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ArribaAbajoRefiere Pedro a sus ordinarios académicos una ingeniosa burla, y al mismo tiempo se prosigue con la narración de la novela intitulada Polidoro y Aurelia

Los amigos, más conformes y gustosos que nunca, acudieron con la siguiente luz a ver a los dos carísimos herm[a]nos, que con artificiosos y apacibles embustes entretenían a los unos con lo mismo que murmuraban de los otros, haciéndoles el plato de sus propias cosas, tan bien guisadas, que desconociéndolas, se deleitaban con ellas. Celebraban mucho la treta feliz con que Pedro había desterrado del lugar a los tres molestos y pesados: poeta duro, tahúr renegado y ciego mendigón. Algo se desvaneció con las injustas alabanzas, que provocado de ellas mientras no se ofrecía en la conversación otra materia más grave, propuso al juicio de los presentes, para su risa y entretenimiento, un caso que le pasó en Córdoba, y dijo en este modo:

-En la patria donde yo nací, ilustre por tantos títulos, pues siendo agradable al cielo, se mostró tan liberal con ella, que hasta sus peñas visten esperanza, porque se vea que en sus campos aun las piedras engendran verdores y lozanías, hubo un hombre tan defectuoso, que sus partes personales fueron cosquillas de la risa de los más severos. Tan pequeño, que llegaba con las narices a la pretina de los hombres de mediano talle, de modo que ni era hombre, ni mitad de hombre, sino tercia parte, y esa compuesta de los peores y más inútiles miembros que la naturaleza pudo repartille. La cabeza se ensangostaba tanto hacia la frente, que no lo parecía, sino esquina donde podían romperse todas las demás que encontrasen con ella, sobrándole allí la agudeza que en el entendimiento le faltaba; los ojos, mal avenidos entre sí propios, miraban a diferentes partes, porque fueron tales, que conociendo de sí que eran ofensivos deste modo, repartían el daño por diversos sujetos; el izquierdo mayor que el derecho, presidiera al rostro si no trujera una niña embozada en una nube, que era la una tan niña, y la otra tan blanca, que la segunda parecía pañal de la primera. Andaba siempre tan disgustada esta rapaza ojiizquierda, que la mayor parte del año le lloraba, sin poderla él enderezar para ninguna cosa que fuese loable, a que ella satisfacía con dos disculpas: la primera, ser el lugar del rostro donde estaba izquierdo; y la segunda y última, su modo de mirar tuerto. El otro ojo era tan pequeño, que lo pudiera ser de una aguja de estas con que se hace cadeneta; miraba con él sin ser visto, porque en materia tan breve no se descubría cosa que pudiese juzgar, ni ser juzgada. La nariz, hebrea en lo disforme, hizo la limpieza de su sangre sospechosa. Vestíase lo más del año de morado, luto en los cardenales, y cardenal en ella. Su grandeza admiraba, porque naturaleza anduvo aquí tan cumplida cuanto en el ojo derecho escasa, haciendo en él un sujeto narigón y desojado. La boca bien armada de dientes, aunque entre sí desiguales, mostraba en los inferiores dos órdenes, siendo su risa el llanto de los niños, porque con lo que descubría les causaba temor y espanto. Era maldiciente, y parecía que no podía menos hombre tan desbocado. En la barba ancha y larga tenía él librada toda su autoridad, si la repasara con alguna limpiadera a sus tiempos, porque sólo le servía de testigo de que comía, trayendo en ella las migajas que desperdiciaba la boca, si no es que las dejase allí la industria, por desmentir la opinión que de miserable se le achacaba, quiriendo más ser contado con los sucios que con los avaros.

»La garganta se le perdió a la comadre que asistió a su parto (como dicen) entre las manos, porque la cabeza fincaba sobre los hombros, de modo que parecía estar allí clavada, porque para revolverla había de ir con ella todo el cuerpo. Tenía el pecho hundido, y la espalda alta para pagar en ella, recibiendo palos, las malicias que formaba en él. Sus piernas eran tan delgadas, que admiraba que aun el peso de tan ruin cuerpo no las quebrase. Los pies, cimientos de tan vil edificio, fue lo más bien formado de su cuerpo, para que se engañase (como le sucedía) con lo mismo que el pavón se desengaña.

