Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice

«Episodios Nacionales», 3.ª serie (I). Prólogo

Enrique Rubio Cremades

En el episodio Un faccioso más y algunos frailes menos Galdós, al concluir la segunda serie, advertía a sus lectores que ponía punto y final a su quehacer como historiador, pues los años que transcurren desde 1834 «están demasiado cerca, nos tocan, nos codean, se familiarizan con nosotros...». Pese a estas reflexiones y afirmaciones, en la advertencia que figura al frente del primer episodio -Zumalacárregui- se desdice:

Al terminar, con Un faccioso más y algunos frailes menos, la segunda serie de los Episodios Nacionales, hice juramento de no poner la mano por tercera vez en novelas históricas. ¡Cuán claramente veo ahora que esto de jurar es cosa mala, como todo lo que resolvemos menospreciando o desconociendo de la acción del tiempo y las rectificaciones que este tirano suele imponer a nuestra voluntad y a nuestros juicios!


Tras diecinueve años y medio de haber finalizado la segunda serie de Episodios Nacionales, Galdós, desde su rincón de la carrera de San Francisco, número 4, entre la madrileña plaza de la Cebada y la iglesia de San Francisco el Grande, publica en el establecimiento tipográfico de la Viuda e Hijos de Tello, año 1898, el primer episodio de la serie tercera -Zumalacárregui-. La crítica ha especulado sobre los motivos que impulsaron a Galdós a continuar la serie: la necesidad de dinero, especialmente, a fin de saldar sus deudas contraídas por el famoso pleito sobre la propiedad de sus obras. Galdós, agobiado por las deudas y consciente del éxito editorial que las dos primeras series habían tenido, emprende su continuidad. En una carta a Maura -2 de marzo de 1898- comenta interesantes episodios referidos a la continuidad de los Episodios Nacionales: «Para resolver el equilibrio que pienso, en este mes y en los sucesivos, me decido a emprender la Tercera serie de los Episodios Nacionales, que en opinión de editores o libreros es de un éxito grande y seguro». El esfuerzo de creación y el resultado de publicación son de una gran celeridad. Galdós, sumido en intensísima creación como en sus mejores años de narrador, publica sus novelas en un tiempo casi imperceptible por su corta duración, pues los diez episodios de que consta la serie aparecieron entre la primavera de 1898 y el otoño de 1899: Zumalacárregui, abril-mayo (1898); Mendizábal, agosto-septiembre (1898); De Oñate a La Granja, octubre (1898); Luchana, enero-febrero (1899); La campaña del Maestrazgo, abril-mayo (1899); La estafeta romántica, julio-agosto (1899); Vergara, octubre-noviembre (1899); Montes de Oca, marzo-abril (1899); Los Ayacuchos, mayo-junio (1899); Bodas reales, septiembre-octubre (1899). En esta tercera serie, Galdós noveliza un periodo histórico de la vida de España que abarca desde el inicio de la primera guerra civil hasta la boda de Isabel II (1833-1846).

La segunda y la tercera serie se engarzan, evidentemente, por motivos históricos, pues tienen entre sí diversos puntos en común que nos remiten desde la lucha política contra el absolutismo fernandino hasta la boda de Isabel II con su primo Francisco de Asís; acontecimientos políticos que, incluso, se engarzan con los orígenes mismos de específicos acontecimientos históricos pertenecientes a la primera serie. Incluso la forma de presentar la historia no difiere en gran medida de los anteriores episodios, pues en las tres series las formas narrativas van desde la utilización del recurso epistolar hasta la narración autobiográfica, sin desdeñar la narración indirecta, memorias o diarios. La tercera serie se enmarca entre el contenido histórico y el encuadre novelesco, entrecruzándose de forma sutil ambas coordenadas. A diferencia de las dos primeras series, en la tercera, Galdós se aleja de los grandes personajes que configuran la historia de España, centrándose en la colectividad, en la vida cotidiana, diaria de los pueblos. Lo histórico como parte indeleble de la novela y lo imaginativo como elemento sustancial de lo novelesco configuran el tejido de los Episodios Nacionales. Ficción e historia convergen en una misma dirección, de suerte que los personajes históricos actúan en la ficción como estímulos y en representación de la invención y no como extraídos de otro mundo e interpolados en lo novelesco. La historia siempre está presente en la novela, con mayor o menor insistencia, en unas ocasiones, temáticamente, casi de forma imperceptible; en otras, como parte de la acción y de la fábula, como una serie de hechos influyentes en la configuración de los personajes. Así, en el inicio de la tercera serie, Zumalacárregui, el personaje, desempeña una función indeterminada, ambigua, pues da a la novela una coherencia singular, convirtiéndola en historia, y, al mismo tiempo, deslizándose en un espacio que por muy impregnado que esté de sucesos históricos no es ya historia, sino ficción, novela.

En los Episodios se percibe con nitidez tres aspectos que se armonizan y conjugan. Por un lado, el hecho histórico, el suceso desgajado de la historia que, ceñido a una fecha concreta, condiciona el relato; por otro, la anécdota novelesca y, finalmente, la inclusión de cuadros sociales que enmarcan todo el conjunto. Pese a que los episodios históricos permanecen invariables, inalterables, Galdós se verá obligado a complicar la acción novelesca mediante toda una serie de hechos novelables infartados en la historia y al trasiego de sus personajes por el mundo de ficción, al igual que en sus novelas. Todo ello conduce a una variedad de argumentos que no llegan a ser tan abundantes en los episodios anteriores a la tercera serie, pues en esta la variedad es mayor y llegan a convertirse en otras novelas distintas completamente o de forma parcial de la principal, lo que concede a dicha serie una mayor capacidad novelística.

