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El Renacimiento en Aragón

Domingo Ynduráin


Catedrático de Literatura Española
de la Universidad Autónoma de Madrid



El Renacimiento en Aragón es un capítulo de la historia literaria difícil de tratar en unas pocas páginas. Es tema que, planteado como debiera, necesitaría no sólo espacio sino el apoyo de una serie de estudios particulares y concretos que, desgraciadamente, no existen en la mayoría de los casos. Así pues, sólo pretendo, aquí y ahora, apuntar algunos hechos sueltos y posibles temas; en una palabra, esbozar algunas de las líneas que podrían tener interés a la hora de empezar un estudio completo sobre el tema. Por otro lado, la serie de rasgos que suele configurar el Renacimiento en otras zonas de la península se distribuye en Aragón de una manera peculiar: parece que no es la literatura la producción lingüística más desarrollada en el reino aragonés, sino otro tipo de actividades, como puede ser, por ejemplo, la historia; no hay más que recordar la señera figura de Gonzalo García de Santa María, iniciador de una línea que incluye personalidades tan importantes para la historiografía española como Fabricio de Vagad, Zurita, Argensola y Blancas.

En este sentido, cabe insistir en lo dicho y señalar que no cuenta el Renacimiento aragonés con un poeta como Garcilaso, representativo del nuevo espíritu y de las nuevas formas; tampoco hay quien, a la zaga del caballero toledano, difunda este tipo de poesía. Sin embargo, la parquedad de creaciones literarias queda en cierto modo compensada por el alto desarrollo que alcanzan los estudios humanísticos. Da la impresión de que el carácter aragonés se inclinara más hacia las actividades y disciplinas de naturaleza científica u objetiva que las de creación artística, quizás con la excepción del teatro. Se trata probablemente de la actitud racionalista típica del espíritu aragonés. Así pues, las primeras manifestaciones de los nuevos tiempos hay que buscarlas en la gramática y los estudios de latinidad. Y el primer signo de cambio aparece ya en el Gramaticale Compendium (1490), escrito por Daniel Sisón para la educación de Francisco de Luna; en este libro, al lado de arrastres provinientes de la gramática medieval, hay una amplia utilización de las nuevas orientaciones difundidas por Nebrija. Sisón es uno de los primeros gramáticos a captar la importancia de la gramática de Nebrija1. Más interés, sin embargo, tiene la figura de Juan Sobrarias2, que estudió en el Colegio de San Clemente de Bolonia y fue discípulo de Nebrija. A partir de 1508 enseñó en el Estudio de Artes de Zaragoza y, después, en 1525, se trasladó a Alcañiz, donde había nacido y donde continuó con su labor pedagógica destinada a difundir la lengua y la literatura latinas hasta 1528, año en que muere. Entre sus obras destacan In Ticinensem victoriam, dedicado a la batalla de Pavía; los Distica de carácter moral, obra que conoció cinco ediciones entre 1503 y 1525; traduce y adapta para sus alumnos Esopo, edita a Virgilio y a Sedulius. En el Panegyricum carmen de gestis heroicis divi Ferdinandi catholici regis (Zaragoza, 1511) alaba a Nebrija como restaurador de la lengua latina en España, desterrador de la barbarie y del «scribere clericulis», Sobrarias representa el triunfo de la gramática renacentista, el despertar en Aragón del estudio de las letras humanas; de la importancia de su trabajo puede dar idea el malintencionado elogio que le propinó Lucio Marineo Sículo: «Cesaraugustam tempestate nostra non minus foelicemesse Sobrario quiam Salmantica suo fuerit Antonio»3, dado que la opinión que de Nebrija tenía Marineo Sículo no era muy positiva, la comparación no resulta muy halagadora desde esa perspectiva pero, en cualquier caso, la frase no oculta sino que pone de relieve la difusión e interés que había conseguido la obra de Juan Sobrarias. Pero, sin duda, el testimonio fundamental es la escuela que Sobrarias fue capaz de crear, ya que de él depende la serie de humanistas que florece en el renacimiento aragonés.

