en unión de su madre también viuda.

Don Juan entró el día 19 de mayo de 1555 en el convento de San Agustín de Lima donde concluyó sus estudios. Fue gran predicador, maestro de novicios, calificador del Santo Oficio y catedrático de escritura de la Real Universidad de San Marcos donde existe en retrato. Alcanzó la cátedra por oposición en 22 de octubre de 1581, y el Rey se la perpetuó a pesar de que sólo debía ocuparse por cuatro años. Desempeñó en su orden diferentes cargos como el de subprior, definidor varias veces, prior, prelado del convento de Ica que se fundó en 1583, y por último obtuvo el de Provincial en el capítulo que se celebró en el Cuzco en 23 de junio de 1591. Asistió, siendo Prior, al Concilio III Limense que reunió en 1582 el arzobispo Santo Toribio.

Hizo visita en su calidad de prelado y caminó hasta Trujillo donde cayó enfermó y falleció en 5 de abril de 1592, de edad de 70 años. Habíale presentado el Rey para obispo del Paraguay en 1591, mas las cédulas se recibieron en el Perú después de su fallecimiento. El maestro Gil González Dávila confirma estas noticias en su Teatro Eclesiástico, refiriéndose al abecedario33 del maestro fray Tomás Herrera.

ALMEIDA. El maestro y doctor don Domingo de. Vino de España de capellán de Santo Toribio. Era hombre de probadas virtudes, daba de limosna cuanto tenía, salvo aquello que reservaba para adorno y culto de la iglesia. Fue Deán de la catedral de Lima, en la cual fundó una fiesta anual a Santo Domingo. Suscribió como Deán la representación que hizo el cabildo eclesiástico de Lima en 15 de mayo de 1631, ante el arzobispo don Fernando Arias de Ugarte pidiendo se hiciesen informaciones de la inculpable vida del arzobispo don Toribio Alfonso Mogrobejo a fin de roturar en beatificación y canonización. Falleció de 91 años en 1645. El mismo arzobispo Arias de Ugarte nombró en abril de 1630 al deán Almeida para que asociado al arcediano doctor don Juan de la Roca, siguiese el proceso sobre la vida y hechos de Rosa de Santa María que concluido, se recibió en Roma en 1634.

ALMEIDA. El presbítero don Manuel Núñez de. Portugués, murió en Lima por no haber querido tomar alimento desde que le hizo poner preso el Tribunal de la Inquisición. Fue ahorcado en estatua y quemados sus huesos en 21 de diciembre de 1625. En este auto de fe hubo 24 reos, que sufrieron las penas a que se les condenó.

ALMENDRAS. Francisco. Uno de los soldados conquistadores que trajo al Perú don Francisco Pizarro, con quien entró en Cajamarca y se halló en la prisión y muerte del inca Atahualpa, habiéndole tocado 181 marcos de plata, y 4440 pesos de oro en el reparto que se hizo del tesoro reunido por aquel Rey para su proyectado rescate. Fue Almendras regidor del cabildo que se formó en la ciudad del Cuzco, y como tal suscribió la acta en que fue reconocido por gobernador el Adelantado don Diego Almagro en 18 de abril de 1537 al ocupar con fuerza esa capital a su regreso de Chile.

Era regidor en Chuquisaca cuando se supo en 1541, la muerte de Pizarro acaecida en Lima, y la usurpación del gobierno hecha por don Diego el hijo de Almagro. Aquel cabildo invitó al capitán don Pedro Anzúrez del Campo-redondo, que con una fuerza expedicionaba hacia la provincia   —169→   de los juríes, con el fin de que se regresase y marchara al Cuzco a unirse con don Pedro Álvarez Holguín que allí había levantado bandera contra Almagro. Anzúrez aceptó el plan propuesto, y al venirse con su tropa al Perú dejó a Francisco Almendras de justicia mayor en Chuquisaca. Después, en 1544, se alteraron los ánimos de los que poseían indios de repartimiento, y rechazaban las reales ordenanzas que trajo el virrey Blanco Núñez Vela, quien se empeñaba en ponerlas en ejecución. Gonzalo Pizarro por su parte, y en virtud de la excitación de muchos, salió de un pueblo en que se hallaba cerca de Chuquisaca, y se propuso acaudillar un levantamiento al cual precedió el título que aceptó de procurador general para suplicar de dichas ordenanzas, y que se suspendiesen hasta posterior resolución del Rey. Mas como con este pretexto formó tropas, y con ellas salió del Cuzco para Lima, la revolución y la guerra civil se hicieron inevitables; pues la Audiencia se decidió a expulsar al Virrey creyendo con esto contener a Pizarro y evitar la anarquía. Almendras salió de Chuquisaca con dos sobrinos suyos para unirse a este, y lo encontró cerca de Titicaca. Del Cuzco Gonzalo Pizarro envió a Almendras, que era confidente suyo, a Guamanga para que recogiera unas piezas de artillería que dejó allí el gobernador Vaca de Castro. El Cabildo negó la existencia de ellas, y Vasco Guevara que las tuvo a su cargo, las ocultó y se vino para Lima. Almendras puso en tormento a varios indios, y así pudo descubrir el paradero de esos cañones que al instante se llevó con el caudal que había en tesorería. Regresando al Cuzco, recibió orden de Gonzalo para que saliese a encontrar en el camino al obispo de Lima y otros que conducían unas provisiones del Virrey, y se las quitasen. Halló Almendras en efecto a Pedro López y Francisco Ampuero, y preguntándoles por esos decretos que iban a notificar a Pizarra, dijo el primero que él los llevaba y luego se los entregó. Almendras con insolencia les aseguró que no los ahorcaba porque sabía que Gonzalo estimaba a Ampuero: y al despedirlos para que se volviesen, les dio una carta para el Obispo a fin de que no pasara adelante. Hízolo sin embargo el Obispo, y cuando se vio con Almendras este le impidió el paso amenazándolo, y queriéndole quitar la mula para que anduviese a pie.

El Virrey en una cédula que mandó después al Cuzco llamando al orden a los conspiradores, exceptuó a Almendras del perdón que a todos ofrecía. Almendras reunido a Gonzalo le avisó que Gaspar Rodríguez de Campo-redondo tenía premeditado matarle: esta acusación parece quedó sin esclarecerse. Pizarro encargó a Almendras, ya en Lima, que marchara de gobernador a Chuquisaca ordenándole que a su llegada hiciese matar a Luis de Rivera y Juan Ortiz de Zárate. Estos y otros fugaron en distintas direcciones al aproximarse aquel: mas Almendras les privó de sus repartimientos y demás bienes; y lo mismo hizo con Lope de Mendoza a quien iba a matar. Salvose por los ruegos de don Diego Centeno, y salió desterrado. Refiere el Palentino (capítulo 16 de su historia) que Almendras, hombre principal y rico, quería como a hijo a Centeno, y que éste le llamaba padre, porque acudió a sus necesidades auxiliándole en su juventud; y que cuando Almendras marchó de Lima para gobernar por Gonzalo Pizarro en Chuquisaca, hizo aquel esfuerzo y consiguió ir en su compañía.

Mandó Almendras dar muerte en aquella ciudad a don Gómez de Luna a pesar de los ruegos del vecindario, sin más razón que su desafecto a la causa de Pizarro. Centeno que estaba de Alcalde, se asoció a otros para pensar en deshacerse de Almendras que era un tirano. Trataron de matarlo y pronunciarse luego por el partido del Rey, pues sabían que el Virrey   —170→   Vela, tenía ejército en Quito para volver sobre el Perú. Centeno tuvo que venir a Paria a vender los bienes de Pedro del Barco, a quien Francisco Carvajal había muerto en Lima; y con este motivo suplicó a Almendras permitiese que Lope de Mendoza fuese a Paria a verse con él, y que después se volvería a su destierro.

Lo concedió así el gobernador, agregando que cumpliera la pena donde quisiese. En Paria se juntaron con Camargo, Rivadeneira y Alonso Pérez de Esquivel, y convinieron en hacer la revolución matando a Almendras. Centeno escribió a éste para que diese licencia a Mendoza para entrar en Chuquisaca y estar allí por unos pocos días, a lo cual se prestó Almendras, y sabiendo que llegaban los conjurados, de quienes nada temía, salió a recibirlos, y aun satisfizo a Mendoza. No faltó quien dijera al gobernador que recelara de la unión de esos hombres, mas él no formó concepto de semejante aviso.

Entre tanto ellos acordaron que Centeno fuese a donde Almendras a darle noticia de que Gonzalo Pizarro había derrotado en una batalla al virrey Vela, y que en el acto de estar Almendras oyendo una nueva de tanta magnitud, entrasen los otros y lo prendiesen. Cumplió Centeno su infame compromiso, y encontrándolo en cama se abrazó de él y le dijo se diera preso. Turbose Almendras al oír tan extraña intimación, pero solo y desnudo, tuvo que ceder a la fuerza. Lleváronle a casa de Centeno, con un Diego Hernández criado de Pizarro al cual ahorcaron, y a él se le formó proceso en que probados diferentes delitos, como el asesinato de don Gómez, la rebelión contra e l Rey, el atropellamiento al obispo de Lima, el haber roto la puerta de las cajas Reales de Guamanga, tomándose el tesoro etc.; fue sentenciado a muerte. En vano Almendras con humildes súplicas clamó se compadecieran de sus doce hijos pequeños, e invocó la amistad de Centeno para que le dejasen con vida: nada le valió, y con voz de pregonero fue llevado al lugar en que mató a Luna, y allí le ajusticiaron de orden del mismo Centeno en 16 de junio de 1545.

En 1548 después del triunfo del gobernador don Pedro de la Gasca y de la muerte de Gonzalo Pizarro y tantos otros, se mandó arrasar la casa de Francisco Almendras y llenar de sal el sitio, poniéndose un letrero para recuerdo de sus hechos.

Diego de Almendras su sobrino, se mezcló también en las guerras civiles y figuró aunque no en sucesos notables. Sirvió de capitán de arcabuceros con el mariscal Alonso de Alvarado en la lucha contra Francisco Hernández Girón el año 1554. Estando en esa campaña encontró con un negro a la boca de una cueva y lo hizo rendirse, pero al ir a atarlo de las manos para conducirlo, pues andaba prófugo, el negro de sorpresa le quitó la espada con la cual dio a Almendras varias estocadas que le causaron la muerte.

Otro sobrino de don Francisco fue Martín Almendras que militó también en el Perú. Vino de Chuquisaca a invitar al capitán don Pedro Álvarez Holguín para que se declarase contra don Diego Almagro, el hijo. Después estuvo a órdenes de Francisco Carvajal en la campaña contra don Diego Centeno, y continuó en clase de capitán de Piqueros. Luego, abandonó sus filas y se adhirió a las del Rey que mandaba el licenciado Pedro de la Gasca. Más tarde fue alcalde de Chuquisaca figurando contra los bandos revolucionarios y con sentencia suya fue descuartizado Egas de Guzmán. En alteraciones posteriores y cuando el mariscal Alvarado hizo numerosos y crueles castigos, fue arrestado Martín Almendras, parece que sin motivo, y no se le impuso otra pena que una multa de 500 pesos.

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ALMODÓVAR. El duque de. (Don Pedro Suárez de Góngora). Dio a luz en Madrid en 1788 la Historia política de los establecimientos ultramarinos de las Naciones Europeas, reformando la historia filosófica y Política del abate Raynald bajo el seudónimo «Eduardo Malo de Luque» anagrama de «El Duque de Almodóvar».

En esta obra se refiere que en el año 1588 el capitán Lorenzo Ferrer Maldonado, con el piloto Juan Martínez pasaron por el Norte de América del mar Atlántico al Pacífico y de éste a aquél. No llegó a publicarse, o no escribió, la parte respectiva a la América meridional. En el Mercurio Peruano de fines del siglo pasado, se opinó que Almodóvar y Malaspina eran los que podían escribir acerca de las Indias, aventajando a Robertson y Raynald.

ALMOGUERA Y PASTRANA. Véase Casares marqués de.

ALMOGUERA Y PASTRANA. Don fray Sebastián de. Religioso de la Merced, natural de Lima, de la familia de los marqueses de Casares. Fue provincial de su orden y Catedrático de Prima de Santo Tomás en la Universidad de San Marcos en que existe su retrato. Fundó para él esta cátedra doña Mariana de Sarmiento Pastrana, su madre, por el año 1665 con la renta de 500 pesos, que habiendo faltado después, la reemplazó el convento. Obtuvo el obispado del Paraguay en 1685.

ALMOGUERA Y RAMÍREZ. Don fray Juan. De la orden de la Santísima Trinidad, Arzobispo de Lima. Nació en Córdova en 18 de febrero de 1605 y fueron sus padres don Juan de Almoguera y doña Catalina Ramírez. A la edad de once años se opuso allí a una beca que alcanzó en el Colegio de Pedro López que gobernaban los jesuitas, y en el cual hizo sus estudios. Ya de religioso, enseñó en Córdova y en Sevilla, filosofía y teología. Fue presentado y maestro, provincial en Andalucía y visitador. Estuvo en Tetuán en la redención de cautivos, y después pasó a Madrid. El rey Felipe IV le nombró su predicador, y en 1658 le eligió obispo de Arequipa. Salió de Cádiz en noviembre de 1660. Consagrole en Cartagena en febrero de 1661 don Agustín Muñoz y Sandoval obispo del Cuzco que se hallaba allí de tránsito. Desembarcó en Payta con el virrey conde de Santistevan. Llegó a Lima en 7 de julio de dicho año, y a Arequipa el tres de diciembre. Adornó la catedral con buenos retablos: costeó el altar mayor y la custodia, y todos los años el día de Corpus Christi dedicaba alguna alhaja a su iglesia. La consagró en 16 de abril de 1673, después de haber hecho la visita de la diócesis. Reedificó el templo y el convento de Santa Catalina que estaban arruinados por los temblores: hizo los dos coros, una enfermería, un granero, varias oficinas y una cerca de piedra, gastando más de cincuenta mil pesos.

En el hospital de San Juan de Dios fabricó a su costa una sala de bóveda de cantería. Favoreció en diversos respectos y socorrió al Colegio Seminario. Dotó en la catedral dos capellanías, y dio una gruesa limosna para edificar la Iglesia Parroquial de Santa Marta. Por los años de 1666, y por comisión de la Audiencia que gobernaba el Reino por muerte del virrey Conde de Santistevan, el obispo Almoguera trabajó con mucho esfuerzo por que se sosegara el vecindario de las antiguas minas de Salcedo que se había entregado a las más escandalosas revueltas de que fueron víctimas muchos individuos. Véase Salcedo.

Fue ascendido el obispo al Arzobispado de Lima para cuya ciudad salió   —172→   en marzo de 1674 y llegó a ella el 7 de mayo. Recibió las bulas y palió en 6 de octubre de 1675. En Lima, suspendió las licencias de los confesores y los examinó él mismo, como lo había hecho en Arequipa.

Formó en el Palacio Arzobispal una cárcel para los sacerdotes que fuese preciso corregir, evitando a los que delinquían castigos de otra especie que los degradasen. En esta reclusión los aconsejaba y atraía a buen camino, haciendo servirles a su costa el alimento. Dispuso por auto de 5 de octubre de 1674 hicieron los curas un padrón de mujeres escandalosas, y de los hombres casados en España y otros puntos. Luego mandó cambiar de unos barrios a otros a dichas mujeres, y exhortó a las justicias para que las castigasen: a los casados los compelió con censuras para que se restituyesen a sus domicilios. El gobierno toleraría entonces estos avances de la autoridad eclesiástica, que prodigando la excomunión en materia tan delicada y cuestionable, hacía desmerecer y bajar su influencia.

Dictó ordenaciones para el buen régimen de los monasterios y reformar costumbres que no convenía subsistiesen. Mandó adoptar el canto llano en los oficios de Semana Santa vedando el uso de instrumentos de cuerda. Prohibió que en Pascuas y festividades se cantasen «romances, villancicos y chanzonetas». Que en los comulgatorios se pusiesen enramados, flores y otros adornos; que hubiese convites en autos, procesiones y misas de gracias; que se pusieran en los templos cojines para las mujeres y se les sirvieran34 flores, aguas de olor y otros obsequios. Mandó que las iglesias no se abriesen de noche y que la misa de Navidad se celebrase a las seis de la mañana y no antes. Que las religiosas no usasen «puntas ni encajes, cosas de seda, preseas de oro, perlas y pedrería al pecho ni en las orejas. Que no anduviesen con sayas picadas, sin hábitos e sin velo, ni con mantillas de colores». Estas prohibiciones y otras hacen conocer cuales eran los abusos que entonces dominaban en los monasterios,

Fomentó el hospital de San Pedro y la Congregación de San Felipe Neri, donde hizo a sus expensas un hermoso retablo y una celda interior que frecuentaba. Solicitó en 7 de junio de 1675 la fundación del monasterio de las Trinitarias edificado por doña Ana de Robles, rentándolo el obispo con más de noventa mil pesos; y protegió y socorrió el beaterio de Amparadas, de cuya casa fue también benefactor don Nicolás de Torres, alguacil mayor de Cabildo, sobrino del Arzobispo, por encargo muy encarecido que le hizo al morir el venerable padre Francisco del Castillo. Véase Robles, doña Ana.

«Se habían fundado en las iglesias, así parroquiales como de las sagradas religiones y de los hospitales, varias cofradías en Lima, desentendiéndose de las Bulas que por la Santidad de Clemente VIII y otros Sumos Pontífices están expedidas para la forma que se ha de guardar en ellas, con las penas y censuras expresadas contra los que las violentaron; cuya primera condición es, que en cada iglesia no haya más que una sola cofradía, y que para el recogimiento de las limosnas, no haya formas cuestuarias. A que se junta la providencia del Concilio Aurelianense, citado en el decreto, que prohíbe con palabras severísimas, el que haya congregaciones, ayuntamientos, colegios o cofradías unidos, que con pretexto del mayor servicio de Dios Nuestro Señor y su divino culto, fomenten la recepción de las limosnas por empadronamiento de las personas y facciones de ésta o aquella calidad, como se suele hacer para haberlas de adquirir y conservar.

»Por lo cual, escandecido el sagrado Consistorio del Concilio de semejante disposición, cogió las armas sagradas de la iglesia, que son   —173→   las censuras, y las publicó contra tan detestable abuso dando la razón, que es digna de todos los prelados, para no permitirlo: que la limosna ha de nacer de ánimo liberal y devoto corazón agradecido a Dios, por los beneficios que nos hace, y no del concierto y precisión de contratos políticos, en que no obra la voluntad libre, como debiera, sino los motivos del interés y propia correspondencia.

»Y considerando su ilustrísima, que en las cofradías que se habían fundado, si no se hubieran introducido las cartas de ofrecimiento, que se habían repartido (y reparten) esta ciudad, fuera pocos los feudatarios; de que racionalmente conocía no ser la devoción la que mueve, sino el celo de la promesa corresponsiva de la carta; y pesando también entre sí mismo el tributo que introducía entre los muros de Lima, donde reina la religión, esta nueva idea vestida con el resplandeciente manto real que le pidió prestado a la piedad, cuando, por los libros de cuentas y empadronamiento de cofrades, llega cada año a ciento diez y siete mil pesos, en cuya cobranza andan diariamente treinta hombres ocupados, sin tener otro empleo suficiente para sus tentar sus familias; mandó su Ilustrísima, en 8 de enero de 1675, al señor doctor don Francisco Valera, juez de Cofradías (que murió dignísimo inquisidor de Lima) diese providencia suspendiendo los demandantes de pedir, y que hiciese se manifestasen por los mayordomos todos los papeles y licencias que tenían, así de las fundaciones de dichas cofradías como de la facultad de imprimir las cartas de esclavitud.

»Principiáronse las diligencias y se formó un proceso que desde aquel tiempo ha venido corriendo, sin haberse podido dar determinación en negocio de tan gravísima importancia».


(Apuntes para la Historia Eclesiástica del Perú, publicados por el doctor Tovar).                


El deán, dignidades y canónigos se negaban a admitir a los racioneros en los cabildos, y aunque así lo dispuso el Arzobispo no pudo vencerlos, pues llegaron al extremo de abandonar la sala dejando solo al prelado. Y como no tenían razones legales que aducir fue preciso una cédula de la Reina gobernadora que se expidió en los términos siguientes;

«Muy reverendo in Christo, padre Arzobispo de la iglesia metropolitana de la ciudad de los Reyes en las provincias del Perú, del consejo del Rey mi hijo; o a vuestro provisor y vicario general. Por parte de los racioneros de esa iglesia se me ha representado que, conforme a la erección de ella, deben asistir y tener voto en los cabildos en que se trataren materias de hacienda y corrección de costumbres, como los demás prebendados, según y como se practica en todas las iglesias catedrales, y lo asienta don Juan de Solórzano en su política indiana; cuyo derecho está mandado observar por auto del doctor don Fernando Arias Ugarte, Arzobispo que fue de esa iglesia, de 21 de enero del año de 1631 y cédula del Rey mi señor (que santa gloria haya) de 16 de febrero de 1635, notificada a ese Cabildo, como contaba del testimonio que presentaron. Y que estando en esta posesión, de poco tiempo a esta paste les han impedido los canónigos que entren en los cabildos: suplicándome fuese servida de mandar despachar sobre cédula de la referida, para que se ejecute lo dispuesto por ella, imponiendo graves penas en caso de contravención.

»Y habiéndose visto por los del Consejo real de las Indias, con lo que, en razón de esto dijo y pidió el fiscal en él; he tenido por bien de dar la presente, por la cual os ruego y encargo oigáis y hagáis justicia a los dichos racioneros, cerca de la pretensión que tienen, de no ser excluidos en los cabildos de esa iglesia, sin permitir, ni dar lugar, a que sobre esto vuelvan a ocurrir a dicho Consejo, que así es mi voluntad. Fecha   —174→   en Madrid a 11 de marzo de 1675 años. -Yo la Reina. Por mandado de Su Majestad, don Francisco Fernández de Madrigal».


Estaba el prelado disponiendo un nuevo altar mayor para la catedral con cuatro frentes, y le tenía contratado en ochenta mil pesos con el acreditado maestro Diego de Aguirre, cuando acaeció su muerte el día 2 de marzo de 1676 a los 71 años de su edad, y habiendo gobernado sólo un año y diez meses escasos. Dejó su corazón al monasterio de Santa Catalina de Arequipa: mandó le enterrasen en el cementerio de la catedral como a un desdichado, y escribió el humilde epitafio que había de ponerse sobre su sepultura, pero se le colocó en la bóveda que está debajo del altar mayor.


Hic iacet pulvis et cinis
Vilissimus.
frater Joannes indignus archiepiscopus
limensis.
Orate pro pastore vestro, fideles,
qui pro vobis, et pro vestra salute
animam suam dare percupivit.
Obiit anno salutis M. D. C...
Die-Mens...


Siendo Almoguera Obispo de Arequipa se recogió con graves censuras de la Inquisición un libro que hizo imprimir en Madrid año 1671, titulado Instrucción a curas y eclesiásticos de las Indias, que se calificó de ofensivo al Rey, y en el cual se denigraba a los curas. Cita esta obra don Nicolás Antonio en su Biblioteca nueva. Después hallándose vacante el Arzobispado, hubo en la Corte muchos pretendientes, y en la lista de los obispos de Sur América que se presentó para resolver la provisión, no se hallaba Almoguera, porque se creyó era inútil ponerlo, considerándolo distante de la gracia del Soberano. Pero la reina doña María Ana de Austria viuda de Felipe IV y que gobernaba el reino preguntó por el Obispo del Libro (que así se le llamaba), y con noticia que tomó de su antigüedad y mérito, hizo en su persona el nombramiento de Arzobispo. Fue su sucesor don Melchor de Liñán y Cisneros.

ALOMÍ. Cabo del batallón Numancia. Véase Brown, don Juan.

ALONSO. El padre Juan. De la Compañía de Jesús; nacido en Lima, fue autor de un libro De la vida y devoción de San José.

ALONSO. Juan. Fue el primer escribano que tuvo el Cabildo de Lima y como tal autorizó los repartimientos y adjudicaciones de solares de la ciudad hechos por el gobernador don Francisco Pizarro. Hallábanse reunidos en un libro especial que se conservaba en el archivo de aquella corporación. Un empleado de ella vendió dicho libro con otros papeles, a cajoneros y pulperos que los hicieron pedazos para envolver porciones pequeñas de artículos de expendio diario. Hemos visto un escrito en que certifica este hecho en 5 de mayo de 1649 el mayordomo de la ciudad don Antonio Remán de Herrera y Maldonado a solicitud de fray Diego de Córdova y Salinas, quien vio y leyó ese volumen organizado por el escribano Juan Alonso; y que tuvo el mismo fin de tantos otros documentos de los archivos que en épocas muy recientes se han vendido a medio real la libra, y manos todavía, por manos infieles encargadas de su custodia y conservación.

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ALONSO. Don Esteban. Indígena del cercado de Lima. El año 1681, consiguió permiso para fabricar un conventillo con el objeto de que se educasen en él las hijas desvalidas de los caciques. Hizo esta obra y la capilla de Nuestra Señora de Cocharcas, cuya imagen cuidaba y paseaba por la ciudad para recoger limosnas. En 1777 esa casa y su pequeño templo, se rehicieron en un paraje frontero al lugar que ocupaban, a la inmediación de la portada que había tomado el nombre de Cocharcas. Verificó esto, edificando la actual iglesia y claustro, el doctor don Francisco de Santiago Concha. Véase el artículo que trata de éste.

ALÓS. Don Joaquín de. Caballero de la orden de San Juan, nació en Barcelona hijo del marqués de Alós Regente de la Audiencia de Cataluña en 1741, y sobrino de un general Alós que figuraba en 1768. Después de militar en España don Joaquín, que fue capitán de granaderos del regimiento de Aragón, vino al Perú de corregidor de la provincia de Chayanta en el Alto Perú.

La revolución de los cataris en 1780 creemos que fue efecto de un plan combinado con el cacique o Gobernador de Tongazuca don José Gabriel Condorcanqui (Tupac Amaru) y varios otros de sus colaboradores principales, para libertar al país de la dominación española creando un gobierno esencialmente peruano ejercido por los indios notables.

El origen de ese levantamiento estuvo radicado en la idea de libertarse de la opresión y abusos de los corregidores, deseo que abrigaron siempre algunos de los indígenas notables, cuya inteligencia se cultivaba con la civilización; y que si no se manifestó antes, fue por la rigidez y vigilancia del Gobierno, por la pusilanimidad y desconfianza de los que tenían que ponerse de acuerdo, y también por la ignorancia de las masas y la falta de un caudillo capaz de sacar partido de las oportunidades.

Dando fe a documentos históricos, creemos que Tupac Amaru estuvo a la altura de las circunstancias de que supo aprovecharse, lo mismo que algunos de sus cómplices: y que no triunfaron porque el atraso de los pueblos equilibró las fuerzas, que unidas, y dirigiéndose a un fin común, habrían bastado para coronar la empresa sin mayores dificultades. Los que gobernaban por el Rey en diferentes puntos abusaron mucho de la autoridad, y eran tantas las vejaciones, los latrocinios y crueldades con que oprimían a los indios a la sombra del repartimiento, permitido por el Gobierno español, que no había familia indígena que no estuviera herida de los agravios y extorsiones repugnantes que les hacían sus mandatarios devorados por una desalmada codicia. No es éste el lugar en que debemos entrar en los pormenores de tales excesos, nacidos del repartimento forzoso que practicaban los corregidores de efectos innecesarios o inútiles los más para los indios, y en precios sumamente escandalosos.

Pero sí corresponderá a este artículo decir que don Joaquín de Alós fue uno de los que más se señalaron maltratando a los indios y oprimiéndolos con injustas y exageradas exacciones, al verificar el repartimiento que hizo subirá 400000 pesos cuando por la tarifa no debía pasar de 150000. Así lo atestiguan diferentes españoles que escribieron acerca de la revolución de 1780; y todo a acusan y se fijan en los hechos de Alós como negociante, para atribuir a ellos la desesperación de los indios, que llegando a una crisis produjo el espantoso tumulto de Chayanta a que siguieron sangrientas y desoladoras escenas. Este alzamiento repetido con más o menos ímpetu en muchas provincias del Alto Perú, dio margen y   —176→   creó la ocasión que no desechó Tupac Amaru para conmover el Perú con un sacudimiento de grandes proporciones, inesperado y aterrador.

El descontento que se había acarreado Alós procedía de antecedentes, que le concitaron el odio general, agregándose, el que los indios tenían a su socio de especulaciones don Juan Gelli catalán turbulento y ansioso de dinero. Hallábase el corregidor haciendo por los pueblos la cobranza de los tributos y de sus repartos, cuando llamó su atención el descontento que existía, las muchas repulsas de los indios que pretendían pagar sólo la mitad de la contribución.

Hay que advertir que el autor de estas resistencias fue un indígena, Tomás Catari, que tiempo antes desparramó la voz de que a solicitud suya estaba concedida aquella rebaja. Por varias otras causas, Blas Bernal gobernador de las comunidades de Macha le había hecho azotar. El ofendido sintió tanto el castigo, que fue a Potosí a acusar a Bernal de defraudador ante los oficiales reales, y de allí siguió a Buenos Aires a pedir justicia al virrey Vertiz quien creyéndolo gobernador de un Ayllo, mandó se le repusiera si tenía derecho a ese destino.

Alós hizo aprehender a Catari que de regreso alteraba los ánimos, y lo envió a Potosí: pero sus parciales perseguían a Bernal, y al estallar un tumulto en Macha, lo degollaron llevando su cabeza y colocándola en las cercanías de Chuquisaca. Aclamaron a Catari por gobernador y benefactor de los pueblos, pues dijo que había ido hasta el Rey y alcanzado la disminución del tributo.

La Audiencia ordenó se llevase a la capital a Catari con la causa que se le seguía en Potosí; y con esto pudo lograrse por lo pronto algún sosiego. Pero reunida la indiada según costumbre en el pueblo de Pocoata para formar el padrón de los que debían ir de mita a Potosí, aunque temeroso Aló había acuarteado gente de las milicias, no pudo evitar que millares de indias efectuasen el 26 de agosto de 1780, un terrible levantamiento contra las autoridades y los vecinos españoles. Muchos se asilaron en el templo. Dámaso Catari presentó un memorial pidiendo la libertad de su hermano Tomás, cosa que no estaba al alcance del corregidor. En el asalto dado por la indiada, Alós se conservó en medio de la plaza con 15 milicianos. El mismo gobernador de Pocoata N. Caypa capitaneaba el tumulto que produjo diferentes desgracias; y aunque Alós se echó a huir no pudo salvar de que lo hiciesen prisionero. Murieron hasta 28 vecinos algunos de ellos españoles: al abogado Benavides le cortaron la lengua, y al escribano Mateo Telles una mano, antes de matarlos, al primero por asesor, y al segundo por actuario del35 corregidor, y muchas mujeres sacaban los ojos a los cadáveres. Alós firmaba cuantas órdenes le ponían delante los revolucionarios. Lo tuvieron en una choza distante adonde lo llevaron descalzo, y lo mantenían vivo para garantizar la vida de Tomás Catari preso en Chuquisaca.

Calmó un tanto la agitación al siguiente día y a los refugiados en el templo les permitieron salir fuera del país como lo verificaron pasando por grandes peligros. El cura de Macha don Miguel Arzadun y su ayudante don Mariano de la Vega buscaron al corregidor, y hallándolo en su prisión, consiguieron de sus custodios el ofrecimiento de que estaría segura en vida por tantos días, hasta que restituido Tomás Catari a su hogar, se le pudiera permitir ausentarse en libertad. Arzadun corrió a Chuquisaca y alcanzó de la Audiencia la soltura de Catari a quien se nombró Cacique o gobernador de una de las comunidades de Macha.

Alós en este intermedio no pasó un momento sin riesgo de muerte, y llegó a firmar un decreto rebajando el tributo. La demora de la libertad de Catari era funesta para el preso, a quien valió la cuestión que   —177→   se suscitó entre los de Macha y de Pocoata sobre a qué pueblo tocaba ejecutar al corregidor: unos alegaban haberlo preso; los otros el territorio en que se le tomó, y por fin acordaron se le degollase en el lugar en que colindaban ambos distritos. En esto llegó Tomas Catari a quien recibieron con alborotadores aplausos; el cual después de azotar con espinos al cacique de Moscari don Florencio Lupa, lo hizo degollar y remitió su cabeza a Chuquisaca. Pero dio soltura a don Joaquín Alós que apresuradamente partió para la capital en que reinaba la mayor confusión, y se hacían preparativos de defensa.

No omitiremos un hecho digno del mayor asombro. Cuando Alós se vio libre, y estuvieron transitoriamente mitigados los furores de la insurrección, propuso a su sucesor don Manuel Valenzuela, se hiciera cargo de 150 mil pesos que le restaba la provincia por sus repartimientos, o que los cobrase de su cuenta por el premio que le daría de un tanto por ciento. Valenzuela desechó, escandalizado, semejante pretensión.

Tomas Catari dirigió en ese mismo intermedio una larga representación al Rey (que está en la colección de papeles publicados por el coronel Odriosola), manifestando los agravios y quejas de los indios, acusando al corregidor Alós, y disculpándolos de todo lo ocurrido en Chayanta, de que él se decía también inocente deseando alcanzar para todos un indulto.

Hemos tenido necesidad, al ocuparnos de Alós, de tomar los datos ya referidos de los documentos en que consta el principio que tuvo en la provincia de Chayanta del virreinato de Buenos Aires, la revolución de 1780 en el Perú, sobre la cual y su horroroso desenlace, puede verse el artículo «Tupac Amaru».

Concluyendo lo tocante a don Joaquín Alós, él estuvo en Salta en 1781; y a pesar de los informes dados en su contra por el virrey de Buenos Aires don Juan José Vertiz y de su responsabilidad en los sucesos de Chayantale vemos en el catálogo de los gobernadores del Paraguay, habiéndolo sido en 1785 sin duda por efecto del favor y protección que se le dispensaba en la corte. Años después, fue gobernador de Valparaíso desde 1796, y le conocimos en Lima ya de brigadier a los principios de la revolución de Chile. En aquel puesto reconoció y juró obediencia a la autoridad de la junta gubernativa erigida en Santiago el año 1810; mientras que con disimulo apoyaba la oposición que hacía el partido realista. Por esto, (según asienta el ilustrado Barros Arana), se le destituyó y tuvo que venirse al Perú. Bastante anciano permaneció aquí sin destino alguno.

Después del fallecimiento del brigadier Alós en Lima, su viuda e hija fueron objeto de una lamentable tragedia. Vivían en la calle de Belén cuando la ciudad sufría hostilidades de las bandas de hombres armados que entraban y salían en los primeros años de la independencia, por faltar dentro de murallas el respeto de las tropas que se ocupaban de la guerra. No recordamos la clase de los agresores, ni si fue sólo una pandilla de ladrones la que asaltó la casa. Robado todo lo que en ella se encontraba, no sólo fueron aquellas maltratadas, sino que colgaron a la hija, que murió por habérsele incendiado sus vestidos. Hubo diferentes versiones sobre esto, y no nos detendremos en ellas, por no incurrir en alguna falta de exactitud.

Hemos visto el testamento de Alós con motivo de ciertos créditos, cuyos poseedores pretendieron inscribirlos en la deuda interna en 1852.

ALTAMIRANO. Don Antonio -natural de Extremadura. Vino al Perú en 1534 en la expedición de don Pedro de Alvarado, y hallándose en el Cuzco   —178→   cuando don Diego de Almagro en 1535 se declaró gobernador del territorio del sur, fue uno de los que le contradijo por creer atentatoria y prematura una resolución para la cual debiera esperar la cédula Real, y que se verificase la demarcación del territorio de la gobernación del marqués Pizarro.

En el repartimiento de solares de la ciudad del Cuzco tocó a Antonio Altamirano una parte del palacio real que se titulaba «Amarucancha», en cuyo patio hundiéndose el pie de un caballo se descubrió un cántaro de oro de 8 a 9 arrobas, y otras vasijas de oro y plata cuyo valor pasó de 80 mil ducados y estaban allí enterradas. Altamirano fue el 1.º que tuvo vacas en el Cuzco, y cuando allí empezaron a venderse valía cada una 200 pesos.

El año 1544 era Altamirano alcalde en dicha ciudad, y después de firmar con los demás del cabildo la autorización que se dio a Gonzalo Pizarro nombrándole procurador general, se arrepintió al ver que él se proclamó capitán general alzando pendón y procediendo a formar tropas: mas no le revocaron los poderes; y dice el cronista Herrera que Altamirano al tratarse del auto que se expidió para elegir a Pizarro por justicia mayor, se salió de cabildo por no firmarlo, bien que después lo hizo en virtud de amenazas de aquel, y protestando en secreto unido a otros regidores.

Sin embargo, aceptó el nombramiento que Gonzalo hizo a su favor de alférez general, que ratificó después dándole 12 mil castellanos para socorrer la gente que acompañaba el estandarte. Mas en 1547 hallándose en Lima, y en ocasión de muchas sospechas, Altamirano fue degollado de orden de Gonzalo Pizarro, según dicen los antiguos escritores, por acusaciones falsas y calumniosas de algunos malévolos que le rodeaban, y porque creía que andaba tibio en el servicio. Sus bienes y encomiendas las repartió a otros. Altamirano fue casado con india peruana y tuvo un hijo llamado don Pedro. Garcilaso dice, que fue su condiscípulo y que era muy hábil. Cuenta haber visto un caso raro que le ocurrió y es que estando preparada una carrera de caballos en el Cuzco tomaba parte en ella don Pedro Altamirano: y que ya a punto de partir se distrajo viendo una hermosa mujer que estaba en cierta ventana, y tanto que se atrasó al principiarse la carrera. El caballo impaciente, alterado e inquieto, al salir echó al suelo a don Pedro, y en vez de seguir corriendo se paró inmóvil hasta que el jinete volvió a la silla y pudo continuar en la apuesta.

Entre los esclavos de don Antonio hubo uno que se nombraba Juan, de oficio carpintero, y sirvió de General de los negros que formaban una división en del ejército de don Francisco Hernández Girón en la guerra civil de 1554.