El periodo histórico correspondiente a la tercera serie es rico en lances y hechos literarios. El apogeo del Romanticismo, el conflicto carlista, las Regencias de María Cristina y del general Espartero, así como los inicios del reinado de Isabel II permitirán a Galdós engarzar motivos y asuntos relacionados directamente con las artes, con la literatura, la sociedad, la economía, la política... Todo ello escrito en una época en la que España vive un conflicto bélico de enormes consecuencias: la guerra con los Estados Unidos y la posterior derrota que se materializaría en el tratado de París con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Esta atmósfera de decaimiento incide en el novelista, en su amarga visión que él mismo da de la primera guerra carlista. Su actitud, su visión política, haría posible que el propio Galdós advirtiera a sus lectores de los errores presentes a fin de apuntar un nuevo camino más prometedor para los intereses de España.

Galdós al comenzar la tercera serie se encuentra con una España que ha cambiado. Si con anterioridad sus personajes y su contenido histórico informaban con exactitud de la ascensión de la burguesía al poder político y el enriquecimiento de una clase media gracias, entre otros aspectos, a la desamortización de Mendizábal -la nueva aristocracia del dinero-, a partir de la tercera serie Galdós buscará en el pueblo la posibilidad de una transformación o reforma nacional, distinguiendo entre el pueblo heroico, como en el episodio El 19 de marzo y el 2 de Mayo, y el populacho fanático e ignorante manipulado por demagogos sin escrúpulos y sin aprensiones. Precisamente a raíz de la derrota del 98 se plasmará este desengaño por la política española, de ahí su nueva visión del pueblo como única fuerza capaz de regenerar España. La visión de las luchas narradas por Galdós en la tercera serie está realizada desde una óptica imparcial, en el sentido de que no se trata de encubrir o solapar los defectos y virtudes de las personas que militan en los dos bandos enfrentados, lo cual no quiere decir que sea equitativa. En ningún instante Galdós deja de mostrar sus ideas en pro de un régimen de libertad y democracia, aunque tampoco enmascara, y este es su pesar, que el gobierno cristino apenas puede diferir al del partido carlista, y si bien los horrores de la guerra, el salvajismo, la ferocidad y los crímenes son más copiosos en el bando carlista, la arbitrariedad, la ausencia total de respeto a la ley, rige por igual en los dos bandos beligerantes. Es evidente que el lector o estudioso no debe perder nunca la perspectiva ideológica de Galdós, al igual que la de otros escritores de la época en su visión de la realidad histórica española del siglo XIX, analizada desde una óptica distinta a la de Galdós. En este sentido, don Benito daría a conocer a los lectores su visión liberal y progresista, censurando los sectores políticos del momento por su incapacidad en los asuntos de Estado. De ahí sus críticas al carlismo, a los republicanos, al partido moderado y al progresista. Pese a ello, tal como se ha constatado en líneas anteriores, Galdós mostrará sus preferencias por los liberales, como en el caso de su admirado Espartero, aunque no desdeñará tampoco la figura de otros militares adscritos al bando carlista, como en el caso de Zumalacárregui, descrito por Galdós como hombre de firme voluntad, de seriedad profunda, de temple extraordinario y gobernador de hombres.

En las dos primeras series, Galdós había engarzado los hechos históricos con las vidas privadas de sus personajes de ficción, al igual que en las novelas contemporáneas. En esta tercera serie, los personajes tratan de vivir sus propias vidas al margen del resto de las personas, pero la realidad, el hecho histórico, se impone, obligándoles a participar en los sucesos que se desarrollan en su derredor. Esta relación entre lo privado y personal frente a lo nacional y universal finaliza cuando los personajes se aíslan de la realidad circundante, refugiándose, por ende, en su propia intimidad. Es evidente que en Galdós incide una serie de corrientes estéticas e ideológicas que estaban ausentes durante la escritura de sus dos primeras series de Episodios Nacionales, pues en esta tercera serie se perciben influencias del regeneracionismo de Costa, el determinismo de Tolstoy -que contrapone la vida privada de los individuos, que es antitética, a la histórica y colectiva, que es ficticia-, la filosofía krausista y los ensayos de Schopenhauer, para quien tan solo los acontecimientos y vivencias de nuestra vida interior gozan de una auténtica realidad porque están en íntima relación con la voluntad.

La tercera serie se caracteriza por una menor unidad temática, comparada con las protagonizadas por Gabriel Araceli y Salvador Monsalud, y por una mayor riqueza en la técnica narrativa, en los temas novelescos y asuntos psicológicos. La obra que da comienzo a la serie, Zumalacárregui, compone por sí sola una novela en la que junto al personaje principal histórico que le da nombre encontramos la singular e interesante figura del sacerdote Fago, cuyo problema espiritual provoca uno de los más intensos y entrañables episodios novelescos. En Mendizábal se encuentra uno de los personajes-ejes de la serie: Fernando Calpena, cuyo origen tan misterioso como el amparo y protección que recibe, crea el clima propio de la novela folletinesca seudorromántica que conocía en la segunda mitad del siglo XIX una segunda etapa áurea. Subgénero literario por el que todavía Galdós sentía una cierta debilidad por sus peculiares personajes. La utilización de recursos propios del folletín son fácilmente reconocibles por el lector: personajes huérfanos como el protagonista de la serie -Calpena-, descarriados y excéntricos como Fago, don Alonso de Castro-Amézaga, Santiago Ibero y Churi... El protagonista de la tercera serie, el mencionado Fernando Calpena, que no irrumpe en la escena hasta el segundo episodio -Mendizábal- será hijo natural del príncipe Poniatowsky y de Pilar de Loaysa, marquesa de Arista.

