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El lopismo de Jiménez Patón. Góngora y Lope en la «Elocuencia española en Arte»

Juan Manuel Rozas





La Elocuencia española en Arte es el primer libro de teoría literaria que otorga el principado de la poesía española a Lope de Vega. Su autor, el maestro Bartolomé Jiménez Patón, tiene indiscutiblemente el mérito (además de otros muchos, como gramático, ortógrafo, retórico y erudito, que la crítica no ha querido ver, cegada por la obra del Brocense, de la que en parte es deudor el manchego) de ser cronológicamente el primer retórico lopista y uno de los más apasionados de todos los tiempos. Y no sólo es admirador del Lope dramaturgo, sino más bien del Lope culto, lírico y épico, tan atacado en su tiempo por Góngora y por los aristotélicos, e incluso hoy día valorado con muchas limitaciones.

La amistad entre el dómine de Villanueva de los Infantes y el Fénix fue señalada no hace muchos años por Entrambasaguas, y desde entonces son varios los estudiosos que han aludido a ella. En 1933, Entrambasaguas1, al tratar de la participación del erudito en el Expostulatio spongiae, reunió la mayor parte de los elogios que a Patón dedicó Lope. Dos años después, Romera Navarro2 señaló, aunque sucintamente, la abundancia de textos lopianos que ejemplifican la Elocuencia, y copió un apasionado elogio en el que el autor explica el porqué del gran número de citas de Lope con que ilustra su obra. En 1944, Dámaso Alonso3, al estudiar los versos correlativos en la preceptiva de Patón, nota que la mayoría de los ejemplos de correlación allí dados son de Lope. Dos años más tarde publica Entrambasaguas la segunda edición del trabajo antes citado4 y, en una larga nota, amplía los datos que aparecían en la primera. El estudio más detenido de la Elocuencia lo ha hecho Vilanova en 19535. En él se ha detenido bastante en señalar las admiraciones literarias de Jiménez Patón, su lopismo y su antigongorismo. Su trabajo en este aspecto está tan bien enfocado que, de haber sido un estudio monográfico en vez de un capítulo de una extensa historia de la literatura hispánica, nosotros no tendríamos casi nada nuevo que aportar aquí.

A pesar de toda esta bibliografía, hemos creído que sería todavía interesante insistir en el tema: reunir estas aportaciones dispersas, darles una forma orgánica y precisar este interesante lopismo en un trabajo monográfico. Como Apéndice, estudiamos el valor de la Elocuencia como colección de textos perdidos, raros e inéditos hasta ella.




ArribaAbajoI

Pocas vidas tan dispares entre sí como las de Lope y Jiménez Patón. Lope, poeta genial que quiere ser erudito, hombre de fe profunda y vida moralmente escandalosa, hombre del día en la Corte, noticia literaria y picante siempre, es una figura antagónica a la de Patón, erudito que quiso ser en su juventud poeta y dramaturgo, hombre que no disoció jamás su fe de su moral, preceptor en un lugar de la Mancha, aislado y silencioso, de donde salieron pacientemente sus obras, mientras dedicaba su vida a la enseñanza.

Entre estos dos hombres tan distintos hubo, sin embargo, una admiración mutua y una afinidad de gustos literarios. Ambos se encontraron en la encrucijada literaria que separa el renacimiento del barroco, aunque no podemos precisar cuándo y en qué lugar. Tal vez Patón estudió en el Colegio imperial de los jesuitas, en Madrid, pero siendo Lope siete años mayor que Patón, no creemos que coincidiesen en sus estudios. El preceptor, en su juventud, escribió cuatro comedias y un libro de versos, hoy perdidos6. Es seguro que estas aficiones dramáticas le pusieron en contacto con el teatro nuevo de Lope de Vega.

Lo cierto es que cuando en 1604 aparece su Elocuencia, es Lope, con mucho, su escritor preferido. Nada pudo halagar al genial vanidoso del «Fénix» más que el verse, como un clásico, ejemplificando la retórica española. Esta obra los pondría en contacto definitivamente, y así, Jiménez Patón, cuando poco después escribe su Perfecto predicador, tiene buen cuidado de enviarle a su amigo famoso el manuscrito para que lo juzgue y airee. El 23 de septiembre de 1607 Lope entregaba al «señor Don Fernando», el capitán de las milicias del Campo de Montiel, don Fernando de Ballesteros y Saavedra, traductor de la Comedia Eufrosina y autor de otras obras perdidas7, natural de Villanueva de los Infantes, donde tenía su cátedra Patón, la siguiente carta:

El libro del Predicador he visto, y queda conmigo en tal predicamento que si su dotrina se pusiese en prática, aun en esta santa Iglesia (con ser la prima de España, y aun de la christiandad, después de la de Roma) veríamos reformada la predicación. Es obra qual de su ingenio, y aunque a la inorancia del mío no se le puede pedir voto y parecer, osaré a lo menos afirmar que será de gran vtilidad para muchos, y estimada de todos, como también lo sienten amigos a quien lo he mostrado, principalmente el señor Doctor Don Rodrigo de Castro y Bobadilla, hermano del Conde de Lemos, Arcediano de Alcaraz, y el señor don Francisco Idiáquez, ambos canónigos desta santa Iglesia, y el Maestro Ioseph de Valdeuieso, Capellán mozáraue, y del Illustríssimo Cardenal y Arçobispo de Toledo. Todos dan por voto muy grandes alabanças, aunque ningunas lo son por deuerse a tan honrado trabajo; y quanto a la honra que se haze a nuestra nación, bastante se descubre en la Apología, que por ser tan conforme a mi opinión, quiero dezir menos de lo bien que me a parecido. Y porque vno de los pocos que en este siglo saben, tengo en más veneración que la multitud de ricos que el mundo precia, estimo en mucho la memoria que vuessa merced tiene de mí, y en más el ser Lucilo de tal Séneca, que con los alexandros desde tiempo, ser Ephestion. El señor Don Fernando está a cauallo, y aguarda, y el cielo se pone a llouer; esto impide el ser más largo; Él lo sea en dar a sus trabajos lo que merecen, y le guarde para que el mundo coxa el fruto, y España éste y la honra. De Toledo, y de Setiembre, 23 de 1607.- Lope de Vega Carpio.



Esta carta se publicó en 1612 en el Perfecto predicador8. Idiáquez y Valdivielso conocían ya la labor de Patón y habían publicado una canción alirada y un soneto, respectivamente, al frente de la Elocuencia española.

Dos años más tarde, publica Lope la Jerusalén conquistada. En ella encontramos de nuevo alabanzas para Patón:


Y la nueva Retórica diuina
De Ximénez Patón, a quien la fama
Con una letra más, Platón le llama9.



En 1618 apareció el Expostulatio spongiae. En él Patón y sus amigos publicaron, como es sabido, una gran cantidad de elogios al «Fénix», para contrarrestar los ataques a éste de los aristotélicos. Entre estos elogios figura un párrafo de la Elocuencia, del que luego hablaremos, traducido al latín10.

De 1621 es la segunda edición de la Elocuencia, incluida, como segunda parte, en el Mercurius Trimegistus11. Más adelante veremos -aquí sólo estudiamos la parte histórica de esta amistad-, cómo en esta segunda edición, no sólo se conserva la multitud de ejemplos de Lope, incluidos en la primera, sino que se tiene buen cuidado de añadir muchos fragmentos de la nueva obra importante de Lope, la Jerusalén conquistada, aparecida entre las dos ediciones.

El 12 de febrero de 1622 profesó Marcela, la hija poetisa del «Fénix», en las Trinitarias. Su padre nos cuenta en una epístola en verso, dirigida a Don Francisco de Herrera Maldonado, la brillante ceremonia. En esta carta, Lope recuerda de nuevo a Patón:


Allí nos acusó de barbarismo
Gente ciega, vulgar, y que profana
Lo que llamó Patón culteranismo12.



Esta interesante noticia, la de ser el preceptor manchego el inventor del término culteranismo, nosotros no podemos confirmarla. Al menos en las obras filológicas de este no aparece, pero no por eso podemos desecharla, sobre todo sabiendo que se han perdido algunas obras suyas; e incluso podemos pensar en que Lope supiese de esta invención por alguna carta o por comunicación oral.

Otra epístola de Lope se nos ha conservado dentro de la obra del preceptor. Es una carta-elogio fechada en Madrid a 5 de noviembre de 1627, en la que el «Fénix» se declara discípulo de Patón, despidiéndose con la fórmula: «Capellán y discípulo de V. M.» Se publicó, doce años después de escrita, en el Discurso de los tufos, copetes y calvas13:

Al Maestro Bartolomé Ximénez Patón, salud y todo bien, en su estudio de Villa Nueba de los Infantes. Señor mío, yo e passado este Discurso de v. m. co[n] notable gusto; porq[ue] hablando ingenuamente, y abstrayéndome de todo amor y lisonja, y aún del respeto y veneración que debo a v. m., es de lo mejor que a escrito, y yo he visto de otra pluma, y tanto más lo agradezco quanto la materia es peregrina. Enfado an dado a muchos doctos nobles, y hombres de seueridad española estos melindres, donde mexor se vsaran las armas, y con más reputación. Pero no será acertado, por agradar a pocos, disgustar a muchos; que a llegado (en este lugar particularmente) la insolencia a vsar los hombre[s] moldes, riços, aguas, azeytes, labores para el cabello, que no los pensó Mesalina, ni la famosa ramera de Corinto. Mas dizen que sobre aquellos afeites caen quanto es necessario las armas, como sobre antes duros, y lo creo, si da licencia Cipión, quando temió que se afeminaban los soldados en el ocio. Harto daría yo por verle impresso, y pues v. m. no a de pretender sino enseñar, publique este trabaxo q[ue] será lucidíssimo entre los muchos estudiosos co[n] q[ue] honra la patria, la erudición a sus discípulos; y a mí que me precio tanto en serlo, y que amo a v. m. como debo, y ruego a nuestro Señor alarge su vida veinte siglos, que en todo e por ventura no hallará quien le iguale, ni aun quien le imite. De Madrid, Nouiembre, 5 de 1627. Capellán y discípulo de v. m., Lope de Vega Carpio.



Por fin, en 1630, cuando Lope, ya en la vejez, hace recuento generoso de los escritores españoles, no olvida a su antiguo amigo; de él hace el siguiente apasionado elogio:


De hoy más, porque la envidia no se atreva,
Pues Jiménez Patón enseña y prueba
Que están en su retórica difusas,
Llámese Villanueva de las Musas,
Y no de los Infantes, Villanueva.
Las figuras confusas
Antes de su «Elocuencia»,
Con el sol de su ingenio y de su ciencia
Tan claros manifiestan sus secretos,
Que le deben colores y concetos
Cuantas plumas escriben
Y en la docta región de Apolo viven.
La elocuencia española,
Que fluctuaba entre una y otra ola.
Puerto agradezca a su valiente pluma,
Pues en cualquiera suma
Del que no sabe le hallará la nave,
Y para saber más, el que más sabe14.