ALTAMIRANO. El licenciado don Diego González. Fue uno de los oidores de la Audiencia de Lima cuando quedó reinstalada al regresar para España el presidente licenciado don Pedro de la Gasca. El año 1552 hizo dar tormento y entendió en la causa formada por conspiración a don Luis de Vargas quien fue ahorcado por resolución de aquel tribunal. Concurrió el acuerdo en que la Audiencia determinó que el mando del ejército destinado a obrar contra don Francisco Hernández Girón el año 1554 lo tomase el oidor Santillán asociado al arzobispo Loayza: este acuerdo no tuvo efecto por inconvenientes que ocurrieron después. En tanto que se hacía la campaña cerca de Lima, el licenciado Altamirano se mantuvo embarcado en el Callao con muchas mujeres principales y el tesoro real. La Audiencia remitió abordo 32 prisioneros de las tropas de   —179→   Girón porque aunque quiso se les diese muerte, los militares se opusieron a una providencia tan violenta. Altamirano sin embargo hizo ahorcar en un buque al capitán don Salvador Lezama (a quien Garcilaso llama Lozana) a Francisco Vera y Francisco Juárez por su mayor complicidad en la rebelión: a los demás los desterró del país.

Posteriormente, la Audiencia que se hallaba a distancia con el ejército, nombró al oidor Altamirano gobernador de la ciudad de Lima y provincias del Norte: mas él no admitió dicho mando y entonces fue conferido al capitán don Diego de Mora. Garcilaso en esto difiere del cronista Herrera, y dice que Mora quedó de corregidor, y el Licenciado de justicia mayor. Altamirano se había negado marchar a la campaña que dirigían los oidores, diciendo que el Rey le envió al Perú a administrar justicia y no a entender en la guerra para cuyo ejercicio no era suficiente. Él fue opuesto a que los oidores anduviesen en el ejército y lo mandasen: por esta contradicción el decano doctor Saravia le amenazó asegurándole que lo suspendería, y ordenó a los oficiales reales no le abonasen sueldo. Mas el Rey, cuando de esto tuvo conocimiento, ordenó en una cédula especial que se le pagase inmediatamente.

Acabada la guerra con la destrucción de Girón, el licenciado Altamirano pasó a Chuquisaca en comisión a desempeñar el cargo de corregidor. Allí hizo ahorcar sin forma alguna de juicio a un capitán ya anciano llamado Martín de Robles, en virtud de una carta del virrey marqués de Cañete. Véase Robles de Melgar.

Los demás oidores irritados con el hecho de la muerte atroz de Robles, mandaron degollar a Altamirano; mas esto no se efectuó, porque discordaron en cuanto al modo de hacerlo; y después desistieron porque probó que tuvo orden expresa del virrey. Don Álvaro Torres pasó a España a quejarse, y el Rey, que declaró criminal el asesinato, dispuso que a doña María hija de Robles y a don Pablo de Meneses su yerno, se les devolviesen las rentas y los productos de que habían sido despojados.

El oidor Altamirano tuvo varios hijos peruanos. Don Diego fue obispo de Cartagena, don Blas oidor de la Audiencia de Lima, y doña Luisa, segunda abadesa que gobernó el monasterio de la Encarnación de esta capital.

ALTAMIRANO. Don fray Diego de Torres -de la orden de San Francisco, obispo de Cartagena, hijo del anterior y de doña Leonor de Torres.

Don Antonio de Alcedo en su Diccionario Geográfico americano, tratando de los prelados de dicha diócesis, dice que fray Diego nació en Trujillo de Extremadura. Lo mismo se lee en el Teatro Eclesiástico del maestro Gil González Dávila, agregando los nombres de sus padres. Pero es preferible dar crédito al cronista de San Francisco fray Diego de Córdova Salinas natural de Lima. Éste asienta que el obispo Altamirano nació en esta capital; que pasó a España, tomó el hábito en Granada, y regresó al Perú en 1608. Que fue comisario general de estas provincias, y después elegido Obispo. En Lima existieron dos hermanos suyos nacidos aquí mismo, uno el oidor don Blas Altamirano, y otra doña Luisa Abadesa de la Encarnación. Dicho Obispo se consagró en la iglesia de ese monasterio. Falleció en su diócesis en 1621.

ALTAMIRANO. Don Gutierre Velásquez. Natural de Lima catedrático de vísperas de leyes en la Universidad de San Marcos y oidor de la Audiencia de Guatemala cuyo empleo no desempeñó por haber muerto en Madrid. Creemos que fue el primer peruano que obtuvo la dignidad de ministro togado. Escribió la obra titulada Del oficio y potestad del vicario del Príncipe, y gobierno universal de las Indias, libro que anduvo   —180→   manuscrito en su tiempo, que no sabemos si existe y del cual da razón don Nicolás Antonio en su Biblioteca nueva. Don Gutierre Velásquez, fue hombre de gran estudio y sabiduría, y la juventud de Lima le debió notables servicios en la Universidad. Entre sus discípulos se cuenta al célebre don Antonio de León Pinelo, quien hizo de él honrosa mención en sus escritos. En uno de ellos encontramos que Altamirano dejó dos obras sobre materias canónicas; aunque no da razón del título de ellas, ni otras noticias que ahora nos fueran útiles para entendernos en este artículo.

ALTAMIRANO. Don fray Juan de las Cabezas. Obispo nombrado de Arequipa. Véase Cabezas Altamirano.

ALVARADO. Don Alonso. Natural del Perú, persona notable en el siglo 17 por su capacidad y tareas literarias. Hizo imprimir en Basilea en 1644 su Análisis de las oraciones de Cicerón. También publicó allí en latín otras dos obras; una de filosofía y otra de materias jurídicas, según lo indican Montalvo en el Sol del Perú, y don Nicolás Antonio en su biblioteca.

ALVARADO. Don Alonso de. Nacido en Burgos, caballero del hábito de Santiago. Perteneció a la expedición que trajo de Guatemala en 1534 el adelantado don Pedro Alvarado con quien no tenía parentesco. Nada hemos podido averiguar en cuanto a su venida a la América, y servicios que prestaría en Méjico. En el Perú fue un jefe de los más nombrados en las guerras civiles; y aunque algunos historiadores escriben de él con elogio, habiendo quien le califique de hombre tratable y moderado, le encontramos muy severo y hasta cruel como lo fueron casi todos sus contemporáneos. Pero sí puede distinguírsele por la circunstancia rara entre ellos, de que nunca acaudilló ni cooperó a las turbulencias, estando siempre de parte de las autoridades establecidas y en abierta lucha con la anarquía. Después del avenimiento celebrado en Riobamba el año 1634 por don Pedro Alvarado con don Diego Almagro fue herido don Alonso en un muslo por los indios que mandaba Quizquiz en uno de los encuentros que este general tuvo con Almagro al volver al Perú para juntarse con don Francisco Pizarro en Pachacamac.

En seguida (dice Garcilaso) que hallándose en el Cuzco, se opuso a que don Diego se invistiera de autoridad independiente sin tener todavía la cédula Real relativa al gobierno de la Nueva Toledo.

Luego que Pizarro llegó al Cuzco, y arregló las cosas con Almagro pasando éste a Chile, dispuso que Alvarado marchase a la conquista de la provincia de Chachapoyas. El cronista Herrera silencia el hecho de que Alvarado hubiese estado en el Cuzco; asienta que se hallaba en Trujillo, y que cuando regresó Pizarro a Lima le llamó y le encomendó la enunciada conquista (1535). Se ocupaba de ella con empeño cuando recibió orden de bajar a Lima con la tropa que le obedecía para escarmentar a los indios que tenían cercada la capital. Fue Alvarado el primero que vino, y con su auxilio acabaron de ahuyentarse los sublevados. El levantamiento hecho también en el Cuzco por Manco Inca tuvo en grandes apuros a los hermanos de Pizarro; pero este lo ignoraba por estar cortadas las comunicaciones. Pizarro hizo que Alvarado pasase a Jauja, y después le ordenó avanzar hacia el Cuzco: mas su tardanza en el viaje, causó mucho disgusto e interpretaciones que se agravaron a causa del regreso de Chile de don Diego de Almagro; quien aprovechando de la coyuntura de ser pocos los soldados que tenía Hernando Pizarro, se apoderó de la ciudad del Cuzco sin dificultad. Alvarado   —181→   excusándose dijo después, que su demora fue porque se le mandó invernar en Jauja y atender a la pacificación de los pueblos del tránsito. En su marcha tuvo que luchar varias veces con los indios que aprovechaban de los malos pasos para hostilizarle. Al llegar a Guamanga recibió avisos de que un ejército de ellos estaba en las inmediaciones: esto lo detuvo, y envió al capitán don Pedro Álvarez Holguín a reconocer el país. Regresó éste sin haber encontrado enemigos, y con seguros datos de que eran del todo falsas las noticias que se dieron con la mira de inquietar y fatigar a los españoles. Alvarado se irritó contra un capitán indio a quien se culpó de ser el autor de este engaño, y lo hizo quemar con la mayor inhumanidad.

Estando ya en Abancay, bien enterado de lo que había ocurrido en el Cuzco, no pasó adelante y por medio de Gómez de León participó todo a Pizarro cuyas órdenes creyó necesarias para proceder con acierto. Almagro había enviado una comisión cerca de Alvarado para tentarlo y proponerle un arreglo. Componíase de Diego y Gómez de Alvarado, Alonso Henríquez, Juan de Guzmán y el Factor Mercado. Estos llevaron cartas de Rodrigo Orgoñes y otros para sembrar la discordia y seducir a algunos de los oficiales y a la tropa, el cual más tarde produjo los resultados apetecidos. Sabedor Alvarado de esta trama, puso en prisión a los emisarios a pesar del objeto público que llevaron a su campo: el de intimarle que reconociera la autoridad de Almagro, o retrocediese saliendo de su territorio.

Hernando Pizarro, preso en el Cuzco, se dio trazas para escribir a Alvarado con Pedro Gallegos que caminó aprisa vestido de indio. El capitán don Pedro de Lerma que estaba muy resentido, contestó a Orgoñes lo mismo que otros ofreciendo servir a Almagro. Alvarado cuidó de negarse a leer la provisión del Rey, relativa al gobierno de la Nueva Toledo conferido a Almagro, e hizo ver que él dependía de don Francisco Pizarro sin poder ingerirse en asunto que no le competía, y que aún no estaba36 deslindado.

Holguín que salió a explorar lo que pasaba en el Cuzco, sufrió una sorpresa que alarmó más a Alvarado; cayó prisionero y escaparon de aquel lance sólo 3 de los 30 soldados que sacó para su reconocimiento. Lerma contra quien ya había malas presunciones, fugó y se marchó a los contrarios. Entonces los del Cuzco abrieron campaña sobre Abancay, y aunque se defendía el puente, Almagro y Orgoñes forzaron el paso, el de un vado del río, quedando vencido y prisionero Alvarado (1537). Aunque Orgoña quiso se le cortara la cabeza, Almagro no lo consintió y lo mandó procesar.

Habiéndose puesto en movimiento el ejército de Almagro en dirección a Chincha, quedó preso en el Cuzco. Don Alonso Alvarado con Gonzalo Pizarro y otros. Lograron seducir a la gente de guardia, y con el apoyo del capitán don Lorenzo Aldana, pariente de Holguín, y que se hallaba descontento y agraviado por la prisión de éste, se evadieron y burlaron a las autoridades poniéndose prontamente en camino por lugares convenientes: con lo que Alvarado pudo llegar a Pachacamac y reunirse con don Francisco Pizarro después de haber pasado peligros en Huarochirí; pues tuvieron Gonzalo y él que abrirse paso por entre la indiada que los hostilizaba. Allí se desbarrancó Alvarado, pero pudo asirse de un árbol y esperar que le levantasen de un precipicio por medio de unas cuerdas.

Pizarro dio a Alvarado el mando de su caballería, y con parte de ella estuvo en las sierras de Huaytará persiguiendo a los de Almagro cuando se retiraban para el Cuzco, malogradas ya las tentativas de paz hechas   —182→   en Mala y Lunahuaná. Después emprendieron campaña los de Pizarro contra don Diego Almagro, y como pareciesen mal a Alvarado la precipitación y algunos errores militares de Hernando Pizarro que iba al mando del ejército, ya cerca del Cuzco, este enrostró a Alvarado su derrota en Abancay y la pausa con que había obrado en su marcha cuando debió auxiliarle con prontitud. Ofendido Alvarado de semejante reproche invitó a Hernando a un duelo que no se efectuó por la interposición de personas respetables.

Combatió Alvarado en la batalla de las Salinas el día 26 de abril de 1538 al frente de la caballería, y fue él quien tomó preso a Almagro sacándole de la fortaleza del Cuzco, y librándole en ese acto de la saña del capitán Nuño de Castro que intentaba matarlo. La gente de Alvarado fue la más obstinada en sus venganzas y atrocidades contra los vencidos. Con permiso de Hernando Pizarro, Alonso Alvarado se puso en marcha con los suyos a fin de regresar al gobierno de Chachapoyas. En Jauja encontró al gobernador don Francisco Pizarro a quien entregó a don Diego Almagro el hijo cuya conducción se le había encomendado en el Cuzco por Hernando. Le informó al gobernador que se seguía un proceso contra don Diego, y que estuviese cierto de que la sentencia iba a ejecutarse sin más espera; sobre lo cual le advertía que «no olvidara las vueltas de la fortuna, y que Dios no dejaba a nadie sin castigo de sus culpas». De estas máximas nunca aprovechó en sus obras el que se proponía doctrinar a un Pizarro. Daremos lugar aquí a algunos hechos históricos ocurridos en la provincia de Chachapoyas cuando por primera vez y antes de los sucesos que acabamos de narrar, entró en ella don Alonso Alvarado, para extender la conquista y trabajar por la pacificación de ese país.

El año 1535 le encargó Pizarro esta tarea que parecía muy difícil atendido el carácter firme y resuelto de aquellos habitantes. Pero Alvarado fue feliz en allanar los inconvenientes que se le opusieron, porque comprendió que la lenidad y la persuasión debían ser, y no el rigor y el exterminio, los medios que allí le sacaran con aire de su empresa. Sobre todo se propuso reprimir cualesquiera abusos de la tropa, y lo cumplió castigando toda falta ofensiva a la buena disciplina.

Salió Alvarado de Lima para Trujillo y emprendió su jornada llevando en su compañía a Alonso Chávez, Francisco Fuentes, Juan Sánchez, Agustín Díaz, Juan Pérez Casas, Diego Díaz y otros, que en todo fueron 20. En los primeros pueblos en que penetró, especialmente en Chuquibamba, se ocupó de desacreditar los ídolos y las supercherías de los hechiceros, y convencer con las verdades evangélicas que las excelencias del cristianismo son la única fuente de civilización y de dicha futura. Fue escuchado y obedecido, prestándose los indios a la enseñanza de un militar a quien lejos de aborrecer le tributaron respeto y aprecio. Fue una de sus demostraciones de amistad obsequiarle con un baile en el cual despojándose las indias de sus joyas y adornos las amontonaron y presentaron a Alvarado. No dicen las crónicas que hizo él en este lance: pues devolviéndolas habría dado un paso laudable y sentado un principio de buena moral. Herrera, sin embargo, cuenta que Pizarro lo autorizó después para quedarse con dichos regalos.

Volvió Alvarado a Lima alistó tropa, marchó a Trujillo donde se le reunieron muchos y volvió a entrar por Chuquibamba, (cuyo pueblo llama Cochabamba el historiador Herrera sin duda por error). No fue tan bien recibido en esta vez porque se le veía al frente de un crecido número de hombres armados: pero él se dio trazas para serenar los ánimos, y lo consiguió en los primeros pueblos: no así al internarse más, pues encontró disgustados a los moradores de que se le hubiese acogido y tratado   —183→   bien en aquellos. Creció el desagrado y en breve determinaron hacer resistencia diciendo que no deseaban mudar de costumbres, y exigiendo de tan sospechosos huéspedes se retirasen dejándolos en tranquilidad. No bastaron las persuasiones, y Alvarado apelando a la fuerza, cargó a una muchedumbre de indios que se defendían con sobrado denuedo. Apenas vencidos, fueron los curacas presentándose en solicitud de la gracia del conquistador. Éste los amonestó procurando inspirarles confianza; y como acusasen a un curaca Guayamil de ser quien engañaba a la multitud conduciéndola al extremo a que habían llegado, Alvarado le hizo matar inmediatamente.

Después penetró en Bagua y pasando en balsas un caudaloso río (debió ser el Utcubamba) encontró ejércitos en actitud de oponérsele por dos puntos: los atacó y destrozó sin mucho esfuerzo. Estas victorias de que no abusó la tropa vencedora, y el convencimiento del poderío de sus armas, obligó a los habitantes a conformarse con su nuevo destino. Alvarado les dirigió sus consejos y les dijo quería fundar una ciudad que fuese tan famosa como el Cuzco, adonde todos viviesen con placer y fraternalmente. Estando en tales ocupaciones, se le avisó que tenía cerca otro ejército resuelto a combatirle: Alvarado se dirigió a él, y empleando la persuasión invitó al caudillo que lo mandaba a aceptar la amistad que le ofrecía para excusar el derramamiento de sangre. Prestose el curaca y habiendo manifestado deseo de tener una espada de las que usaban los españoles, Alvarado le regaló una guarnecida de plata que aquel admitió gustoso, decidiéndose luego por la paz, y haciendo cesar las hostilidades.

Son los chachapoyanos los más blancos y entendidos de los indígenas del Perú: y aunque habían rechazado valerosamente el poder de los incas, después fueron subyugados por ellos, y trasladados al Cuzco en mucho número, destinándose a la casa Real las hermosas mujeres del país: en consecuencia adoptaron la religión, vestuario y costumbres del imperio. Alvarado realizando su proyecto fundó la ciudad de San Juan de la Frontera en un lugar que los españoles llamaron Levanto, y después la mudó a otro más cómodo y sano. En esta provincia tuvieron los incas templos, aposentos y almacenes reales: había ricas minas de oro, las producciones agrícolas eran abundantes como sus variadas y colosales arboledas, y mejor que todo las fábricas de finas telas de lana.

Los pueblos más civilizados que vivían ya en paz y se entendían bien con los españoles, causaban males a las tribus del interior tomándoles sus propiedades y persiguiéndolas de continuo. En una guerra que se encendió entre unos y otros la tropa de Alvarado tomó parte en calidad de auxiliar de los que ya podían considerarse aliados suyos. Hubo ataques muy reñidos, y los españoles con la ventaja de sus armas y caballos, los sacaron victoriosos dirigiéndolos Rui-Barba de Coronado. Este y Pedro Ruiz se vieron en un conflicto lo mismo que los indios con quienes militaban; porque los contrarios incendiaron pastos muy crecidos y secos cuyas llamas les rodeaban en extendidos campos. El mismo Alvarado acudió al remedio de ese peligro, pasado el cual encaminose a Lonya donde tuvo la buena suerte de reducir sin estragos a sus habitantes. De allí pasó a Charasmal con muchos indios de guerra y se detuvo cerca del pueblo de Gomora cuya gente se tenía por tan superior que rehusó toda invitación pacífica, y se burlaba de los que se habían avenido con los extranjeros. Alvarado destacó veinte caballos con Juan Pérez de Vergara, y al ir sobre ellos se echaron a huir en completa dispersión. Después sometieron algunas poblaciones, y el conquistador se abstuvo de internarse en comarcas lejanas, donde los habitantes eran   —184→   muy alentados y fuertes, como que siempre resistieron a los incas, por cuya razón estos empleaban numerosa guarnición en cuidar el país fronterizo. Sin embargo de esto acaecieron algunos señalados encuentros los que tuvieron que concluir por diseminarse los contrarios. Lo mismo pasó en una expedición hecha a Chillaos de donde los españoles se retiraron a sus conocidos puntos de residencia. Así las cosas de Chachapoyas, cuando don Francisco Pizarro a mérito de la sublevación general de los indios que ya hemos recordado, hizo venir a don Alonso Alvarado a Lima con la fuerza que le obedecía: entonces estaba interrumpida la comunicación entre el Cuzco y la capital, y fueron los apuros de los hermanos Pizarros en aquella ciudad para defenderla de un enjambre de indios con que la asediaba Manco Inca. Concluida la guerra sostenida por don Diego Almagro, 1539, Alvarado como ya dijimos, se regresó del Cuzco para volver al gobierno de Chachapoyas con su tropa, y mandó desde Jauja a Juan Mori para que sacase gente de Lima y le siguiese llevando también armas y unas pequeñas piezas de artillería.

En la ausencia de Alvarado, los de Chachapoyas se habían conservado quietos, y dóciles a los consejos del Cacique Guamán muy adicto amigo de los españoles. Cuando el levantamiento general rechazaron las invitaciones hechas por el inca Paullu Yupanqui quien tenía comisionado al efecto a un capitán llamado Cayo Topa para mover a los indios. Guamán salió contra él y lo tomó preso, asegurando a los pueblos que Alvarado volvería, y que ante todo era contraerse a conocer la ley cristiana. Este Guamán la abrasó con ardiente fe; en su bautismo había recibido el nombre de Francisco Pizarro y el gobernador por sus servicios le dio tierras y ganados guardándole merecidas consideraciones. Alvarado encontró en orden la provincia y se mostró muy reconocido a sus habitantes y a la firme amistad de Guamán: con facultades dadas por Pizarro continúo distribuyendo terrenos y haciendo repartimientos.

Se preparó en seguida para abrir campaña contra los guancachupachos. Andaba en las inmediaciones el caudillo Illatopa que reunía gente, y animándola para contener a Alvarado decía carecer éste de fuerzas para someterlos. Así consiguió provocar a un combate de que salió muy escarmentado teniendo que huir a grande distancia, como que después vino a parecer por las fronteras de Huánuco. Alvarado volvió a ocuparse de la nueva ciudad que había fundado, y en cuyo adelanto trabajó diligentemente. Está Chachapoyas en la latitud de 6º 7' 41'' según Maw, y tuvo título de muy noble y leal: hubo en ella cajas reales y después administración de tabacos.

Más tarde acometió Alonso Alvarado la ardua empresa de expedicionar hacia Moyobamba país del que se daban noticias halagüeñas, bien que se decía haber en sus tribus alguna que gustaba de alimentarse con carne humana. Dejando en la ciudad como su teniente a Gómez de Alvarado, (llamado el mozo) se internó con 120 españoles la mitad de ellos montados. A costa de algunas refriegas con los indios que le salían al encuentro, descubrió una buena parte de ese territorio; y para facilitar la entrada, avanzando al corazón de la provincia, envió a Juan Rojas con 40 hombres él cual estuvo más de un mes luchando con los embarazos que le oponían las espesuras de altas montañas y difíciles tránsitos pantanosos faltándole del todo el pan y la carne. Los indios anunciaron a Rojas haber más adentro terrenos abiertos, y poblaciones numerosas vecinas a un inmenso río. Y aunque él quisiera extender su descubrimiento, tuvo que regresar agobiado por las fatigas y privaciones. Al oír Alvarado las noticias que se le daban, anunció que él iría personalmente   —185→   a hacer mas dilatada campaña hasta hallar los confines del país de que se hablaba con tanta admiración. Y notando que la tropa tenía repugnancia para empeñarse en aventuras que ofrecían diversidad de peligros, dio orden para que su expedición se compusiese sólo de hombres voluntarios, que no podían ser sino los más esforzados y animosos.

Se puso en marcha Alvarado con 60 individuos de tales cualidades, y penetró en una provincia que los españoles dieron en llamar de los Motilones, porque tenían pelo corto y se pintaban el rostro. Hallaron aldeas distantes unas de otras, y un caudaloso río (el Guallaga) que no pudieron vadear. Pidió la gente que había dejado en la capital y se dedicó al corte y acopio de maderas para construir barcas. Mientras esto pasaba, se sintió descontento en los de Chachapoyas; y creciendo, vino a parar en una defección que Gómez no pudo contener. Con aviso de esta novedad, Alvarado volvió sin tropas y su influencia y crédito fueren suficientes para aquietarlos, después de oír las excusas de los principales motores de ese pasajero trastorno. En este intervalo de tiempo los expedicionarios, que quedaron con su hermano Hernando de Alvarado, hacían un buque para cumplir la orden de navegar el río. Pasáronlo en efecto, mas se vieron en lugares incultos sin hallar senda ni quien los dirigiese; porque los indios decían no conocer aquel país, y saber sólo por tradiciones que había lejos una provincia en que habitaba un orejón de linaje real a quien obedecían numerosos vasallos. Tuvo Hernando que repasar el río sin atreverse a más; y como tratara de poblar en la parte ya conocida, un mercedario llamado fray Gonzalo sembró el desaliento entre la tropa, y ésta se negó con disgusto a aceptar esa determinación. El fraile fugó dejando hecho el daño, y no pudo ser habido aunque mucho se le buscó.

Continuaba Alvarado haciendo progresos en las operaciones sobre el gran territorio de Moyobamba que estaba por descubrir, cuando Juan Mori le dio noticia de la muerte del Gobernador don Francisco Pizarro. Apoderado del mando en Lima don Diego de Almagro [el hijo], invitaron este y sus amigos a don Alonso Alvarado para que le reconociera, por Gobernador general; y conociendo lo mucho que les interesaba atraerlo, se valieron de diferentes resortes y hasta tocaron con Antonio Picado [a quien luego hicieron degollar] para que como íntimo amigo de don Alonso le escribiera en sentido favorable a la revolución y en apoyo de Almagro. Alvarado desechó la patente de don Diego confirmándole en la autoridad que ejercía en Chachapoyas; se preparó para la guerra, y a su tiempo se puso en comunicación con el licenciado Vaca de Castro que vino al Perú comisionado por el Rey y con facultad de posesionarse del Gobierno en el caso de fallecer Pizarro. Vaca remitió a Alvarado una carta que el Rey le escribía, y según la cual se puso a órdenes de dicho licenciado acatándole como a gobernador del Perú.

Luego que Vaca salió de Quito y se acercó a Piura, Alvarado con su fuerza se puso en movimiento y vino a situarse en Huaylas, habiéndose negado a reunirse con las tropas que el capitán don Pedro Álvarez Holguín trajo desde el Cuzco para sostener la causa que tomaba el nombre del Rey. Alvarado a falta de fierro había hecho en Chachapoyas moharras de lanza y coseletes de plata. Tenía 200 soldados contando a los que hizo retirar de Moyobamba con Juan Pérez de Guevara. Incorporado el gobernador Vaca, tuvo que intervenir en un serio disgusto de don Alonso con Gómez de Alvarado, pues éste llegó a desafiarlo y Vaca lo trajo al orden con amenaza de castigarle. Ya era el segundo lance en que el atrevido don Gómez violaba el respeto que debía a su superior: don Francisco Pizarro en Lima le contuvo por desmanes semejantes conminándole   —186→   a que enmendara su conducta. La osadía de los militares más notables, que de todo se ofendían, y la soberbia y emulación que los hacía díscolos e irascibles, daba lugar a continuos altercados y descomedimientos en que unos y otros se faltaban dando ejemplos perjudiciales a la disciplina. El mismo Alonso Alvarado rival de Holguín emplazó a éste para un duelo que frustró Vaca de Castro con órdenes muy severas que dio en cuanto tuvo aviso de tal hecho que calificó de desacato a su autoridad. El Gómez de Alvarado era un capitán que tenía el mismo nombre y apellido del que servía con don Alonso al cual se le distinguía llamándole el mozo. Hizo Alvarado la campaña contra don Diego Almagro, y se halló en la batalla de Chupas el día 16 de setiembre de 1542, en que quedó destruido el bando enemigo de los Pizarros. En lo más empeñado del combate la tropa de Alvarado principió a flaquear: en esos momentos Vaca de Castro la reforzó animándola con mucho brío, y allí tuvieron lugar entonces los esfuerzos que dieron la victoria. Concurrió Alvarado a la junta militar en que se acordó la ejecución de don Diego verificada inmediatamente.

Pasados estos sucesos, Alonso Alvarado fue a España donde se vio preso y acusado de adicto a Gonzalo Pizarro: había además una requisitoria contra él procedente del juicio que se le segura con motivo de un desafío y el virrey Blasco Núñez Vela informando a la corte de las personas que no convenía volviesen al Perú, comprendió en la lista de sus nombres el de don Alonso Alvarado. Sin embargo de todo fueron tantas las instancias del licenciado don Pedro de la Gasca para traerlo al Perú, considerando indispensable que coadyuvase al logro de la pacificación que le fue encomendada al nombrársele Gobernador, que el Rey se vio en el caso de condescender, y lo hizo distinguiéndolo todavía con el título de Mariscal que le confirió. Llegó con Gasca a Nombre de Dios el 17 de julio de 1546, le ayudó a entenderse allí con Hernán Mejía, le sirvió mucho con sus relaciones en el Perú, y vino en su compañía a Jauja donde se reunieron las fuerzas que habían de operar contra las de Gonzalo Pizarro que dominaban el Cuzco. De allí le dio Gasca la comisión de conducir al ejército la artillería, armas y dinero que estaban preparados en Lima, y la más gente que posible fuera.

Nombró el Gobernador a don Alonso maestre de campo, y fue también uno de los del Consejo privado con quienes Gasca acordaba las cosas de la guerra. Hallose en la batalla de Sacsahuana el día 9 de abril de 1548. Asociado en seguida al oidor don Andrés de Cianca, entendió en el juzgamiento de los vencidos y la ejecución de las penas. Formó después parte de una junta en que Gasca trató de las providencias que habrían de tomarse para aliviar a los indios de los duros trabajos en que injustamente y con mucho abuso se les ocupaba.

Era la ciudad del Cuzco un foco continuo37 de sediciones: ella fue teatro de los levantamientos del primer Almagro, de las batallas en que sucumbieron éste, y después su hijo don Diego. Acababa de serlo de otra en que quedó destruido el bando de Gonzalo Pizarro; y como por su extensión y riquezas se habían juntado en ella muchos españoles; amparándose otros en su recinto al desenlazarse tres guerras civiles consecutivas; existían abundantes elementos de discordia disponibles para nuevos excesos. Agregábase ahora el descontento y predisposición siniestra de los caídos; el haber quedado resentidos muchos vencedores en la distribución de recompensas y gracias que hizo el Gobernador Gasca. Alvarado mismo olvidando los favores que había recibido de Gasca, fue uno de los que le acusó al fiscal del Consejo de Indias. No podía decirse que la tranquilidad estaba restablecida, ni que sería durable un sosiego a todas luces   —187→   aparente. Conociéndolo así Gasca, se fijó en el Mariscal Alvarado como hombre entendido y enérgico para fiar a su celo la conservación del orden, y por tanto le eligió para Gobernador del Cuzco en reemplazo de don Juan de Saavedra a quien por su carácter blando no respetaban muchos turbulentos que tenían familiaridad con él, y por eso eran más atrevidos como sucede siempre en casos idénticos.

En cuanto entró Alvarado empezaron a huir de aquella ciudad los más inquietos. Hizo poner en prisión, condenó a muerte y ejecutó a Francisco Miranda, Alonso Barrionuevo, y Alonso Hernández Melgarejo. Desterró a un bachiller apellidado Baraona, al cirujano Pacheco, a Melchor Pérez, Carrillo, Quijada etc. y remitió a Lima a Pedro Porto carrero a quien la Audiencia declaró libre.

Corría el año 1551 y gobernaba ya el Perú el virrey don Antonio de Mendoza cuando se fraguó una conspiración en el Cuzco para alzarse con el reino matando a don Alonso Alvarado, a su teniente Juan de Mori, al licenciado de la Gama, Juan de Saavedra, Juan Alonso Palomino y otros. Reunidos los autores trazaron sus lanas y acordaron poner al frente del movimiento a don Sebastián de Castilla hijo del conde de Gomera. El principal de los conjurados era don Egas de Guzmán que había venido furtivamente de Chuquisaca y estaba retraído en el convento de Santo Domingo. Ligado a él estaban Castilla, don Diego Henríquez, don García Tallo, Gómez de Magallon, Mateo del Saz, de Vega, Álvaro López, Guarnido, Hernando Guillada etc. Guzmán les mostró carta en que Vasco Godines ofrecía 300 hombres y prometía sublevar Potosí, Chuquisaca y la Paz. Tuvieron algunos de aquellos arrojo para proponer se matase a todos los vecinos del Cuzco que tuviesen repartimientos. La ambición en unos, la pobreza en otros, la codicia de todos, eran los móviles de esta nueva revuelta en cuyo favor debía obrar la circunstancia de que la Audiencia acababa de promulgar una cédula en que el Rey mandaba abolir en lo absoluto el servicio personal de los indios.

Don Alonso Alvarado que ya tenía sospechas de lo que pasaba, hizo matar a don Diego Henríquez joven de 24 años de edad, y dictó un decreto para que nadie saliera del Cuzco sin su licencia. Pero don Sebastián de Castilla había sido llamado a Chuquisaca por Godines y se puso en camino a media noche acompañado de su primo Tello de Vega, Mateo del Saz, Diego Pérez, Rodrigo de Arévalo y Diego de Figueroa, todos bien armados. El Mariscal tardó poco en saber la fuga de Castilla; mandó tropa a perseguirlo, y como no se logró tomarlo, escribió al corregidor de Charcas don Pedro de Hinojosa exigiéndole la prisión de Castilla: éste fue abrigado por Hinojosa, quien le mostró las cartas en que el del Cuzco, refiriéndole lo ocurrido allí, lo advertía el estado de las cosas en el Alto Perú, y le encargaba se guardase, pues tenían resuelto matarle. Era esto evidente, y su protegido y amigo Castilla, lo fomentaba como uno de los más ardorosos conspiradores. Castilla tenía asesinado de tal modo a Hinojosa, que éste fue el único que no creyó la conjura ni su peligro de morir; en vano se lo dijeron y repitieron el licenciado Polo Oudegardo, el guardián de San Francisco y tantos otros.

El 6 de mayo de 1553 fue asesinado Hinojosa en su propia casa por los que condujo a ella el alevoso Castilla quien pagó muy pronto su espantoso crimen, pues en seguida le mataron sus mismos socios Vasco Godines y Baltazar38 Velásquez, cuando apenas había él tenido tiempo para echarse sobre los bienes de Hinojosa, y para enviar una partida al Cuzco con el capitán Juan Ramón a fin de matar al mariscal Alonso Alvarado. Ramón en el camino desarmó a varios, y se declaró en favor de la pausa del Rey. Godines se apoderó del Gobierno en Chuquisaca capitaneando   —188→   una reacción con la mira de quedar en el mando: juntó tropas, dio libertad a los que se hallaban presos por realistas, y mandó descuartizar en Potosí a Egas de Guzmán su antiguo cómplice quebrando las dos piernas a Diego Pérez para afrentarlo. Así se mataban y traicionaban unos a otros, influyendo bastante la necesidad en que se veían de sepultar en el silencio los secretos de sus comunes iniquidades.

La audiencia en que gobernaba en Lima por fallecimiento del virrey Mendoza, dispuso para sosegar el país y conservar el orden público, que el mariscal Alvarado nombrado ya corregidor de la Paz, marchase a Chuquisaca en calidad de gobernador y capitán general con amplias facultades, y asociándole al fiscal don Juan Fernández para que le asesorase en los casos necesarios. Godines no se atrevió a resistirlo como se lo aconsejaban, y fue el primero a quien puso en la cárcel con grillos. En la Paz había hecho Alvarado cortar la cabeza a Pedro Juárez Pacheco, sentenció a varios a galeras y mandó azotar a otros.

Confiscó los bienes de muchos y sufrieron pena de horca Hernando Herrera, un tal Candidato y Lucas de la Torre, saliendo desterrados algunos más. En Potosí hizo degollar a García Bazán y a Hernán Rodríguez de Monroy, ahorcar a Farfán de los Godos, y a Juan Alcalá. Ordenó se descuartizara a Vasco Godines: fueron después degollados Gómez de Magallón, Tallo de Vega y Juan de Ugarte, y ahorcado Antonio de Campo Frío etc.

Como la Audiencia llevaba adelante la prohibición del servicio personal de los indios, aunque de un modo gradual, los encomenderos y vecinos españoles nombraron a Francisco Hernández Girón y a Vasco de Guevara para que como apoderados suplicasen del tenor de las ordenanzas. Girón y otros presentaron una petición; y habiéndola hecho pedazos el corregidor del Cuzco don Gil Ramírez Dávalos, se ofendió aquel altamente, mostrándose humillado con ese desaire, y lleno de vergüenza. Su conciencia no estaba limpia, y vivía muy temeroso de Alvarado, porque sabía que este en diferentes procesos averiguaba hechos referentes a su persona. El desagrado de muchos dio aliento a la ambición de Girón, por otra arte díscolo y con la altivez que nace de la fortuna pues poseía muchas riquezas. Congrega a los militares más irritados, y acuerda con ellos matar al corregidor. Para precipitar a Girón a que obrara con prontitud, le dicen sus amigos que Alvarado había escrito ordenando se le cortase la cabeza por ser cómplice de don Sebastián de Castilla y de Godines; y para hacerle creer esta falsedad, amenazan de muerte a uno que acababa de llegar con comunicaciones de Chuquisaca, a fin de que sostuviera la impostura. No llegó este caso, porque Girón que aguardaba esa sentencia todos los días, juntó su gente y asaltó la casa en que se hallaba el corregidor con motivo de celebrarse las bodas de don Alonso de Loayza con doña María de Castilla. Pudo salvar su vida dicho corregidor, más la revolución se consumó usurpando Girón el poder público, y arrancando al cabildo del Cuzco el nombramiento de Justicia mayor en 27 de noviembre de 1553. Se vio rodeado de prestigio porque era crecido el número de personas notables que se la adhirieron en consecuencia del general disgusto producido por las ordenanzas citadas. La causa que acaudillaba Girón hizo eco favorable en otras provincias, y la multitud, se brindaba a defenderla viendo escrito en sus banderas: «Edent pauperes etc. Saturabuntur». (Salmo 21). Fue Girón el primero a quien en el Perú ocurrió la idea de libertar a los negros esclavos, y lo hizo armándolos y creando un cuerpo de ellos. Obedecíanle ya en Arequipa y Guamanga; contaba con un regular ejército, y se puso en marcha hacia Lima. La Audiencia que organizó otro para combatirlo, nombró   —189→   a don Alonso Alvarado capitán general, facultándole para formar tropas, venir sobre el Cuzco y hostilizar al rebelde. Girón no se había olvidado del mariscal y conociendo el mal que podía hacerle en Chuquisaca, cuidó de escribir a doña Ana de Velasco, esposa de Alvarado, rogándola que lo persuadiera para que no se comprometiese en la cuestión; y aunque le hacía comedidos ofrecimientos, no omitió sus amenazas para el caso de que aquel se declarara su enemigo.

