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ArribaAbajoCapítulo III

Psicología araucana


La memoria.- Tipos de memoria indígena.- El huerquen o mensajero.- Memoria auditiva y de los sentimientos.- La imaginación.- La oratoria araucana.- El sentimiento estético.- Las facultades intelectuales.- El proceso de asimilación en el araucano.- La educación.- Dificultades de renovación por el idioma.- El lenguaje de los gestos.

Desde el punto de vista de la inteligencia, de la imaginación y la memoria, es fundamental la diferencia que existe entre la mentalidad de los pueblos civilizados y la de los de cultura media. Mientras que en los primeros se han fijado definitivamente los rasgos psíquicos, en los otros se hallan en un estado de incompleto desarrollo. De aquí la deficiencia de las funciones intelectuales de las comunidades indígenas.

La vida mental araucana presenta, pues, los vacíos comunes a las razas similares.

Así, considerados los araucanos por el aspecto de la memoria, pertenecen al tipo visual motor.

Las tres clases de recuerdos visuales son los de la forma, del color y del movimiento. Las imágenes de forma retenidas por los músculos de los ojos, constituyen una operación mental más simple que la retención de las de color, en las cuales intervienen, fuera del órgano de la vista, los centros corticales asociados.

Pues bien, entre los araucanos predominaba la facultad retentiva de la forma de los objetos, de sus dimensiones y contornos. En cambio, entre los españoles era más intensa que entre los indios la evocación mental de los colores.

Incluida al tipo visual motor va la memoria del movimiento o de actos, que se denomina orgánico o motriz. Dentro de este género de memoria se hallan las acciones automáticas secundarias, como la marcha, la conservación del equilibrio, todos los ejercicios del cuerpo, los juegos de destreza y el aprendizaje de oficios manuales.

La memoria motriz completaba la retentiva especial del araucano.

Como visual motor almacenaba en su cerebro mayor número de imágenes o representaciones visuales motoras.

Como pertenecientes a este género de memoria, las razas americanas y, por consiguiente, la de nuestros aborígenes, poseían extraordinariamente desarrollado el sentido de los lugares y el de la dirección. Los cronistas de las diversas secciones del continente consignan copiosas noticias a este respecto, que sería prolijo agrupar aquí; nos interesan de preferencia las relativas a nuestros naturales.

Desde antes de la conquista y en los tiempos que le siguieron, los indios de la costa y los de las islas de la Mocha y Santa María, se orientaban con una precisión de pilotos experimentados, que disponen de instrumentos náuticos de todas clases, al través del océano para buscar una ensenada, una punta de rocas, un puerto o cualquier otro accidente de la topografía marítima de esa latitud.

Originaban estos continuos atraviesos del mar, el comercio o intercambio de especies, los asaltos a embarcaciones enemigas, comúnmente españolas y la busca de espacios favorables a la pesca.

La operación de cruzar el mar no estaba exenta, por cierto, del fondo mágico que tenían todos los actos del indio. A uno de los cronistas más observadores y minuciosos pertenece este pasaje acerca del particular:

«Vienen cantando al son de los remos ciertas canciones en que piden al mar les deje pasar a comerciar prósperamente»42.



El cronista Núñez de Pineda y Bascuñán, va dejando constancia de esta memoria de los lugares y del prodigioso sentido de la orientación entre los araucanos en la primera parte de su libro, al narrar las peripecias de su viaje de cautivo al interior de la tierra en días de tempestad deshecha. A esas páginas pertenece la siguiente cita:

«Ya con la resolución última el compañero (Maulican) había subido en su caballo, y como iba guiando por delante, dio de hocicos con caballo y todo en un zanjón, quebrada o foso hondo, que no sabré decir lo que fue, pues no nos pudimos ver el uno al otro con la grande oscuridad de tan perversa noche. Al ruido de la porrada del caballo y tropezón extraño, me detuve, y él me dijo, caído en el suelo: teneos allá, capitán, no paséis acá hasta que reconozca si hay otro paso más arriba o más abajo. Dio una vuelta por una y otra parte, y como los relámpagos, truenos y rayos eran continuos, con el resplandor de ellos divisó cerca de sí una veredilla, que palpándola con las manos, la pudo bien reconocer y registrar»43.



Agrega el prisionero español:

«Con que seguimos la vereda que la fortuna nos había deparado, y para no perderla no quiso volver a montar en su caballo y me mandó se le arrease, porque quería con pies y manos irla palpando por no dar lugar a que se le fuese de las manos. La seguimos poco más o menos de una legua».



En esta misma parte de las memorias del capitán cautivo, se anotan algunos detalles acerca de la precisión admirable con que los indios vadeaban los ríos en horas de avenida.

Esta seguridad del indio para conocer por el aspecto de las aguas el fondo alto o bajo de los ríos, ha sido cualidad visual de todos los tiempos. En un día del mes de agosto de 1908 (el autor vio en Temuco este hecho). Dos días antes había llovido con fuerza; el tercero amaneció despejado y con sol. El río Cautín, que bordea la ciudad de Temuco, venía invadeable. Como a las 12 m. varios grupos de indios a caballo, de numerosas reducciones del sur, se juntaban en la orilla de esa dirección. Uno de ellos examina el curso de las aguas en un trecho como de 200 metros y recorre una y otra vez las curvas, las correntadas y los remansos. Se echa de repente al agua donde era tal vez menos impetuosa la corriente y donde no había peligro de ser arrastrado a un espacio acanalado. El caballo nada un poco en lo más hondo y sale al lado opuesto diestramente dirigido por su dueño. Por esta misma parte cruzan el Cautín los otros que esperaban y todos se dirigen a la ciudad, sin preocuparse en lo menor del riesgo que habían corrido y sin mirar atrás los que pasaban adelante para ver que suerte corrían sus compañeros.

Retiene en todas sus particularidades las imágenes de los lugares, aunque los haya recorrido una sola ve y aunque sean caminos, bosques, lagunas, ríos y costas.

En el verano de 1894, el autor hizo un viaje a caballo desde Victoria hasta Curacautín. Le servía de mozo e intérprete un indio de las cercanías de Angol llamado Tolorza (corrupción de Solorza). El camino se extendía desde Victoria en dirección hacia el suroeste, y en un espacio como de veinte kilómetros iba partiendo las selvas y estaba cubierto de grandes troncos, que aún no habían sido arrancados y dificultaban la marcha. Era necesario hacer paradas a cortos trechos, ya para beber agua o cerveza, ya para dar descanso a los caballos, para almorzar y guarecerse del sol abrasador a la sombra de un roble. El indio recorría por primera vez ese camino.

A la vuelta venía diciendo:

-Aquí nos paramos a la ida a componer las monturas; debajo de aquellos robles estuvimos sesteando; en este frente fue donde almorzamos.

En efecto, nos desviamos como unos cien metros a un lado del camino y ahí estaban todavía los pedazos de papel y una caja vacía de sardinas. No se le habían escapado ni una vuelta, un árbol, tronco ni vertiente.

No sólo fijaba el araucano las imágenes visuales nuevas, sino que conservaba con toda precisión las antiguas. Un vecino de Villarrica refirió al autor que en una ocasión hizo un viaje de este pueblo a la Argentina. Le servía de mozo un indio que hacía como diez años, según su informe, que no traficaba ese camino de la cordillera. Sin embargo, con una seguridad completa indicaba a su patrón el tiempo que demorarían en llegar a tal cuesta, a tal río o quebrada, en qué sitio irían a pernoctar, dónde había bosques y dónde llanuras o faldeos; notaba inmediatamente el menor cambio que el tiempo había ocasionado a los accidentes topográficos del camino, como si hubiera recorrido ese trayecto días antes.

