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Acto tercero

(La misma decoración que en el primero.)

 

Escena I



DON RAMÓN

     Allí está mudo y reflexivo. Es natural; su conciencia se rebela contra su conducta, que no obstante de lisonjear mi amor propio, me entristece porque me hace descubrir una verdad desgarradora, que el orgullo es su sentimiento que obedece a la menor pulsación de su fibra, y del cual hacemos tributarias a las demás manifestaciones de nuestra sensibilidad. Esta situación es insostenible; a mí propio me hace daño, y es fuerza ponerle término en gracia siquiera de ese desventurado padre víctima de sus errores. ¡Ah! ¡él! ¡con mi hija!

 

Escena II

 

Dicho, CLOTILDE y el SEÑOR RAMÓN, que entran muy abatidos; éste enjuga una lágrima que se le salta al entrar.

DON RAMÓN

     ¡Vamos, señor Ramón!

SEÑOR RAMÓN

     No, deje usted, no es nada; sino que al entrar aquí me he acordado de lo feliz que era hace unas horas, y sin querer se me han saltado las lágrimas. (Dominándose.) Ea, ya pasó.

DON RAMÓN

     Crea usted que, a poder evitar su llanto, lo haría a costa del mayor sacrificio.

SEÑOR RAMÓN

     Lo creo, Don Ramón, lo creo; pero qué hacer... las cosas deben tomarse conforme vienen, y en las penas, en las aflicciones es cuando se ve la grandeza de alma.

DON RAMÓN

     ¿Y a qué hacer ahora ese alarde que usted califica de superioridad, cuando el dolor está pugnando por asomarse a los ojos? Llore usted, hombre, llore sin avergonzarse, y alivie de ese peso al corazón.

SEÑOR RAMÓN

     (Llorando.) Pues bien, sí señor, tengo herida el alma; y aunque el llanto no consuela, al menos desahoga.

CLOTILDE

     (Al SEÑOR RAMÓN.) Padre, padre, salgamos de aquí; yo debo oponerme a los designios de usted.

DON RAMÓN

     ¿Cómo?

SEÑOR RAMÓN

     Nunca.

CLOTILDE

     Trata usted de imponerse un nuevo martirio obligándome a cometer una falta que nunca me perdonaría.

DON RAMÓN

     ¿Pero qué es ello?

CLOTILDE

     Que soy harto débil para someterme a tan duras pruebas; que mi razón se extravía en averiguación de una conducta que cuadre a mi situación; que decidida a cumplir con los deberes que la naturaleza me dicta, se me niega el derecho de enjugar unas lágrimas que yo misma he provocado; que esta lucha, en fin, es inhumana y voy a volverme loca.

DON RAMÓN

     Por favor, hable usted o hablo yo.

SEÑOR RAMÓN

     Don Ramón, si un hombre que se llamó mi hijo, por quien he velado veintitrés años, con quien he compartido todas mis alegrías, y a quien he callado todos mis pesares, me rechaza hoy, y es desgraciado por causa mía, según dicen ustedes, no quiero que sean dos a maldecirme. A mí un poco más de pena, no me ha de matar. Déjenme pues sufrir solo, devolviéndole a usted esta pobre criatura que será muy feliz a su lado.

DON RAMÓN

     ¡Señor Ramón!

CLOTILDE

     Padre, no le comprendo a usted. ¿Me llama su hija y quiere que le abandone en medio de su amargura? ¡Sufre usted por la decepción de un hombre a quien sólo le ligaban los vínculos de la costumbre, y me rechaza espontáneamente a mí, a la única que tiene derecho a exigir de usted cariño! Dios me perdone la duda; pero usted no es mi padre.

SEÑOR RAMÓN

     ¿Qué?

DON RAMÓN

     ¡Clotilde!

CLOTILDE

     Aquí se abusa de mi sumisión haciéndome víctima de un engaño incomprensible.

SEÑOR RAMÓN

     No, sino que... Pues bien, sábelo...

CLOTILDE

     ¿Qué?

DON RAMÓN

     (Interrumpiéndole.) Retírate, Clotilde; déjanos solos un instante.

CLOTILDE

     No, hablen ustedes, por favor. (Con ansiedad.)

DON RAMÓN

     Más tarde, vete. (Aparte al SEÑOR RAMÓN.) (Ayúdeme usted.)

SEÑOR RAMÓN

     Sí, luego...

CLOTILDE

     Es que...

SEÑOR RAMÓN

     Basta, te lo manda tu padre.

CLOTILDE

     ¡Oh! (Cediendo al tono imperativo del SEÑOR RAMÓN.)