Respecto a las fuentes literarias de los cinco episodios pertenecientes a este volumen cabe señalar al respecto que la crítica no se ha puesto de acuerdo a la hora de calibrar con exactitud su relación e importancia. Un determinado sector de críticos le reprochó el haber utilizado tan solo las librescas y no haber visitado y estudiado los lugares descritos en sus episodios. Sin embargo, Galdós se documentó con gran detenimiento, mucho más de lo apuntado por la crítica en su época. De hecho, solía utilizar obras específicas referidas a los personajes históricos a fin de que le permitieran una configura histórica que enmarcara los hechos históricos narrados, como si de una armazón se tratara a fin de engarzar en él la ficción novelesca. Cabe apuntar también su gran inclinación por el conocimiento oral de los hechos ocurridos, la historia viva, experimentada por generaciones anteriores a Galdós que él tuvo la fortuna y ocasión de conocer. Para la redacción del episodio Zumalacárregui se valió, evidentemente, de la lectura que hizo de la Vida y hechos de D. Tomás de Zumalacárregui (Madrid, 1845), de J. A. Zaratiegui, cuyo ejemplar formaba parte de su biblioteca. Incluso, Galdós tendría en cuenta el folleto de Du Casse, Ecos de Navarra (Madrid, 1840) y la Historia militar y política de Zumalacárregui, de don Francisco de Paula Madrazo.

Esta formación libresca será compatible con las fuentes orales y visitas realizadas a los lugares en que transcurrieron los principales sucesos históricos. Así, en sus Memorias ofrece Galdós un copioso material noticioso sobre el inicio de la tercera serie, del episodio Zumalacárregui:

[...] me dirigí a Cegama, Azpeitia, Pamplona, Puente de la Reina, Estella, Viana y otras poblaciones que fueron teatro de las guerras civiles. En Cegama visité al cura don Miguel Zumalacárregui, sobrino carnal del famoso caudillo. El bondadoso y simpático don Miguel me recibió en su casa con tanta cortesía como afabilidad, mostrándome la estancia en que su tío entregó su alma a Dios. Vi la cama, cubierta con una colcha de damasco amarillo. Completaban el decorado de la alcoba las armas y el retrato del héroe, con estampas y cuadros religiosos que le daban aspecto de capilla, sin que faltase un altarito (sic) donde presumí que algunos días diría sus misas don Miguel [...].


En su correspondencia epistolar con Maura, Galdós le anuncia y habla de sus proyectos, de sus visitas por el norte de España a fin de conocer datos relacionados directamente con las guerras carlistas:

Después de los estudios previos que aquí he podido hacer, hoy salgo para Navarra y Vascongadas con objeto de conocer el escenario de Zumalacárregui (primer tomo). Allí me pasaré unos ocho días. Vuelvo a Madrid a escribir el tomo y a preparar el segundo (Mendizábal), y así sucesivamente.


Galdós toma nota cumplida de todo este material, ateniéndose hasta en detalles mínimos, escudriñadores, de lo visitado y lo conocido tanto a través de la observación directa como del testimonio de eruditos de la zona. Incluso, se tienen noticias fidedignas de la existencia de planos o apuntes topográficos de los lugares visitados a fin de dar una visión certera de los lugares en los que se desarrolla la acción.

Cabe señalar también otras fuentes que sirvieron de información a Galdós para la elaboración de la tercera serie, como el Diario de Avisos de Madrid, heredero y sucesor del Diario noticioso, curioso-erudito y comercial, público y económico fundado en el año 1758. Galdós consultó también el Diario de Avisos en la etapa que Mesonero Romanos era director de dicha publicación, época rica en acontecimientos sobre la guerra carlista, desde la entrada del pretendiente en julio de 1834 hasta las sucesivas contingencias que acaecieron a lo largo de la primera guerra carlista. Durante la década de 1833-1843 la prensa periódica proporcionaría un ingente material de datos referidos a los pormenores de la contienda, noticias que serían corroboradas o ampliadas por periodistas del momento, como su admirado Mesonero Romanos, una historia viviente en su época y que Galdós lo introdujo en Fortunata y Jacinta gracias a la creación de su personaje Plácido Estupiñá, alter ego de Mesonero Romanos. Lo evidente es que Galdós narra los principales acontecimientos de los bandos contendientes y, al mismo tiempo, los hechos políticos que tienen lugar entre cristinos y carlistas. Junto a estos acontecimientos, Galdós presenta la transformación económica-social y la evolución ideológica-sentimental. Desde el punto de vista cultural, desde la perspectiva de las corrientes estéticas, un hecho de gran relevancia se produce en esta tercera serie: el paso del clasicismo al romanticismo. La sociedad también ha experimentado un cambio; se percibe con nitidez el enriquecimiento de una nueva clase social gracias a la desamortización de Mendizábal y a la guerra civil.

Desde Zumalacárregui, iniciada en vísperas del Desastre del 98, hasta el último episodio de que consta el presente volumen -La Campaña del Maestrazgo-, Galdós se aparta del carácter épico de las dos primeras series para dar entrada a un conjunto de motivos engarzados fuertemente con la corriente estética de la época en la que tienen lugar los hechos narrados: el Romanticismo. Galdós describió la política española y el conflicto civil desde esta perspectiva romántica, asimilándola a la locura, al absurdo y a las anomalías de forma reiterativa en la tercera serie. Incluso, adaptó la conducta de sus personajes a los momentos históricos que les correspondió vivir, pues el Romanticismo fue una concepción de vida, una actitud moral y mental que sobrevivió a la vigencia de formas de arte determinadas: un estilo vital, de ahí que pueda hablarse de varias generaciones. Fernando Calpena, protagonista de la tercera serie, representa el conflicto entre el periodo neoclásico, en vías de desaparición, y el romanticismo. Para Galdós, el romanticismo impregnó de nueva vida al mundo literario y artístico; de ahí que enlazara al personaje -Calpena- en una generación romántica ávida de acontecimientos y lejos de la rutina insidiosa que para ellos predicaban los clásicos. En Mendizábal, Galdós se refiere a

aquella juventud en medio de la generación turbulenta, camorrista y sanguinaria a que pertenecía, era como un rosal cuajado de flores en medio de un campo de cardos borriqueros, la esperanza en medio de la desesperación, la belleza y los aromas haciendo tolerable la fealdad maloliente de la España de 1836.