Discípulo de Sobrarias fue Jaime Exeric, nacido en Caspe, que estudió y después fue profesor en la Universidad de Zaragoza hasta su muerte en 1552. Es autor de un libro que, ya desde el título, manifiesta su adscripción al método nebrisense, sin duda heredado de su maestro, Juan Sobrarias; se trata de la Aurea Expositio Hymnorum, una cum textu: ab Antonii Nebrissensis castigatione fideliter transcripta (Zaragoza, Jorge Coci, 1542). Es un testimonio más de cómo los «barbaros» van perdiendo la batalla al tiempo que se impone la nueva ideología, porque no se trata sólo del método y los criterios gramaticales, se trata de un conjunto de actitudes que responden a una nueva manera de entender la realidad. Muy significativo es en este sentido el hecho de que al frente de la edición de la Aurea Expositio, uno de los discípulos de Exeric, Martín Vicente, pusiera unos dísticos en los que la invocación a Nebrija se dobla con la de Erasmo, marcando una línea y una dirección de inequívoco carácter, en la que se manifiesta el espíritu humanista y espiritual que sigue este núcleo de latinistas aragoneses:


      Carmen ad Lectorem
Hactenus innumeris mendis excusus, ad unquem,
En liber hymnorum iam tibi tersus adest.
Quod si quis quaeras ipsum correxit: Erasmus,
Atque Nebrissensis: Tlichtoncusque simul.
Horum sed Xeric Solers, cum sparsa fuissent,
Limen coniugens emaculavit opus,

texto en el que la actitud polémica, la agresividad contra los editores medievales que tenían secuestrados los Himnos resulta evidente.

En la Universidad de Zaragoza hay un grupo notable de profesores, pues, además de Jaime Exeric, ejercen la docencia Marcial Guarás, Pascual y Lucena. No es de extrañar, en consecuencia, que aparezca una pléyade de escritores que cultiven las letras clásicas como estudiosos y creadores. Una de las figuras más atractivas es Juan de Verzosa (1523-1574), zaragozano y profesor de esa universidad entre 1544-1554, aunque la mayor parte de su actividad se realizara en Italia4. Es autor de varias obras, como Martyrii encomium (1538), Epigrammaton (1540), De prosodiis liber absolutissimus (1544), pero sobre todas destaca una copiosa colección de cartas que se imprimió póstumamente, en 1575, con el título Epistolarum libri cuatuor: hay cartas dirigidas a Francisco de Figueroa, Diego Hurtado de Mendoza, Plantino, Paulo Manucio y a los aragoneses Antonio Agustín, Bernardino Gómez de Miedes, Antonio Polo, Antonio Pérez, Juan Antonio Serón, etc., lo que da una muestra de la amplitud y carácter de sus amistades. Por otra parte, en la epístola «Ad Patriam» recuerda su ciudad natal, nombrando los lugares más significativos, los recuerdos sentimentales:


Coelum tecta, viae, plateae, pons, flumen Iberus
[...]
Virginis in Mariae: pedibus quae summa columnae
Culmina sacratis tetigit: rerumque tuarum
Perpetuum columen, te a primis aspicit annis,.

melancolía que se manifiesta también en la dirigida a Zurita, su coterráneo.

Por otro lado, Miguel Artigas aventura la posibilidad de que fuera Verzosa el traductor de Milite glorioso y Menechnos, las dos comedias de Plauto aparecidas en 1555 en Amberes5.

Otro humanista aragonés es el bilbilitano Juan Antonio Serón (1512-1568), más inclinado hacia la creación poética en latín que a los estudios eruditos, es autor de los Aragoniae libri tres en hexámetros, dedicados a Felipe II, con doce silvas y nueve elegías a Cintia, de tono virgiliano, el Elegiarum liber, Lyricum ad Dianam y otras poesías, como la «Invectiva contra Arbolanches, omnium poetarum et Virgilii detractorem»6, etc.

Antonio Polo, nacido en Alfocea, es autor de la Repetitio quaedam de litterarum quarundam apud Latinos pronuntatione (Zaragoza, 1540), obra interesante porque al igual que el De prosodiis de Verzosa entra en la polémica sobre la pronunciación clásica latina a favor de las tesis renovadoras de Nebrija, adscripción manifesta también en el De Annatationibus Grammaticis in IV et V librum Antonii Nebrissensis, seu de Syntaxi et Prosodia (Zaragoza, 1555), a estas alturas todavía triunfaba Nebrija; con la muerte de Carlos V, al que Polo dedica un Cenotaphio, las cosas empezarán a ponerse más difíciles.

Bernardino Gómez de Miedes (1520-1589), natural de Alcañiz, es autor del De vita et rebus gestis Jacobi Primi (Valencia, 1572), obra traducida por él mismo al romance (Valencia, 1584), hecho significativo, pues indica que la difusión de las obras latinas era ya mucho menor que las escritas en vulgar.

