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Poesía del sentimiento

Aparece al final de siglo un nuevo tipo de poesía en la que se valora el sentimiento y que suele presentarse en oposición a la ilustrada, racional y entera. La crítica la ha llamado protorromanticismo o prerromanticismo. Ya señaló Montesinos el equívoco que es considerar lo prerromántico en función de lo romántico y no en función de su momento histórico. Entonces, sólo de un manera operativa podemos dar el nombre de prerromántica a esta poesía del sentimiento y nos aprestamos a justificar su contenido antes de que el lector le dé uno que no le corresponde.

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Es la historia, en el quicio entre los siglos XVIII y XIX, quien nos puede permitir comprender la presencia de esta poesía. Con el fantasma de la Revolución Francesa, la Corte de Carlos IV, que sospechaba el posible peligro de la monarquía, comenzó a echar marcha atrás en el progreso de la Ilustración. Se empezó por retirar del poder a grandes ilustrados, como Jovellanos, e incluso alejar de la Corte a otros. Meléndez estuvo desterrado en Zamora. Los ilustrados no pueden realizar sus ideales y se ven destinados al fracaso. La poesía de la Ilustración, en este estado, comenzó a tomar otros caracteres, a hacerse más reflexiva, a personalizar los problemas. Es curioso que por estos momentos se revaloriza la figura del Quevedo perseguido, y ejerce una influencia espiritual Horacio y Fray Luis de León. Aumenta la poesía de carácter religioso y de sentido moral: se piensa en Dios, la huida al campo, el elogio de la virtud, de los buenos, valores todos con sentido moral y reconfortante. La poesía se ha hecho personal y se ha hundido en el sentimiento.

Por este camino, y más tarde, cuando la mayor parte de los poetas de la Ilustración han ido a su exilio por su colaboración con el francés, se ha incrementado la poesía del llanto, de la queja y del grito. Se han acumulado las imágenes luctuosas. No hay nada de falso en esos poemas. Nuestros escritores se han refugiado en su interior en un intento de salvación personal. Llegan a afirmar que también el llanto es humano. En consonancia con ello hacen una poesía plagada de apóstrofes, exclamaciones, vocativos... donde puede tocarse el sentimiento. Tales rasgos ya estaban regulados en las poéticas clásicas con este fin.

Aparece también un vocabulario que exprese tal ámbito interior, con una semántica negativa y una proliferación de adjetivos no habitual en la poesía más severa de la época.

No es esto, sin embargo, Romanticismo. Este, como todo movimiento de verdad, significa una manera de ser y de ver el mundo, y es fruto de sus propias circunstancias históricas. Nuestros escritores de finales del siglo XVIII siguen pensando en ilustrado, y si se expresan con una cierta turbulencia y sienten dolor o tedio o angustia, hay que creer que no es una pose sino la presentación de su interior descarnado.


La pintura y la literatura del XVIII muestran con frecuencia el interés costumbrista, unas veces con intención crítica y otras como mero reflejo de la realidad. La petimetra en el Prado de Madrid, grabado del Archivo Municipal de Madrid


«La pradera de San Isidro», por Goya. Museo del Prado, Madrid

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«Mesa redonda del palacio de Sanssouci», donde se ve a Federico el Grande platicando con Voltaire que se encuentra a su derecha, por A. Mendel. Museo Nacional, Berlín

Otra cosa será la consideración del empleo de ciertos recursos literarios del Prerromanticismo europeo, que se usaron como fácil medio de expresión de unos sentimientos a través de temas y formas conocidos.

Desde la primera poesía de Cadalso, de carácter sepulcral y mórbido, paralela a sus Noches lúgubres, sólo justificable por sus conocimientos de la literatura europea, es necesario saltar a fin de siglo y encontrarnos con la poesía de Jovellanos, Meléndez Valdés y su discípulo Cienfuegos (1764-1809). En Meléndez hallamos al poeta dolorido que desgrana su interioridad en largas tiradas que nos recuerdan los Salmos de David, o los versos de Fray Luis de León, víctima de las envidias y del Santo Oficio. Mis desengaños, Descanso después de una tempestad, Afectos y deseos de un español al volver a su patria..., no son si no momentos distintos de un doloroso estado de conciencia.

Creo que hay que entrar en el siglo XIX, por lo menos después de 1808, para hablar de prerromanticismo en España. Sin embargo, conviene aceptar en nuestros escritores ciertas filtraciones románticas a nivel filosófico y literario que proceden de la nuevas filosofía y literatura europeas que van llegando al Romanticismo. Esto será sino una muestra más de los conocimientos cosmopolitas de los hombres del Ilustración.




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La nueva poesía

Ya hemos hecho notar cómo la publicación de la Poética (1737) de Luzán -más seguida y leída de lo que nos indicara Leandro Fernández de Moratín, quien en su afán de valorar las innovaciones de su padre minimizó la influencia del aragonés-, y otras circunstancias literarias y culturales concomitantes removieron las estancadas aguas del mundo poético dieciochesco. La producción posterior, primero tibiamente, y después de forma agresiva, camina por los cauces de una poesía nueva que adopta estilos diferentes: rococó, neoclásico, ilustrado y prerromático.

Es difícil, sin embargo, reunir la ingente cantidad de poetas en grupos coherentes delimitados por razones de estilo. Ya dijimos que todos se dejan llevar por las distintas modas en razón de su circunstancia poética, aunque también es cierto que frecuentan de manera particular alguna de ellas.

Ordinariamente se ha agrupado a los poetas por motivos de cercanía local y de amistad, confirmada a veces con la organización de tertulias y reuniones donde se configuran maneras y preferencias comunes. En este sentido suele hablarse de la Escuela Salmantina y de la Sevillana. Con menos frecuencia y precisión, de la Madrileña. En cada caso tendríamos que hacer matizaciones personales y cronológicas para no dejar escapar aspectos de interés. Y aún deberíamos hablar de otros escritores que se resisten al encasillamiento o que se ligan a la vez a varios grupos.

Las páginas que siguen son un intento de aislar, aunque sea esquemáticamente, al poeta en su individualidad y matizar sus líneas más personales.


Grupo Madrileño

Realmente no existe un grupo madrileño, a no ser que consideremos como tal al creado en torno a ciertas tertulias. Por otra parte, no es igual el ambiente poético de mediados de siglo que el de finales, con posturas más avanzadas. Además, en Madrid no sólo debe enjuiciarse su ambiente poético desde sus poetas, sino que   -61-   habrá que sumar la importancia de los elementos oficiales, las academias y la propia política cultural y el ser contraste continuo con las ideas europeas, incluidas las poéticas.




La Fonda de San Sebastián

De la Academia de Buen Gusto, analizada en páginas anteriores, pasamos a la tertulia, de ideas más modernas, de la Fonda de San Sebastián que se inaugura hacia 1767 y que tendrá vigencia, con vicisitudes varias, hasta finales de siglo. Practican sus contertulios, sobre todo, las tendencias clasicistas. En ella encontramos, junto a los italianos Conti y Signorelli, al dramaturgo Ayala, a los eruditos López Sedano, Vicente de los Ríos, P. Estala y a los poetas Vaca de Guzmán, Nicolás Fernández de Moratín, Iriarte y Cadalso. Estos poetas, dentro de la aceptación de la poesía nueva, tienen estilos peculiares.


Nicolás Fernández de Moratín, cuyo nombre poético fue Flumisbo Thermodonciaco, fue el gran poeta de los años sesenta, impulsor de la lírica neoclásica, y contertulio director de la tertulia de la Fonda de San Sebastián, en la que sólo se permitía hablar de «teatro, de toros, de amores y de versos». Grabado de Nicolás Fernández de Moratín. Biblioteca Nacional, Madrid

Don Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780), madrileño, con estudios incompletos de Derecho, profesor de Poética   -62-   en los Reales Estudios, fue quien practicó la nueva poesía neoclásica de forma más consciente y quizá el que ejerció un mayor influjo entre sus coetáneos y poetas más jóvenes. Gracias a su juvenil puesto cortesano, ayudante de guardajoyas de la Reina Isabel de Farnesio, pudo establecer contacto con escritores franceses, a través del Marqués de Ossun, e italianos, entre los que tuvo verdaderos amigos. Estas raíces europeístas se matizaron con un sólido conocimiento de los poetas clásicos y los españoles del Renacimiento. En esta perspectiva de signo clasicista se configura la producción poética de Moratín, que se manifiesta siempre en tensión, investigadora, buscando matices nuevos, actitud muy propia de quien se dedica casi profesionalmente a las letras.


«La Diana o el arte de la caza» pertenece a la poesía didascálica a la que fueron aficionados los poetas ilustrados, que consideraron la poesía como un medio de educación o de enseñanza. «Partida de caza», por Goya. Museo del Prado, Madrid

Dejando de lado su producción dramática y su activa intervención en asuntos teatrales, que se analizarán en otro capítulo, nos centramos en su poesía. Su primera actividad poética queda recogida en un libro, que publicó en varias entregas a lo largo de 1764, titulado El poeta. Los poemas incluidos en él y otros posteriores, corregidos y enmendados, fueron preparados por su hijo Leandro, en edición póstuma (Obras póstumas, Barcelona, 1821) precedidos por una reseña biográfica.

La obra de Moratín puede dividirse en dos grandes grupos: la de signo neoclásico y la popular. La primera se desarrolla en un mundo temático bastante amplio. En las anacreónticas, que renueva el olvidado ambiente de Anacreonte y Villegas, trata con contención, los asuntos habituales del género, el amor y el vino, aunque encontramos también otros temas menos frecuentes de metapoesía, circunstancias y reflexiones vitales. Carece todavía de la riqueza y brillantez que tendrá con posterioridad, cuando la anacreóntica sea género de moda, practicando un realismo burgués que rehuye la idealización. Los sonetos son también signo de novedad, de restauración clasicista. En ellos el amor petrarquista, filtrado en Garcilaso, y con signos de evidente modernidad en tratamiento del tema y sensibilidad, se convierte en asunto fundamental. Están dirigidos a Doris. Aborda además algunos temas de circunstancias o didácticos. Completa esta nueva poesía otras composiciones en silvas y tercetos con un lenguaje más preciso, más moderno: son poemas laudatorios, circunstanciales, pastoriles, elegíacos, satíricos... Tampoco podemos olvidar las composiciones largas: La Diana o el Arte de la caza (1765), con pretensiones didascálicas; su poema épico presentado sin éxito al concurso de la Academia Las naves de Cortés destruidas, 17*** [1785], y otro didascálico burlesco, que dejó inédito por problemas inquisitoriales titulado el Arte de las putas (h. 1777).

