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ArribaAbajoActo III

 

Sala en casa de DON INOCENCIO. La estancia y los muebles revelan un bienestar modesto y sin pretensiones, aseo y buen gobierno de casa. Estampas religiosas, y algún estante con libros.

   

Puertas al foro y laterales. La de la izquierda conduce al cuarto del alojado, teniente coronel VARGAS. La de la derecha al interior de la casa; por la del foro entran los que vienen de la calle. Mesa y sillas.

   

Es de día.

 

Escena I

 

VARGAS, de uniforme, sentado a la mesa, acabando de almorzar; MARÍA REMEDIOS, que le sirve; después un CABO CARTERO.

 

VARGAS.-  Confiéselo usted, señora doña Remedios, mi simpática patrona. Usted nos aborrece.  (Después de esperar la respuesta.)  Digo que usted nos aborrece.

MARÍA REMEDIOS.-  Coma y calle.

VARGAS.-  Como sin callar, porque el almuerzo está muy bueno, y la conversación alegra la vida del triste militar alojado, ausente de los suyos... Estaba diciendo a usted que nosotros hemos venido a traer la paz...

MARÍA REMEDIOS.-   (Suspirando.)  ¡Ay, mundo amargo, mundo falaz!

VARGAS.-  Señora, no hace usted más que suspirar, y decirnos que si el mundo es amargo, que si es dulce... Yo digo que es riquísimo este Jerez con que me ha obsequiado don Inocencio.  (Se sirve y bebe.) 

MARÍA REMEDIOS.-  A lo que han venido ustedes es a traernos las malas costumbres, y a favorecer a todos los pillos que tenemos por acá.

VARGAS.-  ¡Señora!

MARÍA REMEDIOS.-  Y usted el primero, señor de Vargas.

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VARGAS.-  ¡Que yo favorezco...!  (Comprendiendo.)  ¡Ah! ya salió el estribillo, la manía de usted...

MARÍA REMEDIOS.-  A personas indignas.

VARGAS.-  ¡Dale...!

CABO.-    (Por el foro.)  Mi teniente coronel, el correo.  (Entrega varias cartas y se retira.) 

MARÍA REMEDIOS.-  A punto viene la prueba.  (Atisbando, sin acercarse, las cartas que recibe VARGAS.) 

VARGAS.-  Con permiso.  (Abre uno de los sobres, y saca una carta de varios pliegos, por la cual pasa la vista rápidamente.) 

MARÍA REMEDIOS.-  ¿Tengo o no tengo razón? Es usted su amigo.

VARGAS.-  Y a mucha honra.

MARÍA REMEDIOS.-  Recibe usted cartas para él.

VARGAS.-  Esta.  (Mostrando la cerrada.)  Y esta otra  (Mostrando la abierta.)  me la escribe su padre don Juan Rey, encargándome que vele por Pepe, y dando instrucciones para que salga del mal paso en que se ha metido. ¡Pobre Pepe, qué villanías han hecho con él en este poblacho!

MARÍA REMEDIOS.-  ¿Usted qué sabe?

VARGAS.-  Sé que tiene razón, y que su tía no la tiene.  (Acaba de comer, y enciende un cigarro.) 

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Ah! señor de Vargas, déjeme explicarle...

VARGAS.-  No se canse usted. Ya, ya sé yo que doña Perfecta y su partido se defienden bien. No creyendo segura a la niña en su propia casa, la han traído aquí.

MARÍA REMEDIOS.-    (Fingiendo asombro.)  ¡Aquí!

VARGAS.-  Y la tienen muy escondidita en los altos de la casa... No lo niegue... Ni debe usted recelar de mí, que respeto, que respetaré siempre los fueros de la hospitalidad.

MARÍA REMEDIOS.-    (Sintiendo pasos por el foro.)  Ya tiene usted ahí a su amigo Pinzón, el capitancito que se aloja en casa de la señora.  (Volviendo a mirar.)  ¡Ay! viene con él ese grandísimo peine, Tafetán...


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Escena II

 

Dichos; PINZÓN, TAFETÁN.

 

PINZÓN.-   Buenos días...  (Saludando a REMEDIOS.)  Señora...

DON JUAN TAFETÁN.-  Amigo Vargas...  (Se estrechan la mano.)  Señora, tanto gusto en verla.

MARÍA REMEDIOS.-   (Displicente.)  El disgusto es mío.

DON JUAN TAFETÁN.-  ¡Ji, ji!... Sabe cuánto les quiero a todos, a usted, a don Inocencio, y a ese ángel coronado que tiene usted por hijo.

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Adulón!  (Recogiendo el servicio.) 

VARGAS.-    (A PINZÓN.)  ¿Y qué? ¿se echan al campo?

PINZÓN.-   ¡Qué se han de echar estos gallinas! Están muertos de miedo. El tal Caballuco, el Viriato de la localidad, anda escondido, y no se atreve a salir a la calle.

DON JUAN TAFETÁN.-  No se fíen, ¡ji, ji!... Yo conozco a mi gente.  (MARÍA REMEDIOS se aparta y escucha.) 

VARGAS.-  Yo también. Por eso no me fío.

PINZÓN.-    (Con vehemencia.)  ¡Oh, si salieran! ¡Dios, que salgan! ¡Con qué gusto vería que nos mandaban arrasar este pueblo, y no dejar en él piedra sobre piedra!

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Oh, mundo execrable, mundo satánico!

DON JUAN TAFETÁN.-    (A REMEDIOS.)  Si con usted no va nada.

PINZÓN.-  Señora, tengo motivos para odiar a la negra Orbajosa. Aquí asesinaron a mi padre, coronel de Arapiles.

MARÍA REMEDIOS.-   (Con saña.)  ¡Ah, que no hubiera sido antes de casarse con su madre! Así, no hubiera usted nacido.

VARGAS.-  ¡Vaya un genio!

DON JUAN TAFETÁN.-  Adiós, basilisco...



Escena III

 

VARGAS, PINZÓN, TAFETÁN.

 

VARGAS.-   (Con interés.)  ¿Qué dice Pepe?

PINZÓN.-  Chist... las paredes oyen.

DON JUAN TAFETÁN.-    (Vigilando en la puerta derecha.)  Yo me pongo aquí de escucha.   -64-   Hablen sin miedo. El basilisco en la cocina. No hay nadie.

PINZÓN.-    (Con pena.)  Pues hoy se ha decidido a llevar el asunto por el camino legal.

VARGAS.-  Me alegro.

PINZÓN.-   Yo no. ¡Legalidad a esta gente! Es como aquel que quería abrir las ostras... por la persuasión.

VARGAS.-  Eh... déjate de tonterías. También su padre le aconseja la legalidad. Acabo de recibir esta larga carta...  (Mostrándosela.) 