»En este sujeto tan disforme se aposentaba un espíritu brioso y alentado, que muchas veces sucede repartir las peores casas a los mejores huéspedes. Escribía versos y jugaba las armas, ofendiendo con entrambas cosas. La presunción suya desigual a sus fuerzas, inducida de sus imprudentes esperanzas, le persuadía vanísimos asumptos, enamorando siempre lo más bello, lo más discreto, porque él, más osado en lo más imposible, todo lo hallaba igual en su pensamiento. Las noches rondaba mozas y mataba perros, porque decía que ladraban a los ladrones, y que siéndolo él de amor, era fuerza que persiguiese a sus enemigos. Siguiósele de aquí que los rapaces, y aun los barbados, que a veces se entretienen con lo mismo que los muchachos, le llamasen «mata perros».

Hasta aquí llegaba Pedro con su discurso, cuando entró aquel ilustre poeta autor del poema intitulado Las hazañas del Amor, que prosiguiendo con la materia empezada dijo:

-La fábula de Rosismunda y Recaredo oístes, cuando empezaba la de Polidoro y Aurelia me arrebataron ocupaciones forzosas de vuestros ojos, más ya que el tiempo da lugar, proseguiré con ella, aunque será forzoso volver a referir la última octava, que para nuestro intento viene a ser la primera. Dice así:





LXVI

    Fue pues lo que cantó la siempre hermosa
ciudad donde se vieron trasladadas
por mano, si imperial, más religiosa,
las águilas en Roma idolatradas;
la que opuesta a Neptuno, tan copiosa
se vee de torres fuertes y elevadas,
que hasta este sacrílego elemento
muda en admiración su atrevimiento.


LXVII

    Tuvo entre sus milagros, admirable
peregrina beldad, Aurelia hermosa;
Aurelia por virtud la más amable,
y con ella la menos amorosa;
en verde juventud vida inculpable
descubre, y siempre honesta y nunca ociosa,
escusa pensamientos y deseos,
triunfa de āmor y burla sus trofeos.


LXVIII

    De sangre consular romana era
reliquia, y como tal reverenciada,
porque en Constantinopla se venera
la memoria de Roma, aún no olvidada,
de tanta perfección, que si la viera
el Sol, más se abrasara que abrasara,
y fuera justamente condenado
a idolatrar el siempre idolatrado.


LXIX

    Es de la juventud el común fuego,
y tal, que enciende aun a su mismo hermano,
Claudio su hermano único, que ciego
se queja al cielo con razón y en vano;
impedido el discurso y del sosiego
despedido, negó el derecho humano
allá en su corazón, y licencioso
quiso ser más hermano, siendo esposo.


LXX

    La llaga en sus entrañas alimenta,
que oculta trae, con ser tan ponzoñosa,
que a su mayor contrario le aposenta
en la parte más tierna y más piadosa;
o porque de la herida se contenta,
o porque es la salud dificultosa,
calla, y buscando a sus desdichas medio,
la desesperación hace remedio.


LXXI

   Entre tan noble ejército de amantes
Polidoro y Fabricio, los dos fueron
más insignes, más fieles, más constantes,
tanto que a Claudio competir pudieron;
mas, ¡ay!, que aunque en la fee tan semejantes,
en la fortuna desiguales fueron,
que Aurelia a Polidoro amó, y su estrella
a Fabricio eligió por dueño della.


LXXII

    El uno no es amado, aunque admitido,
y el otro no admitido, aunque es amado,
Fabricio goza prendas de marido,
Polidoro de amante regalado;
un sujeto en dos partes dividido
mal puede conservarse en un estado;
si es morir división de cuerpo y alma,
ya la muerte llevó de Aurelia palma.


LXXIII

    Esto fue tan verdad, que en breves días,
cayó en el lecho, y se aumentó en el daño,
siendo el cuchillo sus melancolías,
y el verdugo cruel un desengaño;
ya en los labios no hay púrpura, y sombrías
se veen las luces que con dulce engaño
fueron de amor las cárceles más ciertas,
prisiones sin salida y siempre abiertas.


LXXIIII

    En opinión de todos fue juzgada
aún hasta de los físicos por muerta,
cuya ciencia dudosa y engañada
es la más necesaria y menos cierta;
al templo su belleza trasladada,
la ciudad sin su luz quedó desierta,
y toda tan sin alma se regía,
que cadáver, no pueblo parecía.


LXXV

    Ya Claudio con las lágrimas de hermano
las de amante lloraba más copiosas,
con igual voluntad y tan en vano
Fabricio las vertía bien piadosas;
el uno y otro es fiel, y Amor tirano
que no premia virtudes generosas,
haciendo de su mal donaire y juego,
renueva entre las lágrimas su fuego.