A la vista de todos estos datos, sobre todo ante la lectura de las dos cartas y del epígrafe (véase nota 10) de la de 1607, que por ser tan interesantes hemos vuelto a editar a pesar de ser bastante conocidas, podemos afirmar que existió una correspondencia entre ambos. Pero ninguna carta, fuera de estas dos, conservadas en obras de Patón, nos ha quedado, lo que seguramente es una pérdida lamentable a la hora de estudiar las luchas literarias entre Lope y los aristotélicos, por un lado, y Lope y los culteranos, por otro. El «Fénix», que siempre buscó eruditos en quien apoyarse, encontró un buen baluarte en Jiménez Patón, gramático, retórico, humanista, y no dejaría, sabiendo la admiración que sentía por él, de contarle alguna cuita literaria en sus cartas.

La búsqueda de nuevos elogios o alusiones al «Fénix», en las restantes obras del preceptor, no ha dado ningún fruto.




ArribaAbajoII

Para calibrar hasta qué punto es lopista la Elocuencia, vamos a trazar lo que, según ella, por sus ejemplos, sería una historia de la poesía española.

Del siglo XV, recuerda (además de Juan del Encina como preceptista) a Garci Sánchez de Badajoz, Rodrigo de Cota y Juan de Mena. La cita de Cota es interesante, porque, siguiendo una tradición abierta en el siglo anterior15, le atribuye las Coplas de Mingo Revulgo: «Rodrigo de Cota en la Bucólica que hiço de Reuulgo, copla 25», y copia estos cuatro versos que, según la edición de Menéndez Pelayo16, pertenecen a la copla XXIII:


Ya conoces la amarilla
Que siempre anda galgueando,
Muerta, flaca, suspirando
Que a todos pone mancilla.



A Juan de Mena lo cita ocho veces, aunque no deja de reprenderle en alguna ocasión: «En sus Trecientas tiene muchos de estos vicios [cacosíndeton]»17. La copla 280, viene así en la Elocuencia:


Del nono Alfonso nos será menbrança
Que de la Nauas venció de Tolosa
Vna batalla tan mui haçañosa
Do fue más el hecho, que no la esperança18.



Patón incluye muchas veces pequeños fragmentos de romances anónimos. No viejos. Citando a veces un solo verso de ellos, nos ha parecido que no compensaba la localización (muy hipotética por otra parte) y el estudio de estos textos. Más adelante damos el número aproximado de citas de romances anónimos, sin hacer distinción (por la razón señalada) entre artísticos y viejos.

Se ha venido diciendo, desde Menéndez Pelayo, que Patón estuvo muy atento a los poetas del siglo XVI a la hora de ejemplificar su libro. Esto, con respecto a los líricos, es completamente falso; y aun en lo que se refiere a los épicos no es enteramente cierto, ya que de la Jerusalén conquistada, de Lope, hay más ejemplos que de todos los poemas épicos del siglo XVI juntos. Veámoslo detalladamente:

De Garcilaso sólo utiliza un ejemplo, elogiándolo de la siguiente manera: «el famoso toledano Garci Lasso de la Vega, cuia elegancia en decir (con raçon) los buenos ingenios admiran, pues escribió tantos años a con tanta perfeción», y copia la primera estancia de la canción segunda19. Se cita también a Castillejo20. A Don Diego Hurtado de Mendoza y a Fray Luis de León, a los que atribuye sendos sonetos, creemos que erróneamente, como detallamos en el Apéndice. A esta escueta nómina reduce los líricos de primera fila del siglo XVI.

Como poetas didácticos cita a Alonso de Barros, Cristóbal Pérez de Herrera y Francisco de Guzmán; como traductores de Petrarca y Virgilio, respectivamente, a Garcés y a Hernández de Velasco21.

Ante estos datos, en los que se nota inmediatamente la ausencia de Boscán, Cetina, Acuña, Aldana, etc., y sobre todo la de Fernando de Herrera, está claro que Patón no es un apasionado de los modelos del siglo XVI. Claro está que, para ejemplificar una retórica, le convenía elegir textos graves; y entonces se entendía por esto, sobre todo, textos épicos. Así, como ya notó Vilanova22, es a estos a los que dedica mayor atención. Barahona de Soto (siempre de su Angélica), Ercilla, Rufo y Zapata, ocupan un lugar bastante importante en el recuento de autores. Pero más adelante vemos cómo cuando encuentra poemas épicos de las generaciones siguientes, aunque sean de poetas de segunda fila, utiliza sus textos con mucha más profusión que los de los épicos del siglo XVI23.

