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ArribaAbajoCapítulo VIII

Los recursos de la vida material


La agricultura a la llegada de los españoles.- Los frutos silvestres.- La caza.- La influencia española en la agricultura.- Los aperos.- La ganadería.- El hueque.- La pesca.- Los licores.- Las comidas.- El comercio.- La evolución del traje.

Cuando llegaron los españoles al territorio chileno, los habitantes del norte o los picunches practicaban ya la agricultura; conocían la irrigación y los abonos, sembraban una variedad de semillas y poseían instrumentos agrarios de metal. Este adelanto en el cultivo de la tierra se atribuye a la influencia de los incas, los cuales implantaron sus métodos con bastante rapidez en esta parte remota del vasto imperio.

Se cree que esta celeridad de asimilación de los naturales de la sección austral se debe en primer lugar a que ya poseían una agricultura rudimentaria, a lo menos en la utilización de algunos granos, cuando ocurrió la conquista incaica. Otras circunstancias que obraron en un breve espacio de tiempo en favor del progreso agrícola fueron las medidas de seguridad que implantaron los incas, la supresión de las luchas de tribus y el área extensa de terrenos que arreglaron, fáciles de regarse y mayor que la del oriente de los Andes.

Esta implantación de la agricultura adelantada se extendió al sur y alcanzó hasta cerca del río Teno. El tráfico entre las tribus del norte y las meridionales facilitó la introducción a estas de algunas plantas de cultivo. Las del centro tenían contacto, a su vez, con las araucanas. La ley de las distancias no imperaba en los pueblos aborígenes de América.

En efecto, al arribo de los españoles a las márgenes del Bío-Bío, los araucanos hacía tiempo que cultivaban algunos cereales procedentes del norte. Cultivaban en primer lugar el maíz, llamado hua por los naturales y «trigo de india» por los peninsulares.

En una de sus cartas al rey, Pedro de Valdivia le da cuenta de que envió la escuadra de Pastene desde Concepción a Arauco «a que cargase maíz»; lo cual bien claro demuestra que se cosechaba ya en cantidades no escasas.

Constituía un suplemento importante en el conjunto de su sistema alimenticio, pues lo utilizaba cocido, muti o mote; guisado con otros vegetales, en harina tostada, mulque, y en pan, covque.

Les servía asimismo para la preparación de un licor muy generalizado entre ellos, el muday o muscá.

El cronista Ovalle dice:

«Este maíz ha sido siempre y es el sustento más universal de los indios, porque no sólo les sirve de comida, sino también de bebida, la cual hacen de harina tostada o desatada simplemente en agua, o cociéndola y haciéndola chicha, que es su vino ordinario».



La papa silvestre y algunas de las variedades introducidas por los incas seguían en valor alimenticio, principalmente en el archipiélago de Chiloé.

Aunque cultivada en menor escala, se hallaba también muy esparcida otra semilla de importación peruana, la quinoa o dahue (Chenepodium quinoa). Tan agradable al gusto araucano debió ser, que su cultivo se perpetuó hasta los últimos tiempos, y aún ahora mismo suelen verse pequeños sembrados de dahues contiguos a las viviendas; la gramínea llamada mangu; otras de cebada, el huegen y la teca, y elmadi o melosa (Madia sativa o mellosa), de que extraían un aceite comestible, la linaza araucana, completaban esta agricultura incipiente de origen peruano. El mangu araucano, mango, llamado por los naturalistas chilenos (bromus mango) era una gramínea que utilizaban mucho los indios antiguos en su alimentación, en particular en harina. La introducción del trigo, que daba una harina mejor y más blanca, los obligó a abandonar su cultivo. Se fue extinguiendo por esta causa poco a poco. En el viaje que hizo a la Araucanía don Ignacio Domeyko, geólogo polaco al servicio de Chile, a mediados del siglo XIX, la encontró en Castro en las tierras de un indio.

Seguramente que principiaban a cultivar, además, a la llegada de los españoles el ají, trapi; la calabaza, dahua, y los fréjoles llamados dugúll en los grupos del norte y kelhuí en los del sur164.

Con el cultivo de estas plantas coincidía la recolección de frutos de otras silvestres.

La frutilla silvestre (Fragraria chilensis), llahuen en araucano, brotaba en todo el territorio y suministraba al indio comida para el día, pasas para el invierno y la materia prima de un licor fermentado o chicha165. Raíces y bulbos comestibles cubrían también los campos y aumentaban los productos de su culinaria.

Entre los muchos que recogían se contaban los que denominaron ngadu, coltro, liuto (Alstroemeria ligtu) y lauú o lahue (Herbetia coerulea), que extraían a la par el indio y la bandurria (Theristicus caudútus)166.

El yuyo (brassica napus), tal vez de procedencia peruana, entraba en la culinaria indígena y es hasta de preferente recolección.

Al lado de su morada, tenía el indio otro acopio de comida en el bosque, aunque no muy pródigo en plantas de frutos suculentos. Recogía ahí buena cantidad de hongos, como el galgal, changle, pena o pinatra167.

Frutos comestibles para el consumo inmediato o para guardar, le ofrecían el avellano (Guevina avellana), el maqui (Aristotelia maqui), la murta (Ugni Molinae), la luma (Myrtus luma) y su fruta llamada cauchau, el queuli (Adenostemon nitidus), el roble (Nothofagus obliqua), el peumo o pegu (Criptocarga peumus), el boldo (Boldoa fragans), el boqui (enredadera), el quilo (Muhlembergia sagittifolia), el coihue (Nothofagus Dombeyi), que da un fruto que llamaron llaullau, el michai (Berberis Dawini), el huigan (Duvana dependens) y muchos otros.