LXXVI

    Porque los dos hicieron juramento
de dar vueltas por partes diferentes
al orbe de la tierra, y fue su intento
no censurar costumbres de otras gentes,
mas por si acaso hubiese el instrumento
poderoso de Dios las excelentes
partes de Aurelia a otra concedido,
y ser con dos magnífico ha querido.


LXXVII

    Juran buscalla, y si la hallasen, jura
cada uno pedilla por esposa,
mas porque su amistad quede segura,
esta ley establecen por forzosa:
que si concurrir hace la ventura
a los dos donde prenda tan hermosa
acierte a estar, que ceda satisfecho
el segundo al primero su derecho.


LXXVIII

    Ya con este concierto establecido,
se parten por camino diferente,
cada cual obligado y persuadido
de un consuelo tan vano y aparente;
el mar rompe Fabricio, que el perdido
tesoro cobrar piensa en su corriente;
Claudio va por la tierra, que procura
hallar consuelo en ella, o sepultura.


LXXIX

   Mas, aunque fue tan alta esta fineza,
Polidoro venció con su osadía,
porque él pasó de la naturaleza
los límites con nueva gallardía,
lo más perfecto de la fortaleza
ejercitó, mostrando que podía
Amor (la vez que él tiende el brazo fuerte)
pelear con las fantasmas de la muerte.


LXXX

    Que el cuerpo apenas fue depositado
de Aurelia aquella noche, cuando luego
del ministro que es guarda del sagrado
templo, en él compra todo su sosiego;
queda el que vende en parte disculpado,
porque fue más que el oro precio el ruego,
y de un don por tan alto conocido
menos paga que llanto no ha querido.


LXXXI

    En el mayor silencio desta fría
noche, que estaba sin ornato el cielo,
porque aquel escuadrón no parecía,
que es, siendo gala en él, vida del suelo;
Atlantes a sus hombros les hacía
Polidoro de un cielo, que del velo
mortal vestido en sus floridos años
persuade y descubre desengaños.


LXXXII

    Camina y dice así: «O cuán esquiva
la fuerte fue conmigo, y cuan incierta.
Fabricio te gozó en sus brazos viva,
y yo te llevo entre los míos muerta;
él blanda, él dulce, él tierna, él atractiva
en sus gustos te halló presente y cierta,
y yo, ¡oh duro Amor, cielo enemigo!,
menos te hallo cuando más comigo.


LXXXIII

    »Él se abrigaba en ti, cuando eras fuego,
y yo te alcanzo ya ceniza fría,
hallóte para centro del sosiego,
yo para la inquietud del alma mía;
escuchado y cumplido vio su ruego
y yo aun velle escuchado no podría.
En tálamo nupcial te dio la suerte
a él, y a mí en la tumba de la muerte.


LXXXIIII

    »¿Por qué méritos dio la suerte dura
(gobierno es desigual de las estrellas)
tálamo a él, y a mí la sepultura?,
mas no interceden méritos con ellas;
cuando él despidió tanta hermosura
por ver difuntas ya sus luces bellas,
yo en mi casa a pesar de hado enemigo,
y aun en el alma el caro cuerpo abrigo.


LXXXV

    »De vosotras, oh lumbres celestiales,
fue razón superior, y así convino
que no viviese luz entre mortales
de resplandor más noble y peregrino».
Llegó así de su casa a los umbrales
y en ellos halló el fin de su camino,
mas como el bien perdido amaba tanto,
a los pasos le dio, pero no al llanto.


LXXXVI

    En oloroso, blando y rico lecho
el cuerpo, que su alma deposita,
y en él de la mortaja el traje estrecho
a los castos y hermosos miembros quita,
desnuda el rostro y el nevado pecho,
donde aún vivo y despierto Amor habita,
y admírase de ver tantos secretos
de la belleza, y todos tan perfectos.


LXXXVII

    Vístela de sutil y blanco lino
camisa, en vez de la mortaja, y luego
abrigada en el lecho halló camino
la recuperación de su sosiego;
sintió moverse el cuerpo, y que el divino
rayo de hermosa luz y ardiente fuego
de sus ojos abrirse pretendía,
más que no a velle, a competir al día.


LXXXVIII

    Gozo y admiración le dio el suceso
y aun con la admiración algo de espanto,
pero el gozo creció con tanto exceso
que enjugó en breve tiempo el largo llanto;
de dulce suspensión y éxtasis preso,
teme no sea fabuloso encanto,
y con aquel deseo afectuoso
en la misma experiencia está dudoso.


