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De 1954 es la Antología biográfica de escritoras españolas (Madrid, Biblioteca Nueva) de Isabel Calvo de Aguilar. De lo que se pensaba y cómo se dirigía a la mujer joven en los medios femeninos de la Falange nos ha dado tangencialmente un panorama demoledor Carmen Martín Gaite en Usos amorosos de la posguerra española, Barcelona, Anagrama, 1987.

 

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Su figura se está reivindicando desde antes del centenario de su muerte en 1972, y no sólo desde las filas del feminismo. Vid. Carmen Bravo Villasante, Una vida romántica. La Avellaneda (1967); Hugh Harter, Gertrudis Gómez de Avellaneda. Boston, G. K. Hall, 1981; Beth Miller, Women in Hispanic Literatura. Berkeley, Un. of California Press, 1983.

 

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Es curioso notar que la aceptación es más amplia en el subgénero o especie de la novela, dedicada precisamente a la apología del estado de dependencia de la mujer, ya que una «buena boda» es siempre allí el mejor -o el único bueno- de los futuros posibles.

 

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Difícilmente presentables hoy, aunque no por ello menos ciertas, son ciertas actitudes descritas en 1929 por Benjamín Jarnés a propósito de la aparición en Francia de la Histoire de la littérature féminine de Jean Larnac («Musas de Francia», Revista de Occidente, 76, octubre de 1929, págs. 138-142) que atribuían a toda «mujer artista» unas raíces patológicas, puesto que su creatividad natural se vehiculaba en la especie, frente a la frustración del hombre, sublimada así en su arte... Ortega, sin caer en tales aberraciones, adoptaba una actitud condescendiente, al hablar del «temperamento privado» de la mujer, frente al público del hombre, por lo que la «deliciosa» intimidad femenina, al contacto del «aire libre» se empobrecía sin remedio. Por la misma razón, se le reconocía la primacía en el género epistolar, «única forma privada de la literatura». Es curioso que a aquellas alturas, todavía pudiera considerarse como esencial en la mujer lo que no era sino el resultado de una imposición en unas sociedades en las que los hombres no admitían a las mujeres a la competición, y a la que éstas, velis nolis, no tenían más remedio que someterse o «enajenarse».

 

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A este respecto, todavía parece pronto para dar por irreversible la explicación de Cristina Peri Rossi, quien a la pregunta de por qué hay tantas mujeres escribiendo o leyendo ahora, responde: «Porque la literatura ya no ostenta poder. Cuando a los hombres las cosas ya no les importan es cuando llegamos nosotras a ellas» (El País, 25-11-1994, pág. 37). Aunque venga a apoyar mis percepciones de la función de la literatura en la sociedad posindustrial, sigo esperando que la situación no sea irreversible y que la recuperación de la potencia literaria se haga como la de la Bastilla, sin distinción de sexos.