El pino o pehuen (Araucaria imbricata), que forma selvas en los flancos de los Andes y Nahuelbuta, era el árbol bienhechor de los araucanos de esos lugares, pues desempeñaba un papel esencial en su alimentación vegetal. Su fruto, el piñón, solía proporcionarles comida de reserva para dos o tres años cuando la cosecha había sido abundante.

El año 1908, excepcionalmente seco en el sur, fue de cosecha abundante para los indios del este. Abandonaron sus trabajos de siembra para ir en busca de piñones que les sirvieran para el invierno del año próximo.

Los entierran y tapan cuidadosamente para su conservación. De este depósito se surte la olla, que constantemente permanece al fuego para que coma el que lo desee, a cualquier hora del día.

Los grupos de esas secciones ejercían derecho de propiedad sobre las comarcas de pinares, que fueron trasmitiéndose de familia en familia hasta hace poco. Había, además, en los valles de la cordillera innumerables espacios sin dueños, de libre apropiación168.

En la actualidad los indios andinos pagan la mitad de los piñones que recolectan al dueño o poseedor del fundo. Aún las tribus distantes se proveían de los pinares, para el invierno, de piñones o gnelliu. Hasta hoy mismo viajan de todo el centro a los valles de los Andes en los meses de marzo y abril en busca de esta pulpa, que traen en cargas y almacenan en sus rucas. Suelen vender en los pueblos del sur el sobrante de lo que calculan para su consumo.

Desde el siglo XVII formó el manzano español verdaderos bosques en todo el territorio araucano y aumentó, por consiguiente, los frutos comestibles y los licores.

La busca de vegetales comestibles, raíces, animales pequeños, etc., persiste hasta la actualidad como ocupación de la mujer, la que en esto se ha hecho una especialidad.

Fuera de las frutas y cereales, tenían a la mano para su alimento diferentes especies de aves y animales de caza.

Cazaban la perdiz, vudú, describiendo entre varios, alrededor de ella círculos que se iban estrechando poco a poco, o bien con perros, indígenas del país con el nombre de trehua, según autorizadas opiniones.

Mataban tórtolas, maicoñu; torcazas, conu y loros, tricau, con flechas y hondas o en trampas llamadas huachi. Tan grandes eran las bandadas de estas aves, que un cronista dice que cubrían el sol.

Perseguían el león, pangi (félis concolor); el huemul (cervus chilensis); el ciervo, pudú, (cervus pudú) y el huanaco, luan y muchos otros animales menores; a todos los cuales cogían con flechas, hondas y principalmente con el arma llamada lacai. Comían, por último, algunas especies de ratones.

Los indios modernos sólo han comido estos animales en épocas de hambre, por guerras o malas cosechas.

Con la ocupación española, particularmente en el último tercio del siglo XVI, la agricultura tomó entre los araucanos un impulso mayor y produjo, en consecuencia, una revolución en el orden económico y social, obrando sobre la constitución de la familia y multiplicando en consecuencia las inteligencias y las energías en la comunidad patriarcal.

Sin abandonar las semillas que ya sabían utilizar, aprendieron a cultivar los cereales importados por los conquistadores, dando preferencia al trigo, que por su origen de Castilla denominaron cachilla, y la cebada, cahuella. Seguían en importancia las habas y las arvejas. Nunca manifestaron inclinación por las lentejas, que encontraban parecidas a los granos de la viruela, ni por las hortalizas y los árboles frutales, fuera del manzano, cuya semilla propagaban las aves.

Pero los primeros cultivos de los indios, anteriores y siguientes a la conquista española, fueron simplemente embrionarios. Los de la costa, dedicados a la pesca y extracción de moluscos y algas marinas, tenían escasa inclinación a la agricultura; sembraban limitados trechos de terreno próximos a las habitaciones. Otro tanto sucedía con los pehuenches, atenidos al abundante recurso del piñón; sembraban limitadísima cantidad de trigo y de cebada desde el siglo XVII169.

Los de las zonas centrales sobresalían un tanto más como sembradores. Sin embargo, apenas cosechaban lo indispensable para el alimento del invierno; los productos naturales subvenían a sus necesidades en las otras estaciones.

Cuando gozaban de la paz y de la independencia de su territorio, se incrementaban sus siembras. En estado de guerra se reducían; porque, temiendo la tala de los españoles, ocultaban sus sementeras en reducidos espacios inaccesibles, como en las alturas de las montañas o en las vegas cubiertas de totora y juncos.

La labor agrícola del araucano de períodos posteriores tuvo que mantenerse, con raras excepciones, en sus límites primitivos, a causa por una parte del escaso terreno de que dispone, arrebatado por el leguleyo o el rematante de tierras fiscales, y por otra a su natural desidia, que entrega sus sembrados a parceleros o medieros.

No obstante, los datos históricos que podrían acumularse a este respecto y las tradiciones que hasta hace poco años corrían entre los indios, no han faltado autores que estampen en sus libros la afirmación de que existían grandes sembrados en el período pre-hispano. La cita que sigue contiene uno de esos asertos.

«Los mapuches y los huilliches se dedicaban a la agricultura de una manera bastante extensiva. En algunos de nuestros trabajos anteriores, habíamos insinuado que estos cultivos entre los mapuches deben haber sido esporádicos y de poca importancia. Durante los últimos años hemos tenido ocasión de hacer investigaciones más profundas sobre este punto para un trabajo que tenemos en preparación y hemos tenido motivo para modificar esta opinión. Ahora podemos decir con seguridad que los mapuches dependían principalmente de la agricultura por sus medios de sustento, y si es verdad que esta industria no había alcanzado el grado de adelanto encontrado entre los peruanos, sin embargo, era bastante desarrollada, como igualmente la crianza de chillihueques y la utilización de su lana para vestir»170.



La importación española incrementó, es cierto, las siembras indígenas; pero no en proporción extraordinaria en espacio ni en cantidad.