LXXXIX

    Admira ella el sitio, admira el lecho,
y más admira el lado y compañía,
cuando él, de que ella vive satisfecho,
se temió de su muerte en su alegría;
rompe el silencio con la voz que el pecho
en nuevas llamas encendido había,
y discurriendo sobre el caso, advierte
que fue mortal desmayo y no la muerte.


XC

   Considera su vida entre mortales
despojos puesta, cuando más vivía,
o con mayor descanso, pues sus males
entonces el desmayo divertía,
que pudo, despertando en los umbrales,
hallarse viva de la muerte fría,
y morir con violencia acelerada
de verse, antes que muerta, sepultada.


XCI

    Refiérela el peligro que ha pasado,
y en el mismo peligro su fineza,
pues que más que advertido, enamorado
rescató de la parca su belleza;
ella que considera el duro estado
en que se vio de horror y de tristeza,
de él fugitiva, más que el veloz viento
retrocedió en su mismo pensamiento.


XC[II]

    Él, que en yerbas y plantas conocía
de su oculta virtud varios secretos,
rústica y natural filosofía,
que la halló la experiencia en sus efectos,
restituye salud a quien podía
pedírsela con ansias, con afectos
de enfermo amante, que en lo que él padece
necesita de aquello que la ofrece.


XCIII

    Nadie de los ministros ha sabido
de su casa la prenda que allí tiene,
que por no aventurar el escondido
tesoro, del silencio se previene;
él solo la ha curado, y la ha servido,
y por sus manos a ofrecella viene
hasta el manjar; ¡oh amante verdadero,
médico fiel y próvido enfermero!


XCIIII

    Salió del mal Aurelia tan hermosa,
que en él se hizo lisonja y beneficio
a su belleza ufana y vitoriosa
y digna de más alto sacrificio;
ella haciendo con la una y la otra rosa
de los labios dulcísimo ejercicio
dio gracias a su amante, y puso en ellas
nuevo fuego de Amor, nuevas centellas.


XCV

    Decretaron los dos que se apartasen
de la patria, y viviendo en vida honesta,
del tiempo los efectos se esperasen,
a la fortuna su esperanza expuesta,
y que si con los años alcanzasen,
por muerte de Fabricio, la dispuesta
ocasión, diese entonces Himeneo
honesto y dulce fin a su deseo.


XCVI

    Para esto Polidoro reducía
su hacienda a aquel veneno poderoso,
que el más noble planeta engendra y cría,
como él en todo activo, en todo hermoso
causa de la común hidropesía
de tanto pecho avaro y ambicioso,
parto que hace la tierra allá en secreto,
temiendo el daño de su triste efecto.


XCVII

    Así abrevió gran suma de riqueza
en cantidad pequeña, y cuando espira
con tristeza común tanta belleza
en él que dando luces, rayos tira,
los dos unidos de la fortaleza
del fuego del amor que los inspira,
parten, y hallando en un bajel abrigo,
al mar saludan por hacerle amigo.


XCVIII

    Era el bajel inglés, y pretendía
con el soplo feliz de un grato viento,
cobrando el norte, que perdido había,
restituirse a su primer asiento;
la luz serena del siguiente día
más le redujo a ejecutar intento,
porque rompiendo aquel silencio escuro
mostró el campo del mar quieto y seguro.


XCIX

Por mansas aguas el bajel camina
tan señor de la mar que le obedece,
que a su profundidad jamás le inclina,
ni juntándole al Sol le desvanece,
tan fiel, tan firme en todo, que declina
de su naturaleza, y más parece
que piélago turbado y inconstante,
campo de paz, y reino de diamante.


C

    Puerto les dio Calés donde vistieron
el traje del país los dos amantes,
que así ganar la gracia pretendieron
de los que ser procuran semejantes;
su lenguaje y costumbres aprendieron
con brevedad, y ya en nada ignorantes,
los retratan con tanta sutileza,
que es más que imitación naturaleza.


CI

    Causó Aurelia codicia en muchos ojos,
que reprimió su honestidad serena,
que hasta el vano anhelar de los antojos
del amor le corrige y le refrena;
su beldad la conquista mil despojos,
presos de voluntad y sin cadena,
y ella (rara virtud en dama hermosa)
los huye más prudente que ambiciosa.


