Para que sepas mejor |
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cuanto debes a mi pecho, |
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quiero acordarte, Alejandro, |
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los servicios que te debo. |
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Lo primero, mi corona |
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debe a tu sabio gobierno |
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la quietud de mis estados, |
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la firmeza de mi imperio. |
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Cuantos enemigos míos |
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movieron contra mi reino |
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el impulso de sus armas, |
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tu brazo los ha deshecho. |
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No he tenido yo en mi vida |
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gusto, triunfo ni sosiego, |
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que de tu fe no haya sido |
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o disposición o
empeño. |
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Y sobre tantas finezas, |
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cuando, asegurado el cetro, |
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lograba en paz sus aplausos, |
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trataste mi casamiento. |
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Con tu tío el rey de
Creta |
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dispusiste, amigo y deudo, |
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que a su hija por esposa |
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me diese; y tú mismo
luego |
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trajiste de allá a tu
prima |
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la Duquesa, a quien, por
dueño |
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mío y de Atenas, hoy
pago |
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la estimación que la
debo. |
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No te sabré encarecer |
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el gusto, amigo, el contento |
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con que en tranquilos amores |
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viví los años
primeros. |
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Yo me casé enamorado; |
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halló en mi esposa el
deseo |
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discreciones para el alma, |
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hermosura para el cuerpo, |
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finezas para el cariño, |
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atención para el
respeto, |
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agasajo para el trato, |
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viveza para el ingenio, |
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modestia para los ojos, |
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dulzura para el afecto, |
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y un amor correspondido, |
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en quien se encierra todo
esto. |
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Mira cuál sería el
gusto |
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en que vivía mi pecho, |
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logrando en paz un amor, |
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sin el susto de unos celos, |
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las dudas de la esperanza, |
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la desazón del despego; |
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dos voluntades conformes, |
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en un logro dos deseos, |
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dos almas en una vida |
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y dos puntos en un centro. |
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Yo, triunfante, poderoso, |
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amado, temido, quieto, |
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rico, alegre y aplaudido, |
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y por más feliz
extremo, |
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con una esposa a mi gusto, |
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tres años de gloria
fueron; |
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que si no es el cielo
así, |
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esto en la tierra es el cielo. |
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¿Quién pensar puede,
Alejandro, |
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que pudiera haber suceso |
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con que en mí entrasen las
penas, |
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sin faltarme nada desto? |
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Pues para que nadie tenga |
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confianza en los contentos |
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desta vida, mi destino, |
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o mi desdicha, o el cielo |
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(que el secreto se reserva) |
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halló entre estas dichas
medio |
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con que, sin faltarme nada, |
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me faltase todo a un tiempo. |
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Yo fui poniendo los ojos |
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en una dama, en quien tengo |
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hoy el alma; y al principio |
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prevenir no supe el riesgo. |
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Después que quise, no
pude; |
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que el albedrío no es
dueño |
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de quitar la
inclinación; |
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que el proporcionado objeto |
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de la voluntad la llama, |
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y ella va tras él. Y en
esto |
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tiene imperio el
albedrío, |
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mandando al entendimiento |
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que enfrene la voluntad; |
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mas si no se hace con tiempo, |
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si después no es
imposible, |
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es difícil a lo menos; |
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que es lo mismo que una piedra |
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o cualquiera grave peso, |
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que va a caer, si al instante |
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de perder aquel asiento, |
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de donde cae se detiene, |
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se puede con poco esfuerzo |
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detener; mas si se intenta |
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parar cuando va cayendo, |
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mientras más va es
más difícil; |
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y sin muchísimo riesgo, |
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no hay quien la pueda parar |
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hasta llegar a su centro. |
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No es, Alejandro, mi culpa |
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el amar a otro sujeto, |
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debiendo la estimación |
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que a mi esposa nunca pierdo. |
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Ni el no enfrenarme, tampoco; |
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porque ya, amigo, me veo |
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como cuando tan abajo |
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va ya la piedra cayendo, |
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que el tenerla es imposible, |
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o tan difícil, que temo |
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morir si intento pararla. |
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Y demás deste recelo, |
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cuando detenerla intente, |
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ni a querer hacerlo acierto, |
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ni sé si podré,
aunque quiera; |
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y si podré, no me
atrevo. |