Galdós al pertenecer a otra generación pudo captar el sentido de este peculiar romanticismo que subyace en sus personajes, matizado por su adscripción a una generación cuyos planteamientos estéticos eran bien distintos, de ahí que en el mundo de ficción de la tercera serie afluyan sutiles tics irónicos y un cierto humor paródico. En la tercera serie y, en concreto, los cinco primeros episodios de que consta el presente volumen, se aprecia más el compromiso de paz que la belicosidad de los dos contendientes. La voz del narrador de esta serie es una expresión clara y diáfana en este sentido. Aunque la novelización del hecho histórico en sus derrotas y victorias esté plagado de sacrificios y actos heroicos desde el inicio mismo de la tercera serie.

Zumalacárregui, finalizada en Madrid, abril-mayo de 1898, inicia y noveliza los acontecimientos históricos en un contexto específico: Rivera de Navarra, noviembre de 1834. Un relato de estructura cerrada que ofrece una cierta independencia desde el punto de vista de su lectura, sin gran necesidad de engarzarse con el resto de episodios, aunque, evidentemente, su linealidad histórica se hace imprescindible para la perfecta correlación y conocimiento de los hechos.

Este episodio, al igual del resto de los que configuran la serie, describe los horrores de la guerra, los despropósitos o desaciertos de la causa carlista y la heroicidad de un pueblo inmerso en un conflicto cruento que es víctima al mismo tiempo del conflicto civil. Ficción y realidad se funden gracias a la disposición paralela de los acontecimientos o acciones que protagonizan el propio Zumalacárregui y los que se centralizan en el clérigo Fago, que en su juventud y antes de ser sacerdote había seducido y abandonado a Saloma, la hija del alcalde de Miranda de Agra, Ulibarri, ejecutado por orden de Mendizábal. Su historia se desliza de forma paralela a los acontecimientos bélicos, convirtiéndose en protagonista del episodio gracias a la descripción de su azarosa vida.

Es un cura castrense carlista cuyo sino le obligó a asistir al padre de Saloma instantes previos a su ejecución. Personaje que pondrá su máximo esfuerzo en localizarla para encauzarla por el camino del bien, aunque se estremezca, al mismo tiempo, al pensar en el encuentro. En la ficción, José Fago simboliza la inseguridad, la duda, la confusión, la indeterminación; de ahí que intente recobrar su identidad mediante la recuperación de un pasado ligado a su relación amorosa o a través de un presente infartado o engarzado en la vida castrense. Nada de ello consigue y como un ser errático, atormentado e inestable afrontará su propio destino. Zumalacárregui noveliza desde una perspectiva sutil, casi mística el conflicto bélico de la primera fase del enfrentamiento entre las dos Españas. La comprensión y valorización artística de este personaje en sus ansias de una vida mejor, purificadora de los males de España. Galdós nos lo presenta como un hombre inteligente con grandes conocimientos del arte de la guerra, siempre movido por sus creencias y figura incuestionable en la historia de España: «¡Zumalacárregui, página bella y triste! España la hace suya, así por su hermosura como por su tristeza». Galdós, tan lejano del ideario carlista, supo, sin embargo, captar con no poca sutilidad y perspicacia lo que hubo de gesta heroica en este preciso momento de la historia de España.

En Zumalacárregui aparecen páginas de acertado ritmo narrativo que describen los enfrentamientos urbanos entre los bandos contendientes. Es verdad que Galdós a partir de esta tercera serie no prodiga tanto el carácter épico como en las dos primeras, las protagonizadas por Gabriel Araceli y Salvador Monsalud, respectivamente pero a pesar de ello existen específicos pasajes de gran tensión y crudeza, como el incendio de la torre de la iglesia y la escena del ataque y de la defensa de Villavieja que finaliza con el fusilamiento de sus moradores. El incesante fusilar de prisioneros y las prácticas cruentas a fin de mantener el misticismo de la guerra, como si de una cruzada se tratara, convierten al relato en una excelente narración en la que se entrecruza lo real, lo histórico, con la tradición novelesca que describe los pormenores y aspectos propios de cualquier conflicto bélico. La crueldad de Zumalacárregui se sustenta en un sólido y peculiar sentimiento. Galdós es directo en este sentido:

En aquella terrible guerra más que ganar batallas urgía sostener el tesón de la Causa y esto no se lograba sino aboliendo en absoluto toda compasión delante de los sectarios; tratando con crueldad al enemigo fuerte, con menosprecio al débil, para que cundiese y se afianzase la idea de que el cristino era forzosamente, por naturaleza, un ser inferior, abyecto, indigno hasta de las consideraciones más elementales. Sólo así se formaba un partido viril, duro, resistente a toda adversidad.