Y llegamos a la generación que, nacida en la segunda mitad del siglo XVI, formará después, precisamente hacia los años en que Patón edita su Elocuencia, de la primera a la segunda edición, lo mejor del barroco. Es su propia generación. Una mirada a los textos de los poetas que nacen, aproximadamente, entre 1560 y 1580, nos da la clave de qué clase de poesía prefiere Patón para ejemplificar su libro. Nos encontramos allí a Lope, Liñán, Espinel, Valdivielso, Miguel Sánchez, Salas Barbadillo; a Góngora, a Quevedo, a Alonso de Ledesma, a Lupercio Leonardo de Argensola, etc. Obsérvese cómo están aquí representados los tres grupos más importantes de la lírica en ese momento. Si a esto añadimos que Patón no desdeña buscar ejemplos en la comedia nacional, nos encontramos con un panorama mucho más completo de la poesía del siglo XVII que la del XVI.

Un ejemplo llamativo de cómo Patón prefiere a los escritores contemporáneos, aunque sean de segunda fila, es Juan Yagüe de Salas. Una de las mayores novedades que presenta la edición del Mercurius con respecto a la de 1604 es la cantidad de textos nuevos que se incluyen de este poeta, que sólo dos años antes (1616) de tener preparada la segunda edición el preceptor, había publicado en Valencia, en casa de Pedro Patricio Mey, su poema Los amantes de Teruel. Yagüe, como se verá inmediatamente, es, después de Lope, el escritor más veces representado por sus textos en la Elocuencia. Además -y esto ya interesa directamente al tema de nuestro artículo-, es un declarado partidario de las ideas literarias de Lope de Vega, el cual publicó, al frente del poema de Los amantes, un soneto. En el prólogo al lector, Yagüe se muestra enterado de los ataques a la Jerusalén del Fénix. Y no obstante, sigue en su poema las mismas ideas, escudándose claramente detrás de Lope con estas palabras: «Bien sé que el prólogo que el famoso Lope de Vega hizo en su Jerusalén fue tipo de todos los prólogos de los poemas que después saliesen a luz, y especialmente de este mío, pues responde tácitamente a muchas objeciones a que yo había de responder, y así con él me amparo»24.

La estadística25 nos confirma plenamente las admiraciones de Patón:

El que más veces aparece citado, con mucha diferencia, es Lope de Vega. Su nombre, casi siempre acompañado de versos, lo encontramos 116 veces, es decir, un 36 por 100.

Juan Yagüe de Salas, siempre con versos de su poema Los amantes de Teruel, un 12 por 100.

Romances anónimos, 10 por 100.

Rufo, Zapata, Ercilla y Barahona, un 12 por 100 entre los cuatro (aproximadamente un 3 por 100 cada uno).

Góngora (14 veces; tres veces cita versos suyos sin mencionarlo, pero creemos que sabiendo quién es el autor), 4 por 100.

Juan de Mena, 2,5 por 100.

Quevedo, 2,5 por 100.

El propio Patón, 1,5 por 100.

Cejudo y Liñán, 1,5 por 100 cada uno.

Espinel y Argensola, 1 por 100 cada uno.

Zamora, el autor de La Saguntina, y el Licenciado Arias, 1 por 100 cada uno.

Los demás porcentajes son insignificantes. Corresponden a autores citados una sola vez (unos pocos, dos veces). En total suman un 12,5 por 100.

En resumen:

Del siglo XV (Juan de Mena)2,5%
Romances anónimos10%
Siglo XVI14%
Contemporáneos de Patón61%
87,5%




ArribaAbajoIII

Como es natural, estas cifras no nos dan sino una idea burda del problema. Si analizamos las citas gongorinas, estaremos más preparados para captar su lopismo.

Cuando aparece la primera edición de la Elocuencia (1604) todavía no se han publicado las Flores de poetas ilustres, de Espinosa, antología en donde Don Luis adquiere verdadera preponderancia como poeta. Tampoco ha dado a conocer sus poemas revolucionarios, el Polifemo y las Soledades. Cuando aparece la segunda edición, la incluida en el Mercurius (1621), lo principal de la obra de Góngora corre de mano en mano y el problema de culteranos y llanos está candente en la España literaria.

En la edición de 1604, Góngora aparece como un poeta satírico e ingenioso. Se copia parte de la letrilla Que pida un galán Minguilla26, en la que, por cierto, no vienen las estrofas en el orden acostumbrado, como puede verse en el Apéndice. Se cita también el romance Escuchadme un rato atento27, y se le enjuicia así: «En nuestro castellano se ha[n] hecho cosas de mucho artificio en este modo, qual es el soneto que hizo don Luis de Góngora, nueuo Marcial castellano, a la muerte de vna buena mujer», editando entero el soneto Yace debajo de esta piedra fría28. Mientras que de Lope se buscan numerosísimos ejemplos graves, del cordobés se traen, y en contadas ocasiones, epitafios agudos y letrillas burlescas.

Se pudiera pensar que en la segunda edición, cuando Góngora ya ha dado a conocer sus obras más importantes, el panorama de sus textos ha cambiado considerablemente, y que ahora Góngora estará representado digna y abundantemente. El panorama de sus textos sí es verdad que ha cambiado, pero no para mejorar mucho. En primer lugar, la letrilla ha quedado reducida al primer verso. Esto merece una explicación. Censuró la primera edición el Padre Castro. La censura, un tanto envidiosa, se copia en la segunda edición, juntamente con la réplica de Patón29. Una de las cosas censuradas era la inclusión de la letrilla: «yo quitara la letrilla de Don Luis y pusiera otra mejor»30. Patón, que fue siempre muy independiente de criterio y que muchas de las censuras de Castro las rebate totalmente, incluso con ironía31, dice en la defensa: «La letrilla de don Luis de Góngora se a quitado, y se han puesto en vez della exemplos mui graues en prosa de Frai Luis de Granada y otros autores clásicos de nuestra lengua»32. Esto último no es del todo cierto. Patón, que quería ejemplificar con versos, a instancia de Castro, pone algunos ejemplos en prosa, pero estos, como ya hemos visto, son insignificantes al lado de la poesía. Sin embargo, no tiene inconveniente en quitar una composición de las más famosas del cordobés. También el soneto Yace debajo de esta piedra fría queda reducido a un solo cuarteto en esta segunda edición. Si comparamos esta fría actitud con el apasionamiento febril que existía entonces por Góngora, vemos cómo a Jiménez Patón hay que borrarlo ya de esa lista de amigos de Don Luis33 en que por entonces circulaba.