Excepcional resulta la personalidad de Antonio Agustín, autor de obras jurídicas, numismáticas, etc., pero, sobre todo, realiza una excelente educción de Efesto que hoy sigue sirviendo de modelo para las versiones modernas. El hecho de que sus libros se publicaran en Italia (Lucca, 1765-1794) hace que su obra no sea tan conocida como debiera, aunque se ha realizado un notable esfuerzo para remediar esta situación, me refiero a la tesis doctoral de doña Carmen Gallardo, que merece ser publicada lo antes posible7.

Otros poetas en latín son Domingo de Andrés, Pedro Ruiz, Pedro de Frago, etcétera. Todos ellos y la mayoría de los citados antes necesitan estudios y ediciones modernas que desgraciadamente no han sido realizados o no se han editado con la difusión que sería de desear.

Al lado de estos humanistas hay un grupo de escolásticos, continuadores de la tradición medieval y enemigos de las nuevas corrientes. Se trata de Pedro Sánchez Ciruelo, de Daroca, que enseña en Salamanca y más tarde en París; Gaspar Lax, de Sariñena, autor de un Tratado de las consecuencias (Zaragoza 1532); Miguel Francés y Encinas, todos ellos profesores en la Sorbona; forman un grupo combativo por lo que «Luis Vives podrá decir que el reinado de los sofistas se ha debido en gran parte a los españoles de la Sorbona, "hombres invictos cuyo valor se emplea en guardar la ciudad de la ignorancia"»8. No es mejor la opinión que de estos aragoneses y otros españoles tiene Carvajal cuando escribe: «¡Oh ignorantísimos y locuaces sofistas, a vosotros es a quienes se dirige mi discurso, a vosotros, Lax, Enzinas, Dullart, Pardo, Espinosa, Coronel, y otros iniciados en estos misterios. ¿Por qué habéis arrojado fuera a la hermosa doncella Dialéctica? ¿Por qué habéis introducido en las santísimas escuelas de los cristianos a la Sofística, de quien en todo tiempo han hecho mofa los hebreos, los caldeos, los egipcios, los griegos y los latinos?»9.

Es interesante y revelador, en este sentido, comparar el libro que el maestro Ciruelo dedica a las supersticiones y hechicerías con el de Martín de Castañega: el del aragonés es más crédulo y menos perspicaz, a pesar de ser posterior y haber utilizado la Reprobación de Castañega.

Sin embargo, hay también en Aragón importantes ejemplos de producción literaria en romance que es uno de los rasgos que caracteriza el Renacimiento español. En esta actividad hay que empezar recordando las traducciones medievales, no sólo la labor del magnífico caballero Juan Fernández de Heredia, sino otros casos menos conocidos. Véase a este respecto lo que dice Théodore S. Beardsley:

La Introducción a la traducción de Esopo comporta brillantes consideraciones sobre la filosofía literaria, que serán citadas frecuentemente, y en particular por Cervantes, en los siglos siguientes.


Aparece, sin duda, en 1460 en Aragón, pero comienza a circular cuando se imprime por primera vez en 1488. No olvidemos que esta traducción de Esopo es una de las obras más populares en España durante más de dos siglos. La introducción puede dividirse en cinco movimientos, de los cuales, el último comprende tres variantes melódicas. El autor anónimo del prólogo comienza trazando la historia y describe el contenido de esta traducción hecha para D. Enrique, Infante de Aragón y Sicilia [...cita ejs.]. El prólogo de Esopo traza una imagen exacta de la actitud española respecto a la literatura de imaginación a lo largo del XVI, e incluso después. Otros textos son sólo variaciones sobre este tema y puestas a punto.10


Esta temprana teoría (y práctica) sobre la traducción y el cultivo del vulgar hay que ponerla en contacto con la no menos madrugadora toma de conciencia del valor lingüístico (y literario) del vulgar.