La crítica posterior ha acogido con mayor aplauso su poesía de signo popular. Evita Moratín el caer en la chabacanería que se estilaba en los copleros de su época. Se coloca en la línea del populismo artístico gongorino, si cabe más rebajado en la brillantez del lenguaje poético, en sus famosos romances moriscos («Amor y honor», «Consuelo de una ausencia», «Abdelcadir y Galiana») o históricos («Don Sancho en Zamora», «Empresa de Micer Jacques borgoñón») de gran valor descriptivo. Populares son también dos composiciones que tratan sobre el mundo de los toros: las quintillas «Fiesta de toros en Madrid» y la «Oda a Pedro Romero, torero insigne». Son sencillos poemas de ambiente festivo, con sentido plástico y con gran amor por Madrid.

Moratín es figura clave en la evolución poética de los años 50-60, y en su no muy   -63-   abundante producción nos ha transmitido poemas de aquilatados valores literarios.


A través del mundo de los toros descubre Moratín padre las costumbres populares madrileñas. Fuerza particular muestra su «Oda a Pedro Romero»: «Pasea la gran plaza el animoso mancebo, que la vista / lleva de todos su altivez mostrando / ni hay corazón que esquivo le resista. / Sereno el rostro hermoso, / desprecia el riesgo que le está esperando». Grabado de Pedro Romero

La personalidad de José Cadalso (1741-1782) ofrece dimensiones distintas: si bien su poesía tiene fondo clasicista, las influencias europeístas de su formación proyectan un nuevo sentido sobre sus versos, que se iluminan a la luz de sus importantes escritos en prosa.

Nacido en Cádiz, fue militar de profesión, y como tal acabó su vida en el sitio de Gibraltar. Estudió en Londres y París, adquiriendo un sentido crítico y una educación a la moda que le convirtieron en fermento importante en la conquista de las ideas ilustradas.

No tiene Cadalso una producción poética muy extensa. En 1773 aparecía en Madrid su obra Ocios de mi juventud o Poesías líricas, que junto a la Epístola dedicada a Hortelio o poesías inéditas del coronel J. C. (Madrid, 1792) constituyen casi la totalidad de sus escritos poéticos. En los versos de Cadalso se unen, como analiza R. P. Sebold, uno de sus principales estudiosos, el blando numen y las primeras punzadas del dolor romántico, más patente en sus Noches lúgubres. No hay que pensar que Cadalso es un romántico antes del Romanticismo: la temprana muerte de su amada Filis crea en él un profundo espíritu de tristeza que encontró sus cauces de expresión en el Prerromanticismo europeo. Pero Cadalso es «una isla romántica» sin continuidad de espíritu hasta finales de siglo.


José Cadalso fue poeta que unió a su formación clasicista garcilasiana su conocimiento de las modas europeas. Portada del tomo III de una edición de sus obras

Dalmiro, nombre poético de Cadalso, escribe versos de amor a Filis: habla de sus desprecios en la égloga «Desdenes de Filis» y a ella dedica también las ligeras anacreónticas. Otros tres temas ocupan gran parte de su producción: la amistad, intensa con Moratín padre, Meléndez y García de la Huerta; lo variable de la fortuna; y la reflexión sobre el hecho poético. Dentro de este último asunto, Cadalso muestra actitudes de humildad ante la creación poética: incapacidad para temas elevados, su preferencia por el estilo blando y tierno, rechazo de la poesía crítica, la consideración de la lírica como refugio de sus males o, tomando posturas más severas, creer que la poesía es cosa frívola y que debe dedicarse a asuntos más serios. No es extraño, pues, que su producción poética se oculte bajo el título de Ocios de mi juventud, o poesía como cosa no propia del hombre serio y maduro.

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En las octavas de «Un currutaco en 1770» define Cadalso el aspecto de dicho personaje que se puede observar en estos dos grabados de época: «Perfecto currutaco». Archivo Municipal, Madrid. Y «El contradanzante Don Currutaco, armándose para ir al baile» (del libro de J. A. Zamácola, «Elementos de la ciencia contradanzaria para que los currutacos...», Madrid, 1796)

Dos poemas, más largos, merecen especial mención. En la «Carta a Augusta» el poeta se torna reflexivo, aunque sin abandonar cierta ironía, para alabar la vida retirada y huida de los vicios:


   De la corte se ausenta
el filósofo, en ella es despreciado,
pues ni finge ni ostenta,
ni adula, ni es ansioso, ni es osado.
Vente a la aldea; su sencilla vida
a la naturaleza es parecida.


Le pide a Augusta que abandone los lujos, artificios y costumbres de la Corte, contraponiendo, en estrofas paralelas, la serena belleza, tranquilidad y hábitos naturales del campo.

«Guerras civiles entre los ojos negros y azules», poema escrito en octavas, es un juego poético, a medias burlesco, que narra las terribles dudas de un pintor sobre el color que ha de poner en los ojos de Venus y la algarabía que a consecuencia de ello se forma entre partidarios de uno y otro color. Este poema, como el anterior, está plagado de datos costumbristas. Igual interés y valor descriptivo tiene la composición en octavas titulada «Un currutaco en 1770».

La lírica de Cadalso, pues, sin ser muy extensa, muestra variedades enriquecedoras en el contexto de la producción de su época. La preferencia por la poesía ligera, las actitudes indagadoras en el uso de la métrica, y algunos aciertos poéticos, dignos de imitación, hicieron de Cadalso poeta admirado por sus contemporáneos. Contertulio de la Fonda de San Sebastián fue José Vaca de Guzmán (1744-1803). Había nacido en Marchena (Sevilla) y se doctoró en Alcalá en ambos derechos, siendo Ministro del Crimen en la Audiencia de Cataluña. Fue polemista literario y poeta con actividad abundante, muy ligado a instancias oficiales. Su producción apareció recogida en tres volúmenes (Obras, Madrid, Sancha, 1789-93).

Alborg habla de él como «poeta de concurso» y no sin razón, pues sus poemas más importantes fueron escritos con este fin. En 1778 ganó el primer premio que convocó la Academia con su poema épico Las naves de Cortés destruidas, humillando a su antiguo compañero de tertulia y conocido poeta Nicolás Fernández de Moratín, a quien defendió la acerada pluma de su hijo Leandro.

Nuevamente gana el premio en 1779 con su romance endecasílabo Granada rendida, quedando detrás de él Moratín hijo. Al año siguiente su égloga Columbano [1784] es derrotada por un desconocido poeta llamado Meléndez Valdés y quedó detrás, también, del envidioso Tomás de Iriarte.

La fama que le dieron los premios oficiales hicieron de él un poeta a la moda, al que las instituciones pedían versos con motivo de fiestas señaladas. Para la Sociedad Económica de Granada escribió La felicidad   -65-   (1781), Sueño alegórico (1785), Las Coronas del tiempo (1788), Llanto de Granada (1788) con motivo de la muerte de Carlos III, y para su homónima de Madrid, El triunfo sobre el oro (1784) y La poesía vengada(1788). Compuso también, un largo poema, en heptasílabos, titulado Himnodias o fastos del Cristianismo, en el que se cuenta en verso la vida del santo de cada día, obra que quedó inconclusa. Su producción se completa con alguna égloga breve, elegías, odas, romances y cantilenas que también muestran el mismo estilo severo y contenido.

No es de extrañar que escribiendo el poeta asuntos de encargo, o puramente narrativos, ajenos a su propio sentimiento, su poesía adquiera un cierto tono de frialdad y alejamiento, siendo quizá entre los poetas neoclásicos el más prosaico. Vaca de Guzmán procura siempre versificar con corrección y armonía, aunque esté falto de imaginación y vida. Dice de él González Palencia:

«Es un verdadero poeta clasicista, frío y académico, preocupado de la corrección y de la forma, un poco duro en la composición y ritmo de sus versos, empapado de mitología, erudito, gramático, de escasa inspiración poética».


(«D. José María Vaca de Guzmán, el primer poeta premiado por la Academia Española», Bol. Real Ac. Española, XVIII, 1931, pp. 293-347)                



Vaca de Guzmán escribió muchos poemas por encargo, varios de ellos para la Sociedad Económica de Granada. Su romance endecasílabo «Granada rendida» ganó el premio de la Academia de 1779. Vista del barrio del Albaicín, Granada

Más joven, Tomás de Iriarte (1750-1791) se había iniciado pronto en las letras e introducido en el ambiente literario gracias a las relaciones sociales de su tío Juan, bibliotecario real, para quedar después ligado a los ambientes cortesanos y salones de nobleza. Nacido en Orotava (Tenerife), se trasladó tempranamente a Madrid donde completó su formación. Su carácter engreído y sus actitudes de envidia le hicieron entrar en polémica con gran parte de los escritores de entonces como Forner, Samaniego, Meléndez, López Sedano y otros (Vid. E. Cotarelo, Iriarte y su época).

Su producción quedó recogida en su Colección de obras en verso y prosa (Madrid, Cano, 1787, 6 vols.; 1805, 8 vols.). Dejando aparte sus libros en prosa y sus obras teatrales, su producción lírica es numerosa y variada, resumiendo todos los asuntos en boga por los años 70-80.


Tomás de Iriarte es poeta cortesano, clásico e ilustrado. Su orgullo no permitía ninguna preeminencia ni críticas, por eso se enzarzó en frecuentes polémicas con otros escritores de la época. Don Tomás de Iriarte, por Joaquín Inza. Museo del Prado, Madrid

Destacan, sobre todo, sus composiciones didascálicas, que se inician con la traducción del Arte Poética (1777) de Horacio, con una intencionalidad clasicista. Sus conocimientos musicales, compuso abundantes letras para canciones, se resumen en un largo poema en silvas titulado La Música (1779), en cinco cantos, de gran resonancia   -66-   en el extranjero (fue traducido al inglés, francés, alemán e italiano), pero motivo de encendidas polémicas en España. En 1782 aparecieron sus Fábulas literarias, escritas según el estilo iniciado por su enemigo Samaniego, en las que, a través de la acción de los animales, se deducen lecciones de preceptiva literaria. Es la obra que más fama le ha dado, aunque en su tiempo fue también motivo de disconformidades. Su valor está tanto en su interés preceptivo como en la riqueza de su versificación, que convierte a la colección de apólogos en modelo de diversidad métrica, dispuesta para el aprendizaje.