Pero hay pasajes del libro en los que se ve mejor este despego, que no llega a enemistad, por Góngora. En la segunda edición se editan siete pasajes de las Soledades. Pues bien, en total son 11 versos. Es decir, ante una obra tan revolucionaria, el retórico no tiene más remedio que conocerla y dar algunos ejemplos de ella, pero no se extasiará copiando versos: dará escuetamente el ejemplo.

En una de estas citas, a Jiménez Patón se le escapa este juicio: «Confieso que no auía hallado en los españoles exemplo hasta aora que le vi en las Soledades, de don Luis de Góngora»34. En 1604 había utilizado un ejemplo de Virgilio, pero como él quiere -es la idea central del libro- una retórica española, al encontrar un ejemplo en castellano, aunque sea de Góngora, lo copia. Es decir, ha notado la originalidad del cordobés, pero parece que con pena. Ese confieso es altamente significativo. Parece incluso una retractación íntima de su despego por Góngora.

Por otra parte, hay un pasaje donde, no sabemos si pensadamente, se hace el silencio a Góngora. Al hablar de los neologismos, cita Patón a algunos autores que los habían introducido con bastante insistencia en el castellano. Creemos que aquí era obligado, aunque fuese para censurarlo, traer el nombre del cordobés. Sin embargo, no aparece.

Es también significativo ver la ausencia de discípulos de Góngora en el libro. Ni siquiera el protector del Mercurius, donde va la segunda edición de la Elocuencia, el Conde de Villamediana, que hizo al preceptor Correo mayor de Villanueva, aparece. Y para entonces ya había escrito sus obras más interesantes, incluso el Faetón, poema que tuvo bastante resonancia.

Por fin, queda el problema de la claridad. En la edición de 1604, cuando se habla de claridad (capítulo II), Patón se dirige casi exclusivamente hacia los predicadores. Así, trae textos de San Agustín, del Papa Nicolao (que atacó a los predicadores que se querían mostrar letrados por ostentación y soberbia mundana), del Concilio de Trento, y del Padre Pineda, en su Agricultura cristiana. En la segunda edición se añade un párrafo, ya señalado por Vilanova35, que parece dirigido contra los culteranos que de 1604 a 1618 (primera fecha de los preliminares de la segunda edición) habían pasado a la primera plana literaria: «pues los poetas que escriben para ellos solos, y no para todos, a nadie an dado gusto, y assí quedan burlados del fin para que escriben, y merecen bien que, arrojando sus libros, les digan: No quieres ser entendido, nadie te entienda. Y aun suelen quedar en pena pecuniaria en la emprenta»36.

A la vista de todo esto no nos parece raro que fuese Patón, como dice Lope, el inventor del injurioso culteranismo que se impuso al no peyorativo cultismo.




ArribaAbajoIV

Su comportamiento con la obra de Lope es completamente distinto. Ya hemos visto que las citas del madrileño representan el 36 por 100, más de una tercera parte del total, frente a ese insignificante 4 por 100 de las de Góngora. En los ejemplos de este copia sólo lo indispensable; cuando cita textos de Lope se alarga considerablemente, editando sonetos enteros y largas series de versos. La aparición de las obras más importantes del cordobés casi no modifica el número de sus textos; sin embargo, tiene buen cuidado de poner al día su Elocuencia con respecto a la obra del «Fénix», hasta tal punto que la Jerusalén conquistada, escrita (aunque editada en 1609) al mismo tiempo que Patón sacaba a luz su libro, y, por tanto, no citada en la primera edición, es en el Mercurius la obra de Lope más veces consultada. El único elogio dedicado a Góngora es llamarle «nuevo Marcial»; a Lope lo elogia, en largas frases, repetidas veces, y en el tono que ahora se dirá.

Los libros de Lope citados son los siguientes:

Nueve veces la Arcadia, de la que se dan textos extensos, como el soneto No queda más lustroso y cristalino37, 17 versos, toda la primera estrofa de la canción Puras estrellas, que en el alta parte, y 24 del principio del romance Cuando sale el alba hermosa38.

Cuatro veces la Dragontea.

Treinta y tres la Angélica, que juntamente con la Jerusalén y el poema de Yagüe, forma el trío de las obras más recordadas. De ella se copian, en varias ocasiones, octavas enteras.

De las Rimas cita cinco sonetos, uno de los cuales, No tiene tanta miel Atica hermosa39, lo edita íntegro.

Tres veces se habla del Isidro, y en una de ellas se copian versos40.

Los Pastores de Belén y las Rimas sacras sólo se mencionan en una ocasión.