Las costumbres agrícolas se fijan en los pueblos indígenas más que cualquiera otras. Si a la llegada de los españoles las siembras eran limitadas, lo necesario para el sustento de cada familia, no se comprende que antes hubieran tenido una extensión superior a las necesidades de los grupos que formaban una tribu. En conjunto pudo reunirse en una zona de varias tribus una cantidad apreciable de cereales, particularmente de maíz, pues el cultivo de otras plantas no pasaba de una cantidad mínima.

La manera de expropiación de las cosechas de los indios, al detalle, que hacían los españoles, era lo que los inducía a suponer una agricultura exuberante. Por otra parte, los conquistadores exageraban por lo común el número de combatientes y el adelanto agrícola para dar relieve a la empresa de la conquista y a la importancia productora de las tierras.

¿Para qué iban los indios a cultivar extensiones de suelo superior a las necesidades de los habitantes de cada familia, que no eran numerosos? No existía el intercambio de cereales de región a región puesto que todas cosechaban los mismos. Además, carecían de instrumentos que facilitaran el trabajo de elaborar sus tierras, por cuanto, hallándose en plena edad de piedra, sus artefactos eran escasos, pesados y del solo manejo de hombres. Otro factor que limitaba la producción indígena consistía en la guerra perpetua de tribus, que distraía las actividades del indio a la defensa de sus hogares, de sus cosechas y animales, arrebatados siempre por el más fuerte.

Un considerable número de familias pertenecientes a las parcialidades más expuestas a las invasiones de los tercios españoles, labraban algunos trechos de suelo en los claros de los bosques o en otros sitios arrinconados, para evitar la destrucción de las mieses171. Debe suponerse que esos espacios serían muy reducidos.

Núñez de Pineda y Bascuñán, que escribía como a mediados del siglo XVII, describe en su libro Cautiverio Feliz los pormenores de la faena de cavar un espacio de suelo de un cacique, en la que el mismo toma parte; los parientes y amigos cooperadores de la faena eran como sesenta. De esa descripción se desprende que el trabajo apenas duró un día, lo que indica por cierto la pequeñez del trecho cavado y las dificultades de los procedimientos primitivos (página 278). Es un caso típico que sirve para generalizar sobre la dilatación de los cultivos araucanos.

No faltan referencias en los cronistas a este respecto. Uno asegura que sus sementeras, que carecían de cercados, no pasaba de cuatro o seis almudes de maíz y lo demás en proporción172. Otro confirma esta aseveración:

«Siembran en tan corta cantidad de sus simientes, que no basta a cubrir su indigencia, y aún en este pequeño trabajo de agricultura tienen los varones tan poca parte, que más particularmente es de las mujeres; porque aquellos nada más hacen que preparar la tierra, que lo demás corre a cuenta de éstas»173.



Documentos publicados e inéditos del tiempo de la colonia hablan a menudo de la desidia de los indios para cultivar sus tierras. Uno de esos documentos estampa la siguiente información refiriéndose a la zona de Arauco.

«Pero poco se aprovechan aquí de la bondad del terreno los españoles y mestizos que componen el corto vecindario de Arauco, por temor de los repetidos alzamientos y revoluciones de los indios, ciñéndose a crías escasas de ganado vacuno y caballar, y a unas cortas sementeras de trigo, de cebada, papas, maíz y algunas menestras, que suelen sembrar en las inmediaciones del fuerte. De estas mismas especies siembran también los naturales, aún con mayor escasez»174.



La documentación arqueológica confirma concluyentemente las afirmaciones de las crónicas y de los informes de otro origen. Las piedras agujereadas que formaban parte del artefacto para romper la tierra, se han encontrado siempre, sea por hallazgo casual o rebusca intencional, en pequeños espacios del terreno plano o de lomajes desarbolados. Cerca de los primeros se notan indicios de haber existido habitaciones en tiempos lejanos de los modernos, por la vecindad de las corrientes de agua, las demostraciones de talas arbóreas y por el encuentro de una que otra piedra de las utilizadas por los primitivos. Fuera de los recintos señalados, ha sido raro el hallazgo de alguna piedra perforada.

Esta limitación ha sido comprobada en las cercanías de Angol y en los lugares de Purén, Lumaco, Itraque, Collipulli, Guadava, Traiguén y Victoria, de la provincia de Malleco; en las vecindades de Temuco, menos que en las de Angol, y en los lugares de Galvarino, Cholchol, Voroa e Imperial, de la provincia de Cautín175.

Otra comprobación de la exigüidad de las cosechas de los indios antiguos es la escasa capacidad de las vasijas en que guardaban sus semillas y que se perpetuaron hasta el mayor acopio del trigo; eran un cuero en forma de bolsa, orron; bolsa de junco o totora, huilli; cuero completo de oveja o ternero, chorron, y un tronco hueco semejante a una barrica, sacó ma müll.

Durante la república las sementeras conservaron sus límites estrechos de los siglos anteriores y la carne formaba todavía la base de la alimentación indígena. Solamente cuando se establecieron molinos y casas compradoras, las cosechas tomaron un incremento que crecía de año en año. De unos cuantos almudes o canastos de trigo que antes bastaban para la alimentación anual, la cantidad sembrada ha llegado al presente desde 10 sacos hasta 100 y más.

Las casas compradoras anticipan fondos por una parte o el todo de la producción, lo que en el lenguaje de nuestros campesinos se llama «comprar en yerbas». El indígena prefiere quedar sin un grano de cereal antes de faltar a sus compromisos.

Este ensanche de la producción fue concluyendo gradualmente con los instrumentos y las prácticas tradicionales. Cuando las siembras eran limitadas, la faena cooperativa de la trilla se ejecutaba con los pies, operación que los indios llamaban ñihuin.