Grabados de las fábulas «El asno indomable» y «El gato y el ratón» de Iriarte


Portada de las «Fábulas literarias» de la edición de 1782

La producción poética de Iriarte se completa con su égloga La felicidad de la vida del campo, que perdió, en lid con la de Meléndez, el concurso de la Academia de 1780; once epístolas que versan sobre asuntos de amistad y literarios; varios poemas extensos que celebran acontecimientos sociales o recogen temas de reflexión; y una colección de sonetos, algunos de buena factura, que tratan de temas varios y no fundamentalmente sobre amor. Entre su poesía menor hay que anotar sus epigramas, en la línea de los de su tío Juan de Iriarte, que había hecho una buena colección en latín, las anacreónticas, y letras para canciones.

Completarían este panorama algunas poesías críticas anticlericales y otras eróticas que le lleven a un juicio inquisitorial en 1786.

La poesía de Iriarte es contenida, llana, preocupada por la forma, sin alardes de espíritu poético y, en general, prosaica.




García de la Huerta y Trigueros

Dos poetas, algo más maduros, imponían también su prestigio en los años setenta: García de la Huerta y Trigueros. García de la Huerta (1734-1787), conocido dramaturgo y polemista, había nacido en Zafra (Badajoz). Tras sus estudios en Salamanca, se trasladó a Madrid, trabajando como archivero del Duque de Alba, entrando después en las Academias. Recogió sus versos en su libro Obras poéticas (Madrid, Sancha, 1778-79, 2 vols.).

La poesía de Huerta, quizá por moverse en ambientes más conservadores, muestra la tensión entre lo tradicional culto, ligado a Góngora, y la modernidad de otros de sus temas y formas. El Endimión, poema heroico escrito en octavas, le relaciona con los poetas de la Academia del Trípode. Tiene además gran cantidad de composiciones de carácter celebrativo de hechos sociales o para leer en las juntas de la Real Academia de San Fernando, de la   -67-   que fue miembro. Destacamos entre ellas una Égloga Piscatoria (1760), la Égloga africana, Los bereberes (1772) y otras canciones más clasicistas. Digno de mención es también su poema, con resonancias épicas, «Al bombardeo de Argel por las armas españolas» (1783), tema muy tratado por los poetas del momento, rememorando dicho suceso histórico. Tiene además unos pocos sonetos de amores, endechas, idilios y romances, uno de los cuales dice ser imitación de Góngora.


Iriarte, como Samaniego, y otros ilustrados del XVIII tuvieron que hacer frente a procesos inquisitoriales ya por sus versos eróticos o anticlericales, o por ideas religiosas de dudosa ortodoxia. Sin embargo, casi todos ellos se valieron de sus influencias cortesanas para salir indemnes de los cargos, lo cual muestra la escasa fuerza y la corrupción de dicha institución a finales de siglo, que sólo conseguía sus objetivos con personas de clases inferiores. «Escena de Inquisición», por Goya. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid

La poesía de Huerta se muestra en cierta medida heredera de la tradición barroca, aunque un nuevo espíritu late también en sus versos que le da un aire más comedido y discreto frente a la brillantez de la poesía gongorina.


En la «Égloga piscatoria», García de la Huerta describe el mundo de los pescadores en la mar. Vista general de Cudillero, Asturias

Cándido María Trigueros (1736-1798), nacido en Orgaz (Toledo), desarrolló su vida entre Sevilla, donde perteneció a la Academia de Buenas Letras, y Madrid, como bibliotecario de los Reales Estudios. Hombre de amplia cultura, se dedicó con afán a las letras. Fue refundidor del teatro de Lope, continuador de la Galatea de Cervantes y estudioso de asuntos literarios, filológicos e históricos.

Como poeta su producción es bastante amplia, destacando sus versos sobre motivos filosóficos, auténticamente innovadores, y sobre otros temas ilustrados, bajo inspiración de Jovellanos. Entre 1774-78 publicó en Sevilla sus Poesías filosóficas, completadas en su temática por El viaje al cielo del poeta filósofo (Sevilla, 1777). En estos versos habla del nuevo humanismo y traslucen las ideas de la filosofía europea, sobre todo de Pope: «El hombre», «El libertinismo», «La moderación»... Intenta utilizar un metro novedoso, recuperando los viejos alejandrinos del mester de clerecía, que se repiten con monotonía. De versos es también el libro titulado Poesía de Melchor Díaz de Toledo, poeta del siglo XVI hasta ahora no conocida (Sevilla, 1776), bajo cuyo pseudónimo se refugió nuestro escritor, y el poema La riada (Sevilla, 1784) con motivo de una inundación del Guadalquivir, y que fue severamente criticado por Forner.



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La generación ilustrada

En los años de mitad de siglo (entre 1745-60) nacen una serie de escritores que van a llenar con sus versos las tres últimas décadas del siglo XVIII. Son personajes dispares en su importancia y calidad poética. Formados en el neoclasicismo seguirán esta tendencia desde perspectivas nuevas, pero cultivando especialmente la poesía ilustrada. Son poetas madrileños o provincianos, muchos de ellos ligados entre sí por razones de amistad. Sus dos figuras más significativas son Jovellanos y Meléndez Valdés. Reseñamos en este apartado particularmente los relacionados con Madrid: Montengón, Arroyal, Forner, Vargas Ponce, Noroña, Leandro Fernández de Moratín...

León de Arroyal (1755-1813) es más conocido por sus estudios políticos, recogidos en Cartas político-económicas (Madrid, 1841) y el panfleto Pan y toros (Madrid, 1812, publicado a nombre de Jovellanos) de un marcado espíritu reformista.

Como poeta se inició con traducciones de textos religiosos (Salmos, 1779 y Versión castellana del oficio de difuntos, 1783). De 1782 son otros dos volúmenes bajo los títulos de Odas y Epigramas. Inédito quedó otro de Sátiras que no consiguió pasar la censura por las alusiones de tipo político.


Forner es temible en sus críticas. Fustiga la sociedad cortesana sacando a relucir todos sus vicios en su «Sátira contra los vicios de la Corte». Dos personajes femeninos del Madrid de la época, grabados del Museo Municipal, Madrid

El extremeño Forner (1756-1797) es un hombre polémico, tanto en sus obras en prosa como en verso. Entre estas debemos destacar su Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana, premiada por la Academia en 1782 y el Asno erudito, del mismo año. Su vena de pensador se expresa en verso en sus Discursos filosóficos sobre el hombre (Madrid, 1787), que sigue la poesía filosófica que iniciara Trigueros y que con tanto éxito cultivó Meléndez Valdés, y en la que se muestran influencias de Pope, Locke y Leibniz.

La mayor parte de su producción poética, como tantas de sus obras, quedó inédita y fue publicada por el Marqués de Valmar en 1871. Odas, epístolas, sonetos, romances, epigramas, anacreónticas y letrillas forman el conjunto de las mismas. Muchas reflejan el tono de crítica social o literaria de otros escritos, defendiendo, en general, los valores tradicionales frente al progreso y rechazando todas las influencias francesas en la sociedad, pero manifestando un claro apego a los valores clasicistas y a ciertos ideales ilustrados. Ejemplo de crítica social es su Sátira contra los vicios de la Corte, escrita en tercetos, donde se descubren los defectos cortesanos   -69-   y se fustiga sin piedad a ciertos tipos de la Corte. No frecuenta en exceso la poesía amorosa, mostrando Aminta una cierta frialdad al tratar estos temas, consiguiendo algún destello lírico en la descripción, cuando el amor se desarrolla en ambientes pastoriles. Tiene poemas celebrativos, reflexivos, ligeros y alguno burlesco; otros, que ensalzan la amistad y los epigramas donde se muestra su vena razonadora.

Es Forner un poeta poco imaginativo y tópico, a pesar de que en sus escritos luchara contra la frialdad expresiva. No usa la poesía esencialmente como vehículo del sentimiento, sino que abusa de ella para realizar su crítica y expresar sus ideas, respondiendo a su principio: «el que no sea filósofo, no se tome el trabajo de ser poeta».

De José Vargas Ponce (1760-1821), gaditano, marino de profesión, liberal en política y diputado en dos legislaturas, suele recordarse su vena festiva, que queda patente en una de sus composiciones más famosas, Proclama de un solterón a las que aspiren a su mano (Marsella, 1827), que destila un ligero antifeminismo en unas octavas graciosas y amenas.

Gaspar María de Nava, Conde de Noroña (1760-1815), nació en Castellón de la Plana y fue militar destacado en la Guerra de la Independencia. Autor de obras teatrales es, sin embargo, más conocido como poeta. Recogió sus versos en una colección, en dos volúmenes, titulada Poesías (Madrid, 1799-1800). Destacan en ellos los temas ligeros de la poesía rococó en anacreónticas y silvas que no alcanzan la viveza y colorido del maestro Meléndez. Canciones y odas vuelven al tema del amor y la amistad con tono clasicista. Algunas composiciones muestran mayor interés por asuntos ilustrados: el lujo, la guerra, la paz, la corrupción social...

Dos poemas épicos renuevan su vena heroica expresada también en otras composiciones menores. La Omníada (1816), donde, en veinticuatro pesados cantos, describe la separación de la monarquía árabe-española de la oriental. La Quicaida está en la línea de la épica burlesca del Barroco, continuada a comienzos de siglo por Álvarez de Toledo y otros poetas. En ocho largos capítulos canta las tristezas «en el sensible pecho / de la graciosa Quica» por la competencia de una bella rosa.

Sin embargo, lo más curioso de su producción son sus Poesías asiáticas (París, 1833), publicadas póstumas. El exotismo de sus temas ha hecho que algunos críticos le relacionen con el Romanticismo. Pero el poeta ha realizado estas traducciones, de textos ingleses y latinos, con una clara intencionalidad que expresa en la Advertencia inicial:

«Me prometo que los amantes de la verdadera poesía distinguirán estas composiciones llenas de fuego e imágenes pintorescas, de las insulsas filosóficas pero rimadas que nos han venido de algún tiempo acá de allende de los Pirineos, vendiéndonoslas como buena mercancía».



Más provecho podía haber sacado el poeta de esta advertencia, pues no pocos de sus poemas adolecen de la frialdad que él critica.