PINZÓN.-   (Pasando la vista rápidamente por el escrito.)  Instrucciones precisas para proceder legalmente... Sí, muy bonito. Yo, con permiso de don Juan Rey, con permiso tuyo, creo que es perder el tiempo. Echar jueces y fórmulas legales a esta canalla cerril, es como querer matar leones... con polvos insecticidas.

DON JUAN TAFETÁN.-   ¡Ji, ji!...

VARGAS.-  Bueno. Pues dile a Pepe que venga a enterarse de esto.  (Deja las cartas sobre la mesa.)  ¿Por qué no viene a verme?  (Con misterio.)  Sin duda no sabe que la niña está aquí.

PINZÓN.-   (Riendo.)  ¿Pero tú has creído esa paparrucha?

DON JUAN TAFETÁN.-   (Sin aproximarse.)  Invención del enemigo para desorientarnos.

VARGAS.-  ¿Pero qué... no es cierto?

PINZÓN.-  ¡Qué ha de ser! Sigue allá. Hoy lo descubrimos. Alojado en casa de doña Perfecta, he podido hacer estudios sobre el terreno. Allí está la niña. Yo no la he visto; pero sé que está. Según mis noticias, loquita de amor, y deseando que la saquen de su encierro. ¡No sabes cuánto siento que esto se arregle por el método lógico y legal... es decir, que sería legal y lógico en otra parte, aquí no! El amigo Tafetán y yo teníamos bien tomadas nuestras medidas para arreglarlo por el método absurdo, que es el único para esta gente.

DON JUAN TAFETÁN.-  El absurdo es la razón de mi tierra.

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VARGAS.-  Cuidado, Pinzón, cuidado con las aventuras. Yo te conozco, y te temo... ¡Y que no serán diabluras las que habréis tramado!

PINZÓN.-    (Displicente.)  Poca cosa.

VARGAS.-  A ver... cuéntamelas.

DON JUAN TAFETÁN.-  Hablen sin miedo. La fiera está tendiendo ropa en el terrado.

PINZÓN.-  No sé...

VARGAS.-  Las tonterías de siempre... Sobornar a la criada...

DON JUAN TAFETÁN.-  No he podido con esta. Es más fea que Judas... ¡ji, ji!...

VARGAS.-  Y según mis noticias, la casa está bien defendida.

DON JUAN TAFETÁN.-  Por dos pedazos de tagarotes, de lo más bárbaro y montaraz que hay por estas tierras.

VARGAS.-  Y dificilísima la entrada, sobre todo de noche...

DON JUAN TAFETÁN.-  Esa dificultad, ¡ji, ji! quedó zanjada por mí del modo más ingenioso... Querido Pinzón, reléveme de la guardia.  (Pasa PINZÓN junto a la puerta, y TAFETÁN al centro.)  Amigo Vargas, soy tremendo. Un herrero muy hábil, que me debe favores... y su mujer también me los debe, entre paréntesis... me ha proporcionado una llave de la puertecilla de la huerta de abajo, por el callejón del Viento... Aquí la tengo, por si Pepe quisiera...

VARGAS.-  ¿Y qué más?

PINZÓN.-  También habíamos inventado un gracioso ardid...  (Atento a vigilar.) 

DON JUAN TAFETÁN.-  ¡Ji, ji!... para alejar a los dos cancerberos en un momento dado.

PINZÓN.-  Y para...  (Mirando al exterior por el foro.) 

DON JUAN TAFETÁN.-  No distraerse, amigo. Para hacer llegar una cartita a las blancas manos de...

PINZÓN.-   Alguien entra, sube...

DON JUAN TAFETÁN.-  Oído.

PINZÓN.-   Si es Pepe Rey... Aquí está.

VARGAS.-  A punto viene.


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Escena IV

 

Dichos; PEPE REY.

 

PEPE REY.-    (A VARGAS.)  Sé que has recibido cartas. ¿Hay alguna de mi padre?

VARGAS.-  Para ti...  (Se la da.)  Y dos pliegos de instrucciones precisas, como de padre y jurisconsulto, para que te ajustes a ellas en esta delicadísima cuestión.

PEPE REY.-  Dame, dame pronto...  (Lee rápidamente.) 

PINZÓN.-    (Desconsolado.)  ¡Legalidad!... ¡Qué lástima!

DON JUAN TAFETÁN.-  Lo mismo digo.

PINZÓN.-  Su lealtad le perderá.  (Vuelve al foro a hacer la guardia.) 

VARGAS.-  La ley, siempre por la ley...

PEPE REY.-    (Acabando de leer.)  ¡Oh, padre, aquí veo tu noble espíritu, tu rectitud sublime! Paz, conciliación, amor...

PINZÓN.-    (Mirando por el foro.)  ¡Cabo de guardia, doña Perfecta!...

PEPE REY.-  ¡Mi tía!...

DON JUAN TAFETÁN.-   (Mirando.)  Sí...ella es... ya llega...

VARGAS.-  ¿Pero cómo viene a esta casa, no estando aquí su hija?

DON JUAN TAFETÁN.-  Cuando esta viene, por algo será.



Escena V

 

Dichos; DOÑA PERFECTA, JACINTITO, por el foro: MARÍA REMEDIOS, por la derecha. Al ver a los militares, DOÑA PERFECTA los saluda con frialdad ceremoniosa. Se sorprende desagradablemente al ver entre ellos a su sobrino.

 

MARÍA REMEDIOS.-   ¡Oh, no esperaba a la señora...!

DOÑA PERFECTA.-  Vámonos adentro.

PEPE REY.-  Señora...

DOÑA PERFECTA.-  ¿Qué...?

PEPE REY.-  No quiero perder esta feliz ocasión de proponer   -67-   a usted paces, mirando más a su interés que al mío.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Paces! ¿Cómo tan pacífico, tú, antes tan guerrero?

PEPE REY.-    (Con amargura.)  Ah, señora mía, el odio pesa mucho: es carga intolerable para quien acostumbra andar muy ligero por el camino de la vida. Quiero soltar este peso.  (Suspirando fuerte.)  No puedo ya con él.

DOÑA PERFECTA.-  Veo con gusto tan nobles sentimientos. ¿Y qué debo yo hacer para que se efectúen esas paces?

PEPE REY.-   Lo primero: perdonarme el mal que he podido causarle. Ya la perdono también de todo corazón.

DOÑA PERFECTA.-   ¿Y qué más?

PEPE REY.-  Y que me entregue a su hija... por buenas, pues le gano la batalla sin disparar un solo tiro. No hay manera de evitar que Rosario sea mi mujer, y siendo esto así, ¿a qué se obstina usted en una lucha en que ha de llevar la peor parte?

DOÑA PERFECTA.-  ¡Ah...! ¿Estás seguro de que seré vencida...? ¿bien seguro?