Alvarado reunió 800 hombres y se vino al Cuzco: los oidores suspendieron por dos años y medio el cumplimiento de las ordenanzas, y enviaron a España comisionados para manifestar al Rey la situación en que se hallaba el Perú. El disgusto que esto imprimió en Girón dio a conocer que su ambición había tomado mayores dimensiones y que sus miras eran otras desde que tales providencias no bastaban a satisfacerlo. Aproximó sus tropas a Lima, y el ejército de que disponía la Audiencia salió a su encuentro. No se atrevió Girón a librar una batalla y emprendió su retirada por Ica al interior para volverse al Cuzco. Alvarado arregló sus fuerzas nombrando maestre de campo a su cuñado don Martín de Avendaño por complacer a su esposa, pues era joven y falto de conocimientos: capitanes de caballería a don Gabriel de Guzmán, Pedro Hernández Paniagua, y Juan Ortiz de Zárate: de la infantería a Juan Ramón, al licenciado Polo Ondegardo, Martín Alarcón, Hernando Álvarez de Toledo, Diego de Almendras y Juan de la Reynaga: alférez general a Diego Porras y sargento mayor a Diego de Villavicencio. Hizo su lugarteniente al licenciado Gómez Hernández, y alguacil mayor a Juan de Riva Martín. Proveyose de bastimentos, y sacó siete mil indios para el servicio.

Antes de dejar el Alto Perú, terminó varios procesos pendientes sentenciando a horca a Francisco Ramírez, a galeras a Gómez de la Vid, a otros apenas pecuniarias: todos eran reos de las anteriores revueltas. En Zepita supo que Girón con sus tropas ocupaba ya Guamanga de regreso para el Cuzco. Entró Alvarado en esta ciudad donde su ejército recibió un regular aumento. Allí mandó devolver a doña Mencía de Sosa (o Almaraz) esposa de Girón, los indios de que la habían privado, declarando que ella no era culpable de los extravíos de su marido. Púsose el mariscal en campaña con un ejército de mil hombres; y en la incertidumbre de si su adversario se encaminaría al Cuzco o tomaría para Arequipa, obró en sus marchas y dirección con la prudencia que convenía a fin de que no pudiera rehusar la batalla a que tenía resolución de obligarlo. Anduvo por varias provincias, y pensó ir a la de Parinacochas. En un despoblado se le fueron al enemigo 4 soldados y porque robaron dos buenas mulas, luego que supo que los dueños de esas eran Gabriel de Pernia y Pedro Franco, mandó darles garrote; cuyo hecho fue generalmente censurado. Después de largas y penosas marchas llegó al pueblo de Guallaripa y supo que Girón estaba en Chuquinga, a cuatro leguas. Alvarado resolvió enviar una vanguardia sobre el enemigo: opusiéronse algunos diciéndole se hallaba en muy fuertes posiciones al otro lado del río Abancay que no se había reconocido. El mariscal insistió en su propósito y marchó tras esa columna con todas sus fuerzas. Los de Girón tenían estudiado el terreno, que era muy quebrado, lleno de peñas y arbustos marcando el curso del río que corre en lo bajo de tales crestas; y desparramaron su infantería que se ocultó con mucha facilidad. Al entrar la vanguardia en esas espesuras y asperezas fue rechazada con pérdida de 40 soldados, y no se pudo adelantar más. Refiere «el Palentino», cap. 44, que Alvarado celebró consejo para acordar lo que debería hacerse. Él quería atacar de nuevo, mas Lorenzo Aldana y Diego Maldonado le   —190→   dieron razones en contrario, pues Girón tenía que abandonar luego su inexpugnable campo, por falta de recursos de subsistencia. Tuvo que ceder de pronto a lo que se le aconsejaba, y aun trató de pedir a Lima más piezas de artillería; mas habiéndosele presentado el capitán Rodrigo Poveda, que venía del partido de Girón para servir al realista, expuso que muchos tenían resuelto unirse al mariscal, que les escaseaban ya los víveres, que el río era vadeable, y que en esa noche dejarían el lugar en que se habían encastillado. Y como Alvarado persistiese en acometer la repulsa, generalizada ya, se mostró en mayores y fuertes reflexiones, opuesta a un error tan manifiesto. Después de serios altercados, el mariscal observó que no faltaría al deber de marchar al combate: que no hacía honor a los que pensaban de otro modo, poner embarazo a sus mandatos que él ordenaba combatir y que se lo obedeciese so pena de dar por traidores a los que lo rehusasen.

Según es de suponer entró el desaliento, y se desató la murmuración. Alvarado tenía como mil hombres: los de Girón se decía que cerca de 400, y aquel creía vencerlos a pesar de su ventajosa situación, aunque costase la pérdida de mucha gente; pero acaso olvidó que la caballería para nada podía allí serle útil, mientras que el enemigo, disponiendo de buenos arcabuceros, lo esperaba todo de ellos mediando un río caudaloso, y tantos andenes, estrechuras y malos pasos.

Dio Alvarado prolijas instrucciones a sus oficiales: empezó el choque faltando a ellas el capitán Robles que se precipitó con pocos sin esperar que atravesase más fuerza el río: murieron muchos soldados, y muchos se retrajeron de la pelea. Uno y otro esfuerzos no bastaron para obtener alguna ventaja aun después de pasar algunos el río: y el temor y la confusión produjo la derrota, cayendo más de 300 manos de los de Girón. Éste que tenía escasez de pólvora, llegó a servirse de la que tomaba a los prisioneros. Murieron del bando realista Juan de Saavedra, el sargento mayor Villavicencio, Gómez de Alvarado el mozo, el capitán Hernando Álvarez de Toledo, don Gabriel de Guzmán, Diego de Ulloa, Francisco de Barrientos, Simón Pinto, etc., y ciento de tropa. Heridos los capitanes Robles, Alarcón, Gonzalo Silvestre y más de 200 soldados. Tal fue la batalla de Chuquinga (1554) en que el bando inferior en fuerza, y con menos probabilidades, alcanzó una victoria debida sólo a la temeridad y capricho de un general impaciente, ofuscado por el orgullo irracional que le hizo no atender a la prudencia y reflexión de que los hombres experimentados nunca deben apartarse.

Mucho se fatigó Alvarado al intentar reunir su alebronada gente que recogía el enemigo, o huía en desbarato por todas direcciones. Encontrándose herido y desamparado, se vio en la urgencia de salvarse en el primer caballo que pudo hallar después de muerto el suyo. Así se alejó del río Abancay, dos veces funesto para él, entregándose a la más triste desesperación.

Desde entonces no pudiendo Alonso Alvarado sobreponerse a su desgracia, se apoderó de él una profunda melancolía que lo fue consumiendo, y le causó una grave enfermedad de que falleció en 1556, habiendo estado en alternada agonía más de un mes. Al poco tiempo murió su hijo mayor dejando vacante el repartimiento de que disfrutaba, y que el Rey por gracia especial lo concedió al hijo segundo de Alvarado en atención a lo que éste le había servido.

Del desenlace de la guerra civil de 1554 se instruirá el lector en el artículo Girón. Alcedo en su Diccionario Geográfico dice que la batalla de Chuquinga la ganó Girón muy cerca de Nasca, lo cual es un error notable. Es verdad que allí existió un pueblo de igual nombre: pero el mismo   —191→   autor menciona otro Chuquinga que es el de la provincia de Aymaraes donde se dio la citada batalla. Por allí corre el río Abancay y no por Nasca como escribe Alcedo siguiendo aquella equivocación.

Hernando Alvarado hermano del mariscal y a quien hemos nombrado al tratar de la exploración de Moyobamba, había estado en la batalla de las Salinas con Hernando Pizarro: después abandonó al virrey Vela uniéndose a Gonzalo Pizarro. Tuvo fin trágico, pues murió de hambre en un despoblado hallándose fugitivo en la provincia de Piura, y se creyó que se había envenenado con las mismas yerbas que tomó para alimentarse.

ALVARADO. Don Diego. Vino al Perú en la división que trajo de Guatemala en 1534 el adelantado don Pedro, (del mismo apellido) quien le confió el cargo de Maestre de Campo. No están de acuerdo los antiguos escritores en cuanto a si fue hermano de don Pedro, o su tío, como dice Garcilaso. En la penosa marcha que hicieron estos expedicionarios desde Caraquen hasta llegar a Riobamba, don Diego tuvo a sus órdenes la vanguardia con que fue descubriendo el país y arrostrando antes que todos las grandes privaciones y peligros que referimos en el artículo correspondiente a don Pedro.

Él encontró y detuvo a los exploradores enviados por don Diego Almagro para adquirir noticias de la dirección que el Adelantado tomaba, y los presentó a éste, habiéndolos tratado caballerosamente.

Desde que se celebró el convenio amigable entre los dos jefes, don Diego se captó el aprecio de Almagro y le profesó una amistad decidida e inalterable. Fue con él Cuzco y lo apoyó cuando por primera vez trató de posicionarse del territorio del Sur antes de recibir la Real cédula que le confiriera el gobierno de la Nueva Toledo. Pasó en su compañía a la conquista de Chile en 1535 influyó sobre manera para que Almagro la abandonara volviéndose al Perú. Figuró en primera línea en los sucesos que precedieron a la ocupación del Cuzco por las fuerzas de Almagro y prisión de los hermanos del gobernador Pizarro. Estando don Alonso Alvarado en Abancay con sus tropas esperando órdenes de Pizarro, y en observación de lo que pasaba en el Cuzco, intervino don Diego Alvarado en las tentativas que se hicieron para seducir a los contrarios, y atraer al capitán Pedro de Lerma a la causa de Almagro. Éste lo envió de comisionado con otros cerca de don Alonso para intentar que en atención a las provisiones del Rey reconociese la autoridad de Almagro, o se retirase del país que pertenecía a su gobernación. Don Alonso puso en seguridad a estos comisionados teniéndolos con grillos. A pesar de todo pudo Alvarado escribir a Almagro asegurándole obtendría un triunfo seguro si prontamente venía sobre Abancay. Hecho así, al mismo tiempo que combatían y vencían los del Cuzco consiguió verse en libertad, pues se la dieron los mismos enemigos.

Prisionero don Alonso Alvarado, y cuando Rodrigo Orgoñes ordenaba le matasen, fue don Diego el que más se opuso a ese hecho y consiguió que Almagro se negara a permitirlo. Mas este, impulsado después por el mismo Orgoñes, luego que determinó venirse a Lima a destruir a don Francisco Pizarro, convino en que fuesen degollados en el Cuzco sus dos hermanos Hernando y Gonzalo y don Alonso Alvarado. Almagro había mandado ya entender todas las órdenes, y el ejecutor de ellas debía ser su amigo don Diego Alvarado a quien nombraba para que en su ausencia gobernase en el Cuzco. Don Diego entonces, asociándose a varias personas notables, manifestó a Almagro39, que no tenía derecho ni visos de razón si quiera para hacer guerra ofensiva al gobernador Pizarro: resolución que   —192→   ejecutada no podría menos que serle funesta, como injusta de todo punto y por demás escandalosa: Y en cuanto a lo de hacer morir a don Alonso y a los Pizarros, se lo reprobó con reflexiones de tanto peso, que se vio precisado a desistir de tan inicuo propósito.

Era don Diego amigo verdadero de Almagro, anhelaba como el que más el triunfo de su causa; pero quería se alcanzase sin mancharla con crímenes ajenos de la buena fe y sanidad de intenciones. Don Diego visitaba en la prisión a los Pizarros, y como incurría en la falta de jugar, vicio dominante en los militares españoles de aquella época, lo hacía con Hernando y sus compañeros de desgracia, de un modo tan frecuente y excesivo, que en una ocasión le ganó Hernando 80 mil pesos de oro y no se los admitió cuando intentó pagárselos. Este hecho nada extraño en él, desbarato de unos hombres que no sabían qué hacer con el oro y la plata, no dejaría de ser calculado por Hernando que conocía el riesgo en que estaba su vida, y el valimiento que don Diego tenía con Almagro. Y en efecto, fueron reiteradas las ocasiones en que don Diego Alvarado, contrarrestando al temoso y sanguinario Orgoñes, pudo vencer el ánimo de Almagro para que no consintiese la ejecución de unos asesinatos que habrían sido indisculpables. Cierto es que esa vida de Hernando salvada en uno y otro lance en que iba a perderla, costó a Almagro la suya, y más tarde como se verá, la del mismo Alvarado: pero a nadie es lícito ni permitido cometer atentados ni sostenerlos porque se presuman hechos que están por suceder, aunque muy fundadas sean las conjeturas que induzcan a esperarlos.

Siempre fue de sentir Alvarado que la designación del territorio del marqués Pizarro y del que debía gobernar Almagro, se hiciese por medios razonables y con parsimonia, sin que se comprometiera la paz pública ni la armonía entre los dos caudillos. Por esto quiso se aguardase al obispo de Panamá comisionado al efecto por el Rey: y que entretanto no se tapara nada relativo al país en que al norte de Chincha se obedecía40 al gobernador Pizarro. Inutilizados los esfuerzos del licenciado Espinosa a quien este había conferido poderes para negociar en el Cuzco la libertad de sus hermanos y transar las cuestiones pendientes, resolvió Almagro apoyado en el parecer de sus capitanes, marchar con su ejército a la costa, y así lo verificó ocupando en seguida a Chincha. Trajo preso sólo a Hernando Pizarro, pues Gonzalo con don Alonso Alvarado y otros quedaron en el Cuzco. Allí lograron fugar, y esto puso en nuevo peligro a Hernando. Diego de Alvarado tuvo mucho que luchar para que Orgoñes no se saliera con su intento de matarlo.

Luego que estuvo aceptada por los contendientes la autoridad del padre Bobadilla para fallar acerca de la demarcación de límites, motivo principal de las alteraciones, don Diego fue nombrado por Almagro con otros para que quedasen de rehenes con los que diera Pizarro mientras el comparendo de Mala (octubre de 1537). Pizarro se negó a cumplir la condición de entregar rehenes; Diego Alvarado entonces insistió como siempre cerca de Almagro para que adoptara medios pacíficos y conciliatorios. Por estas ideas armadas en sus convicciones se rugía ya que él y los que eran de su mismo parecer, habían sido ganados secretamente por Pizarro: estos rumores maliciosos crecieron cuando ajustado más tarde un convenio entre Pizarro y Almagro, se notó a Alvarado decidido en favor de la libertad que se dio a Hernando.

Al regresarse Almagro con su ejército para el interior por abrirse de nuevo las hostilidades, hizo adelantar a don Diego Alvarado al Cuzco para que mandase como su lugarteniente. Allí trabajó de un modo asiduo sosteniendo y asegurando la causa a que estaba tan ligado. Se hacían   —193→   los preparativos para la batalla que iba a librarse contra el ejército que conducía Hernando Pizarro, después de violar el juramento que hizo de retirarse a España. Almagro puso el estandarte real en manos de Alvarado y de su hermano don Gómez. Consta de pormenores escritos acerca de la batalla de las Salinas que don Diego Alvarado discutió y porfió para que no se marchara a este campo por ser estrecho y con sitios fangosos; opinando que debía permanecer el ejército en el mismo que ocupaba y era amplio y preferible, por lo llano, para que obrase la caballería. Rodrigo Orgoñes pensó de diversa manera sin advertir que en esta arma consistía la superioridad del ejército de Almagro, así como la del contrario estribaba en la arcabucería. Al perderse la batalla de las Salinas tocó a Alvarado la suerte de prisionero. Hernando Pizarro para allanar la ejecución de Almagro hizo salir fuerzas con destino a Jaén y a Chachapoyas, y fomentó el proyecto del capitán Pedro Candía de marchar a descubrir el territorio ignorado todavía a la otra parte de los Andes donde se decía haber un rico país llamado Ambaya. Percibía Hernando el descontento que ya fermentaba entre los vencedores, y aun en el vecindario: y hallándose muy receloso, encontró conveniente alejar y distraer tropas de cuya moral no era cuerdo fiarse. Candía no pudo superar las grandes dificultades con que tropezó en su empresa, y determinó volverse al Cuzco: él no sabía que algunos de sus oficiales tenían fraguada una conspiración para dar libertad a Almagro matando a Pizarro. Tres de ellos Alonso León, Alonso Díaz y un N. Galdames, escribieron a don Diego Alvarado por mano de un indio de confianza participándole su pensamiento, para que estuviese avisado de que se efectuaría el plan en una noche que le indicaron.

Alvarado que no era hombre capaz de autorizar escándalos, contestó a Alonso León que se abstuviesen de realizar semejante hecho porque sería ofensivo al Rey y dañoso al mismo Almagro. Alvarado creía en las palabras con que Hernando cautelosamente aseguraba que no moriría Almagro: y tenía el candor de imaginar que pronto se restablecerían el acuerdo y amistad de este con el gobernador don Francisco Pizarro. Los conjurados temieron ser descubiertos y hubo quienes denunciándose a Hernando, le pidieron perdón y aun recompensa por el aviso: de lo cual sobrevino la pena capital a que fueron condenados los capitanes Mesa y Villagrán. Con esta y otras providencias Pizarro pudo cortar por lo vivo el riesgo inminente que le había amenazado tan de cerca.

En todos sus cálculos se engañó don Diego Alvarado, y tuvo que sufrir el agudo dolor que sintió su corazón con motivo de la muerte dada a don Diego Almagro por aquel cuya vida había él mismo conservado: por Hernando Pizarro tan favorecido de Alvarado, quien acababa de contribuir a que se frustrase una horrible conjuración.

Como albacea de Almagro pidió Alvarado a don Francisco Pizarro diese posesión a su hijo don Diego del gobierno de la Nueva Toledo que según el testamento de aquel, debía desempeñar Alvarado hasta que ese joven entrase en más edad. Pizarro le dio con aspereza, y muy alterado una respuesta negativa, agregando «que su gobernación no tenía términos y podía llegar hasta Flandes».

El amigo de don Diego Almagro conocedor de las circunstancias, y desengañado de que nada tenía que esperar en beneficio del joven que quedaba abandonado a los rigores de la adversidad, determinó ocurrir al Rey y hacerlo personalmente. Para ello se proveyó de los documentos que le convenía llevar consigo, y que eran indispensables para que mereciesen fe sus acentos, sus quejas y reclamaciones en la corte.

  —194→  

Se puso en camino para Lima, y logró embarcarse para España no obstante lo mucho que hizo Pizarro para impedirle el viaje.

Hernando, que también salió para la Península llevando crecidos caudales suyos y del Rey, hizo su marcha por Méjico a fin de no juntarse con Alvarado, y estuvo acertado porque la Audiencia de Panamá había resuelto tomarlo preso. Alvarado, como era consiguiente, llegó primero que él a la corte adonde de antemano se habían dirigido Diego Núñez de Mercado y Diego Gutiérrez de los Ríos ambos amigos del finado Almagro. Estos participaron allí los sucesos ocurridos en el Perú de que también dieron noticia don Alonso Henríquez y otros.

Entabladas las gestiones de don Diego Alvarado, pretendía éste probar el mal proceder de los Pizarros, pedía se castigase al autor de la injusta y cruel muerte dada a don Diego Almagro, y que a su hijo se le nombrase gobernador de la Nueva Toledo, Hernando por su parte rechazaba las acusaciones, se defendía de ellas y formulaba las suyas contra Almagro. De un lado y otro se acumulaban infinitos documentos, comprendiendo el consejo por ellos, y por los largos y complicados cargos que arrojaban los respectivos memoriales, que la situación del Perú era muy crítica y lamentable, demandando remedios prontos y eficaces para poner término final a los escándalos y precaver los disturbios que amenazaban para lo futuro.

Alvarado recusó al doctor Beltrán y al licenciado Carvajal miembros del Consejo de Indias. Ellos se dieron por excluidos y el Rey nombró por acompañados, con Gutierre Velásquez y el doctor Bernal, ambos consejeros, al doctor Escudero y los licenciados Leguizamo y Guevara que lo eran del Consejo Real.

Pizarro recusó a Velázquez y Alvarado a Leguizamo. Estos recursos y los embarazos de otro género que cada día iban presentándose, desesperaron a Alvarado hasta el punto de dirigirse a Hernando ofreciéndole diferir las cuestiones judiciales, con tal que los dos saliesen a un campo donde las ventilarían con sus espadas, y le probaría a ley de caballero, que había faltado al juramento y pleito-homenaje hecho en el Perú cuando le puso en libertad Almagro; que habían sido crueles o ingratos él y su hermano don Francisco al hacer morir a Almagro; y que en todas sus obras habían desobedecido las órdenes del Rey. Pero este duelo quedó sin efecto porque antes del 5.º día falleció don Diego Alvarado, sospechándose mucho que su muerte súbita había sido efecto de envenenamiento (año de 1540).

El consejo mandó prender a Pizarro teniéndolo en el Alcázar de Madrid por algún tiempo; y cuando se mudó la Corte a Valladolid, fue trasladado a la fortaleza de la Mota de Medina del Campo, donde permaneció más de 22 años. Véase Pizarro, Hernando. Por el fallecimiento de Alvarado continuó sosteniendo el pleito contra los Pizarros, don Alonso Henríquez.

El Rey había dispuesto que el Licenciado don Cristóval Vaca de Castro viniese al Perú para examinar el estado del país y averiguar lo tocante a la guerra civil de Almagro y su ejecución después de la batalla de las Salinas. Así mismo para que se encargara del gobierno en el caso de muerte de don Francisco Pizarro como acaeció. Alvarado dio aviso de todo a don Diego Almagro el hijo, asegurándole que Vaca no haría justicia por hallarse inclinado a los Pizarros, cuyo protector el cardenal Loayza que lo eligió, el consejero Beltrán y otros, tenían recibidos de aquellos cuantiosos obsequios.

ALVARADO. El licenciado don Diego. Uno de los españoles más   —195→   detestables que existieron en el Perú inmediatamente después de la conquista. Nada tenemos que decir acerca de su venida al Perú, y de las ocupaciones en que se empleó antes de figurar en la milicia, porque no encontramos datos que lo indiquen, ni tampoco noticias de cuál fue su país natal. Pero los antiguos escritores están conformes cuando al referir sus hechos, se valen de colores que los ennegrecen por haber sido atentatorios y opuestos a la humanidad. Es de suponer que tendría algunos estudios cuando trajo aquel grado universitario: mas nunca manifestó sus conocimientos como hombre de letras, siendo su empeño hacer el papel de soldado baladrón para que se le temiese como a militar intrépido.

Fue de la intimidad de don Francisco Hernández Girón, capitán que gozaba de gran riqueza, y tan ambicioso que se precipitó a encabezar un levantamiento en 1553. Para usurpar el poder se aprovechó del descontento causado por las reales ordenanzas que mandó cumplir la Audiencia de Lima, favoreciendo a los desgraciados indios. Lejos de que le fuese necesario un colaborador de la clase del Licenciado Alvarado, y menos en la escala superior en que lo colocó, las crueldades, hurtos y asesinatos cometidos por este, bastaban para desacreditar y hacer odiosa cualquiera empresa por aceptable que pareciera. Sin embargo, no podemos atribuir la caída y mala suerte de Girón a la influencia de la opinión pública provocada y ofendida con semejantes crímenes, sino a sus errores militares y a diferentes emergencias imprevistas.

Era muy activo en aquella época el interés que había porque continuara la esclavitud de los indios, y en lo demás habituada estaba la sociedad a presenciar homicidios injustificables y todo género de excesos. Estalló la revolución en el Cuzco el 13 de noviembre asaltando al corregidor y muchas personas que se hallaban en un banquete dado por Alonso Loayza con motivo de su matrimonio con María de Castilla. Diego Alvarado el mayor cómplice de Girón, principió por herir a don Juan Alonso Palomino quien luego murió, y en seguida alentando a otros tomó parte en la muerte de un comerciante rico llamado Juan Morales que había apagado las luces que alumbraban la mesa.

Preso el corregidor don Gil Ramírez de Avalos y consumada la revolución, un tal Bernardino Robles hombre muy bullicioso, acusó al capitán don Baltazar de Castilla y al contador Juan de Cáceres de que iban a fugar en dirección a Lima. Girón comunicó el caso con Alvarado comisionándolo para juzgarlos; mas éste que era enemigo de Castilla porque no había podido vencerlo en un desafío, mandó confesar a los dos y les hizo dar garrote en su misma casa. El suceso escandalizó no sólo porque fue basado en una calumnia notoria, sino porque la ejecución se hizo sin esperar orden de Girón. Este manifestó disgusto pero no castigó a Alvarado, y tan lejos de sincerarse por la tolerancia de tamaño crimen, le nombró a renglón seguido su maestre de campo. Siempre los conspiradores y caudillos de partidos han tenido a su inmediación y en su confianza para ciertos fines, a hombres de mala fama; y aun cuando la razón alguna vez los haya ido desengañando de su error, han podido más las confidencias y secretos de que ellos saben apoderarse, que la necesidad moral y política de apartarlos y despedirlos como amigos muy perjudiciales y dañosos. Don Baltazar de Castilla era hijo del conde de la Gomera y tenía 50 mil pesos de renta, y don Juan de Cáseres valía por su representación en el alto empleo de oficial real. Ni el uno ni el otro habían determinado salir de fuga como se dijo maliciosamente. Garcilaso que presenció estos y otros hechos, asegura que vio los cadáveres desnudos al pie del rollo. Alvarado andaba por las calles   —196→   con el verdugo que iba prevenido de garrote, cordeles y un alfanje: hizo matar a un N. Zárate porque se lo informó de que trataba de ausentarse. Todo su empeño era imitar a Francisco Carvajal; y por eso andaba de ordinario a mula sin montar en ningún caballo.

En el artículo Girón tiene el lector cuantos pormenores desee respecto a su levantamiento, campañas que hizo y sucesos que pusieron término a esta guerra civil. En el presente escribiremos sólo de las cosas enlazadas con Diego Alvarado para patentizar sus abominables obras. Al partir Girón con lo principal de sus tropas encaminándose a Lima, dejó en el Cuzco al Licenciado aprontando el resto de la gente con la cual se le reunió en breve tiempo. Girón ocupó el Valle de Jauja con más de 700 soldados y determinó buscar al ejército que habían organizado en Lima los oidores: este contaba en sus filas 1300 hombres. Cuando ya en Pachacamac observó que muchos se le pasaban al campo contrario, dio su consentimiento para que lo hiciesen cuantos quisieran separarse y venirse a Lima. Alvarado no sólo desarmó a los que aceptaron ese permiso, sino que los obligó a irse a pie y después de haberles quitado hasta la ropa del cuerpo. En Chilca dio garrote al médico N. Serrano a quien no valió el que Girón le hubiese dado libertad para quedarse si lo tenía por conveniente. Se decidió Girón a ponerse en retirada para regresar al Cuzco, teniendo por muy aventurado el éxito de una batalla que no se atrevió a comprometer: El capitán Nuño de Mendiola propuso que permaneciera el ejército 4 días en Chincha por haber abundantes recursos de subsistencia. Su indicación fue mal recibida creyéndose nacía de inteligencia con el enemigo; y como llegase Girón a desconfiar de él, le hizo dar de baja ordenando se le dejase allí sin imponerle otra pena que quitarle el caballo y sus armas. Pero Alvarado procedió de otra manera mandando que en cuanto saliera el ejército lo mataran, y así se ejecutó por sus agentes.

En una acción que ocurrió en Villacuri, Girón venció a la fuerza inferior que conducía don Pablo Meneses sorprendida por descuido y falta de avisos. Más tarde ganada por él mismo la batalla de Chuquinga a la inmediación del río de Abancay, el sanguinario Alvarado hizo asesinar al comendador Romero sin conocimiento de su jefe. Pasando este hecho atroz como tantos otros, Girón lo ascendió a lugarteniente general y lo envió al Cuzco para que colectase vestuarios y otros artículos, e hiciese fundir artillería con el bronce de las campanas de los templos. Alvarado se presentó en el Cuzco más insolente que nunca por el puesto que había obtenido y por el triunfo de Chuquinga, a que en nada contribuyó, y que debió Girón a las posiciones en que estuvo situado, y al capricho del mariscal Alvarado que las atacó sin reflexión y desoyendo los pareceres de sus mejores oficiales y exponiéndose a perder, como sucedió, el ejército que el mismo mariscal había venido reuniendo desde Chuquisaca.

El teniente general a quien era muy familiar el latrocinio, se entregó a él con desenfreno: de las casas de Juan de Saavedra, Alonso Mesa y Diego Ortiz de Guzmán, tomó más de 160 mil ducados; y de otros muchos vencidos, a quienes despojó, pudo juntar ingente suma, pues no perdonó en este saqueo ni las joyas de las mujeres. Hizo ahorcar a un tal Perales que siendo muy acertado tirador, prometió matar a Girón en la batalla de Chuquinga; y lo cumplió en otro llamado Juan Alonso Badajos que llevaba un vestido igual al que Girón tenía puesto. Para apoderarse Alvarado de las campanas atropelló a las comunidades religiosas ultrajando también al Obispo, que en vano dictó sus anatemas porque él llevó adelante su intento y fundió varios cañones, de los cuales   —197→   uno reventó, y los otros no fueron de gran provecho después de tanto escándalo. Sospechando Alvarado que algunos trataban de matarlo, y prescindiendo de entrar en suficientes averiguaciones, hizo morir con garrote a Diego Urbina y al alférez Lozano, dando orden para que en el ejército sufriera la misma pena un tal Aulestia aseverando era cómplice de los otros.

Se aproximaba ya al Cuzco el ejército mandado por los oidores que gobernaban el reino: Girón que tenía su campo en el valle de Yucay se movió en dirección al Collado; y don Diego le siguió después de haber cometido en el Cuzco sus últimas extorsiones tiránicas. Delante de Pucará hubo combates de que Girón no pudo salir victorioso: luego empezaron a abandonarle sus soldados, y se le huyeron al enemigo hasta sus mejores capitanes. Sobrecogido con tales decepciones y esperando le matasen se ausentó pensando no más que en salvar su persona.

El licenciado Alvarado habiendo desaparecido su caudillo, huyó también de Pucará con un resto de fuerza que se calculó en 100 hombres, y tomó una dirección que ningún autor señala con fijeza, pero que fue hacia el territorio de Arequipa. Marchó a perseguirlo el maestre de campo don Pablo Meneses con una columna ligera que lo alcanzó después de hacer algunas jornadas. Todos los que se encontraban con él fueron cercados y aprisionados. Meneses incontinenti hizo dar garrote a Alvarado y a otros oficiales; imponiendo igual pena en seguida al que sirvió de verdugo, y era el mismo de quien el licenciado se había valido en el Cuzco para los asesinatos que hemos recordado. A dicha ciudad fue llevada la cabeza de aquel odioso opresor, cuya muerte por nadie sentida, se tuvo por un acto de Justicia en desagravio de las víctimas que había sacrificado con tanta inhumanidad. Véase Girón.

ALVARADO D. GARCÍA. Capitán que no contaba 29 años cuando apareció en la segunda guerra civil de los Almagros en 1541, haciéndose memorable por sus grandes crímenes, crueldad y vicios de todo género. Ignoramos donde era nacido, la época en que vino al Perú y sus antecedentes militares: su nombre no empieza a mencionarse sino con motivo del asesinato del gobernador don Francisco Pizarro y creemos que no era deudo de ninguno de los de su apellido que figuraron en aquellos tiempos.

Él pertenecía al partido de «Los de Chile», epíteto que se daba a los que habían militado con don Diego de Almagro el conquistador, y que después no cesaron de conspirar contra Pizarro acosados por las persecuciones y la miseria.

Cómplice en el plan acordado para matar al Marqués, ocultó a varios soldados de su intimidad con los cuales se juntó a otros que con don Diego Almagro estuvieron en la plaza de Lima aguardando se perpetrara el asesinato, y muy al cuidado para evitar que se reuniera gente contraria, o para poder servir de apoyo, si preciso fuera, a los que asaltaron la casa de Pizarro acaudillados por don Juan de Rada.

Consumado aquel hecho, Alvarado entró a representar un papel de los más principales en las escenas de violencia y escándalo que en Lima se subsiguieron, y de que ya hemos escrito en el artículo tocante a Almagro el hijo. Se le comisionó para marchar al norte, mas no ofreciéndose recelo alguno en cuanto a Trujillo, se dirigió a Guailas con 70 hombres porque Alonso Cabrera, camarero de Pizarro, recogía allí soldados y los preparaba para hostilizar a los revolucionarios. Logró tomarlo preso como a los demás, y entonces siguió hasta Piara donde hizo proclamar a Almagro por Gobernador del Perú, cometió no pocos excesos,   —198→   sacó recursos sin reparar en medios, persiguió a varios, y por último hizo degollar a Cabrera, Villegas, Vozmediano y otros por orden de Rada, según se dijo.

De regreso en Lima cooperó con su parecer a la injusta muerte que se dio al capitán don Francisco Chávez. Juan de Rada avanzado en años y sin salud cabal, quiso separarse de la fatiga que le ocasionaba el inmediato mando de las tropas; y para reemplazarlo, nombró don Diego Almagro a Alvarado, pero asociándolo al maestre de campo don Cristóval Sotelo. Era imposible que un encargo de tanto peso y representación se expidiese por dos individuos, siendo Sotelo circunspecto y muy severo en la disciplina, y el otro díscolo, insolente y avezado al desorden y a los excesos. Sotelo a poco comprendió que debía renunciar, y lo hizo diciendo no ser dable el ejercicio de una autoridad en que hubiera dos cabezas.

Al marchar en dirección al Cuzco el ejército de Almagro, estuvo nombrado en Jauja García de Alvarado para bajar a Lima con una columna ligera a fin de sacar algunos artículos que se necesitaban: pero se opuso Sotelo a esta excursión «de que no resultaría, dijo, más que desmanes y saqueos porque el vigor de la mocedad daba gusto a todo». Alvarado solo ya en el mando de las tropas, miró con el mayor desagrado que Sotelo fuese nombrado para ir al Cuzco a entender en asuntos de importancia, de lo que se infiere que también apeteció para sí aquella comisión en que sin duda habría obrado en su provecho con su acostumbrada licenciosidad. Desde ese momento creció su odio a Sotelo, abrigó resentimiento con Almagro, y se mostró desdeñoso y tibio para el servicio; lo cual fue preludio de los grandes atentados a que se lanzó y que en breve referiremos.

Alvarado se ocupó de formar un partido contra Sotelo, y habiendo ido a Arequipa, empezaron a sentirse los resultados de sus tramas. Estando el ejército en Guamanga, hacía de maestre de campo Martín Carrillo, el principal entre los de la intimidad de Alvarado, y dispuso con cierto pretexto la prisión de un Baltanas que era muy amigo de Sotelo. Salieron varios a defenderlo, y Almagro se vio forzado a sostener a Carrillo, quien teniendo en su tienda a Baltanas lo hizo matar con un negro, sólo porque entraba el capitán Juan Balza de quien sospechó.

En Arequipa fue muerto Montenegro por Alvarado, el cual en su marcha había cometido no pocos robos y extorsiones bien cierto de que quedarían impunes. De regreso se reunió al ejército en el Cuzco, su primer paso fue contradecir el nombramiento del capitán Juan Gutiérrez Maraver para el mando de una compañía porque era hecho por Sotelo. Éste se revestía de prudencia, y disimulando los agravios, se ocupaba eficazmente en la conservación de la moral, corrigiendo abusos y protegiendo a los indios. Dos soldados que tenían por apellido el de Machín, allanaron una casa, robaron e hicieron un homicidio: Sotelo los mandó prender para castigarlos; pero Alvarado exigió se les perdonase, y como no pudiese estorbar que uno de ellos fuese ahorcado, se ofendió en extremo protestando vengarse.

Días después hallándose enfermo Sotelo determinó Alvarado matarlo y se introdujo en la casa con dos de sus confidentes, Juan García de Guadalcanal y Diego Pérez Becerra. Exigió que Sotelo le satisfaciera porque había hablado contra su reputación: aquel le hizo igual cargo y se negó a entrar en explicaciones. El capitán Juan Balza que allí estaba trató de mediar, y cuando ya se retiraban, Sotelo harto ya de ultrajes, con la paciencia muy apurada, dijo: «que no se acordaba de haber dicho cosa alguna, pero que si era así, en ratificaba en ello porque nada se le   —199→   daba de Alvarado». Entonces éste echó mano a la espada, Sotelo saltó de la cama y tomó la suya: Balza contuvo de pronto a Alvarado, y un doméstico arremetió de éste, mas fue herido y no pudo impedir que Sotelo y su agresor se dieran de cuchilladas. Guadalcanal tomó parte y cargando sobre Sotelo lo atravesó. El alboroto y el escándalo fueron grandes, causando una profunda sensación en el vecindario del Cuzco un atentado tan enorme.

Don Diego Almagro oyó las enérgicas reclamaciones de oficiales respetables, y quiso proceder al castigo de Alvarado, pero se encontró débil y sin competente poder, porque tal era ya en el ejército el influjo de aquel malhechor. Tuvo que seguir el consejo de hombres advertidos, absteniéndose por el momento de dictar providencias hasta que pudiera tomarlas con oportunidad. No obstante le hizo prevenir que no saliera de su alojamiento, cuya orden contestó con el mayor desprecio. Almagro confirió a Juan Balza el cargo de capitán general y a Diego Méndez, por no pertenecer a la facción, le dio el mando de una compañía. Vanas providencias, porque si muchos no eran partidarios de Alvarado, vivían temiéndolo, y no pasaba como un secreto la voz de que él iba más lejos, y urdía el modo de desaparecer a Almagro alzándose con el mando.