Leandro Fernández de Moratín es conocido como dramaturgo, quizá el más importante dentro de las nuevas tendencias. Su poesía se expresa dentro del neoclasicismo, pero con un interés revitalizador que evite las fórmulas muertas, buscando un lenguaje poético más vivo y expresivo, y dando entrada a una imaginación comedida. Retrato de Moratín, por Goya. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid

Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) es más conocido por sus obras dramáticas, pero tampoco es desdeñable su producción poética, que está marcada por los movimientos de fin de siglo. Madrileño como su padre, se introdujo muy joven en los cenáculos madrileños y tempranamente se vio implicado en polémicas literarias.   -70-   Como otros muchos intelectuales tuvo que salir al exilio, tras la expulsión de los franceses, muriendo en París. Publicó en vida lo más importante de su producción bajo el título de Obras dramáticas y líricas (Madrid, 1795-1806, 2 vols.), que se volvió a reeditar, tras su muerte, en 1830-31 en seis volúmenes.

Como poeta se dio a conocer, a sus diecinueve años, con un accesit al premio de un concurso, convocado por la Academia, con su poema La toma de Granada (1779) en romance endecasílabo. Alcanzó nueva mención tres años después en semejante concurso con su Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana (1782), que ganó esta vez Forner. En esta sátira Moratín recorre el panorama literario señalando los defectos más comunes en los distintos géneros poéticos (lírico, épico y dramático). Muestra Moratín un alto concepto del quehacer poético y de la misión del poeta, por eso fustiga sin piedad a quien no cumple con las verdaderas leyes de la creación:


¿Piensas que esto que llaman poesía,
cuyos primores se encarecen tanto
es cosa de juguete o fruslería?



Se critican los rasgos barroquizantes, las metáforas hinchadas, la erudición desmedida, tanto la frialdad como el exceso imaginativo, el no guardar las unidades dramáticas...

El tono reflexivo y la comunicación amistosa es la tónica principal de las epístolas; en ellas podemos encontrar también finas sátiras de costumbres sociales y de tópicos literarios, como en la titulada «A Andrés». Moratín ha comprendido, como otros poetas, que el Neoclasicismo es el estilo que se debe defender en su tiempo. Como Noroña, echa en falta cierta imaginación y colorismo, que libere a la lírica de la frialdad. Cree que es necesario renovar el lenguaje poético con mayor imaginación para no repetir los mismos desgastados tópicos o evitar el crear otros que sean ajenos al espíritu del idioma.

Sonetos, odas y elegías forman un buen muestrario de la poesía neoclásica, que se completa en su sentido clásico con las traducciones de Horacio, Moratín fue un buen cultivador del soneto, con motivos variados, aunque pocos traten temas amorosos. El gusto por esta composición se manifiesta también en una antología de sonetos de la literatura española que dejó inéditos (Sonetos escogidos, ed. de J. de Entrambasaguas, Madrid, 1960), muestrario igualmente de sus poetas preferidos.

Completa su producción poética un grupo de romances dirigidos a varios personajes, no de asunto histórico, y otro de epigramas. Más desconocida, por su difícil acceso, es una colección de versos eróticos, Fábulas futrosóficas o La Filosofía de Venus en fábulas (Londres [Bordeaux, P. Baume], 1821, que concuerdan con su vida libre y licenciosa, tal como se descubre en los apuntes privados de su Diario.




Jovellanos y la poesía ilustrada


Las ideas más representativas de la Ilustración hay que buscarlas en Jovellanos, político honrado y hombre de letras. Sus obras en prosa, su teatro y la producción poética que ha llegado hasta nosotros, recogen todo un programa de actuación trazado con firmeza y amor a la Patria. Jovellanos, por Goya. Col. Vizconde de Irueste, Madrid

La figura de Jovellanos es clave en el proceso de aparición de la poesía ilustrada, ya que se convirtió en maestro y guía de los principales poetas del momento, con los cuales tuvo relación amistosa.

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Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) nació en Gijón. Estudió en Oviedo, Ávila y Alcalá, licenciándose en Derecho, lo cual le sirvió para acceder a puestos públicos dentro de su profesión. Fue alcalde del Crimen en la Audiencia de Sevilla, donde coincidió con el ilustrado Olavide, con quien participó en las tertulias literarias. Se relacionó también con el grupo salmantino a través de Meléndez, de forma tal que sirvió de aglutinador de los nuevos movimientos poéticos.

Ya en Madrid fue miembro de las Academias, hasta ascender a Ministro de Gracia y Justicia. En los vaivenes políticos sufrió dos destierros -uno en su tierra natal (1790-98) y otro en el castillo de Bellver, Mallorca, (1801-1808)-, que aprovechó para realizar obras culturales y escribir. Fue persona pública de gran actividad, y de merecido prestigio, autor de numerosos informes y memorias en las que encontramos la quintaesencia de las ideas ilustradas del siglo.


Castillo de Bellver (Mallorca), donde estuvo prisionero Jovellanos (1802-1808) víctima de la conspiración política del ministro Caballero, enemigo de su protector Godoy. Allí escribió las «Memorias del castillo de Bellver», un «Tratado teórico-práctico de enseñanza» y un comentario de la «Crónica de rey don Jaime», a la vez que la poesía le servía de descargo de conciencia y superación de sus problemas interiores

Ocultó su personalidad poética bajo el nombre de Jovino, y siempre mostró una cierta timidez a reconocerse como poeta, por considerarlo, quizá, poco serio para su profesión y estado. Al mandar el manuscrito de sus versos a su hermano Francisco de Paula insiste en que estos son fruto de sus ratos de ocio y son de escaso valor; y añade:

«Pero sobre todo, nada debió obligarme tanto a reservarlos y esconderlos, como la materia sobre que generalmente recaen. En medio de la inclinación que tengo a la poesía, siempre he mirado la parte lírica de ella como poco digna de un hombre serio, especialmente cuando no tiene más objeto que el amor».


(Cit. por Caso González en el prólogo a G. M. de Jovellanos, Poesía..., p.90)                


Sus versos, junto a sus obras dramáticas y otros textos en prosa, aparecieron póstumos (Colección de varias obras en prosa y versos, ed. de R. M. Cañedo, Madrid, 1830-1832, 7 vols.), excepto algunas de ellas que habían tenido publicación independiente.

No es la poesía lo más significativo de su producción, pero sus orientaciones literarias y la práctica poética le hacen figura destacada del estilo ilustrado.


La «Epístola de Jovino a Anfriso escrita desde el Paular» es una de las mejores composiciones poéticas de Jovellanos por su interiorización, por el recuerdo amoroso vivido en lejanía, y por un nuevo sentimiento de la naturaleza. Jardín interior de uno de los claustros del Monasterio del Paular, Madrid

Cultivó Jovellanos la poesía amorosa en época de juventud, seguramente en los primeros años de su época sevillana (1767-1778). Dedica sus versos a Enarda, quizá una dama de Sevilla, aunque el pudor a mostrar su intimidad deja cerradas muchas pistas para recuperar la realidad de los hechos. Emplea para ello fundamentalmente sonetos e idilios. Anota Caso que la primera versión de la «Epístola del Paular» es su mejor poema amoroso, en el que el recuerdo de la ingratitud de Enarda le hace encerrarse en la soledad de la naturaleza captada con una sensibilidad nueva.   -72-   Por lo demás, sus versos de amores no aportan novedad alguna ni en los temas ni en el lenguaje poético, en el que aparecen los tópicos al uso ya excesivamente gastados.

Ha señalado también Caso la novedad de esta nueva visión de la naturaleza, que unida a la sensación de tristeza de algunos otros poemas («Al sol», «Epístola de Jovino a sus amigos de Sevilla»...) presagian la futura sensibilidad prerromántica (Vid. Joaquín Arce, «Jovellanos y la sensibilidad prerromántica», Bol. de la Biblioteca Menéndez Pelayo, XXXVI, 1960, n.º 2, pp. 139-177).

Pero, como buen poeta ilustrado, los temas más cultivados, y de los que más orgulloso podía sentirse, son los que defendían los valores de la Ilustración: los satíricos y los filosófico-didácticos.


A través de las dos «Sátiras a Arnesto» Jovellanos hace una crítica de la nobleza con un sentido constructivo: hábitos morales de las damas, afición desmedida por el lujo, su despreocupación social, costumbres achulapadas... «La familia de los Duques de Osuna», por Goya. Museo del Prado, Madrid

En la poesía satírica pasa revista a los males de la sociedad de su tiempo. Tres poemas hay que destacar dentro de este grupo: las dos «Sátiras a Arnesto» y la «Sátira contra los letrados». La primera de las dedicadas a Arnesto, que Caso subtitula «Sátira contra las malas costumbres de las mujeres nobles», señala los vicios del moral sexual de las mujeres de la nobleza. Con pincelada certera va pintando sus malas costumbres y caprichos, analizando, para mayor eficacia de su mensaje, las causas de tal situación (el lujo que les hace invertir su dinero en tierra extraña). En la segunda «Sátira a Arnesto» o «Sátira sobre la mala educación de la nobleza» se hace una revisión crítica de la aristocracia, sus vicios y malos hábitos, su despreocupación social y su comportamiento de clase. Tiene el poema una moral educadora y no una agresividad de clase, crítica hecha desde la burguesía ilustrada con el afán de transformar la sociedad.

La «Sátira contra los letrados», publicada en el Diario de Madrid (19 de septiembre de 1797) ataca a moralistas y predicadores, que condenan el teatro como escuela de malas costumbres y, sin embargo, defienden las corridas de toros. Como buen ilustrado sabe, por el contrario, que el teatro es escuela de buenas costumbres, siempre que sea correcto en su forma y contenido; lo que se debe hacer es reformarlo. De manera indirecta estas sátiras son ejemplo de poesía costumbrista, al presentarnos los hábitos y costumbres de una parcela de la sociedad, aunque sea para fustigarla.

La poesía didáctica y filosófica se expresa a través de la epístola, en cuyos en decasílabos libres, pesados, se desgrana lentamente la reflexión. Están dirigidos a sus amigos, aunque esto no sea en algunos casos más que una disculpa para explayar unas ideas que le preocupan.

La «Epístola a Batilo» incita a su amigo Meléndez a la contemplación de la naturaleza como fuente del verdadero saber. A Moratín hijo, viajero en Roma, envía su «Epístola a Inarco» cuyo asunto central versa sobre la perfectibilidad humana. La «Epístola a Bermudo. Sobre los vanos deseos y estudios de los hombres» va dirigida a Ceán Bermúdez, invitándole a buscar el verdadero sentido del saber: por la naturaleza a Dios.

Jovellanos no es esencialmente un poeta, sino un político; pero su producción poética completa su ideología de hombre público con un interés educador. Es un poeta ilustrado en los temas y preocupado en las formas, mostrando un interés especial por los asuntos de métrica.