Hay un texto que me parece harto revelador acerca de la utilización de los clásicos como coartada para justificar los atrevimientos personales en relación con la necesidad de escribir en romance; se traza en él un paralelo sorprendente:

Recordando me porende infinitas vezes aner leydo: potentissimos principes en el cathalogo de los sanctos muchas vidas famosas y gloriosos martirios broslados de maravillosas doctrinas y excelentes milagros. Otrosi en diversos otros libros particulares: pregonadas singulares fazañas de religiosos contemplativos puestos en la solitud de los montes egipcios, y allende de todos aquestos muchas antiguas y prophanas historias entretexidas de virtuosos enxemplos dignos de perpetua memoria: con los quales no solamente se puede guarnecer mas aun illustrar nuestra vida: ocurriome aquello que muchas vezes avia oydo a pablo hurus aleman de Constancia impressor famosissimo en aquesta vuestra fidelissima e muy noble ciudad el qual dezia que estava maravillado como a sus manos oviessen llegado libros y obras sin quento para imprimir: y jamas en romance avia visto que nadie se oviesse acordado de pregonar el sagrado misterio de la pasion del redemptor glorioso. [...] E aun que yo muy altos principes e muy poderosos tuviesse (como reza el mesmo sant Jeronimo) por cosa muy ardua satisfazer a sus ruegos: y por no menos difícil denegar cosa tan justa: e conosciesse por mayor el trabajo delo que mis fuerças podian sufrir: acorde de aceptar sus ruegos teniendo por mejor esperar los baybenes y peligros de los parleros que encojer el provecho delos que no entendiendo la en latin se gozaran con ella en romance [...].


(fol. I v.º)                


de afranio famoso escritor de las comedias togadas leemos que en aquella comedia la qual intitulo compitalia: respondiendo a sus reprehensores por aver enella tomado muchas cosas del ingenioso menandro les dixo, confiesso llanamente que tome no solamente del mas de qualquier otro que algo tuvo que dar que ami conviesse mayormente siendo tal que a mi juizyo yo pudiesse hazer otro mejor. No hizo menos aquel excelente poeta Virgilio el qual como por cosa emprestada para sus obras tomo todo lo que hallo bueno de Homero: de Ennio: de Lucrecio: de Catullo y de otros singulares y famosos poetas: los quales si algun sentido tuvieran entonces de bivos (no ay que dudar) le dieran mill gracias por ello porque las cosas que en sus metros estavan adormidas y escuras y de minima auctoridad: enxeriendo los el en su obra: la qual para siempre esperava luzir: las abivo e hizo que no se rayesse de la memoria de sus vegedades y tuvo su juizyo fuerça tan grande en el transferir: en el modo del imitar: que lo que en el leemos ajeno: lo queremos publicar ante por suyo que de quien lo hizo: o que suena mejor en el que donde primitivamente nascio. E quantoquier muy altos principes y señores mi gloria no tenga tal esperança: conozco que en el principio de aquesta obra tome de un religioso la invencion: con proposito de proseguir por entero la vida del redentor de humana natura: y porque la angostura de las cosas familiares no me consintia tan luego reposo al ingenio: retrayle forçado a solo el misterio de la pasion sacratissima: en el qual delibere seguir mi propia y nueva invencion con que pudiesse servir a vuestras altezas.


(fols. LXXXI v.º, LXXXII v.º)11                


Y se me permitirá reproducir parte de lo ya dicho en otro lugar a este respecto:

«Recuerda Eugenio Asensio cómo Gonzalo García de Santa María, "en el prólogo a su traducción de las Vitae Patrum (Zaragoza, circa 1490) proclamó la necesidad de que el nuevo imperio de los Reyes Católicos adoptase el castellano como instrumento de la unidad política: con ello se adelantó al memorable prólogo de Nebrija a su Gramática Castellana. En un estudio impreso en la R.F.E. (1961) acerca de La Lengua compañera del Imperio traté de enlazar este programa, de una parte con las proclamas de L. Valla en sus Elegantiae, de otra con las necesidades de la política y con la tendencia a aplicar a las nuevas naciones los tópicos encendidos de los humanistas italianos en glorificación de la vieja Roma [...] los jurisconsultos y funcionarios de las nuevas monarquías absolutas defendían lo mismo en Francia que en España la unificación de la lengua administrativa y cultural, tanto por la tradición del romanismo como por las exigencias del momento"12. En el artículo citado, Asensio escribía: "Hacia 1490, al leer el prefacio de Valla al libro primero de las Elegantiae, micer Gonzalo, que reside en Zaragoza y es jurisconsulto del rey Católico Fernando, cree atisbar una idea eficaz, una solución teórica al candente problema de política cultural que plantea la unificación de los reinos que hablan diferente lenguaje: Aragón y Castilla. La solución -dolorosa acaso para un aragonés- se le aparece clara: Aragón debe adoptar como lengua de cultura la lengua de Castilla, la lengua de la corte que reside en Castilla. [...] Pasa micer Gonzalo al problema del estilo en las traducciones y afirma: "E porque el real imperio que hoy tenemos es castellano, y los muy excellentes rey y reyna nuestros senyores han escogido como por asiento e silla de todos sus reynos el reyno de Castilla, deliberé de poner la obra presente en lengua castellana. Porque la fabla comúnmente más que otras cosas, sigue al imperio. E quando los príncipes que reynan tienen muy esmerada e perfecta la fabla, los súbditos esso mismo la tienen. E quando son bárbaros e muy ajenos a la propiedad del fablar, por buena que sea la lengua de los vassallos e subjugados, por discurso de luengo tiempo se faze como la del imperio. [...] E assí en Francia e en otras provincias la mejor lengua de todas es la de la corte"»13.