¡Triste situación que no podía menos de ser humillante para Almagro haciéndolo tocar el extremo del ridículo! Se la había él procurado elevando, y entregándose con ceguedad apasionada y vergonzosa, a aquel que le correspondía como debió esperarse de su indignidad y corrupción! Los mejores oficiales, los amigos verdaderos de Almagro con seguro conocimiento de las cosas, le aconsejaron que pues el ejército enemigo avanzaba, y convenía se reconciliasen los ánimos, para restablecer la unidad de que tanto se necesitaba, tomara el arbitrio de la indulgencia y pospusiese los agravios con generosa voluntad.

Apenas inteligenciado de todo García de Alvarado, pidió como prenda de amistad y de su arrepentimiento que se le repusiera en su anterior colocación: hácese así, mas porque el nombramiento no contenía la facultad de mudar por sí los oficiales según le pareciese, lo hizo pedazos presente el que lo había llevado, y profiriéndose en términos muy descomedidos. Creyendo culpable a Balza, le mandó llamar con la intención de matarlo: le dio quejas por la ingratitud de Almagro quien después de haberle servido tanto, estimaba en más la muerte de Sotelo, que su amistad y su existencia misma: agregó que si el nombramiento se le daba según su deseo, le vería unido a su persona tanto como antes lo había estado. Balza, advertido y astuto, para mejor engañarlo, le aseguró que todo provenía de omisión y descuido del escribano que extendió la patente; que a todos importaba tenerlo por general, que la hiciese escribir como quisiera y se la entregaría firmada, «pues por su parte había hecho dejación de ese puesto para que sólo él lo ocupase». Alvarado en su enajenación repuso a Balza que al llamarle tuvo la intención de matarlo creyendo le tratara de un modo desabrido: pero que sus buenas razones le obligaban a tenerle por amigo leal, y que le pedía hiciese entender a Almagro la fidelidad con que estaba resuelto a servirle.

Almagro se negaba a firmar el despacho creyendo con razón que era menoscabar su dignidad: mas sus consejeros le obligaron a otorgárselo diciéndole que pasado el lance, bien fácil sería hacer desaparecer a un hombre en quien absolutamente debía fiarse.

Muy poco tiempo corrió para que se descubriera una conspiración tramada por García de Alvarado con el fin de matar a Almagro y someterse al licenciado Vaca de Castro Gobernador nombrado por el Rey y que no iba sobre el Cuzco con un ejército para poner término a la anarquía.

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Hallábase en la ciudad Pedro de San Millán hombre rico, muy dadivoso con los soldados y cómplice en el asesinato del marqués Pizarro. Este con la mira de contribuir a que se afianzase la concordia, invitó a Alvarado para un banquete a que también asistiría Almagro. Bien lejos estaba de su pensamiento que en ese convite Alvarado quisiese matar a Almagro; y mucho más que éste se preparase también para el asesinato de aquél. Ellos pasaron el día en aparente cordialidad, y al acercarse tarde de la noche la hora de la cena, Almagro se fingió algo indispuesto, cuidando de que cerca de la habitación se situaran unos arcabuceros. Martín Carrillo advirtió a Alvarado que debía guardarse, mas él despreció el aviso y se introdujo a donde estaba Almagro para mostrar interés por su salud y rogarle los acompañara a la mesa. Apenas entró cuando Juan de Guzmán que hacía la guardia, cerró la puerta, y entonces Juan Balza se abrazó de Alvarado para que se diera preso. Al instante se levantó Almagro y diciendo, «preso no, sino muerto» le hirió en la cabeza: luego los demás lo acabaron a estocadas. Los elaboradores de este hecho fueron Diego Méndez, Alonso Saavedra, Diego Hoces y Juan Gutiérrez Maraver. Perdonados por Almagro los cómplices de García de Alvarado, pronto lo olvidaron como fue olvidado Sotelo: pronto tuvieron que empeñarse todos en defenderse de un ejército que los hizo sucumbir en la batalla de Chupas el 16 de setiembre de 1542. Véase Almagro, el hijo.

Agustín de Zárate dice que el que cerró la puerta de la habitación en que estuvo Almagro, fue don Juan de Rada sin acordarse de que había muerto en Jauja. Gomara siguió el mismo error, y Garcilaso refiere que fue Pedro Oñate, en lo cual tampoco acertó a decir la verdad.

ALVARADO. Don Gómez. Hermano del adelantado don Pedro Alvarado con quien vino de Guatemala al Perú en 1534. Sirvió de capitán de caballería y pasó a Chile con don Diego Almagro de quien fue muy amigo. Le acompañó a su regreso en todas las dificultades que superó hasta apoderarse del Cuzco; y cuando don Alonso Alvarado llegó a Abancay con fuerzas que obedecían al gobernador Pizarro, Almagro envió a don Gómez con algunos otros para que lo inclinara en su favor o le previniese se retirara del territorio del Cuzco. Entonces don Alonso sin respetar el carácter de aquellos comisionados, los puso en prisión y con grillos. Irritado Gómez de Alvarado con tal procedimiento no quiso dar su espada, y cuando se le estrechó a ello la entregó a un negro.

Vencido don Alonso Alvarado, Almagro se vino con su ejército a Chincha, y Gómez estuvo con él en la entrevista de Mala entendiendo en todos los sucesos que allí pasaron habiéndose opuesto siempre a que se decapitase a Hernando Pizarro como quería hacerlo Rodrigo Orgoñes. Almagro se retiró al Cuzco, y al reorganizar sus tropas encomendó a Gómez de Alvarado el estandarte: con él asistió a la batalla de las Salinas en que sucumbió Almagro.

Prisionero allí, se le condujo a Jauja donde se hallaba don Francisco Pizarro. Este no le hostilizó porque había cooperado a la libertad de su hermano Hernando. El gobernador, ya en Lima, envió a Gómez de Alvarado a poblar en Huánuco: fundó la ciudad en 1539, denominándola León de los caballeros, nombró por alcaldes a Rodrigo Martínez y a Diego Carvajal y tomó muchas providencias para el progreso de ella. Pero en Lima se levantó gran oposición, y obligaron a Pizarro a retirar el título de ciudad quedando sólo con el de Villa y dependiente de la capital.

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Alvarado que trabajaba con empeño en su obra, y había combatido y ahuyentado al caudillo «Illatopa» que moviendo muchedumbre de indios hizo sus tentativas contra los españoles en aquel territorio, mostró un profundo resentimiento por la resolución desairosa dictada por Pizarro, y se vino a Lima sumamente desagradado. La provincia de Guánuco, de buen clima, mucha feracidad y valiosas producciones, es donde se ve el origen del río Huallaga. Su capital la restableció Pedro Barroso en 1540, y la mejoró Pedro Puelles en 1542. Del sitio en que estuvo, que es el llamado «Guánuco el viejo», fue mudada al lugar que hoy ocupa en 9.º según Smith41, y a la altura de 1812 metros del nivel del mar. Cosechase el mejor café que se conoce y frutas inmejorables. Obtuvo título Real de ciudad y escudo de armas en tiempo que gobernaba el Perú el marqués de Cañete (1556) por sus servicios en la guerra civil de 1554 dándosele el dictado de «muy noble y muy leal». El corregidor extendía su jurisdicción a las provincias de Huamalíes, Conchucos, Cajatambo, Huaylas y Tarma.

Volviendo a Gómez de Alvarado, este tuvo en Lima una grave desazón con don Alonso Alvarado hasta el extremo de haberle desafiado. Pizarro los apartó dando a este la razón; en lo cual hallaron motivo los partidarios de don Diego Almagro, que eran los caídos, para acrecentar su encono contra el gobernador. Pero aunque don Gómez reconoció al hijo de Almagro en 1541, él reprobó el asesinato de Pizarro, y se separó luego, marchando a ponerse a órdenes del gobernador don Cristóval Vaca de Castro. Éste tuvo que reprenderlo y aun amenazarlo por un nuevo disgusto con Alonso Alvarado y provocación a duelo. Nombrole Vaca capitán de caballos y mandando esta fuerza se halló en la batalla de Chupas el 16 de setiembre de 1542, adversa a don Diego Almagro, el hijo. Gómez de Alvarado murió luego en Vilcas de una enfermedad que lo asaltó.

ALVARADO. Don Gómez de. Llamado el mozo: militó en el Perú desde la conquista. Hallábase en el Cuzco antes de la batalla de las Salinas en 1538, y por partidario de los Pizarros se le tuvo preso con otros por orden de don Diego Almagro. Terminada aquella guerra estuvo con don Alonso Alvarado en el descubrimiento y reducción de la Provincia de Chachapoyas y aun gobernó allí accidentalmente. Sirvió en 1545 con Gonzalo Pizarro; le reforzó con gente que desde allí condujo él mismo para la guerra contra el virrey Blasco Núñez Vela. Concurrió a la batalla de Añaquito, y estando herido y prisionero el Adelantado Velalcázar, tuvo ocasión de acogerlo y aun salvarle de las manos de Bachicao y otros que dándole golpes porfiaban por asesinarlo. Gonzalo Pizarro le confirió luego el mando de Chachapoyas. En 1546 se juntó con el gobernador don Pedro de la Gasca prestándole auxilios para la campaña contra Gonzalo, en que figuró como capitán de caballería. Terminada esta guerra con 14 batalla de Sacsahuana en que venció Gasca, pasó Gómez de Alvarado al Alto Perú. Ocurrieron los disturbios de 1552 y 53 promovidos por don Sebastián de Castilla y después por Francisco Hernández Girón: Alvarado que no perteneció a esas facciones sirvió a órdenes del mariscal Alonso Alvarado. Éste tuvo bajo su mando un ejército que arregló en el Cuzco con el cual hizo en Chuquinga un desatinado ataque a las fuertes posiciones que defendió Girón. Alcanzó este por entonces una inmerecida victoria. Gómez de Alvarado murió allí después de emplear su valentía sin el resultado que buscaba.

Advertiremos que el historiador Garcilaso confunde a los dos capitanes que se llamaron Gómez de Alvarado y mezcla los servicios y hechos de ambos sin reparar que a uno se le llamaba el mozo, y que el otro fue hermano del adelantado don Pedro Alvarado.

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ALVARADO. Don Pedro. Caballero de la orden de Santiago. Natural de Badajoz, hijo del comendador de Lobón; fue entre los conquistadores de Méjico uno de los que adquirió más renombre por sus hechos. Vino de España a la Isla de Cuba y se avecindó en Santiago, donde se ocupaba de negocios. Gobernando allí don Diego Velázquez, le confirió el mando de uno de los buques de la expedición de don Juan de Grijalva a Yucatán en 1518. De regreso en Cuba salió para Méjico con don Hernán Cortés, y en la conquista de este país hizo señalados servicios como capitán, distinguiéndose siempre. El cacique Xicotencatl le entregó una hija suya en matrimonio la cual bautizada recibió el nombre de Luisa: llamaban los indios a don Pedro Alvarado «el sol» porque era muy blanco y rubio y le quisieron mucho los Tlascaltecas. Garcilaso refiere que le decían «hijo de Dios» porque les causó asombro que en la retirada que hizo Cortés de Méjico, apoyándose en el regatón de su lanza diese un salto desmedido que lo pasó al otro lado de un brazo de río, en una angostura cuyo puente destruyeron los indios; salvo un espacio de 25 pies porque era muy ligero, y se relataban muchos casos raros de su agilidad y destreza. Agrega ese autor que se ahogaron todos los que quisieron seguirlo acosados de la persecución en que los indios mataron crecido número de españoles; y que tiempo después, rehecho el puente, se colocaron dos mármoles, uno en cada estribo para memoria de aquel hecho. Era Alvarado de una figura muy interesante, y se contaba que habiendo ido a presentarse a Carlos V por ciertas acusaciones que sobre él pesaban, al verlo en Aranjuez el Emperador dijo: que un hombre de ese talle no podía haber cometido las maldades de que se hablaba: lo declaró libre y le dispensó no pocas gracias.

Motezuma, cuya liberalidad no tenía límites, jugaba frecuentemente al bodoque con don Pedro Alvarado, que cuando perdía le daba un chalchivite, o sea una piedra estimada por los indios; pero cada vez que tenía Motezuma que pagar, lo hacía dando a Alvarado un tejuelo de oro, y en ocasiones le entregaba cuarenta y cincuenta según salía mal de dicho juego. Alvarado, como casi todos los españoles de su época, estaba dominado por la codicia, y al hacérsele a Motezuma un cuantioso robo de cacao de en propiedad, descendió indignamente a tomar parte en el hurto con los autores de él, y ocupó cincuenta hombres en sustraer lo que de dicho artículo sacó para sí. Por este vergonzoso hecho sufrió una fuerte reprensión que le dirigió Cortés.

Cuando éste salió al frente de algunas fuerzas contra Pánfilo Narváez, dejó con el mando en Méjico a don Pedro Alvarado encargándole sirviese a Motezuma y le tratase con todo respeto. Poco tardaron los mejicanos en fraguar un levantamiento que debía estallar al tiempo de celebrar ellos una gran fiesta en el templo mayor. Con avisos que tuvo Alvarado entró allí con gente armada, mató a muchos y despojó a todos de cuantas joyas tenían, lo que dio ocasión a que se dijese que lo había hecho sin razón y sólo por robarlos: pero fue cierto, como después se vio, que iba a ejecutarse una sublevación.

Sería largo trabajo y aun ajeno del plan de nuestra obra, escribir la serie de campañas y aventuras de Alvarado en Nueva España, en todas las cuales, y especialmente en el gran sitio de Méjico en 1520, lució su extraordinaria valentía y dotes militares. Descubrió camino a Soconuzco y Guatemala, redujo muchos pueblos y fundó otros. Libró varios combates triunfando en ellos, sometió a Tchuantepec y toda su provincia: quemó a varios caciques prisioneros, y vendió muchos indios en calidad de esclavos. Después de variados sucesos y refriegas quedó cojo en una   —203→   de ellas. Tuvo que vencer no pocas dificultades para asegurar la conquista de Guatemala y dejar pacificada esa y otras provincias.

Fundó la ciudad de Santiago de Guatemala en 1524. Pasó a España y allí le acusó Gonzalo Mejía de haber ocultado grandes riquezas defraudando los quintos del Rey, y sin repartir a los demás conquistadores lo que les tocaba. Se ordenó diese fianza de residencia, y que si no lo hacía se embargasen sus bienes. Por entonces estaba Cortés muy apurado por las acriminaciones de sus enemigos; mas Alvarado lo defendió prestándole todo apoyo en los informes que se le pidieron. En esa ocasión olvidándose del compromiso que tenía contraído para su enlace con doña Cecilia Vásquez prima de Cortés, contrajo matrimonio con doña Beatriz de la Cueva de Úbeda; y a esto debió se favoreciese el Comendador Francisco de los Cotos desembargándole sus bienes y afirmándole en la posesión de los indios y repartimientos que tenía sin que se hablase otra vez de residencia: ¡nada resiste al poder de la riqueza! Se le dio la gobernación del reino de Guatemala, y facultad para hacer descubrimientos y buscar las islas que llamaban de la Especería.

Cuando la Audiencia de Méjico se empeñaba para que Cortés no volviese al reino, diciendo al Emperador no de ello dependía la quietud pública, dio orden para el destierro de Alvarado y sus deudos. El gobernador don Pedro Arias Dávila envió desde Nicaragua a Martín Estete a poblar en Guatemala, pero desbaratada esta tentativa sus ejecutores tuvieron que retirarse. Acudió sin demora Alvarado que estaba en Méjico y trajo tropas para defender su territorio. Con estas y los que voluntariamente se quedaron de las de Nicaragua, conquistó nuevos territorios y ensanchó el de su mando. Luego fabricó buques y empezó sus preparativos para lanzarse en demanda de mayores empresas.

Por entonces vindicado Hernán Cortés y Mevados los oidores de Méjico, mandó el consejo de indias no se hiciese a Alvarado cargo alguno por habérsele condenado por el juego, vicio que dominaba mucho a los españoles en América: creemos que la audiencia ponía en juicio a los jugadores para explotarlos, pues sus miembros y los fiscales se aplicaban a sí mismos cuantiosas multas. Resolvió también el consejo se devolviese a Alvarado la provincia de Chiapa que estuvo segregada de su gobernación, y que si se hallase preso por haber pedido permiso a dicha Audiencia para desafiar al Factor Gonzalo de Salazar porque habló contra Cortés, se le pusiese en libertad inmediatamente.

Los oficiales reales se quejaron al Rey de que Alvarado era un arbitrario que violaba las leyes de hacienda causándola quebranto con sus desórdenes. Escribieron también al consejo reprobando que el Adelantado quisiese expedicionar al Perú cuyo país había descubierto Pizarro. Cierto que Alvarado sin autorización, y olvidando el proyecto de las Islas de la Especería, excitada su avidez con la fama de las riquezas del Perú, estaba determinado a invadir el territorio ocupado ya por otro Gobernador. Alvarado participó al rey su resolución, diciéndole que se proponía: ayudar a Pizarro porque no le era posible llevar adelante la conquista; que había construido el Galeón San Cristóbal de 300 toneladas, el Santa Clara de 170, el Buenaventura de 150, tres carabelas y un Patache, cuyos buques tenía listos: que llevaría él personalmente 500 hombres con sus armaduras, en todo lo cual había hecho crecido gasto de su peculio. Estando ya todo preparado recibió orden de la Audiencia de Méjico para que no efectuase su empresa; pero Alvarado despreció ese mandato en que se reprobaba la salida de muchos indios formando parte de la expedición; y se resintió con Hernán Cortés porque sospechaba que la audiencia procedía por sus instigaciones, a causa de que habiéndole pedido   —204→   hiciese compartía con él, Alvarado se había negado a ello. El Rey renovó su primera orden para que se dirigiese a las islas de la Especería y por ningún motivo intentara cosa alguna sobre territorio en que gobernasen otros.

Tales son en breve compendio los antecedentes y las noticias que hemos querido escribir acerca de un personaje que atropellándolo todo vino a causar serias inquietudes a Pizarro y Almagro. De sus hechos en el Perú teníamos la precisa necesidad de ocuparnos, y por eso le hemos destinado el presente artículo.

Antes de emprender el viaje envió un buque con García Holguín a reconocer la costa del Sur y adquirir datos sobre la suerte de Pizarro. A su vuelta encontrábase Alvarado en el puerto de la Posesión, y tenía consigo a un piloto llamado Juan Fernández, que regresándose desde Cajamarca y abandonando en Piura a don Sebastián Velalcázar, le había informado que en Quito se encontrarían grandes riquezas y que esa provincia no estaba ocupada por Pizarro ni correspondía a su gobernación. En Nicaragua estaba el capitán Gabriel de Rojas antiguo amigo de Pizarro quien le había llamado al Perú encargándole llevase gente. Tenía Rojas listos para embarcarse 200 soldados. Alvarado se los quitó agregándolos a su ejército. Rojas pudo escaparse con diez o doce y se vino en busca de Pizarro. Fue quien dio aviso, como hemos dicho en el artículo «Almagro», de la venida al Perú de don Pedro Alvarado. Con los anuncios de Fernández se alentó mas Alvarado y dio la vela su armada (febrero de 1534) llevando además de sus 600 soldados, dos mil indios. Sus principales oficiales fueron sus hermanos Gómez y Diego de Alvarado, este maestre de campo, y el otro capitán de caballería; el capitán Garcilaso de la Vega, don Juan Henríquez de Guzmán, y Luis de Moscoso, los dos capitanes de caballería; Lope de Idiaquez, Alonso de Alvarado, Benavides, Pedro Añasco, y Mateo Lescano capitanes de infantería; Antonio Ruiz de Guevara, Francisco Morales, Juan de Saavedra alguacil mayor, Francisco Calderón alférez general, Rodrigo de Chávez capitán de la guardia, Miguel de la Serna, Francisco García de Tobar, Juan de Ampudia, Pedro Puelles, Gómez de Estacio, García Holguín, Sancho de la Carrera, Pedro de Villarreal, el licenciado Caldera justicia mayor, Diego Pacheco, Lope Ortiz de Aguilera, Juan de Rada, etc.

A los 30 días de navegación se reconoció el cabo de San Francisco y Alvarado manifestó deseos de continuar el viaje hasta desembarcar más al sur de Chincha para no tocar en el territorio señalado a Pizarro; pero entre los suyos había una general decisión por ir a Quito, y el desembarco se hizo en Caraques siguiendo los buques a Puerto Viejo: el piloto Fernández tuvo orden de subir hasta mayor latitud que la de Chincha, tomar posesión del territorio con auto formal ante escribano, y regresar a dar cuenta del resultado; porque Alvarado conocía la gravedad de su exceso al internarse en país sujeto ya a ajena jurisdicción.

Envió los buques a Panamá y Nicaragua para que trajesen más gente; y sirviéndole de guía un indio que ponderaba mucho las riquezas de Quito, lo cual afirmó a los oficiales y soldados en sus deseos, emprendió la campaña en un país desconocido que había de presentarle obstáculos incalculables. Transitando por Jipijapa se detuvieron los aventureros en un pueblo del cual sacaron plata, oro y esmeraldas en abundancia, pareciéndoles poco respecto de lo que se prometían. A la siguiente jornada desapareció el conductor dejándolos en la mayor confusión; y continuando sin saber para donde, eran muy pocos los indios que divisaban, y que huían de tan extrañas gentes, porque también los de Guatemala habían muerto a varios de ellos y comídoselos después. Lograron   —205→   los exploradores descubrir el pueblo de Daule y otro más, principiando ya a haber choques y resistencias de parte de los indígenas.

Hallábanse los españoles entre ciénagas y espesos bosques, asaltados por fiebres y accidentes repentinos que causaron la muerte de algunos, entre estos el capitán Henríquez. Penetrando por los montes abrían caminos, y pasaban adelante sin rumbo fijo ni seguridad de acierto; nadie se prestaba a darles buena dirección ni ellos podían confiar de los indios. Vadearon ríos y llegaron a encontrar lugares poblados; justamente en días en que se cubrieron de espanto con la multitud de ceniza y lava arrojada por una erupción del volcán Pichincha. Los escabrosos terrenos cansaban los caballos, y los hombres fatigados unos y enfermos otros, iban muriendo sin auxilio, particularmente los indios de Guatemala. En medio de estas desgracias construían puentes y hacían penosas fatigas. Alvarado con su vanguardia al tocar con un río caudaloso, encontró que lo rechazaban y batían desde la banda opuesta millares de indios arenados. Pasaron los de a caballo casi enteramente a nado y pudieron dispersarlos y conseguir que se ahuyentaran escarmentados. Alejábanse los descubridores por diferentes vías en solicitud de sendas practicables, y de poblaciones en que pudiera mitigarse el hambre que los acosaba y a veces una sed mortal; comíanse los caballos, las culebras, lagartos y cuantas sabandijas caían a sus manos; las ropas se destruían aprisa con el trabajo y las aguas frecuentes y copiosas. Después de tanto conflicto y de haber hallado algunos recursos en diversos puntos, lograron salir a campos de distinta naturaleza en que empezó a atormentarlos otro género de penalidades. Aunque se internaban ya por sendas usadas, el rigor de un frío intenso reagravado por impetuosos vientos en solitarias punas, abatió tanto el ánimo de los audaces aventureros que se apoderó de unos el terror y de otros la desesperación. Respiraban con dificultad, en medio de los angustiosos vértigos y del zurumpi que se padece en las cordilleras: el hambre que iba en aumento los desfallecía y hacía crecer el número de españoles, negros y aun indios que morían helados en esas martirizadoras regiones.

Arredrado con estos espectáculos alarmantes el ambicioso Alvarado estuvo arrepentido de su temeraria empresa: su voz no era ya escuchada ni su ejemplo influía para reanimar a los soldados: vanas eran sus promesas porque no queriendo ir adelante sólo trataban de regresarse. Y cuando se ordenó que tomasen de las cargas el oro que quisiesen, despreciaron ese mismo metal que tanto habían codiciado, y por cuyo incentivo se veían en tan amargos apuros. Mucho fue el oro abandonado y perdido porque ya no era dable conducirlo.

Hallaron por último señales de pisadas de caballos, y siguiéndolas encontraron el camino principal por donde podían marchar hasta Quito.

El mariscal don Diego de Almagro supo en Andaguailas por el capitán don Gabriel de Rojas, que pasaba para el Cuzco a verse con Pizarro, la venida al Perú de don Pedro Alvarado. El capitán don Sebastián de Belalcázar que gobernaba en Piura había expedicionado a Quito inducido por la voz tan repetida de los tesoros que allí se encontrarían; y estuvo guerreando con el célebre Rumiñahuí, el que a sus crímenes y crueldades añadió el de la usurpación de la corona real. Sus huestes no existían ya, ni él mismo cuando Almagro con muy pocos que lo acompañaban, y después de una marcha, larga, penetró hasta Riobamba llamando antes a Velalcázar y sus fuerzas. Viéronse en dicho punto, y Almagro se apresuró a formar la acta de erección de la ciudad de Santiago de Quito en 15 de agosto de 1534 para que hubiese un testimonio evidente de la posesión legal del territorio.

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Luego envió exploradores para conocer la dirección en que andaban las tropas de Alvarado, y era tanta la proximidad de ellas, que en breve su vanguardia los tomó prisioneros. El adelantado les trató bien; permitiendo volviesen a su campo, y con ellos mandó una comunicación diciendo a don Diego de Almagro que autorizado por el Emperador para «descubrir nuevos países, había gastado mucho de su peculio en su armada y ejército para conquistar el que no se hallara sujeto42 a don Francisco Pizarro: que su intención no era enojarle, y que se acercaba a Riobamba para tratar lo que conviniese». Almagro le envió una diputación compuesta del padre Bartolomé Segovia, Rui Díaz y Diego de Agüero para saludarlo y manifestarle sentimiento por los trabajos que había pasado. Ellos dijeron de parte de Almagro, que siendo Alvarado tan buen caballero como leal servidor del Rey, daba crédito a lo que le había escrito: que entendiese que estaba dentro de la gobernación de Pizarro, y que el territorio que existía más al sur lo destinaba el Rey a Almagro mismo.

Este dio orden secreta a sus emisarios para que desconcertasen a los de Alvarado hablándoles de la riqueza de que gozaban los que obedecían a Pizarro y a él; pintándoles un porvenir halagüeño en caso de que se dejasen de aventuras inciertas y aceptasen ventajas positivas. La idea se propagó fue labrando en aquellos ánimos dispuestos a todo con tal de adquirir fortuna; agregándose que muchos eran de Extremadura donde también había nacido el Gobernador del Perú. El descuido de Alvarado dio lugar a que los tres agentes hiciesen cundir la seducción entre los soldados que ansiaban ya el momento de juntarse con los de Almagro para ser partícipes de su buena suerte.

Llegaron los expedicionarios a Mocha, y Alvarado envió a Martín Estete pidiendo al mariscal «le proporcionase intérpretes, y le asegurase el camino para pasar adelante hasta poder descubrir el país que no dependiera de Pizarro». La respuesta de Almagro fue negando el tránsito que no era prudente permitirá tan crecido número de hombres armados; advirtiendo que les faltarían recursos de subsistencia y se verían expuestos a sufrir peores calamidades que las que acababan de experimentar.

El intérprete de Almagro que era el nombrado Felipillo, huyó y se presentó en el ejército de Alvarado dándole noticia de la fuerza y situación de aquel, proponiendo el modo seguro de destruirlo y ofreciéndose a servir de guía. Mientras esto pasaba, Antonio Picado secretario del Adelantado se vino al campo de Almagro, y dio a éste razón puntual de cuanto deseara averiguar del otro bando. Colérico Alvarado avanzó sus tropas en orden de combate resuelto a romper con el Mariscal si no le entregaba a Picado: y habiéndolo pedido, contestó Almagro «que aquel era un hombre libre y podía proceder según su voluntad».

Tras esto envió a Cristóval Ayala alcalde de Quito y al escribano Domingo Presa para que intimasen a don Pedro Alvarado de parte de Dios y del Rey «que no diese lugar a escándalos ni entrase a la ciudad ya poblada: que se regresase a su gobernación de Guatemala y dejara en quietud el territorio encomendado por el Rey a Pizarro, protestando de todos los males que pudieran sobrevenir en caso contrario». A tal mensaje respondió Alvarado «que él podía entrar en el país no designado a otro, y descubrirlo por mar o por tierra: que si el Mariscal había poblado en Riobamba, no le inferiría agravio ni daño, y que cuanto consumiese lo pagaría de contado». Convino sin embargo en retirar sus fuerzas a distancia de una legua, y mandó al licenciado Caldera con Luis Moscoso para que tratasen; porque comprendía que no contaba   —207→   con la voluntad de toda su gente para decidir la cuestión por medio de las armas, y le asaltaban temores de que su conducta ofendiese al Emperador.

Almagro, a quien la demora favorecía, insistió en sus propósitos determinado a perecer antes que variar de resolución, y así hubiera sucedido, porque su tropa era muy inferior en número; y aunque por sus dádivas se veía muy amado de ella, para más alentarla decía que contaba ya con muchos de los invasores. Los jóvenes irreflexivos que militaban con don Pedro Alvarado querían arrojarse al combate creyendo que ceder era mengua deshonrosa: otros opinaron que sin llegar a los manos se debía marchar hasta descubrir el país que fuese posible dominar sin inconvenientes: pero los más templados, que componían alto número, aconsejaban el avenimiento, por las mismas razones que movían al caudillo en sentido de una transacción.

Los dos jefes se vieron, y conferenciaron largamente; resultando por fin de todo un acuerdo amistoso. Quedó pactado por los comisarios que el Adelantado dejase en el Perú su tropa, caballos y naves, y se volviese a Guatemala pagándole 100000 castellanos de oro por los gastos que había hecho y precio de la armada.

Aprobado que fue este arreglo se elevó la escritura ante el escribano Domingo de la Presa en Santiago de Quito a 26 de agosto de 1534 obligándose ambas partes a su observancia. De la fecha de dicho instrumento se deduce que el tránsito de Alvarado desde Puerto Viejo hasta Riobamba duró desde fines de marzo hasta muy entrado agosto.

Alvarado que preciaba de hombre culto y de noble porte, habló a sus compañeros sobre las causas del convenio y la enorme responsabilidad que le abrumaría de no hacerlo sometiéndose dócil a circunstancias que él nunca hubiera podido prever. Díjoles además que el objeto de su venida, en cuanto a facilitarse una fortuna quedaba satisfecho desde que pacíficamente se hallaban en el Perú en proximidad de obtenerla; y que si creían perder algo con separarse de él, les aseguraba que mudando de jefe, y obedeciendo a Pizarro y Almagro, quedaban gananciosos y en preferente situación.

Todos reconocieron la autoridad de Almagro, aunque unos pocos no de muy buen grado, que en casos semejantes es imposible la unanimidad de sentimientos. Picado y el intérprete Felipillo alcanzaron perdón; y Almagro se contrajo a atraer a los nuevos soldados en quienes ejercitó cual nunca su liberalidad. El mayor número de estos quedó incorporado a la fuerza que luego llevó Velalcázar a Quito: los demás marcharon con Almagro. Este comisionó al capitán Diego de Mora para que se recibiese de los buques y de cuanto había en ellos, y Alvarado ordenó a García Holguín se los entregase.

Los dos caudillos salieron juntos de Riobamba, y según algunos autores, tuvieron combates sangrientos con los restos del ejército del general peruano Quizquiz que por entonces murió abandonado de los suyos. Otros silencian lo relativo a estos sucesos. Deseaba don Pedro Alvarado verse con Pizarro a quien se creía en el Cuzco. Mas él cuidadoso del desenlace de la cuestión, y con el fin de ocuparse de fundar la capital de Lima, había bajado a Pachacamac. Al momento que se tuvo allí avisó del arreglo celebrado en el norte, se forjaron alrededor de Pizarro diferentes calumnias contra Almagro y Alvarado. El lector puede conocer éstas, y otras particularidades leyendo el artículo correspondiente a don Diego Almagro. No será superfluo tachar a Garcilaso de ligero al asentar ciertas vulgaridades que oiría contar en el Cuzco. Dice que el convenio de Riobamba estuvo en secreto: que Almagro formó sociedad o   —208→   incorporó a Alvarado en la compañía de él y Pizarro: que éste por honrar al huésped se desnudó del poder en Pachacamac, o hizo que Alvarado despachase como Gobernador los asuntos que ocurrían. No debemos pasar así por tales despropósitos en que abunda la historia del dicho autor, inclinado frecuentemente a la novela, a la exageración e inexactitud.

Recibió el Adelantado no sólo los 100000 castellanos de oro que tenía que haber por el contrato, sino 20000 más que Pizarro le hizo entregar a título de ayuda de costa: cada castellano se consideraba en 14 reales 14 maravedís. Algunos escritores dijeron que dicha suma se dio en pesos de oro moneda imaginaria a que se atribuía en aquel tiempo el valor de 15 reales vellón.

Almagro en Riobamba no habría tenido como pagar a Alvarado aquella suma. Pizarro además hizo a éste cuantiosos regalos en esmeraldas, turquesas, vasijas de oro y plata y otros objetos, no siendo de menos cuantía los obsequios que recibió de Almagro. Pizarro allí perdonó al piloto Juan Fernández y lo conservó a cargo del «Galeón» que mandaba. Permitió regresasen con Alvarado a Guatemala varios de sus compañeros que estaban cansados, y eran ya poseedores de alguna riqueza. Despidiose Alvarado y se retiró «sin tropas ni buques, y puede decirse sin honra». Con estas palabras se expresa Quintana, quien en la vida de Pizarro se remite a las cartas inéditas de Alvarado que vio en el copioso archivo de don Antonio Uguina: y agrega que salió de Guatemala «con la arrogancia de un gran conquistador, y volvió cargado de cajones de oro y plata a manera de un mercader».

Entre tanto indignado el Rey con la insubordinación de Alvarado, lo escribía reprendiéndolo agriamente; y ordenándole que en el acto saliese del Perú despidiendo antes a sus soldados. Previno a la Audiencia de Panamá enviase un comisionado que le hiciera la intimación, y mandara la tropa que no obedeciese al Adelantado. Éste escribió carta al Emperador para justificarse, y en ella le dijo, «que las ofertas y dádivas de Almagro pudieron tanto entre los suyos, que en caso necesario no le hubieran seguido treinta». Y hablándole de la tropa que dejó en el Perú le indicó que con esto Almagro «quedaba en mejor posición, y que temía que al regresar Hernando Pizarro de España ocurriese alguna gran discordia y se perdiese todo».

Hallándose de vuelta del Perú en la capital de Santiago de Guatemala, sucediendo a súplicas de los de Honduras, marchó con fuerza a pacificar esa Provincia, como lo hizo ejerciendo la gobernación. Esta jornada o por alejarse del oidor Maldonado que iba de Méjico a tomarle residencia, con particular prevención de remitirlo preso. Alvarado hizo luego viaje a España, donde arreglados sus asuntos y libre de todo cargo, armó una expedición y con ella vino a Honduras, país que pertenecía a su gobernación, y en el cual se hallaba el adelantado don Francisco Monteo. El rey mandó le fuese devuelto como se verificó, y debiendo entregarle Montejo 28 mil ducados por ciertas indemnizaciones, Alvarado le perdonó esta deuda y le nombró gobernador de Chiapa. Alonso Cáceres teniente de Montejo había fundado la Villa de Santa María de Comayagua en un lugar abundante y lleno de ventajas. De él a las aguas del Pacífico se contaron 26 leguas habiendo igual número al otro océano. Estas últimas se dividen en 12 leguas navegables en canoas por un río desde el puerto de Caballos, que es muy bueno, hasta un pueblo de indios: las 14 leguas restantes son de camino carretero muy llano. Informose al rey de lo conveniente que sería hacer por allí el comercio de Europa a la mar del Sur; que el clima era muy saludable sin las epidemias y otros inconvenientes que ofrecía el Istmo del Darien;   —209→   que las tierras eran fértiles, reuniendo las mejores condiciones para que por ellas se practicase el tráfico. El gobierno español no prestaría atención a este plan, que tal vez hubiera podido ser origen de otro más importante, el de abrir un canal de comunicación entre ambos mares.

Alvarado volvió a Guatemala con su esposa venida con él de España: se dedicó a hacer los preparativos para nuevos descubrimientos y conquistas según lo había pactado con el Rey. Por estos proyectos se puso en discordia con Cortés, y éste con el virrey don Antonio de Mendoza; que todos querían por sí emprender aquellas jornadas. Estando ya para salir le pidieron auxilio de la provincia Guadalajara donde hubo un terrible levantamiento de indios. Acudió con parte de sus tropas, se empeñaron recios combates; y en una retirada se desbarrancó un caballo desde mucha altura cayendo sobre don Pedro Alvarado, quien por la estrechez del terreno no pudo evitar el gran golpe que sufrió; y causó su muerte al tercer día, el 24 de junio 1541. Su viuda doña Beatriz de la Cueva pereció con su hija y varias sirvientes en el Oratorio de su casa con motivo de la espantosa inundación sufrida en la ciudad de Santiago de Guatemala, por haber reventado un volcán inmediato que la destruyó con crecidas aguas e infinitas piedras y árboles. Aconteció esta lamentable desgracia el 1.º de setiembre del mismo año 1541. Una hija que Alvarado tuvo en la india noble que hemos mencionado al principio, casó con don Francisco de la Cueva. Hemos leído en Garcilaso que Pedro Alvarado dejó en el Perú un hijo suyo, mestizo, llamado Diego que sin duda nacería en Méjico o Guatemala. Elogia aquél su conducta y cualidades intelectuales pues le trató mucho; y cuenta que huyendo del campo de Chuquinga cuando Alonso Alvarado fue allí vencido por Francisco Hernández Girón en 1554, lo mataron los indios como a otros que corrían la misma suerte.

Según Ramusio, y Pinelo, don Pedro Alvarado escribió una relación de sucesos de la Nueva España que insertó Hernán Cortés en las que formó sobre el mismo asunto.