Samaniego y la fábula de la Ilustración

En 1781 publicaba Samaniego sus Fábulas en verso castellano que iniciaron un   -73-   género que iba a tener amplio eco en la literatura de la época. No es casual esta aparición, pues, siendo la fábula un género didáctico, servía muy bien como vehículo de las ideas ilustradas. El apólogo en verso se utilizó tanto para difundir los principios morales de la nueva sociedad burguesa e ilustrada, como para otros menesteres de carácter didascálico. Se supone que iban dirigidas al mundo de los niños para impresionar su mente con ideas nuevas, cuya captación fuera fácil con la envoltura del cuento y la musicalidad del verso. Pero algunas de estas fábulas no pueden tener otros destinatarios que las personas mayores, por lo elevado de sus principios o por lo escabroso del tema.

Nació Félix María Samaniego (1745-1801) en Laguardia (Álava), donde inició su educación, que después completó en Bayona y Burdeos. Fue miembro activo de las tertulias que se celebraban en Azcoitia y de las que surgió la Sociedad Vascongada de Amigos del País (1765), primera en su género de las que inundaron el suelo español. En el seno de dicha sociedad apareció el Real Seminario de Vergara, institución escolar en cuya fundación intervino Samaniego y en la que ejerció la dirección por dos veces. En este ambiente surgió su interés por escribir las fábulas, cuya tarea inició en 1776, para educación de los alumnos.


Portada de las «Fábulas en verso castellano» (Valencia, 1781) de Félix Marta Samaniego que recogen la primera colección de un género que tuvo mucho éxito en las dos últimas décadas de siglo y se continuó, largamente, en el siglo XIX

Samaniego extrae los temas de sus apólogos de la tradición Esopo-Fedro, filtrados en La Fontaine, que es su modelo próximo, y algunas, las menos, proceden del inglés John Gay; otras son originales. Sabe, sin embargo, liberarse de sus modelos y presentar los asuntos con entera libertad, modificando, según sus intenciones ilustradas, las enseñanzas que se expresan en las moralejas. Durante muchos años estos versos han sido pasto de las mentes infantiles, particularmente en centros religiosos, donde no supieron percibir que rara vez la moral burguesa de Samaniego coincide con la católica, y que en el mejor de los casos se trata de una ética primaria, libre y de supervivencia.

Samaniego escribió también otros versos, entre los que se deben destacar su famosa sátira anticlerical «Descripción del Desierto de los PP. Carmelitas Descalzos de Bilbao», y su colección de versos eróticos El jardín de Venus, que aunque inéditos, eran de dominio público, y que provocaron un juicio inquisitorial que sólo las influencias cortesanas pudieron detener.


Dibujo de Félix María Samaniego, poeta alavés, conocido por sus fábulas, aunque tiene también otros poemas eróticos y anticlericales que no concuerdan con la moral de las inocentes fábulas y que, por otra parte, hacen discutir a los críticos sobre la verdadera moralidad de la época. Biblioteca Nacional, Madrid

Siguió el género Iriarte, quien en 1782 publicó sus ya citadas Fábulas literarias, donde con arrogancia se decía inventor del género. Molestó esto a Samaniego, hasta entonces amigo del poeta canario, y contra él escribió sus Observaciones sobre las fábulas literarias originales de D. Tomás de Iriarte, en las que la mala intención oculta el buen sentido crítico que había de mostrar el escritor vasco cuando analizó asuntos   -74-   teatrales. Por otra parte, el vanidoso Iriarte podría haber hecho notar que su originalidad consistía en la aplicación del apólogo a asuntos de estética y no en la prioridad en la aparición del género.


«La fábula del perro y la presa» por Paul de Vos. Museo del Prado, Madrid

Las fábulas de Samaniego son ágiles, y están escritas con viveza, pero sus moralejas son premiosas. Iriarte, aunque cuenta bien, no tiene la misma visión plástica. Decía Quintana: «Iriarte cuenta bien; pero Samaniego pinta».

Iniciado el género, y confirmado por Iriarte, la prensa literaria se hizo eco de composiciones similares escritas por varios autores, hasta convertirse en auténtica plaga. En 1790 un autor anónimo arremete en el Correo de Madrid contra la proliferación de autores de fábulas:

«No parece sino que la joroba de Esopo ha esperado a reventar en nuestra nación y en nuestro siglo, que de ella ha salido una camada de Esopillos, para llenarnos de apólogos, y no dejar que corra sentencia moral, política ni literaria que no tenga su fábula al canto».



Tras los autores citados podríamos añadir un amplio muestrario. Francisco Gregorio de Salas (¿?-1808) incluye en sus colecciones poéticas (Observatorio rústico, 1772-1774; Nuevas poesías serias y jocosas, 1775-1776; y Poesías, 1797) varias fábulas morales, políticas, literarias y filosóficas. Destacables son las del vizcaíno José Agustín Ibáñez de Rentería (1750-1826), amigo de Samaniego, que publicó una colección de Fábulas castellanas; o las del vitoriano Pablo de Jérica (1781-¿?), liberal, con intencionalidad política; o las de Pisón, Beña (Fábulas políticas, Londres, 1813), continuando la moda a lo largo del siglo XIX.

Muchas de estas fábulas perdieron su ingenuidad primitiva adquiriendo un tono cáustico, sobre todo las de carácter político, que acaban por destruir la sencillez del género.




La Escuela Salmantina

Salamanca tenía una larga tradición poética ligada a su Universidad. La figura de Fray Luis de León seguía viva a pesar de las complicaciones lingüísticas que trajo la literatura barroca. El nuevo clasicismo le había recuperado con emoción, recordando la armonía y sencillez de su estilo, y la humanidad y profundidad de su pensamiento.

Fray Luis fue centro de discusión y motivo de imitación para tres agustinos que vivían en el convento de San Agustín de Salamanca a comienzos de los setenta: Diego T. González, Juan Fernández de Rojas y Andrés del Corral. Los tres se reunían en la celda de Fray Diego, el más maduro, comentando al maestro y leyendo sus versos. Más tarde la tertulia se abrió a otros jóvenes universitarios con inquietudes poéticas: Juan Meléndez Valdés, Iglesias de la Casa, y, más esporádicamente, Forner, Cáseda, Arroyal... Todos bebieron en las fuentes clásicas españolas que allí se proponían como modelo: Fray Luis, Garcilaso y Herrera.

El espíritu de los tertulianos cambia cuando en 1773 viene a Salamanca, por razones de servicio, Cadalso, hombre ya conocido en el mundo literario, no sólo por que había publicado varias obras (Don Sancho García, 1771; Los eruditos a la violeta, 1772; Ocios de mi juventud, 1773), sino por la fama de que viene precedido por su participación en tertulias similares y salones madrileños. Cadalso se convierte ahora en natural foco de atracción y su experiencia e insinuaciones son plenamente aceptadas por quienes están abiertos a formas nuevas. El espíritu europeísta y la amplia formación del escritor gaditano interesa   -75-   a los jóvenes poetas salmantinos. Con Cadalso vino la afición redoblada por Garcilaso y su «blando numen», el cultivo de la anacreóntica y las mejores formas del estilo rococó que él cultivaba desde antes de la tertulia de la Fonda de San Sebastián. Así se forma una Arcadia poética, en la que cada uno adopta un nombre pastoril. A veces se celebran tertulias más reducidas. Leemos en carta de Cadalso a Moratín padre:

«Los sonetos se leerán en la academia de Meléndez y su compañero, que juntos me hacen tertulia dos horas todas las noches leyendo nuestras obras y las ajenas y sujetándose cada uno de los tres a la vigorosa crítica de los otros dos».



Patio de las Escuelas Menores Salmantinas, junto a la vieja Universidad, y también de estilo renacentista, que debió ser la admiración de los poetas de la Escuela de Salamanca en su interés por renovar lo clásico español

En el grupo reina una gran amistad y no hay temor en este contrastar de versos y opiniones. Se lee a los clásicos y se les imita. Recordando Cadalso, más tarde, sus años salmantinos, escribirá a Meléndez e Iglesias:


«Dulce Batilo, sentencioso Arcadio,
amigos ambos y consuelos míos,
en cuyo pecho hallé dulce consuelo,
cuando salí de la engañosa corte:
vosotros, cuyos nombres dan delicia,
gozo, dulzura y paz a mi memoria.
[. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .]
¿No más pasar la noche oscura y larga
de enero, juntos con preciosos libros
de gustoso moral escrito en verso
por Mendoza, León, Lope, Argensola?».


Acabada su misión salmantina, Cadalso vuelve a Madrid. Deja allí amigos inolvidables. La tertulia ha recibido nuevos impulsos con su presencia y se mantiene por más tiempo bajo la dirección de Fray Diego Tadeo González. Cadalso vive en el recuerdo y en la presencia renovada de su activa correspondencia. Meléndez ha aprendido mucho de su maestro y es admirado ahora por sus sonetos garcilasianos y la poesía galante anacreóntica en la que adquirirá las mejores formas y creará los modelos más exquisitos. Otro influjo nuevo llegó al agrupo a través de la relación epistolar Jovellanos-Meléndez, que orientó su inspiración hacia los caminos de la poesía ilustrada. Él les envió las obras de Pope, mientras les animaba a olvidar los temas galantes y amorosos. De 1776 es la famosa «Epístola de Jovino a sus amigos salmantinos», en la que se expresa todo un programa de poesía ilustrada. Aprendieron bien la lección, y desde entonces los tertulianos inician una poesía distinta.


El agustino Fray Diego Tadeo González fue el gran restaurador de Fray Luis de León, y el promotor de la Escuela salmantina. Los jóvenes poetas estudiantes en la ciudad del Tormes encontraron en él una ayuda inapreciable como guía de su inspiración poética. Grabado de Fray Diego Tadeo González. Biblioteca Nacional, Madrid

Esta tertulia persistió hasta 1779 en que Fray Diego abandona Salamanca. Los jóvenes poetas han madurado y algunos de   -76-   ellos, acabados sus estudios, van a cumplir su profesión o se vuelven a sus tierras. Han vivido los años juveniles en los que se han entregado con pasión a la poesía galante, pero llevan dentro el fermento de la poesía neoclásica, e incluso, el sentido más reflexivo de la poesía de Fray Luis de León, que florecerá brillante en casi todos ellos, particularmente en González y en Meléndez Valdés; y ya están orientados hacia los nuevos temas poéticos.