Sin quitar textos de las primeras obras de Lope, en la edición del Mercurius, interpola hasta 34 pasajes de la Jerusalén conquistada. Creemos que este es el dato más claro que se puede aportar para ver cómo Jiménez Patón está afiliado, muy de cerca, al bando lopista. Para ello basta recordar lo que sucedió con la Jerusalén. Lope ambiciona, al escribirla, la creación de un poema nacional, el más importante de todos los suyos. Tal vez por esta razón contra ella se volvieron sus enemigos con más ahínco, Cervantes o Góngora la atacaron en el soneto Hermano Lope, bórrame el sone-; Góngora, en el que empieza Vimo, señora Lopa, su epopeya; y toda la parte cuarta de la Spongia (1617), de Pedro de Torres Rámila y de sus amigos, está dedicada a censurarla41. Ante estas censuras, el ser incluida como obra ejemplar en una retórica era contrarrestar de la manera más positiva los ataques, era hacer lopismo en vanguardia.

Las restantes veces que aparece el nombre de Lope, o no se copian versos o, si se copian, son pasajes muy breves y sin indicar su procedencia.

Con frecuencia el nombre del «Fénix» viene acompañado de fórmulas laudatorias, semejantes a esta: «Quien más bien a vsado de esta exornación, con más artificio, donaire, suauidad y gracia es Lope de Vega»42. (Nótese, de pasada, cómo a Patón le molesta la oscuridad, pero no el artificio en poesía. Prueba de ello es el cuidado que pone en estudiar textos de versos correlativos.) Entre estos elogios hay tres (uno de los cuales ha sido destacado en varias ocasiones desde que reparó en él Romera Navarro)43 que sobresalen poderosamente de entre los demás.

Después de terminar la parte general de su retórica, empieza a tratar de la metáfora. Luego que ha teorizado sobre ella, escribe: «Mas raçón será que ya demos principio a poner exemplos de nuestros poetas españoles, y sea el primero del que, sin hazer agrauio a los demás, podemos tener por príncipe de ellos, por la perfeción que a la poesía con sus versos le a dado, a los cuales me remito, éste es el conocido de todos por tal, Lope de Vega Carpio...»44. En la segunda edición, al llegar a este párrafo, ya ha puesto varios ejemplos que él juzga más propios para la materia tratada, pero no quiere quitar el que había puesto en la primera edición, el principio de la canción Puras estrellas, que en el alta parte. Y se justifica: «Y no quiero dexar aquel exemplo que en otro tiempo puse, y comprehenda los modos que comprehendiere, porque es de el príncipe de los poetas españoles...»45. Venga bien, o venga regular, él no quitará el ejemplo de su ídolo.

La censura del Padre Castro motiva otro elogio rotundo a la obra del «Fénix». Uno de los ejemplos de correlación, precisamente uno de la Dragontea, no le pareció bien elegido al censor. Patón no admite la censura en esta parte, y responde, un tanto irónicamente, que no le extraña que no estén de acuerdo, porque es bastante difícil concertar las opiniones de los hombres, como ya Persio y Séneca dijeron, «y por eso no quiero yo necesitar a nadie a que se conforme co[n] la mía, y ésta deseo sustentar mientras no se pueda conuencer de manifiesto yerro». Y añade: «y puse este exemplo de la Dragontea, porque yo hago los precetos o esceciones de las autoridades que noto de Lope de Vega»46.

Por fin, recordamos este tercer elogio, muy conocido. Patón lleva ya mediada su obra cuando él mismo repara en que tal vez su lopismo sea excesivo. Y, ante posibles censuras, hace de repente esta advertencia: «No sea odioso el exemplificar tan frequente con las obras deste autor singular, porque certifico q[ue] el exemplo que hallo en otro, que no lo pongo dél. Y si todos los precetos de la eloquencia quisiera exemplificar, en él solo podía, porque para todos tiene. Donde, aunque es mucho lo que a escrito, se muestra ser bueno y cuidadoso, y sin causa le a murmurado quie[n] dice q[ue] no guarda artificio, ni precetos retóricos. Porque es en ellos ta[n] vniuersal como e dicho, y como lo da a ente[n]der en la satisfación que dirigió a don Iuan Arguixo»47.

Calidad en cantidad; universal en guardar los preceptos. Él es la autoridad literaria; el príncipe de la poesía española. Verdaderamente, la Elocuencia puede pasar a nuestra historia literaria como uno de los libros cuya lectura causó más placer a Lope de Vega.

En resumen: en contra de lo que se venía diciendo desde Don Marcelino, Jiménez Patón, nacido en 1569, poeta y dramaturgo en su juventud, no ilustró su retórica con ejemplos del siglo XVI especialmente, sino con textos escritos por los hombres de su generación, escritores barrocos, gentes que en 1604, fecha de la primera edición de su Elocuencia, están llegando a la madurez literaria. Si bien no se olvida de algunos poetas del siglo XV y del romancero, y cita algunos líricos del XVI; de escritores anteriores a su generación sólo presta una atención destacable a las obras de Rufo, Ercilla, Zapata y Barahona de Soto. Pero los ejemplos de estos cuatro, sumados, sólo representan un 12 por 100 del total, mientras que los de Lope alcanzan un 36 por 100, e incluso los de un épico del siglo XVII de segunda fila, como es Yagüe, precisamente seguidor de las ideas de Lope, llegan a un 12 por 100.