Esta facultad extraordinaria de los indios para retener mejor lo que veían que las imágenes de otra procedencia, les facilitaba el reconocimiento de las huellas, en el suelo o en el pasto, de las pisadas del hombre, de un animal y hasta de un ganado entero.

Un día del año 1910 iba el autor por el camino de Truftruf, al frente y casi al este de Temuco. Lo acompañaba un indio amigo que se le juntó por el camino y marchaba a pie. Le preguntó el primero por otro mapuche que debía haber pasado adelante. El interrogado miró con atención las diversas pisadas que había en la tierra y dijo:

-Parece que no ha pasado por aquí; sólo se ve el rastro de dos mujeres y un niño.

Apuró el autor la marcha de su caballo, y en efecto, a distancia como de medio kilómetro, encontró dos indias y un muchacho que caminaban muy deprisa.

En la misma zona, asiento antiguo de una densa población indígena, visitó el mismo que esto escribe, a un amigo mapuche que aún conserva el título de cacique. Le preguntó por uno de sus vecinos distante como kilómetro y medio de su casa. En tono de rencor no disimulado dijo:

-Ése es un ladrón -y refirió enseguida este incidente:-. Una noche se me fueron del corral una vaca, un ternero de dos años y dos caballos. No los sentimos; fue un descuido del chiquillo cuidador. Al aclarar me avisaron. Seguí el rastro, salieron por un lado del potrero que estaba sin cierro y siguieron por el camino. Seguí el rastro; entraron todos a la reserva de ese. Entrégame mis animales, le dije. «Entra -me respondió-; llegaron en la noche tal vez». Faltaba el ternero. Inútil fue que me enojara e inútiles las amenazas. Con seguridad que lo mandó esconder a otra parte.

En el mes de agosto de 1913, le robaron al cacique Martín Cayuleo, de Collimallin, dos caballos. Siguió el rastro y conoció desde el primer momento que se trataba de evitar la persecución, por las vueltas de las huellas; éstas lo condujeron desde luego a Cholchol, enseguida a Imperial, de aquí a Temuco, para volver por último a un lugar no muy separado del punto de partida, en el que halló el perseguidor sus caballos amarrados y escondidos en unos árboles de un pequeño bosque. Fue esta vuelta verdaderamente enorme y Cayuleo se demoró dos días en darla44.

Se llaman en araucano púnontufe estos rastreadores insignes.

Cuando pierden la huella estos buscadores de rastros, instintivamente la hallan a poco trecho.

Algunos hombres o mujeres que poseen mucho más desarrollada que el común de las personas la retentiva de las imágenes de forma, utilizan esta facultad como medio adivinatorio. Se les busca para hacer aparecer animales perdidos o robados. Salen al campo, buscan una huella, la siguen e indican, después de haber recorrido un espacio más o menos largo, el lugar donde pueden estar o han estado los animales.

Cuando es mujer el agente, suele estar dirigida por un hombre que la va haciendo andar y mirar el rastro; ella camina, obedeciendo al intermediario, como se hallara hipnotizada, estado que puede ser un acto de simulación45.

Esta memoria visual motora tan extensa, de ordinario se especializa en la dirección. En los bosques impenetrables, en el mar tempestuoso, en las llanuras inmensas, de día o de noche, se orienta de un modo admirable, seguramente que por el conocimiento de algunas estrellas, la marcha del sol o de los vientos.

En la costa de Arauco para el sur hasta el Budi, todavía se recordaban hace pocos años relaciones de indios a quienes había sorprendido una tempestad en frágil canoa, sin que perdieran por eso ni la serenidad de ánimo ni el recuerdo de la dirección.

En el mes de octubre del año 1899 hacían tres indios la travesía de la isla de la Mocha a Tirúa, para trasladarse de aquí a Cañete y llevar ante el protector un reclamo sobre tierras. Se levantó un huracán del norte, que, embraveciendo el mar, arrojó la canoa muchas millas hacia adentro. Una noche y un día de lucha con las olas y al segundo de grandes esfuerzos, endereza la proa hacía el este y llegan a la caleta de Tirúa, sin más novedad que llevar mucha sed y hambre.

Los indios de origen araucano y los pampas del lado oriental de los Andes, tenían también una memoria local extraordinaria, acaso más desarrollada que los de Chile, a causa del género de ocupación a que se entregaban habitualmente y de las condiciones particulares del medio geográfico, esto es, debido a la caza y a las llanuras dilatadas de esa sección del continente.

Atravesaban las pampas, donde el viento había borrado las huellas de tráfico anterior o donde la nieve sólo presentaba una inmensa y uniforme sábana blanca, y jamás se extraviaban para arribar a una toldería, aguada o lugar buscado.

Cuando se entregaban a la caza, esta memoria visual les servía tanto como la destreza para el éxito de la partida: las manadas de avestruces y huanacos se perseguían por las pisadas que dejaban en el suelo o por la menor inclinación de la yerba. Distinguían la huella del puma entre todas las demás y lo buscaban por ella para matarlo con la boleadora46.

La memoria motriz o los recuerdos visuales del movimiento tuvo entre los araucanos antiguos y ha tenido en el moderno una potencia bastante marcada. Esta memoria de los movimientos y de los actos, que reside en los órganos y escapa a la conciencia, no es más que el hábito, y como tal, forma la destreza del empirismo o de la rutina, que se opone al aprendizaje de la técnica razonada. Pero, como la memoria psicológica o de las ideas, es una forma de inteligencia47

La actividad motriz orientada habitualmente a un ejercicio determinado, hizo de todas las razas americanas sorprendentes cazadores, que manejaban con soltura incomparable la honda, la flecha, las boleadoras, la lanza y el remo. Andando el tiempo, después de la conquista, superaron a los mismos españoles en el manejo del caballo.

Los araucanos fueron en el más alto grado diestros jugadores de pelota, hasta el extremo de causar a los cronistas una admiración entusiasta. No menor fue antes y ha sido ahora la agilidad y precisión que en los movimientos del juego de la chueca han demostrado.

En los recuerdos orgánicos de los movimientos de todos los días, se hallaban en primer lugar los de la equitación y los del manejo de la lanza. En la primera estuvieron al nivel de las otras razas caballistas y en el uso de la segunda, si no la superaban, tampoco quedaban por debajo de ellas.

Esta destreza tenía también aplicación en las operaciones manuales, como en la cerámica, la cestería, tejidos, trenzados en correas y juntos, el tallado, la confección de adornos de plata y sillas de montar. Pero ninguna de estas labores se elevaba a la técnica racional y todas quedaban en el límite de meras tentativas de arte.

Como simple repetición de movimientos, manifestaban los araucanos buenas disposiciones para el aprendizaje de ramos manuales, como trenzado, caligrafía, dibujo y carpintería. En este último se inclinaban a la confección de objetos usados en el hogar indígena. Pero en este método de tanteos nunca llegaban a un desenvolvimiento completo; se estacionaban en cierto grado. En muy señalados casos contraían un hábito nuevo que fuese de mayor tenacidad que el tradicional de la raza o de las condiciones del medio y del tiempo. En raras ocasiones se dedicaban a oficios extraños a los suyos, y si conseguían aprender alguno, como la zapatería y la herrería, era porque en el orden motor se desenvuelve la memoria profesional por la acción de la voluntad48.

El conocimiento de la manera como funciona el mecanismo de esta memoria típica en otras razas, tan bien o mejor dotadas que la araucana, servirá para aclarar mejor los datos acerca del poder especial de retener de nuestros aborígenes, puesto que en todas las sociedades americanas la analogía era completa. Sobre los guaraníes dice un autor:

«La memoria de las cosas era en ellos muy fiel y tenaz. Si el indio guaraní anda una vez un camino -dice el padre Cardiel-, de cien leguas y de trescientas, aunque sea escabroso y sin senda alguna, lo sabe ya más bien que nosotros después de cruzarlo cien veces y nunca se perderá. Las cosas que consisten en la memoria, como el aprender y escribir y oficios mecánicos y el de tomar de memoria cualquier papel en lengua extraña, lo hacen con más presteza que nosotros»49.



