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1

Ángel Rama, Rubén Darío y el modernismo, Alfadil Ediciones, Caracas/Barcelona 1985, pp. 57-60.

 

2

Ibid., p. 50.

 

3

¿Quién tiene tiempo para observar, comparar, estudiar y aprender el código que asegura el éxito social? El ocioso que no busca ni persigue otra cosa que la felicidad y la idea de belleza en la propia persona, esto es, el dandi; en palabras de Barbey d'Aurevilly, refiriéndose al exilio de Brummell en Calais, «il perdait très méthodiquement son temps et ne faisait rien mais avec ordre» [«perdía muy metódicamente el tiempo y no hacía nada pero lo hacía con orden», traducción propia], Barbey d'Aurevilly, Du dandysme et du George Brummell [1851], Éditions Payot & Rivages, Paris 1997, p. 12. Bajo este prisma, el dandismo como un aprendizaje no existe, es una falacia o un ideal para el excluido social. Qué mayor exhibición de ociosidad que las palabras del perezoso Oscar Wilde, quien llega a afirmar: «Esta mañana quité una coma, y esta tarde la he vuelto a poner», tomo la cita de Javier Marías, Vidas escritas, Siruela, Madrid 1992, p. 132.

 

4

Del propio Baudelaire se señala recurrentemente que tiene tanto etapas de dandi como de bohemio, lo que va de la mano con el pecunio del que dispone en cada momento. En el mismo sentido, el medio de vida de Darío es el periodismo, lo que no le impide disfrutar alguna temporada del dandismo: «La impresión que guardo de Santiago en aquel tiempo, se reduciría a lo siguiente: vivir de arenques y cerveza en una casa alemana para poder vestir elegantemente, como correspondía a mis amistades aristocráticas»; Á. Rama, Rubén Darío y el modernismo, op. cit., p. 97.

 

5

Ibid., p. 51.

 

6

«Aquel retoño crepuscular de la cuarta generación de una familia de políticos y letrados, no mostraba el temple vigoroso y las tendencias positivas de sus mayores; temperamento delicado y contemplativo, más inclinado al ensueño que a la realidad, la sensibilidad y la imaginación predominaban en él sobre la voluntad, trazándole ya, desde la adolescencia, un camino que no conducía precisamente al Capitolio». Alberto Zum Felde, Proceso intelectual del Uruguay, II: La Generación del Novecientos, Ediciones del Nuevo Mundo, Montevideo 1967, p. 238.

 

7

Carmen Ruiz Barrionuevo, La mitificación poética de Julio Herrera y Reissig, Universidad de Salamanca, Salamanca: 1991, p. 55.

 

8

C. Ruiz Barrionuevo, La mitificación poética de Julio Herrera y Reissig, ibid., p. 37.

 

9

Para un posible análisis de los autores de la tradición reverenciados por Herrera recordemos que en la época de apogeo de la Torre de los Panoramas, varios retratos de Baudelaire, Samain, Verlaine, Rimbaud, D'Annunzio y Nietzsche decoran las paredes. Documentemos la influencia, que se revelará de suma importancia: «Al regresar de París (de las Carreras) en 1895, trae consigo a la "toldería de Montevideo" no sólo sus ideas chocantes sino también un baúl con las últimas novedades del decadentismo francés. Entre los libros que introduce hay uno de poesías de Albert Samain, pronto confiscado por Herrera y Reissig», Raquel Halty Ferguson, Laforgue y Lugones: dos poetas de la luna, Tamesis Book Limited, London: 1981, p. 17.

 

10

«En realidad no se trataba sino de una "posse", uno de esos gestos "pour épater le bourgeois", deporte literario favorito, entonces, entre los "decadentes" -y del que Herrera dio otras muestras- cuyo ilustre iniciador, como se sabe, fue Baudelaire, al declarar, entre otras reales o fingidas extravagancias, que le placía comer sesos de niños», A. Zum Felde, Proceso intelectual del Uruguay, op. cit., p. 224.