DON RAMÓN

     No, tu padre te lo suplica. (Besándole la frente con ternura.)

CLOTILDE

     ¡Ay! (Reprimiendo un grito de alegría al comprender la verdad, y besando sin ser vista del SEÑOR RAMÓN las manos de su padre.) Ya soy feliz, obedezco. (Aparte a DON RAMÓN.) (Te has vendido, te has vendido.) (Vase.)

 

Escena III

 

DON RAMÓN y el SEÑOR RAMÓN.

DON RAMÓN

     Ya lo está usted viendo, señor Ramón, las sospechas cunden, la situación es cada vez más difícil, y a mí mismo me es violento sostenerla.

SEÑOR RAMÓN

     Mire usted, yo no veo más, sino que en pocas horas he perdido mi reposo y todo lo que más amaba en el mundo.

DON RAMÓN

     Pues bien, ya que está usted convencido de su error y suficientemente castigado, confesemos la verdad, y...

SEÑOR RAMÓN

     Poco a poco. ¿De qué me ha convencido usted?

DON RAMÓN

     Señor Ramón, es usted incomprensible.

SEÑOR RAMÓN

     Lo incomprensible es la conducta de usted, que por corregir el orgullo de Clotilde me expone a quedarme sin mi hijo, echando mano de una estratagema que no sé a qué ha venido.

DON RAMÓN

     Dígole a usted que nos hemos lucido con nuestra obra, si después de tantos sinsabores no hemos de recoger el fruto.

SEÑOR RAMÓN

     Aquí no hay más fruto, sino que usted le negó a Antonio la mano de Clotilde.

DON RAMÓN

     Distingo. No se la negué ni se la concedí. Ella fue la que en virtud de mis observaciones rehusó dar una contestación definitiva.

SEÑOR RAMÓN

     Y toda esa farsa ¿para qué? ¿para probarme que no tiene nada de extraño que mi hijo me rechace?

DON RAMÓN

     Precisamente.

SEÑOR RAMÓN

     ¡Ca, hombre! pues si eso no tiene viso de fundamento.

DON RAMÓN

     Entonces no comprendo por qué se afligió usted tanto no hace mucho.

SEÑOR RAMÓN

     ¡Toma! me afligí, porque me ponía en el caso de que pudiera ser verdad; pero bien pensado...

DON RAMÓN

     ¿Qué?

SEÑOR RAMÓN

     ¿Qué ha de hacer el chico si le dicen que usted es su padre? ¿Le ha de volver las espaldas? No, le seguirá, aunque allá en el fondo de su corazón lo sienta.

DON RAMÓN

     ¿Es decir, que no cree usted que lo hace porque le halaga?

SEÑOR RAMÓN

     Hombre, eso no se le pregunta nunca a un padre.

DON RAMÓN

     Entonces, si no está ensoberbecido, si no es que lo mejor lo considera como lo más bueno, y según supone usted se limita a cumplir con el deber natural, ¿aceptará gustoso la mano de Clotilde considerándola hija de usted?

SEÑOR RAMÓN

     Puede que la rechace por venganza.

DON RAMÓN

     No, no; salvado el inconveniente del despecho.

SEÑOR RAMÓN

     Es que...

DON RAMÓN

     Concretemos la cuestión. ¿Cree usted que el hijo de Don Ramón el magistrado, accederá sin resistencia a casarse con la hija del señor Ramón el carpintero?

SEÑOR RAMÓN

     Pero sin titubear, usted se ha figurado que a mi hijo se le come el orgullo. Y ha de saber usted que yo...

DON RAMÓN

     Nada, nada, a usted hay que darle las cosas mascaditas. Va usted a pedirle su mano para Clotilde, y si no se opone, le hago a usted concesión de cuantos derechos le dé la gana de exigirme.

SEÑOR RAMÓN

     Pues prepárese usted a perder.

DON RAMÓN

     Pero si ocurriese lo contrario, ¿confesará usted que su error es manifiesto y me otorgará la razón?

SEÑOR RAMÓN

     ¡Oh! si así fuese... le mata...

DON RAMÓN

     ¿Qué?

SEÑOR RAMÓN

     No, me moriría de pena.

DON RAMÓN

     Pues no más dilaciones, acabemos.

SEÑOR RAMÓN

     Sí, pero para siempre.

 

Escena IV

 

Dichos y DOÑA ALEJA.

DON RAMÓN

     (Aparte viendo a Aleja.) (¡Ah!)

SEÑOR RAMÓN

     (Aparte.) (Esta mujer parece mi sombra.)