CII

   Dos veces el abril puso en los prados
los robos en sus galas del invierno,
dando con un ser mismo a los ganados
manjar, y al campo ornato el galán tierno,
mientras Claudio i Fabr[i]cio por armados
mares y varias tierras sin gobierno,
dieron vuelta del mundo a la más parte,
y fuera más a caminar con arte.


CIII

    Con una misma estrella un mismo día
entraron en Calés, donde se vieron,
y obrando a un tiempo amor y cortesía
pechos y brazos dulcemente unieron;
el afectuoso gozo en la alegría
dio cárcel a las lenguas, que estuvieron
en éxtasis tan dulce que pudiera
juzgarse gloria, como eterno fuera.


CIIII

    Mas, rompiendo el silencio, Claudio cuenta
las remotas provincias que ha corrido,
donde hallar jamás pudo el bien que intenta,
de los celosos hados perseguido;
el mismo mal Fabricio representa,
y el uno y otro amante enternecido,
ni consuelo se dan, ni desengaño,
por ser los dos iguales en el daño.


CV

    Claudio hospedó a Fabricio, y por notable
caso, de su jornada, esto Fabricio
refirió sobre mesa, que agradable
pagar pretende en algo el beneficio.
¡Oh fiel correspondencia! ¡Oh admirable
virtud!, del alma noble claro indicio,
prenda cortés del pecho generoso,
que así dijo elegante y animoso:


CVI

    «De una inculta, bien que noble, sierra,
oriente ilustre de cristales fríos,
naciendo el Tajo humilde, en breve tierra
crece hasta ser gigante entre los ríos;
a la saña del mar provoca a guerra,
igualando a sus fuerzas con sus bríos,
que admirable a Lisboa sus corrientes
combaten con las ondas impacientes.


CVII

    »A esta parte, donde si no alcanza
la vitoria del mar queda dudosa,
llegué con el temor y la esperanza
de nuestra empresa ilustre y generosa;
también me burló allí la confianza
cuanto de mí animada en sí animosa,
y el temor fue profeta verdadero,
bien saludable en no ser lisonjero.


CVIII

    »Antes que entrase en la ciudad, el cielo
juntó de nubes poderosa armada,
el cielo arroja un mar, y acá en el del suelo
sube al cielo con furia acelerada,
bramando al suelo vuelve, cuando el velo
del aire rasgan con violencia airada
rayos, autores de impensadas muertes,
artos violentos de las nubes fuertes.


CIX

    »En aquel campo estaba edificada
una ermita estendida en su edificio,
con grandeza magnífica labrada,
que de ampararme entonces hizo oficio;
yo en admirar su obra bien trazada
la pago, en lo que puedo, el beneficio,
y más suspenso de su labor quedo,
que entré turbado del horror y el miedo.


CX

    »Era al reír del alba, perdió el día
la luz, con que serena la mañana,
porque entre nubes negras mal podía
resplandecer su lumbre soberana;
murió, al instante que nacido había,
en tierna infancia y en niñez temprana,
dando tan breve lumbre a los humanos,
que apenas coronó los montes canos.


CXI

    »Un sepulcro de bronce vi, que hermosa
labor le ilustra y le realza en parte,
pues con ser la materia generosa
más resplandece en la virtud del arte;
dos mancebos de forma prodigiosa
y sangrientas imágenes de Marte,
hechos también de bronce, en él pusieron,
que mayor tempestad me parecieron.


CXII

    »Volviera pies atrás, si allí no fuera
sereno Sol un ermitaño grave,
tal que veneración pedir pudiera
a todo humano, en quien prudencia cabe;
al recelo que en mi alma considera
templanza puso con su voz suave,
que del horror que allí los ojos vieron
grato refugio los oídos fueron.


CXIII

    »"Estos que tanto admiras, caminante,
en que descubres alto entendimiento,
pues suspenderse de obra semejante
certidumbre es, no indicio de talento",
dijo, tierno en la voz, y en el semblante
lágrimas de un forzoso sentimiento,
"Yo los di al mundo, y ellos con su espada
a mi vejez honrosa y desdichada.


CXIIII

    »"Marte les inspiró su fuego ardiente,
que en ellos se aumentó con mejor fama,
a cuyo obrar ilustre y excelente
faltan voces y lenguas a la fama;
siempre el rubio galán ciñó su frente
de ingratas hojas, que aun adora y ama;
fruto de un parto un día amanecieron,
y en otro juntos al ocaso fueron.