ALVARADO Y LEZO. Don Juan Antonio. Véase Tabalosos, marqués de.

ALVARADO Y PERALES. Don Eugenio -primer marqués de Tabalosos. Nació en Lima en el año de 1715; descendiente de los primeros conquistadores. Habiendo ido a educarse a España emprendió la carrera militar y benefició una compañía que mandó en el regimiento de Lombardía. Hizo las campañas de las guerras de Italia concurriendo a las batallas de Campo Santo, Placencia Veletri, Tidone etc. y a los sitios de Tortona Placencia y Pizighittone, asalto de Pavía, ataques de Boltagio, Codgono, Génova, San Pantaleón, montañas de Turbia y otros. Pasó por todos los grados de jefe, y siendo ya brigadier en la guerra con Portugal, a la cabeza de una columna de dos mil granaderos, contribuyó al asalto y rendición de las plazas de Chávez y Almeida. Sus hazañas en esa contienda y otras, se elogiaron a mediados del siglo pasado en los diarios de Holanda. Mandó luego la dicha plaza de Chávez en la provincia de Tras os montes. Fue gobernador de Zamora, director del Seminario de nobles en Madrid. Comandante general de Orán y sus castillos, y de las Islas Canarias con el cargo de presidente de aquella Audiencia. Don Eugenio ascendió hasta el elevado rango de teniente general de los Reales Ejércitos y por sus muchos servicios el Rey Carlos III creó para él un título de Castilla y se lo confirió con la denominación de marqués de Tabalosos por los años de 1765. Estuvo tiempos antes de Ministro Plenipotenciario entendiendo en lo relativo a límites de España y Portugal en sus   —210→   posesiones en América. -Véase Tabalosos, marqués de- en cuyo artículo se da razón del matrimonio e hijos de don Eugenio y otros pormenores. Falleció en 2 de julio de 1780, de edad de 65 años.

ALVARADO VÁZQUEZ DE VELASCO. Don Francisco. Véase Cartago, Conde de

ÁLVAREZ. El Licenciado don Diego. Natural de Salamanca. Fue corregidor del Cuzco, de Chachapoyas, de Guánuco y de Potosí. Casó con doña Isabel de Figueroa, viuda de don Bartolomé Tarazona, uno de los fundadores de la ciudad de León de Huánuco, y de quien heredó el repartimiento de indios que poseía en Guari. Álvarez y su esposa dueños de muchas riquezas, fueron patrones del convento de San Agustín de dicha ciudad, que se fundó en 1584. Gastaron gran parte de su fortuna en edificarlo y engrandecerlo. Repartieron mucho dinero a familias pobres, dotaban huérfanas y socorrían con limosnas a los indigentes. Fabricaron capilla en la cárcel, asignándole una renta. Establecieron una escuela de gramática latina y algunas capellanías con fines piadosos. Impusieron 20000 pesos para que su producto ayudase a satisfacer el tributo de los indígenas de su repartimiento; y gastaron crecida suma en la obra de la iglesia de San Agustín. Álvarez ya viudo, hizo en mejora y ornato de dicho templo, nuevos desembolsos y cada año le dedicaba un valioso obsequio. Favorecía a deudores ejecutados y perseguidos, pagando por ellos. El convento de Guánuco disfrutaba de una entrada de43 5000 pesos que rendían los capitales que Álvarez y su mujer le donaron. Falleció de más de ochenta años.

ÁLVAREZ. El doctor don José. Natural de Arequipa, sujeto de mucha literatura; fue canónigo penitenciario, dignidad, y deán en el coro de la iglesia del Cuzco.

ÁLVAREZ. El doctor don Juan. Cura de la doctrina de Ate en el valle de Lima. Después de haber edificado a su costa una iglesia en el año 1790, fabricó a espaldas de ella un Campo Santo con su correspondiente osario. Con esto, y con disponer que los cadáveres se enterrasen en bastante profundidad, preservó a su pequeño templo de mal olor y dañosas exhalaciones. Fue éste un ejemplo muy útil en época en que se hacía mucha oposición en el Perú al establecimiento de panteones. Álvarez fue después cura de San Sebastián en Lima.

ÁLVAREZ. El licenciado don Juan Alonso -abogado de la Audiencia de Valladolid. Uno de los cuatro Oidores que en 1544 vinieron a Lima a fundar la Real Audiencia con el primer virrey don Blasco Núñez Vela. Éste fue muy aborrecido por su carácter suspicaz y violento, y más que todo por haber querido poner en ejecución las ordenanzas reales que trajo en favor de los indios, y reprimir los excesos y el trato inhumano que les daban los conquistadores y encomenderos. Sabido es que éstos inquietaron el país, y que la Audiencia, violando todo respeto, se puso en pugna con el virrey en circunstancias de que Gonzalo Pizarro, se armaba en el Cuzco a la sombra del carácter de procurador general del Reino, con que cuidó de hacerse investir para suplicar de las ordenanzas, presentándose en una actitud amenazante.

Los oidores Cepeda y Álvarez promovían el descontento y alentaban a los vecinos de Lima para que se huyesen y pasasen al bando de Pizarro. El licenciado Álvarez escribió palabra por palabra   —211→   en el aposento del virrey y conforme dictaba el factor Illén Suárez de Carvajal, una carta que fe éste había escrito su hermano desde Jauja; carta que nada argüía contra el factor; pero como Blasco Núñez estaba enajenado por el odio que le tenía, agravado después con la fuga de los sobrinos de dicho factor, le dio de puñaladas él mismo en Palacio. Seguidamente ordenó que Álvarez le formase causa y este oidor le declaró reo dando por bien hecha y merecida la muerte del factor. Acercado esto dice el cronista Herrera, «no procedió por el deseo del buen Gobierno, para sosegar al pueblo, sino porque así convino al mismo oidor el cual como los otros no pensaba más que en su negocio e interés».

Los oidores habían sido requeridos por el virrey para que no viviesen en las casas de los negociantes ni comiesen a costa de los vecinos: como esto les ofendió mucho, quedaron muy indignados contra él, y deseando ocasión de dar salida a su rencor. Álvarez por su parte tomó declaración a un procurador sobre sí para adquirir ese destino había tenido que dar cierta cantidad de pesos de oro a Diego Álvarez Cueto cuñado del Virrey.

El desagrado general, la discordia de las autoridades y la aproximación de Gonzalo Pizarro, estimularon al virrey para determinar traslación del Gobierno a Trujillo. Aunque dos oidores convinieron en ello, después se negaron abiertamente a verificarlo, con lo que creció la agitación, y el desorden vino a parar en un rompimiento. La Audiencia desconoció al virrey, le depuso y aprisionó disponiendo su regreso a España, y que el licenciado Álvarez lo condujese: habilitáronle con seis mil ducados por cuenta de sus sueldos. Antes había sido comisionado para seguir contra el virrey unas informaciones que debían someterse al juicio del Emperador. Garcilaso refiere que el auxilio dado a Álvarez fue de ocho mil castellanos y que éste se hizo cargo de la persona del Virrey en Huaura a donde le llevaren por mar habiendo ido Álvarez por tierra a reunírsele: agrega que se hizo a la vela sin esperar los despachos y comunicaciones de la Audiencia.

En Huaura fue tentado Álvarez de parte del virrey por medio de su cuñado Cueto, para que volviese sobre sus pasos e hiciese al Rey un señalado servicio. Álvarez contestó que él tenía pensado lo que había de hacer; y en cuanto estuvo a bordo expidió un auto poniendo en libertad al virrey, declarándose culpable y suplicándole le perdonase. Así lo hizo Blanco Núñez prometiendo no acordarse más de lo pasado. Gomara dice que el Virrey regaló a Álvarez una esmeralda del valor de quinientos castellanos que no pagó a Nicolás Rivera de quien la hubo. También refiere que cuando se trató de elegir persona que llevase a España al Virrey, los oidores quisieron dar esta comisión a otros; pero que el decano Cepeda insistió en que debía desempeñarla Álvarez, por ser más idóneo para informar al Emperador de las cosas del Perú. Agrega que el oidor Zárate presagió que Álvarez había de corresponder mal a la confianza que le hacían.

El Virrey desembarcó en Túmbez, y con Álvarez puso en ejercicio la autoridad de la Audiencia como si funcionara reunida. El historiador Agustín de Zárate cuenta que luego que se vio dueño del buque que le había entregado Álvarez, le trató de bellaco y revolvedor de pueblos, «jurando ahorcarlo, y asegurándole que si por entonces lo dejaba de hacer, era por la necesidad que de él tenía; y que este mal tratamiento duró casi todo el tiempo que anduvieron juntos». Todos los escritores convienen en que Álvarez fue uno de los oidores que más hicieron para destituir y ultrajar al virrey Vela.

Pero a pesar de esto no cabe duda de que él le ayudó a juntar gente, y   —212→   a hacer sus aprestos en Piura, pasando por diferentes peligros, y que aún perdió su equipaje cuando escapó de manos de la tropa con que Bachicao hizo algunas extorsiones en la costa de Piara, sirviendo al partido de Gonzalo Pizarra. El licenciado Álvarez entendió en los juicios formados a varios por infidencia de orden del Virrey, y en virtud de ellos fueron ahorcados en la campaña de Quito y Popayan los Ocampos, Gómez de Estacio, y Álvaro Carvajal, acusados los dos últimos de haber proyectado matar al Virrey.

Cuando Blasco Núñez pensó en despoblar la ciudad de Quito el oidor Álvarez pronunció su opinión en contra de esa medida. También fue de sentir así como el adelantado Sebastián de Velalcázar y otros, que debía el Virrey entrar en algún acomodamiento con Gonzalo Pizarro; pero Blasco Núñez resuelto a combatir, desoyó consejos que creía opuestos a su dignidad; siendo de presumir que no consideraría posible hallarme, dio alguno de transacción44.

Aunque Blasco Núñez decía que el oidor Álvarez era loco, siempre la daba; lugar en las reuniones en que oía sobre asuntos graves el parecer de los militares notables que le acompañaban: y habiéndose resuelto buscar al enemigo, para poner fin a la contienda, tuvo lugar el 19 de enero de 1546, la batalla de Añaquito en que pereció el Virrey quedando triunfante la causa de Gonzalo Pizarro.

Están discordes algunos autores en cuanto a la muerte del oidor Álvarez prisionero en Añaquito. Gomara dice que envenado: Diego Fernández, el Palentino y el contador Agustín de Zárate, que mal herido Álvarez en la batalla, murió por culpa de los cirujanos que estaban de acuerdo con Gonzalo Pizarro. Mas Garcilaso al tocar este punto se expresa así:

«Les levantaron falso testimonio, que en aquellos tiempos y siempre, a dondequiera que hay bandos, con ocasión y sin ella, procuran decir todo el mal que pueden principalmente contra los caídos».


ÁLVAREZ. Fray Lino -de la orden de San Agustín. Principió la obra de la iglesia y convento de su religión en Arequipa en 1574, siendo su primer prelado, y con aprobación del capítulo de Lima de 1575, en tiempo de fray Luis López de Solís que después fue obispo del Paraguay y Quito. Don Alonso Luque dio una suma de dinero y área para la construcción del templo, dedicado a San Nicolás de Tolentino. Continuaron el trabajo don Diego Rodríguez de Solís, don Gómez Fernández Tapia, y don Juan Dávila estimulados por doña Violante de la Cerda. El padre Calancha dice que fray Lino colectó en cinco días 65000 pesos para la fundación, y que sólo don Diego Cabrera y su mujer doña Paula Peralta dieron 7000 fuera de rentas y otras erogaciones que ascendieron a 20000 ducados.

El virrey don Francisco Toledo mandó cerrar el convento y la iglesia porque no se le pidió licencia para la fundación. Solís, que además le había establecido capital y una capellanía, estaba enterrado en dicho templo. Fue sacado su cadáver y trasladado a la Catedral. La religión ocurrió a España, y el Rey mandó que continuase la fábrica, y que los restos de Solís volviesen a su primitivo lugar. En este convento se enseñaba a la juventud Gramática Latina.

ÁLVAREZ CARMONA Y GUZMÁN. Doña María. Véase Guzmán.

ÁLVAREZ CUETO. Don Diego. Vino al Perú en 1544 con el primer virrey don Blasco Núñez Vela su hermano político. Luego que trató dicho   —213→   Virrey de organizar alguna fuerza, pensando con ella sostener su autoridad rechazada generalmente a causa de las reales ordenanzas que trajo en favor de los indios, confirió a Cueto el mando de una compañía de soldados de a caballo. Se puso en pugna con los oidores que vinieron con él mismo, a fundar la Audiencia de Lima, y que a excepción de uno, se habían declarado sus enemigos y fomentaban la discordia unidos por interés a los perturbadores a quienes esas leyes no convenían en manera alguna. Los actos del Virrey, estaban sujetos a una censura la más apasionada de parte de aquellos magistrados desleales y turbulentos que todo lo contradecían exasperando al mandatario, que por otra parte tenía un carácter violento y carecía en lo absoluto del tacto y sagacidad que es indispensable acompañe a una razonable firmeza.

Como alrededor de los que gobiernan no sólo se suelen ver favoritos corrompidos que trafican y lucran con las colocaciones y las providencias que se libran, sino que aún algunos empleados que se consideran incapaces de esas viles medras, se tientan a veces a buscarlas, o pecan aceptándolas; parece que en Diego Álvarez Cueto se despertó también la codicia y el afán de hacer lo mismo, porque de semejantes venalidades y manejos no siempre se abstienen los deudos y allegados no, con más celo y como en cosa propia, debieran velar por el honor y de la autoridad. Los oidores que habían sido reprendidos por el Virrey porque vivían en casas ajenas y a costa de los vecinos puentes, no perdían ocasiones para acriminarlo, y hacerlo por lados peligrosos para avanzar en su designio de desconceptuarlo. Tomaron a su cargo la soltura y desmanes de Cueto divulgándolos exagerados o no, para mengua del Virrey su cuñado, porque en ciertas circunstancias no pasa por alto nada que pueda aprovecharse y servir de pretexto para motivar el descontento y justificar las revueltas.

Refiere Agustín de Zárate que la Audiencia acusó a Cueto de haber recibido una cantidad de oro por paga del nombramiento de Procurador que se hizo en favor de un individuo; y aunque se procedió a indagaciones, estas no bastaron para que el hecho fuese comprobado: siendo probable que, pues quedó en incertidumbre, no habría empeño tampoco en confundir a los denunciantes con una vindicación suficiente.

En medio de estas cosas, y como el Virrey tenía que mirarse mucho en lo de confiar los mandos militares, pues era muy aborrecido y el país estaba en inquietud; cuidó de dar a su pariente, ya capitán de caballería, el cargo de general de la escuadrilla surta en el Callao a la cual fueron conducidos presos varios sujetos notables, y el licenciado don Cristóval Vaca de Castro antecesor de Blasco Núñez en el gobierno del Perú, y a quien detestaba por haber mandado y valer mucho más que él. Hizo depositar a bordo a los hijos del marqués Pizarro juzgando conveniente tenerlos en seguridad como si esto pudiera influir para contener a Gonzalo Pizarro que se armaba en el Cuzco para sublevarse apoyado en cuantos se oponían a las nuevas ordenanzas.

Diego Álvarez Cueto se hallaba con el Virrey cuando este llamó al factor Illén Suárez de Carvajal, y le reconvino con grandes ultrajes por haber fugado dos sobrinos suyos en compañía de otros vecinos con el fin de juntarse con Gonzalo. El Virrey enajenado de ira hirió con una daga al factor, y por más que hizo Cueto para defenderlo, no pudo evitar lance tan extremo, y menos el que a las voces que dio Blasco Núñez acudiesen sus sirvientes45 y lo acabasen de matar a estocadas.

Colocados los oidores a la cabeza del gobierno al estallar la rebelión que ellos habían tramado y que ejecutaron favorecidos por la misma tropa, mandaron que el Virrey, ya preso, se dispusiese pasa morir creyendo   —214→   con este aparato amedrentar a Cueto y obligarle a entregar la arriada y los hijos del Marqués, lisonjeando así a Gonzalo Pizarro para que les reconociese en la autoridad con que se investían.

Los oidores llevaron al Virrey al Callao para embarcarlo y que se fuese a España si la armada se les rendía. Cueto al ver el gentío reunido en tierra envió a su segundo Gerónimo Zurbano en un bote armado para que recogiese todas las embarcaciones menores de la bahía; y él en otra se aproximó a la playa a exigir le entregasen al Virrey. Esta diligencia no produjo más que amenazas, y aun todavía le dispararon algunos tiros que se contestaron con otros. El oidor Cepeda, que funcionaba de capitán general, hizo otra intimación a Cueto por medio de fray Gaspar Carvajal quien le presentó un anillo del Virrey en prueba de su asentimiento, pero Cueto se negó a todo diciendo «que la mayor honra que podría sucederle era que por servicio de su Rey le matasen traidores». El fraile que fue el que tuvo la comisión de confesar a Blasco Núñez importunó mucho a Cueto y consiguió la soltura de los hijos del Marqués, de don Antonio Rivera y de su esposa.

El capitán Vela Núñez hermano del Virrey, hizo también tentativas para el sometimiento de los buques, y fueron infructuosas lo mismo que las ofertas de recompensas con que se intentó seducir a Zurbano que era vizcaíno, como la mayor parte de los marineros. Cueto supo que se pensaba en reunir balsas para asaltarlos con fuerza de arcabuceros, mientras que sus soldados a bordo eran pocos. Consultó acerca de su situación con Vaca de Castro, y acordaron quemar tres naves y con las demás dirigirse a Huacho a proveerse de agua y leña, y esperar lo que daba de sí el tiempo: ofreció sin embargo a los revolucionarios dejarles allí los buques sí le entregaban al Virrey.

La artillería de ellos constaba de diez o doce culebrinas pequeñas de fierro y cuatro cañones de bronce; tenían 40 quintales de pólvora, y contaban con 400 de galleta, 500 fanegas de maíz y mucha carne salada. Se verificó el incendio, pero no pudo hacerse lo mismo con dos barcas de paseadores que estaban varadas en el Callao porque las defendieron los de tierra. Las aprestaron inmediatamente los revolucionarios, y llenas de gente salieron a cargo de Diego García de Alfaro y se ocultaron tras unos batallones en la misma ensenada de Huacho.

Viendo Cueto muchas personas en la rivera, deseoso de tener noticias, y creyendo pretendiesen acogerse a los buques, mandó a Vela Núñez se acercase a la orilla en un bote; y estando de observación fue atacado de sorpresa por una de aquellas barcas que lo apresó. Los de tierra eran soldados enviados de Lima con don Juan Mendoza y Ventura Beltrán. Estos hicieron saber a Cueto que si no se daba la armada, serían muertos el Virrey y su hermano Vela.

Cueto creyendo que así lo harían, entregó los buques a Mendoza: no estaba presente Zurbano que había ido a tomar los que encontrase en los puertos del norte, y después se dirigió a Panamá. El Virrey se hallaba preso en la isla de San Lorenzo y bien custodiado porque no le asesinasen los parientes del factor Suárez de Carvajal que trataban de vengarse de él.

La Audiencia hizo pasar al Virrey a Huacho en una balsa de paja y poniéndolo en uno de los buques, iban a remitirlo a España bajo la vigilancia y responsabilidad del oidor don Juan Álvarez. Cueto habló con este induciéndole a dar libertad al Virrey para que se salvara así del gran compromiso en que se encontraba. Luego que Blasco Núñez estuvo a bordo, Álvarez sin esperar los pliegos se echó a navegar con dos buques, y sometiéndose a las ordenes del Virrey, lo llevó a Paita y desembarcó   —215→   con él. Cueto fue a Panamá para trasladarse a España con misión del Virrey. Reuniose allí con Zurbano y con Vaca de Castro que se había fugado desde el Callao en otro buque. A su llegada marchó cueto a Flandes para instruir al emperador de los sucesos del Perú.

ÁLVAREZ GATO. Don Francisco. Caballero de la orden de Santiago de una antigua familia que en Lima originó se diese el nombre de Gato a la calle en que vivía como sucedió con otras. Don Francisco fue regidor perpetuo46 del cabildo de esta capital; y reunió documentos interesantes de los cuales formó, a su costa, tres tomos de reales órdenes que existen en el archivo de la municipalidad.

ÁLVAREZ HOLGUÍN. Don Pedro. Natural de Extremadura; uno de los capitanes españoles que se hicieron notar en las guerras ocurridas en el Perú después de la Conquista. Solicitando datos acerca de sus antecedentes y de los primeros años de su carrera no hemos obtenido otro, que el de su concurrencia a la conquista de Méjico con Hernán Cortés. En el Perú le encontramos sirviendo en clase de capitán en las tropas de don Alonso Alvarado, cuando en 1537 marchaba este sobre el Cuzco de orden de don Francisco Pizarro, y se detuvo en Abancay con motivo del regreso de Chile de don Diego Almagro, y de haberse declarado gobernador de la Nueva Toledo. Alvarado hizo detener en estrecha prisión a unos emisarios que le envió Almagro para proponerle avenimiento, o que se retirara del territorio del Cuzco. Holguín se opuso mucho a una medida que violaba la inmunidad que debía guardarse a dichos comisionados. Después salió Holguín con 30 caballos a tomar noticias y reconocer a los de Almagro que se debía estaban en movimiento. El capitán don Francisco Chávez para esperarlo se emboscó en paraje muy bien elegido, y consiguió de sorpresa apoderarse de él y su partida escapando sólo 3 soldados. Hallándose prisionero en el Cuzco, convino su fuga con algunos otros para venirse a Lima: súpolo el capitán don Lorenzo Aldana que era su primo, y aunque procuró hacerle desistir de su intento no lo consiguió; entonces lo puso en conocimiento de Almagro para que le detuviese sin pararlo por ello ningún perjuicio. El Adelantado reconvino a Holguín, que siendo amigo suyo abrigaba tal pensamiento, y mandó que bajo pleito-homenaje de caballero permaneciese en su casa sin poder moverlo de ella. Holguín se quejó de Aldana: este se ofendió de Almagro por el juramento, y desde entonces quedó desagradado.

Pasada la derrota de Alvarado en Abancay, emprendió Almagro su campaña en dirección a Chincha dejando en el Cuzco no pocos prisioneros, entre los que se contaban Gonzalo Pizarro y el mismo Alvarado. Hubo grande interés por su soltura, lográndose que los encargados de custodiarlos, cediesen al soborno por influencia de los presos y de diferentes personas. Aldana que se había excusado de ir con el ejército, estuvo en todos los secretos, y se preparó para la ejecución. En cuanto se vieron libres, marcharon con dicho Aldana, quien cuidó de llevar también a Holguín. Este, avergonzado y sin tranquilidad porque faltaba a su juramento, no queriendo seguir con los otros se ocultó y desprendió de ellos, regresándose desde el Apurímac al Cuzco resuelto a mantener su compromiso.

Así que volvió Almagro con su ejército, ya en guerra abierta con Pizarro, le aceptó Holguín una colocación, y combatió en la célebre batalla de las Salinas el 26 de abril de 1538.

No le hostilizaron los vencedores, y teniéndolo el gobernador Pizarro en Lima, le encomendó a principios de 1541 el descubrimiento del país   —216→   de los chunchus y conquista de Mojos en que había sido desgraciado dos años antes el capitán Pedro Anzures del Campo-redondo. Holguín al llegar al Cuzco con su gente se ocupó de los preparativos necesarios para la empresa; y como se mostrara poco satisfecho de don Francisco Pizarro se hizo luego sospechoso, y le creyeron inteligenciado en los planes de los almagristas en favor del hijo de don Diego. Holguín con poca circunspección había hablado de una conjuración que fermentaba en Lima, opinando ser muy factible la muerte del Gobernador. Cuando se supo en el Cuzco a los pocos meses el asesinato de 26 de junio, Holguín se hallaba en marcha para su destino: y muchas personas visibles de dicha ciudad emigraron al Collado para alejarse de la revolución que prendió en el Cuzco proclamando a don Diego Almagro el mozo. Desde Ayaviri Gómez de Tordoya, el licenciado Gama y otros enviaron a don Francisco Almendras cerca de Holguín para persuadirle de que debía dejar para otra época la jornada al interior, ofreciendo obedecerle como a capitán general si regresaba a ser caudillo contra la revolución hecha en Almendras, que venía de Chuquisaca con una comisión igual de aquellos vecinos, pronto alcanzó a Holguín, quien enterado de todo, tomó a su cuenta el restablecimiento del orden y vengar la muerte del marqués Pizarro. Hizo su contramarcha saliendo a Chuquiabo, (la Paz) y en Chucuito unió a su tropa algunos soldados con que le recibió Gómez de Tordoya.

Caminó la vuelta del Cuzco en cuya ciudad entró haciendo huir a los de Almagro, y exigió le reconociera el Cabildo por capitán general. El capitán don Gabriel de Rojas que allí mandaba, le hizo ver que si bien en fuerza de las circunstancias aparecía el Cuzco dependiendo de Almagro, esto no significaba una rebelión contra el Rey, y que no había por qué admitirle en clase de capitán general. A pesar de todo, el Cabildo rodeado de soldados, tuvo que convenir en la demanda de Holguín. Éste se negó a dar las fianzas que se le pedían; ofreciendo sí, regirse por los consejos de las personas más dignas y experimentadas. A los que se habían ausentado tomando para Lima, los hizo perseguir con el capitán Castro quien los alcanzó y llevó presos al Cuzco: mas luego se les dejó libres sin causarles mal alguno. Holguín se preparó para la guerra: envió agentes a Arequipa para que no tomase cuerpo la decisión que habla por Almagro, y para extraer alguna gente, en particular la que estaba recién llegada de España en un navío del obispo de Plasencia. El capitán Pedro Anzures con alguna tropa se vino de Chuquisaca a Arequipa, y después de cooperar al buen éxito de las disposiciones de Holguín, subió al Cuzco con buen refuerzo y se puso a sus órdenes.

Por entonces andaba ya por Quito el licenciado don Cristóval Vaca de Castro consejero del Rey que venía con instrucciones para averiguar las causas y poner remedio a los trastornos del Perú, reasumiendo el Gobierno en el caso de faltar Pizarro. El Emperador escribió a Holguín y a otros militares excitando su celo para que coadyuvasen a extinguir la anarquía y cimentar un orden de cosas estable. Don Alonso Alvarado en Chachapoyas organizó una fuerte columna y entró en comunicación con Holguín. Éste rompió su marcha para dirigirse por las sierras hacia el norte con 300 hombres: en Guamanga exigió que sus oficiales ratificasen su nombramiento de capitán general; y discutiendo con ellos sobre la campaña, unos opinaron que se buscase a Almagro para combatir, otros más cuerdos, que se debía tratar sólo de la reunión con Alvarado y Vaca de Castro. El ejército de don Diego Almagro también se movió de Lima con la mira de emprender sobre el Cuzco. Sabido esto por Holguín aunque él aseguraba que venía a encontrarse con Almagro, conociendo   —217→   la inferioridad de su fuerza, más bien pensó en maniobrar o adelantarse para pasar el Valle de Jauja sin comprometer sus armas. Algunos indios avisaron a Holguín que en Jauja existía una partida de doce soldados preparando bastimentos para el ejército de Almagro, y ocupados de adquirir noticias. Holguín mandó a Gaspar Rodríguez de Campo-redondo para que viese forma de tomarlos, y éste dando de noche sobre ellos, los apresó a todos. Dos fueron ahorcados, y a los demás se les puso en libertad ordenándoles Holguín dijesen a los contrarios «que se contentasen con los daños que tenían hechos, y que él se encaminaba para Cajamarca por evitar un combate, no porque les temiese sino para que pudieran conocer sus yerros y pedir perdón al Rey». Mientras esto hacía, trató en secreto con uno de los dichos prisioneros, a quien hacía ganado con dádivas para que le sirviese; encargándole dijera que la noche siguiente iba a atacar por cierta vía extraviada que le indicó. Almagro hizo dar tormento a este soldado recelando de su deposición y como no descubriose más, le hizo ahorcar. Cristóval Sotelo uno de los mejores capitanes de Almagro comprendió que Holguín trataba de engañarlos con la misma verdad, y fue de parecer que se tomase una segura dirección para salirle al encuentro; pero Juan de Rada no quiso se adoptase ese dictamen, sino el de ocupar Jauja y ver qué hacían los de Holguín. Sotelo disgustado renunció su cargo de maestre de campo: algunos afirman que en Rada no hubo equivocación, sino la mira oculta de evitar una función de guerra con los que invocaban el nombre del Soberano; no conviniendo obrar violentamente sin agotar antes otros medios que aún no se habían interpuesto. Sólo así pudo hacer Holguín su tránsito por Jauja sin el gran peligro de ser batido, y de todos modos fue un remarcable error no disputarle el paso como era fácil haberlo hecho en oportunidad. Fueron sin embargo a perseguirlo, pero no obtuvieron ventaja que merezca contarse, y tornaron a Jauja porque ya estaba a mucha distancia.

Holguín situándose en Guaraz entró en contacto con Vaca de Castro y con Alvarado que llegó a Guailas y se acantonó allí sin querer reunirse ni subordinarse a él: no podía mirar con indiferencia que su antiguo súbdito ostentase el título arbitrario de capitán general. Al mismo tiempo en el campo de Holguín crecía un partido de apasionados a su maestre de campo Gómez de Tordoya, y porque decían que sus servicios eran muy meritorios, y atribuían todo buen resultado a sus atinados pasos, se despertó queja y envidia de parte de Holguín, quien no pudiendo dominar sus celos, mandó prenderle; motivo que obligó a Tordoya a marcharse con el fin de encontrar a Vaca de Castro. Siguiole su primo el capitán Garcilaso de la Vega despedido por Holguín: mas luego arrepentido éste de su ligereza, les hizo alcanzar pidiéndoles se volviesen a sus puestos, a lo cual ellos no quisieron prestarse.

A Vaca de Castro no se ocultaba la ambición de Holguín, y por lo mismo quiso emplear mucha sagacidad para tratarlo. Envió cerca de él a Lorenzo Aldana y a Diego Maldonado vecino respetable del Cuzco, para que le persuadieran de la necesidad de entregar el cargo de capitán general a quien por representar al Rey únicamente tocaba ejercerlo: que él debía conformarse con la razón, y ocupar el segundo lugar, para no oscurecer el brillo de sus servicios que lo hacían acreedor a altas recompensas. Holguín procedió con honor, y cediendo a tales reflexiones, se presentó a Vaca y le entregó sus tropas, cerrando los oídos a las voces maliciosas de los que procuraban sembrar la discordia y descomponer los ánimos. El Gobernador ofreció a Holguín premios y condecoraciones: le reconcilió con Tordoya y Garcilaso, y también con   —218→   Alonso Alvarado, pues éste en sus disgustos con Holguín, le había desafiado por medio de una carta que Vaca quiso recoger, y él no se la dio sino después de romperla.

La campaña que se abrió contra el ejército de don Diego de Almagro concluyó sucumbiendo éste en la batalla de Chapas el 16 de setiembre de 1542. Mandaba Holguín la caballería, más al principio del combate recibió dos balazos y murió instantáneamente: los arcabuceros de Almagro conociéndole por el traje notable que llevaba, se esmeraron en dirigirle sus tiros, y consiguieron su intento. Después de la victoria, Vaca hizo conducir su cadáver a la ciudad de Guamanga y se le sepultó en el templo de San Cristóval lo mismo que los restos de Gómez de Tordoya que tuvo igual fin de resultas de las graves heridas que recibió en aquella sangrienta batalla.

ÁLVAREZ Y JIMÉNEZ. Don Antonio. Después de haber militado en España sirvió en Sud América, viniendo a Buenos Aires y luego al Perú con el empleo de teniente coronel. Nombrado gobernador intendente de la provincia de Arequipa tomó posesión de este mando en 10 de noviembre de 1785, cuando acababan de extinguirse los corregimientos, y se crearon intendencias en los territorios que ahora son departamentos. Hizo muchos arreglos tocante a los ramos de policía; y se contrajo a la formación de una obra estadística con interesantes datos y noticias locales, que provista de diferentes cuadros rentísticos se concluyó en 1792. En 1787 dispuso se hiciese una exploración en el volcán Misti. Salieron de Arequipa el 3 de diciembre los comisionados, que fueron el secretario de gobierno, un matemático Vélez, el teniente coronel don Francisco Suero, el subteniente del regimiento de Soria don Manuel de Clos, don Laureano José Maldonado, el alcalde de naturales don Domingo Vásquez y otros. Diose en seguida una descripción del volcán con detalles curiosos y un plano que la acompañaba. El intendente Álvarez el año 1791 hizo una visita a todas las provincias de la comprensión de Arequipa.

Después de ascender a coronel y a brigadier, lo relevó en 1803, el capitán de fragata don Bartolomé María Salamanca. Pasó a la provincia de Chiloé como gobernador, y la mandó desde 1804 hasta 1812 en que fue su sucesor el teniente coronel don Ignacio Justín.

De los hijos que tuvo el brigadier Álvarez Jiménez, don Ignacio nacido en Buenos Aires, coronel de ejército, estuvo allí encargado del gobierno supremo en ausencia del general Rondeau en 1815. Don Melchor sirvió en España, y pasó a Méjico de brigadier y coronel del regimiento de Saboya; fue después general de División en esa República. Don Antonio María perteneció al ejército del Alto Perú, y en la batalla de Vbiluma ascendió a brigadier estando de coronel de un regimiento. En 1824 volvió al país de su nacimiento en el rango de mariscal de campo: había sido presidente de la Audiencia del Cuzco. Don José sirvió a la República de presidente y luego a la del Perú desde 1830 hasta su fallecimiento: llegó a la clase de coronel. Doña Manuela Álvarez y Tomás casó con don Joaquín María Ferrer antiguo comerciante de Lima, y que en España figuró posteriormente como ministro de estado y senador del Reino.

ÁLVAREZ MALDONADO. Don Juan. Español, avecindado en el Cuzco. Después de lo que hemos referido en el artículo tocante a don Diego Alemán, y extendida en el Perú la fama de haber oro abundante en la provincia de Mojos, solicitaron algunos españoles autorización para entrar a descubrir y someter su territorio. Dice Garcilaso que el virrey conde de Nieva la confirió a Gómez de Tordoya: y como el capitán del mismo   —219→   siembre y apellido había muerto de resultas de heridas que recibió en la batalla de Chupas, forzoso es creer fue otro, y sin duda por esto indica el mismo autor que era un caballero mozo. Pero la cédula no pudo habérsela dado el conde de Nieva en 1565 pues este Virrey murió asesinado en Lima a principios del año 1564 y el 65 correspone al gobierno del licenciado don Lope García de Castro.

El permiso concedido a Tordoya fue revocado, porque habiendo reunido gente armada en muy crecido número, se temió sobreviniese algún trastorno, y se expidió orden para dispersarla. Dos años después el mismo García de Castro otorgó una provisión igual a otro vecino del Cuzco, don Gaspar de Sotelo el cual alistó muchos soldados y se concertó con el inca Tupac Amaru que estaba retirado en Vilcabamba para hacer ambos la conquista, ofreciéndole este acompañarlo y proporcionarle las balsas necesarias. Mas como estos preparativos suscitaban emulación y hubo maliciosos rumores, acaso por intervenir el Inca, anuló el gobierno lo ya hecho, y comisionó para la empresa a don Juan Álvarez Maldonado. Éste juntó sin tardanza 250 individuos y más de 100 caballos y yeguas, y se puso en marcha en dirección al río Amaramayu. Gómez de Tordoya resentido y descontento porque se le impidió hacer la expedición, y había sufrido pérdidas a causa de los muchos gastos que llegó a practicar, publicó que él se hallaba también con derecho a realizar esa empresa por cuanto conservaba la cédula que nunca el Virrey mandó recoger; mas como no le favorecía la razón, apenas pudo alistar 60 soldados. Se puso en marcha con ellos y se encaminó al mismo río para encontrarse con Álvarez Maldonado. Pasó grandes trabajos y contrariedades en tan penosa y difícil campaña, y llegó antes que su competidor al punto donde era indispensable su concurrencia. Allí levantó trincheras y se dispuso para combatir: su fuerza era corta, pero aguerrida, y cada soldado tenía dos arcabuces bien provistos de municiones.

Al arribo de Álvarez con los suyos, ni el uno ni el otro trataron de avenirse, pudiendo haber formado una compañía y unidos ser más fuertes. Y así, sin entrar en relaciones, ni hablarse siquiera, se echaron a pelear como encarnizados enemigos. El primero en acometer fue Álvarez confiando en la ventaja del mayor número, y la lucha duró tres días dando por resultado la muerte de casi todos: los pocos restantes de ambos bandos, quedaron en estado de inutilidad. Los chunchus en cuyo territorio acaeció esta horrible matanza, se aprovecharon de la ocasión y los hicieron morir, empezando por Gómez de Tordoya: exceptuaron47 a 3 que dice Garcilaso los conoció después en el Cuzco. Estos fueron don Juan Álvarez Maldonado que era hombre de bastantes años, un mercedario llamado fray Diego Martín, nacido en Portugal, y el herrero Simón López. Pusieron en libertad al primero y a los otros los retuvieron allí más de dos años. Acompañaron a Álvarez hasta Carabaya; y volvió al Cuzco donde tenía sus indios: al herrero lo obligaron a trabajar muchas herramientas de cobre, y al fraile le rogaban que permaneciese entre ellos y los doctrinase en el cristianismo. Cuando les permitieron retirarse, los guiaron y sacaron a la misma provincia de Carabaya.

Don Nicolás Antonio dice que don Antonio de León Pinelo escribió una Relación de la jornada de Álvarez Maldonado en 1617 la cual era uno de los manuscritos de la biblioteca Índica occidental de dicho Pinelo.

ÁLVAREZ PAZ. El padre Diego -de la Compañía de Jesús, natural de Toledo. Fue provincial en Lima y se distinguió por su ciencia y literatura, habiendo hecho en esta capital todos sus estudios. Falleció   —220→   en el Colegio de Potosí en 17 de enero de 1620 a la edad de 60 años. Escribió las obras De vita spirituali ejusque perfectione, León 1608 De exterminatione mali etc. promotione boni, ídem 1613; De inquisitione pacis, sive studio orationis, ídem 1617. De vita religiosae instituenda, ídem 1612.