ALEJA

     Señores, dispénsenme ustedes si les interrumpo; pero testigo de una escena que hubiera querido evitar, me veo en la precisión de tomar parte activa en el asunto.

DON RAMÓN

     Su intervención de usted es siempre oportuna.

ALEJA

     Se trata de una confidencia hecha por Clotilde, cuya revelación puede ser nuncio de algún lenitivo a sus pesares. Clotilde que ama a Antonio con la fe y el entusiasmo de la pasión primera, ve marchitarse hoy sus ilusiones ante la indiferencia glacial del hombre que ayer la tuvo por dueño de su albedrío.

SEÑOR RAMÓN

     ¿Qué?

DON RAMÓN

     Prosiga usted.

ALEJA

     Tan profundo desengaño, unido a su situación excepcional, le ha sumido en tal abatimiento, que temo por su salud si ese hombre no la restituye lo que es el alimento de su alma. ¡Pobre niña!

DON RAMÓN

     Ofrezco a usted exigir a Antonio estrecha cuenta de su conducta; pero desearía conocer, si usted la sabe, la causa que ha influido en su determinación.

     (Mirando al SEÑOR RAMÓN, este le contempla con extrañeza.)

ALEJA

     Duéleme herir la susceptibilidad de un padre.

DON RAMÓN

     No importa.

ALEJA

     Sin duda su repentino encumbramiento.

SEÑOR RAMÓN

     ¡Cómo!

ALEJA

     Ha ofuscado su razón y ensoberbecido...

SEÑOR RAMÓN

     ¡Mentira!

ALEJA

     ¿Qué?

SEÑOR RAMÓN

     Le he criado yo, y conozco a fondo sus sentimientos.

ALEJA

     Sin embargo, la escena de hace poco en tu casa, parece que ratifique mi opinión.

SEÑOR RAMÓN

     Mira, Aleja, si es venganza por lo que te dije antes sobre sus amoríos con tu chica, te advierto que esta ocasión no es...

ALEJA

     Ramón, no soy tan pobre de espíritu; sino que la consecuencia del cambio de posición es natural.

SEÑOR RAMÓN

     Pues no le encontrabas a Antonio esos defectos no hace mucho.

ALEJA

     Explícate.

SEÑOR RAMÓN

     Cuando Don Ramón se brindaba a ser tu consuegro.

ALEJA

     ¡Jesús! ¡Puede que creas!...

SEÑOR RAMÓN

     De menos nos hizo Dios.

ALEJA

     Ciertamente, este caballero me hacía un honor que estos muy lejos de merecer.

DON RAMÓN

     ¿Oye usted, señor Ramón? ¿Pues no dice?...

SEÑOR RAMÓN

     (Turbado.) Sí, sí, ya lo he oído.

DON RAMÓN

     Hoy señora, somos todos acreedores a los mismos derechos.

ALEJA

     Permítame usted que le arguya; pero entre su posición y la mía hay una distancia que, por mi parte, sería temerario saltar.

DON RAMÓN

     ¿Pero no oye usted, hombre?

SEÑOR RAMÓN

     Sí, señor, ya oigo.

ALEJA

     Y aun cuando usted se dignase descender hasta mí, yo me vería en la precisión de rechazar su honroso ofrecimiento.

SEÑOR RAMÓN

     ¡Cómo! ¿Por qué?

ALEJA

     (Al SEÑOR RAMÓN.) Porque siendo Antonio hijo tuyo, la armonía era perfecta, los chicos podrían ser felices; al paso que tú y yo no teníamos porque hacer la historia de nuestros antecedentes. Pero al entrar en la familia de Don Ramón...

RAMÓN

     ¡Qué! ¡Pues puede que valga más que la mía!

ALEJA

     Hombre, tú eres muy honrado, muy bueno; pero entre hacer un balcón o fallar una causa...

SEÑOR RAMÓN

     Todo es trabajar.

ALEJA

     Convengo: sólo que un carpintero se hace en dos años, y un abogado cuesta trece o catorce.

SEÑOR RAMÓN

     Eso no es razón.

DON RAMÓN

     Efectivamente, yo opino como mi tocayo.

ALEJA

     ¿Pero dejarán ustedes de convenir en que la forma sería más homogénea entre nosotros dos? (Por el SEÑOR RAMÓN y ella.) Al casarse los muchachos, es lo natural que nuestro trato fuese muy íntimo, y hasta tal vez que habitásemos bajo el mismo techo. Pues si en mis contertulios de antaño, miro unos hombres de bien, de cuya amistad no debo prescindir por la sola razón de saber algo más que ellos, ¿cómo es posible que mientras usted recibía al Regente, al Gobernador, o al General H. y se ocupaban de asuntos de estado o de jurisprudencia, me empeñase yo en hacer armonizar con ellos al tío Gazapo, o a Juana la Pelucona?

