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ArribaAbajoOperaciones militares. Regencia de Madrid

Las cortes se habian retirado á Cadiz, y habian llevado consigo al Rey; pero como la mas absoluta imprevision presidia todos los actos de aquel gobierno, se hallaron sin dinero, y con muy pocos medios de defensa. Apenas se podrá créer que hubiese llegado á tanto el abandono, cuando desde que se pensó que el gobierno saliese de Madrid, se habia designado la Isla gaditana, como el punto de refugio en ultimo apuro. Las fortificaciones de Cadiz no se habian reparado desde que, en el año de 1812, levantó el mariscal Soult el sitio de aquella plaza; los cañones estaban desmontados, y no habia cureñas de repuesto. Tampoco habia fusiles, y algunos cuerpos no completaron nunca su armamento util, particularmente despues de la toma del Trocadero. Para la defensa de la ciudad y de la Isla de Leon, no habia mas que setecientos quintales de polvora; se apeló á la marina, que pudo proporcionar dos mil quintales. Los tropas consistian en catorce batallones, entre infanteria y voluntarios nacionales de Madrid y de Sevilla; y el total de la fuerza de unos y otros era de siete mil cien hombres, como doscientos zapadores, doscientos y cincuenta artillerios, y sesenta ó setenta caballos de los voluntarios   —293→   nacionales de Madrid. La milicia nacional de Cadiz, en seis batallones, ascendia á unos tres mil hombres.

Faltaban absolutamente los recursos, y las cortes hubieran tenido que disolverse á los pocos dias de su llegada á Cadiz, á no haber conseguido algun dinero sobre los fondos que debia el gobierno francés, de resultas de las indemnizaciones que se estipularon en la paz general. A España, la correspondian unos diez y seis millones de francos, que estaban aun detenidos en Francia; y se hallaba encargado de cobrarlos un hombre de la confianza del gobierno, y que se suponia tenia ya en su poder una buena parte de ellos. Aunque este fondo era de particulares, las cortes lo habian aplicado á las urgencias del estado, y se negociaron sobre el unos treinta millones de reales, que perdieron los comerciantes que los habian adelantado, porque el comisionado para recaudar en Francia las indemnizaciones, protestó las letras, que se habian girado contra el62.

Los Franceses se presentaron al frente de la Isla gaditana el 23 de junio, y empezaron á fortificarse, y á levantar baterias, sin emprender operacion alguna. Sus fuerzas consistian en unos   —294→   doce mil hombres. El 16 de julio, hicieron los constitucionales una salida por el camino real, y por el Trocadero, que, si tuvo obgeto, pudo ser unicamente el de hacer un reconocimiento: se retiraron con alguna perdida.

Las fuerzas navales de los Franceses se iban aumentando, pero no conseguian impedir la comunicacion, y los viveres en Cadiz tenían su precio ordinario, á no ser la carne y el carbon, que le tomaron altisimo. El pescado escaseaba mucho.

El duque de Angulema salió de Madrid el 28 de julio, para reunirse á las tropas de su egercito, que se hallaban delante de Cadiz, y dirigir por si mismo las operaciones contra aquella plaza. El 16 de agosto, llegó al Puerto de Santa Maria, y el campo francés recibió algunos refuerzos.

El tercer egercito español continuaba su retirada, por Estremadura, á Andalucia; y Lopez Baños estaba á su frente. Entró en Sevilla el 16 de junio, no sin haber esperimentado alguna resistencia por parte del populacho de aquella ciudad, que quiso defender el puente sobre el Guadalquivir pero sus esfuerzos fueron poco considerables, y Lopez Baños penetró en la ciudad, sin haber tenido perdida. Recelando ser cortado, si se retiraba á Cadiz por el camino real, tomó la direccion de Huelva. Los Franceses, que llegaron á Sevilla el 18 de junio, le siguieron inmediatamente, y se apoderaron de toda su artilleria. La caballeria   —295→   tomó la direccion de Estremadura, y de la infanteria solo llegaron á Cadiz unos mil hombres, que se embarcaron en Huelva, con su gefe Lopez Baños. A este se le mandó formar causa, por haber abandonado las tropas que estaban á sus ordenes; pues tuvo la desgracia de no manifestar mas tino, siendo general en gefe, que el que habia manifestado, siendo ministro de la guerra.