PEPE REY.-  Como que no habrá más lucha que la que usted provoque. El juez, entrando con la ley en la mano en la casa materna, retirará de ella a la que ha de ser mi esposa.

DOÑA PERFECTA.-  ¿El juez...? ¿Cuándo?

PEPE REY.-  Quizás mañana... Toda resistencia es inútil; es más conveniente y más airoso para usted conceder a tiempo lo que pido, que verse obligada a humillar su orgullosa cabeza ante la ley.

DOÑA PERFECTA.-   No te canses en proponerme una paz imposible. La rechazo, prefiriendo, si necesario fuere, morir abrazada a mi derecho, morir con mis ideas, que podrán ser vencidas, nunca deshonradas.

PEPE REY.-   (Con efusión.)  Señora, arrojemos en una misma hoguera sus ideas de usted y las mías. Tenemos un sentimiento común en que reconciliarnos y vivir, el amor de su hija.

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DOÑA PERFECTA.-  Dios me ha hecho inflexible.

PEPE REY.-  También a mí. Pero yo no quiero serlo ahora, me violento, me humillo, depongo ante la soberbia de usted mi orgullo, y hasta mi dignidad, ansioso de restablecer la concordia.  (Violentándose para parecer humilde.)  Acepte usted, señora, esta rendición de mi voluntad, y funde sobre ella su consentimiento en las condiciones que guste. ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué más quiere usted de mí?

DOÑA PERFECTA.-  De ti no quiero más que una cosa: que te retires, que renuncies a mi hija.

PEPE REY.-  Más fácil me sería renunciar a la vida, que en muy poco estimo sin ella.

DOÑA PERFECTA.-  Basta ya.

PEPE REY.-    (Desenfrenando su ira.)  Y ahora me toca a mi ser inflexible, ¿qué digo inflexible? implacable, justiciero... No, no haya paces... De los desastres que la lucha ocasione, suya será la responsabilidad.

DOÑA PERFECTA.-  Mía no: tuya.

PEPE REY.-  ¿Quién ha provocado?

DOÑA PERFECTA.-  Tú... ¿No te acuerdas? Me arrojaste el guante... Lo recogeré.

VARGAS.-   (Sorprendido.)  ¿Qué es esto?

PINZÓN.-  Nos provoca.

PEPE REY.-  ¡Oh, indomable fiereza! Ya lo veis, amigos: rechaza la paz, rechaza la ley, que es la santa voz de su hermano, de mi padre.

PINZÓN.-  El ciego fanatismo quiere guerra.

VARGAS.-  No se aplaca sino con sangre.

PEPE REY.-    (Con fuero.)  Pues si en la sangre perece el monstruo y se ahoga, que la mía, ¡oh Dios! la mía sea la primera que se derrame... Vámonos de aquí.  (Vase seguido de los militares y de TAFETÁN.) 



Escena VI

 

DOÑA PERFECTA, MARÍA REMEDIOS, JACINTITO5.

 

DOÑA PERFECTA.-  ¡La ley! ¡Buena está la ley, que quiere arrancarme la hija de mis entrañas, la hija que amamanté,   -69-   a quien nutrí con mi sangre, con mi savia, con mis ideas, arrancármela para entregarla a quien ha de pervertir su alma! No ha de ser. Muerta yo, la tendrías; viva, jamás...  (Coge a cada uno de un brazo.)  Remedios, Jacinto, necesito de vosotros... Nuestro buen don Inocencio no vendrá.

MARÍA REMEDIOS.-  Está en el coro... Luego, dará un paseíto...

JACINTITO.-  Si usted quiere, le avisaré...

DOÑA PERFECTA.-    (Vivamente.)  No, no; si no quiero que venga. Cuento con vosotros, con tu tío no, pues seguramente no consentiría...

MARÍA REMEDIOS.-    (Confusa.)  ¿Qué?

DOÑA PERFECTA.-  Es muy sencillo. Antolín Pasolargo y Esteban Romero, dos hombres que se dicen valientes... y si no lo son lo han sido, quieren reunirse en mi casa. Me han suplicado que influya con Caballuco para que asista a esta reunión.

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Oh, sí!

DOÑA PERFECTA.-  Yo creo que debemos dejarles que se junten y charlen y desfoguen la ira... pero no en mi casa.

JACINTITO.-  ¿Pues dónde?

DOÑA PERFECTA.-  Aquí. ¿Puede ser?

MARÍA REMEDIOS.-  Sí, sí.

JACINTITO.-  Señora, usted manda.

DOÑA PERFECTA.-  Aprovechemos la ausencia de tu tío, a quien no ha de gustar que...

MARÍA REMEDIOS.-  Pues pronto, pronto...

DOÑA PERFECTA.-  ¿Y el militar?

JACINTITO.-  No suele venir hasta la noche...

DOÑA PERFECTA.-    (Impaciente; el resto de la escena con mucha viveza.)  Bien. Jacinto, ya sabes dónde encontrarás a Pasolargo y a Romero. Con ellos está Licurgo.

JACINTITO.-  Sí señora; ya sé.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Y Cristóbal?

MARÍA REMEDIOS.-  En casa de las Troyas. Me consta.

DOÑA PERFECTA.-    (A JACINTO.)  Ve, y dile de mi parte que venga. Dile... fíjate bien... que le mando venir.

JACINTITO.-  ¡Volando!

  -70-  

DOÑA PERFECTA.-   Que estén aquí a las cuatro... ¡corre!

JACINTITO.-  Voy.  (Vase por el foro.) 



Escena VII

 

DOÑA PERFECTA; MARÍA REMEDIOS.

 

MARÍA REMEDIOS.-  Vendrán, sí. ¡Quiera Dios que se entiendan!

DOÑA PERFECTA.-  Dime: los militares que estaban aquí, tu alojado y el mío, ¿son amigotes de Pepe?

MARÍA REMEDIOS.-  Sí señora. Y el tal Pinzón me parece que le ayuda en sus diabólicas tramas. Siempre andan juntos.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Cómo sabes...?

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Ay, señora; cuando usted va yo estoy de vuelta!

DOÑA PERFECTA.-  Tú siempre alerta.

MARÍA REMEDIOS.-  Alerta, sí; y no tose el enemigo, ni respira, ni se espanta una mosca sin que yo me entere. Verá usted... Se va a reír... Pues estas noches, después que doy la cena, me tapujo bien, y haciéndome como una pobre, salgo... pim, pam... me voy a la calle Mayor, y acecho la salida de don José de la posada o del Casino... sale... le voy siguiendo... pim, pam.

DOÑA PERFECTA.-   ¿Y a dónde le has visto ir?

MARÍA REMEDIOS.-  Ronda esta calle y las inmediaciones.

DOÑA PERFECTA.-   ¿Y mi casa no?