Al mismo escritor pertenecen estas noticias:

«Lo más notable es que durante los primeros años parecían prometer los niños guaraníes un feliz desarrollo de todas sus facultades por su despejo, docilidad, prontitud de entender y aprender las cosas: mas, en adelantando un poco más en edad, se estacionaban y aún volvían atrás, tornándose incapaces e ininteligentes como los mayores y perdiendo también la gracia y prontitud de aprensión, se volvían broncos y adquirían la tosquedad de los demás indios. Así resultaban frustradas las esperanzas que habían hecho nacer».



«Por la facilidad que aprenden cuando niños a leer, escribir, danzas y música, y después los oficios mecánicos -dice el Padre Cardiel-, ha pensado tal o cual que la corta racionalidad que muestran sólo consiste en falta de crianza como el rústico europeo, que sacado desde niño de la granja y criado con cultura, puede ser hombre entendido, capaz y político. Pero no es así». Y luego enuncia la experiencia y algunas conjeturas de las causas que tal singularidad puede tener».



Pertenece a esta forma de memoria inferior el tipo motor de articulación, que aprende una recitación, un cuento o un mensaje pronunciando las palabras. El huerquen o mensajero de los araucanos oye antes que todo el discurso que un cacique envía a otros y lo va repitiendo por el camino, para transmitirlo sin perder una palabra del original y con el mismo tono y movimiento del que lo manda. Los narradores oyen primero un cuento, lo repiten a veces a solas o en un círculo íntimo y reducido para concluir por recitarlo ante un auditorio más numeroso.

Un joven de la raza, conocedor exactísimo de las costumbres de su pueblo, da estas noticias del que representa la más alta expresión de la memoria indígena.

«Entre los araucanos no hay servicio de correos. Para subsanar este inconveniente, cada cacique tiene un joven mapuche que debe llenar requisitos indispensables: muy buena memoria, muy buen lenguaje y atento.

Al hueché huethrú, indio joven, que cumple con esas cualidades indispensables, se le llama huerquen, emisario.

Éste tiene que reproducir fielmente el mensaje a la persona a que va a enviarlo.

Cuando el correo llega a presencia del cacique que debe recibir el mensaje, tiene que decir en primer lugar:

-Soy correo del cacique N.

Tal declaración la hace cuando es conocido de la persona a quien va a visitar. Cuando el cacique lo ha visto por primera vez, es deber de éste preguntarle por la residencia y entonces el interrogado dice:

-Me manda un cacique que vive en...

En vista de estas declaraciones, se le autoriza para que se desmonte y se le pregunta por toda la familia del cacique amigo, si hay o no nuevas por sus tierras.

El huerquen, correo, tiene que hacer las mismas preguntas. Después de esta ceremonia y de haber recibido algo para el estómago, el correo dice su arenga. Mientras el huerquen está hablando, el cacique debe estar muy atento, y para manifestar esta atención, tiene que decir cada vez que el correo va a hablar de otra cosa:

-Dice la verdad, mi viejo amigo.

O bien exclama las siguientes expresiones:

-Así es, eso es, así es, eso fue, etc.

Cuando el correo tiene por objeto pedir al cacique una de sus hijas, el oyente en medio del discurso dice:

-Si es mi amigo, no puedo poner ninguna dificultad; se casarán.

Una vez que el mensajero ha concluido de hablar, el cacique tiene que contestar punto por punto.

El huerquen en vista de la contestación, se despide y se vuelve cantándola, muchas veces, a fin de que no se le olvide. Una vez llegado a casa del cacique que lo mandó, tiene que narrar en primer lugar lo que fue a decir y enseguida la contestación. De manera que el loncó, cacique, puede notar fácilmente lo omitido.

Además, éste le pregunta por la clase de comida que le sirvieron, pues según la reputación que se tenga del cacique en ese lugar, así se le sirve a sus huerquenes.

Si por casualidad el correo se olvida algo y recordándoselo después, lo dice, el cacique exclama:

-Mi amigo no debe estar ya muy rico, porque el correo que me manda no es de un cacique que debe merecer ese hombre.

O bien:

-Este cacique creerá que soy pobre como él, que me envía un emisario tan malo.

Si el ñidol, cacique, nota con facilidad estas faltas en el mensajero, no contesta, y si lo llega a hacer, es siempre en términos pocos corteses. De modo que por la contestación se puede saber si un huerquen se ha o no portado bien.

El enviar a otro cacique un emisario malo es una de las mayores ofensas que se puede hacer entre ellos. Por eso los loncó e ülmen, rico, se esfuerzan en tener buenos emisarios.

Si algún cacique tiene como buen emisario a su hijo, es muy considerado y respetado por todos, pues los demás dicen:

-Éste es el único a quien debe llamarse cacique, pues él confía sus secretos a su hijo y nadie más sabe sus pensamientos.

Los caciques que no tienen hijos y desean poseer más o menos buenos emisarios, enseñan este oficio a sus sobrinos o parientes más cercanos.

Cuando están chicos los hacen aprender cortos discursos, mandándolos a las casas vecinas a pedir algo. En estas peticiones tienen que portarse tal como lo hacen los emisarios ya formados. De esta manera aprenden a hablar muy bien y la memoria adquiere su desarrollo paulatino.

Más o menos a la edad de ocho años principian los caciques a enseñar a sus hijos el oficio de correos. De manera que a la edad de dieciocho años, que es la que se exige a los emisarios, están aptos para ejercer sus funciones.

El cacique que manda el huerquen se llama huerkufe, y el que lo recibe huerkulmangei.

Para comprender mejor, daremos un huerquen y su contestación.

Un cacique manda a buscar un caballo que le hayan regalado.

Es necesidad imperiosa que el cacique diga a su huerquen la arenga a caballo y lo acompañe como a dos cuadras de distancia, deseándole un feliz viaje y un pronto regreso.

El emisario sale al galope tendido hasta llegar al lugar de su destino, deteniéndose sólo en los arroyos y donde otras necesidades se lo exijan.

La arenga dada al huerquen es del tenor siguiente:

-'Hace mucho tiempo, mi amigo, vino a visitarme y en medio de su embriaguez me ofreció uno de sus más hermosos caballos, diciéndome, al mismo tiempo, que lo mandara a buscar cuando quisiera.

Por eso ahora, le envío, buen amigo, mi emisario a fin de que, si Ud. lo tiene a bien, se sirva mandarme el caballo regalado tan sincera, tan amistosamente'.

El interrogado contesta en los términos siguientes:

-'Hace mucho di una visita a mi amigo y le regalé el más hermoso de mis caballos. Por eso, ahora, cumpliendo mi palabra, le envío, por intermedio de su emisario, este buen caballo.

El regalo que le he hecho es prueba de la amistad sincera que nos liga, libre por consiguiente de retorno, pues nunca lo admitiré.

Ha de saber mi buen amigo, que tengo una hija que hace magníficos quesos y necesita buenas vacas para la leche, y he sabido que Ud. posee varias de las que agradan a mi querida hija.

Por otra parte, le mando, como le digo, mi buen amigo, mi mejor animal, y le agradecería que, en prueba de esa amistad que nos une, Ud. nunca vendiera el bonito caballo obsequiado'.

Aparte de poseer el huerquen todas las cualidades arriba mencionadas, hay que agregar la de ser un magnífico pentucufe, saludador.

Pentuco es un saludo que un cacique manda a otro. Cuando el emisario llega a la ruca a donde va en comisión, las ocupaciones se suspenden y la gente oye en completo silencio el diálogo que entabla con el jefe de la familia».



