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El peculiar costumbrismo de Pedro Antonio de Alarcón: «Cosas que fueron»

Enrique Rubio Cremades





La literatura española en la segunda mitad del siglo XIX es receptora de una serie de modalidades literarias que lejos de desaparecer siguen vigentes y se adaptan a las nuevas exigencias demandadas por el lector de la época. El artículo de costumbres de Larra, Mesonero Romanos y Estébanez Calderón pervive en la segunda mitad del XIX gracias al buen quehacer literario de Carlos Frontaura, Eusebio Blasco, Enrique Sepúlveda, Roberto Robert, Mariano de Cavia, Eduardo de Lustonó, Ramón de Navarrete, entre otros. Relación de escritores que publicaron sus cuadros de costumbres tanto en las colecciones costumbristas de la época -Los españoles de ogaño, Madrid por dentro y por fuera, Las españolas pintadas por los españoles, etc.- como en las principales revistas o periódicos del momento. Las Novedades, El Mundo Pintoresco, El Liberal, Madrid Cómico, El Eco del Comercio, La Ilustración Española, El Heraldo corroboran esta insistente presencia de escritores adscritos a esta modalidad literaria. Es significativa también la presencia de los maestros de la gran novela española de la segunda mitad del siglo XIX -Alarcón, Valera, Galdós, Pardo Bazán- en las colecciones costumbristas anteriormente citadas y en otras destinadas al público español e hispanoamericano, como, por ejemplo, las colaboraciones de Juan Valera y Pedro Antonio de Alarcón en la colección Las mujeres españolas, portuguesas y americanas1.

Es evidente la incursión del novelista en el preciso campo del costumbrismo, pues no sólo se limita a colaborar en todo este preciso corpus aludido, sino que también defiende esta modalidad literaria por su vigencia y perfecta adecuación y ajuste en la prensa periódica. Uno de los más claros defensores de lo aquí expuesto es Alarcón, autor de un copioso número de cuadros de costumbres disperso en publicaciones de la época y recogido en Cosas que fueron2. Alarcón dedicó especial atención a sus artículos de costumbres en las páginas que aparecen en la Historia de mis libros. Las opiniones personales que figuran en dicha publicación, realizadas en el año 1884, son un fiel exponente de su ideario estético y talante ideológico. En lo que respecta a Cosas que fueron, Alarcón justifica la selección de cuadros de costumbres llevada a cabo para la edición de 1882 e insiste, una vez más, en su faceta como escritor de costumbres negada por un cierto sector de la crítica3.

Los escasos estudios referidos a Cosas que fueron, como el debido a Montesinos insisten en la parcial selección realizada por su autor, pues excluye artículos que a su juicio debieran estar en dicha monografía4. Es evidente y harto conocida la actitud de Alarcón de retocar o cambiar ciertos giros de sus novelas en sucesivas ediciones. Las variantes de las obras de Alarcón son copiosísimas y una edición crítica de cualquiera de sus relatos requiere un gran esfuerzo investigador. Tampoco es extraña su actitud a la hora de excluir determinadas colaboraciones periodísticas del libro Cosas que fueron y, en esta ocasión, de forma certera, pues prescinde de una serie de escritos que guardan mayor relación con la crítica literaria y los relatos de viajes que con la técnica del cuadro de costumbres. Aun así en dicho volumen alarconiano figuran algunas colaboraciones que más parecen breves retazos biográficos que artículos de costumbres, como el titulado Mis recuerdos de agricultor.

El corpus costumbrista inserto en Cosas que fueron abarca un amplio periodo cronológico, pues figuran cuadros publicados entre los años 1853 -La fea- y 1881 -Un maestro de antaño. Este último, pese a que no lleva fecha en Cosas que fueron, se publicó en el Almanaque de la Ilustración Española y Americana para el Año 1882 [Madrid, Aribau, 1881]. Este artículo de costumbres y Mis recuerdos de agricultor y El carnaval de Madrid, publicados en 1880, son los únicos pertenecientes a la última etapa literaria del autor, el resto pertenece a la década de los años cincuenta5.