Se hacía un montón de las espigas del trigo, y alrededor de él se extendía en el suelo una capa de cierto espesor para que fuese pisada. Arriba se colocaba un viejo con tambo. Comenzaban a girar en torno de este haz parejas de cuatro o más hombres y mujeres, tomadas de las manos, con un paso arrastrado para separar el grano de la espiga. A veces precedía a los trilladores algún tocador de pito y cascabeles. Un enmascarado, collon-collon, se entretenía en hacer reír con sus bufonadas a los concurrentes. Duraba este trabajo dos o más días, y en ella el dueño de la trilla mostraba todo empeño en dejar contentos a sus cooperadores con toda la comida y el licor que podía suministrarles.

Vino después la trilla con yeguas, que en cada reducción se criaban principalmente para este objeto y la reproducción de caballos.

Cuando se incrementó la siembra de trigo hasta llegar a las proporciones actuales, los indígenas adoptaron las máquinas de trillar. Adquiridas por los ya pudientes, los demás recurren a ellos para que les trillen sus porciones mediante el pago por maquila.

Largos siglos transcurrieron para llegar a la adopción de las herramientas modernas.

A la llegada de los españoles, la industria araucana no había salido de la edad de piedra. Por eso eran todavía de pedernal sus armas, adornos y aperos de labranzas. Entre los últimos había unos instrumentos muy generalizados, los hueullus, «unos a modo de tenedores de tres puntas; otros son a semejanza de palas de horno, de dos varas de largo, tan anchos de arriba como de abajo»176. A estos adaptaban la piedra agujereada (ratancura). Servían para extraer raíces y papas silvestres, cavar la tierra con la punta y romper los terrones por el lado de la piedra horadada.

Usaban, asimismo, palos aguzados de maderas duras como la luma, a los cuales agregaban a veces espátulas de animales, que llamaban voro en el norte y forro, hueso, en el sur.

Se distinguían en la fabricación de estos instrumentos de labranza los indios de la isla Mocha.

Se servían de otras herramientas de madera que terminaban en punta o en forma de pala, tanto para trabajos agrícolas como para los de construcción: «pal, que son a modo de barretas de una madera muy pesada»; pitrón, chuzo; maichihue, que se asemejaba a un azadón. Los fabricaban por lo común de madera de luma. A la acción de romper la tierra con el último, se llamaba por eso lumatun.

«Los araucanos, quizá influenciados por los diaguitas-atacameños usaban también palas de madera de dos diferentes clases»177.



Hasta el presente se ha perpetuado un instrumento conocido con el nombre de calla, para extraer raíces, que es un palo que termina en un pedazo ancho de hierro. Todavía no ha desaparecido del todo esta primitiva costumbre de sembrar con un palo agudo llamado pilohue. En una tierra blanda, las indias van cavando agujeros en que depositan las semillas y cubren enseguida de tierra con un pie. para el mismo objeto utilizan las reducciones apartadas otro de la misma especie que denominan rengahue.

Los instrumentos de labranza aumentaron de un modo que influía en el incremento paralelo de la agricultura.

En algunas tribus los prisioneros españoles introdujeron el arte de forjar el fierro. Se servían para ello de fraguas pequeñas y rudimentarias, con fuelles de cuero, que duraron hasta poco antes del sometimiento definitivo de Araucanía.

Como no conocían la minería ni la metalurgia, utilizaban el fierro que cambiaban a los españoles, en especial las herraduras, y el que recogían en los encuentros o quitaban a los prisioneros. Las herraduras aguzadas y metidas en un palo, reemplazaban a los antiguos hueullus.

Pudieron preparar así los primeros cuchillos y las hachas, que fueron reemplazando paulatinamente a los instrumentos de pedernal, hueso y concha. Arreglaron entonces instrumentos de agricultura más pesados o con puntas de hierro, los cuales hicieron innecesarias las piedras agujereadas que se adoptaban a las extremidad superior de un palo.

Hasta consiguieron imitar una hoz o ichuna para segar y un primer arado de forma tosca y sencilla, que consistía en un madero grueso y arqueado, con una piedra en la parte que se doblaba hacia el suelo. La arrastraban dos a cuatro hombres para formar con él surcos imperfectos y superficiales. Como al primitivo instrumento de labranza, dieron a esta imitación de arado el nombre de hueullu, palabra que significa «dar vuelta».

Se perfeccionó con el tiempo este primer arado con la adaptación de un mango, neghué timun, y de una pieza de madera para romper la tierra hueullu, a la que se agregaba a veces una punta de hierro. Todo este instrumento, que se arrastraba con bueyes, se llamó y se llama todavía timun, de timón.

Idearon también una carreta sin ruedas de tres palos que formaban un triángulo, con la base menor que los lados. La designaron, hasta hace un medio siglo a esta fecha, con el nombre de larta. Posteriormente le agregaron ruedas elaboradas de un solo trozo de madera en forma de disco, que son las que aún se usan en algunas reducciones.

Por carecer de animales domésticos, estas agrupaciones no pasaron, pues, por el período de pastoreo.

El único animal que los araucanos domesticaron con extraordinaria solicitud antes de la conquista española, fue el llama peruano, que los cronistas llamaron chilihueque o carnero de la tierra y los indios, simplemente hueque. Lo poseían los caciques y los ricos, ülmen, en escaso número, comúnmente, «y los crían los indios con grande regalía por la lana, y miran mucho por ellos, guardándolos dentro de sus casas porque es la mejor hacienda que tienen para comprar mujeres»178.

Su propagación se facilitó por lo favorable del clima y por la abundancia de pastos.

De mucha utilidad por su carne y su lana, como por su fuerza aplicada al transporte y su uso para ciertas ceremonias, públicas se comprende que sólo fuese patrimonio de ricos, de caciques. Eran una gran riqueza en los demás poseer diez o doce.

Divididas se encuentran las opiniones acerca de si el hueque es el llama de los peruanos o el huanaco domesticado.