SEÑOR RAMÓN

     Puede que esos valgan más que los otros.

DON RAMÓN

     ¡Ah! sí señora. Ya no hay jerarquías. Ni la inteligencia ni la educación sirven para estos señores, que tan lastimosamente confunden los derechos individuales con los dones del Espíritu Santo.

SEÑOR RAMÓN

     Ya ha salido usted con sus palabrotas, ya hemos acabado. (Tratando de irse.)

DON RAMÓN

     Venga usted acá a defender sus teorías.

SEÑOR RAMÓN

     Yo no sé lo que son esas cosas; pero si digo que Aleja no tiene razón en no querer emparentar con usted y sí conmigo. Tanto vale uno, como otro. ¡Ea! voy a llevar esta silla a la cocina. (Tomando la de enea que hay delante del balcón.)

ALEJA

     (Deteniéndole.) Espera, hombre práctico. ¿Esta silla no es para sentarse?

SEÑOR RAMÓN

     Sí

ALEJA

     ¿Está útil? ¿Está limpia?

SEÑOR RAMÓN

     Sí.

ALEJA

     Pues ¿por qué te la quieres llevar?

SEÑOR RAMÓN

     ¡Bonito papel haría entre todas esas tapizadas!

ALEJA

     ¡Ah! Pues por eso me opondría a emparentar con el señor Don Ramón; porque yo, entre los suyos, no haría otro papel que el de la silla de enea.

DON RAMÓN

     ¡Silencio! Antonio viene. ¡Clotilde! (Llamando.)

SEÑOR RAMÓN

     ¡Ah! Tiemblo verle junto a mí.

DON RAMÓN

     (Aparte al SEÑOR RAMÓN.) ¡Adelante!

SEÑOR RAMÓN

     (Resuelto.) ¡Adelante!

DON RAMÓN

     Pues a consumar la obra. (Haciendo que el SEÑOR RAMÓN tome de la mano a CLOTILDE.)

 

Escena V

 

Dichos, CLOTILDE y ANTONIO.

ANTONIO

     (Aparte.) (Esperemos.)

SEÑOR RAMÓN

     (Aparte.) (Valor.) (Alto a ANTONIO.) Señorito... Antonio...

ANTONIO

     ¿Me cree usted, por ventura, indigno de más cariñoso nombre?

SEÑOR RAMÓN

     No lo sé aún. Si el amor que hasta hoy ha profesado usted a Clotilde, no se ha borrado en un momento como se ha borrado otro que tenía más profundas raíces; si perdona usted la ofensa que insensatamente le ha inferido esta mañana; si la pasión que por usted la devora satisface sus aspiraciones, conteste usted a este pobre viejo que viene a pedirle con su mano la salud de su hija, que es lo único que le queda en el mundo.

ANTONIO

     ¡Señor Ramón! (Haciéndose una resolución.)

SEÑOR RAMÓN

     (Aparte.) (¡Ah!)

ANTONIO

     No debe usted dudar de mi cariño por Clotilde. La amo como siempre.

SEÑOR RAMÓN

     (Aparte a DON RAMÓN.) (¿Oye usted?)

ANTONIO

     Pero me es imposible llamarla mía.

CLOTILDE

     (Aparte.) (¡Cielos!)

DON RAMÓN

     (Aparte al SEÑOR RAMÓN.) (Oiga usted.)

SEÑOR RAMÓN

     ¿Y... por qué? (Con ansiedad.)

ANTONIO

     Porque hoy no me pertenezco a mí solo; estoy unido a mi padre, cuya posición me impone deberes que, aunque penosos, quedo obligado a satisfacer.

DON RAMÓN

     (Aparte al SEÑOR RAMÓN.) (¡He triunfado!)

SEÑOR RAMÓN

     ¡Me abandonas, me rechazas, te avergüenzas de mí! ¡Infame! Yo humillaré tu soberbia. Has edificado tu orgullo en el aire. Sabe que todo ha sido una farsa.

ALEJA

     ¿Qué?

CLOTILDE

     ¡Ah! ¡Padre mío! (Abrazando a su padre.)

SEÑOR RAMÓN

     Tú, eres mi hijo; sí, el hijo del carpintero Ramón, que en mal hora te separó de su lado, sembrando cariño para cosechar vanidades e ingratitudes. Y ahora mismo vas a quitarle esa levita, que yo haré añicos, para que, con la sierra en la mano, aprendas en el taller a fundar la soberbia en el sudor de tu frente, derramándole tan copioso como el desventurado padre de quien reniegas.