Desde una perspectiva histórica, enlazados determinados hechos históricos, el lector percibe con nitidez las diferencias existentes entre el pretendiente a la corona, don Carlos, y el propio Zumalacárregui. El primero, representación viva del absolutismo; el segundo, símbolo genérico de la fuerza nacional y amor patrio, el que defendía con sus dotes de mando y entrega la causa de su rey. El funesto sitio de Bilbao acabará con todos sus planes. Él será el protagonista de este contexto histórico, el que dará título al episodio; muerto, el protagonista de la novela será otro, el ya citado José Fago, símbolo del ser humano que padece los horrores de la guerra, decantado, rebelde, carnal, desengañado, inmerso en evidentes torpezas y, como contrapunto en su misticismo arrebatador. Sentirá fascinación por Zumalacárregui, aunque también envidia por sus hechos hazañosos. Es subalterno de condición egregia, guerrillero de inconmensurable valor, casi suicida, que Zumalacárregui preferirá utilizarlo como capellán castrense a cabeza de partido. Ello provocará no pocas complicaciones, pues Fago, sacerdote convencido, aunque su vocación se sume en dubitaciones provocadas por la guerra, es más valioso para el caudillo carlista como conocedor del alma humana que como guerrillero. El cura Fago, representante de la rancia y legendaria virtud guerrera de Zumalacárregui, no encuentra su lugar, su destino, al morir su caudillo, de ahí que Galdós, dé muerte a su personaje de forma inverosímil y sin justificar.

El segundo episodio de la tercera serie, Mendizábal, se inicia al «anochecer de aquel día, el no sé cuantos del año 35 (siglo XIX), llegó puntual al parador de no sé que calle de Alcalá, entre la Academia y las Monjas Vallecas, la diligencia, galerón o quebrantahuesos ordinario [...]». Entre los viajeros provenientes del norte de España Galdós dirige su mirada a uno de ellos, un joven de veinte años de facciones finas, ademanes aristocráticos, melena rizada y negra que llegaba a Madrid aburrido de las soledades de aldea y ansioso en sus ideas de triunfar en la Corte. Desde un primer instante el lector conoce la identidad, pese a la aureola de misterio que rodea al personaje de nombre Fernando Calpena que, al igual que Salvador Monsalud en la segunda serie, tendrá un origen incierto, en consonancia con los protagonistas de novelas publicadas en esta época o en los melodramas folletinescos aplaudidos con no poco frenesí por el público. La peripecia argumental de la tercera serie estaría en estrecha vinculación con Fenelón, pues Calpena, que en sus cartas a Pepe Hillo firma con frecuencia con el nombre de Telémaco, tratará de hallar por todos los medios a su madre, al igual que Telémaco en la búsqueda de su padre Odiseo. Serie que conjuga o armoniza los resortes típicos del bildungsroman y la novela de aventuras. Pese a que Calpena era lector de los clásicos españoles, especialmente del teatro áureo, y de clásicos latinos, sabemos que entre sus lecturas figuraban las creaciones de Ossian, de Balzac, y de obras románticas de gran aceptación entre los lectores de aquella época, entre las que no podían faltar las debidas a Dumas, Byron, Scott o Victor Hugo.

Fernando Calpena, a pesar de recibir una educación cristiana y clásica, no podrá sustraerse a la fuerza de la nueva escuela que irrumpe en la sociedad española: el Romanticismo. En Mendizábal, pese a que su empeño persiste en el seguimiento de la corriente neoclásica, lo cierto es que:

el romanticismo le persigue, le acosa. Desea uno mantenerse en la regularidad, dentro del círculo de las cosas previstas y ordenadas, y todo se le vuelve sorpresas, accidentes de poema o novelón a la moda, enredo, arcano, qué será, y manos ocultas de deidades incógnitas, que yo no creí existiesen más que en ciertos libros de gusto dudoso [...].


Su pasión, su amor por Aurora Negretti, cobra una gran intensidad en el episodio Mendizábal, pues Calpena cuando la ve por primera vez «más que persona humana le pareció divinidad bajada del cielo». El protagonista de la serie se siente fascinado por esta mujer, por su cuerpo y ademanes, por su inmensa dulzura y perfecta armonía del rostro. Enamoramiento evidente que dará un tinte folletinesco a la acción.

La figura del político Mendizábal, célebre por la famosa ley de desamortización que lleva su nombre, está presente en varios episodios nacionales, desde Un voluntario realista hasta La de los tristes destinos, trasiego novelesco que también se aprecia en otros episodios que forman parte de este volumen, como De Oñate a La Granja y Luchana. A través del protagonista de la serie conocemos la personalidad y rasgos del personaje que da título al episodio, Mendizábal. También desde la perspectiva de Pedro Hillo, personaje que inicia su andadura novelesca en este episodio y que aparecerá también en De Oñate a La Granja y Luchana, entre otros, tendremos una visión del político que se hace extensiva a todos los gobernantes de la sufrida España, pues pese a tener excelentes cualidades «incurrirá en el defecto de todos los ilustres señores que nos vienen gobernando de mucho tiempo acá. Talento no les falta, buena voluntad, tampoco. Y fracasan, no obstante, y continuarán fracasando unos tras otros. Es cuestión de fatalidad en esta maldita raza». A través de la mirada de Pedro Hillo, clérigo enjuto y amable que se hospedaba en la fonda del Caballero de Gracia, y que era un apreciable retórico de la escuela de Luzán y Hermosilla, tiene el lector una visión peculiar y acertada de Mendizábal, que impulsaría en la época que transcurre la acción el proceso desamortizador iniciado por las Cortes de Cádiz y proseguido durante el trienio liberal (1820-1823). Pedro Hillo, consumado latinista, se convertirá en mentor de Calpena, su maestro y amigo, pues también este ha recibido una cultura y formación esmerada gracias al pupilaje del clérigo Vega.

La apertura folletinesca del episodio Mendizábal hará posible la utilización de recursos propios de este tipo de relatos, como el de personas misteriosas íntimamente ligadas a los sucesos más relevantes del protagonista. Calpena recibe dinero de proveniencia misteriosa, pues ha de comportarse y vestir como los jóvenes lions de la época. Galdós indica al respecto que se vestía con arreglo a la moda impuesta por el sastre Utrilla, recién llegado de Londres con las últimas novedades. Es evidente que Galdós utiliza para el episodio fuentes que proceden tanto de las de transmisión oral como de los escritos o artículos de costumbres, especialmente de Mesonero. En Mendizábal, Galdós ofrecerá un material noticioso-literario de gran relevancia, como aquellos pasajes en los que se habla de la publicación El Artista, revista romántica por excelencia, cuyos mentores y fundadores fueron el arquetipo del romanticismo: Eugenio de Ochoa y Federico Madrazo.