MARÍA REMEDIOS.-  Por allí no le he visto. ¡Y es natural! ¿No ve usted que se tragaron la bola de que habíamos traído aquí a Rosario?

DOÑA PERFECTA.-    (Alegre.)  ¡Feliz invención para desorientarle!... Así está segura mi casa de un atropello... ¿Y le has visto solo?

MARÍA REMEDIOS.-  Anoche, a primera hora, con Pinzón... Después solo.

DOÑA PERFECTA.-   Pero, di: en ese espionaje nocturno, ¿no temes que te conozca, y te...?

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Paso unos miedos, señora! Créame: ni por mi madre haría yo esto. ¡Oh, mundo pernicioso!...   -71-   Si me descubre, seguro, me da un trastazo que no lo cuento. Vea por qué le propuse ayer...

DOÑA PERFECTA.-   (Asustada.)  ¡Cállate; no repitas esa barbaridad!

MARÍA REMEDIOS.-  La señora no me ha comprendido.

DOÑA PERFECTA.-  Sí, sí... ¡Dar un susto a mi sobrino!  (Con firmeza.)  Eso no puede ser. No lo consiento.

MARÍA REMEDIOS.-  Pero, señora, si ahora no hay aquí justicia, ni nadie que mire por la honradez, ¿qué cosa más natural que...?  (Con suavidad y formas humildes.)  Bastaría que la señora llamara a Caballuco o a Pasolargo, y les dijera...

DOÑA PERFECTA.-    (Horrorizada.)  Quita, mujer, calla... ¿Y si se les va la mano, y del susto resultan heridas graves, o...? Calla... ¡Ofender a Dios hasta ese punto! Remedios, o no tienes conciencia o has perdido el juicio.

MARÍA REMEDIOS.-   (Con frialdad.)  Pues entonces, no me queda que hacer más que consolarla a usted... cuando le hayan quitado a su hija.

DOÑA PERFECTA.-    (Con profunda aflicción.)  ¡Oh, quitarme a mi hija... a mi hija, que es mi encanto, mi alegría, mi ser, todo cuanto hay en la vida, en esta y en la otra, pues quiero tenerla conmigo en la eternidad como la tengo aquí! No, no me la quitarán. Dios no arrojará sobre mi pobre cabeza esta tribulación; no, no la merezco, aunque sea pecadora.  (Con pasión.)  Amo tanto a mi hija, que la siento como un ser semejante a mí, inferior a mí, dentro de mí misma, un alma para las dos...  (Con fuerte voz.)  No quiero, no, que sus sentimientos, que sus ideas, discrepen de las mías; porque si discrepan tanto así, me parece que no es mía, que no soy suya, que me han robado el alma. Diera yo mi vida por ella, siempre que me amase como la amo yo... Si no me ama, ni mi vida ni la suya quiero.  (Pausa ligera. Continúa con voz lúgubre.)  ¡Que nos entierren juntas!


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Escena VIII

6
 

Dichas; JACINTITO.

 

JACINTITO.-    (Presuroso, por el foro.)  Aquí vienen ya.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Y Cristóbal?

JACINTITO.-  También... Pero no quiere subir.

MARÍA REMEDIOS.-  Ya sé... Está durillo de pelar. Dicen que ha dado su palabra al Gobernador.

DOÑA PERFECTA.-  Anda, ve... y me lo traes vivo o muerto.

MARÍA REMEDIOS.-  Vaya si lo traigo.

DOÑA PERFECTA.-    (A JACINTO.)  Tú, Jacinto, cierras la puerta, y luego te pones de centinela en el mirador. Vigila bien la calle por un lado y por otro, para que avises si viene alguien que nos estorbe.

JACINTITO.-  Voy.  (Aparecen en la puerta PASOLARGO, ROMERO y LICURGO.)  Aquí están ya.

DOÑA PERFECTA.-  Mucho cuidado, hijo.  (Vase JACINTO.) 



Escena IX

7
 

DOÑA PERFECTA, PASOLARGO, ESTEBAN ROMERO, EL TÍO LICURGO; poco después CABALLUCO y MARÍA REMEDIOS.

 

DOÑA PERFECTA.-  Adelante, caballeros.

PASOLARGO.-   (Desde la puerta.)  A la paz de Dios.

ESTEBAN ROMERO.-   (Ídem.)  Salud a la señora.

EL TÍO LICURGO.-   Aquí está la gente buena.  (Avanzan lentamente, cohibidos y recelosos. Visten de paño pardo o pana; calzan borceguíes con espuelas. Su aspecto es rudo, fiero, sin carecer de nobleza y dignidad.) 

DOÑA PERFECTA.-  ¿Qué tal, Pasolargo? ¿Hay mucho miedo por el pueblo?

PASOLARGO.-  Como miedo, no señora; como temor, alguno hay.

ESTEBAN ROMERO.-  Temor que tiene uno de sí mesmo, y de que el coraje le salga al rostro.

DOÑA PERFECTA.-  Licurgo, ¿hay novedad en casa?

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EL TÍO LICURGO.-    (Acercándose a ella.)  Nada, señora. Allí quedó Juan.

MARÍA REMEDIOS.-   (Que trae a CABALLUCO cogido por un brazo, trincados los dedos como tenazas.)  Aquí traigo este figurón...

CABALLUCO.-   (Sintiendo el dolor del brazo y soltándose con brusquedad.)  Suéltame, condenada... ¡ay, me has clavado la garra!  (Rascándose.) 

MARÍA REMEDIOS.-  ¡So bruto, de lo que te quiero!... Ven acá.  (Presentándole a DOÑA PERFECTA.)  Mira quién te espera.

CABALLUCO.-  Mi señora...

DOÑA PERFECTA.-    (Con lástima.)  ¡Pobre hombre!... Pero di, Cristóbal ¿de qué rincón sales?

CABALLUCO.-   (Hoscamente.)  Cuando el sol pica, mejor se está a la sombra.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Por qué no se sientan?

PASOLARGO.-  Estamos bien...

DOÑA PERFECTA.-   (Con autoridad.)  Siéntense, digo.  (Siéntanse PASOLARGO y ROMERO junto a la mesa. CABALLUCO en el centro de la escena. Entre este y DOÑA PERFECTA, que está a la derecha, alguna distancia. LICURGO permanece en pie detrás del sillón que ocupa DOÑA PERFECTA.) 

MARÍA REMEDIOS.-  ¿Querrán tomar alguna cosa?  (A una seña de DOÑA PERFECTA se va REMEDIOS, y vuelve al poco rato con botellas, copas y azucarillos.) 8

DOÑA PERFECTA.-  Dime, Cristóbal, ¿es cierto que ayer te abofetearon unos soldados...?

CABALLUCO.-   (Con fiereza, levantándose.)  ¡A mí...!