Diego T. González, como los demás poetas de la época, cultiva la lírica amorosa, utilizando los consabidos tópicos en anacreónticas, églogas y silvas. Sin embargo, parece que llevó una vida acorde con sus compromisos religiosos, con lo cual, esta poesía, que él mando destruir a su muerte, no es sino un mero juego literario. «La bacanal» por Tiziano, Museo del Prado, Madrid

El primer organizador del Parnaso salmantino fue Fray Diego Tadeo González (1732-1794) con el nombre poético de Delio. Había nacido en Ciudad Rodrigo (Salamanca) y en 1750 profesó en el Convento de San Felipe el Real de Madrid en la Orden agustiniana. Estudió Artes en Madrid y Teología en Salamanca. Enseñó y ejerció cargos en Pamplona, Alcalá, Salamanca (1768-1779) y Madrid, donde murió.

Pocos son los poemas que publicó en vida, quizá refrenado por su condición clerical, y los pocos que vieron la luz nada tienen que ver generalmente con la poesía galante que había escrito en su época salmantina. Aparecieron en el Memorial literario entre 1785-1787 o en pliegos sueltos como la oda «Levanta ya del suelo» (1781) o el «Llanto de Delio y profecía de Manzanares» (1783). Tras su muerte, y a pesar de que él había mandado se destruyeran todos sus versos, su amigo y compañero de Orden Juan Fernández de Rojas publica Poesías del M. Fr. Diego González del Orden de San Agustín (Madrid, Marín, 1796), precedidas de una biografía. El Semanario erudito y curioso de Salamanca se hizo eco después (1796-1797) de algunos otros poemas.


«Fray Juan Fernández de Rojas», por Goya. Real Academia de la Historia, Madrid. Además de poeta, el P. Rojas es conocido por diversos libros de sátira social que provocaron polémicas: «Crotalogía», «Libro de moda»...

La lírica amorosa de Delio, seguramente expurgada en los textos que conservamos, no es lo más importante de su producción. Tiene algunos poemas dedicados a Melisa, Mirta o Vicenta que repiten los consabidos tópicos del amor, tanto más insinceros cuanto que parece que el poeta fue hombre cumplidor de sus compromisos religiosos. A Lisi o Filis dirige algunas anacreónticas. Pero el poema más conocido entre los dedicados a una mujer es su famosa invectiva el Murciélago alevoso, publicada en el Memorial literario en 1785. No fue bien aceptada por todos, pues el tema (Mirta ha sido asustada por un murciélago) no tenía excesivo interés, sobre todo en el momento de aparición, en el que dominaba ya la poesía ilustrada. Samaniego hizo de este asunto una versión burlesca titulada los Huevos moles, escrita con afán crítico. De tono neoclásico son tres églogas («Llanto de Delio y Profecía de Manzanares», 1783; «Égloga. Delio y Mirta»; «Égloga con motivo de la subida al trono de Carlos IV», 1778) y algunos sonetos y odas.

Pero su clasicismo más constante es el que se deriva de la imitación de Fray Luis de León. Conocía perfectamente al escritor agustino del Renacimiento, y fue Fray Diego quien completó algunos argumentos que acompañaban a la traducción luisiana y compuso otros tercetos que faltaban a algunos   -77-   capítulos del manuscrito de Exposición del libro de Job, publicado en 1779. Fray Diego fue el vehículo por el cual la figura de Fray Luis de León se hizo eficaz en muchos poetas de finales del siglo XVIII, y él mismo muestra huellas muy claras en sus poemas. Imita temas, estrofas, ritmos, e incluso algunos versos, como en Meléndez, se insertan en los suyos propios. Basta recordar composiciones como «A Liseno», «Historia de Delio», «El triunfo de Manzanares» o en algunas traducciones de salmos (Vid. W. Atkinson, «Luis de León in Eighteenth Century Poetry», Revue Hispanique, 1932, pp. 363-376).

Practica también la poesía ilustrada «A las Nobles Artes», sobre todo en su poema, de mayores pretensiones, «Las edades». Es esta una composición filosófica en la que quiso poner en práctica los consejos de Jovellanos. A lo largo de 1778 se dedicó a leer los libros que le sirvieron de orientación y dispuso el argumento que llevó pronto a la práctica. Sólo compuso, sin embargo, el primer libro que se centra en la niñez, aunque con implicaciones filosóficas y teológicas.

El resto de su obra poética la constituyen poemas celebrativos, humorísticos, didácticos... La producción de Diego González es todo un testimonio de época; en ella se evidencia la evolución de tantos poetas desde los temas del ligero rococó o amor clasicista, hasta una segunda etapa en la que, tomando como base el pensamiento de Fray Luis y de filósofos modernos, hace una poesía más reflexiva y de corte neoclásico ilustrado.

La poesía de los agustinos compañeros de Fray Diego T. González ha atraído menos la atención de los críticos. Fray Juan Fernández de Rojas (1752-1819) nació en Colmenar de Oreja (Madrid). Parece que colaboró en la continuación de La España Sagrada del P. Flórez; publicó una sátira antifilosófica titulada Crotalogía o Arte de tocar las castañuelas (1792), que provocó una larga polémica, un Libro de moda o ensayo de la historia de los currutacos, pirracas y madamitas del nuevo cuño (1795), de sátira social, ambos bajo el pseudónimo de Francisco Agustín Florencia, El pájaro en la liga (1798) y otros de carácter religioso.

Como poeta está integrado plenamente en el Parnaso salmantino con el nombre de Liseno. Se inicia en la poesía galante y pastoril de gusto rococó en anacreónticas y cantilenas. También escribió églogas y otros poemas, donde recuerda sucesos en relación con sus amigos. Su poesía, sin embargo, permanece inédita (M.ª Rosario Barabino Maciá, Fray Juan Fernández de Rojas. Su obra y su significación en el siglo XVIII, Madrid, 1979, Tesis doctoral, inédita).

Más inaccesible es todavía la producción lírica de Andrés del Corral, Andrenio, que también permanece inédita y sin estudiar. Fue poeta con menor peso específico dentro del grupo salmantino. Y desconocida es igualmente la del P. Miguel de Miras, Mireo, agustino que vivía en Sevilla y que fue quien puso en contacto a Jovellanos, que por entonces residía en la ciudad andaluza, con Fray Diego González, existiendo desde este momento una comunicación constante tanto epistolar como poética.


La síntesis de la nueva lírica se resume en el poeta magistrado Juan Meléndez Valdés. Cultivó el rococó con ligeras anacreónticas; sus sonetos clasicistas y sus odas de inspiración luisiana son de lo mejor de la poesía neoclásica; practicó los temas de la poesía ilustrada y se pueden percibir, finalmente, en sus versos los primeros rasgos de un sentimentalismo que crecerá en la lírica del siglo XIX. Retrato de Meléndez Valdés, por Goya. Banco Español de Crédito, Madrid

La figura más sobresaliente del Parnaso salmantino y quizá el poeta más representativo de la nueva poesía dieciochesca es Juan Meléndez Valdés (1754-1817). Nació en Ribera del Fresno (Badajoz) y estudió   -78-   Filosofía y Griego en Madrid y Derecho en la universidad de Salamanca, donde permaneció gran parte de su vida (1772-1789) como estudiante y profesor. Los desengaños universitarios le llevan a ingresar en la carrera judicial, siendo destinado a Zaragoza como Alcalde del Crimen (1789-1798), después Oidor en la Chancillería de Valladolid (1791-1798), hasta que en 1798 se aposenta en Madrid como Fiscal del Tribunal Supremo. Al caer en desgracia su protector Godoy, sufre destierro en Medina del Campo, Zamora y Salamanca, volviendo a la libertad con la ascensión al trono de Fernando VII. Se opuso a la invasión francesa en 1808, pero acabó jurando a José Bonaparte, por lo cual, tras la expulsión de los franceses, tuvo que ir al exilio (1813), muriendo en Montpellier.

Meléndez Valdés publicó sus versos en 1785 y, en edición corregida y aumentada, en 1797. Preparaba una tercera versión, más completa y también corregida, cuando le sorprendió la muerte. Apareció póstuma, con un prólogo de M. J. Quintana en Madrid, Imprenta Nacional, 1820, 4 vols. Es una constante en Meléndez esta afición por limar los versos, ampliando generalmente composiciones que antes eran más escuetas, como si el poeta se dejara guiar por el principio de la precisión y claridad.


...«la dulcísima gloria / de los besos süaves/ con que diste algún día / cebo a mi amor, y aliento a mi porfía». «El beso», por Rodin. Museo Rodin, París

Se inicia en la juventud con la poesía rococó, en anacreónticas delicadas y vivaces, a través de las cuales observamos a parejas felices que aman, beben y bailan adornadas con guirnaldas. Es una poesía cargada de sensualidad, con llamadas a los sentidos. Dorila es la principal destinataria de estos versos, aunque también los dirige a otras supuestas amantes: Anarda, Belisa, Climene, Lisi, Filis o Galatea. Los modelos son Anacreonte, Catulo y Villegas, principalmente. Algunas de estas anacreónticas están agrupadas en ciclos de poemas que guardan entre sí una cierta unidad: La inconstancia, La paloma de Filis, Galatea o la ilusión del canto, donde el paisaje abierto de jardines, campos y arroyos se troca en ambientes interiores o de salón.

Algunos romances pertenecen también a esta época. Esta composición fue muy estimada por Meléndez. Leemos en el Prólogo del autor al inicio de su edición de 1820:

«He cuidado de los romances, género de poesía todo nuestro, en que, siendo tan ricos y sonando tan gratos al oído español, apenas entre mil hallaremos alguno corriente y sin lunares feos. ¿Por qué no darle a esta composición los mismos temas y riqueza que a los de verso endecasílabo? ¿Por qué no aplicarlo a todos los asuntos, aun los de más aliento y osadía?».


Esta ruptura de géneros poéticos, usar una composición para los temas que no eran usuales en la preceptiva, es una constante en la poesía de Batilo. Así, la anacreóntica, de amores, puede usarse para asuntos filosóficos, o el romance, esencialmente histórico, expresa amores o reflexiones morales. Cultivó el romance con éxito, estudiándolo al principio en Góngora, y dándole un aire de modernidad y contagio rococó en época posterior. Entre ellos algunos tan representativos del nuevo estilo como los dedicados a Rosana («Rosana en los fuegos», «Rosana de azul»...).

En época temprana compuso también parte de su colección de sonetos, demasiado influidos por el gusto rococó, adoptando los escritos después una mayor contención neoclásica, y gusto garcilasiano, siendo quizás sus composiciones más perfectas desde el punto de vista estético. También son de este momento algunas letrillas ligeras, que no se diferencian en el tono de las anacreónticas.