A pesar de las coincidencias entre el jurista Gonzalo García de Santa María y el gramático Nebrija, lo cierto es que el proceso estaba ya en marcha de forma espontánea, sin necesidad de acudir al estímulo ni al magisterio italiano: la práctica se impone por su cuenta, son las «exigencias del momento» las que unifican la lengua; después, o al mismo tiempo, se teoriza, se explica, se estimula la tendencia, buscando los apoyos que más convengan. En apoyo de esto tenemos como primer testimonio (el 29-XI-1489) el de fray Bernardo Boil, monje de Monserrat, nacido hacia 1445, probablemente en Tarragona, que escribe: «Pediste me senyor enlos dias passados el nuestro Abbat ysach el qual yo por su maravillosa doctrina y enseyança a ruego delos padres y hermanos desta nuestra montanya en el cominço de mi conversion de latino habia fecho Aragones o si mas querres Castellano, daquel mas apurado stilo dela corte, mas daquel llano que ala profession nuestra segun la gente y tierra donde moramos para que le entiendan satissface»14. El párrafo transcrito indica que los padres y ermitaños de Monserrat no eran ya capaces de leer latín; muestra, por otro lado, la tendencia a identificar el castellano literario con la lengua de la corte y a preferirlo al aragonés utilizado por la gente donde mora Boil, aunque, como se ve, no debía ser mucha la diferencia entre los dos dialectos. Los testimonios de Boil y García de Santa María tienen un valor especial por cuanto ambos son aragoneses; es cierto que el castellano se va imponiendo sobre el aragonés ya desde el siglo XIV, al menos en la cuenca del Ebro, pero estos son, que yo sepa, los primeros testimonios en que ese hecho no sólo se acepta sino que se plantea como un ideal, con una perspectiva de futuro15. Y, como fenómeno concomitante y relacionado con el que acabo de describir, tenemos que el castellano, en cuanto lengua «nacional» viene a sustituir al universal latín; no deja de ser significativo en este sentido que los dos textos citados aparezcan al frente de sendas traducciones: «la debilitación de la lengua latina como medio privilegiado de comunicación se compensa con el reforzamiento de una lengua romance común a los diferentes reinos peninsulares cuya constitución contribuye, a su vez, a la relegación del latín»16.

Más tarde, esta actitud se generaliza y se hace tópica. Es lo que ocurre con Juan Cristóbal Calvete de Estrella17, autor de obras tan características como El felicissimo viaje del muy alto y muy poderoso Principe D. Phelipe, Hijo del Emperador Don Carlos Quinto Maximo, desde España a sus tierras de la baxa Alemana... (Anvers, Martín Nucio, 1552), De Aphrodisio expugnato, quod vulgo Aphricam vocant (Anvers, 1551), obra que mereció ser traducida por Diego Gracián (Salamanca, 1558) y El túmulo imperial, adornado de hisotias y letreros y epitafios en prosa y verso latinos (Valladolid, 1559). Esta última es obra interesante, tanto porque afirme que la escribió -como es de rigor- «Porque tengan los presentes que ver y leer, y los venideros de que se admirar, y no se engrandezcan tanto aquellas Pyramides y Obeliscos [...] que tan celebrados son que aunque, el tiempo los consumió; todavía biven en las memorias de los excelentes Escriptores», como por el hecho de reflejar la nueva actitud respecto a las invenciones conmemorativas, pues, como dice fray Antonio de Valençuela, censor de la obra: «que yo ni quantos vimos el Tumulo en San Benito, no lo vimos, ni entendimos tambien en su latitud material, como aquí lo vemos, y entendemos, con tan grande artificio de Virtudes y hazañas Cesareas...». Se trata de una clase de escritos que pueden cifrarse en la obra de Mal Lara, Recebimiento que hizo la muy noble y muy leal Ciudad de Sevilla, a la C. R. M. del Rey D. Philipe N. S. (Sevilla, 1570).