DOÑA PERFECTA.-   Hombre, yo no lo afirmo; te lo pregunto.

PASOLARGO.-  Hay envidias, Cristóbal.

DOÑA PERFECTA.-  Yo no lo he creído; pero tampoco extraño que las malas lenguas, que siempre te respetaron, se atrevan ahora contigo.

CABALLUCO.-  Señora; salvo el respeto que debo a usted, que es mi madre... más que mi madre... mi reina.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Jesús!

CABALLUCO.-  Salvo el respeto digo...  (Premioso.)  digo que el que ha dicho eso, miente como un... Es que han dado en hablar de mí, en traerme y llevarme... Saben   -74-   mi genio... Tiene uno su historia, pues... Nada, que quieren tomarme por monigote para revolver el país... Bien está Pedro en su casa, señora y caballeros. ¡Que ha venido la tropa!... Malo es; pero ¡qué remedio! ¡Que han quitado al alcalde y al secretario y al juez, y viene mañana otro juez...! Malo, malo. Por mí, que se los trague la tierra. Pero di mi palabra, y la palabra de un hombre...  (Rascándose.)  la palabra dada... es el honor en prenda... y esto no se desempeña con dinero, sino con la... Ea, que soy bruto, no sé expresarme; pero a caballero no me gana ni el que inventó la caballería.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Caballería! ¡Ah! la de Orbajosa, no está ya más que en los libros de mi hermano. En las almas, ya no existe. ¿A dónde han ido a parar el orgullo, la altivez, la vergüenza, que fueron patrimonio de esta tierra?

PASOLARGO.-    (Levantándose como movido de un resorte.)  ¡Viva la señora! Lo que ha dicho es oro molido... No se dirá por mí que no hay vergüenza, pues no estoy con los Aceros, porque... tengo tres hijos pequeñitos... ¡Ea, no importa! La vergüenza es antes que los hijos, porque ¿de qué valen estos si no tenemos un pedazo de honor que dejarles? ¡Fuera melindres! Allá va Pasolargo... Pero tú por delante, Cristóbal. Valiente llama valiente... No canso más.

MARÍA REMEDIOS.-    (Que está en el foro, vigilando la puerta.)  Eso es un hombre...

DOÑA PERFECTA.-    (Mandándole sentarse y tener calma.)  No nos asustes, Pasolargo. Y tú, ¿has dado también tu palabra al Gobernador?

PASOLARGO.-  ¿Palabricas yo? No señora.

ESTEBAN ROMERO.-   (Vivamente.)  ¡El Gobernador! No hay en toda la tierra tunante que más merezca un tiro. Gobernante y Gobierno, todos son unos. Por esta,  (Besándose los dedos.)  yo,  (Se levanta.)  Esteban Romero, a quien llaman las historias el Terror de Villajuán, digo   -75-   que no iré nunca con los Aceros: soy yo más. Con Cristóbal sí, con Cristóbal al fin del mundo. Que diga este media palabra, y hoy como ayer, aquí está Romero. He dicho.  (Se sienta.) 

DOÑA PERFECTA.-  Donde no hay acciones; un buen deseo es muy de alabar... ¿Tampoco tú diste palabra...?

CABALLUCO.-   (Que ha oído lo anterior, ceñudo y metido en sí, la vista fija en el suelo.)  Yo di mi palabra... porque la di... Yo prometí que ni yo ni mis amigos levantaríamos partidas, porque el tal me llamó y me dijo: «Ramos, ya ves, yo... que tal... El gobierno que tal, y yo... porque ya ves, el país y que tal... vamos, tú puedes, y que tal... conformes... el Gobierno... confianza, y que tal...». Esto me dijo. Por lo cual, a todo el que le retoza la guerra en el cuerpo, le digo: «vete con Acero, si no puedes aguantar más, que yo... de esta agua no beberé...». Y por ahí está mi gente, desparramada en tierras, caseríos y montes circunstantes, haciendo de corazón tripas, comiéndose el coraje, y en espera de que Caballuco les diga...

DOÑA PERFECTA.-    (Interrumpiéndole.)  Pero tú no les dirás nada, pobrecito, y haces bien. Tú, en tu casita, hecho un patriarca. Tu puchero, tus gallinas, tu caña de pescar... ¡Ay, hijo, para ti es la vida! ¿De qué te sirve a ti la gloria, que no es más que humo, vanidad?

CABALLUCO.-   (Nervioso y queriendo contenerse.)  No me venga la señora con gramáticas, porque si no salgo es porque no quiero salir; y si quiero que haiga partidas las habrá como espuma, y si no quiero, no... Y lo que vuelvo a decir...  (Dándose golpes en el pecho.)  ¡Yo soy... yo! A mí con claridades; con gramáticas no.

DOÑA PERFECTA.-   ¿Claridades quieres? Pues toma. Creo yo que con tantos humos no sirves para nada.

CABALLUCO.-   (Dolorido del acerbo juicio.)  Bien sabe la señora quién es Caballuco, guerrillero muy nombrado... cuando Dios quería. Hablen lenguas y canten papeles.   -76-   Yo respeto a la señora, y la quiero más que a las niñas de mis ojos.

DOÑA PERFECTA.-  Gracias.

CABALLUCO.-   (Con emoción.)  Porque a la señora debo el pan que hoy como, y el que comí cuando niño, y la vida de mi padre viejo... y la caja en que enterraron a mi madre... y todo lo que soy y todo lo que tengo. Y sí la señora me dice: «Cristóbal, rómpete la cabeza», voy a aquel rincón, y contra la pared me la rompo... Bien sabe la señora que sí ahora dice ella que es de noche, yo, aunque vea el sol, creeré que es noche obscura. Bien sabe la señora que ella, y su hacienda y familia, son antes que mi vida. En fin, que la quiero más que cuanto hay en el mundo. A un hombre de tanto corazón, se le dice: «Caballuco, so bestia, hijo mío, haz esto, o haz lo otro...» pero no se le pincha con un mete y saca de retóricas al revés.

DOÑA PERFECTA.-   Vamos, hombre, sosiégate.

PASOLARGO.-  Lo que dice la señora...

ESTEBAN ROMERO.-  Cristóbal, no te sofoques...

EL TÍO LICURGO.-  ¡Vaya un temple de hombre!

MARÍA REMEDIOS.-   (Pasa al centro.)  Toma agua.

DOÑA PERFECTA.-  No, dales vino.  (REMEDIOS les sirve, y beben.)  Yo no puedo, en asunto tan grave, decir a ustedes que salgan ni que no salgan. A ti, Cristóbal, te concedo que tienes un gran corazón. Consulta a ese juez, y haz lo que te diga.