CXV

    »"Estando pues en caza cierto día,
ejercicio que amaban en la tierra,
que a este su inclinación los reducía
por ser más fiel imagen de la guerra,
de quien segura entonces no vivía
el ave que más alta se destierra,
que hasta el águila más desvanecida
despojaban del reino y de la vida.


CXVI

    »"Dos mancebos, que de ellos ofendidos
nunca el satisfacerse consiguieron,
en mi anciana vejez (¡ay, atrevidos!)
borrar sus altas glorias pretendieron;
atrevidos, mal dije, que vencidos
del miedo el torpe insulto cometieron,
que en tomalla de mí, siendo violenta,
fue su satisfación mayor afrenta.


CXVII

    »"Huyeron la ciudad, y en la campaña
armados ejercitan tiranías
tantas, que aun por humilde a la cabaña
no saben perdonar estas harpías;
gente torpe y cruel los acompaña,
que en robos pasan sus infames días,
y ellos (virtud de ánimos tan fuertes)
patrocinan sus robos y sus muertes.


CXVIII

    »"El uno Gundamiro, y Clodoveo
era el nombre del otro, desiguales
algo en la edad, y en bárbaro deseo
competidores siempre y siempre iguales;
ningún delicto le juzgaron feo,
ni aun el que huyen los irracionales,
siendo en desprecio de naturaleza
ministros de lujuria y de torpeza.


CXIX

    »"Mis hijos, que estos nombres los llamaban,
Florisio el uno, el otro Polidoro,
juntos por la venganza suspiraban,
que tú la admiraras, y yo la lloro;
conveniente ocasión solicitaban
para no aventurar nuestro decoro,
y por discrimen de una injusta suerte
volver sin la venganza y con la muerte.


CXX

    »"Polidoro a buscar a Clodoveo,
sin dar parte a Florisio, partió un día;
Florisio llevó el mismo deseo,
que hallar a Gundamiro pretendía;
artífice fortuna en tal rodeo
su muerte fabricaba y disponía,
y en una misma acción de eterno espanto,
gloria a sus brazos y a mis ojos llanto.


CXXI

    »"En diferentes partes muerte dieron
a sus contrarios dos mis hijos fieles,
y en su sangre, común venganza hicieron
por ser tantos sus ánimos crueles;
a las canas que ves restituyeron
el honor que robaron los infieles,
del cielo y de los hombres celebrados,
porque él fue obedecido, ellos vengados.


CXXII

    »"Polidoro vistió a Clodoveo
las armas, cauteloso a Gundamiro,
que entonces de Florisio es ya trofeo,
a cuyos pies dio el último suspiro;
con las suyas se adorna y su deseo,
que aunque le lloro, más que culpo admiro,
él mismo fue en Florisio, a quien la suerte
dio en las de su contrario audacia y muerte.


CXXIII

    »"Cada uno se parte cudicioso
de engañar su contrario, y va engañado,
porque viéndose así, juzgan forzoso
que el uno esté del otro asegurado;
encuéntranse los dos, y el riguroso
siempre inclemente y no vencido hado,
en un abrazo (¡ay triste!) que fingieron
las dagas se clavaron y murieron.


CXXIIII

    »"La voz, con que se quejan, ha podido
sacarlos de su duda, y desarmados
los rostros, por los pechos que han herido
se juntan suspendidos y abrazados;
el uno así del otro despedido
espiran ofendidos y vengados,
y aun siendo de su muerte los autores,
de los que se vengaron vengadores.


CXXV

    »"Supe yo el caso y condenóme el cielo
a larga vida, para larga pena,
y en este propio sitio en cuyo suelo
su sangre derramaron por la ajena,
este sepulcro les labré, y el velo
vestido de humildad, la playa amena
que ves habito, y de mis breves días
hago oblación a sus cenizas frías".


CXXVI

    »Así dijo el anciano, y yo procuro,
darle el mismo consuelo que aborrece,
más viendo que ya el Sol hace seguro
al campo, y que destierra, y desvanece
la tempestad, me entrego al mar perjuro
en un navío que en el puerto ofrece,
de estrella felicísima guiado,
pues vine a verte de ella iluminado».


CXXVII

    Silencio y suspensión puso Fabricio
en Claudio con el caso prodigioso,
mas intentado el sueño hacer su oficio,
los dos los miembros dan a su reposo,
hasta que el Sol volviendo a un ejercicio
tan útil, bañó el aire tenebroso,
y el llanto que el aurora al campo llueve,
con labios de oro blandamente bebe.