Menos conocida, por no formar parte de las ediciones usuales de Meléndez, es una colección de anacreónticas con tono más atrevido bajo el título de Los besos de Amor. Está formada por veintitrés odas en las que el autor juega con el beso como elemento erótico y como símbolo sexual del acto amoroso. Parecen imitados de los Basia del holandés Jean Second, aunque, quizá a través de la versión francesa de C. J. Dorat (Les Baisers, La Haye, 1770).   -79-   Algunas composiciones más, con un erotismo más agresivo, podrían añadirse a esta colección («El maullido de las gatas», traducido de La Fontaine; «A cualquier fulana»; «A Susana A. P.»; y «La confesión de Flora», con notas anticlericales...)

En general toda esta poesía juvenil muestra un gran gusto por el análisis de la naturaleza, a veces con pinceladas realistas: árboles, ondulante río, fuentes... Hay una preocupación especial por la descripción de amaneceres y atardeceres siguiendo los tópicos clásicos.

Pero la seriedad que da a Meléndez el ser profesor universitario y sus profundos conocimientos de los clásicos antiguos y españoles, le llevaron a preferir la poesía neoclásica. Algunos géneros poéticos cultivados con anterioridad adquieren mayor serenidad y armonía. Disminuye el cultivo de la anacreóntica. Al mismo tiempo, en 1776, llega la recomendación de Jovino para que abandone la poesía de amores. Las propias lecturas de Meléndez por estas fechas (Locke, Young, Malebranche, Marmontel, Pope, Rousseau, Bateux, Boileau, Saint Lambert, Thomson, Gessner, Dubois, Condillac...), fomentadas por un periodo de preocupación intelectual en la Universidad salmantina, favorecen un cambio radical hacia la utilización progresiva de la poesía ilustrada.

Su dedicación creadora es abundante por estos momentos: sonetos de estilo garcilasiano, las primeras Odas filosófico sagradas y los idilios. Ha renunciado a la poesía amorosa con tonos ligeros, y escribe su primera composición filosófica que envía a Jovellanos, «La noche y la soledad» (1779). Junto a los autores modernos que alimentan sus lecturas hay también recuerdos del epicureísmo horaciano y el estoicismo de Séneca.


El río Tormes, y sus plácidas orillas, prestan paisaje placentero a muchos poemas de Meléndez, particularmente a las églogas. «Fértiles prados, cristalina fuente, / bullicioso arroyuelo, que saltando / de su puro raudal plácido vagas / entre espadañas y oloroso trébol». El río Tormes a su paso por Alba de Tormes (Salamanca)

Meléndez se dio a conocer a nivel nacional cuando en 1779 ganó el concurso de la Academia con su égloga Batilo, quedando tras él Iriarte, quien, irritado por ser pospuesto a un desconocido provinciano, escribe despechado Reflexiones sobre la égloga intitulada Batilo. A Meléndez le defendió Forner, antiguo contertulio de Salamanca, con su Cotejo de las Églogas. Meléndez ha construido su égloga con dignidad, dentro de las normas clásicas del género, aunque ha añadido algunos rasgos más realistas en el paisaje y personajes (Batilo, Arcadio y el Poeta narrador), que hablan de la naturaleza y vida del campo en contraste con la de la ciudad. Hay una intensa valoración del ambiente rústico, sin vicios, sin artificiosidad. Las ideas de Virgilio aparecen en la composición tamizadas en Garcilaso y mezcladas con las de la dulce medianía de Horacio y Fray Luis.

Tiene aún otras églogas de menos entidad: Aminta, pierde su condición dramática al convertirse en un monólogo de Aminta que contempla, en un ambiente pastoril, la felicidad de su mujer y sus hijos. El tema de los hijos de los demás es frecuente en la poesía melendiana, quizá expresión de un subconsciente en el que se fija el deseo de una descendencia que no llega, y también como aplicación de las teorías roussonianas. La Égloga III, Mirtilo y Silvio, de rasgos muy delicados, está   -80-   basada en la Égloga VIII de Virgilio; la IV, Jovino y Batilo, escrita cuando Jovellanos estaba aún en Sevilla; la V, El zagal del Tormes, que no es sino un poema, sin dramatización, de ambiente pastoril, donde se conjugan los tópicos bucólicos con el realismo del campo salmantino y que sirvió al autor de despedida de la ciudad del Tormes, camino de Zaragoza.

De distinta manera se muestra el espíritu pastoril en los idilios. Iniciado en el sentimiento clásico de Teócrito, de quien tradujo algunos textos, siguió, sin embargo, la influencia más moderna de Gessner. Se trata de un bucolismo preciosista, tocado de estilo rococó. Son cuadros pastoriles, blandos, delicados, diminutos. Junto a la lectura de Gessner, la de Thomson y Saint Lamber influyen en la factura de los mismos.

De este periodo es también su oda La gloria de las Artes (1781) que fue su presentación en Madrid, de la mano de Jovellanos, en la Real Academia de San Fernando.

Cuando Meléndez, abandonada la Universidad de Salamanca, desempeña el puesto de Alcalde del Crimen de la Audiencia de Zaragoza, entra en un mundo nuevo en el que se le obliga a reflexionar sobre aspectos cotidianos, a poner en práctica lo que su espíritu inquieto ha leído en libros progresistas. Esto va a provocar que la poesía de esta época, y la del futuro, incida en estos mismos temas. Si escribe anacreónticas, idilios, romances o silvas, dejarán su tono ligero para adoptar unos asuntos más reflexivos. Sólo cuando su espíritu flaquea recordará los antiguos versos evasivos, los tiempos tranquilos del pasado.


En algunos de sus poemas Meléndez muestra un gran interés por el mundo rural, expresando las ideas sobre agricultura de la política oficial. Tres romances destacan por su contenido: «La vendimia», «Los aradores» y «Los segadores». «La vendimia», por Goya. Museo del Prado, Madrid

Las epístolas y odas recogen lo mejor de su poesía ilustrada. Se puede recordar la Epístola III, dirigida a Elpino, Llaguno y Amírola, con motivo de su nombramiento de Ministro de Gracia y Justicia (1794), que expone lo más inquieto de sus ideas; la Oda XXIII, «El fanatismo», en la que recuerda a Godoy las ideas del liberalismo ideológico como más adelante (1797) le comunicará la importancia de la agricultura y su necesidad de reforma. Meléndez se ha convertido en un poeta educador, filósofo y sensible a la vez. A través de sus versos se expresa lo mejor de las ideas del despotismo ilustrado. Su preocupación por el campo («Los segadores», «Los aradores», «La vendimia», «El filósofo en el campo») está en consonancia con la nueva política agraria. (Vid. Joaquín Calvo Revilla, «El nuevo sentido del campo en la poesía de Meléndez», Ínsula, 1961, n.º 179, p. 6). Censura la nobleza, contrastando sus vicios, lujo y artificiosidad con la sencillez campesina («La despedida del anciano»), se preocupa del problema de los mendigos (Epístola X, «La mendiguez»)...

Destaca también un grupo de poemas, que en otro lugar he llamado «poesía del tiempo y del espacio», y que responden a una corriente de la poesía europea en escritores como Thomson, Saint Lambert y Parini y al recuerdo de Fray Luis: hablan del transcurso de las partes del día y de las estaciones. En ellas se une lo descriptivo, lo reflexivo, lo humano y el espíritu científico. Modelos dentro del grupo son la Oda VIII, «A la aurora»; la XIII, «El medio día»; Romance XXXIV, «La tarde»...; Discurso III «Orden del universo y cadena admirable de los seres» (1795).

La poesía se convierte también para él en un examen de conciencia en el que quedan reflejados sus estados de ánimo. Odas y elegías morales, o incluso algunas anacreónticas y romances, nos muestran una intimidad, generalmente dolida, que nace   -81-   tanto de su personalidad hipocondríaca como de su desesperación por la situación española. La Elegía II, «El melancólico a Jovino», adopta incluso una imaginería lúgubre que nos recuerda a Young y al Cadalso de las Noches lúgubres, con cierta premonición prerromántica. Le preocupa también el sentido de temporalidad, la fugacidad de las cosas («Del caer de las hojas»). Hay siempre en esta lucha interior una gran entereza, un querer superarse aferrándose a los principios inmutables: la verdad (Oda filosófica V, «A la verdad»), la virtud (Discurso «El hombre fue criado para la virtud, y sólo halla su felicidad en practicarla»), lo religioso y trascendental (Oda sagrada VIII «Al ser incomprensible de Dios»).


«Esas ardientes flechas, esa hoguera, / viva, agitada, que en su lumbre inflama / del aire el gran vacío, / rompiendo de la niebla el cerco umbrío»

La reacción del gobierno contra las ideas ilustradas, pues tras la Revolución Francesa teme el fin de la monarquía, es lo que sume en la tristeza al poeta, que ve desprestigiados desde el poder los principios que habían sido la ilusión de su vida. Esta sensación se agrava con el destierro y alejamiento de toda actividad pública, cuando el poeta siente en sí los duros zarpazos de la realidad. Pasa momentos angustiosos, que le llevan a refugiarse en los salmos, en la poesía del Fray Luis perseguido... Sus versos adoptan entonces la simbología que exprese su estado («La tribulación», «La tormenta», «Mis desengaños») y poco a poco va superando la crisis sumiéndose en la tranquilidad del campo, en los valores morales que confortan, en la creencia de que la virtud nunca podrá ser vencida (Epístola IX, «Al Doctor D. Plácido Ugena»).

El dolor surge de nuevo cuando el invasor francés entra en España. Su espíritu patriótico espolea a los españoles contra los depredadores de la Patria. Así escribe su Alarma española (1808) y su Alarma segunda a las tropas españolas (1808), ejemplos de poesía civil en las que se incita a la resistencia frente al invasor.

Las cosas cambian cuando jura como Rey a José Bonaparte. No hay en esto un acto antipatriótico, sino la creencia de que con el nuevo Rey el país podrá definitivamente adquirir el puesto que le corresponde con la aplicación de las ideas ilustradas. Desempeña cargos públicos en instrucción, finanzas, teatro y derecho, llegando a ser Consejero de Estado. Rinde pleitesía al nuevo Rey en su oda «España a su rey José Napoleón I», en la que muestra sus nuevas esperanzas de progreso. Y sigue dolido por la destrucción que la guerra cae a España (Oda XXIX, «A mi Patria en sus discordias civiles»).