El mismo informante de los párrafos anteriores, da estos detalles del acto de saludar en forma enfática y extraordinaria.

«En pentucufe, visitador, como el pentucungei, visitado, al fin de cada frase o de cada sentencia alarga mucho la última vocal. Cuando ésta se va a pronunciar, la voz se pone muy vibrosa y sonora.

Un araucano que habla un idioma en tal estilo y con tanta arrogancia, es denominado por sus compatriotas tutelu pentucufe, magnífico saludador, visitador, y es respetado como sabio, como hombre recto y juicioso.

Los mapuches al hablar del pentucufe dicen:

-Éste maneja la lengua y maneja el juicio.

El huerquen debe saber el pentucu muy bien, pues es ésta una de las cualidades más resaltantes del emisario»50.



El araucano es un auditivo motor que remeda el grito de los animales y de las aves con una exactitud que admira, lo que hace con frecuencia en los cuentos para darles más animación. Conoce por el balido las ovejas que forman un rebaño, sobre todo si es pastor, y las imita a menudo para juntarlas o atraer un corderillo que se queda en los matorrales del camino.

La memoria araucana se distingue, además, en que ha sido muy afectiva.

Esta memoria de los sentimientos o del placer y de la pena, estaba en parte muy principal bajo la dependencia de las pasiones dominantes. Las deprimentes, las de dolor, de inquietud, sobrepasaban a las de paz en la vida afectiva del araucano, servían de guía a su voluntad y lo volvían melancólico y sombrío.

El odio a la raza conquistadora figuraba en primer lugar, como una pasión persistente y aguda, que llegó a ser un delirio emocional y un hábito trasmitido de una generación a otra, hasta llegar poco más o menos intacto a los tiempos modernos.

Los cronistas hablan con demasiada frecuencia de ese rencor secular y los escritores y viajeros contemporáneos lo han encontrado vivo y feroz en el indio antes de su total sometimiento; huinka en el concepto araucano era representación de todo lo malo; de lo que rayaba en abominable: vil, embustero, ladrón de mujeres, niños y tierras, portador a veces de brujerías y epidemias.

Estas imágenes de inquietud y de rencor suscitaban actos determinados, invariables en el tiempo y producidos con la espontaneidad de un reflejo. La guerra con todas sus fatalidades y venganzas era la consecuencia de este estado de alma de la colectividad araucana.

Pero esta emoción de rencor a la raza superior se agotó al fin por su duración prolongada y se cambió en contraria: del odio al acercamiento, por lo menos a la indiferencia en el mapuche actual, conquistado ya por la civilización en cierta proporción.

Pasiones relevantes del indio, que hacían más activa la memoria de los sentimientos, fueron el apego a sus mujeres o la poligamia, la adhesión profunda al suelo natal, pero no al territorio común de la raza; observancia inviolable de las prácticas rituales y fórmulas indígenas que observaron los mayores; la gula y la embriaguez, los celos, juegos de apuestas.

Muy distintas fueron las pasiones de los españoles de la conquista y de las épocas siguientes. Basta mencionar las de carácter general en la colectividad hispana: la pasión de la patria, que tendía a la unidad y expansión; la política, la del amor emocional y no el instintivo de los pueblos bárbaros ni el platónico e ideal de Ercilla; la religiosa, que obraba por imposición, por necesidad de convertir; la de las aventuras, alimentada por la novedad y el deseo de ganar oro y tierras. Otras pasiones secundarias menos extendidas que las anteriores obraban en esta sociedad: la moral o de amor al bien; la estética, la del juego de azar, que tenía por objetivo el pasatiempo o la ganancia y no se ligaba constantemente, como entre los araucanos, a la influencia misteriosa de un poder secreto.

En la memoria afectiva se encuentra la explicación de las dos pasiones más arraigadas en las costumbres araucanas y las prácticas rituales. La tendencia poligámica del indio, fuera de los motivos económicos y sociales, se debía a que la memoria afectiva era más débil en él, a que olvidaba más fácilmente sus emociones en virtud de lo variado e intenso de sus actividades. En cambio, siendo más fuerte y singular en la mujer la emoción amorosa, propendía a la monogamia.

La memoria afectiva fue para las creencias religiosas de los araucanos, aplicando tal término a falta de otro más exacto a las fórmulas de encanto, a las invocaciones a fuerzas superiores, etc., un gran poder conservador, que resistió indefinidamente a la propaganda, a la presión de otros credos. Esas representaciones que se encontraban hondamente incorporadas a la vida afectiva del indio, por la tradición inmemorial, se manifestaban con mayor resistencia en la mujer, no tan dispuesta como el hombre a acoger con favor las ideas nuevas.

La memoria psicológica o de las ideas, llamada también representativa, estaba mediocremente desarrollada en el araucano; su capacidad para retener las cosas sensibles se manifestaba en condiciones ventajosísimas. Pero, como la psicología ha establecido que las memorias especiales congénitas o adquiridas, disminuyen o atrofian las restantes, no retenía con la misma facilidad las cosas no sensibles.

Le faltaba, asimismo, la tenacidad de la memoria para conservar por largo tiempo las imágenes almacenadas en su cerebro. Tenía dificultad para localizar un recuerdo en el tiempo, es decir, determinar aproximadamente si un acontecimiento está o no distante del momento actual. Para esto se requiere la noción clara del tiempo, que en el araucano fue siempre vaga. Para localizar un recuerdo se valía de puntos de referencia, como los sucesos importantes de su vida o de la colectividad, como la sublevación, una invasión militar, la muerte de un cacique, etc.

El hombre adulto parece mejor dotado que la mujer, porque tenía más oportunidad de practicar ejercicios mnemónicos que le permitían desarrollar esta facultad. En los hogares de caciques y jefes representativos por su fortuna, se adiestraba a los varones desde niños en la relación de genealogía y hechos salientes en la historia de las familias emparentadas. Esta circunstancia ha influido para que los mejores informantes sobre usos de la raza e incidencias de una tribu, sean los hombres que pertenecieron a un medio seleccionado y no los de un origen pobre, no aleccionados en las tradiciones de las familias destacadas51.

No se han hecho todavía, ni se harán ya estudios acerca de las irregularidades patológicas de la memoria. El autor encontró durante varios años de observación uno que otro indio, entre ellos un cacique, afectados de amnesia o disminución de la memoria, anemia cerebral, originada, sin duda, por intoxicaciones alcohólicas prolongadas.

Como se ha podido ver en la exposición precedente, existían en las razas diferencia sustanciales en su clase de memoria. Cada una orientaba la suya en una dirección particular. En la mentalidad araucana, caracterizada por la ausencia de reflexión o de razonamiento lógico, superaba la memoria de los actos y faltaba o era restringida la de las ideas. Una sobresalía en el orden motor, la otra en el intelectual. Había entre ambas diversidad de tendencias afectivas y pasionales, lo que debía originar también naturalezas mentales diferentes.

La memoria y la imaginación no están, pues, organizadas en todas las razas de manera igual, con cualidades comunes. Tal concepción se presta a graves errores en los estudios etnográficos, en la historia y los poemas.

La imaginación del araucano pertenece a un grado bajo; en la que se confunde con las simples reminiscencias, porque hace revivir emociones pasadas.

En dos formas se desenvuelve el poder de formar imágenes: en la reproductora y en la constructiva o creadora. La primera es la característica de nuestro indígena sin invención; sólo reproduce recuerdos débiles y difusos de sensaciones; evoca los objetos familiares con los cuales se relacionan las emociones; es simbólica, por cuanto busca las asociaciones de ideas; poco varía, permanece en estado esquemático, pues a las representaciones de hechos nuevos que la experiencia hace surgir se aplican las imágenes antiguas.