En Cataluña, obtenian los Franceses varias ventajas sobre los restos de los constitucionales; y á mediados de julio, quedó bloqueada la plaza de Barcelona. Mina habia enfermado de resultas de las ultimas correrias, y se habia retirado á aquella ciudad.

El conde de Cartagena se unió al conde Bourk el 10 de julio, y maniobraron de acuerdo para restablecer el orden en Galicia. La division francesa se dirigió sobre la Coruña, embistió aquella plaza, y al mismo tiempo una brigada entró en el Ferrol sin oposicion. El conde de Cartagena ocupó á Santiago y á Pontevedra, arrojando de aquellos puntos á los disidentes, dispersó una columna de estos en el puente de San Payo, y reforzado con la brigada francesa del conde de Larochejacquelain, que estaba á sus ordenes, obligó á los enemigos á replegarse sobre Orense, y ocupó la plaza de Vigo el 3 de agosto.

Los Franceses no hacian progresos en el sitio de la Coruña, porque no tenian artilleria gruesa,   —296→   pues solo pudieron sacar del Ferrol ocho cañones de hierro, y les faltaban tambien municiones. La ocupacion de Vigo ofrecia bastantes recursos de una y otra especie, pero antes de que se empleasen, reconoció la guarnicion de la Coruña la autoridad del conde de Cartagena, y aquella plaza fue ocupada el 21 de agosto. Al mismo tiempo eran arrojados de Orense por las tropas francesas y españolas los restos de los constitucionales, y habiendoles obligado á salir de Galicia, se proponian dirigirse á Estremadura ó á Ciudad Rodrigo; pero fueron alcanzados antes de pasar el Duero, y rindieron las armas en numero de unos mil y quinientos hombres.

El general Ballesteros, perdida la linea del Jucar, marchó sobre Murcia, y habiendole seguido el conde Molitor, se dirigió al reino de Granada, dejando guarnecidas las plazas de Alicante y Cartagena. El 28 de julio una division de Ballesteros, compuesta de seis batallones, fue atacada en el Campillo de Arenas, y se replegó con perdida. Ya antes de esta accion el general Ballesteros habia enviado parlamentarios al cuartel general del segundo cuerpo del egercito francés, pero las condiciones, que propuso, no fueron admitidas. Finalmente el 4 de agosto concluyó con el conde Molitor un convenio, segun el cual el general Ballesteros y su egercito reconocian la autoridad de la regencia de Madrid; las tropas debian ocupar   —297→   los cantones que se señalasen, nadie debia ser molestado por sus opiniones anteriores al convenio ni por los hechos relativos á ellas, y los generales, gefes y oficiales conservaban sus empleos, sueldos, honores, y distinciones. Este convenio fue ratificado por el serenisimo señor duque de Angulema.

Las plazas de san Sebastian y Santoña permanecian bloqueadas y lo mismo las de Cataluña. Los Franceses hacian preparativos para sitiar á Pamplona.

He adelantado algunas indicaciones sobre la marcha de la regencia de Madrid, y pretendo ahora examinar brevemente sus principales operaciones, para que se forme un juicio cabal de lo que contribuyó aquel gobierno al bien ó al mal estar de la nacion española.

El espiritu de la regencia fue el de la junta provisional, y ambos gobiernos ostentaron la misma divisa, que las cortes: no transigir con nadie, que presentase ideas opuestas en lo mas minimo á los intereses del partido. La junta provisional apenas habia tenido tiempo de desenvolver sus planes, y habia manifestado siempre una entera dependencia del egercito francés: mas la regencia, que se creia ya un gobierno consolidado, llevó mucho mas adelante sus proyectos.

La regencia habia sido establecida para egercer un poder necesario hasta que el Rey pudiese   —298→   ocuparse en consolidar su trono, y en asegurar la felicidad, que debe á sus subditos: en estos terminos se esplicó la proclama del duque de Angulema, que dió lugar á su creacion. Las atribuciones de la regencia se limitaban á conservar el orden, y sus esfuerzos debian dirigirse á conseguir la libertad del Rey. Sin embargo, usurpando una autoridad que de ninguna manera tenia, escediendo los limites de un gobierno interino, y arrogandose las facultades del soberano, no solamente declaró nulo todo lo decretado en la epoca constitucional, sino que ni aun tuvo por conveniente restablecer las cosas al estado, en que el Rey las tenia antes del 7 de marzo de 1820, y se permitió innovaciones de la mayor trascendencia.