ÁLVAREZ DEL RON. El doctor don Bernardo y su hijo el duque don Antonio -naturales de Lima. Se les considera con fundamento entre los abogados más capaces y distinguidos que hubo en esta ciudad en el siglo pasado. El primero fue asesor del juzgado de Lanzas en 1733 y también del virreinato en tiempo del virrey marqués de Castell-fuerte. Catedrático de Digesto Viejo del colegio Real de San Felipe de que fue rector, y de decreto y código en la universidad de San Marcos.

El segundo de 13 a 20 años de edad fue doctor, abogado, y opositor a cátedras; sus luces y erudición le atrajeron mucha celebridad. Le perteneció una de las varas de regidor perpetuo del Cabildo de Lima de que disfrutó hasta su fallecimiento en 1785. Los retratos de estos dos doctores se hallan en la Universidad de esta capital.

Doña Melchora de Zúñiga, esposa de don Bernardo, descendía por línea recta del alférez real don Fernando Arias de Ugarte, (sobrino del arzobispo de Lima que tuvo el mismo nombre) y del capitán conquistador don Francisco Ruiz. Don Antonio Álvarez del Ron y Zúñiga fue casado con doña Teresa Ayesta e Itulain. Véase Arias de Ugarte, el capitán don Miguel. Véase Ruiz, el capitán don Francisco.

ÁLVAREZ DE TOLEDO. Fray Luis -religioso Agustino, nacido en Valderas (Burgos), y de la familia de los condes de Oropesa a que pertenecía al virrey don Francisco de Toledo. Hallábase con crédito de predicador en España, cuando fue enviado al Perú de visitador general. Llegó en 1569 en compañía de los muy notables frailes Gabriel de Saona y Roque de San Vicente. Acabada su comisión, el provincial fray Luis López de Solís, le mandó de orden del Rey en 1573 a fundar el convento de Quito con el padre Saona: poco después regresó a Lima, y se le eligió provincial en el capítulo de 1575, sin su beneplácito. Salió de visita y cerca de Santiago de Chuco al pasar un río, cayó de la mula y murió. De dicho pueblo trasladaron sus cenizas a Trujillo y las sepultaron en la capilla de los Ángeles, que en la iglesia de San Agustín fundó don Juan de Sandoval. En la librería del convento de Lima se conservaban michos sermones de fray Luis Álvarez de Toledo: una colección de los respectivos a las dominicas de adviento y cuaresma: otra de los de fiestas de la Virgen y otra de oraciones fúnebres.

ALZAMORA Y URSINO. Don Pablo -general de la mar del Sur: maestre de campo del tercio de infantería española de Lima, general de la caballería del Perú, y del puerto y presidio del Callao a principios del siglo 18. Gobernando el virrey marqués de Castell-dos-rius por los años 1709, entró al Pacífico el corsario inglés Roggiers Wodes en unión de Guillermo Dampierre con dos fragatas muy bien armadas. Hicieron algunas hostilidades en la costa, tomaron varias embarcaciones mercantes, e invadieron Guayaquil. El Virrey preparó una flota compuesta de cinco buques, tres españoles y dos franceses: los primeros con los comandantes don Fernando Arévalo, don Andrés de Valverde y don Pedro Bravo de Lagunas; y los segundos con sus capitanes don Alonso Porée y don Juan Davis. En el armamento y apresto de esta expedición en que fuera de los franceses, se embarcaron 821 hombres entra marineros y soldados, se gastó ingente suma de dinero según de una relación que hizo imprimir   —221→   el mismo Virrey. El general Alzamora salió del Callao el 16 de julio de 1709, se dirigió al archipiélago de Galápagos donde se decía estaban los enemigos, y no encontrándolos allí pasó a recorrer la costa de Méjico. Roggiers se volvió a Europa y Alzamora al Callao en 1710. Don José Alzamora y Ursino oidor de Panamá y hermano de don Pablo, fue casado con doña Isabel de Santiago Concha, hermana del primer marqués de Casa Concha; y estuvo en 1724 encargado de la presidencia y capitanía general del Istmo.

Véase Roggiers. Véase Hurtado y Alzamora.

ALLOZA. El padre Juan de -jesuita, natural de Lima. En la casa que el indígena sastre limeño, Nicolás de Dios Ayllon, destinó a beaterio o recogimiento de mujeres, y que hoy con mayor extensión ocupa el monasterio de Capuchinas, o Jesús María, de esta ciudad, nació Juan de Alloza en el mes de mayo de 1597, y fue bautizado en la catedral el día lunes 26 de dicho mes. Sus padres fueron Miguel de Alloza Oliván caballero infanzón natural de Zaragoza y familiar de la Inquisición de Lima, y doña Leonor Menacho de Morales nacida en esta capital. Tuvieron ocho hijos y el menor fue el padre Alloza, de cuyo alto merecimiento vamos a hacer memoria.

En su familia hubo hombres eminentes por sus cualidades personales, sus estudios y la posición que ocuparon. De sus hermanos, don Jaime, fue cura de la Catedral, rector de la Universidad de San Marcos en 1631, y murió electo obispo de Santiago de Chile: el abogado don Rodrigo fue también rector de la Universidad en 1651 y 52. Tíos suyos fueron el doctor don Gregorio de Loayza, canónigo doctoral, dignidad de tesorero, provisor y vicario general del Arzobispado, y gobernador eclesiástico, el venerable y sapientísimo padre Juan Pérez de Menacho de la Compañía de Jesús, uno de los mejores ornamentos de Lira a por su ciencia y virtud. También entre los ilustres ascendientes de los condes de la Vega del Ren, se cuentan otros tíos de Alloza; y por sobrinos suyos se conocieron al obispo de la Margarita in partibus don Francisco de Cisneros y Mendoza natural de Lima, y auxiliar de este arzobispado, y al doctor don Estevan Márquez Mansilla fiscal protector de la Real Audiencia nacido en esta misma ciudad.

Juan de Alloza estudió gramática, como alumno externo, en las aulas de la Compañía y a los quince años de su edad era inteligente en el latín, la retórica y la poesía. Pasó a la Universidad de San Marcos donde cumplió los veinte años, después de concluir lógica, cánones y leyes: tuvo entre sus maestros al don Francisco Godoy, natural de Valdivia, obispo que fue de Guamanga y de Trujillo. En esa edad se decidió a entrar en la Compañía de Jesús, y fue admitido el 15 de abril de 1618 por el célebre provincial Diego Álvarez Paz, español, que había hecho todos sus estudios en Lima.

El 20 de abril de 1610, pronunció Alloza sus votos, y en el colegio máximo de San Pablo se entregó al estudio de teología: uno de sus maestros fue el padre Francisco Aguayo que enseñó allí por cuarenta años seguidos. Casi a los tres de contracción asidua, un acto público literario acabó de acreditar, el 22 de diciembre de 1621, la ya probada suficiencia de Alloza para distinguirse en las ciencias. Entonces pasó al colegio de San Martín, que estaba bajo la dirección de la Compañía, a hacerse cargo de una sala para atender a la educación de los colegiales, objeto al cual se destinaba a ciertos sujetos idóneos para tan delicado encargo. Después de prestar este servicio volvió a San Pablo, y pasó luego al noviciado de San Antonio, en el que por un año era indispensable ocuparse en la meditación   —222→   continua, en empleos humildes etc., vistiendo el hábito pardo de los novicios, y estudiando en dicho período, o tercera probación, la lengua quechua. A los seis meses fue enviado con otros a Trujillo recibir las sagradas órdenes, del obispo don Carlos Marcelo Corni, natural de esa ciudad, afamado por sus grandes obras en favor de la instrucción pública. Dijo Alloza allí su primera misa, y regresó a Lima a continuar en su noviciado.

Terminado éste, se le envió de misionero a Guancavelica en donde sufrió en público una bofetada, porque había conseguido arreglar las costumbres de una mujer con quien cierto hombre vivía. Pasó a Guánuco con el mismo encargo y posteriormente a Ica, regresando a Lima con la satisfacción de haber ejercido con celo y provecho ese difícil ministerio. Marchó después a Guamanga al colegio que en esa ciudad tenía la Compañía. En esta ocasión se perfeccionó en el idioma peruano, y prestó por cinco años grandes servicios en obsequio de la estudiosa juventud. De regreso a Lima fue empleado en el colegio del Cercado; mas como su salud se resintiese de sobrellevar las pesadas tareas a que estaba consagrado, tuvo que ir a Chancay a repararla en la granja que los jesuitas poseían con el nombre de Jesús del Valle cerca de los montes de Lachay, donde por la primavera pastaban muchos ganados del Valle. Ya convalecido, se le vio en Lima de superior y maestro de los hermanos juniores; que eran los que acabados los dos años de noviciado, repasaban el latín, estudiaban retórica, manejaban la poesía y se ejercitaban en letras humanas. Estos vivían retirados de los novicios, pero en la misma casa: en tiempo anterior ocuparon separada habitación en el colegio máximo de San Pablo.

En éste tuvieron los jesuitas los domingos una congregación de la facultad de teología de la Universidad, consagrada a la Purísima. Alloza la presidía, y propagaba con justo aplauso sus luces poco comunes en esa materia. Por entonces hizo la profesión de los cuatro votos, grado honroso que calificaba virtudes y letras: los que lo obtenían quedaban aprobados para leer filosofía y teología. Fue luego ministro del colegio Máximo, destino de enorme peso y responsabilidad, porque representaba al rector para todo lo concerniente al orden y disciplina. Cargo de igual naturaleza desempeñó también en el colegio del noviciado.

Señalaron al padre Alloza sus superiores, la obligación de predicar en el segundo patio del Palacio, delante del cuerpo de guardia, todos los sábados. Lo verificó durante catorce años: llenábase el patio de gente y le iban a oír oficiales, soldados, niños de las escuelas, personas de clase, las virreinas marquesa de Mancera y condesa de Salvatierra, y a veces sus maridos. De esos sermones resultó que la primera de dichas señoras tomase a Alloza por confesor, y que un alférez Matías, muy querido del Virrey marqués de Mancera, dejase el mundo, vistiera el hábito de la Compañía, e hiciese una vida santa. También predicaba Alloza en las cárceles y en los hospitales; y en el noviciado hacía los ejercicios de San Ignacio, a que concurrían muchos seglares. Para sostener estos ejercicios consiguió que algunos sujetos pudientes estableciesen limosnas y rentas. Predicando Alloza en la fiesta de San Pablo y del Corpus, día en que había procesión, y se ostentaban las reliquias y grandezas del templo de la Compañía, advirtió que el Virrey parlaba y daba mal ejemplo; y por esto se dirigió a él desde el púlpito reprendiéndolo, y citándole a su antecesor que se portaba con la mayor reverencia. El Virrey le sufrió con moderación, y al salir dijo: «Este padre es Santo, y así se debe predicar». Y como supiese que el provincial había por esto penado a Alloza privándole de predicar, se dirigió al convento y habló así al prelado: «Si el padre   —223→   Alloza no nos dice las verdades ¿quién nos dirá lo que nos importa? Que siga en el púlpito, y que el primer sermón que pronuncie lo predique en mi palacio». Este Virrey fue el conde de Alba de Liste, primer grande de España que vino a Lima, y sucesor del conde de Salvatierra en 1655. Aconteció después, que un religioso de otra orden zahiriese al mismo Virrey en un sermón; y al imponerle éste el castigo que merecía, dijo: «que no todos eran Alloza, y que no estaba bien gritasen los que se conocía que no ayunaban»; aludía a la gordura y buenos colores del fraile, que era muy dado al regalo.

El padre Juan de Alloza falleció el 6 de noviembre de 1666; a los 69 años de su edad y cerca de 49 de su ingreso en la Compañía. Fue hombre de vida ejemplar, de altísima contemplación, y de positivas y sublimes virtudes. Sepultósele en la iglesia del noviciado en la capilla de San José, y se hizo información jurídica acerca de sus ejemplares costumbres, en la que declararon muchos varones respetables entre ellos el padre Francisco del Castillo, limeño, cuya santidad ha merecido siempre honrosa memoria, y que fue su discípulo de gramática; y el padre fray Luis Galindo de San Ramón, también de Lima, eminente en virtudes, y cuyo confesor fue Alloza.

Era el padre Juan de Alloza buen poeta castellano y latino. Escribió diversas obras místicas, de las que podemos citar algunas. El breve oficio del nombre de María, que se imprimió muchas veces. El cielo estrellado de María con 1022 ejemplos, que se publicó en Madrid en 1654. Convivium divini amoris, y Flores summarum etc. que salieron a luz en León de Francia en 1665. Afecto y devoción de San José, impresa en Alcalá en 1652. El dinero que produjo el mucho expendio de este libro, se aplicó a una capilla principal de la iglesia del noviciado consagrada a San José.

El padre Bernardo Sartolo hizo en Europa un elogio muy dilatado de Alloza. En la Biblioteca de la Compañía de Jesús, aumentada por el padre Nataniel Sotuelo, que se imprimió en Roma en 1676, se hacen gratos recuerdos de Alloza y de los libros que escribió. También lo menciona con esmerada recomendación el padre fray Antonio José Pastrana en sus obras, Jardín ameno de San José, impresa en Lima en 1666, y Empeños del poder y amor de Dios etc. Finalmente, la Vida de Alloza fue escrita por el padre Fermín de Irizarri de la Compañía. Salió a luz en Madrid en 1715, dedicada al ya citado obispo de la Margarita don Francisco Cisneros; y la aprobó previamente por comisión especial, en 1.º de junio de dicho año, el consejero de Indias don Juan de Otárola, natural de Lima después obispo de Arequipa.

AMAT Y JUNIENT PLANELLA AYMERICH Y SANTA PAU. Don Manuel de -Caballero de la Orden de San Juan, teniente general, virrey del Perú, gentil hombre de cámara con entrada etc. Nació en Cataluña y debía su origen a una familia antigua y distinguida. Sus ascendientes fueron miembros de la sagrada orden de San Juan de Rhodas y Malta. Un hermano suyo era marqués de Castell Bell, y se hallaba emparentado con las casas de los condes de Aranda, y de Peralada, los marqueses de Villaríos, y de Castell-dos-rius, y la del duque de Bournombila. Adoptó la carrera militar empezando a servir a la edad de once años, estuvo casi siempre en campaña y concurrió a siete batallas campales, cinco sitios, dos bloqueos y gran número de acciones y encuentros. Se hizo notar por sus proezas en la guerra de África en que permaneció cinco años; en la batalla de Bitonto (Nápoles) ganada al imperio en 1736: en el asedio de Gaeta, toma de Bari etc. Mandó con mucho crédito el regimiento Dragones de Sagunto.

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Por la vía de Buenos Aires vino a Chile y tomó posesión de la presidencia el 29 de diciembre de 1755. En su gobierno formó varias poblaciones, arregló las tropas, organizó milicias, contuvo la indiada, y asegurando la defensa del territorio, estableció o mejoró algunas fortificaciones. Nombrado virrey del Perú se embarcó en Valparaíso el 26 de setiembre de 1761 en el navío de guerra «El Peruano», buque construido en Guayaquil, y que fue enviado a Chile para conducir al Virrey. Entró éste en Lima y tomó el mando el día 12 de octubre recibiéndose en público el 21 de diciembre del mismo.

A pesar de los arranques frecuentes que tenía como soldado terco, y de sus tendencias a la arbitrariedad, el virrey Amat supo hacerse de numerosos amigos, y adquirió en Lima la influencia social que no consiguieron otros mandatarios en tanto grado. Su pasión dominante por todo lo concerniente a las armas, encontró un extenso teatro en que desarrollarse, con la declaratoria de guerra que hizo el Gobierno Español a la Gran Bretaña y Portugal y que se publicó solemnemente en el Perú el 3 de noviembre de 1762.

Amat organizó en ese año, y los subsiguientes, cuerpos de milicias casi en todas las provincias, confiriendo el mando de ellos y de sus compañías a las personas más visibles por su clase y fortuna. Los hombres de más prestigio e inteligencia rodearon al Virrey aceptando su confianza y ayudándolo en sus planes sin reparar en gastos ni fatigas. El conde de las Torres creó una compañía de «Fusileros reales» que armó y equipó a costa de sus individuos, y a la cual el Virrey concedió fuero militar. Componíase de hombres decentes ejercitados en la caza, teniendo por oficiales a los Manriques de Lara, Carrillos de Albornoz etc. Don Félix Encalada formó el cuerpo de «Granaderos de la Reina madre». Don Pedro José de Zárate después marqués de Montemira una compañía de dragones que se denominó de «Batavia», no sabemos por qué, y fue el origen del regimiento Dragones de Lima creado por el Virrey en 1773. Don Lucas Vergara Pardo de Rosas organizó otra compañía de caballería: el maestro de campo don Félix Morales de Aramburu una de Pasamaneros. Sobre varias compañías veteranas que existían en el Callao formó el real de Lima en 1772, cuerpo que más tarde fue un regimiento de tres batallones. Organizó Amat el batallón de milicias disciplinadas de Lima conocido por el «número», poniéndole 27 compañías; reformó el de «Pardos librea» con 18 compañías el de «Naturales» con 33: y formó el de «Morenos libres» con 10. En Caravayllo el coronel don José Antonio Borda creó 14 compañías de «Dragones» organizándose en 1762 un regimiento: en Lurigancho el marqués de Moscoso arregló 17 compañías. Los uniformes eran variados y de mucho lucimiento: cuatro compañías fueron vestidas por el Virrey, dos por la Audiencia y Tribunal de Cuentas. El Cabildo hizo lo mismo con 800 hombres, y el Tribunal del Consulado con mil; los títulos, los nobles y otros vecinos acomodados, no quedaron atrás en entusiasmo por contribuir al esplendor de las tropas. Se colocaron en los cuerpos instructores veteranos que compusieron las asambleas. El comercio hizo fuertes gastos en disponer con su peculio localidades competentes para los acuartelamientos. Estableció el Virrey una sala de armas bien provista y una maestranza para diferentes obras de artículos militares.

Todo esto hizo con un tesón admirable, y las medidas que dictó para la seguridad y vigilancia en todo el litoral fueron muy eficaces y obedecidas con precisa puntualidad. Puede decirse que en el Gobierno de Amat tuvo verdadero origen el plan de militarizar el país de una manera positiva y estable: no quedaron hombres sin alistarse. Daba a las tropas las denominaciones que tenían en España los cuerpos: y así entre las   —225→   compañías creadas en Lima hubo en 1769 las llamadas del «Inmemorial del Rey»: otras tuvieron nombres semejantes sólo por su voluntad. Las compañías organizadas en Chiloé en 1771 fueron 38. Antes de esta época sólo había regimientos de milicias en el Cuzco, Arequipa, Guamanga Trujillo, Tarma y tres o cuatro provincias más. A solicitud de Amat se erigió el cargo de Subinspector general de las tropas del Virreinato, al cual se unió el de cabo principal de las armas, y el mando de las fortalezas del Callao. El primero que vino desempeñarlo entonces fue el brigadier don Francisco X. de Morales, después presidente de Chile. Formó el Virrey un campamento para la instrucción y disciplina; y a fin de dirigirlo todo por sí mismo, colocó una tienda de campaña para su alejamiento, en el punto denominado «los Peines» abajo del puente.

No dejó por mover ni utilizar ninguno de los medios que creyó conducentes a la defensa del territorio. El castillo del Callao no estaba concluido: Amat hizo trabajar la contra-escarpa de mampostería, construyó almacenes a prueba de bomba bajo las rampas, situando también 100 explanadas. Levantáronse torreones, las casamatas y cuarteles: obras que duraron hasta 1774, invirtiéndose en ellas dos millones de pesos. Reparó y puso en buen estado el navío «San José el Peruano», y la fragata «Liebre». Formó una compañía de infantería de marina, y tres más de línea para aumentar la guarnición de la plaza. Envió artillería, pólvora, diversas clases de armas y dinero a Chiloé, Valdivia, Valparaíso, Guayaquil, Panamá, Portobelo y Cartagena, dotando además los puertos peruanos de armamento y municiones. Fundió en Lima muchos cañones de bronce de grueso calibre y sus proyectiles: preparó artillería de campaña, y arregló una escuela práctica para esta arma. Montó mil lanzas, hizo construir un millón de tiros de fusil, y celebró un contrato con una empresa que se obligó a plantear molinos para hacer cuanta pólvora se necesitase. Tal fue en breve el estado en que quedó armada la capital de Lima; y sus murallas recibieron también refacciones, edificándose almacenes para depósitos en algunos de los baluartes.

Más tarde y cuando estas agitaciones dejaron de ser tan ejecutivas, dio el Virrey un reglamento en 31 de agosto de 1766, para que rigiese en la organización gobierno y disciplina de las tropas de milicias de todas armas creadas ya según las poblaciones de las provincias. Esta ordenanza se observó por algunos años hasta que la de Cuba se hizo extensiva a toda la América.

En el año de 1767 dio existencia a un batallón que tituló del «Comercio» por ser este el ejercicio de la gente que debía alistarse en él. El de 1771 formó, también en Lima, el regimiento de caballería «de la Nobleza», se hizo su coronel, y lo mandó personalmente en su primera revista que fue el 30 de julio de 1771. Los jefes y oficiales pertenecieron a las primeras familias, teniendo este cuerpo una compañía de abogados, otra de estudiantes etc. En ese día presenció la capital un acto solemne en que estuvieron a competencia el lujo y los regocijos. En esta ocasión Amat disolvió las compañías de gentiles hombres de lanzas y de arcabuceros del reino que se crearon recién la conquista, y organizó una montada para la guardia de los Virreyes confiriendo el mando de ella a su sobrino el teniente coronel don Antonio Amat y Rocaberti.

Haremos ahora memoria de ciertos hechos que estará bien recordar como notables en la época de la administración de don Manuel de Amat. Ordenó en 1762 que diariamente y desde las 10 de la noche se hiciese una ronda en la ciudad para celar el buen orden, alternándose en este servicio los alcaldes del crimen de la audiencia. Estos se negaron a prestarle,   —226→   y el Virrey los obligó so pena de 500 pesos. Quejáronse al Rey quien los exoneró de semejante multa. El mismo año de 1762 se estableció el coliseo de gallos en Lima. Véase Garrial. El derecho fiscal titulado de media anata fue modificado favorablemente en 1764. En esto año hubo en la provincia de Chucuito una asonada popular cuyo progreso lo cortó, sosegando el país prontamente; el corregidor don Antonio Porlier. Los portugueses que sin derechos claros dominaban en Matogroso, para que poblaran por el aliciente del oro que de él podía recogerse, habían avanzado sobre Santa Rosa, reducción de indios de Chiquitos hecha presidente los jesuitas de la provincia de Santa Cruz. Con este motivo, el presidente de Charcas teniente coronel don Juan Francisco Pestaña, ayudante de guardias españolas, expediciona aquellos puntos por disposición del virrey Amat: pero sus operaciones se malograron por dificultades que no le era dado superar. Se empeñó Amat en hacer segunda expedición bien provista de lo necesario, y esta no fue menos desgraciada en 1765 ya por la corrupción de los víveres, ya por que la tropa no pudo sufrir los ardores y otros inconvenientes de un clima tan mortífero, entre los que no fue pequeño el de la escabrosidad de los caminos; mientras que los portugueses contaban con recursos inmediatos y seguros. En el predicho año de 1765 fue el estreno de la actual plaza de lidiar toros denominada «de Acho». Véase Landaburu. La nueva Iglesia del «Corazón de Jesús» conocida por los «Huérfanos», se concluyó y abrió al público en 1766. Aconteció en 24 de junio de 1765 una rebelión en Quito a causa del estanco de aguardientes. Porque sus administradores vetaban y estafaban para la recaudación de los impuestos y hacían medras criminales. Un oidor Llano, el fiscal de la Audiencia Sistue y el alguacil mayor la Sala, teniendo interés privado en que aquel ramo volviera a darse en arrendamiento a un testa que los representara en el negocio, fueron los autores de un alzamiento popular [los tres eran españoles] que ocasionó desgracias y alteró grandemente el orden. Para restablecerlo envió el virrey Amat dos compañías del cuerpo «Príncipe de Asturias» y dos del de pardos de Lima. Desembarcadas en Guayaquil marcharon sobre Quito a órdenes del gobernador de la provincia, teniente coronel don Juan Antonio Zelaya quien encontró ya sosegado el país y quedó de presidente de aquella Audiencia permaneciendo un año en ese mando.

La ciudad de Lima aún no estaba dividida en barrios. Amat lo hizo en 1767 nombrando en 23 de diciembre de 1768, un alcalde o comisario para cada uno de ellos: los eligió de entre los más escogidos vecinos. El ramo de suertes tuvo origen en 1766, y dio un producto de 100 mil pesos. El Virrey dispuso que el remaniente o ganancia que de él resultase, se empleara en socorrer a enfermos pobres, y al beaterio de Amparadas. Entre las ocurrencias del año 1768, se cuentan el establecimiento en el Perú del montepío civil de España que se hizo promulgar en América, y para cuyo régimen dictó Amat un reglamento el 8 de enero. Aprobó otro con fecha 22 de junio para mejorar la institución de las cofradías, y extirpar muchos abusos que se cometían en el manejo de sus rentas. Hemos visto un real decreto de Carlos III, su fecha 2 de diciembre de 1768, en que expone ser causa en parte para disminuir los matrimonios, la pérdida del montepío civil o militar que sufrían las viudas por contraer nuevo enlace, lo cual era contra los intereses de la sociedad. Y que por tanto mandaba, que aunque se casaran otra vez siguieran percibiendo la mitad de sus pensiones, si no tenían hijos a los cuales debieran estas pasar. Se creó una escribanía especial para las hipotecas. Por marzo de dicho año se mandó erigir y demarcar de orden del Rey la provincia   —227→   de Tarapacá desmembrando su territorio del de la provincia de Arica a que pertenecía.

La población de Pasco se fundó en 1771 situándola en terrenos de la estancia de Yanahuanca. El Hospital Real de Bellavista se edificó gobernando Amat por los años de 1770, en una localidad que antes había servido a un colegio. Fue destinado para enfermos de marina, y el costo de la obra montó a 69 mil pesos. La renta de correos que era propiedad de los Carvajales, duques de San Carlos, se incorporó a la corona previa indemnización (Véase Carvajal). En el Perú se verificó esta novedad en 16 de mayo de 1772 haciéndose por Amat los arreglos necesarios del ramo con el primer administrador, que vino de España, don José Antonio de Pando. En ese año ocurrió un motín en el Callao en los nervios de guerra «Septentrión», y «Astuto» ocasionado por la demora de ciertos alcances de prest cuyo pago exigían las tripulaciones, en circunstancias de próxima salida para España y de hallarse a bordo registrados algunos millones de pesos. Los comandantes pidieron auxilio al Virrey quien al momento se embarcó con tropa haciendo enarbolar su insignia, y después de las indagaciones necesarias, mandó fusilar previo sorteo a 18 que salieron del número de los diezmados. Los autores de la sedición fueron ahorcados, y a más de 30 se les impusieron otras penas (7 de marzo de 1772). Parece que al Rey no agradó esté hecho, no sería por su excesivo rigor, sino por falta de formas y trámites judiciales, y por eso ordenaría se siguiesen los juicios a bordo por los propios jefes. Estos castigos no se verificaron infraganti delito, pues ya los cabecillas estaban en juicio cuando Amat se embarcó. En España eran frecuentes las sediciones en la marina y el ejército, y siempre se castigaron con igual o mayor dureza. No era pues la venida a América la que relajaba la disciplina como dice uno de nuestros escritores; y lo que cita de desacato al virrey Villa-García no fue obra de la marinería ni de soldados, sino de la vieja propensión de los jefes y oficiales a mirar en menos, con insensata altivez, a las autoridades de tierra, de lo cual los de España dejaron aquí ejemplos perniciosos. Aquellos dos navíos habían venido en 1770 con la fragata «Rosalía» al mando de don Antonio Arce, más tarde teniente general; y a su paso por Talcahuano desembarcaron un batallón y varios cuadros de caballería destinados al ejército de Chile.

El descubrimiento del célebre mineral de Hualgayoc por Rodrigo de Ocaña acaeció el mismo año 1772. La recaudación de derechos adeudados por el comercio, se hizo en un tiempo por los subastadores de estos impuestos, o por el consulado, y posteriormente por los oficiales reales de Lima; mas en 1773 cesó este sistema y se creó una Aduana principal para proceder con sujeción a su reglamento y aranceles de aforos: todo se organizó por el Virrey, siendo el primer Administrador que hubo en la renta don Miguel Arriaga. En el periodo de Amat se exportaron para España cerca de 72 millones de pesos del comercio y de la real hacienda aparte de los valores extraídos en lanas, algodón, cacao, cascarillas, y otras producciones. Los derechos de aduana consistían en un cuatro por ciento de alcabala y cinco de almojarifazgo de entrada, y dos y medio de salida. En las monedas de oro y plata se empezó a acuñar con la efigie del Rey en 1772 por la casa de moneda de Lima. El 12 de enero se reunió en esta capital un concilio provincial con asistencia del Virrey. Véase Parada, Arzobispo, en cuyo artículo se trata del objeto de dicho concilio según la instrucción denominada «tomo regio». Amat hizo fundadas observaciones a una disposición real que se dictó para que los desertores del ejército peninsular   —228→   se remitiesen a América a fin de que se les incorporase en las tropas de estos países para que continuaran sirviendo. Quedó sin efecto un mandato que habría hecho padecer la moral, acumulándose en el virreinato soldados de malos antecedentes. No pocos jefes y oficiales conseguían destinos civiles con ánimo de hacer fortuna a costa de los pueblos. Para disminuir esta calculada aspiración, resolvió el gobierno supremo que los pretendientes no pudiesen obtener nombramiento de corregidores sin renunciar antes y hacer dejación del empleo militar. Pensaría el Rey, acaso, que sólo los militares tenían aquel designio que era tan común en los que solicitaban corregimientos.

El Virrey en 1770 había enviado el navío de guerra San Lorenzo y la fragata Rosalía a reconocer una isla que se dijo haber descubierto el capitán inglés Davies. El comandante de aquel buque don Francisco Gonzales tomó posesión y levantó un plano de ella, la denominó «San Carlos» y abrió tratos con los indios que la habitaban. En 1772 Carlos III mandó que en dicha isla se formase un establecimiento de pobladores españoles; y cuando Amat se preparaba para cumplir esta disposición, por medio de la fragata de guerra «Aguda» recibió otra real orden encargándole remitiera fuerza a «Otaheti» con el fin de desalojar una colonia inglesa que según noticias estaba allí organizándose. Amat con esto determinó que la «Águila» al mando de su comandante Boenechea saliese a dar ejecución a dicha orden, desempeñando también lo relativo a la isla de San Carlos según lo acordado antes. De los resultados damos razón en el artículo «Boenechea». El piloto don48 José Amich que estuvo en estas incursiones, promovió un posterior viaje que con la protección del Virrey hicieron a Otaheti en 1774, los misioneros franciscanos Gerónimo Clot y Narciso González quienes abandonaron después la conquista espiritual, alegando pretextos, sin haber sufrido persecución alguna. La ciudad de Lima carecía de alumbrado general, y en las noches eran muy pocas las luces que se encontraban en ciertos parajes. Debiose al virrey Amat el establecimiento de esta mejora, y mediante sus providencias, en todas las puertas se colocaron faroles, conservándose luz en las esquinas hasta el amanecer y a costa de los pulperos. Principió a efectuarse así en 2 de noviembre de 1776.

No descuidó Amat las obras públicas, y puso mano a algunas de necesidad o de recreo. Dio principio al paseo denominado de aguas en 1770. La universidad obló para este gasto dos mil pesos siguiéndola otras corporaciones; y el público en general concurrió con 25200 que se recogieron en una mesa que se puso para recibir erogaciones en 22 de abril, delante de la Iglesia de los Desamparados con los oidores Querejazu y Orrantía y el alcalde Zárate, después marqués de Montemira. Otra mesa hubo en 14 de junio de 1772 en la cual se juntaron más de 16 mil pesos. Las torres del arco del puente las hizo trabajar el Virrey en 1771 y el frontón en que colocó un reloj que perteneció a los jesuitas. En ese lugar estuvo antes una estatua ecuestre de Felipe V, hecha de bronce, que se destrozó en su caída cuando el terremoto de 1746. También se hizo una sólida reparación al último arco del puente que se reconoció hallarse en mal estado, y para fortalecer más este y los demás ojos, se colocaron unos seguros estrados de piedra: ejecutó dichos trabajos el maestro mayor de obras don José Añazco. Mandó componer el camino del Callao que se reparó y mejoró mediante acertadas disposiciones, y se refaccionaron así mismo la caja de agua, cañerías y pilas de la antigua alameda. El camino de la ciudad al valle y pueblo de Lurigancho era incómodo por los muchos malos pasos que dificultaban el tránsito. Amat acometió la empresa de allanar dicho camino rompiendo duras rocas con   —229→   tiros y fuerza de picos, ampliándolo de tal modo que quedó expedito para el tráfico de carros desde la «Piedra Lisa» (año 1773). Plantose la alameda que está a su principio. Se imprimieron en 1767 con título de Expresiones de reconocimiento y gratitud «cien octavas en elogio de Amat con ocasión del camino de Lurigancho y demás obras practicadas en la época de su gobierno». En el hospital del Espíritu Santo acordó algunas reformas y fabricó una espaciosa sala para más enfermos en 1774.

Antes de estas obras ya el 20 de enero de 1771 se había estrenado el templo del monasterio de Nazarenas dedicado al Santo Cristo de los Milagros. Destruido el antiguo, de poca importancia, por el terremoto de 1746, el virrey Amat hizo él mismo el plano, y lo mandó edificar casi a sus expensas, pues sus erogaciones para ello montaron a una crecida cifra habiendo ayudado la universidad con 4 mil pesos, y doña María Fernández de Córdova con una considerable cantidad. Diose a luz por don Felipe Colmenares una relación de aquella fiesta solemne, dedicándola al Virrey; publicación en que está inserta la elocuente oración panegírica que pronunció el prebendado entonces doctor don Pablo Laurnaga.

El terremoto de 1746 dejó muy maltratada la torre del templo de Santo Domingo; y aunque la ciñeron con unas fajas de fierro, como esta precaución no bastase y su caída era de temerse con cualquier nuevo sacudimiento, fue resuelto que se destruyera para fabricar otra. Mas para cumplir la orden dada al efecto pidió la comunidad al Virrey 4000 pesos; y pareciendo a éste una cantidad exagerada, mandó venir obreros del Callao y se hizo la demolición mediante un gasto mucho menor. Amat trató en el acto de levantar la nueva torre, y no descansó hasta conseguirlo en 1775. Tuvo de costo 96 mil pesos sin contar el valor de los materiales de calera que se consumieron.

Concibió el Virrey el proyecto de colocar otro puente en el río por la parte de la Barranca inmediata al Beaterio de Vitervo: pero estando ocupado del plano y presupuesto fue relevado del mando, perdiendo Lima una favorable oportunidad de recibir tan interesante y necesaria mejora. Finalmente circuló muchas órdenes a los corregidores para que se contrajesen a la composición y mejorado los caminos, sin olvidar otras obras de interés público.

El Tribunal de la Inquisición celebró en 6 de abril de 1761 una de las funciones llamadas «auto de fe» que dio principio a las ocho de la mañana en su sala principal con asistencia del Virrey y de un numeroso gentío. Fueron juzgados seis individuos que al día siguiente pasearon las calles en trajes afrentosos según se acostumbraba, y sufriendo azotes a voz de pregonero. Entre los penitenciados estaban el cuzqueño Diego Pacheco que funcionó como sacerdote franciscano diez y siete años sin ser descubierto; y el francés músico Juan Moyen por haber proferido 43 proposiciones injuriosas al Papa, a los eclesiásticas y al Santo Oficio: los otros habían reiterado el matrimonio. Todos pasaron a los destierros o presidios designados para su perpetua residencia.

Pocas cuestiones suscitó este odiosísimo Tribunal en tiempo del temido virrey Amat, y no pasaron de tentativas sobre objetos al parecer de pequeña importancia, pero que por lo mismo hacían conocer el espíritu de disputa y provocación irrespetuosa del Tribunal a la autoridad superior. Hiciéronse en Lima pomposas exequias a la reina madre doña Isabel Farnesio el día 11 de julio de 1767, y en casos tales era de etiqueta debida que los tribunales y prelados diesen antes un pésame oficial al representante del trono. Negábase a hacerlo la inquisición alegando que en ocasión precedente de honras de la reina doña Bárbara de Portugal esposa de Fernando VI no habría practicado esa ceremonia, olvidando   —230→   que siempre cumplió con ella en otras oportunidades. Amat precisó a los inquisidores a llenar aquella obligación. Cuando se hizo el alistamiento general en las milicias, quisieron que fuesen exceptuadas cuantas personas dependiesen del Santo Oficio, y como el Virrey los llamase al orden pretendieron, en vano, que de sus subalternos se organizase una compañía especial y separada.

Amat cuidó de que se obedeciera estrictamente la real disposición de Carlos III fecha de 18 de enero de 1762, explicada en otra de 16 de junio de 1768, con respecto a los edictos e índices prohibitivos y expurgatorios de libros. El Rey determinó que la inquisición antes de proceder oyera a los autores católicos conocidos por sus letras y fama, y que se nombraran defensores de conocida ciencia. Que no se embarazara el curso de los libros o papeles sino después de calificados. Que lo censurado podía apartarse por los mismos dueños quedando la lectura en corriente. Que las prohibiciones se dirigieran a desarraigar errores contra el dogma y opiniones laxas que pervirtiesen la moral cristiana. Que antes de publicarse los adictos se presentasen al Rey; y que ningún breve o despacho de Roma tocante a la Inquisición, aunque fuera sobre libros, se pusiese en ejecución sin noticia del Rey, y sin haber obtenido el pase del Consejo como requisito preliminar indispensable.