Meléndez Valdés puso su esperanza en José Bonaparte, como tantos ilustrados, porque tras la involución ideológica de Carlos IV creyó que era el único camino viable hacia el progreso. No ama al francés, sino a su Patria; lo admite como única vía posible para conseguir el bien nacional. «José Bonaparte I», por Flaugier. Museo de Arte Moderno, Barcelona

La derrota francesa tiene como consecuencia el exilio peregrinante en Francia,   -82-   y con el las notas más tristes de la poesía de Meléndez. Solo, calumniado, incomprendido, sufriendo múltiples calamidades, pero entero su amor a España (Oda XXVIII, «Afectos y deseos de un español al volver a su patria»). Este es el Meléndez al que con más insistencia llaman romántico, y al que yo llamaría, simplemente, «del dolor y del llanto», que son circunstancias humanas que se dan en todos los tiempos.

Meléndez Valdés ha recorrido todos los estilos de la nueva poesía dieciochesca, y en todos ha sido modelo consumado. Las nuevas generaciones poéticas le tomarán como maestro. Ha creado un estilo y un lenguaje apropiado a cada una de las maneras. Diminutivos, arcaísmos y decoración mitológica en la poesía sensual de las anacreónticas y primeros romances. Más sereno y equilibrado en sonetos, silvas y elegías. Novedoso y severo en sus poemas ilustrados. Lenguaje del dolor en sus poemas del exilio. En la riqueza de su lenguaje y de su métrica se resume lo mejor del siglo.

Otro de los activos contertulios de la Academia cadálsica fue José Iglesias de la Casa (1748-1791). Nacido en Salamanca, estudió en su Universidad Humanidades y Teología. Tuvo amplias aficiones culturales por la música, la pintura y la poesía. A los treinta y cinco años se ordenó de sacerdote, actuando como párroco en varias iglesias salmantinas.


En la poesía de Iglesias de la Casa predominan los temas festivos y ligeros; pero también podemos encontrar otros poemas de mayor contención clasicista o preocupación ideológica. Grabado de José Iglesias de la Casa. Biblioteca Nacional, Madrid

La poesía de Iglesias de la Casa, Arcadio de nombre poético, es rica en variedad de matices. Joven, cultivó la poesía amorosa en letrillas, cantilenas imitadas de Villegas, y anacreónticas, en las que Arce subraya:

«La especial sensibilidad que le individualiza en la captación de matices sensoriales, en el gusto por los espacios ajardinados -con sus flores, fuentes, mármoles y bullir de aguas-, en la preferencia por motivos de belleza asimétricos, le sitúan claramente en el peculiar hedonismo rococó».


(«La poesía del siglo XVIII» p. 175)                


Tiene también otra serie de poemas de marcado espíritu festivo, a veces crítico burlesco, en otra colección de letrillas (La esposa aldeana) y en romances, epigramas y trovas o en las odas de La lira de Medellín, en los que suele ser tema común alguna escabrosidad erótica, los cornudos, de recuerdo quevedesco, o episodios curiosos, chistes y cuentecillos graciosos.

Pero quizás se ha insistido demasiado en este aspecto festivo de la poesía de Iglesias y se ha olvidado su otra producción más clasicista y seria. En 1779 escribió Llanto de Zaragoza, donde con tono elegíaco habla del incendio del Coliseo de Zaragoza. En el mismo tono clasicista escribió idilios, canciones, odas, algunas traducciones de Horacio, silvas y, sobre todo, las églogas en número de nueve. Estas tienen un gran valor cromático y sentido del paisaje. Algunos himnos religiosos y dos poemas más largos (La niñez laureada, 1785; La teología, 1790) completan la producción total de Iglesias de la Casa, que fue recogida, después de su muerte en dos colecciones: Poesías jocosas y serias (Salamanca, 1793, 2 vols.) y Poesías póstumas (Salamanca, 1793, 2 vols.).




Poesía fin de siglo


Segunda Escuela salmantina

El peculiar estilo de los poetas que escriben en la ciudad del Tormes, y en particular la maestría de Meléndez, reconocida por sus compañeros, es seguido por las nuevas generaciones poéticas. Surge así la por algunos llamada Segunda escuela salmantina, cuyos representantes más ilustres escriben lo mejor de su obra en el primer tercio del siglo XIX, prolongando las últimas corrientes neoclásicas hasta ser subsumidas por el Romanticismo. Los nuevos valores añadidos de su momento histórico dan una dimensión distinta a su producción. Entre ellos las figuras más destacadas son Álvarez Cienfuegos, Sánchez Barbero, Quintana, Nicasio Gallego y Somoza.

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Entre los poemas de Francisco Sánchez Barbero, preceptista literario y hombre de buen humor, abundan los de carácter burlesco y erótico. Muchos de ellos fueron compuestos como distracción durante su estancia en el penal de Melilla. A José Bonaparte le criticó burlescamente en un poema en latín macarrónico titulado «Pepinada». Estampa satírica de José Bonaparte (Pepe Botella). Museo Municipal, Madrid

Los dos primeros escritores podrían ser estudiados en el contexto del siglo XVIII. Nicasio Álvarez Cienfuegos (1764-1809) nació en Madrid y estudió Leyes en Salamanca. La amistad juvenil con el Meléndez profesor marcó su quehacer poético, que se confirmó con su posterior amistad con Quintana. Trasladado a Madrid, participó en las tertulias más importantes de los salones de la nobleza y dirigió varios periódicos. En 1798 publicó su volumen de Poesía que se completó con la edición póstuma, en dos tomos, Obras poéticas (Madrid, 1816). También fue autor teatral. No aceptó al nuevo Rey José Bonaparte, por lo cual fue desterrado, aunque estaba gravemente enfermo y murió tuberculoso en Orthez (Francia).

Sus primeras poesías recuerdan la producción juvenil de Meléndez -romances, odas y anacreónticas de gusto rococó- y no encontramos en estas composiciones ninguna novedad estilística.

Pero hay un segundo estilo que define al Cienfuegos más original, explotando en ocasiones rasgos que en Meléndez son ligeras   -84-   insinuaciones. J. Arce anota innovaciones en la lengua poética: «incorporación de palabras usuales» y «creación de sintagmas peculiares» por inversión del adjetivo y el nombre, olvidando las formas tópicas («verdes hojas / hojoso verdor»).

Otros críticos han resaltado el tono efusivo de la poesía de Cienfuegos (¿prerromántico?), su preocupación social, su apasionado humanitarismo como en la oda «En alabanza de un carpintero llamado Alfonso», y otras composiciones de mayor intimismo (soledad, muerte, pesimismo, desengaño...).

Francisco Sánchez Barbero (1764-1819) nació en Moríñigo (Salamanca), estudiando en la Universidad salmantina. Se recuerda de él con estima sus Principios de Retórica y Poética (Madrid, 1805). Su producción lírica es bastante extensa, estando la mayor parte inédita. Muchos de estos poemas fueron escritos en el penal de Melilla en el que fue encerrado por su actividad constitucionalista, fundamentalmente las de carácter satírico y erótico o burlesco (algunas en latín macarrónico).

En su producción más seria sobresale la poesía civil y patriótica: «A la batalla de Trafalgar» (1806), en tres odas; «Al patriotismo. A la nueva constitución» (1814) o las dedicadas «A la invasión francesa en 1808». Elegías fúnebres, silvas, epístolas y algunos poemas menores completan su producción.

No analizaremos aquí a algunos poetas ligados a Salamanca o a su estilo, pero cuya obra más significativa queda ya fuera de los límites del siglo XVIII: José Quintana (1772-1857), Juan Nicasio Gallego (1777-1853) y José Somoza (1781-1852). Continúan la poesía ilustrada, practicando particularmente la de tipo civil.




Escuela sevillana

Sevilla tenía una larga tradición de Humanismo, aunque los inicios del siglo XVIII hubieran traído la vulgaridad poética como en el resto del país. En 1751 se fundó la Academia Sevillana de Buenas Letras de gran influjo en la cultura, pero escaso en el mundo poético.

El momento de mayor interés para el desarrollo de la poesía fue las décadas 60-70 cuando Olavide está en Sevilla como intendente del Gobierno en Andalucía. En el bello Alcázar árabe de la ciudad se celebraron abundantes tertulias literarias en las que la poesía tuvo un puesto destacado. Olavide extendió allí sus ideas ilustradas (en 1776 será juzgado por la Inquisición y encarcelado). A ellas asistieron dos conocidos poetas, ya analizados con anterioridad, Trigueros y Jovellanos, que fueron quienes extendieron la poesía ilustrada, y quizá también el agustino Miguel de Miras.


Fachada principal del Palacio del Rey Pedro I, en los Reales Alcázares de Sevilla, en cuyas decoradas habitaciones tuvieron lugar las tertulias literarias, dirigidas por Olavide, que fomentaron la Ilustración y la literatura en Sevilla

Más tarde dos poetas jóvenes, Arjona y Matute crearon la Academia Horaciana, de signo clasicista, pero de corta vida y escasa influencia.

En los poetas más antiguos ligados a Sevilla se observa idéntica evolución que la de otros lugares, porque el sentido de amistad y la profunda comunicación extendía enseguida los nuevos modos. Se cultivó la anacreóntica imitando a Cadalso y Meléndez, se hizo poesía neoclásica recordando a los renacentistas Herrera y Rioja, y se inició la poesía ilustrada.

La escuela sevillana se realiza sobre estas raíces. La forman una serie de poetas que nacen en la década de los 70 y cuya producción madura corresponde ya al siglo XIX. Se caracterizan por sus inquietudes políticas y por su sentido religioso, gran parte de ellos son clérigos. Algunos   -85-   conocen el exilio por motivos políticos. Se agruparon en la Academia Particular de Letras Humanas. Entre ellos destacan: el abate José Marchena (1768-1821) conocido revolucionario, que también escribió versos eróticos; Manuel María de Arjona (1771-1820), clérigo, investigador de la historia, poeta de temas cívicos, patrióticos y morales; Félix José Reinoso (1772-1841), sacerdote, conocido por su poema en octavas «La inocencia perdida»; José María Blanco-White (1775-1841), canónigo exiliado en Londres, novelista, periodista y poeta, y Alberto Lista (1775-1848), sevillano, crítico literario y quizá el poeta más importante de su grupo, tanto por la cantidad de su producción como por la variedad y calidad de la misma.


«José Manuel Quintana», por M. Fernández. Ateneo de Madrid










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