ESTEBAN ROMERO.-  Los de Naharilla baja nos contamos ayer. Somos treinta, propios para cualquier cosa mayor. Pero temíamos que la señora se enfadara. Es tiempo de la trasquila.

DOÑA PERFECTA.-  Hay que trasquilar por otro lado.

EL TÍO LICURGO.-  Pues mis hijos están con hormiguilla. El demonio que los ataje. Si Caballuco se sacude las pulgas y sale, ellos detrás como unos ángeles muy brutos.

PASOLARGO.-  ¡Lástima que los Burguillos, a quienes, por lo   -77-   valientes, el mesmo Cid podría descalzar el zapato, se hayan ido a labrar las tierras de Lugarnoble.

DOÑA PERFECTA.-  Las labraremos en otoño. Decidles que vengan.

EL TÍO LICURGO.-  Bien fácil es. Monto en la jaca, y antes de media noche estoy allá.

ESTEBAN ROMERO.-  Yo, a quien primero avisaría es a Robustiano Guerra, que rabia de ganas...

DOÑA PERFECTA.-   Robustiano no se atreve a venir acá, porque me debe un piquillo... Si le ves tú, puedes decirle que se lo perdono.

CABALLUCO.-   (Poniendo el vaso en la mesa con fuerte golpe.)  En fin, que se nos manda que salgamos. Las cosas claras...

DOÑA PERFECTA.-  Yo no puedo ni debo mandártelo.  (Se levanta. Todos en pie.)  Sólo os diré una cosa, hijos míos. Creo que nos aguardan días terribles, si no se corta el paso a la invasión.  (Con acento solemne.)  Presenciaremos, ¡ay! escenas vergonzosas y sacrílegas, atropellos, deshonras, muertes, fieros males... Al que defienda la justicia, los buenos le bendecirán. Si vive, gloriosísima será su vida. Si muere, muerte feliz y redentora será la suya. Su nombre será guardado por las generaciones como santa memoria...

PASOLARGO.-   (Frenético.)  ¡Viva Orbajosa y muera la nación!

ESTEBAN ROMERO.-  ¡Viva!

DOÑA PERFECTA.-    (Asustada.)  ¡Silencio... por Dios...! Pueden oír de fuera.

MARÍA REMEDIOS.-  Callarse. Hablen bajito.

CABALLUCO.-    (Pausa. Todos se fijan en él y esperan con ansiedad lo que va a decir.)  Señora, amigos: Cristóbal Ramos no consentirá que nadie le eche el pie adelante en la defensa de lo bueno. Oyendo a la señora, paréceme que corre fuego, que no sangre, por estas venas mías; que mi pensamiento es un rayo, y que el golpetazo del corazón se ha de oír al otro lado del mundo... ¿Hay desafueros? ¿Hay tropelías? ¿Nos pisan, nos deshonran, nos saquean?   -78-   Pues las demasías del contrario desempeñan mi palabra, y soy libre, esclavo no más que del deber y de mi conciencia guerrera. Al campo, al combate. Es mi sino correr y trotar por la querida tierra de Orbajosa. ¡Oh, tierra mía bendita, llena de huesos de valientes! En ti, peleando sin tregua, quiero dejar también los míos.

TODOS.-  ¡Morir no!

DOÑA PERFECTA.-  Di vivir y triunfar.  (Levántase y le pone la mano en el hombro.)  Cristóbal, eres grande.

CABALLUCO.-  Grandísimo por el corazón, por el desprecio de la vida, por...

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Viva Orbajosa y muera la nación!  (Todos en pie vociferan.) 

DOÑA PERFECTA.-  Silencio, calma, no alborotar. Retírense, pues ya saben que pueden contar con este.  (Por CABALLUCO.)  La reunión debe darse por terminada.  (A LICURGO.)  Ya sabes, vas en busca de los Burguillos.

EL TÍO LICURGO.-  Sí señora.

CABALLUCO.-   (Dando órdenes como un general en jefe.)  Que estén en Mundogrande a la madrugada. Al que me falte... ¡rayo!...  (A LICURGO.)  Oye... Y llévate a tu hijo contigo.

EL TÍO LICURGO.-  ¿Juanico?

CABALLUCO.-  Sí: y le mandas a avisar a los de Villajuán.

EL TÍO LICURGO.-  Señora, ¿oye?

DOÑA PERFECTA.-  Sí, sí, llévatelo: no me hace falta.

ESTEBAN ROMERO.-  Y yo voy en busca de Robustiano.

CABALLUCO.-  Sí; en Mundogrande todo Dios. Que me esperen allí.

PASOLARGO.-  ¿Cuándo irás?

CABALLUCO.-  Cuando arregle a mi gente de aquí. Mañana.  (Siguen hablando.) 

MARÍA REMEDIOS.-    (A DOÑA PERFECTA.)  Señora, que se llevan también a Juanico.

DOÑA PERFECTA.-  Él lo manda.

MARÍA REMEDIOS.-   (Alarmada.)  La casa sola.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Qué importa? Ya no temo nada. Se acabó el miedo.

  -79-  

MARÍA REMEDIOS.-  Ay, el mío no.

CABALLUCO.-  Yo estaré aquí esta noche. Si algo ocurre... cuenta conmigo. Con que... pocas palabras ya... ¡hala!

EL TÍO LICURGO.-  ¡A Lugarnoble!

PASOLARGO.-  ¡A Mundogrande!

ESTEBAN ROMERO.-  Mañana arde Troya.

PASOLARGO.-  ¡Que nos echen soldados! ¡Que traigan, que traigan!...

CABALLUCO.-  Callar, callar. No olvidéis las virtudes del guerrillero, el valor y el silencio.

PASOLARGO.-   (A media voz, pero con gran esfuerzo de pulmones.)  ¡Viva la señora!

DOÑA PERFECTA.-   No, no...  (Mandando callar y denegando con el brazo.) 

ESTEBAN ROMERO.-  ¡Que viva!  (No pudiendo gritar, agitan los brazos y se retiran lentamente.) 

DOÑA PERFECTA.-  No me aclaméis a mí, que nada soy, ni nada valgo.

MARÍA REMEDIOS.-  Que vivan ellos, ¿verdad?  (Quiere gritar.) 

DOÑA PERFECTA.-   (Tapándole la boca.)  No grites... Nuestra única misión es... rezar por todos.



 
 
FIN DEL ACTO TERCERO
 
 


  -[80]-     -[81]-  

ArribaActo IV

 

Sala en el piso bajo de la casa de DOÑA PERFECTA. Al fondo una gran puerta que da a la huerta y jardín.

   

Puertas laterales, y a la izquierda una reja pequeña, que da a la calle. En el foro derecha, reclinatorio delante de un altarito con la imagen de la Virgen, alumbrada por una lamparita.

   

Sofá grande hacia la izquierda, de frente al público.