Lope es para él la autoridad, el príncipe de la poesía española. Góngora y Quevedo no le hacen sombra. Ante el cordobés no se siente como enemigo, no le ataca directamente; hace el vacío a su obra, la silencia. Se da cuenta de que en las Soledades hay novedades imposibles de dejar a un lado a la hora de escribir una retórica. Él mismo lo confiesa, pero lo hace como si se arrepintiese de decirlo.

Patón milita activamente en el bando lopista. Tenemos algunos documentos literarios que nos permiten seguir su amistad con el «Fénix». En la segunda edición tiene buen cuidado de interpolar textos de la obra más ambiciosa de Lope, la Jerusalén, por lo mismo que había sido la más atacada por los culteranos y por los aristotélicos.

Censura la falta de claridad en poesía; pero alaba el artificio con que escribe Lope de Vega, dedicando gran espacio al estudio de los versos correlativos. La Elocuencia es, pues, la primera retórica barroca y lopista: artificio, pero claridad, arte para todos. Se opone claramente a la retórica de Carrillo Sotomayor, barroca y culterana: artificio para unos pocos.




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La Elocuencia española en Arte tiene también cierto interés como colección de textos raros, perdidos o inéditos hasta ella. De entre estos vamos a destacar los que nos han parecido interesantes.

1. Patón, poeta. Por el documento publicado por Pérez Pastor a que antes nos hemos referido, sabemos que el gramático escribió un libro de versos titulado Victorias del Árbol Sacro con un ramillete de flores divinas. No creemos que lo llegase a publicar, pero sí conocemos que lo conservó con estimación, pues lo cita, dando ejemplos de él, en la Elocuencia (sobre todo en la segunda edición). Son estos los únicos fragmentos conservados de la obra poética de Patón:

«En las Vitorias del árbol sacro, por el águila, dice:


La imperial aue sus polluelos saca»


(fol. 67 v.)48                


«... y los nuestros [poetas], oi lo vsan, como las Vitorias:


Ya diximos arriba el fiero estrago
que hiço la cruz roxa, o Santiago»


(fol. 67 v.)                


«En las Vitorias del árbol sacro:


Neutral andaua allí el sangriento Marte»


(fol. 69 v.)                


«A imitació[n] de Zamora, en las Vitorias del árbol sacro dice assí:


Limpian el casco, templan las celadas»


(fol. 93v., corregido)                


En el folio 121 v. habla de su poema, aunque sin citar versos49.

2. Cejudo. Interesante figura es Frey Miguel Sánchez Cejudo y del Olmo, poeta muy amigo de Lope y de Jiménez Patón, y del que apenas se han conservado versos50. Siempre se ha sospechado que un hombre tan aficionado a las letras como él, poeta latino y castellano al frente de las obras de sus amigos durante toda su vida, tenía que haber escrito muchas más poesías que las conocidas. Por Patón tenemos noticia de algunos de sus versos perdidos y de algún título de sus composiciones:

«El Dotor Frei Miguel Cejudo en vna carta amorosa:


Ciego en escrebir insisto,
Que para decir su fuego
Bien puede escrebir un ciego»


(fol. 82 v.)                


«El Dotor Zejudo:


Todo el bien que me auéis dado
Y el que me auéis prometido,
Vno y otro me a faltado,
Vno por no auerse ydo,
Otro por no auer llegado»


(fol. 90 v.)                


«El Dotor Zejudo dixo assí de vn médico poeta, y también es de Plutarco:


Como médico compone
Y cura como poeta»


(fol. 116 r.)                


«El Dotor Zejudo, en la Carta a Iacinta, hiço vna corrección con circunloquio, diciendo:


Yo os vi como estáis en mí,
Qual nunca alguno jamás,
Mas, ¿para qué digo más?
Basta que diga que os vi»


(fol. 122 r.)                


Como se ve por estos ejemplos, puede continuar en pie la fama de buen versificador (casi siempre en versos cortos) y de poeta ingenioso que Cejudo tenía51.

3. Quevedo. Aunque no es nueva la noticia, conviene recordar aquí que Patón editó por primera vez dos poemas de Quevedo. En el libro que nos ocupa el Madrigal de San Esteban (fol. 96 v.), y en el Discurso de los tufos, copetes y calvas52, la famosa Epístola censoria al Conde-Duque.

4. Variantes en los textos de Góngora. Alguna variante, con respecto a las ediciones críticas, encontramos en los textos gongorinos. A pesar de ser de poca importancia, vamos a señalarlas, por ser de quien son y por estar la obra del cordobés lo bastante bien estudiada como para descender a detalles.

El soneto Yace debajo de esta piedra fría53

fue publicado por primera vez por Jiménez Patón. Los versos 1, 7 y 14 se leen así: Vn silicio de cerdas de ordinario - Ayunaua contino a san Hilario, - y a quatro amigos quatro mil coronas (Elocuencia, 1604, fol. 78 r. y v.).

La letrilla Que pida un galán Minguilla (Elocuencia, 1604, fols. 36 v. a 38 r.) trae las estrofas, con respecto a Millé, en orden bastante diferente. Además, hay dos versos sueltos que ofrecen variaciones: Que ande la vella casada, - Que anochezca un hombre viejo. Y la estrofa octava se lee: Que la de color quebrado - coma varro colorado, - bien puede ser - mas que no creamos todos - que tales varros son lodos - no puede ser.