Sin contar con la razón lingüística de que existe una palabra en el mapuche para designar este animal, luan, debe tomarse en cuenta la opinión de los cronistas. Los padres Rosales y Ovalle, entre otros, afirman que el chilihueque era el llama del Perú179.

Entre los actuales araucanos, los muy viejos especialmente, predomina la creencia de que no era el hueque el mismo luan.

A fines del siglo XVIII todavía poseían algunos los caciques de Huequén, aldea cercana a la ciudad de Angol.

A juzgar por la etimología de ese nombre y la tradición, los hubo en ese lugar en crecido número, y hasta señalan los indios más viejos un paraje que tuvo el nombre de Malalhueque, corral de hueques180.

En la misión de Mariquina, en Valdivia, quedaban también de estos animales a fines del siglo predicho:

«En la parcialidad de Marileu situada a distancia de dos leguas de la misión, en una pampa la más alegre y fértil de toda ella, se conservan aún algunos chilihueques, que son los carneros antiguos del reino de Chile, llamados llama en el Perú, de los cuales se servían los naturales para conducir sus cargas»181.



Solamente en el último tercio del siglo XVI, la raza araucana comenzó a dedicar la mayor parte de sus actividades al pastoreo con la introducción de los animales de la península española.

Al partir de esa fecha, la cría de caballos había tomado entre los araucanos una extensión tal, que no había región del territorio que no los tuviese en crecida cantidad.

Cuidaron los primeros potros y yeguas; auca, que obtuvieron en la guerra y denominaron huequeinca, con una solicitud admirable. El medio apropiado por su abundante vegetación herbácea y el afán constante del indio para arrebatarlos al enemigo, aceleraron su reproducción, sobre todo después que desaparecieron las ciudades del sur.

Al mismo tiempo de dilatarse la crianza del caballo, el araucano supo domarlo con destreza y adaptarlo en todos sus usos a la nueva vida, desde la alimentación hasta la guerra. Sin este contingente tan eficaz, la característica guerrera del indio no habría podido resistir muchos años a la superioridad del conquistador.

Las condiciones del clima, su vida trabajada y el descuido en seleccionarlo para su mezcla, crearon el caballo indígena, que existe todavía con rasgos propios, delgado, lento y resistente a la fatiga, al hambre y a la intemperie.

Al ganado caballar seguía en importancia la oveja, ovicha, que produjo, asimismo, un progreso notable en la alimentación y en la indumentaria.

El tipo de oveja introducido al territorio araucano era el español llamado merino, el cual, en un ambiente nuevo y lluvioso, entregado a su desarrollo natural, se transformó en una raza indígena inferior, de cuerpo irregular y angosto, lana larga y gruesa, patas finas y prolongadas. Pudo haberse multiplicado en grandes proporciones, favorecido por los pastos exuberantes, pero los indios cuidaban rebaños escasos, de 20 a 50 cabezas por casa, como término medio, número con todo que en el conjunto de una familia crecía bastante182.

Se contentaban con lo meramente necesario para completar el sustento animal y atender a las exigencias del tejido araucano, limitadas a los ponchos, mantas y telas para el chamal.

El cruzamiento de la oveja indígena se verificó en Araucanía en época reciente, cuando las tierras se entregaron a la colonización nacional y extranjera.

El buey, mansun, que no ha perdido hasta hoy mismo su tipo de origen ibérico, halló igualmente condiciones favorables para su desarrollo en el clima del sur. El araucano prestó a su crianza menos atención que al ganado caballar y al ovino. Apenas contaba cada familia con un número que variaba entre cuatro y seis.

La reproducción de otros animales y de las aves de corral, figuraba en la ganadería indígena como complementaria únicamente de las anteriores.

Para la crianza de sus animales no tuvieron necesidad de moverse de un sitio a otro, mucho menos en los primeros tiempos de la ocupación española, en que los prados y las campiñas de pasto abundaban más que en los que siguieron a esa época.

No manifestaron los indios en ningún tiempo inclinación a la crianza del ganado cabrío, tanto por la inferioridad de la carne como por ser este rumiante perjudicial a los sembrados, antiguamente sin cierro.

Faenas complementarias de la agricultura han sido la esquila, el cierro y la marca. En épocas pasadas no hacían los araucanos una esquila sistemada, sino que cortaban con cuchillo la cantidad necesaria para sus tejidos. Ahora hay tiempo fijo para trasquilar (quediñ), los meses de octubre y noviembre.

La marca de animales es una faena de carácter cooperativo y de tiempos modernos. Se rodea el ganado, se enlazan las reses que van a ser marcadas. A la aplicación de la marca sigue a veces la castración. Terminada la faena, sigue una fiesta que se prolonga hasta dos días. La marca de propiedad ha tenido también su evolución. En un principio consistió en el corte o la partidura de una oreja, en el desprendimiento de un pedazo de cuero de los encuentros o de la gargantilla del vacuno, operación ejecutada siempre de un modo diferente. Después los indios adoptaron la marca de figuras geométricas, importada del otro lado de la cordillera. Estas figuras reproducían muchos de los detalles de la cerámica y de los tejidos peruanos reflejados en el estilo incaico.

Otra reunión campestre y moderna que proporciona al indígena motivo para un trabajo colectivo es la construcción del cercado, que se ejecuta a la entrada de invierno. El dueño del cerco o del corral que se va a construir, reúne la madera necesaria previamente e invita enseguida a sus vecinos. El día fijado se principia la faena, que consiste en plantar palos gruesos y adaptar a ellos otros más largos y horizontales. Concluida la tarea, el invitante ofrece a sus cooperadores una manifestación de comida y licor183.

Las tribus del litoral manifestaron muy escasa inclinación a la agricultura y al pastoreo. La pesca y la extracción de moluscos y algas marinas continuaban siendo sus ocupaciones habituales. Para los que habitaban las orillas de grandes ríos o lagunas, la tarea de pescar era ocasional. Ahora, por lo general, el indio del centro no se aplica a la pesca.