CXXVIII

   Pasean la ciudad, y a un tiempo vieron
de Aurelia el rostro, causa de su daño,
que con esto cederse no pudieron
el uno al otro en caso tan estraño,
tan estraño, que no le previnieron,
que contra este sutil y aleve engaño
de sus estrellas fue desierta y vana
la prevención de la prudencia humana.


CXXIX

   Delante de ella misma han cometido
a las armas el juicio, ya furiosos
contrarios, tan furiosos, que ofendido
amor los hace iguales, no dichosos;
que ellos que del suceso referido
del ermitaño estaban recelosos,
haciendo en su desdicha la experiencia
pasaron de la duda a la evidencia.


CXIX

    Conociólos Aurelia, y en copioso
llanto paga a su muerte lo que debe,
mas hallando en su amante nuevo esposo,
a celebrar con él bodas se atreve;
dos desdichados para ser dichoso
hubo de haber, que la Fortuna aleve,
avara en los favores que limita,
en unos pone lo que de otros quita.



Callaban los circunstantes, y Pedro, como dueño de la casa y de las voluntades de todos, agradeció al ingenioso caballero el gusto con que los había entretenido y admirado; pero, viendo en el auditorio deseo de que se templase aquella tragedia con proseguir el discurso que dejó suspenso, tosiendo primero, repasó los bigotes, compuso la capa y sombrero, y levantando la voz más, dijo:

-Andaba, pues, nuestro perricida mordido de Amor contra quien ni podía, ni sabía defenderse. Era la causa de sus inquietudes la hija de un maestro de escuela, moza resplandeciente de rostro, a quien él llamaba veneno de corazones, y decía bien, porque el solimán lo es, y así no es mucho que las damas quiten con sus caras tantas vidas, si llevan en ellas tan ofensivas armas. Presumía la tal señora de entendida, y por esta causa hallaba entretenimiento con la conversación del mata perros. Andaban de la una a la otra parte papeles, apurábanse los concetos tanto, que en compañía de algunas cosas sutiles iban otras muy necias. Las noches rondaba la puerta, y si como hacía piernas, le fuera posible hacer talle, hubiera sido el hombre bienaventurado. Llegó el viento de este caso, si no a mis narices, a mis oídos, que me obligó a reír no poco. Por este buen rato que recebí a su cuenta, estaba obligado a no dársele malo, pero como de él se me había de seguir a mí otro mejor, y cada uno quiere más su gusto particular que las comodidades de su prójimo, apenas lo entendí, cuando le armé la burla; si fue ingeniosa, a mí no me toca este juicio, sino a vosotros, a quien agora pido atención y después si se me debiere, el aplauso.

»Es el caso, que el padre de la dama papelista -digo el gobernador de pupilos y corregidor de planas-, se preciaba de cristiano antiguo, y decía que sus abuelos habían servido al Santísimo Tribunal, muralla y castillo de la Fe. Blasonaba de limpio, bien que no lo mostraba en los manteles de la pobre mesa, que ponía a los pupilos, aunque en los platos sí, porque nunca llegaban a tener con qué ensuciarse. Habitaba pared y medio un vecino poderoso en hacienda y mal opinado en la sangre, no por culpa suya, sino de un bisabuelo, hombre de poco crédito en las cosas de la otra vida, buscador de dineros y de ruidos, que por haber vivido sin ella en el alma, murió en la lumbre su cuerpo. Era éste padre de un hijuelo de pocos años, que en lo alto y demás forma del cuerpo, se parecía al perseguidor de los valientes canes. Estaban los dos, aunque tan juntos en las casas, muy distantes en las voluntades, porque el uno se desvanecía con la pureza de su sangre y el otro soberbio con su dinero, decía, y era verdad, que se servía de otros tan buenos como él, y aun mejores. Cuando me pareció que el amor andaba más brioso y esforzado, hice una visita al padre de la doncella escritora, a quien referí sus liviandades, y le di a entender, que el amante que la servía era el hijo de su manchado vecino, de que recibió no pequeña cólera, y protestó con graves juramentos castigar al rapaz el atrevimiento indigno y licencioso.