En Mendizábal, Galdós parece despreocuparse del contenido político para adentrarse en una España en el que el romanticismo rige las voluntades de una joven generación en la que se acomoda el héroe de este episodio a pesar de su formación clásica. Calpena actuará como una especie de piedra angular a fin de escudriñar o conocer hasta los más recónditos lugares de la España romántica. La contraposición entre las escuelas romántica y clásica y, evidentemente, la del justo medio, el eclecticismo, estarán perfectamente representadas tanto por el héroe novelesco como por la visión o perspectiva de otros seres que también forman parte de la acción. Calpena, dispuesto a seguir las reglas del amor al estilo romántico, olvidará su inicial formación y se convertirá en prototipo del joven romántico. Marco histórico y literario que sirve de fondo a la acción de Mendizábal, cuyo retrato, el del político, lo ofrece Galdós como arquetipo de la elegancia y firme seguidor de la moda:

Su hermoso busto, el rostro grave, de correctísimas facciones, el rizado cabello, las patillas tan bien encajadas en los cuellos blancos, y estos en el lioso tafetán de la negra corbata reluciente, las alta solapas de la levita, y por fin, al ponerse en pie, esta en toda su longitud, ceñida, y al propio tiempo holgada [...] el pantalón, de corte perfecto, como de sastrería londinense, y el pie pequeño, calzado con zapato bajo, sujeto en el empeine con un lazo de cintas negras.


Mendizábal, principal valedor de la reina, será otro romántico que en un mar de revueltas e intrigas no despeja el convulso horizonte de la España romántica.

El tercer Episodio nacional -De Oñate a La Granja- se abre con la presencia de Calpena y Pedro Hillo en la cárcel, convertidos en reos políticos que, cruel coincidencia, son conducidos al Saladero al final del episodio Mendizábal. La peripecia argumental de este episodio se centra fundamentalmente en dos focos; por un lado, Madrid; por otro, Oñate, la patria del carlismo. Mendizábal, el personaje histórico, está presente en este tercer episodio, y su aureola de hombre de gran reputación tanto en las finanzas como en asuntos políticos sucumbe gracias al «desafecto de Palacio», a los vigilantes de Palacio con la regente a la cabeza. Galdós simpatiza, a pesar de reconocer los desaciertos de Mendizábal, con su política; no así con la infame trama que sus mejores amigos habían urdido contra él a fin de derribarlo del poder.

La vacuidad del carlismo, su fatuidad o inanidad están presentes en De Oñate a La Granja. La Corte de Oñate, los carlistas, en general, imponen la «idolatría del mentir», porque para ellos todo es mentira, falsedad: «[...] y en esta corte diminuta no hallarás más verdad que en la grande de Madrid; farsa es la religiosidad de la mayoría de estos cortesanos; hipócrita la creencia en el derecho divino de este pobre rey de comedia; engañoso el entusiasmo de los que mangonean en el ejército y en las oficinas. Sólo es verídico el pueblo en su ignorancia [...]». El pueblo, viene a decir Galdós, no sabe absolutamente nada del derecho divino de un monarca al que no conoce ni le importa, solo le interesa la paz, la tranquilidad, la salvaguarda de sus fueros. Al igual que en otros episodios las intrigas palaciegas serán las causantes de los desmanes ocurridos en la España de 1836; los instigadores de Palacio quienes continuaban y favorecían la siniestra labor de las antiguas camarillas a fin de desprestigiar el poder real.

En De Oñate a La Granja los acontecimientos históricos se desarrollan, pues, de forma bipolar. Por un lado Oñate; por otro Madrid, con sus sublevaciones y motines, como el pronunciamiento de La Granja (agosto de 1836) que suponía la culminación de una serie de levantamientos análogos en distintas ciudades españolas y que obligaría a la regente María Cristina a proclamar la constitución de 1812. No faltan tampoco referencias o comparaciones entre don Carlos y su hermano Fernando VII, analizados ambos de una perspectiva asaz negativa, pues si el ya difunto monarca era odioso, maligno y perverso, el pretendiente, don Carlos, era, aunque menos maligno e infame, más peligroso por sus creencias y santurronería. En cualquier caso tanto don Carlos como Fernando VII son vistos por Galdós como prototipos del fanatismo, de la intolerancia e intransigencia. Como rasgo curioso de este tercer episodio cabe señalar la presencia de determinadas figuras históricas que están todavía en forma embrionaria, en su etapa de juventud. Así, cuando Fernando Calpena acompaña a las señoritas de Castro-Amézaga a La Guardia, después del funesto viaje que le cuesta la vida al padre -los carlistas le maltrataron en Oñate hasta tal punto que murió en las soledades y ruinas del monasterio de Aránzazu- sobreviven milagrosamente, tras ser atacadas por unos facciones, gracias a unos soldados de la fuerza Cristina, comandados por un capitán «mozo de lo más vivo y simpático que se pudiera imaginar». El tal mozo era Francisco Serrano Domínguez. Como es bien sabido este joven capitán isabelino será varias veces ministro, Regente del reino en 1869 y Presidente del Consejo con Amadeo I. Conocido con el sobrenombre de General bonito, fue amante de Isabel II. Su andadura novelística por los Episodios Nacionales será harto profusa, comprendiendo tanto la tercera serie como la cuarta y la quinta, hasta el episodio Cánovas.