El más ruidoso suceso de la época de mando del virrey don Manuel de Amat fue la expatriación de los jesuitas y confiscación de sus bienes resuelta por el Rey Carlos III en el siguiente decreto firmado por él mismo en el Pardo a 27 de febrero de 1767 y dirigido al conde de Aranda presidente del Consejo.

«Habiéndome conformado con el parecer de los de mi consejo real, en el extraordinario que se celebró con motivo de las ocurrencias pasadas, en consulta de 29 de enero próximo pasado, y de lo que en ella me han expuesto personas del más elevado carácter; estimulado de gravísimas causas relativas a la obligación en que me hallo constituido de mantener en subordinación, tranquilidad y justicia mis pueblos, y otras urgentes, justas y necesarias que reservo en mi real ánimo: usando de la suprema autoridad económica que el Todo Poderoso ha depositado en mis manos para la protección de mis vasallos y respeto de mi corona, he venido en mandar se extrañen de todos mis dominios de España e Indias, islas Filipinas y demás adyacentes, a los religiosos de la Compañía así sacerdotes como coadjutores o legos que hayan hecho la primera profusión, y a los novicios que quisieren seguirles; y que se ocupen todas las temporalidades de la Compañía en mis dominios; y para su ejecución uniforme en todos ellos os doy plena y privativa autoridad, y para que forméis las instrucciones y órdenes necesarias, según lo tenéis entendido y estimaréis para el más efectivo pronto y tranquilo cumplimiento. Y quiero que no sólo las justicias y tribunales superiores de estos reinos ejecuten puntualmente vuestros mandatos; sino que lo mismo se entienda con los que dirigiereis a los virreyes, presidentes, audiencias, gobernadores, corregidores, alcaldes mayores y otras cualesquiera justicias de aquellos reinos y provincias; y que en virtud de sus respectivos requerimientos, cualesquiera tropas, milicias o paisanaje, den el auxilio necesario sin retardo, ni tergiversación alguna, so pena de caer el que fuere omiso en mi real indignación. Y encargo a los padres provinciales, prepósitos, rectores y demás superiores de la "Compañía de Jesús" se conformen de su parte a lo que se les prevenga puntualmente; y se les tratara en la ejecución con la mayor decencia, atención, humanidad y asistencia, de modo que en todo se proceda conforme a mis soberanas   —231→   intenciones. Tendreislo entendido para su exacto cumplimiento como lo fío y espero de vuestro celo, actividad y amor a mi real servicio, y daréis para ello las órdenes e instrucciones necesarias acompañando ejemplares de éste mi real decreto a los cuales estando fumados por vos se les dará la misma fe y crédito que al original». Rubricado de la real mano.

El conde de Aranda circuló unas instrucciones, fijando las reglas que habían de observar las autoridades en la ejecución de dicho decreto, con cuantas particularidades creyó conveniente determinar para que no ocurriesen dudas, y se procediese con seguro acierto y uniformidad. No copiamos esas instrucciones que contienen 29 artículos, ni los trece que abraza la adición respectiva a las Américas, por haberse impreso muchas veces con cuyo motivo son conocidas de todos.

Estos documentos se enviaron al Perú por la vía de Buenos Aires; y en la mañana del 20 de agosto de 1767 los obtuvo el Virrey de manos del oficial que los condujo por tierra desde aquella ciudad en toda diligencia. Recibid también cartas del Gobernador de Buenos Aires y del presidente de Charcas tratando del mismo asunto; y una esquela del Rey escrita de su puño en estos términos: «Por asunto de gran importancia y en que se interesa mi servicio y la seguridad de mis reinos, mando obedecer y practicar lo que en mi nombre os comunica el conde de Aranda presidente de mi Consejo Real, y con él sólo os corresponderéis en lo relativo a él. Vuestro celo, amor y fidelidad me aseguran el más exacto cumplimiento y el acierto de su ejecución. El Pardo a 1.º de marzo de 1767». - Yo el Rey.

El marqués de Grimaldi secretario de Estado acompañó oficialmente esta carta al Virrey; y el conde de Aranda le pasó otra remitiéndose a las instrucciones, y diciéndole entre varias cosas que tomase de ellas todo lo adaptable en el Perú: que le facultaba para proceder como conviniese, que en caso de resistencia usase de la fuerza de las armas como contra una rebeldía: que no le consultase ninguna duda, resolviendo por sí las que ocurrieran, que cuidase del secreto, y de que las órdenes se diesen en días calculados para que no se supiese en unos puntos lo hecho en otros, etc.

Amat designó el día 8 de setiembre para la ejecución, y dispuso todo lo necesario. Dice en su memoria acerca de este punto, que tocó con dos dificultades: «La primera la falta de tropas para el caso de tener que hacerse obedecer a todo trance pues aunque jamás tuve la más remota duda de la lealtad y sumisión de estos fidelísimos vasallos, principalmente de los que componen el cuerpo de la nobleza; pero reflexionaba que con novedades menos interesantes se han visto en el mundo más ruidosas y perjudiciales resultas; y como en los sucesos políticos no se vea el reverso de la medalla, sólo el éxito suele ser el más seguro crisol que les da la ley. La segunda y más principal era el secreto que demandaba una tan vasta expedición que debía ser simultánea y ejecutada por muchos; al mismo paso que por su delicadeza necesitaba, más que otra alguna reserva para que fuese efectiva la sorpresa; y siendo éste un punto en esta ciudad, por la viveza de sus habitantes, mucho más arduo que en otros países, fue menester apurar hasta el extremo la sagacidad, a fin de que no se llegase a traslucir. Con esta idea y la de entretener al vulgo, para que no incubase en el principal objeto de la venida del oficial con pliegos, que hizo montar a todos en curiosidad, desde luego mandé aprestar el navío de guerra nombrado "San José el peruano", aparentando según las provisiones de víveres y guarnición, que el viaje se dirigía a la otra costa o puerto   —232→   de Acapulco. Mientras con esta novedad, y el deseo de adivinar el destino del navío, se divertía el público, discurriendo cada uno según las reglas de su capricho, que extendieron hasta unos puntos donde no alcanza la imaginación, me tomé yo el tiempo que había menester la práctica de tan prolijo como dificultoso proyecto; y contrayéndome con mi asesor general don José Perfecto de Salas, y confiándome únicamente de mi secretario de cartas don Antonio Eléspuru (a quien recibí nuevo juramento con pena de la vida) di principio a los preparativos en lo concerniente al distrito de esta Real Audiencia formando las instrucciones necesarias y nombrando comisionados para el Cuzco, Guancavelica; Guamanga etc.».

Dirigió Amat todas sus órdenes por extraordinarios, a la parte del Sur hasta Moquegua comprendiendo lugares y haciendas del tránsito; y hacia el norte hasta Trujillo y puntos intermedios desde esta capital. Escribió a los Obispos enterándolos del caso, para cuando todo estuviese cumplido y ejecutado. Esta circular fue la que copiamos a continuación: «Aunque no dudo que debe haber sorprendido a usía la noticia del suceso relativo a la perpetua expatriación de los jesuitas, me persuado igualmente que la mirará con rostro firme y sereno luego que sepa que esta justa resolución se ha derivado derechamente del trono, y que por un efecto de su dignación se me ha comunicado en orden escrita de su real pulso, la facultad indefinida para practicar cuanto usía está viendo poner en ejecución sin dejarle otro arbitrio a mi fiel resignación, que el ejercicio de la obediencia a que anhelo con el mayor esfuerzo y complacencia. No tocando a los súbditos indagar los soberanos arcanos, sino venerar los decretos de la majestad por deberse considerar siempre fundados en graves y justísimas causas, espero del singular talento de usía que en consecuencia de la fidelidad que le ha jurado a un Rey tan amable, ha de concurrir por su parte, en cuanto pueda a la consecución de un fin tan conveniente, y que ha de contribuir con sus eficaces persuasiones a que no se desvíen esos diocesanos del justo concepto de esta providencia, haciéndole entender al clero y a los demás regulares, que se limita a los religiosos jesuitas; induciendo a los adictos a estos a que conformen los ánimos con las intenciones del Rey, con todo lo demás que sabrá oportunamente verter la feliz ocurrencia de usía de cuyas resultas espero que me participe para dar cuenta a Su Majestad. Dios guarde a Usía». Manuel de Amat.

Bien conocía el Virrey en cuanto a Lima que no eran pocos los inconvenientes que ofrecieran no sólo el tener que proceder simultáneamente, sino las relaciones de parentesco, adhesión e intereses que mediaban con los jesuitas en el centro mismo de su poder distribuido en diferentes casas y haciendas.

El sábado 8 de setiembre con ocasión de una fiesta en el templo de Monserrat a que asistían las tropas, dispuso el Virrey que formasen diez compañías de Granadoros, y que se les obsequiase en los cuarteles de Palacio con refresco y una cena en la noche, estando con sus oficiales a la vista y permitiéndose música y baile, pero con las puertas cerradas y orden de que nadie saliese. El Virrey asistió a la comedia, y a su vuelta a las diez de la noche, fueron entrando por una puerta excusada que está en el lado frontero a los Desamparados, varios oidores, altos funcionarios y alcaldes, llamados por el Virrey por medio de un billete escrito de su puño en que los prevenía el lugar de la entrada y la prontitud con que debían comparecer. Desde luego quedó en las familias la inquietud consiguiente a un llamamiento tan extraño por la hora, y que debía crecer con la tardanza de aquellos fuera de sus casas.

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A las dos de la mañana llegó a Palacio una compañía de infantería venida del Callao para refuerzo; y a las tres y media bajó el Virrey con un numeroso séquito dividido ya en cuatro secciones. A cada una de estas le designó una competente fuerza de infantería y caballería, y todas marcharon con sus comisionados a la cabeza a los destinos que les fueron señalados, a saber: el convento máximo de San Pablo, el noviciado, la casa de los Desamparados, y la del Cercado. Casi a un tiempo se les abrieron las puertas, y acto continuo presentes los miembros de la comunidad quedó obedecido el decreto de arresto y extrañamiento, los bienes asegurados, y guarnecidos de tropas los interiores y avenidas de dichas casas. Llegado el día, empezó a saberse lo que acababa de suceder, circulando luego rápidamente, y causando la admiración y temor de todos. El Virrey antes de amanecer tuvo una conferencia con el Arzobispo, previno a los religiosos de las demás órdenes se abstuviesen de salir de sus claustros, y mandó que varias patrullas montadas recorriesen la ciudad para no permitir grupos de gente en paraje alguno. Seguidamente encargó a tres canónigos y otros sujetos seculares, el gobierno y administración del colegio de San Martín cuyas labores no se interrumpieron. Encomendó a los proveedores que había previsto el cuidado y buena asistencia de los padres reclusos.

Se recibieron consecutivamente los partes de quedar cumplidas las órdenes, y desalojados los jesuitas del colegio de Bellavista y de las haciendas de Bocanegra, Santa Beatriz, Villa, San Juan, Calera, San Tadeo, Lurin y otras de los contornos hasta Chancay; con cuyas noticias creció la impresión del público y su asombro por no haberse trascendido ninguna de tantas providencias dictadas con singular cautela y ejecutadas con tan rara exactitud. El convento máximo de San Pablo fue el lugar de reunión general de los jesuitas presos, y a él se condujeron en coches y con escolta los de las damas casas y establecimientos de la Compañía, a excepción de los muy ancianos y enfermos que se custodiaron y asistieron en el convento de San Francisco. De los novicios, sólo tres siguieron la suerte de la comunidad: los restantes dejaron los hábitos y quedaron en plena libertad. Cumpliéronse las órdenes preceptivas con la misma puntualidad en Pisco, Ica, Guancavelica y Guamanga, cuyos conventuales fueron traídos a Lima: no así los del Cuzco, Arequipa, Moquegua y Puno que se embarcaron en la costa del Sur; y por eso no se hallan sus nombres en la relación de los 243 que publicaremos; tampoco están los de Chile que según datos serían unos 130. El moderno historiador Gay dice que llegó a haber en aquel país hasta 411, y refiere que 60 perecieron en el navío «Nuestra Señora de la Hermita» que naufragó en el viaje desde Valparaíso; que otros llegaron al Callao de donde salieron para Europa por el Cabo de Hornos. Agrega que los jesuitas tuvieron noticia anticipada de su expulsión; y que cuando el Presidente recibió los pliegos, se los hizo abrir y leer a un eclesiástico de su confianza.

Prolijas tareas se emprendieron por funcionarios de inteligencia para la facción de inventarios y recibir formalmente los archivos, cuentas, biblioteca y otros documentos de la esfera administrativa: a todo atendió la previsión del Virrey, y sus medidas bien concertadas produjeron los mejores resultados. Publicó un bando para que en ocho días se diese razón de los créditos activos y pasivos con los jesuitas: el cúmulo de negocios que estos abarcaban, se dio a conocer por la multitud de reclamaciones y asuntos pendientes que se ofrecieron a la consideración del Gobierno. Las ocupaciones del Virrey fueron tantas y de naturaleza tan extraordinaria y urgente, que le fue necesario entregar a dos oidores el   —234→   despacho diario; y que dos regidores desempeñasen las atenciones de los alcaldes por hallarse estos empleados en otras tocantes a las circunstancias. Los valores encontrados en Lima de la propiedad de los jesuitas fueron los siguientes. Esclavos en número de 5200. Plata y oro sellados 180 mil pesos. Plata labrada 52300 marcos; oro 7000 castellanos. Créditos activos 818000 pesos; pasivos 540000; censos 72000. Las haciendas y fincas se calcularon en 650000 pesos. Los remates de algunas de ellas en tiempo de Amat se hicieron en más de 700000 pesos no todo al contado, pues por los restos se estipuló el tres por ciento de interés con la amortización de uno por ciento. Gastose cerca de medio millón de pesos en la subsistencia, transporte y otras atenciones de los expulsados, y lo enviado al Rey en numerario montó a 800000 pesos.

La Real Pragmática de 5 de abril de 1767 para el extrañamiento de los jesuitas, se promulgó en Lima y Callao por bando público a voz de pregonero y con aparato militar el día 7 de enero de 1768 autorizando este acto el doctor don Manuel Antonio de Borda y Echeverría alcalde del crimen de la Audiencia. Organizose en 15 de noviembre una oficina titulada Dirección general de Temporalidades de la extinguida Compañía de Jesús, para el manejo de todos los bienes de ella. En sueldos de empleados gastó dicha oficina 14390 pesos anuales hasta el año de 1785 en que quedó como administración en virtud de real orden de 3 de diciembre de 1781. Después fue modificada con supresión de plazas y sueldos. Un oidor hacía de juez comisionado en este complicado ramo. En 15 de junio de 1770 y en cumplimiento de una cédula de 9 de julio de 1769 se formó una Junta Superior de aplicaciones de las propiedades que fueron de los jesuitas presidida por el Virrey siendo vocales el Arzobispo, el oidor don Domingo de Orrantia, el fiscal don Manuel Gerónimo de Ruedas y el conde de Villanueva del Soto protector fiscal de indios.

El templo y colegió máximo de San Pablo se destinó a los padres del oratorio de San Felipe Neri con el nombre de San Pedro y San Pablo. Dentro de él se formaron un seminario de ordenandos, un hospital de clérigos, y una casa de reclusión de eclesiásticos, continuando en su capilla la congregación de la O. Se separó de dicho convento la localidad que se designó para estudios de latín y retórica, en la cual se reunió el colegio de indios nobles e hijos de caciques que estaba en el Cercado, y fundó el virrey príncipe de Esquilache en 1620. Nombrose rector al presbítero don Juan de Bourdanabe que después fue canónigo (acta de 7 de julio de 1770). Adjudicáronse también a los padres del oratorio unos esclavos tocadores de chirimías que tenían los jesuitas, y cuyo alquiler para toda clase de regocijos les producía ganancias. Igual aplicación se dio a la botica pública para que se conservase el giro de ella.

La casa de los padres de San Felipe Neri con su templo conocido por el de San Pedro, se destinó al beaterio de Amparadas de la Concepción (Recogidas) con el hospital de clérigos que serviría para hospicio de mujeres, y un claustro para cárcel de mujeres escandalosas (acta de ídem). En este beaterio continuó el colegio de niñas indígenas, señalándosele rentas de las que poseían los jesuitas, fuera de lo que desde antes tenía asignado.

Aplicose al templo de San Pedro y San Pablo un reloj nuevo que se halló existente: y el que había en una de sus torres, se colocó en el arco del puente (acta de ídem).

La casa que servía de noviciado a los jesuitas con su templo y sus rentas, se destinó al colegio de San Carlos que se erigió refundiendo en él los de San Martín y el Real de San Felipe [acta ya citada].

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El local del Colegio Real de San Felipe se mandó cerrar y que se pusiesen de manifiesto sus rentas.

El que ocupaba el colegio de San Martín se destinó en parte a Hospicio de niños expósitos, dando éste el correspondiente reglamento.

La casa y conventillo que los jesuitas tenían en el pueblo del Cercado se aplicó con su iglesia, huerta y oficinas a un hospicio de pobres impedidos y jóvenes huérfanos y vagantes, sin perjuicio de que los curas tuviesen el uso del mismo templo.

La casa colegio de Bellavista se dio a los beletmitas para que en ella se formase un hospital para la población y haciendas cercanas, y para las tropas de mar y tierra asignándosele las rentas necesarias.

Las librerías se adjudicaron a la Universidad para que en ella se estableciese una biblioteca pública de que se nombró primer bibliotecario al doctor don Cristóval Montaña abogado y ex rector del colegio real de San Felipe (acuerdo y decreto de 14 de noviembre de 1770).

Destinose a 38 templos de parroquias dentro y fuera de Lima, de hospitales, cárceles, colegios, beaterios etc. un crecido número de vasos sagrados, ornamentos, reliquias, alhajas y otros objetos del culto, que para su distribución estuvieron depositados en la iglesia de Desamparados. En este convento se enseñaba por los jesuitas a leer y escribir a más de 400 niños.

Diéronse por la misma junta con motivo de las aplicaciones que hizo, una adicción de los estatutos de la Universidad, mejorándolos y corrigiendo diferentes abusos (acuerdo de 2 de mayo de 1771): las constituciones que habían de observarse en el colegio de caciques e indios nobles unido al estudio de latín y retórica bajo un solo directorio (ídem de 20 de junio) y el reglamento para el nuevo colegio real de San Carlos (5 de julio de dicho año).

Para las aplicaciones ya indicadas se tuvo presente algunas reales cédulas recibidas con anticipación en favor de ciertos establecimientos, creados o por crear, a solicitud del Virrey. Asignose el producto del ramo de suertes por mitad al hospital de negros de San Bartolomé y al beaterio de Amparadas; con más a éste, en virtud de real orden, dos mil pesos anuales del ramo de vacantes mayores y menores, encargando de la administración al Tribunal del Consulado.

Las capellanías colativas, legas, aniversarios y otras fundaciones administradas por los jesuitas eran 337: los capitales de ellas componían la suma de 1401391 pesos, sus intereses la de 40440, y sus gravámenes montaban a 20413 pesos. Los jesuitas llegaron a Lima en 1.º de abril de 1568: así es que hasta su expulsión corrieron 199 años 5 meses. Véase Portillo, el padre Gerónimo Ruiz del.

Escribió con alguna detención el virrey Amat, respecto al comercio que los eclesiásticos, y especialmente los regulares, hacían en el Perú, paliado con el expendio de los frutos de sus propiedades rurales. Tomó tal incremento, y era tan reparable, que fue preciso oponerle precauciones represivas, porque el desmedro y perjuicios que sufría la real hacienda con la absoluta libertad de derechos de que gozaban, vino a hacerse sentir de una manera señalada y escandalosa. Los abusos tenían profundas raíces, y para arrancar éstas, se necesitaba de una mano fuerte y poderosa. La religión de Santo Domingo seguía cierto pleito por esta clase de negocios con los oficiales reales; y habiendo uno de ellos don Cristóval Francisco Rodríguez, delatado ante el Rey diferentes hechos, se dio una real orden en 1762 previniendo al Virrey hiciera de esos avisos el uso que conviniese. Amat aparejó un expediente con cuantas indagaciones pudieron practicarse, y se descubrió que subía «a cientos   —236→   miles» lo defraudado aquí y en Chile, y más que todo por los jesuitas según se demostró en un estado comprehensivo de un quinquenio. En su consecuencia se dictaron providencias severas y eficaces para impedir el desorden y las usurpaciones.

Los jesuitas lejos de someterse a los decretos del Virrey, y de contenerse en los límites prescriptos; haciendo ostentación de su poder, aumentaron el tráfico y ampliaron más sus especulaciones. Tenían en Lima una oficina llamada procuraduría adonde venían de grandes distancias, y a cargo de los mismos regulares, efectos de fábricas, trigos, vinos, aguardientes, sebos, yerba49 del Paraguay, azúcares, loza etc. con cuyos artículos abastecían las pulperías y muchas tiendas; y esto mismo ejecutaban en las demás ciudades del reino: de modo que su giro mercantil era muy extendido, y venía a ser como un estanco para que muchos comerciantes seculares no pudiesen hacer negocios; porque no pagando aquellos contribución alguna, vendían a menores precios y al contado, causando quiebras y otra diversidad de males. Las crecidas ganancias las empleaban los de la compañía en comprar haciendas y fábricas, o en enviar caudales a España: si lo primero, esas fincas y establecimientos salían de las manos que contribuían al Erario, y entraban en otras privilegiadas; y si lo segundo, se ignoraba el destino del dinero de que se privaba al país. Aparte de esto, y como eran impenetrables en sus asuntos, no podía averiguarse, aunque se sospechase, si tenían contratos con particulares que en secreto giraran por mano de ellos para ahorrar los derechos fiscales.

Todo esto y otras cosas representó Amat al Rey en 8 de setiembre de 1766 acusando a estos «comerciantes sagrados ávidos de caudal y de partido, y muy instruidos en la ocultación de esas y mayores máximas». Solicitó remedios prontos y positivos contra las casas de público comercio en que dichos regulares «ultrajaban su pundonor viéndolos el vulgo diariamente en los mercados y puertas de tabernas, pulperías y tiendas a mula y con una tableta en la mano que les servía para contar la moneda que percibían de las ventas practicadas. El Virrey agregó que de algunos años a esa parte el mal ejemplo iba cundiendo y pegándose a los demás religiosos etc.» Por todo lo cual, Amat dijo al Rey que tenía dispuesto «se retirasen los procuradores de Quito y Chile que habían venido a inundar el reino de mercaderías de contrabando, y que se lo participaba porque sabía que se quejarían con empeño, y con la tenacidad propia de su despotismo en estos dominios, con el cual, y por medios ilícitos, trataron siempre de amedrentar a las autoridades, que abrigaban corazones tímidos, y no de la constancia del suyo».

Sería interminable tarea referir las luchas del virrey Amat con los regulares por estas defraudaciones y otros motivos: nuestros lectores pueden ocurrir a la relación de su Gobierno que corre impresa. Gozaban todas las comunidades del privilegio de no pagar el impuesto denominado «Sisa» sobre la carne; y advirtiendo el Virrey los grandes abusos que se cometían en el particular, pues los recaudadores de ese derecho tenían que estar a las razones juradas, o no, que daban los prelados en lo tocante a los consumos de sus conventos, se ocupó seriamente del remedio, y mandó formar las demostraciones numéricas y pruebas que creyó necesarias para que se patentizaran los fraudes. Viose con asombro, después de haber corrido seis años en cuestiones y efugios dilatorios, que el número de 89678 carneros que se exceptuaban por año del impuesto de sisa, quedaba reducido a 61000 y que los derechos correspondientes a la diferencia de 27758 cabezas importaban 6934 pesos. De un   —237→   estado que corría en autos constaba que el consumo de ese ganado en Lima desde 1745 hasta 1759 había ido en aumento, que hubo año en que ascendió el número a 222000 y que no pasando el ingreso del impuesto de lo respectivo a 164000 en los dos últimos años, resultaba una notable disminución a pesar de la mayor demanda de la población. Los religiosos daban por gastados 88678 carneros cada año, es decir más de lo que consumían todos los habitantes de la capital, estando a lo que rendía el dicho impuesto. Por resultado de tanta investigación y de los arreglos hechos, el ramo de sisa produjo 9368 pesos más de su anterior ingreso.

El Virrey se lamentaba de tener que proceder frecuentemente contra las demasías en que incurrían algunos religiosos «por ser de carácter díscolo, o por falta de crianza que les hacía mezclarse en cosas del Gobierno que ni siquiera comprendían, avanzándose a censurarlas en el púlpito». Cuéntase de un jesuita llamado Victorio, que viendo prepararse en el pueblo de Bellavista muchos bultos para embarcarlos con destino a la expedición que el Presidente de Charcas hizo sobre Matogroso, profirió de una manera descomedida la especie de que dichos artículos eran destinados a una especulación mercantil. Luego que lo supo el Virrey, embarcó al calumniante, para que fuera en la dicha expedición y presenciara el objeto y consumo de aquel cargamento.

Decía el Virrey tratando del tráfico mercantil que hacían en alta escala los religiosos, particularmente los jesuitas, que una de las cosas más repugnantes a su vista era «los millares de botijas de aguardiente que se encontraban en el Callao, y de tránsito por las calles de Lima marcadas con el sacrosanto nombre de Jesús, mediante la inmunidad... aunque ésta no alcanza a redimirlas de conducir el tósigo que produce la ruina de los indios para quienes se introducen estos licores fuertes etc.».

Los regulares de la Compañía fuera de algunas misiones no se ocupaban del ministerio parroquial. Les pertenecieron antiguamente cuatro curatos en la provincia de Chucuito. En el pueblo de Juli que fue uno de ellos, tuvieron imprenta propia en el siglo XVI. En tiempo de Amat apenas conservaban la doctrina del pueblo del Cercado de Lima.

Informado Amat de que en el convento de la Merced habían obtenido muchos religiosos grados de maestros y presentados, en virtud de indultos pontificios sin pase del Consejo, pidió y recogió las patentes enviándolas al Rey como se le tenía prevenido.

Diferentes religiones no dejaron de causar las acostumbradas molestias con motivo de las elecciones de prelados; mas el respeto que les causaba la severidad del Virrey, sirvió para que los altercados y escándalos no fueran tan duraderos como otras veces.

Opuesto era Amat a la existencia de muchas monjas, y a que viviesen en los monasterios mujeres seglares de todas clases en excesivo número. Veía por otra parte la decadencia de sus rentas con el curso del tiempo, y estragos causados por los terremotos. Su antecesor el virrey Manso había tratado y dispuesto que se redujesen del 5 al dos por ciento los réditos que el fisco pagaba a los monasterios por ciertos capitales; pero el Rey no lo aprobó y mandó se resarciese esa condonación que ocasionó muchas quejas y reclamaciones en la época de Amat. Este Virrey quería reducir los conventos de monjas a una sola manzana, vendiendo las áreas sobrantes a beneficio de ellos mismos y que se abriesen nuevas calles que regularizasen los barrios de la ciudad.

Mucho tuvo que trabajar el Virrey para establecer la paz en la comunidad religiosa de Santa Catalina de Arequipa alterada por la elección de abadesa: 18 votaron por la monja María Tomasa Idiáquez y 18 por la   —238→   reelección de Catalina Barreda que era prelada hacía ya 18 años. El deán don Mateo Pérez Guadamur, provisor y vicario de ese convento, estuvo por la primera, pero sobrevino su fallecimiento y la discordia continuó. Se dijo que ésta era fomentada por el chantre don Francisco Matienzo gobernador del obispado en sede vacante, (año 1764) y debió ser así cuando Amat le previno que estando nombrado inquisidor, como ya se titulaba, este cargo era incompatible con el gobierno Eclesiástico en que debía cesar. El Virrey después de consultar el caso que se cuestionaba con una junta de doctores, dispuso se pusiera en ejecución lo determinado por Guadamur en cuanto a la posesión de la monja Idiáquez y al efecto escribió al nuevo obispo don Diego Salguero ya próximo a llegar a Arequipa.

El Rey se había declarado dueño de las vacantes mayores y menores de los obispados de América cuyos productos se repartían antes los miembros de los Cabildos; pero tuvo que ceder a ciertas observaciones del de Lima; y por cédula de 29 de abril de 1763 resolvió que de ese ramo se acudiese a completar al deán la renta de 3200 pesos, a cada dignidad la de 2600, a los canónigos 2200, a los racioneros 1500 y a los medio racioneros 800 pesos.

Teniendo que refaccionarse la catedral de Trujillo pidieron auxilio al Rey el Obispo y su Cabildo; pero viendo Amat que la mesa decimal debía al fisco por novenos y vacantes más de 42 mil pesos, dispuso que de esta suma saliesen aquellos gastos. Suplicaron de nuevo y prometiendo pagar en anualidades de 5 mil pesos, lograron se diesen 9 mil para dicha obra; el Virrey tomó medidas para que se administrasen precaviendo los abusos de los encargados.

En lo demás el Virrey aunque duro hasta la inflexibilidad, fue más feliz que otros en cuanto a los Obispos que hubo en su época, los cuales en materias del patronato real, no dieron margen a desavenencias y disputas: verdad es que Amat los trató con exquisita cortesía, y fue muy sagaz en el manejo de estos asuntos. Defendió en 1764 con motivo de canonjías de oposición en el coro de Arequipa, que el conocimiento de si debían o no ponerse los edictos para su provisión, tocaba privativamente a la potestad secular.

Refiere el Virrey, tratando de las nóminas para curatos, que habiéndosele informado muy mal de las personas que al embarcarse para España le propuso el obispo de Arequipa don Diego Aguado, dispuso se formasen aquellas de nuevo por el Cabildo que gobernaba en sede vacante [1762] y que experimentó con asombro que se hicieron unas nóminas enteramente iguales, y elogiando mucho a los candidatos, siendo así que los capitulares que las suscribían, fueron los mismos que habían firmado los muy ofensivos informes anteriores en contra de los propuestos, y de la injusticia en que decían haber incurrido el Obispo.

El Rey tenía mandado que cuando los Virreyes estuviesen seguros de que no se atendía al mérito, y se consideraban sujetos no dignos, devolviesen las nóminas a los prelados para su reforma. Esta orden dimanó de quejas ocurridas con motivo de favorecer los Obispos a sus familiares y a clérigos de fuera con agravio de los patricios, como acababa de hacerlo el de Trujillo don Francisco Javier de Luna Victoria. La cumplió Amat en noviembre de 1768 en un caso sucedido con este mismo Prelado que propuso para caras a dos sacerdotes nacidos en Panamá postergando a otros beneméritos que eran párrocos hacía 16 a 20 años.

Por cédula de 10 de noviembre de 1730 ordenó el Rey que las permutas de curatos con capellanías etc. no pudiesen hacerse como se intentaba dando sólo un aviso de quedar hechas, sino que habían de remitirse   —239→   al vicepatrón los autos para proceder como en la provisión de beneficios, es decir aprobándolos.

Obligó Amat a los prelados a no nombrar coadjutores sino con igual aprobación, y a no dar licencias a los curas para ausentarse de sus doctrinas sin intervención del gobierno: punto sobre el que se abusaba no poco quedando gran número de parroquias abandonadas, o a cargo de doctrineros de poco saber unos, y de mal manejo otros (cédula real de 3 de agosto de 1763).

Las órdenes religiosas de la Merced, San Francisco, Santo Domingo y San Agustín estuvieron en posesión de varias doctrinas, y sus prelados proponían a los Virreyes en terna los frailes que debieran ocuparlas. Por cédula de 1.º de febrero de 1753, quitó el Rey a los regulares de América el derecho que tenían a curatos, dejándolo sólo a uno o dos por provincia para que con su producto pudiesen instruirse sujetos que sirviesen en misiones vivas. Ocurrieron acerca de esto diferencias que terminaron años después por una resolución suprema en que se mandó llevar a efecto lo prescrito en aquella cédula: entendiéndose por provincia no el distrito de cada corregimiento, sino el del gobierno de los conventos sobre que cada provincial tenía potestad.

No bastó en la de agustinos la concurrencia de 2 oidores comisiona dos para las elecciones de 1762: tal fue el orgullo y altanería de los partidos. Amat al presentarse en el convento personalmente encontró frailes encarcelados y hasta con prisiones, a los cuales puso en libertad reconviniendo con indignación a los prelados. Dice el Virrey «que entrando todos en la sala capitular fueron tan acres las disputas, las objeciones que se agitaron y aun los oprobios de unos a otros, que necesitó de su firmeza para contenerlos y aquietarlos». Permaneció hasta más de media noche, en que observó el voluntarioso e irracional método de calificar votos; hasta que apurada la tolerancia hizo poner término a los atentados y logró que la elección concluyese en sosiego.

En la de Santo Domingo fueron grandes los alborotos en 1768: el provincial por disminuir los votos del partido contrario al suyo, ocultó muchas patentes de maestros y presentados venidas de Roma y negó obstinadamente aun al mismo Virrey el haberlas recibido.

Después de referir en su memoria varios casos ocurridos en Chile, Tucumán y otras provincias, concluye diciendo «que es menester cuidar de que los dependientes del palacio no se mezclen en lo menor en asuntos de los frailes porque perjudican al gobierno más atildado e imparcial, sin creer tampoco con ligereza cualquier delación. Los más insolentes son los que por sí, o por boca de la gente vil y despreciable, calumnian para engrosar su partido, o para darse por oprimidos del poder; o lo que es más común, por un efecto de liviandad con que en estos países quieren y vociferan que no ha de haber negocio en que no se interese el gobierno. Y sin más fundamento que el de que tal o cual persona habló con algún fraile, o le hizo una cortesía de urbanidad, resuelvo la ligereza de estas gentes no sólo el patrocinio sino que han mediado gruesos intereses u otra ilícita comunicación de que no está a cubierto en semejantes disturbios la más inocente conducta».

Vinieron al Perú visitadores y secretarios reformadores de los regulares, y el Rey por cédula de 26 de agosto de 1772 previno al Virrey que en virtud de las patentes dadas por los generales de las órdenes se reconociese a aquellos y se les apoyase para que fuesen obedecidos. Semejantes visitas, excusado es decir que no produjeron palpables enmiendas.

No era frecuente ver que los curas reparasen los templos parroquiales empleando sus particulares recursos; porque el vecindario contribuía   —240→   de todos modos a esas refacciones. Se advertirá sí, que continuamente se demandaban al gobierno auxilios para verificarlas; y estos salían del fisco, porque nunca el Rey negó su protección en todo o parte a esos fines que entraron en las bases de su patronato. Aun antes de disfrutar la real hacienda cosa alguna en las rentas decimales, se invirtieron ingentes sumas en construir suntuosos templos que en el Perú ha habido que reedificar o componer no pocas veces; siendo cierto que en otros países de América se cumplió con el deber de edificarlos la primera vez y no más. Amat en su memoria lo asienta así con respeto al Reino de Chile de que fue presidente.

Los gastos de tales obras y hasta de ornamentos de las iglesias parroquiales, los pagaban en el Perú el ramo de fábrica que se formaba de cierta porción sacada de los tributos. Amat decía a su sucesor que siempre había desconfiado de las inversiones, a pesar de que obligaba a los curas a dar fianzas, y tomaba otras medidas de precaución cuando se hacían esas erogaciones.

Empeñábase el gobierno en la creación de tenientes de curas para el mejor servicio de muchas doctrinas; y el Virrey para cumplir lo prevenido en cédula de 18 de octubre de 1764 ratificada un año después, tomó el más decidido empeño: pero había que recoger muchos datos y que comprobar las entradas o proventos de las parroquias, y no halló en los prelados la cooperación que necesitaba en materia de tanta consecuencia. El Virrey formó una comisión presidida por el oidor don Manuel de Gorena para que formase un estado de los sínodos asignados a todos y cada uno de los curatos del Arzobispado y diócesis sufragáneas. A pesar de este y otros preparativos, la lentitud de los prelados y la repugnancia de los párrocos, hicieron ilusorio el celo del incansable Virrey que repetir en vano sus circulares para conseguir las francas manifestaciones exigidas a personas en cuyo interés estaba el rehusarlas.

De la relación del gobierno del virrey don Manuel de Amat sólo se encuentra la primera parte que corre impresa, y en ella no se trata de más reuníos que los eclesiásticos. Y sin contar hasta ahora con las noticias que debiéramos encontrar en el archivo nacional por cuya creación trabajamos mucho desde 1858, tenemos el sentimiento de no dar la amplitud que quisiéramos al presente artículo tocante a un Virrey que gobernó en un largo periodo. En ese archivo servirían mucho a las investigaciones históricas los documentos de la Secretaría de Cámara del virrey Dato.

Antes de terminar nuestros apuntes copiaremos unas cláusulas de la Memoria del Virrey relativas al patronato real, que no deben olvidarse para la estabilidad legal y justa que corresponde a los derechos soberanos de la República:

«... Pero no se han desprendido nuestros reyes de aquel patronato alto y honorífico que les compete sobre todos los monasterios de religiosos y religiosas fundados en tierras suyas, y adquiridas con los títulos de conquista y otros no menos valiosos que recogen nuestros regnícolas, si no son unos mismos con los de la majestad y soberanía que abrazan, todo cuanto se poblare en el ámbito que alcanza la real jurisdicción incluso los mismos habitadores, pues los religiosos nunca se desnudan del carácter de vasallos, por más que desapropien de otras prerrogativas civiles; sino que entran en su clase constituyendo y componiendo esta sociedad sujeta a un solo monarca: por eso en virtud de aquella económica potestad que reciben los reyes del Todopoderoso, están en la obligación de impartirles a estos vasallos distinguidos, por sí, o por sus vicegerentes toda la protección que necesiten   —241→   a fin de libertarse de la opresión de sus superiores, y a estos los auxilios con que hacerse obedecer». «De esta misma fuente dimana el cuidado de que estas propias iglesias conventuales y monasterios, se sirvan, asistan, y habiten con la mejor decencia que corresponde al calco divino, y por sujetos cuya vida arreglada no induzca escándalos ni ruina espiritual en el resto de los demás vasallos y de aquí también dimana serles facultativo a los soberanos restringir y limitar no sólo el número de conventos o monasterios; sino sujetar y moderar las religiones permitidas, a que corran únicamente bajo de aquellas condiciones que conceptuarán no ser perjudiciales al Estado, no admitiéndolos en otra forma a que ocupen en sus terrenos». «Por eso cuidadosamente se previene; y debe vuestra excelencia estar muy a la mira de las costumbres de los religiosos que se envían a las Indias, o reciben el hábito en ellas; y está defendido que ninguno pueda pasar sin aprobación ni licencia, ni mudarse a su voluntad de la provincia adonde estuviese asignado: ni que pasen si no es de solas las órdenes y religiones que en Indias tienen ya fundados y poblados conventos o monasterios; y que sean remitidos a España los que anduviesen díscolos y vagantes fuera de los suyos; y ahora novísimamente por punto general se ha mandado conducir en partida de registro a España, a todos los religiosos extranjeros, aunque sean de aquellos que pasaron con licencia o que tomaron el hábito en estas provincias: por una real cédula circular (17 octubre de 1767) dirigida a los arzobispos, obispos, prelados, virreyes, audiencias y gobernadores; y aun en la calidad de extranjeros, se me ha mandado en distintas ocasiones remitir a algunos religiosos cuya permanencia no se ha tenido por conveniente en estos países, y yo lo he ejecutado prontamente según consta de sus respectivos obedecimientos».