Era mala o muy escasa en él la imaginación creadora, que se forma con la percepción de nuevas relaciones, que inventa u organiza las representaciones.

La literatura oral de los araucanos se halla, ciertamente, en estrecha relación con los rasgos especiales de su imaginación.

En las canciones predomina la expresión afectiva, propia de la imaginación de la misma especie.

Tampoco se empleaba esta prosa rítmica en cualquiera ocasión. Por lo común se mezclaba a una serie de actos destinados a celebrar un hecho extraordinario, como una junta para beber, un matrimonio, la construcción de la vivienda o alguna faena agrícola; otras canciones eran un rito esencial de diversas ceremonias, sin la cual no habría podido obtenerse el resultado sobrenatural. Tiene entonces un valor mágico.

Esta producción indígena refleja con cierta exactitud las imágenes y los sentimientos de que vive la comunidad. Ha sido una actividad útil a la organización social y no una estética de lujo. Sus medios de ejecución aparecen por regla general muy simples, rudos y sin pulimentos. Aparecía llena de metáforas e imágenes del medio, repeticiones de temas y frases a modo de estribillos; para expresar que una cosa era negra decían que estaba quemada; para significar el valor de un hombre, que el león rugía; faltaban los términos abstractos.

Carecía de los elementos que constituyen la inspiración y exigen al amplio desenvolvimiento intelectual de las razas evolucionadas. El mecanismo de la más correcta inspiración en estas sociedades consiste en una descarga de emoción y una corriente de imágenes. Tiene dos fuentes: la sensibilidad del poeta y el mecanismo preformado de las reacciones verbales; el estudio, la meditación, la vida, son encadenamientos de reflejos que se conservan en el cerebro y se reproducen con facilidad, y al lado de estos elementos de inspiración, el ritmo y la sonoridad. En una palabra, juegos de reflejos cerebrales, descargas de emociones, corriente de imágenes, armonía vocal.

Todo esto falta en la prosa íntima de los araucanos. Hay, pues, un abismo entre los medios simples de la ejecución araucana y las cualidades complejas de la inspiración civilizada; materiales y procedimientos son distintos.

Por esta desigualdad tan manifiesta, es falsa e incomprensible a la mentalidad del indio la traducción de poesías de castellano a su idioma natal: el corte del verso, el acento rítmico, la rima y las imágenes del idioma que se traduce, son elementos exóticos para el araucano, que no encuadran en sus gusto hereditariamente transmitido y, por lo tanto, inmodificable52.

La oratoria llevaba el sello propio de la imaginación araucana. El cronista Molina la describe así:

«Estilo sumamente figurado, alegórico, altanero y adornado de frases y maneras de hablar, que sólo usan en semejantes composiciones; por lo cual llaman coyagtun el estilo de las arengas parlamentarias. Las parábolas y las apologías entran en él muchas veces, y tal vez suministran todo el fondo del discurso»53.



Como entre todos los pueblos americanos, nuestros aborígenes tenían gran estima por la verbosidad, la cual se reputaba un arte honroso que daba una situación ventajosa al que sobresalía en él. Los oradores se reputaban maestros de la palabra y su gloria igualaba a la militar. La practicaban desde jóvenes con excesiva afición.

Abundan en los discursos de estos indios, como en los de otras razas americanas, las imágenes sacadas del ambiente social y físico. En los tiempos de la Araucanía no sometida, los oradores decían de los caciques mansos:

-Las vacas de Cholchol están amarradas para que les saque leche el gobierno.

De un cacique en campaña:

-El toro baja la loma y las ovejas huyen.

Peligro de las mujeres y niños de caer prisioneros:

-Escondan el ganado en el monte.

En un entierro:

-Las nubes viajan para el otro lado del mar», por el alma del muerto.

Los discursos, tiene como regla invariable una extensión desmesurada; duran dos o tres horas. El auditorio se coloca en círculo; un cacique preside ordinariamente. El orador se destaca un tanto y a su frente se coloca el contestador (lloudu ngufe); éste aprueba o rectifica y a veces sus audiciones se extienden más de lo necesario; el auditorio aprueba y rectifica también. El orador y el contestador se van renovando.

La frase toma un tono uniforme, y al concluir cada oración, se prolonga la última vocal, a manera de canto.

El orador pertenece en cuanto a la memoria al tipo motor de articulación; por la imaginación, a la reproductora, que se parece a la memoria. Faltan las facultades principales del espíritu, el sentido crítico, la abstracción, la generalización y la síntesis. Los razonamientos, más que la coordinación de juicios explícitos, son imaginativos, serie de imágenes que envuelven un juicio implícito.

Estos pormenores demostrarán la inverosimilitud de los discursos exprofesamente arreglados por algunos poetas y escritores para dar mayor realce a los personajes.

Van a continuación los detalles de discursos. El primero dicho en un entierro y oído por el autor. Un pariente cercano fue el orador; se eligió a uno conocido por su habilidad oratoria. Al frente del orador se colocó el contestador, que era un pariente de la mujer del muerto.

El orador comienza por hacer la biografía del extinto; habla de sus antepasados, menciona al abuelo, al padre y demás parientes; donde vivieron, cuantas mujeres tuvieron. Cuando llega a la mujer del fallecido, el contestador toma la palabra y detalla sus rasgos biográficos. Vuelve la palabra al orador y enumera las cualidades del que enterraban; refiere que sembraba, tenía animales, etc. Por momentos interrumpía el contestador para ampliar algún dato. El discurso fue bastante largo.

Según los datos expuestos, difieren sustancialmente los rasgos característicos del temperamento imaginativo de las razas españolas y araucana. La más adelantada poseía las formas superiores de imaginación, esto es, la reproductora en sus manifestaciones elevadas, la creadora, que comprende la científica, la estética y la práctica o de invención industrial, comercial, social, etc. La segunda se caracterizaba por su imaginación reproductora, sin invención, la más pobre y estrecha, reducida al menor número de objetos, a fantasmas, sueños, espíritus, poderes terribles a quienes había que halagar o desagraviar. Dentro de este esquematismo se movían sus imágenes borrosas y obstinadas, que excluían la atención de otras cosas y causaban la inacción del pensamiento. Sin embargo, sólo con el uso de este material, la imaginación del araucano se prestaba a excesos extraordinarios, creaciones de mitos y monstruos, fantasías de naturaleza alucinatoria.

Por otra parte, en el español estaba desarrollado con amplitud el sentimiento estético y en el indígena era nulo o rudimentario, dadas las mejores condiciones para el triunfo en la lucha por la existencia y la mayor capacidad intelectual.

El indio no alcanzó a llegar ni a una mediana altura en la formación de los sentimientos estéticos. Carecía de aptitud para admirar la belleza de los agentes naturales, que temía cuando eran imprevistos y no le llamaban la atención cuando entraban en sus impresiones diarias, como una hermosa puesta de sol a los de la costa; cuando eran inofensivos, aparecían rodeados del principio misterioso que obraba sobre las cosas. Así, en algunas reducciones las madres que miran la luna en creciente, aconsejan a las jóvenes que le hagan una rogativa personal pichi ngillatun, para pedirle un buen marido54.

Entre los aborígenes chilenos antiguos, principalmente, como la mayoría de las sociedades americanas que representaban etapas análogas, los sentimientos estéticos se relacionaban principalmente con el sentido muscular o de los movimientos. Esta motricidad aparecía más intensa en el indio que en el conquistador y de ella se generaban fuertes impresiones; el ejercicio repetido y de larga duración la perfeccionaban en extremo. Prevalecía por ausencia de los demás.

En el campo cromático superaba el español al indio, como se ha dicho antes; éste sólo distinguía los colores muy vivos, pero no los matices débiles, familiares a aquel.