Otro género que caracteriza el Renacimiento humanista es la nueva actitud ante los refranes18; bastará recordar el papel que se les asigna en el Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés, o las colecciones de Del Rosal, Correas y tantos otros. Siguiendo a Erasmo, en parte, Pedro Vallés parece recogerlos con una intención decidida, directa y explicitamente opuesta a Santillana, ya que equipara, como Del Rosal, los refranes españoles a los adagios antiguos19. Me refiero, por supuesto, al Libro de refranes copilado por el orden del A.B.C. En el qual se contienen Quatro mil y treszientos refranes. El mas copioso que hasta oy ha salido Impresso Año 1549. En Caragoça, que lleva al fin unos «Refranes Glosados», donde se dan los latinos y su traducción o equivalencia en español. En el prólogo expone Vallés su teoría sobre el asunto: «Por ventura dudara alguno que cosa sea refran: Digo, que no es otra cosa, sino un dicho, celebre, y insigne por alguna novedad deleytosa, y sotil, o por mas declarar. Es un dicho Antiguo, Usado, Breve, Sotil y Gracioso, obscuro por alguna manera de hablar figurado, sacado de aquellas cosas, que mas tratamos, La antigüedad les da autoridad, y gravedad para suadir facilmente aunque de si mesmos afficionen ya al que los oye». Tras esto, se defiende trazando la genealogía clásica, o remota, de los recopiladores de refranes, empezando por el inventor de la cosa: «pues lo mismo hizo Aristóteles el primero de todos (según refiere Laertio) después Chrysippo: Zenodoto: Thophrasto: Diogeniano Suidas. Y si buelve porfiando, que los usan viejas: No es assi, porque usa dellos: Homero: Platon: Demosthenes: Plutarcho: Tullio: Quintiliano, Horatio: Ovidio: Terentio: y grandes Emperadores, Hasta los hebreos en proverbios encerraron los mysterios divinos: como Salomon: Ezechiel...». Y acaban con una devota advocación a Erasmo y una advertencia, tópica ya, acerca de los que no saben latín: «El que no sabe latín, con semejantes dichos estara mas recatado, bivira con mas prudencia, advertira a las esperiencias passadas, holgar se ha con tanta harmonia de motes. El que sabe latin, aunque para otro no si no para deportar se. Con los Adagios de Erasmo, por cuya obra alcanzo fama perpetua, havia de vender quanto tiene, por tener este thesoro de avisos»20.

Aurora Egido apunta a este respecto: «La admiración por la filosofía de los hulmides diferenció claramente la apotegmática hispana, como demuestran las colecciones de Hernán Nuñez, Pedro Vallés, Mal Lara, Sebastián de Horozco y Correas. Salvedad que también hay que hacer en el terreno de las provocaciones, porque, como venimos señalando, el género tuvo un carácter lúdico que le aleja de los paremiólogos europeos para centrarse, a veces, en el gozo del contar por el contar, sin mayores cuidados. El erasmismo, a juicio de Bataillon, dio carta de nobleza a la tradición autóctona de los provervios, sentencias, chistes y epigramas, pero la apotegmática española gozó de unas características propias con o sin el reclamo de Erasmo. Y de esta diferencia ya se hacían eco Juan de Valdés en el Diálogo de la lengua y Pedro Vallés»21.

En otro orden de cosas y para acabar este apartado, hay que recordar la biografía de P. Vallés, la Historia del fortissimo y prudentissimo capitan Don Hernando de Avalos Marques de Pescara (Anvers, 1570) y la obra histórica de Diego de Fuentes, Conquista de Africa (Anvers, Philippo Nutio, 1570), dedicada a Juan Ximénez de Urrea, hay que relacionarla con la citada de J. C. Calvete. Quizás sea curioso citar los tres últimos versos del soneto que Jaime Dolz dirige a Diego de Fuentes: «Diochoso es Aragón a quien las historia / dara tan larga mano vuestro riego / que musas y no mars le haran honroso»22.

Pedro Manuel de Urrea (1486?-1529) es autor de una serie de poesías recogidas en dos Cancioneros (Burgos, 1513 y Toledo, 1516), la Penitencia de amor (Burgos, 1514) y una Peregrinación de Jerusalem, perdida23.