DON RAMÓN

     Calma, señor Ramón. Cumpliéronse mis profecías.

SEÑOR RAMÓN

     (A ANTONIO.) Baje usted esa cabeza.

ANTONIO

     Nunca; porque puedo llevarla muy erguida.

TODOS

     ¡Cómo!

ANTONIO

     ¿Hoy, por ventura, se engaña impunemente a la juventud? No, padre mío. Le he dado a usted el primer disgusto de mi vida, por ayudarles a ustedes a plantear ese oscuro problema que aquí vamos a resolver.

SEÑOR RAMÓN

     ¡Qué! ¿Tú sabías...?

ANTONIO

     Todo.

DON RAMÓN

     ¿Tú?

SEÑOR RAMÓN

     ¿De modo, que me amas?

ANTONIO

     ¡Padre! Con toda mi alma. (Abrazándole.)

SEÑOR RAMÓN

     ¡Antonio! (Respirando.) ¡Ah! ¡Ya no me muero nunca!

DON RAMÓN

     Habla, di.

ANTONIO

     Acaso hiera alguna susceptibilidad, pero ante la importancia de la idea nada significan las personalidades. Padre, hay en nuestra sociedad una clase que usted simboliza, que pletórica de sensibilidad y escasa de inteligencia, no ve más horizonte que el que limita con su mano. Ensoberbecida con los derechos de que disfruta en su humildad, confunde la igualdad política con la extirpación de los privilegios del talento y la fortuna; mira con prevención cuanto se eleva sobre su nivel, y concluye apellidándose pobre, como si este dictado fuese el único título a la consideración. No, padre; el jornalero, el industrial, el bracero, deben respeto y sumisión al que más sabe, al que más tiene, ya que de ellos dimanan la luz y el trabajo. Las jerarquías son inabolibles, porque nunca la azada puede tener la importancia del buril, ni el cincel las consecuencias del libro; y sólo respetando se conquista el respeto; pues los derechos del hombre no son más que sus propios deberes ejercidos por otro. Mi conducta le ha patentizado a usted, que sin instrucción, sin cultura, los lazos más indisolubles pueden romperse abriendo una sima entre el corazón de un padre y un hijo. Pues bien, luz, inteligencia y criterio, abolirán las preocupaciones sociales; defenderán las jerarquías, y ni el derecho será la tiranía impuesta, ni el deber la envilecida servidumbre.

DON RAMÓN

     Esas son mis teorías.

ANTONIO

     Ahora a usted. La confusión de las clases es un error peculiar de los que nada tienen en el cerebro; pero de las preocupaciones sociales, tan ridículas como hipócritas, sólo son responsables, ustedes los que militan en las filas del saber; ustedes que las combaten en teoría, pero que no las rechazan en la práctica. ¿A qué ese clamor continuo con que se pide la ilustración del pueblo para hacerle partícipe a conciencia de sus omnímodos derechos, si al descender al terreno práctico, los apóstoles encargados de la predicación esconden la mano vergonzosamente tendida, enseñan el libro por las guardas, y extinguen la tea propagandista que puede disipar las tinieblas? El que tiene, debe dar limosna al que necesita, para que el pobre viva agradecido al rico; del mismo modo el que sabe debe difundir la inteligencia entre los que ignoran, para que éstos comprendan la superioridad de aquél. Cooperar con sus fuerzas a la regeneración social, agruparse, confundirse, amalgamarse; y una vez practicada la fraternal unión que establezca los límites naturales del deber y del derecho, habremos conseguido el equilibrio social y cimentado la ancha base en que han de tomar asiento las libertades humanas.

SEÑOR RAMÓN

     ¡Bravo! ¡Bravo! hijo de mi alma. Ven acá te deshago. (Le abraza.) Todo, todo lo he entendido. ¿Qué dice usted, Don Ramón?

DON RAMÓN

     ¿Qué digo? (Conmovido une a CLOTILDE y a ANTONIO.) ¡Esto! y que nosotros ya no somos de moda. Doña Aleja, usted lo ha entendido, convirtiéndose en discípula de su Adela.

SEÑOR RAMÓN

     Hijo, yo quiero aprender. ¿Me enseñarás?

ANTONIO

     ¡Padre mío!

ALEJA

     No hay más remedio; nuestra generación se va empujada por la generación que viene. Triste es para nosotros confesarlo; pero hay que lanzar el grito de: «¡Viejos, paciencia y atrás!» Plaza, plaza al elemento joven.

FIN

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