El título del libro que aglutina los diversos cuadros de costumbres -Cosas que fueron- es de por sí harto elocuente. En primer lugar por la mirada retrospectiva que el escritor costumbrista suele llevar a cabo, pues es consciente de la importancia que tiene la escena o tipo objeto de atención. En segundo lugar, Alarcón rememora una serie de vivencias y recuerdos para reafirmarse en sus postulados ideológicos y en asuntos harto delicados en su época6. Del contraste entre un ayer no lejano y un presente rico en vivencias nace Cosas que fueron. Un libro en el que se percibe con claridad la evolución del cuadro de costumbres en su doble modalidad: la narrativa, la que incluye una breve ficción, diálogos y personajes, y la descriptiva, la circunscrita al análisis de ambientes o tipos sin ningún asomo de peripecia argumental. Las dificultades de apreciación entre el cuadro de costumbres dotado de movilidad, personajes y el cuento son habituales, al igual que los cuadros de costumbres o artículos de Mesonero Romanos y Larra. Incluso, ciertos artículos de costumbres alarconianos tienen como protagonista un objeto, al igual que en sus cuentos, como El pañuelo. Reminiscencias e influencias, como se puede percibir, de los maestros del género.

La modalidad descriptiva se advierte con claridad en los artículos Las ferias de Madrid, Lo que se ve con un anteojo, Diario de un madrileño y El Carnaval en Madrid. Artículos cuyo enfoque y análisis nos retrotrae a los descritos por Larra y Mesonero. La minuciosidad descriptiva y el escrutinio de objetos y cosas en general harán posible el acercamiento de Alarcón a la obra de Mesonero Romanos; sin embargo, el pesimismo, la desazón y el convencimiento de las dificultades que entraña la solución de los problemas de España (dejadez, intolerancia, envidia, pereza, injusticia social, venalidad de los políticos, etc.) lo sumergen en un hondo pesar, al igual que Larra en sus artículos. La feria de Madrid se asemeja a un cementerio, nada más que «se ve tristeza, miseria dolor, profanaciones, olvido!»7. Alarcón muestra su pesar por el pronto olvido que la sociedad presente hace de su pasado. Un ayer no muy lejano pero olvidado con prontitud. El apego a la tradición es un rasgo peculiar del escritor costumbrista bien para elogiarla o para vituperarla. Sin embargo en el sentir alarconiano la sociedad presente ignora dichas posturas y, precisamente, de esa ignorancia por el ayer surge el lamento alarconiano.

En el corpus costumbrista inserto en Cosas que fueron tiende, en ocasiones, a la dualidad narrativa-descriptiva. En este sentido podemos apreciar cuadros de costumbres que se asemejan al cuento, como La Noche Buena del Poeta, pues en él se aprecia una serie de aspectos que son harto característicos en estos relatos escritos, ex profeso, para la Navidad. Como es bien sabido esta modalidad cuentística era habitual en la época y, por regla general, inducía al lector a la nostalgia y al recuerdo de las personas desaparecidas. El ayer, hoy y mañana se armonizan y entrecruzan gracias a las diversas etapas que el ser humano recorre a lo largo de su vida.