Para esta operación se valían de redes, ñehueñ, que fabricaban con hilos de juncos o cortezas de árboles y sumergían con piedras agujereadas o de pequeñas excavaciones laterales184. El chagual, cardón (Puya coarctata), les suministraba las boyas. Las costinos hacían, además, en la playa corrales de piedras o de empalizada, en los que la alta marea dejaba depositados los peces.

Antes de la conquista española, los araucanos conocían las redes y las bolsas del junco llamado ñocha, semejantes en el tejido en malla a las que usaron los pueblos costinos del norte, desde Arica a Taltal. Esta semejanza de textura podía comprobarse hasta hace poco tiempo en las redes araucanas.

En los ríos armaban nasas de varillas entretejidas, llamadas llolles que encerraban los peces en la noche.

Conocían los arpones y anzuelos, que arreglaban de espinas y huesos y ataban al cordón del junco denominado ñocha (Bromelia landbecki). Estos instrumentos guardan una paridad completa con los mismos de las costas del norte, de Arica a Taltal, según se deja ver en ejemplares sacados de los conchales del sur del Bío-Bío y existentes en el Museo Nacional y colecciones particulares.

Según los cronistas, en las aguas mansas adormecían el pescado con extractos de yerbas y cortezas fuertes, y enseguida lo ensartaban con un instrumento de tres ganchos puntiagudos. Hasta hace pocos años los indios del interior pescaban colocándose en hileras en la orilla de un río y ensartando los peces con un palo aguzado o garrocha, en ocasiones con tres o cuatro puntas de fierro, el rinquihue.

En otras ocasiones entraban en una canoa dos hombres al río, uno iba remando en la popa y otro de pie en la proa. Cuando veían un cardumen de peces, la canoa se detenía y el de la proa hacía funcionar el rinquihue y rápidamente arrojaba al barquichuelo el pescado ensartado para seguir la operación.

En algunas reducciones pescan con mantas o ponchos en sitios en que las aguas son mansas. Sumergen el poncho en el agua amarrado con lazos de junco en las cuatro esquinas. Ponen encima del poncho la ceniza del mote recién lavado. Llegan los peces a la ceba y dos hombres que están en la orilla recogen con toda rapidez el poncho donde se habían metido algunas piezas. Otras veces la pesca se hacía con un canasto grande y de boca ancha, que sostenía un hombre desde la orilla con una vara de colihue.

A estos procedimientos agregaban los habitantes de las playas del mar, la pesca con anzuelos y la red, para lo cual se metían aguas adentro en sus frágiles canoas.

El arte de la navegación se encontraba entre ellos en el estado que corresponde a las sociedades de tipo inferior. No conocían las velas y sus embarcaciones no pasaban de ser toscos y peligrosos aparejos.

Los principales eran la canoa, huampu, y una balsa, trangi, hoy llangi, que hacían de totora, carrizos, troncos de chagual o madera liviana, atados con voqui, enredadera del sur. Fabricaban la primera de un tronco de árbol de dimensiones variadas, que ahuecaban con fuego y hachas de pedernal primero y enseguida con instrumentos de hierro. Celebraban fiestas para cortar el árbol, para alisarlo, ahuecarlo y echar al agua la canoa. Todavía se conserva esta embarcación entre los indios.

Solían servirse como de timón de un pedazo de madera ancha parecido a una pala. Los remos eran palos con una corteza de árbol atada en uno de sus extremos. Aprendieron después a elaborarlos de una sola pieza.

Todas las faenas agrícolas de acción cooperativa tenían el carácter de fiestas, cahuiñ, para los concurrentes. Las había para cerrar un cortijo, sembrar, trillar, etc.

Tales fiestas, que se verificaban con un ceremonial determinado, exigían un gran consumo de licor.

La pasión de la embriaguez se ha desenvuelto con energía entre los araucanos desde antes de la llegada de los españoles hasta el día. Siempre han bebido enormes cantidades de licores.

Antes de la conquista española fabricaban numerosos brebajes fermentados de las frutas y semillas de la exuberante flora araucana. Entre muchos, utilizaban los frutos del molle (Litrea molle), del maqui (Aristolia maqui), de la luma (Myrtus luma), de la murtulla (Ugne Molinae), la quinoa (chepodium quinoa) y la frutilla (Fragraria chilensis). El jugo fermentado de esta fruta, que alcanzaron a mejorar por cultivo, sobresalía por su gusto menos desagradable.

La bebida araucana por excelencia fue la chicha de maíz (mudai), de importación peruana. Se obtenía la levadura, que hacía fermentar el licor, por masticación ejecutada por las mujeres viejas y los niños.

Abandonaron la fermentación por este medio primitivo cuando dispusieron de los cereales españoles, para reemplazarla por una levadura que obtenían haciendo podrirse un poco de trigo o de maíz en un hoyo. Por último, las mujeres aprendieron a preparar una levadura parecida a la común.

El manzano que se propagó en condiciones tan favorables en el territorio, les proporcionó otra materia prima para aumentar el número de sus bebidas fermentadas (pulco, chicha de manzana).

No sucedió lo mismo con la vid.

En las zonas donde el clima favorece su cultivo, los indios no plantaron una sola cepa en sus cortijos.

Las múltiples labores que exige la fabricación del vino, eran incompatibles con la falta de previsión y la negligencia del indio.

Pero si no aprendieron a elaborarlo, supieron beberlo con creces. Desde que se afirmó la dominación española, el vino y el aguardiente formaban la base de los trueques de especies entre los indios y los mercaderes.

Desde el siglo XVIII hasta la conquista definitiva por el ejército de la república, se introducían al interior desmedidas cantidades de arrobas.

Cuando se fundaron pueblos y surgió la industria del alcohol de fábrica, continuó en mayor escala el consumo de aguardiente hasta producir en una parte de la población indígena un verdadero estado patológico.