   

Es de noche. La escena está alumbrada únicamente por la lámpara colocada ante la Virgen.

 

Escena I

 

ROSARITO, acostada en el sofá, durmiendo; envuelta en el mismo chal blanco con que sale en el acto segundo; DOÑA PERFECTA, que aparece por la derecha, con una luz en la mano, y un manojo de llaves.

 

DOÑA PERFECTA.-  ¿Duerme o finge dormir?  (Con tristeza.)  ¡Ah...! ese amor absurdo ha enseñado a mi pobre ángel muchas cosas malas, el disimulo, artes de fingimiento malicioso, que en otras circunstancias no serían graves, ahora sí.  (Deja la luz y contempla a su hija más de cerca.)  Duerme de veras. El cansancio, el tedio, el insomnio de anoche, pueden más que su inquietud... Duerme, hija mía, descansa... Yo velo por ti. De esa loca inclinación te curará la ausencia, el olvido, sí... Y volverás a ser dichosa, y comprenderás qué madre tienes, y de qué abismo de perdición ha sabido apartarte...  (Se aproxima al sofá, inclinándose y mirando a su hija con amor.)  Hija querida, ¿dónde está, dónde, aquella conformidad dulcísima entre tus pensamientos y los míos...?  (Se arrodilla ante ella.)  Vuelve a mí, vuelve, paloma extraviada en los aires, vuelve al nido y   -82-   al seno de tu madre amorosa, que te adora.  (Le toca el rostro suavemente para no despertarla.)  Tu vida y tu amor me son tan necesarios como tu obediencia, porque te he criado para mí, para mirarme en ti, y ahora me miro... y no me veo.  (La besa en la frente, tocándola apenas con sus labios.)  ¡Qué dulce es besarte, y cómo se refresca el alma, abrasada de estos rencores...! Y tus manos qué suaves...  (Se las besa.)  ¡Cuándo volverán a acariciarme...! ¡Que no fueran siempre manos juguetonas... y tú siempre niña, siempre...!  (Creyendo oír ruido en el exterior de la casa, levántase sobresaltada.)  ¡Oh... qué es eso!  (Corre a la ventana.)  Nada... no hay nadie... No tengo miedo, no. No debo tenerlo.  (Infundiéndose valor.)  Pasa pronto, noche de ansiedad... Mañana... estaremos lejos.  (Coge la luz, y haciendo pantalla con su mano, para que la claridad no dé en el rostro de su hija, atraviesa la escena.)  Duerme, amor mío, y que en tu sueño te visiten los ángeles, y te inspiren la obediencia, la santa obediencia.  (Se va lentamente, sin hacer ruido, por la derecha.) 



Escena II

 

ROSARITO, que durante la anterior escena fingía dormir, y espía la salida de su madre. Cuando la siente salir, alza la cabeza y escucha.

 

ROSARITO.-  Se fue... sí... la siento en el comedor... ¡Qué miedo tan horrible cuando se arrodilló aquí, y me besó la frente, las manos...! Creí morirme. ¡Qué ansiedad!  (Se va incorporando.)  ¡Si se le ocurre entrar la mano aquí,  (En el seno.)  y quitarme mi libro...!  (Tocándose el pecho con mucha inquietud.)  No, no... aquí está.  (Besa el librito, y después lo abre.)  Y la carta... aquí está. Se me ha olvidado la hora. ¿Decía las diez, las once?  (Corre al otro lado, y a la luz de la lámpara lee:)  «Las doce», dice las doce. Lo demás me lo sé de memoria.  (Repitiendo la carta.)  «Tu madre no cede... Quiere huir contigo... Antes huiremos nosotros de ella... Ten valor... Espérame...».  (Mirando consternada   -83-   a las puertas y a la ventana.)  ¿Pero cómo saldré, Dios mío...? ¡Imposible...! Mi madre no duerme...  (Escuchando por la derecha.)  Desde aquí la siento echando llaves... llaves... Hasta esta noche, nunca me fijé en el sinnúmero de llaves que tiene esta casa.  (Escuchando otra vez.)  Y cerrojos, y cadenas... Cárcel es esto, panteón, no sé qué... Sospecho que mi madre ha dispuesto partir de Orbajosa...  (Espantada.)  ¡Oh! no, yo no... Con ella no... Aquí le espero... Él sabrá cómo entra, y cómo salimos...  (Con gran confusión y aturdimiento.)  Arde mi cabeza... Me vuelvo loca.  (Tocándose el corazón.)  ¡Qué opresión aquí! Parece que la vida se me acaba... ¡Valor! Hay que tenerlo a todo trance, aunque después me muera.  (Dirígese a la reja de la izquierda.)  Por esta reja he de ver si aún rondan la calle Remedios y Cristóbal...  (Después de observar un momento.)  No veo nada... En la huerta, todo es tinieblas y un silencio de Camposanto.  (Vuelve al proscenio.)  ¡Oh, Dios mío, no me abandones!  (Dirígese al altarito.)  Y tú, madre mía, ábreme un camino en esta soledad pavorosa,  (Se arrodilla: aparece DOÑA PERFECTA por la derecha, y avanza cautelosamente, sin que su hija la vea.)  aliéntame con tu mirada, envuélveme en tu manto... Y vosotros, angelitos que estáis a sus pies, prestadme vuestras alas...  (Siente la proximidad de su madre, y dando un grito de terror, se vuelve hacia ella.)  ¡Ah!



Escena III

 

DOÑA PERFECTA; ROSARITO.

 

DOÑA PERFECTA.-  Alma mía, ¿por qué te asustas?

ROSARITO.-  No sé... creí...

DOÑA PERFECTA.-   Sosiégate. Pronto sacaré yo a mi niña de esta ansiedad. Antes de amanecer, nos vamos a Lugarnoble. Tu tío ha salido para prepararlo todo. No hay tiempo que perder. Esta noche no se duerme.

  -84-  

ROSARITO.-  (¡No se duerme!).  (Aterrada.)  ¿Dices que... a Lugarnoble?

DOÑA PERFECTA.-  A nuestras queridas montañas.

ROSARITO.-  ¡Allá...! ¡Mamá, por Dios! Camino de la montaña van a estas horas todos los paisanos armados... No me lo niegues...

DOÑA PERFECTA.-    (Sorprendida.)  ¿Cómo sabes...?

ROSARITO.-  Lo sé... sí... ya ves cómo lo sé todo. La espantosa guerra estallará mañana. ¡Desdichado suelo... raza infeliz!

DOÑA PERFECTA.-    (Con frialdad.)  Si es así, Dios lo ha permitido para confundir la iniquidad.

ROSARITO.-  Ellos no querían guerra. ¿Quién les ha instigado a la rebelión?