Los peculiares rasgos costumbristas propiciados por los maestros del género suelen también aparecer con ligeras matizaciones en los artículos de costumbres alarconianos. Así, por ejemplo, su continuismo e imitación de las fisiologías publicadas en el segundo y tercer tercio del siglo XIX. La gran divulgación y popularidad que tuvo la fisiología es manifiesta. La nómina de escritores que figuran en Les Français peints par eux-mêmes8 -Nodier, Balzac, Gautier, Nerval...- incidió de forma directa no sólo en la prosa de Alarcón, sino también en la de afamados novelistas de la segunda mitad del siglo XIX. En este sentido Alarcón demuestra su continuismo al más puro estilo de las fisiologías publicadas en España a mediados de la centuria, como la Fisiología del médico, Fisiología del enamorado, Fisiología del solterón y la solterona, Fisiología del beso, Fisiología del músico, Fisiología del cigarro, Fisiología del jugador de billar, Fisiología del cómico, Fisiología de la modista... Los cuadros alarconianos La fea y Bocanada de humo, entre otros, son receptores de esta moda fisiológica que causó furor entre la sociedad española de la época. En La fea, por ejemplo, establece una serie de clasificaciones de tipos de igual corte que las ofrecidas en las fisiologías. La vis cómica se percibe desde el inicio mismo del cuadro. Las andanzas, aventuras y desventuras de la fea hacen posible que surja la sonrisa entre los lectores, pues son conscientes del tono desenfadado que subyace en el artículo9. Otro caso muy distinto sería el del personaje Casimira, protagonista del cuento El coro de ángeles, escrito, precisamente en la misma década, cinco años más tarde, en 1858. En este último relato, Alarcón describe a la mujer fea, ultrajada y víctima de una apuesta. Su denuncia va dirigida contra una sociedad que castiga el maltrato corporal, el físico, que no tiene en cuenta el dolor moral, el espiritual. Alarcón no sólo publica en la década de los cincuenta artículos considerados como auténticas fisiologías, sino que también se inscribe en esta precisa modalidad en época más tardía, a raíz de la publicación de la colección costumbrista Las mujeres españolas, portuguesas y americanas. Su artículo La mujer de Granada es una prueba y un ejemplo más de la presencia de la fisiología en Alarcón.

Los cuadros de costumbres o relatos cuyo protagonismo lo ocupa un objeto fueron una modalidad literaria muy habitual en la época que le correspondió vivir a Alarcón. La corneta de llaves y Novela natural son claros ejemplos de relatos basados en un objeto evocador. El clavo será otra narración breve alarconiana cuyo objeto, el clavo, se erigirá como el auténtico protagonista de la historia. El cuadro de costumbres El pañuelo, inserto en Cosas que fueron, no es sino una clara exposición y valoración del objeto a través de múltiples historias vividas, precisamente, por el pañuelo. Reminiscencias sociales y culturales que no sólo se perciben en estos cuadros aludidos, sino también en otros cuya intención es idéntica a la de los maestros del género. Nos referimos, por ejemplo, al concepto de tradición, al peculiar sentido de la xenofobia del escritor costumbrista, a su falta de idealismo, al eclecticismo, a su pragmatismo. Alarcón es un fiel exponente de todos estos conceptos e ideas. Sus cuadros Visitas a la marquesa, El Año Nuevo, El Carnaval en Madrid, El cometa nuevo, entre otros, no son sino fieles exponentes de un costumbrismo renovado pero cimentado en los clásicos preceptos impuestos por Larra y Mesonero Romanos. Los clichés clásicos del escritor costumbrista están siempre presentes en Cosas que fueron y, al igual que en anteriores escritores costumbristas, su ideología impregna sus escritos. A través de su pluma se perciben los mismos defectos de la sociedad española descritos con anterioridad, una sociedad somnolienta, perezosa y carente de ilusión. Frente a estas notas pesimistas surge un humor zumbón, en la más pura línea de la literatura clásica española, de ahí la doble vertiente que se percibe en sus escritos, la propiciada por Larra y el propio Mesonero Romanos.

Cosas que fueron es en definitiva, un libro rico en noticias e ideas sugerentes. Sutil e interesante para quienes son conocedores de la novela española de la segunda mitad del siglo XIX. Ameno y entretenido para el lector medio de la época. Su vigencia es, pues, muy limitada, pero no carente de interés para los estudiosos de su obra o de la época por él vivida.





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