En la actualidad, la inclinación atávica del indio de otros tiempos va disminuyendo progresivamente por la mayor dedicación al trabajo agrícola y la extinción de algunas de sus reuniones tradicionales.

Desde la fundación contemporánea de los pueblos la frontera y el natural incremento del comercio, se operó un cambio en las ocupaciones del araucano: perdió su antigua extensión la cría de animales y aumentó el cultivo de las tierras.

Los medios de existencia cambiaron igualmente. Los alimentos de origen animal disminuyeron para ceder en gran parte su lugar a los vegetales, tanto los cosechados, como el trigo, la cebada, el maíz, las arvejas, etc., cuanto los de producción silvestre, como los hongos y yerbas de las diferentes estaciones.

A estos alimentos vegetales se agregan en verano las frutas silvestres.

La carne no se como habitualmente entre los indios sino en ocasiones fortuitas. Sus animales no están destinados al consumo sino a los trabajos agrícolas y a la venta en dinero.

La panificación tampoco es cotidiana en la cocina indígena; desconoce el uso del horno y sólo emplea la ceniza caliente.

Para sus comidas no tiene horas fijas: come cuando las viandas están preparadas y en su defecto, las provisiones de consumo extraordinario, como harina tostada con agua (ulpu) y mote. Es apasionado por el ají.

En una habitación suelen hacer las mujeres por separado sus guisos. Si en una misma viven el padre, una hija viuda y un hijo casado, hay tres fuegos. Unas a otras se van invitando a la hora de comer el contenido de la olla185.

Agregaban todavía a tan variadas materias alimenticias muchas algas marinas, como el cochayuyo, collof, (Durvillea utilisima), el luche (Ulva lactuca) y la lualua, también alga marina que se come en el sur por indígenas y chilenos. Hasta el presente van los habitantes del centro a proveerse de cargas de este alimento antes del invierno, o los del litoral viajan adonde aquéllos para cambiar estas especies por otros objetos.

Desde el último tercio de siglo XVI, cuando las relaciones económicas se extendieron por el aumento de actividad y consiguientemente de producción, las transacciones comenzaron a ser más determinadas. Las tribus sometidas o las en tregua con los españoles, celebraban con éstos frecuentes permutas de objetos. Las primeras aportaban algunos animales, uno que otro producto natural y en ocasiones pequeñas porciones de oro en polvo, que habían aprendido a extraer, y los segundos, pedazos de hierro, artículos de necesidad y mercancías de adorno. Otras veces el tráfico se operaba entre los araucanos y los indios yanaconas o de servicio de los españoles186.

Al comenzar el siglo XVIII el desenvolvimiento comercial se habían extendido un tanto más:

«Aún no se ha introducido el uso de la moneda -dice el historiador Molina, refiriéndose al tráfico interior-. Todo suele hacerse por la vía del cambio; éste es reglado por una especie de tarifa convencional, según la cual todas las cosas comerciables son apreciadas con el nombre de cullin o paga. Así un caballo o freno forma una paga; un buey, dos, etc. El comercio externo se hace con los españoles, a los cuales dan ponchos y animales en cambio de vino o mercaderías de Europa»187.



Antes de promediar el siglo apuntado, los araucanos disponían de un sobrante mayor de animales, mantas y productos naturales, que cambiaban a los españoles por géneros de importación, herramientas, vino y aguardiente.

En estos cambios los indios solían obtener algunas monedas de plata, que estimaban no por su valor real, sino para fundirlas y trabajar adornos para las mujeres y piezas del arreo de montar.

Para efectuar este cambio de especies los indios tenían acceso a los fuertes y los mercaderes españoles que salían de las poblaciones del sur, obtenían permiso para internarse en el territorio. A medida que avanzaban en él, con la venia de los caciques, a quienes regalaban algunos objetos, iban distribuyendo sus mercaderías por un número convenido de animales. El día señalado para el regreso, los compradores concurrían puntualmente a cancelar los valores adeudados. Los caciques hacían acompañar al comerciante de algunos individuos hasta la línea de frontera.

En el siglo XIX, antes y después de la independencia, continuaba siendo el ganado el medio económico preponderante. Concurrían entonces los indios con una porción de animales a los fuertes de las fronteras, donde se establecía una especie de feria. En los últimos años de la ocupación del ejército chileno, los indios vendían ya sus animales por dinero.

En esa misma época hasta la pacificación definitiva de la Araucanía, los mercaderes entraban al interior con un salvo conducto de las autoridades militares. Se encaminaban a una reducción determinada con carretas o recuas de mulas cargadas con los artículos del gusto del indio, como pañuelos, cintas, cuentas, peines, añil, agujas, cuchillos, hachas, vino y aguardiente.

En el tránsito de su viaje tenía que ir regalando algunos objetos a los caciques principales.

Tan pronto como llegaba al término de su itinerario, el jefe de la reducción, previamente gratificado, hacía que se llamara la gente con el cullcull, cuerno. Cada comprador tomaba el objeto de su agrado y convenía en pagarlo con animales.

Un decalitro de aguardiente se cambiaba por un novillo.

Se seguía una reunión muy animada que degeneraba en borrachera, prolongada tanto cuanto era la cantidad de licor que introducía el mercader.

Cuando el comerciante anunciaba su regreso, todos los deudos concurrían a pagar con admirable exactitud. El cacique hacía acompañar al comerciante de varios mocetones hasta alguna distancia; pero sucedía a menudo que éstos u otros lo despojaban en el camino. En otras ocasiones este despojo se verificaba en la misma reducción de la venta, o el mercader estafaba a los indios, de todo lo cual prevenían choques de grupos en que tenía que intervenir la fuerza militar188.