No podían faltar en este episodio las referencias al Romanticismo. A través del intercambio epistolar entre la madre de Fernando Calpena, Pilar de Loaysa, y Pedro Hillo conocemos los pesares de esta atribulada madre ante las amistades perniciosas de su hijo, especialmente de la de Espronceda: «Me consta de un modo indudable que Espronceda le ha incitado a correr tras de la chica de Negretti, calentándole los cascos con la poesía al uso, que es en aquellas cabezas destornilladas lo que los libros de caballerías en la del pobre Don Quijote». Es evidente que esta dama linajuda, que concibió a Fernando siendo soltera, en unas relaciones apasionadas con el príncipe polaco Poniatowsky, percibiera los peligros de una juventud alocada y carente de razón. Preocupación que tal vez naciera por experiencia propia, por los peligros de juventud que toda pasión desenfrenada acarrea y condicionan nuestra existencia de por vida. El romanticismo de Calpena será, pues, evidente, al igual que las diversas escenas que se engarzan con la acción. Así, por ejemplo, los duelos, como el mantenido por dos altos personajes políticos: «Para que el romanticismo, ya bien manifiesto en la guerra civil, se extendiese a todos los órdenes, como un contagio epidémico, hasta los ministros presidentes iban al terreno, pistola en mano [...]». Todo se tiñe de romanticismo, desde los acontecimientos históricos hasta los hechos relacionados con la vida cultural madrileña de la época, como el estreno de El Trovador, de García Gutiérrez, elogiado en una carta por la propia Pilar Loaysa.

La utilización del recurso epistolar unirá el tercer episodio con el cuarto de la tercera serie -Luchana-, fechado al final de su redacción en Santander (San Quintín), octubre-noviembre de 1898, dará paso a un relato cuyo título rememora la batalla que da nombre al libro: Luchana. El 24 de diciembre de 1836 se celebraría en este lugar el célebre y cruento enfrentamiento entre las tropas liberales y carlistas. Al frente del bando cristino estaba el general Espartero, descrito por Galdós como hombre de ojos «negros penetrantes, ojos de trastienda y picardía, y su rostro atezado, duro, que parecía de talla, labradito y con bucles, el bigote triangular sobre el fino labio, la mosca, las patillas, demasiado ornamentos de pelos cortos para una sola cara». Las palabras de exaltación sobre Espartero figuran en un lugar destacado en los Episodios Nacionales, el verdadero héroe de Luchana. Al mando de los carlistas estaba, entre otros, el general Villarreal que a fin de proteger la plaza había destruido todos los puentes y establecido defensas en las alturas de Cabras, San Pablo y Banderas, situadas en la orilla derecha y en una curva que junto a Deusto forma el Nervión, estando el puente de Luchana en las inmediaciones del primero de los citados montes. El jefe carlista Bruno Villarreal, que aparece en la primera serie de los Episodios Nacionales, en la Guerra de la Independencia -Juan Martín «el Empecinado»-, se destacaría siempre por sus firmes convicciones absolutistas y férreo sentido de la disciplina militar. En Luchana, la victoria de las fuerzas liberales obligaría a levantar el segundo sitio de Bilbao.

Los tipos bilbaínos que desfilan por Luchana son de gran fuerza vital y empuje, especialmente Zoilo, descrito por Galdós como hombre «sano y vigoroso, dotado de un temple azorado y de una naturaleza a prueba de inclemencias, no conocía el cansancio. A los veintidós años gustaba de mostrar su fuerza hercúlea en cuantas ocasiones se le presentaban. En el trinquete era un prodigio; en el trabajo del hierro no tenía igual. Su terquedad vizcaína tomaba en él a veces formas de una paciencia dulce». Enamorado de Aura logrará casarse con ella, haciéndola olvidarse de su pasión por Fernando Calpena. En el campo de batalla, Zoilo se destacará por su bravura, especialmente en la defensa de Bilbao, aunque su hercúlea y férrea voluntad decrecerá al saber que su esposa se ha fugado. Pero, al final la reconquista para siempre. El paralelismo entre los acontecimientos históricos y la ficción novelesca son evidentes en Luchana, pues desde la bipolaridad existente entre las acciones de Calpena y Zoilo, el lector puede interpretar ese paralelismo entre la ficción y la historia. Las vivencias de Zoilo Arratia. Se incrustarán en Luchana, convirtiendo sus aventuras y desventuras en una especie de relato interpolado que correrá de forma paralela en el episodio, al igual que hiciera Cervantes: una nueva historia dentro de la historia.

Los enfrentamientos bélicos y descripciones de la guerra constituyen una de las más logradas páginas sobre la guerra escritas por Galdós, dignas de parangonarse con otras de gran belleza, como la de los episodios Bailén y La batalla de los Arapiles. La defensa de San Agustín parece rememorar las contiendas llevadas a cabo en Zaragoza. El ataque a Luchana bajo un intensísimo frío y feroz nevada, las excelentes descripciones del ataque y defensa de Villavieja que termina con el terrible fusilamiento, constituyen episodios épicos inolvidables. La figura del general Espartero alcanza un gran relieve, emergiendo con una singular impronta que le convierte, gracias a Galdós, en un héroe del pueblo. También Luchana constituye para el bando faccioso un panegírico de la guerra carlista, aunque al final, en sus reflexiones, mitiga, atenúa, estas consideraciones. Enfrentamiento civil en donde es prácticamente imposible la neutralidad; como dice Ildefonso Negretti en el justo momento de referirse al carlismo, desengañado y enfermo, «La realidad, las flaquezas humanas, me han hecho comprender que la neutralidad es imposible, y por ello no se acaba esta guerra... Tesón allá; tesón aquí... ¡Desdichado de aquel que, como yo, se ve cogido y aplastado entre los dos tesones!...».