DOÑA PERFECTA.-  ¿Quién? ¡Qué candidez la tuya! Cuando la impiedad y la corrupción extienden su imperio, la guerra arde por sí sola, sin que nadie se tome el trabajo de encenderla. Pero no nos entretengamos. Estaremos dispuestas antes del alba... Ven... subamos...

ROSARITO.-    (Inquieta y turbada.)  Aguarda... tengo que decirte...

DOÑA PERFECTA.-  ¿Qué?

ROSARITO.-    (Resolviéndose tras penosa lucha interior.)  Mamá mía, perdóname... y que me perdone Dios lo que voy a decir, y me dé fuerzas para decirlo... Madre, madre querida, no puedo obedecerte.

DOÑA PERFECTA.-   ¡Que no me obedeces!

ROSARITO.-  No puedo: una obediencia superior me lo impide...

DOÑA PERFECTA.-   ¿Hay algo que obligue más que el respeto filial?

ROSARITO.-  Sí, sí; otro respeto, otro amor...  (Luchando por buscar la expresión propia.) 

DOÑA PERFECTA.-  ¡Oh, no me hables así!  (Recobrando su entereza.)  Estás alucinada, trastornada... Vuelve en ti, amor mío.

ROSARITO.-    (Fatigada, con acento de congoja.)  No... no estoy alucinada... Es que Dios me ilumina en este trance terrible... Veo claro, como los moribundos. Sé que Dios, siempre misterioso, incomprensible en su   -85-   justicia, permite que en estas infames discordias, perezcan, antes que los culpables, los inocentes.

DOÑA PERFECTA.-   (Vivamente.)  Los inocentes no.

ROSARITO.-  Los inocentes sí... Él, yo quizás, los dos... Toda causa grande y noble tiene sus mártires... tú me lo has dicho... La causa de la paz los tendrá también.

DOÑA PERFECTA.-    (Inquieta.)  ¡Oh, Rosario, vida mía!... Arranca de tu pensamiento esas ideas lúgubres.

ROSARITO.-  Quítamelas tú.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Cómo?

ROSARITO.-  ¿Dices que deliro?

DOÑA PERFECTA.-  Sí...  (La toca.) 

ROSARITO.-   (Con la mirada extraviada.)  Pues en mi delirio he visto...

DOÑA PERFECTA.-  ¿Qué?

ROSARITO.-    (Con misterio.)  He visto a Remedios y a Cristóbal rondando esta calle... a primera hora de la noche. O preparan una emboscada, o acechan el paso de...

DOÑA PERFECTA.-  Silencio... ¡qué desvarío...!

ROSARITO.-  Después... no hace mucho... les vi deslizarse junto a la tapia de la huerta... y perderse en la sombra...

DOÑA PERFECTA.-  ¿Y qué? Velan por mi seguridad. ¿Pero qué temes tú? ¿Quién puede interesarte más que yo misma y nuestra casa y...?  (Recelosa, mirándola fijamente.)  ¡Rosario!

ROSARITO.-  ¡Indigno espionaje! Mamá, por Dios, dime que tú no lo has ordenado, que no lo consientes, que...

DOÑA PERFECTA.-  Consiento que mi casa sea vigilada.

ROSARITO.-    (Coge a su madre de la mano y quiere llevarla por la derecha.)  Pues si esos locos rondan la calle todavía, mándales que se retiren.

DOÑA PERFECTA.-    (Soltándose.)  ¡Que se retiren!  (Mirándola fijamente, con severidad.)  ¡Ah, ya comprendo...! Me preparas una traición... lo veo, lo estoy viendo. Tu inexperiencia del mal te ha vendido...  (Con ira y viveza.)  Confiésamelo... confiésalo pronto, arrepiéntete, y te perdono.   -86-   Olvidada de tu decoro y el mío, has caído en la infame tentación de huir de mi casa, de huir con él.

ROSARITO.-    (Con repentina efusión, arrodillándose.)  Sí... ya ves... te lo confieso. No quiero mentir.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Y él te lo propuso... y él vendrá a buscarte!

ROSARITO.-  Sí, sí. Y yo iré con él al fin del mundo.

DOÑA PERFECTA.-  ¡Oh, no te llevará, no! ¡Aquí, sola, indefensa, me dejaré hacer trizas antes que consentirlo!  (Óyese un fuerte aldabonazo.)  Que no abran.

ROSARITO.-    (Escuchando.)  Han abierto ya...

DOÑA PERFECTA.-  ¿Quién puede ser?...



Escena IV

 

DOÑA PERFECTA, ROSARITO, MARÍA REMEDIOS, PEPE REY.

 

MARÍA REMEDIOS.-    (Dentro, dando golpes en la puerta del fondo.)  ¡Señora... soy yo... Remedios!  (DOÑA PERFECTA descorre el cerrojo y abre.)  Ahí está.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Quién?...

MARÍA REMEDIOS.-  El enemigo... Entró por la puertecilla de abajo.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Solo?

MARÍA REMEDIOS.-  Solo... Fuera... en la calzada un coche... militares...

DOÑA PERFECTA.-  ¿Y Cristóbal?

MARÍA REMEDIOS.-  Aquí... Entramos juntos... Ha pasado a la huerta.  (Las dos en la puerta del foro.) 

DOÑA PERFECTA.-  No veo nada.

MARÍA REMEDIOS.-    (Mirando en la obscuridad.)  Yo sí... Él es... hacia aquí viene...  (Gritando.)  ¡Cristóbal... aquí... junto a los cipreses!... ¡Que matan a la señora!

DOÑA PERFECTA.-  ¡Cristóbal, defiéndeme!

MARÍA REMEDIOS.-  ¡Mátale!  (Suena un tiro. Pausa.) 

ROSARITO.-  ¡Ah!  (Quédase aterrada y sin movimiento.) 

MARÍA REMEDIOS.-  Uno ha caído.

DOÑA PERFECTA.-  ¿Quién?

MARÍA REMEDIOS.-  No sé... se levanta...

  -87-  

ROSARITO.-    (Exaltada, corriendo a la puerta.)  ¡Aquí, aquí!

DOÑA PERFECTA.-    (Deteniéndola.)  No, no salgas.

PEPE REY.-   (Aparece en la puerta, herido, la mano en el pecho.)  ¡Rosario!

ROSARITO.-    (Acude a él, y le abraza. DOÑA PERFECTA, paralizada por el terror, no se atreve a acercarse al grupo.)  ¡Esposo mío!

PEPE REY.-  Sígueme... ven...  (Vacilante.) 

ROSARITO.-  Contigo... contigo... sí... vamos...

PEPE REY.-    (Con voz de moribundo.)  A la... eternidad...  (Cae muerto.) 

DOÑA PERFECTA.-   (Con desesperación.)  ¡Misericordia, Señor, misericordia... para ellos... y para mí!



 
 
FIN DEL DRAMA
 
 




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