Aunque limitado, existía, pues, un comercio efectivo desde el siglo XVIII. Creaba a las colectividades indígenas nuevas y mejores condiciones de existencia, establecía una comunicación más frecuente con la raza superior e impulsaba sus primeras tentativas artísticas e industriales. El comercio constituía de esta manera el medio más eficaz de la civilización.

De manera que el comercio indígena tuvo una fase primitiva en que se efectuaba el trueque, no entre vecinos, que tenían bastante conformidad de hábitos y necesidades, sino entre clanes distantes y de recursos distintos. Después la de venta al contado, practicada por mercaderes ambulantes que entraban al territorio araucano en caravanas o por los indios que salían periódicamente a ferias determinadas. No alcanzó a formalizarse el acto a crédito. Solamente en la actualidad, por el aumento de la producción agrícola y de las vías de comunicación, las transacciones a término se han generalizado entre los mapuches.

El comercio y el pie de adelanto en que ha permanecido el arte de tejer entre los indígenas ha influido en el mejoramiento de su manera de vestir.

Desde épocas prehistóricas los araucanos se cubrían con plumas, pieles de animales y tejidos hechos con hilos de junquillos o corteza de árboles.

Los peruanos trajeron a este país la vestimenta de su país, y la indumentaria araucana corresponde íntegra o poco modificada a la de los incas.

Los araucanos la adoptaron sin dificultad, tanto porque los resguardaba de las inclemencias del clima, cuanto porque venía a fomentar su propensión a adornarse; la idea de cubrirse por pudor se ha manifestado con posterioridad a las necesidades del abrigo y del adorno.

El poncho cosido debajo de los brazos, de los peruanos, dio a nuestros aborígenes una especie de camiseta. Se agregaban a ésta la banda frontal, el poncho ordinario, grande y desprendido; calzones cortos y abiertos a los lados, faja ancha a la cintura. Las mujeres tomaron también la camiseta, la faja frontal y además la túnica o chamal, desde la cintura hasta las rodillas, y un chal muy corto a modo de esclavina, prendido por delante con el tupu peruano.

En un principio suministraba lana a los indios el hueque o llama que domesticaron y reprodujeron con facilidad; pero sólo proporcionaba una escasa porción de esta materia prima para los caciques y sus familias. El resto de la gente continuó empleando para su vestido las plumas, las pieles y los tejidos vegetales, según la región.

Tradiciones casi borradas ya, dejan entrever la existencia de una técnica de combinación en este período y el siguiente de la conquista española; se trabajaron entonces tejidos en que se mezclaban los hilos de lana con los de corteza de árboles.

Con la introducción al territorio araucano del ganado ovejuno de los españoles, comenzó a generalizarse poco a poco la ropa de lana.

En el siglo XVII el vestuario indígena persistía en su forma anterior; aunque con las variantes que indican las piezas siguientes:

Banda roja para la cabeza, tejida de lana lisa o con ornamentaciones, a la cual se agregaba un penacho de plumas en los días de empresas guerreras. Entre los caciques era moda de buen tono llevar el sombrero español.

Camiseta al estilo del período precedente.

Calzones estrechos y cortos.

Faja ancha en la cintura.

Poncho de fleco, de un color u ornamentado.

Calzado rudimentario o sandalia, que tenía entonces el nombre de kelle.

Completaban a veces el traje entre la gente de autoridad, una chaqueta o el jubón español y polainas de lana, adornadas también con dibujos tejidos.

La indumentaria femenina constaba de estas vestiduras.

La faja frontal, guarnecida con las piedras llamadas llanca, chaquiras o conchas marinas.

La túnica o chamal, que se alargó hasta el tobillo.

Faja ancha desde el seno hasta las caderas.

El manto o ikülla, todavía corto.

Hilo rojo en el tobillo, las solteras.

Los pies descalzos, como hasta ahora.

Los indios del éste usaban más que el calzón, el chamal de lana y de cuero de huanaco, desde la cintura hasta media pierna. Tomaron con el tiempo los del centro y del poniente esta prenda, la cual, por imitación de los indios de ultra cordillera, la comenzaron a cruzar entre las piernas, el chiripá.

El común de los individuos abandonó igualmente el calzado rudimentario, no así los caciques y personas de valor, que lo cambiaron por la bota manufacturada o por la arreglada de una pierna de potro.

El chal de la mujer se alargó asimismo hasta las pantorrillas.

Este proceso del traje alcanzó en el último tercio del siglo XIX una innovación que superó a cuantas se habían verificado hasta entonces. Algunos indios de media cultura, sin los peligros de los tiempos en que era traición imitar en esto a los españoles, aceptaron el pantalón europeo. Les gustaban al principio el pantalón ancho o bombacho metido en la bota, moda copiada, como otras, de los indios del lado argentino.

En el día todos los hombres se visten a la usanza civilizada y sólo conservan la manta de su vestimenta tradicional, que ha de ser, como la prenda más característica de la raza, de factura netamente araucana. Los indios prefieren los colores más sombríos y las indias los más vivos, en los pañuelos.

Los viejos son los únicos que no se resuelven a dejar el vestido de sus mayores; pero en raras ocasiones se les ve lucir sobre él algunas piezas europeas, como chaqué, levita o sombrero de copa alta o redonda, que tanto se acomodaban antes a la vanidad desmesurada del bárbaro.

Un mapuche presenta hoy el aspecto de uno de nuestros campesinos de clase inferior, y quizás en mejores condiciones de aseo y de gusto. Por lo común, los hombres y las mujeres poseen un traje habitual y otro de lujo.

Las mujeres se muestran todavía refractarias al traje español. De 2 años atrás algunas familias comenzaron a cambiar la ropa a sus hijas, en particular en las que habían estado en colegios, pero luego de llegar a sus habitaciones, estas niñas se veían obligadas a volver al vestido araucano para evitar la mofa de todos. Hoy van adoptando casi todas las jóvenes que residen en las cercanías de los pueblos piezas del traje chileno de su sexo.