Los sentimientos estéticos derivados de las sensaciones auditivas, eran también limitadas en el araucano; sus instrumentos producían sonidos rítmicos, con un escaso número de notas y sin semitonos. En cambio, son más complicados los ritmos de la música evolucionada. La monotonía es inseparable de la música araucana; con un ritmo único y una melodía rudimentaria, repite incansablemente la misma frase.

La estética del amor separaba las dos razas a una gran distancia. El amor en la araucana era instintivo sentimental, es decir, fisiológico no desprovisto de sentimiento, pero primando lo sexual sobre lo psíquico; en el de los españoles se equilibraban el factor fisiológico y el psíquico, predominando de ordinario el último.

Será necesario insistir aquí que el amor de nuestros indios, cargado hacia lo fisiológico, dista mucho del sentimental, poético, artístico, que Ercilla asigna a sus personajes en el poema La Araucana, y el de otras tantas creaciones en las que la pasión no sale de los contornos puramente ideales.

Los adornos tenían, asimismo, fines diferentes. En las dos razas usaban como fin el adorno personal, para agradar y dar realce a la persona, pero en las colectividades indígenas consultaba antes que la comodidad, lo agradable; entre los indios no cambiaba y entre los españoles variaba por épocas; en una y otra era la estética de esta clase un medio de selección sexual.

Los sentimientos estéticos que provenían de la intelectualidad, propios de los pueblos cultos, no existieron en ningún tiempo entre los araucanos. No se han conocido hombres de la raza dedicados a los trabajos mentales elevados; ni el mestizo, que por ser un injerto étnico debe descartarse de lo normal, se ha dedicado a ellos. Una que otra excepción entre estos últimos hay que tomar en cuenta actualmente, formados en colegios fiscales y habituados al roce social de la raza superior. En estos tipos la educación neutraliza a la herencia.

No menos resaltantes son los caracteres diferenciales de la mentalidad española y de la araucana en lo que concierne a las operaciones intelectivas. En sentido general se puede calificar en activa la inteligencia del español y en reposo la del indígena de todas las épocas, aunque ambos estén dotados de una conformación cerebral que acaso no tendrán diferencias bien marcadas. Nada se sabe todavía acerca de las condiciones anatómicas del cerebro del araucano, por no haberse hecho estudios sobre el particular que permitan efectuar una comparación entre las dos razas.

Se trata, pues, de conocer cómo está organizada la vida mental de una y otra; por cuanto, en lo que consiste la diferencia es en la manera como se desenvuelven en cada cual las funciones intelectuales y no en las particularidades anatómicas.

Las facultades intelectivas del araucano antiguo, si bien es cierto que admiten representaciones abstractas rudimentarias y generalizaciones restringidas, funcionaban con elementos especiales, o sea, en relación a lo misterioso y falto del control de la experiencia y de la causalidad, sin noción del orden físico o del origen de los fenómenos naturales. Su mente se hallaba llena de voluntades ocultas, ya temibles, ya benefactoras, de seres fantásticos, espíritus y aparecidos. Todo este mundo invisible tenía forzosamente que orientar su pensamiento hacia un campo exclusivo. En cambio de la deficiencia de los elementos de la lógica civilizada, la memoria visual motora ocupaba una parte considerable de sus facultades y se desenvolvía en relación con un vocabulario en extremo rico.

Otra característica de los hábitos mentales de los araucanos de la conquista y generaciones siguientes en tres siglos, por lo menos, era que sus imágenes o representaciones tenían una trabazón errónea. Así, una epidemia, la muerte de una persona de la familia se atribuía a la presencia de un extranjero, peligroso como todo lo desconocido, o a cualquier otro accidente fortuito.

Un ejemplo hará más comprensible este encadenamiento sin la lógica nuestra. Un cacique de Collimallín, un poco al noroeste de Temuco, tomó la piel del lado del corazón de un muchacho, la estiró hacia afuera y enseguida le hizo una pequeña incisión con un sangrador. La sangre se recibió en un plato de madera y una mujer corrió al estero inmediato y la arrojó al agua. Interrogó el autor de este libro a un mapuche sobre el significado de esta operación y le contestó que por ser el muchacho torpe y rebelde, se le sacaba lo malo del corazón y se le daba al río para que se lo comiese. Las imágenes mal unidas, la abstracción de la maldad que pasa a la sangre y el río que se traga con ésta el principio nocivo.

En este agregado de hábitos mentales consistía la lógica propia y congénita de los araucanos y de todas las sociedades americanas.

El mecanismo intelectual del español se movía al revés, a impulsos de una potencialidad lógica, evolucionada, fruto de la experiencia adquirida. Todas sus funciones mentales revestían hasta cierto punto caracteres superiores, que se realizaban en la ciencia y en la filosofía. Había nacido en un medio cuya actividad mental influía en sus disposiciones congénitas, es decir, bajo el combinado influjo de la herencia y de la educación.

Un análisis somero de las funciones mentales del araucano que no ha modificado sus ideas por la influencia de la civilización:

Atención.- El indio veía con mucha prolijidad en los detalles, como queda expuesto al hablar de la memoria, pero los hechos internos o complejos estimulaban muy poco su atención, que se despertaba de preferencia por las impresiones fuertes, como la de los colores vivos, los sonidos retumbantes y los múltiples movimientos de sus danzas, juegos y destrezas. Un interrogatorio sobre su lengua, sus costumbres, sus antepasados y tradiciones lo fatigaba bien pronto.

Eran aptos, sin duda, y lo son todavía para proseguir por largo tiempo un trabajo de destreza, tal como la confección de canastos de junco, trenzados de correas, tejidos de lana, adornos de plata; pero en ese caso entraba el hábito. Por otra parte, una vez que se apaga la atención, es difícil despertarla fuera de la excitación de uno de los sentidos.

Abstracción.- No carecía de ideas abstractas, bien que circunscritas a un estado embrionario y al estrecho marco de su mentalidad particular. Así como en la percepción, entraban también en la abstracción y demás operaciones intelectuales los dos principios matrices que regían todas las representaciones colectivas, lo misterioso y sagrado con su lógica trunca y mal trabada.

He aquí un ejemplo de esta abstracción mágica y de la lógica especial de las colectividades araucanas antiguas y modernas.

Un joven indígena que estudia tercer año de humanidades en Santiago entró una vez al museo del que esto escribe; le mostró éste una piedra muy bien alisada, que había sido esférica y partida como a cuchillo en la mitad. La tomó con cierto respeto y sin fijarse en su bonita forma dijo, atendiendo antes que todo a la representación mágica que ella le evocaba:

-Aumenta el ganado y atrae al corral los animales que andan perdidos por el campo.

El natural tenía propensión a concretar las cualidades: en vez de llamar tenebrosa una noche de tinieblas y silenciosa, la designaba con el nombre anchimallen, ser fabuloso de fuego, que salía en la oscuridad. No se decía de una piedra de figura y color raros, que se suponía salida del aerolito, que era benéfica sino cherrufe, nombre del mito que representa ese fenómeno sideral.

Sus percepciones tienen siempre un carácter concreto. Se deja ver, pues, su dificultad para desprenderse de las formas materiales de la idea y plegarse al hábito de la abstracción elevada, porque es una operación mental que demanda un esfuerzo inaccesible a su inteligencia. Sus ideas abstractas sobresalen de un grado primario.

El idioma araucano carece, por consiguiente, de términos correspondientes a ideas abstractas elevadas.

A las palabras abstractas del castellano corresponden en el araucano frases que se forman de esta manera:

Bondad = cúme pinquengen (Buen corazón ser).

Deshonestidad = ñuangen (ramera ser).

Inteligencia = cúme loncongen (buena cabeza ser o tener).

Dulzura = cochingen (dulce ser).

Felicidad = cúme dungun (buena cosa).

Maldad = huedá dungun (mala cosa).

Brujería = calcu durgun (cosa de brujo).