Las misiones en el territorio del interior no progresaron durante el mando de Amat. Lamentaba no se viese el fruto de los gastos que se hacían en sostener a los conversor. Los dignos religiosos de Ocopa que edificaron diferentes pueblos extendiendo sus conquistas por el Cerro de la Sal perdieron de un golpe lo ganado, de resultas de un levantamiento de los indios. Recogiéronse a sus claustros los que quedaron vivos y después emprendieron nuevas tareas por Huánuco. También se internaron otros por Pataz y Cajamarquilla hacia Manoa repitiendo inútiles tentativas a pesar del apoyo y auxilios que franqueaba el Virrey. Dábales 6 mil pesos y 4 mil más por cuenta de deudas atrasadas del Erario. Había misioneros jesuitas no más que en Lamas y en Chiloé, y errando la expulsión de estos, Amat dio algunas providencias para reemplazarlos50. Era prohibido a los franciscanos misioneros por cédula y balas obtener empleos de su religión, pero sin embargo aspiraban algunos a las prelacías y cargos, separándose de las misiones con variedad de pretextos antes de cumplirse los 10 años que estaban obligados a permanecer en ellas. Estas reglas poco después fueron perdiendo su eficacia bien que las hizo cumplir Amat, quien se interesó mucho en la formación de planos de los territorios que se iban51 conociendo.

Protegió el Virrey los hospitales de San Juan de Dios de Lima, Guamanga, Cuzco, Valdivia, Concepción y Santiago, y aun mejoró las asignaciones que percibían los frailes. Estas casas estaban bajo la inspección secular lo mismo que el hospital de clérigos de San Pedro en esta capital por declaración expresa del rey. El de Santa Ana había recibirlo desde su origen rentas concedidas por el gobierno. Poseía encomiendas en la Paz y en Tarma y por el ramo de novenos disfrutaba más de 2300 pesos fuera de la parte del tomín que se pagaba con el tributo (1713 pesos).   —242→   Este hospital era para indios; y tenía una pensión de 648 pesos otorgar de por el Rey fuera de sus otras rentas de San Andrea gozaba de una encomienda en Atunjauja52 de 2003 pesos y en Potosí se le daban 1562 de real orden, los cuales después se situaron en Cochabamba en la encomienda del conde de Aguilar. Abonabánsele también dos mil pesos del ramo de sisa y por novenos alcanzaba 2300: el teatro de comedias le rendía 4 mil, y el circo de gallos 500 por concesión de Amat. Al hospital de mujeres se le condicionaba con 1562 pesos en la encomienda de la condesa de Altamira en Cajamarca, y por la tesorería de la Paz con 532 pesos de tributos. El Virrey le adjudicó el producto de ciertas multas de baja policía. Al de San Bartolomé para curación de negros, obsequió Felipe V 18 mil pesos y disfrutaba el producto del ramo de suerte. El de San Lázaro 2300 pesos del de novenos y el de Huérfanos 4 mil pesos del impuesto de sisa con más 413 que no pagaba por el respectivo a los carneros que consumía. Era dueño del privilegio de imprimir las cartillas y catones para las escuelas y el Rey mandó se diesen a esta casa 4 mil pesos anuales por el término de 8 años tomándolos de las vacantes mayores e menores del Arzobispado. Esta era la situación de los hospitales de Lima cuando gobernaba Amat: estas eran las asignaciones con que se les fomentaba fuera de las rentas que cada uno poseía en particular habidas en su fundación y después. Existían también dos de Beletmitas, el del Espíritu Santo, y el Real de Bellavista y con excepción de este los hospitales tenían hermandades que corrían con la asistencia y administraban sus intereses. Por decreto de 20 de junio de 1765 aprobó Amat de orden del Rey el hospicio para pobres que creó en el Cercea don Diego53 Ladrón de Guevara. Le asignó los productos disponibles de la Plaza de toros y mandó establecer allí un obraje de telas de algodón y lanas. Los Virreyes eran jefes de la casa y de una hermandad de personas condecoradas. Véanse todos los pormenores en el artículo tocante al citado don Diego.

También prestó Amat protección al hospital de Beletmitas del Cuzco en que se medicinaban los indígenas y puso en claro y expeditas sus rentas permitiendo una pensión que gozaba en Sevilla, con el producto del pontazgo de Apurímac.

Conservaba la Universidad de Lima en tiempo de Amat los 14906 pesos anuales de rentas que salía de los novenos de la gruesa decimal la Metropolitana, contribuía con ocho mil. Trujillo daba 1000; el Cuzco 344; Quito 2000, lo mismo que Charcas; la Paz 625; Guamanga 469; al igual de Arequipa. Dio el virrey un decreto en 21 de febrero 1766 estableciendo la cátedra de prima de matemáticas que no funcionaba por falta de cursantes; y mandando que todos los cadetes viniesen a Lima a matricularse en la Universidad para hacer aquel estudio abonándoseles sus sueldos íntegros como en servicio, previa comprobación de su diaria asistencia. El Rey aprobó esta medida como lo había hecho cuando Amat siendo presidente de Chile organizó la misma instrucción en Santiago haciendo también partícipes a los cadetes. Solemnizó la apertura de dichos estudios en Lima con la presencia de las corporaciones y crecido número de convidados en cuyo acto pronunció un elegante discurso el catedrático doctor don Cosme Bueno. Presenció también el Virrey el examen dado por esa clase, acompañándole los Tribunales y muchas otras personas. Fundó en la misma Universidad por decreto de 20 de mayo de 1767 una cátedra de Teología para la enseñanza de las doctrinas de Santo Tomás en su obra Summa Contra gentes y la puso a cargo de los religiosos de San Francisco de Paula nombrando primer catedrático a fray Pedro Sánchez de Orellana haciéndole conferir los grados de Licenciado y doctor sin costo alguno. El Rey concedió a los de San   —243→   Juan de Dios que pudieran estudiar Medicina, Filosofía y Cirugía en la Universidad aunque se encontró algún embarazo en la ejecución quedó luego allanado, con la calidad de que no pudiesen obtener ninguna cátedra.

Había universidades particulares en Chuquisaca y Cuzco, Guamanga, Córdova y Santiago. Esta última54 se erigió en pública y real cuando Amat gobernaba en Chile: pero ni los graduados en ella ni en las otras se admitían por incorporados en la de Lima. Como consecuencia de la extinción de los jesuitas se mandó suprimir sus cátedras y prohibir en todas partes los textos que servían a sus doctrinas y sistemas.

Por real orden de 13 de marzo de 1768 se permitió la venta de una obra escrita por fray Vicente Mas, dominico, impugnando entre otras cosas la doctrina del regicidio y tiranicidio. Esto sirvió al virrey Amat de ocasión para decretar en 20 de febrero de 1769 que todos los graduados, catedráticos y maestros de la Universidad al ingresar a sus oficios prestasen juramento de hacer enseñar y observar la doctrina contenida en la sesión 15 del Concilio de Constanza; y que no oirían ni enseñarían ni aun con título de probabilidad, la del regicidio y tiranicidio contra las legítimas potestades. Esta resolución la mandó publicar y registrar en la Escuela Real de San Marcos como una de sus bases fundamentales que habría de serlo en adelante añadiéndose a las constituciones. Véase Espiñeira.

Los tres colegios principales de Lima gozaban honores reales. El de San Felipe fue fundado por el virrey marqués de Cañete en 1592 con privilegio de mayor, y exclusivamente a expensas de la Real Hacienda con rentas situadas en varias encomiendas: dependía de los Virreyes y su rector debía nombrarse anualmente, aunque esto no se llevaba a efecto. Pagábanse en él 12 becas, designando el Virrey a los agraciados. En el de san Martín que fundó el virrey don Martín Henríquez en 11 de agosto de 1582 y que después corrió a cargo de los jesuitas, mantuvo el rey otras 12 becas: en la época de Amat por cada alumno había que pagar en este Colegio 225 pesos anuales. El de Santo Toribio percibía del Erario los derechos de Seminario que le correspondían. En el Cuzco, Chuquisaca y Guamanga había colegios gobernados por los jesuitas, y a causa de la expulsión de estos mudaron de forma y estatutos.

Refundidos los dos primeros colegios con sus rentas, y creado el de San Carlos con este nombre en honor al rey Carlos III, Amat acordó el reglamento que debía para su gobierno y administración, sujetándolo en materia de estudios al plan que el mismo rey sancionó, haciendo innovaciones y reformas importantes al que se seguía en la Universidad. Según esto mientras que la de Salamanca no se separaba de la doctrina peripatética y la de Alcalá posponía en la jurisprudencia el derecho patrio en Lima se adoptaban método y textos falsos que encerraban doctrinas modernas: se oía a Hieinecio y a Newton abriendo paso o la luz de los adelantos y al triunfo de eternas verdades confundidas por el error y las preocupaciones. El primer rector de San Carlos fue el canónigo don José Laso y después el doctor don José Francisco Arquellada prebendado del coro de Lima. A los maestros se les condecoró con una banda azul en que estaba el escudo de las armas reales. El vestuario de los colegiales era negro y como particulares, pero con sombrero de picos. Su ingreso requería pruebas que entonces eran necesarias al lustre del establecimiento. Para coadyuvar al mismo fin, corrigió el Virrey el abuso con que se permitía hubiese en las becas supernumerarios o futurarios; lo cual acrecentaba indebidamente el número de los que entraban a concurso   —244→   para obtener en oposición universitaria cátedras domésticas que tenía el colegio.

En el Seminario se exigían también condiciones que aunque demasiado chocantes, guardaban armonía con la forma de gobierno: no se admitían hijos de oficiales mecánicos. Pero Amat que hizo bienes a la instrucción pública, incurrió en una mezquindad indigna pidiendo al Rey una resolución para que no se permitiera el uso de opa y beca a personas que no «había dormido ni una vez en los colegios y que siendo sujetos conocidamente indignos, se les facilitaban grados de licenciados o de doctores, y se recibían de abogados produciendo los frutos que regularmente correspondían personas destituidas de honor». Lenguaje de esa época y como si el honor estuviera vinculado en las clases privilegiadas. Dictose una real orden a 14 de julio de 1768, para que en los dichos colegios «no se admitiese individuo alguno que no comprobase su legitimidad y limpieza de sangre repitiéndose la misma prueba en las universidades para admitirlos a los grados y en las audiencias a los estrados de ellas según estaba mandado por leyes anteriores; pero que esto se entendiese para en adelante sin tocar a los que ya estuviesen en posición etc.».

Entre las reales órdenes que recibió Amat durante su gobierno hay algunas cuyos objetos es preciso salvar del olvido como concernientes a la historia o a asuntos notables administrativos. En 10 de mayo de 1761 se mandó salieran para España cuantos extranjeros existiesen en el Perú (se exceptuó después a los que se ocupasen en oficios mecánicos útiles). Por otra de 10 de diciembre, que hasta nueva orden no se amonedase oro en Potosí sino en Lima: y que de dicho punto no se extrajese para Buenos Aires oro quintado. En la de 27 de setiembre de 1762, se prohibió que los militares pasasen a España a pretender destinos; advirtiendo que sus solicitudes las dirigiesen por conducto del Virrey. La de 5 de junio de 1763 reprendió al eclesiástico de Arequipa por faltas de atención y urbanidad con el cabildo secular. Otra de 3 de agosto, declarando que el obispo del Cuzco había obrado muy mal en permitir que fray Francisco Pacheco fuese a un mismo tiempo cura y provincial de la Merced. En 9 de noviembre, que en adelante no se consintiese establecer cofradía alguna ni se aprobasen sus constituciones sin real licencia según las leyes. Por cédula de 19 de noviembre55, que los virreyes y presidentes diesen cuenta del estado de sus provincias anualmente como estaba dispuesto de antemano so pena del real desagrado. Por la de marzo 4 de 1764, que el Virrey hiciese que sin admitirse réplica se trasladase la ciudad de Concepción de Chile al «sitio o Valle de la Mocha» con su catedral, cabildos y vecinos, relevándoles por 10 años de pagar alcabala, y concediendo por dicho periodo el producto de las vacantes y novenos para la construcción del Templo. Una orden de 22 de junio libertó del pago de tributos a los indios fronterizos a las misiones. Setiembre 23, que los dueños de barras de plata no pagasen el cobre cuando se fundiesen en las casas de moneda. Diciembre 24, que el oidor decano fuese siempre Asesor del Tribunal de Cuentas. Abril 28 de 1765, que el Virrey no pudiese avocarse ni conocer en causas del juzgado de censos de indios. Mayo 28, que los indios no pagasen alcabala por frutos de sus propias cosechas y por los tejidos que ellos mismos fabricasen. Julio 21, que a las viudas de empleados se les socorriese una vez con seis mesadas del sueldo que sus maridos gozaban. Octubre 5, que el Virrey mandase cada año inventariar las alhajas de la Catedral. Octubre 24, que fuera libre de derechos el algodón que de América se remitiese56 a España, lo mismo que de todo gravamen de exportación los géneros que de él se fabricasen. Enero 20 de 1767, que de ningún modo permitiese el Virrey se57   —245→   publicase ni cumpliese un Breve del Papa, concediendo a los jesuitas privilegios para dispensas matrimoniales, leer libros prohibidos, etc. Octubre 19, que saliesen de los dominios de Indias todos los clérigos y regulares extranjeros que existiesen en ellos. Febrero 22 de 1768, que no se matasen vicuñas y que sólo se esquilasen y soltasen. Octubre 5 de 1769, que se recogieran los ejemplares impresos o manuscritos que se encontrasen de un Breve del Papa de 12 de julio de ese año a favor de los regulares de la compañía. Diciembre 6, que don Agustín Gorrichategui al aceptar el obispado del Cuzco lo hiciera con la calidad de que pudiese dividirse criando el Rey lo mandase. Marzo 6 de 1770, que se retuviera58 a los curas el sínodo por el tiempo que no residiesen en sus feligresías aunque tuviesen licencia no aprobada por el vicepatrón. En la misma fecha: que los mineros de sobre y estaño de Oruro no pagasen derecho alguno. Mayo 21, que la casa de moneda de Potosí y todos sus destinos se incorporasen a la corona nombrando el Virrey a los empleados. Marzo 14 de 1771, que en el concilio provincial estuviese59 el Virrey bajo de dosel. Agosto 23, Carlos III dispuso que no se hiciesen gastos en celebrar fiestas por accesos de su familia, y que ese dinero en adelante se invirtiera en dotar jóvenes virtuosas y pobres. Noviembre60 28, reprobando lo hecho por los Tribunales Eclesiásticos de Lima y Guamanga en las causas61 seguidas contra dos curas que perdieron el respeto a los Tribunales reales, dijo el Rey, «que su autoridad no reconocía más superioridad que la de Dios, y que extrañaría de sus dominios y se ocuparían las temporalidades de los eclesiásticos de cualquiera clase o dignidad que perturbasen la paz pública, insultasen u ofendiesen a los que en su real nombre gobernasen y administrasen justicia etc.», pero en cuanto a aquellos curas, no les impuso pena ni tocó la sentencia ya dada. Diciembre 31, multando en mil pesos al corregidor de Trujillo y al alcalde con 500 porque recibieron una información contra el Obispo a cuya dignidad satisfarían. Febrero 13 de 1772, se erigió el obispado de Cuenca con esta provincia y las de Loja y Guayaquil, sufragáneo de Lima. Abril 30, que por cada negro esclavo que se introdujese no se cobrase más derecho que el de 40 pesos. Octubre 8, que nada de lo que se resolviese en el concilio provincial pudiera publicarse ni ejecutarse antes de la aprobación del Sumo Pontífice y del Rey. Enero 20, de 1773, prohibiendo la exportación de moneda menuda bajo severas penas. Octubre 12, que se publicase el Breve Pontificio, que a esta cédula se acompañó, relativo a la extinción de la orden de regulares llamada Compañía de Jesús. Noviembre 2, que se cumpliese otro expedido a instancias del Rey sobre la inmunidad de las iglesias, y reduciendo a dos las muchas que servían de asilo. Diciembre 25, que el corregimiento de Luya y Chillaos y el de Lamas se uniesen al de Chachapoyas; el de Apolobamba al de Larecaja; y que en adelante los virreyes del Perú proveyese los de Atacama; Lipes y Mizque. Enero 20 de 1774, que se cumpliese la medida que alzó la prohibición que había para el comercio recíproco por el mar del Sur entre los reinos y provincias del Perú, Méjico, Nueva Granada y Guatemala, de sus efectos, géneros y frutos62, y se permitiese hacerlo a sus naturales y habitantes pagando derechos según se prefijaba. Y después de establecer este principio justo, en la misma real orden se hicieron muchas excepciones. El objeto parece hubiera sido que la industria de una localidad no se abatiera por la competencia de los frutos de otra: pero bien se ve que este principio proteccionista tendía a conservar los mercados de América a ciertas producciones de España. La real orden termina privando rigurosamente los plantíos prohibidos por la ley 18, título 17, libro 4.º de Indias; es decir los de viñas. Esta ley sujetaba   —246→   a los ya formados, a una fuerte pensión reconocida como censo. Agosto 5 de 1771, libertad de derechos a su entrada en España y a su extracción, al palo campeche y maderas para tintes; las pescas saladas pimienta, cera, carey; concha, achiote, azúcar y café de las Américas. Diciembre 31, orden al Virrey para que estableciese en Santiago de Chile un colegio para educación de hijos de caciques e indios nobles. Enero 20 de 1775, que en ninguna oficina se pudiesen notar cómo empleados parientes hasta el 4.º grado de consanguinidad y 2.º de afinidad. Abril 23, que se impusiese una contribución sobre las mitras y prebendas en favor de la orden de Carlos III. Agosto 18, se hizo extensiva a la América la ley para que fueran nulas las mandas, de los que muriesen, en beneficio del confesor o de su Iglesia o comunidad. Setiembre 11, que el virrey del Perú proporcionase a Chile lo necesario de enseres etc., para su casa de moneda. En principios de 1776 las provincias de Cuyo fueron separadas de la Presidencia de Chile, e incorporadas al nuevo virreinato de Buenos Ayres.

Las fundiciones que se hacían en el virreinato daban el resultado anual de un millón de marcos más o menos con la ley de la moneda; de los cuales 600 mil correspondían a la producción minera del alto Perú. Acuñábanse 700 mil marcos, quedando lo demás para diferentes usos. La casa de Potosí en el período de mando del virrey Amat, amonedó 5 millones de marcos que hicieron más de 43 millones decesos: la de Lima en el mismo tiempo, mayor número de marcos que dieron cerca de 45 millones; y en oro 91 mil marcos, o sean más de 12 millones de pesos. Entonces se computaba todavía en 3 millones la plata macuquina circulante que se recogía con lentitud: se había prohibido la exportación de la nueva moneda menuda.

Las utilidades que dejó al Erario el estanco del tabaco en dos decenios corridos hasta 1774, subieron a la cantidad de 1300000 pesos sólo en la dirección de Lima.

Los ingresos aduaneros en la época de Amat tuvieron un notable aumento. Los derechos que en el bienio de 1762 y 1763 produjeron 390000 pesos, fueron creciendo en los posteriores hasta haber rendido el que se cerró en 1769, la suma de 1200000 pesos y en los cinco años posteriores hasta 1774, la de más de 9000000.

Debe tenerse presente que comerciantes y empleados respetaban y temían mucho al Virrey, y que éste seguía los pasos de los que pudieran pensar en contrabandos, y obligaba a los que servían en los ramos de la hacienda a ser muy exactos en el cumplimiento de sus deberes. No puede atribuirse a otras causas el aumento de 150000 indios en las matrículas actuadas para los tributos, porque fue muy a menos la ocultación que se hacía de ellos y así el producto de este ramo se elevó a 1.160,000 pesos anuales de los cuales quedaban para sínodos 450000.

El Rey Carlos II expidió una cédula en 12 de marzo de 1697 a los Virreyes Audiencias y Prelados diciéndoles que no se favorecía y protegía a los indios y mestizos nobles por su ascendencia conforme estaba mandado en diferentes órdenes, y por las leyes de Indias que permitían se ordenase de sacerdotes a los que lo mereciesen y a las mujeres se les admitiese de religiosas. Que estando expeditos para ascender a los puestos eclesiásticos o seculares de todas carreras como los hijodalgos de Castilla, pues se les había conservado derecho a los cacicazgos y de sus causas se hallaban inhibidas las justicias ordinarias con privativo conocimiento de las Audiencias; mandaba por tanto se cumpliesen esas disposiciones inviolablemente guardándoles sus preeminencias al igual que a   —247→   los de España y que se les oyese y atendiese en sus pretensiones conforme a un mérito.

Esta orden no fue muy obedecida como sucedía con muchas otras que a la distancia, por buenas y benéficas que fuesen, quedaban sin ejecución. Quejose de ello al Rey don Vicente de Mora Chimu cacique63 de la provincia de Trujillo y procurador general de indios, y suplicó se ratificase porque estaban privados de los privilegios que les correspondían; y con este motivo en el reinado de Felipe V se repitió la real orden que por cierto no produjo mejores efectos que la primera. Por esto el padre misionero fray Isidro de Cala de la orden de San Francisco de Lima, ocurrió a la Corte haciendo presente lo que sucedía; y el Rey Carlos III en nueva cédula de 11 de setiembre de 1786 mandó «se cumpliesen estrechamente las citadas disposiciones, pues los indios habían de ser favorecidos con las preeminencias que en rigor de justicia les correspondían».

El virrey don Manuel de Amat en el real acuerdo mandó se promulgasen por bando con toda solemnidad las tres cédulas; y se verificó así en 10 de junio de 1767, circulándolas para su debida observancia, y permitiendo se imprimiesen muchos ejemplares según lo solicitaron don Alberto Chosop y don José Santiago Ruiz procuradores entonces de los peruanos en esta capital. Ellos manifestaron quedar muy reconocidos de la buena voluntad con que procedía el Virrey en honor sus comitentes.

Chosop, y su padre antes, habían solicitado del Rey que los indios fuesen considerados como los españoles en la provisión de plazas de procuradores de número de la Audiencia. Lo consiguió en tiempo de Felipe V expidiéndose la real orden en 1735. Pero no se le daba cumplimiento, y en vano lo habían erigido los interesados. Don Manuel de Amat mandó tuviese puntual efecto en 1763; y previno al Cabildo de naturales del pueblo del Cercado propusiese a los indígenas que tuviesen las cualidades necesarias: hecho así les dio sus títulos en 21 de octubre de dicho año. Véase Chosop.

Lima, hasta el presente la ciudad de las fiestas y regocijos públicos; encontró ocasiones en la época de Amat, como ya hemos dicho, para dar soltura a su pasión dominante por las celebridades y diversiones que tanto fomentó el gobierno español con daño de la moral y de las buenas costumbres; y como este vicio que engendra otras necesita pretextos para tomar ensanches, los busca el pueblo apoyado por las autoridades y corporaciones que debieran combatir el ocio y crear estímulos en favor del estudio y del trabajo. Pocas veces se vio en la capital del Perú un conjunto de espectáculos, demostraciones y recreos como los que se emplearon en obsequio del Virrey y para alagarlo con motivo de haberle condecorado el Rey de Nápoles con la gran cruz de la orden de San Genaro en el año de 1774. Amat fue el primero en dar solemnidad a esas funciones y mandó ejecutar un gran simulacro militar dispuesto por él mismo. Y como no puede ocurrir un suceso notable sin que sea seguido de comentarios y malicias vulgares, no faltó quienes creasen la especie de que Amat pensó en esos días hacerse Rey. Hoy mismo hombres que se consideran con instrucción y criterio, admiten como positivo un cuento que no estriba en otras bases que las de una tradición que con los años se ha ido adicionando. De Abascal se dijo otro tanto; y hay todavía quienes lo afirmen teniéndose por ilustrados. Fueron dos Virreyes hábiles y déspotas; ávidos de fama y honores, sagaces y fecundos en sus artes para conservar a sus Soberanos estos dominios.

El carácter duro de Amat y su orgullo de gobernante entendido padecieron hasta la humillación al ver que ninguna de sus providencias   —248→   bastaba para que cesasen los robos que se hacían en Lima y que tuvieron al vecindario arredrado por la inseguridad y el temor. Se asaltaban las casas en cuadrilla y no había puerta ni techo, precaución ni defensa que pudiera servir de garantía contra los ataques de los bandoleros. Pero al fin y cuando acababa de ser despojada doña María Perales el 10 de julio de 1772 de una crecida suma en dinero y alhajas vino a descubrirse el paradero de tan audaces facinerosos en un momento dado y en virtud de las medidas y ardides secretos del Virrey. El 31 del mismo mes fueron sorprendidos en mayor número y con parte de ese robo por tropa de la guardia de honor a cargo del alcalde ordinario maestre de campo don Tomás Muñoz y Oyague. En cuanto Amat supo que entre los delincuentes había oficiales, errados de estos y aun soldados, impidió a la jurisdicción ordinaria el conocimiento de la causa avocándosela él mismo en la capitanía general y auditoría de guerra. A los once días quedó concluido el proceso con todas sus tramitaciones, y llamados a edictos y pregones los reos ausentes de los que tres se extrajeron de sagrado declarando el juzgado eclesiástico que no gozaban de inmunidad. Diose sentencia el 11 de agosto imponiendo las penas siguientes:

Muerte de horca al subteniente del regimiento de «Córdova» don Juan Francisco Pulido jefe de la cuadrilla; al teniente graduado de artillería don José Manuel Martínez Ruda; a Jacinto Vallejo desertor; a Francisco La-Calle, y Miguel Pérez del regimiento de «Saboya»; a Félix Bejarano del regimiento de Córdova, a José Mogollón negro libre, a José Rodríguez mulato esclavo, a Miguel González, Blas Bernal zambo esclavo; y Antonio Gutiérrez, que a los once se les cortase la cabeza colocándose la de los oficiales y soldados en un torreón del castillo del Callao, y las restantes sobre la portada de este nombre.

A Pedro Fernández extraído de sagrado bajo caución, a pasar tres veces por la horca y a presidio de África por toda su vida; a Juan Bejarano a destierro perpetuo remitiéndosele a España lo mismo que a Manuel Andrés y Pedro Sánchez.

A doña Leonor Michel, Catalina Bañón y María Olivitos receptadoras de robos, a las dos primeras a 50 azotes en la cárcel, de mano del verdugo, y a los tres a pasar debajo de la horca tres veces rapadas de cabeza y cejas, después de lo cual la primera iría a emplearse en servicios bajos en la casa de recogidas ínterin se le enviaba a Valdivia a vivir con en marido sin poder volver; la segunda a la isla de Juan Fernández por toda su vida, y la tercera a servir durante un año en el hospital de San Bartolomé.

Las faltas de Florencio Cantón, Manuel García y doña Manuela Sánchez se dieron por compurgadas con la prisión que habían sufrido. A Luis Gomendio, Bartolina Negrón y Alejandro Montaño se les absolvió lo mismo que al oficial don Fernández Soriano a quien se le dio cumplida satisfacción para que continuara sirviendo.

El jueves 13 de agosto del citado año de 1772, se ejecutó la sentencia en la plaza mayor, formando en todos los lados de ella tropas numerosas de las tres armas, y principiando la justicia por la degradación de los oficiales Pulido y Ruda.

Con ocasión del terremoto de 1746, hubo que hacer cuantiosos gastos para levantar de nuevo o refaccionar edificios públicos. Experimentáronse necesidades muy premiosas y el Erario quedó casi exhausto. Entre diferentes arbitrios, concedió el Rey varios títulos de Castilla para que vendidos aquí ayudase su producto a sobrellevar necesidades urgentes. Todavía en tiempo de Amat se recibieron cuatro de esos títulos, de los cuales se beneficiaron dos, el uno de conde de San Pascual Bailón   —249→   conferido ya por el Rey, y el otro de conde de San Antonio de Vista Alegre; el primero en favor de don José de Querejazu y el segundo de don Pedro Pascual Vásquez y Quirós. La compra de un título se hacía sin perjuicio de llenarse previamente las condiciones que se requerían, bien que no fuese lo mismo obtenerlos por medio del dinero, aunque recayesen en familias distinguidas, que recibirlos por servicios marcados las personas en quienes concurrían las mismas calidades. En real orden de 6 de agosto de 1773, se declaró que cualquier título de Castilla residente en América podía redimir el derecho de lanzas entregando diez mil pesos efectivos. Véase San Pascual y San Antonio.

Es fama bastante asentada que el virrey Amat en medio de su dureza era sensible, y dispuesto en favor de la gente menesterosa que ocurría a su amparo. No cabe duda de que ejercitaba la caridad en auxilio de los pobres sin ostentación alguna. Se le veía frecuentemente en los hospitales y a veces sirviendo él mismo a los enfermos. Esto pudo ser calculado con el fin de alucinar: pero como en aquellos tiempos no tenía el primer mandatario para qué mendigar lo que se llama aura popular, no hay peligro de engañarse en creer que esas y otras manifestaciones de moral y fervor religioso se hacían o de buena fe, o según las costumbres dominantes: obsérvase a este Virrey recogiendo una reliquia del lego Verástegui de los Descalzos que murió en Lima en olor de santidad. Véase Verástegui conocido por Pachi. Amat empleando una gruesa suma en el templo de Nazarenas, o haciendo el camarín de la virgen de la Merced, delineado por él mismo, merece de todos modos que se le recuerde por tales hechos con alabanza.

Parece que tuvo el pensamiento de vivir en Lima después de entregar el mando del Virreinato: se dijo que con este designio fabricó la casa de campo conocida por la «Quinta del rincón» contigua al monasterio del Prado y que pasó después como propiedad a su mayordomo mayor don Jaime Palmer. El crecido gasto hecho en ese suntuoso edificio, su jardín y huerta, no es de suponer lo hiciera para permanecer un corto tiempo como el que corrió desde 17 de julio de 1776 en que fue relevado por el teniente general de marina don Manuel de Guirior hasta el 4 de diciembre de dicho año en que se embarcó para España. Puede inferirse que varió o desistió de su primer deseo por causas posteriores que no conocemos. Gobernó 14 años nueve meses cinco días. Restituido a España vivió retirado en Barcelona en una finca suya que le ofrecía todo género de comodidades, y se asegura que a pesar de su edad muy avanzada, se desposó con una sobrina suya.

Una materia grave que no hemos tocado al escribir del virrey Amat nos obligaría a entrar en serias cuestiones, si quisiésemos tratarla de lleno para decidir si en este personaje hubo la probidad que parece debiera acompañar a su firme y severo proceder en el mando. Distantes estamos de dejarnos llevar de la voz pública, a veces eco sospechoso de agraviados, y casi siempre dispuesta a medir con una misma vara a cuantos han llegado a la altura del poder. Tenemos sin embargo necesidad de decir que el virrey Amat se retiró del Perú poseyendo una ingente riqueza. Algunos la han creído producto de los crecidos sueldos de que disfrutó por largos años gobernando en Chile y en el Perú: muchos otros han juzgado que aunque no tenía familia, él hizo gastos tan subidos que no podían permitirle atesorar cuantiosos ahorros. Sin inclinarnos a uno ni otro lado, debemos advertir que según datos que están a nuestra disposición el Virrey admitía crecidas dádivas y valiosos regalos.

Cuando el Cabildo del Cuzco conociendo bien los abusos y atentados de los corregidores representó la necesidad de dictar prontos y eficaces   —250→   remedios para que la desesperación de los indios no llegase a su colmo; el virrey Amat dirigió a dichos funcionarios una carta circular en estos términos.

«El abominable abuso que el tiempo ha ido autorizando de repartir los corregidores, no sólo con exceso a la tarifa que se les prescribe en sus mismos despachos, sino géneros inútiles distintos de los que se les asigna, y lo que es más la compulsión con que involuntariamente se les hace recibir a los miserables indios, apremiándolos a este fin con cárceles, y acervísimas prisiones de obrajes, ha subido a un punto en esa provincia, y las comarcanas, que se ha hecho el escándalo de esta capital, y de todo el Reino principalmente en la ciudad del Cuzco, en donde como cabecera ha resonado más que en otras partes este desorden de que informado, había resuelto tomar una resolución que satisfaciese a Dios y al Rey y a todo el mundo, procediendo a exterminar ejemplarmente los transgresores de las leyes divinas y positivas, que no se han contenido con las providencias repetidas que he librado a fin de redimir a esos miserables de tan injusta tiránica opresión; pero siendo inevitable perfeccionar la substanciación de los informes con que me hallo, antes de poner en práctica la última determinación en un asunto de esta gravedad, os prevengo señor, que incontinenti al recibo de esta hagáis que se pongan en plena libertad todos cuantos de vuestra orden, o del de vuestros intitulados tenientes, se hallen reducidos a prisión en cárceles, o en obrajes, y con la misma celeridad hagáis que se convoquen todos aquellos en quienes se haya verificado exceso de repartimiento, bien sea en la sustancia o en el modo, o en la cualidad o el precio, y como que a ello os determináis, por propia utilidad sin ajeno impulso, les recibáis otra vez las especies, moderéis el importe de las que tomasen por propio arbitrio, y en una palabra arregléis en todo las cosas literalmente a la tarifa, dándome cuenta justificada con las diligencias autorizadas, precisamente a vuelta de correo, en la segura inteligencia de que sólo espero estos documentos, para indemnizaros del común estrago que habrán de sufrir todos los comprendidos en este crimen, y no cumplieren con esta providencia, lo que ejecutaré de un modo que los escarmiente perpetuamente en lo futuro, mi apurado sufrimiento: Dios guarde etc. Lima 28 de noviembre de mil setecientos sesenta y seis: don Manuel Amat».


Este documento bastaría para calificar al Virrey de recto y justiciero, no menos que de honrado, porque no parece creíble que quien lo suscribiera recibiese presentes de los mismos corregidores, los sostuviese y tolerase, desentendiéndose de los crímenes de muchos de ellos según se aseguraba y repetía generalmente.

En el artículo Areche decimos existir en la biblioteca de esta capital cierto volumen que contiene un largo memorial dirigido al Rey por los regidores don Miguel Torrejón ex oficial real y don Tomás de Nafria, don Gregorio de Viana y otros vecinos respetables del Cuzco dándole a saber con pruebas y testimonio de testigos fehacientes una serie de hechos escandalosos de los corregidores, de los obispos y párrocos de aquel departamento.

Hemos registrado con afán ese libro que no puede leerse sin indignación, y en él constan muy serias acusaciones contra el virrey Amat, su asesor don Manuel Perfecto Salas y su secretario don Martín de Martiarena.

Se le dice al Rey en términos claros y expresos y citando siempre las personas, que el Virrey recibía cantidades de dinero por manos de aquellos, para disimular determinados abusos, para desoír y no despachar quejas, para prorrogar períodos de autoridad a ciertos corregidores, para   —251→   anular nombramientos cuando había pretendientes que más diesen etc.

Se avisó también al Rey que a varios corregidores con motivo de la circular copiada arriba, escribieron el asesor y el secretario del Virrey «Ahí va esa píldora, dórela usted», y que para salvar de los cargos que se les hacían dieron cantidades de dinero, y no les corrió perjuicio. ¿De qué servían las circulares conminatorias ni la energía en las amenazas, si después se oían las disculpas, y aquellos quedaban impunes? Habla exceso en los repartimientos quebrantándose las tarifas, excesos en los valores recargadísimos de los efectos: abuso en distribuir artículos innecesarios a los indios, robo y cínica desvergüenza en obligarlos a recibir cosas que sólo por sarcasmo y burla podían suministrárseles. El corregidor de Lampa don José Antonio Rojas perteneciente a la casa del Virrey repartió en su provincia unos cuadernos de ordenanzas y táctica militar reimpresos en Lima, y que para nada aprovecharan a los indios que no sabían leer ni eran ni podían ser milicianos. Les hizo pagar cuatro pesos por cuaderno de una manera forzosa y tomando el nombre del Virrey. El de Andahuaylas don Jacinto Camargo distribuyó a doce reales onza cuentas de piedra para rosarios, diciendo a los indios eran un eficaz preservativo contra las paperas. Los obligó a comprar tafetán negro de pésima calidad a cuatro pesos vara y mandó que todos usasen corbata de luto por la muerte de la reina. Y vendió a 50 pesos unos sombreros con franja de plata falsa para que los usasen aquellos hombres desdichados.

Sería interminable la relación de hechos evidentes no ignorados por el Virrey, y que se le representaron inútilmente, como eran inútiles las reales órdenes, que entonces se llamaban en el palacio de Lima hostias sin consagrar.

En el juicio de residencia de Amat hubo numerosas reclamaciones que se cortaron transigiendo con los ofendidos a fuerza de dinero. Para hacer estos gastos dio poder a don Antonio Gomendio previniéndole no le diese la pesadumbre de comunicarle detalles fastidiosos. Mucha riqueza era preciso poseer para dar tal autorización, y mucho convencimiento de que las quejas estaban revestidas de justicia y no convenía se depurasen en el terreno judicial.