Muy curioso y difícil de resolver es el problema que plantea una de las citas del cordobés. Hablando el preceptor manchego en la edición de 1604 (fol. 44 v.) de patronímicos acabamos en iz, dice: «Y otros se acaban assí: Ortiz, Madriz, Oñiz; de los cuales vera quien quisiere en vn romançe que hiço don Luis de Góngora, que dize: Escuchadme un rato atento», mas como en este romance (Millé, romance 18) no aparece ninguna de estas formas en iz, debíamos suponer que se trata de un despiste de Patón. Pero resulta que, en la segunda edición (fol. 86 v.), copia el segundo verso de la composición, que queda así: Escúchame un rato atento, - Señor licenciado Ortiz, y este segundo verso no pertenece a este romance, sino al que empieza: Dejad los libros ahora, - señor licenciado Ortiz (Millé, romance 32), en el cual también aparece el vocablo Madrid. Todo esto puede estar motivado simplemente por un error del retórico, pero sabiendo que de estos romances hay varias versiones, no podemos descartar la posibilidad de la existencia de una más en la cual se mezclasen versos de ambos. Esta hipótesis se refuerza si pensamos que Patón pone el romance como ejemplo en el que se pueden encontrar patronímicos en iz, y en la versión de Millé sólo aparecen los dos citados.

5. Dos sonetos atribuidos, respectivamente, a don Diego Hurtado de Mendoza y a Fray Luis de León. Atribuye a don Diego el soneto Oxalá yo espirara antes que os viera (fol. 84 v.). Conocemos la existencia de cinco versiones manuscritas de este soneto. Todas aparecen como anónimas. La primera se copia en el ms. 17.719, fol. 1 r. de nuestra Biblioteca Nacional, con el curioso epígrafe De un estudiante que enamoraua una s[eñor]a, y porq[ue] no la pudo alcançar, hizo este soneto, casi loco, cuyo primer verso es aquí Ay Dios, sy yo segara antes que os viera. Dos se conservan en el ms. 3.358 de la Biblioteca Riccardiana, folios 116 v. y 177 v. (véase Eugenio Mele y Adolfo Bonilla y San Martín: «Dos cancioneros españoles», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 3.ª época, X, 1904, págs. 162-176, 408-417). Las dos restantes, respectivamente, en los ms. 3.915, folio 5 r., y 3.890, folio 56 r., de nuestra Biblioteca nacional.

A Fray Luis le adjudica el conocido soneto con eco Mucho a la majestad sagrada, agrada (fol. 85 r.). Conocemos de él la siguiente bibliografía:

Fue publicado por Rengifo en su Arte poética española, Salamanca, Miguel Bonardo, 1592, en el capítulo LII, como de un «insigne poeta».

Se glosó en un discurso en el libro formado por Juan Alonso de Almena, Las reales exequias y doloroso sentimiento que la muy noble y muy leal ciudad de Murcia hizo en la muerte del muy cathólico Rey y señor Don Philippe de Austria, II, Valencia, Diego de la Torre, 1600, páginas 210-212 (véase Simón Díaz, Bibliografía de la Literatura Hispánica, tomo V, número 1.211, 41).

Faria y Sousa, en Las Lusiadas, de Luis de Camöens, Madrid, Juan Sánchez, 1639, tomo I, pág. 141, lo atribuye también, tal vez siguiendo a Patón, a Fray Luis.

Se encuentra, manuscrito, en los dos códices citados antes, el 17.719, folio 12 r. de la Biblioteca Nacional de Madrid, y el 3.358, folio 67 r., de la Riccardiana; y en el 3.915, folio 299 v., también de nuestra Nacional.

Por fin, García Peres, en su Catálogo razonado, biográfico y bibliográfico de los autores portugueses que escribieron en castellano..., Madrid, 1890, en el artículo «Falcão Resende», lo atribuye a este escritor, añadiendo que también se publicó en la Poética, de Felipe Nunes, dato que no hemos comprobado.

Ante tal número de copias anónimas y ante la perversidad estética de los sonetos, creemos infundadas las atribuciones, sobre todo en el caso de Fray Luis.

6. Cinco sonetos anónimos. Entre los textos anónimos, copia cinco sonetos enteros. A causa de la ya excesiva extensión de este artículo, no copiamos ninguno, limitándonos a dar los primeros versos:


Falsas alfesibenas de dos caras


(fol. 126 v.)                



Ponçoña que se bebe por los ojos


(fol. 87 v.)                



Yo, España, que en los sotos, vegas, llanos


(fol. 96 r. y v., corregido)                



Cuitado, que en un punto lloro y río


(fol. 94 v.)                


Este soneto, traducción del de Camoens, Coitado que em um tempo choro e rio!, se ha conservado en muchos manuscritos (véase Simón Díaz, ob. cit., IV, 97, 6; 107, 28; 131, 51; 135, I, 131, y II, 4). Todos ellos, menos el último, que lo atribuye al abad Salinas, lo copian como anónimo. Lo publicó también Gracián en su Agudeza y arte de ingenio, en el Discurso XLII.


El español altivo que desea


(fol. 69 r.)                


Es un curioso soneto con estrambote, en el que se alerta a los españoles a la guerra contra los turcos. Figura en las listas formadas por Buceta54 con primeros versos de sonetos de este tipo.

Los textos de Lope de Vega no ofrecen cambios de interés. Estaban editados por el autor cuanto Patón los utiliza.





 
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