La voz dungun tiene una vasta acepción, pues equivale a cosa, razón, palabra, asunto, novedad, noticia, etc.

Asociación.- Tampoco sus asociaciones de ideas eran formas superiores del pensamiento. Siendo defectuosa su percepción y sirviendo su memoria para retener determinadas imágenes, resultaba flojo el enlace de las ideas. Las asociaciones de los araucanos pertenecían a las que se han llamado de valor mecanizado o que se originan del hábito. Las del español pertenecían a las premeditadas, que representan la atención y evocación voluntarias, esfuerzo intelectual. Entra esta clase de asociación en las especulaciones del pensador, del sabio y el poeta. En la mentalidad lógica del hispano, la asociación y la experiencia repetida originaban la idea y corregían las conclusiones de causalidad.

Generalización.- Esta función intelectual no tenía las propiedades de la lógica civilizada, no reunía en grupos distintos los seres y objetos para conocerlos y estudiarlos bien. Se verificaba según la mentalidad indígena, que consideraba en los seres y las cosas la presencia de un poder mágico y oculto. La identidad doblada de la piedra es una clasificación araucana, que se ha establecido, no a virtud de formación de grupos o escala, en que el pensamiento reconoce grados, sino entre las imágenes que están ligadas por el principio director de lo misterioso. Son clasificaciones empíricas, arbitrarias o independientes del objeto mismo.

Aunque muy distantes de la organización totémica, los araucanos de la conquista y de la generación siguiente, debieron conservar algunos vestigios de la clasificación de esos tiempos tan lejanos, en la cual estaban divididos en clases como las secciones del grupo social, los árboles, los ríos, animales, estrellas, los puntos cardinales y objetos inanimados; formaban una clase los árboles destinados para hacer las ramas, otra los sagrados, otra los que servían para ataúdes, etc.

La magia ofrece por centenares los casos de generalización mapuche. Había en algunas reducciones individuos que sabían introducir debajo de la piel, por incisión, pulverizaciones de piedras o de otros cuerpos duros. Se llamaba esta operación lawenjura (remedio de piedra) y se aplicaba a los jugadores de chueca en el cuello y los brazos para ponerlos tan tiesos y duros como la piedra. Había una generalización de carácter indígena o de acciones mágicas comunes entre cosas diferentes.

A estas generalizaciones pertenecen los empleos mágicos de fragmentos de animales. Los hombres solían proveerse del órgano sexual del huillin o nutria chilena. Restregándose este fragmento del animal en cualquier miembro del cuerpo, brazos, por ejemplo, adquirían la fuerza genésica extraordinaria que atribuían al roedor.

Poseían numerosos términos que representaban imágenes genéricas semejantes a las del español, como lo demuestra la lengua; más su aplicación aparecía restringida al lado de los dos principios fundamentales de su mentalidad.

Deducción.- Sus deducciones, sobre ser incompletas, carecían de exactitud o de la lógica nuestra si se atiende a que se hallaban excluidas de su mentalidad la abstracción, la generalización y otras funciones intelectuales, en sentido más dilatado.

Determinaban de ordinario sus actos por deducciones que sacaban de las nubes, la aparición de un arco iris, el grito y vuelo de las aves, el paso de un aerolito, la carrera de los animales y muchas otras circunstancias. En muchas ocasiones postergaban una empresa militar porque un animal había corrido o un pájaro gritado por la izquierda. Expediciones fracasaron repetidas veces porque parecía que algunos cóndores iban tras los expedicionarios; deducían que ya atisbaban los cadáveres que pronto habría entre ellos.

Con tal deficiencia de los factores intelectuales del araucano, su juicio y su razonamiento debían fallar por la base. No le faltaban conceptos; la lengua y las instituciones demuestran que los poseían en gran número; pero no alcanzaban a las funciones psíquicas superiores, pues las ideas abstractas, las generales y la percepción de relaciones se encontraban detenidas.

El exceso de su imaginación particular, que distaba tanto espacio del arte y del pensamiento especulativo, cubre una real pobreza intelectual.

Le faltaba representaciones lógicas, y esta deficiencia de imágenes paralizaba el vuelo de su pensamiento. Por eso sus razonamientos eran simples, prácticos y a menudo erróneos; rara vez tocan el límite de lo complejo. Razonaba en línea recta, lo que vale decir que se desarrollaba con una sola materia sin las adicciones relevantes que completan un cuadro de conjunto.

Toda esta falta de valores psicológicos, deteniendo el vuelo de su pensamiento, revelan en los araucanos antiguos una intelectualidad esterilizada, que persistió hasta las generaciones contemporáneas. La inteligencia araucana, en una palabra, es un campo inculto, pero susceptible de hacerse feraz como cualquiera otro con los trabajos para ello necesarios. Entiéndanlo bien los que ven en todo análisis científico e imparcial una malquerencia a la raza o la negación de su racionalidad.

Con una asimilación lenta y bien preparada, esta inteligencia en barbecho de los araucanos de antes y de ahora puede elevarse al nivel de la lógica civilizada.

Hay dificultades casi insuperables para llegar a este fin; el proceso de transformación es por lo menos en extremo lento y complicado.

El medio es otro lazo de estabilidad. Cuando no cambia el medio, las instituciones de un grupo social y su mentalidad tampoco varían, los conceptos continúan trasmitiéndose al través de las generaciones.

«La educación indígena debe ser un conjunto de reacciones sobre la herencia y la educación primitivas, mediante un proceso de adaptación a un nuevo medio social.

La acción educativa en este caso es una adaptación de las tendencias hereditarias a la mentalidad del nuevo ambiente social, o en otros términos, una aclimatación a una sociedad extraña.

En este nuevo medio la experiencia individual recibe la ayuda de las personas que rodean al indígena. Consigue así evolucionar como miembro de una sociedad nueva y en la formación de otros hábitos desempeña un papel muy importante la imitación. Cuando es incapaz de imitar o cuando la imitación es superficial y transitoria, el individuo permanece indígena o vuelve fácilmente a sus primeros hábitos. Si la imitación ha sido amplia y estable, produce las variaciones individuales que moldean otra personalidad diversa de la congénita».



Se dice, para demostrar la igualdad de condiciones intelectuales en que se halla el mapuche con referencia al español, que la educación nivela sus facultades a las del último. El problema está sin solución y los hechos no lo han demostrado todavía.

Hasta hoy no han sobresalido los araucanos en las ciencias ni en las artes, por cuanto la generalidad no ha llegado a la posesión completa en alguna dedicación profesional, fuera de la del preceptorado en muy limitados casos. No se incluye en este número a los mestizos, que son incrustaciones étnicas en la raza, con escaso valor para los estudios de esta clase.

La obra de renovar los modos de pensar de los restos sobrevivientes de la raza, debía haber principiado desde tiempos anteriores por el niño, lo que se ha descuidado por completo.

Cuantos han intervenido en la educación secundaria de los jóvenes indígenas, con algún espíritu de observación, reconocen su precocidad para la asimilación de las materias que se conforman con sus facultades congénitas, las visuales y auditivas motoras, como la gimnasia, la caligrafía, recitaciones oídas y repetidas, las operaciones manuales, etc. Pero están de acuerdo, asimismo, en señalar su inercia mental en los demás ramos de humanidades, en su tendencia al menor esfuerzo, en su ineptitud a la atención sostenida. Cuando llega al grado máximo de su desarrollo mental, se fatiga, el interés se debilita, las preocupaciones de raza ocupan su espíritu, se detiene y deserta de los estudios.

De aquí la necesidad de rehacer su mentalidad con procedimientos que permitan desenredar el caos confuso de sus ideas, poner en orden sus representaciones acumuladas, separar lo diverso, juntar lo semejante, regularizar sus generalizaciones, favorecer la formación de los conceptos abstractos, sustituir las asociaciones verdaderas a las falsas, preparar o rectificar los juicios. Semejante renovación no ha de comprender únicamente los objetos de la experiencia externa, sino los de la interna, como los sentimientos.