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La culpa de mi temor |
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(que tenértele
confieso) |
|
es valerme yo de ti |
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para tan injusto intento; |
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pues siendo tú de mi
esposa, |
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en la atención que la
debo, |
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tanta parte, por padrino, |
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por su sangre y por ti mesmo, |
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fuera mucha demasía |
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del poder, pensar que puedo, |
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sin recelo, hacerte yo |
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de sus ofensas tercero. |
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Pero yo estoy, Alejandro, |
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tan sin mí, tan sin
aliento, |
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que cualquier mal es alivio, |
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comparado al que padezco. |
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Yo muero, y como el bajel |
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en la tormenta me veo, |
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que despalmado y sin jarcias, |
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rotos árboles y
lienzos, |
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cubierto de cualquier ola, |
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teme en ella el movimiento; |
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y cuando el furioso embate |
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de las aguas y los vientos, |
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por juego de la fortuna, |
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dan con él de riesgo a
riesgo, |
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descubre el puerto enemigo, |
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adonde perder es cierto |
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libertad, fama y riqueza; |
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mas teniéndolo por
menos, |
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por salir de aquel peligro, |
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toma por sagrado el puerto. |
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Tú eres, Alejandro
amigo, |
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quien puede al mal en que peno |
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dar alivio; tú ser
puedes |
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de mi aflicción el
consuelo. |
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Mas para que tú
conozcas |
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que no del todo te
empeño |
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tan sin razón, deste
amor |
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que te he tenido encubierto |
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tiene noticia mi esposa; |
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que son agudos los celos, |
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y me ha leído en los
ojos |
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lo que escribió el alma
dentro. |
440 |
Ella sabe a quién
adoro, |
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o lo presume a lo menos; |
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que en la falta del
cariño |
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ha sido aviso el despego |
|
para que ella lo
averigüe. |
445 |
No sé, cuando considero |
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su discreción, su
hermosura, |
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su agasajo, sus afectos, |
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cómo pudo otra belleza |
|
triunfar de mis pensamientos. |
450 |
Mas la voluntad me arrastra, |
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ella me vence en efecto; |
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y no basta que los ojos |
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reconozcan el exceso |
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que hay de mi esposa a mi
dama; |
455 |
que el discurso haga
argumentos; |
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que la razón lo
condene; |
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porque contra todos ellos |
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vence en ella otro discurso |
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sofístico, que acá
dentro, |
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para convencerlos, hace |
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con tal arte, que yo pienso |
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que tiene la voluntad |
|
para sí otro
entendimiento. |
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Siendo así, pues, que mi
esposa |
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sospecha mi error, el medio |
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de valerme yo de ti, |
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Alejandro, es con intento |
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de quietarla en su sospecha, |
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de sosegarla en sus celos, |
470 |
y ya que no puedo el
daño, |
|
excusarla el sentimiento; |
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que habiendo de ser ingrato, |
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cuando yo tanto la debo, |
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quiero excusarla el disgusto, |
475 |
ya que la ofensa no puedo. |
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Padezca el mal sin dolor, |
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con el engaño viviendo; |
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que no ha de ser más mi
gusto |
|
porque ella padezca menos. |
480 |
Y ya que desta cadena |
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estoy oprimido, quiero, |
|
si he de ofender con el ruido, |
|
arrastrarla sin estruendo. |
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Tú, Alejandro, desde
aquí, |
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en público y en
secreto, |
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te has de declarar
galán |
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desta dama en el festejo, |
|
asistirla, enamorarla, |
|
avisándola primero |
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de tu fineza y la mía, |
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y en mi esposa, al mismo
tiempo, |
|
volveré yo a los
cariños |
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en que he estado tan suspenso. |
|
Que viendo ella mis finezas, |
495 |
y creyendo tus empeños, |
|
pasar no puede adelante |
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en su sospecha, sabiendo |
|
que tú y yo somos un
alma |
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de la mitad que tenemos. |
500 |
Sosegada su sospecha, |
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podré yo, sin darla
celos, |
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proseguir desta pasión, |
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desta llama, deste incendio, |
|
a tu sombra, el dulce alivio |
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que me da su ardiente fuego, |
|
hasta que beban los ojos |
|
su apetecido veneno. |
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Alejandro, esta fineza |
|
ha de hacer por mí tu
pecho, |
510 |
cuando no más, obligado |
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de que mi noble silencio |
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te ha callado esta
pasión |
|
por el justo sentimiento |
|
que te pudiera causar. |
515 |
Que te respeto confieso; |
|
que te he temido del modo |
|
que un príncipe de mi
aliento |
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a un vasallo como tú |
|
puede tenerle respeto. |
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Dos empeños hay que
muevan |
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tu obligación: el
primero |
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es hacer a la Duquesa, |
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si no el daño, el dolor
menos; |
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el otro, la confianza |
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que hace de tu fe mi pecho, |
|
porque el fiar yo de ti |
|
el ser, la corona, el cetro, |
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no es tanto como la dama. |
|
Y en ponerte en este
empeño, |
530 |
más de ti que de mí
fío, |
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porque es tan posible el
riesgo, |
|
que a dividirme yo en otro, |
|
no lo fiara a mí mesmo. |
|
Éste, amigo, es mi
temor, |
535 |
éste el agradecimiento |
|
que me debe tu amistad, |
|
éste el dolor que
padezco: |
|
mira tú la
obligación |
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que debes a mi tormento; |
540 |
y sin mirar mi grandeza, |
|
obra tú por tu respeto. |
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