El caballero segundón P. M. de Urrea parece estar a caballo entre la actitud cortesana tradicional y las nuevas corrientes culturales. Recuerda él mismo: «Yo siempre, de muy pequeño, he sido muy codicioso de la lengua latina, y aunque carezca della, que no aya alcançado tanta como quisiera...», estudió por la «singular arte de gramática antoniana», lo que sitúa su educación en la órbita de Nebrija en fechas muy tempranas, dentro de los estudios de latinidad nebriense de los que dimos cuenta al principio. Muy de acuerdo con la nueva idea de la fama, escribe «para que después de yo muerto puedan ver que he vivido». Y en un texto interesantísimo marca las nuevas condiciones de la literatura, me refiero a la difusión indiscriminada que provoca la imprenta: «Como pensaré yo que mi travajo esta bien empleado, viendo que por la emprenta ande yo en bodegones y cozinas, y en poder de rapazes que me juzguen maldicientes, y que quantos lo quisieren saber lo sepan, y que venga yo a ser vendido?», se trata de la reacción aristocratizante frente a la difusión que «vulgariza» la cultura y, por ende, su obra.

Pedro Manuel «tradujo» en verso el primer acto de la Celestina, hecho interesante como testimonio del aprecio en que se tenía la obra de Rojas: es un intento de levantar el nivel de la obra del «medio» de la prosa al «superior». Después de eso, no ha de extrañarnos que en la Penitencia de amor haya una fuerte influencia de la Tragicomedia, a la que se añade el simbolismo de la Cárcel de amor y un final inspirado en Grisel y Mirabella24, sincretismo que no tiene nada de extraño dado que la obra de Rojas puede entenderse como una crítica de las convenciones de la novela sentimental.

Entre las poesías de los cancioneros, junto a planeamientos y temas vulgares hay destellos interesantes; así, en la Sepultura de amor el poeta ve su propio entierro, situación que cabe remontar hasta la Disputa del alma y el cuerpo o la más próxima Revelación de un ermitaño, si bien el carácter y tono que le da Urrea es diferente, pues lo integra en la convención amorosa cortesana. El tema lo difundirán después Torquemada, Cristóbal Bravo... hasta Espronceda. Algunos villancicos de tipo tradicional tienen frescura y gracia (vid. c.v. pp. 425, 438, 446) y alguna otra composición, como estas:



Madre, quando enviudaré
A Çaragoça me yré.

Allí las viudas holgadas,
Mucho más que las casadas,
Allí son muy visitadas
De los que les tienen fe.

Visitadas y queridas,
Muy queridas y servidas,
Servidas y bien sabidas,
Que yo sé bien cómo fue.

Viuda huelga en Çaragoça
Más que casada ni moça;
Cada cual dellas retoça
Con mil cosillas que sé.

Madre, aquellas son mujeres
Que, con sus dulces aferes,
Ellas dan muchos plazeres
Y tienen quien se los dé.

¡O! si viese ya morir
A mi marido, por yr
Donde sé, que he de sentir
Plazer, con amor que avré.

Si mucho el vivir le dura
Yo le daré gran tristura,
Que por yr donde ay holgura
La vida le quitaré.

o la que plantea el tema tradicional de la malmaridada:


No me castigueys, marido,
Si en amores voy metida
Porque no os quite la vida.
Sufrireys, quando vereys
Mi plazer y vuestro daño,
Si quereys cumplir el año;
Sinó, no lo cumplireys
Y nunca me maltrateys
Si en amores voy metida,
Porque no os quite la vida.

Diferente es el caso de la poesía titulada Porque murió una gentil mora, composición en que alaba su hermosura y honestidad (cualidades a las que dedica sendos poemas in vita), pues refleja una actitud más abierta que la de otros caballeros contemporáneos; en esta línea, resultan significativas las palabras que Urrea pone en boca del ermitaño de la Batalla de amores, incluida en el Cancionero de 1516; dice de la otra raza, de los judíos: «Ellos andan embueltos con nosotros y nosotros con ellos por casamientos y erencias, y por otras muchas maneras, viniendo algún tiempo a tener alguna fuerça sobre nosotros con la mucha pompa que ellos han tenido y tienen» (fol. 25 r.), texto en que la ambivalencia o ambigüedad de Urrea no necesita ser comentada.