»Este mismo día sobre un punto de derecho, de que se ofreció tratar, tuvo Mataperros una disputa con el alcalde mayor, y encendiéndose la competencia, llegaron a tan libres palabras, que fue menester la autoridad del corregidor, que haciendo risa y desprecio de la insolencia del canicida, los compuso. La noche vino cumplida de todo lo que ha menester un amante, porque fue muy helada y escura, dando causa con esto a que el nuestro viniese al puesto más presto de lo que solía. El padre de la dama le acechó, y como aun apenas pudiese velle con tantas tinieblas, mandó a un pupilo suyo, mozo de buena disposición, que se llegase a él y le preguntase, como lo hizo: «¿Eres Gregorio?», porque éste era el nombre del hijo del vecino. Él, que entendió que por este camino desmentía espías y aseguraba sospechas, respondió, sutilizando la voz: «Sí, yo soy. ¿Qué quieres?». Con esto, el otro sin replicalle, se volvió a dar cuenta al superior, que cuando acabó de persuadirse a creello, dijo colérico disparates, que sólo fueron celebrados con ser muy reídos, y volviendo a llamar al pupilo y a otros tres, aun de mayor cuerpo y fuerzas, les dio orden que arrebatándole en brazos, se le trujesen, que apenas pronunció el auto, cuando de ellos, siendo obedecido, fue ejecutado.

»Esperábalos el maestro en el portal de su casa, donde no había luz, y apenas entraron con el miserable prisionero, cuando haciéndole quitar las agujetas en fee de ser Gregorillo, le hizo poner a caballo. Confuso y admirado se halló aquel amante infeliz en ocasión tan triste, pero considerando que si daba voces y se descubría por quien era, podría seguirse mayor inconviniente, como era, o quitalle la vida o la reputación, haciéndole casar con mujer inferior a sus prendas, determinó pasar con silencio por aquel castigo, pues mientras no era visto ni conocido, no se le seguía más daño que un breve dolor. Así, recibió mucho número de azotes, dados con tan buena mano, y tan mala intención, que doliéndose más de lo que él pensó, le obligaron a levantar el grito.

»A este tiempo, uno de los cuatro pupilos, que era amigo de Gregorillo, había avisado en su casa que no hallándole en ella, por estar en la de un tío suyo, sin que sus padres lo supiesen, lo creyeron, y acudiendo el padre y los criados con mucho ruido de asadores, palos y espadas, quebraban con golpes las puertas, sin que esto bastase para que suspendiese su furor aquel airado verdugo.

»Pasaba en aquella ocasión con todos sus ministros el alcalde mayor de ronda, que viendo tanto aparato de armas y descomposición de gritos, con la mano poderosa de la justicia, echó las puertas en el suelo, y entrando con las luces de sus linternas, vio con todos los demás que a su lado iban, al que aquella misma tarde había sido su atrevido contendor. El padre del rapaz, que se presumió que era el paciente, desengañado y contento, se recogió con los demás de su familia en su casa, lleno de risa, y estendiendo el cuento por toda la vecindad, que le oía con admiración no pequeña. El pobre maestro, que vio el sujeto sobre quien había descargado su furor, se halló confuso por una parte, y por otra más airado de que aquel monstro de naturaleza se hubiese atrevido al ídolo de su casa, y le parecía que para la reputación de su hija aun no era bastante satisfación. El alcalde mayor, del suceso gozosísimo, recibió las querellas de entrambas partes, y haciéndolos poner en la cárcel, dio cuenta al corregidor, que enviándola él a los ministros superiores de la Corte, fue el cuento célebre por toda España. Estuvo algunos días sin componerse esta causa, hasta que intercediendo personas graves, eligieron por mejor medio que se casasen los dos amantes, para la satisfación del uno y del otro agravio, quedando a un tiempo los tres castigados: la novia con marido tan disforme, él con mujer tan liviana y bachillera, y el anciano y colérico maestro con hallarse padre y suegro de tal yerno y de tal hija.

La risa de los semblantes y no pequeños encarecimientos hicieron aplauso a la ingeniosa burla, y previniendo verse la noche del día siguiente, que era el de Todos los Santos, determinaron repartir en ella los papeles de una comedia intitulada El gallardo Escarramán, de que fue autor el sutil cordobés, que decía haberse de representar la de Navidad; y lo cierto era que pretendía que al título y nombre de que se juntaban a los ensayos, la conversación de su casa prosiguiese, y con ella el juego para él tan útil, que le valía infinito número de ducados, con que sustentaba la autoridad de su familia, sin que hasta entonces Inés hubiese hecho ninguna vileza con nadie, particular causa de tenellos a todos igualmente rendidos y tributarios.



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