Otro obstáculo que ha dificultado la asimilación ha sido la lengua. El indio adulto o niño en contacto o cerca de su medio, sigue empleando su lengua en el ejercicio de sus facultades intelectuales. Hasta, los que viven lejos del ambiente natal, no pueden desprenderse de este lazo que ata su mentalidad a los modos de pensar heredados y perturba la formación de una nueva psiquis. Un joven mapuche que estudia tercer año de humanidades en el liceo que dirige en Santiago el autor, interrogado por éste acerca de la lengua en que pensaba, contestó:

-Pienso en castellano y sueño en mapuche; cuando suelo acordarme de las cosas de mi tierra, el pensamiento se me va al mapuche.

Para el indio era un escollo sacar su pensamiento de los moldes del idioma nativo para adaptarlo al castellano. No había congruencia en esta trasposición, si se acepta que las lenguas llevan el sello de la mentalidad de los grupos sociales que las hablan: a tipos mentales diametralmente opuestos, corresponden lenguas del todo diferentes.

Por manera que mediaba entre los idiomas castellano y araucano la misma diferencia que entre la mentalidad de una y otra raza. Representaban estados de cultura muy diversos.

En efecto, difieren en que uno es de flexión y el otro aglutinante. Como la totalidad de las lenguas americanas, el araucano carecía de muchos accidentes gramaticales que son propios de las indoeuropeas. Como todas aquellas, la índole de la mapuche es principalmente particularia, porque partículas son las que forman los hombres y designan con ellos los varios accidentes a que se han de acomodar.

Todos los idiomas americanos, contándose entre ellos el mapuche «son idiomas de raíz modificable y forman sus palabras por afijos aglomerando accidentes morfológicos que sufijan o prefijan la raíz, la cual no lleva germen vital ni evoluciona sino mecánicamente y con junta posición externa»55.

Otros caracteres de estos idiomas, que corresponden también al araucano: la extremada abundancia de formas verbales y de adverbios de lugar.

Invariablemente expresaban los detalles concretos que las flexivas dejan subentendidos; en todas sus frases entran elementos gramaticales que, según la coordinación de las lenguas europeas, parecen más que superfluas, cuñas inútiles.

Tanto los nombres como los verbos sirven para dar al lenguaje una expresión esencialmente descriptiva.

Los verbos tienen una variedad asombrosa de formas para expresar las particularidades de la acción, como de posición de los seres y objetos, de sus movimientos de costado, en línea recta, oblicuos, cercanos o distantes del que habla.

Los sustantivos expresan con la misma exuberancia de los verbos los detalles de los objetos, dimensiones, sus partes internas y externas, etc. El recargo de las variedades y pormenores se extendía ilimitadamente. Los indios aymarás y quichuas poseían términos apropiados, según sus léxicos, para expresar las menores circunstancias o detalles del maíz y de las papas. Otro tanto sucedía en el araucano con las semillas, los animales, los árboles, según las diferentes épocas de su crecimiento; las colas de los animales, de las aves y de los pescados se designaban con nombres diferentes. Los detalles de todos no reconocían límites.

La tendencia a la particularización de estos idiomas explica la exuberancia de sus vocabularios.

Las onomatopeyas aparecían abundantes y bien formadas en los idiomas americanos e igualmente en el araucano: todas imitaban el grito de las aves y de los animales, el ruido del aire, del agua, del fuego, del huracán, el trueno, de las funciones fisiológicas como toser, escupir, suspirar, llorar, etc.

Abundaban las palabras de alcance misterioso en las invocaciones y en los cantos, cuyos términos a veces han perdido su significación primitiva y siguieron repitiéndose por tradición; otras no se pronunciaban para no irritar a algunos animales, para no ahuyentar la caza o causar daños a ciertas personas de la familia.

A los caracteres diferenciales que anteceden, hay que agregar todavía las siguientes particularidades idiomáticas:

Las preguntas se hacen por el tono y principalmente por varias partículas interrogativas.

La voz pasiva se forma con el agregado de una partícula a la primera persona del singular.

Los adjetivos son relativamente escasos; faltan los epítomes del lenguaje de la oratoria y de las canciones.

El verbo tiene muchas variaciones, mediante algunas partículas, para expresar que la acción procede de una persona o se refiere a otra. Semejantes transiciones suplen la falta de casos complementarios.

Hay partículas sin equivalentes en el castellano que dan a la acción gran variedad de movimiento, lugar, dirección, tiempo, aumento o persistencia de lo que se ejecuta, etc.

El comparativo se forma anteponiendo partículas al positivo.

Algunos adverbios se expresan con partículas intercaladas.

Tiene escasas proposiciones, hacen de tales partículas pospuestas. Otro tanto sucede con las conjunciones.

Se verbalizan muchos sustantivos y adjetivos.

El araucano es idioma de oraciones independientes y no de subordinación. Las proposiciones subordinadas del castellano se expresan por derivados verbales.

Sería prolijo enumerar otras particularidades del araucano.

Prueba lo dicho sumariamente hasta aquí que así como se distancia en el fondo el pensamiento mapuche del castellano por los materiales de lógica especial que forman su mecanismo, media un espacio considerable en lo que toca a la forma, por los accidentes gramaticales que entran en la composición del habla araucana.

El lenguaje de los gestos, comprendido y hablado en todo el territorio, ampliaba entre nuestros aborígenes, como entre todas las comunidades americanas, la lengua oral. El proceso del gesto se comprende fácilmente: es el acto que acaba y el lenguaje que principia; en otros términos, es la simplificación, o como se dice por los grabados, la estilización del acto. Es un movimiento, y su extendido uso se explica en la abundante actividad motriz del indio. Aún persiste en las danzas ceremoniales este lenguaje mímico, que el araucano traduce a pensamientos concretos. El lenguaje de gesticulaciones daba, asimismo, extraordinaria viveza y exactitud a la acción de las personas o animales que entraban en los cuentos y relaciones de hechos sucedidos.

Con los movimientos de las manos, de los pies y de los rasgos de la fisonomía, sacaban sus recursos adivinatorios algunos individuos que practicaban la magia.

Los enamorados empleaban este lenguaje de signos cada vez que se veían cohibidos por la presencia de extraños: conversaban con leves movimientos de los ojos y de la cabeza sin que fuesen notados por los demás, con los dedos indicaba imperceptiblemente la mujer el tiempo que demoraría en salir hacia afuera de la casa.

De igual manera se entendían los jugadores de chuecas en los momentos más críticos de la partida; con los ojos y cabeza se indicaban el lado del ataque o de la defensa y el punto a donde iría a dar la bola56.

En los bailes eróticos tomaba este lenguaje de gestos una agilidad y precisión que salían del movimiento de las otras danzas.

Había indios particularmente dotados para imitar los ademanes y la voz de los otros, por una combinación de movimientos corporales y gestos vocales descriptivos debidos a la influencia de la voz. No sólo describían con exactitud los movimientos familiares a las personas sino también las diferentes clases de animales, como el zorro, el buey, el caballo, etc.

Con todo, el araucano en la conversación ordinaria, sobre todo delante de españoles, manifestaba, quizás por la rapidez en la emisión de la frase, carencia de mímica; tomaba una actitud rígida. Este lenguaje gesticulado tenía cabida de preferencia en las manifestaciones de la vida oral y en la imitativa.

Con el progreso de la civilización fue disminuyendo el concepto manual para dar lugar a la acción del espíritu.

Los españoles carecían, por cierto, como sociedad más adelantada, de este lenguaje peculiar de las colectividades bárbaras de América.