La amargura de los militares queda también perfectamente plasmada en Luchana, como en el caso del capitán cristino Santiago Ibero, que pertenecía a la columna del general Zurbano, luchadores que no se han jugado la vida por defender la libertad, sino por intereses partidistas y ajenos a la voluntad del pueblo. Bajo este prisma desconsolador se percibe su desconfianza hacia la corona, corroborada también por otros personajes, como, por ejemplo, Pilar Loaysa. Esta actitud de desconfianza hacia la corona se hace también extensiva a Isabel II, vista con tierna simpatía por ser todavía una niña, pero educada de forma funesta, siempre presa de temores y aprensiones que le impedían ver la historia de forma objetiva y positiva para los españoles. Reflexiones que Fernando Calpena hará suyas como si se convirtiera en el alter ego de Galdós. Reflexiones que se deslizan y cobran vida a través de otros personajes ligados íntimamente a Calpena, pues este, aunque no está ausente en el episodio, como en el caso de La campaña del Maestrazgo, solo aparece al final de Luchana.

En Luchana figuran otros aspectos ya mencionados en anteriores páginas, especialmente los relativos al romanticismo, a la incidencia de sus rasgos en los estados anímicos de los personajes, confrontándolos con otros que emanan de un credo estético y comportamiento distintos. Como en el pasaje en el que Aura reflexiona sobre los sentimientos de Calpena y Zoilo:

Y este Luchu ¿es romántico?... Puede que sí, pero no, como Fernando, un romántico de soñación, sino de acción... [...] Todo el romanticismo y toda la poesía de Fernando es la de los dramas, la de los libros que andan ahora: en los libros y en los dramas, que son pura mentira, ha bebido él su romanticismo, como las abejas las flores... [...] Pero ahora caigo en ello. Zoilo no es romántico, sino clásico, tan clásico que no puede serlo más...


No faltan tampoco en este episodio determinadas escenas costumbristas de gran belleza, como si Galdós quisiera rememorar sus artículos insertos en las colecciones costumbristas de la segunda mitad del siglo XIX: como la descripción que lleva a cabo de la tienda de los Arratia en Bilbao. Escena que dará un excelente sabor de época y que complementará los anteriores rasgos apuntados en estas líneas.

El quinto Episodio nacional -La Campaña del Maestrazgo- presenta también una trama muy romántica, pues Galdós superpone al relato de las hazañas, ensañamientos y crueldades del guerrillero y general carlista Cabrera, la violenta historia de amor de Nelet, capitán carlista, por la monja Marcela, que lleva una vida eremítica y de penitencia. El fin será trágico, terrible, digno de parangonarse con el final de Don Álvaro o la fuerza del sino, como señalaría un compañero de generación de Galdós, Clarín. Galdós impregna determinados episodios relacionados con Nelet de una cierta atmósfera de irrealidad, de fantasía y ensoñaciones, como las angustiosas pesadillas que dicho personaje sufre al no ser correspondido en sus pretensiones amorosas. Otro tanto ocurre con Beltrán de Urdaneta, prisionero de Cabrera, cuyos sueños son también fantásticos-irreales.

La Campaña del Maestrazgo está conformada por un contexto histórico en el que el general Cabrera es su principal valedor. Hombre violento, guerrillero curtido, habilísimo en las emboscadas y golpes de mano. Es un militar ducho, aguerrido que conoce la idiosincrasia de los españoles mejor que nadie. Su fascinación terrorífica para dominar al pueblo es terrible y singular al mismo tiempo: «Destruyendo media España, aseguraba el imperio sobre la otra media». Ominoso aforismo de impensables consecuencias trágicas. Galdós describe al famoso guerrillero desde distintas ópticas o perspectivas, coincidentes todas en su mirada, en sus tics caracterizadores. Así, desde la mirada o contemplación de Beltrán de Urdaneta, Cabrera aparece de esta guisa:

Reconoció en él la cara de soberbio gato, que ya había visto y quedó grabada en su memoria: cara triangular, de pómulos valientes, ojos grandísimos y negros, con la ceja corrida, la nariz de mala forma con las ventanillas siempre palpitantes. Vestía con elegancia y cierta presunción de originalidad, no escaseando en su ropa los dorados y relumbrones; la capa blanca con forro encarnado completaba su típica figura.


Personaje descrito como hombre severo, paternalista, dictador. Hombre que hablaba poco y escuchaba mucho, respetado siempre como gran estratega, aunque carente de formación castrense. Militar proveniente del pueblo llano y que conocía a la perfección las reacciones humanas a fin de imponer su justicia y ejercer su autoridad.

La simbiosis entre la guerra y el pueblo se aúnan una vez más en este episodio y, al igual que en los anteriores, las resonancias románticas afluyen con total espontaneidad por boca de los personajes. No faltan tampoco descripciones costumbristas que dan al texto una fidelidad exacta desde el punto de vista ambiental, como las descripciones de la posada de Viscarrués en Fuentes de Ebro. Utilización también de variantes idiomáticas a fin de dar registros exactos de la condición social de los personajes, tal como Galdós utilizó de forma profusa en sus creaciones novelescas. Recordemos las arengas en valenciano de Cabrera a sus soldados. Presencia también de elementos de juicio sobre el conflicto bélico a través de las reflexiones de los personajes.

Episodios Nacionales, en definitiva, que nos adentran en la historia de España con singular emoción y respeto por un pasado plagado de acontecimientos que una vez leídos, difícilmente se olvidan. Si a esto unimos la ficción novelesca, la historia de unos personajes abrumados por unos sentimientos y relaciones amorosas, la lectura de estos episodios será, del mismo modo, inolvidable. Todo ello en un escenario de época, en el que la intrahistoria se adecua con perfección al devenir de los hechos.

Indice