Pero, sin duda, el campo en el que Urrea alcanza una primacía indiscutible es en el teatro: con sus églogas Urrea, como dice Asensio, se sitúa en el primer plano del teatro aragonés, es el primer autor que en nuestro reino cultiva ese género. Aunque no haya documento alguno que permita afirmar que fueran representadas, parece razonable suponer la existencia de un centro de actividad teatral en Epila donde se ofrecieran en espectáculo. En cualquier caso y sea esto como fuere, el texto de las églogas posee un indudable interés, pues son obras representables, claramente influidas por las de Juan del Encina, incluso en detalles circunstanciales. Por ejemplo, en la Égloga primera de Urrea, el lastimoso estado del enamorado hace necesaria la intervención del físico que, siguiendo las teorías más aceptadas en la época, recomienda como remedio que venga la amiga o enamorada: la misma adscripción a las opiniones de los médicos sobre la enfermedad o locura de amor (v. gr., Villalobos) se transparenta en la de Plácida, y Vitoriano, de Encina.

En la Égloga segunda de Urrea encontramos un recurso, ya utilizado por Encina y otros autores, que hará foruna; se trata de la enumeración de una dote rústica, motivo que se encuentra en la Égloga interlocutoria, de Diego de Avila, anterior, sin duda, a la del aragonés, y en la Comedia de Bras-Gil y Beringuella, de Lucas Fernández, pero que también aparece en otro tipo de obras, por ejemplo, en el Libro del Arcipreste de Hita (copias 999-1.005 y 1.035-1.038) y en el villancico Ya soy desposado, de Encina, etcétera. Más tarde lo utilizarán Gil Vicente, Lope, Tirso, etc. Pero lo que interesa ahora es que se trata de un tema clásico (Teócrito y Ovidio) y que, como tal, es recuperado en el Renacimiento, en un ambiente general en el que participa Urrea. Luego, durante el siglo XVI, la producción teatral contará sobre todo con la obra de Jaime Huete, Bartolomé Palau, etc.

La obra de Jerónimo Ximénez de Urrea es bien conocida gracias a P. Geneste, que ha estudiado la figura y la producción de este importante autor y ha editado el Diálogo de la verdadera honra militar (París, 1973). Otra obra que convendría dar a conocer es el libro de caballerías titulado Don Clarisel de las Flores y las traducciones de la Arcadia, de Sannazaro y del Orlando Furioso, de Ariosto, puesto que de El caballero determinado Oliver de la Marche se ha ocupado también C. Clavería.

Don Clarisel de las Flores tiene interés y es obra que se lee bien, pues no responde a los modelos medievales sino que incorpora la sensibilidad ariostesca25, un indudable sentido del humor y unas composiciones líricas notables, como el romance que canta Belarmina, ya apreciado por Menéndez Pelayo:


Suaves y frescos vientos
que movéis las olas mansas,
llevad os ruego mis quejas,
al que mis sospiros causa;
decidle que ellos ardiendo
os encienden y os ensañan
y éstas mis lágrimas tristes
aumentan las frescas aguas,
y por tierra y mar ardiendo
le voy buscando con ansia,
bramando como la cierva
que busca la fija amada
por los espesos boscaxes,
por las húmedas cañadas,
sin gustar la tierna yerba,
sin bever en fuente clara,
sin temor de ser ferida
de la flecha enervolada;
decidle que se le acuerde
cuando conmigo folgava
glorioso, ledo y contento,
recostado en la mi falda,
del juramento que fizo
sobre la cruz de su espada,
que solo mi amor sería
el regalo de su alma
[...]

donde combina elementos del romancero y del romancero lírico con la melancolía renacentista.

Otros aspectos de interés puede ser el de la red de amor, tan en boga entre los poetas de la época; la creación de la Insula Deleitosa, especie de utopía renacentista, la figura de Selvagia, que parece un antecedente de la Marcela cervantina, etc.

En el Diálogo, la variedad de los temas tratados y lo inesperado de las propuestas y soluciones hacen de esa obra un texto ideológico fundamental para apreciar las corrientes de pensamiento que quedaron soslayadas al correr del tiempo.

Espero haber cumplido mi cometido sólo con haber marcado algunos puntos de interés que sirvan de estímulo para futuros trabajos, estudios y ediciones sobre el Renacimiento en Aragón, época bien necesitada de que se le preste la atención que merece, de la que, salvo casos aislados, siempre ha carecido.





 
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