La regencia estableció un sistema de rentas, derogando los decretos del Rey, que regian á principios de 1820, y haciendo una novedad esencialisima, pues dejó abolida la contribucion directa, la cual formaba la parte mas considerable de las rentas del estado. La organizacion de las milicias provinciales, punto tambien de la mayor importancia, se alteró enteramente, y á la que regia en 1820, que estaba bien combinada con los progresos, que se han hecho en las maniobras de la infanteria, se sustituyó un reglamento de mediados del siglo pasado, que probaba la crasisima ignorancia de los que espidieron el decreto. Si se   —299→   preguntase á los individuos, que componian la regencia, en virtud de que facultades habian derogado los decretos dados por el Rey, aun antes de jurar la constitucion, es probable que no tuviesen que contestar, puesto que ni remotamente podian arrogarse tal autoridad. Apelarian quizá á las circunstancias y á la conveniencia publica; pero ademas de que de ninguena manera es cierto que lo dispuesto por la regencia fuese mejor, que lo establecido antes por el Rey, ¿ignoraban acaso aquellos señores que ni las circunstancias, ni la conveniencia dan derecho de establecer leyes al que no le tiene? ¿Debia esperarse que aquellos que se proclamaban los mas acerrimos defensores de la soberania del Rey, derogasen los decretos del mismo soberano? No eran solamente las cortes las que invadian la autoridad real, sino que tambien la usurpaba la regencia de Madrid; y el que el Rey haya aprobado despues todo lo hecho por la regencia, y desaprobado todo lo que hicieron las cortes, no puede servir de disculpa á los regentes, para haber traspasado los limites de su interina autoridad.

Uno de los primeros cuidados de la regencia de Madrid fue ampliar lo dispuesto por la junta provisional con respecto á la creacion de cuerpos de voluntarios realistas. Las cortes habian establecido los voluntarios nacionales, los habian llamado siempre el apoyo mas firme de la constitucion,   —300→   y era preciso que la regencia fomentase los voluntarios realistas, como la columna mas fuerte del absolutismo. El reglamento de la regencia era enteramente igual en sus bases al de las cortes, y uno y otro tenian al parecer por objeto establecer en los pueblos una fuerza armada, que sostuviese la tranquilidad interior.

¿Pero como, por unos mismos medios, podian prometerse iguales resultados los constitucionales y los absolutistas? Las cortes, creando la milicia nacional, se propusieron oponer aquella fuerza á la del egercito permanente, que, en circunstancias ordinarias, suponian que debia estar á la devocion del gobierno. Para que este tuviese en la milicia la menor intervencion, que fuese posible, se determinó que los ayuntamientos organizasen esta fuerza, y que los mismos milicianos nombrasen los gefes y los oficiales, que debian mandarles; de suerte que este instituto era enteramente popular. Para sacar de la milicia nacional, en general, todos los resultados, que se prometian las cortes, era preciso que la masa de los pueblos conociese las ventajas de la constitucion, y por consiguiente, se interesase en conservarla; mas como no habia llegado este caso, las cortes crearon los voluntarios nacionales, en cuyos cuerpos eran admitidos todos aquellos que lo deseaban, y que no tenian nota de desafectos á la constitucion.   —301→   En el año de 1820, acudieron á alistarse en las filas de los voluntarios nacionales muchos hombres de arraigo y de principios moderados, que creían que convenia dar este egemplo á los demas, y que juzgaban necesario que los constitucionales se reuniesen, para hacer frente á los partidarios de la contrarevolucion, si osaban presentarse abiertamente. Pero despues que la anarquia hizo progresos por la debilidad del gobierno, y despues que las sociedades secretas se propagaron voluntarios nacionales fueron adoptando ideas exageradas; y en muchos pueblos llegaron á ser el mas poderoso instrumento de los anarquistas; y los hemos visto seguir al gobierno de Madrid á Cadiz, donde defendieron con teson la causa, que habian abrazado.

Este modelo se propusieron la junta provisional y la regencia de Madrid, en la creacion de los voluntarios realistas; y pocos retratos ha habido que se parezcan tanto al original; pero que diferencia tan inmensa! Las cortes establecieron los voluntarios nacionales, para sostener instituciones, democraticas, y la regencia crea voluntarios realistas, para que sirvan de apoyo al poder absoluto, y encarga su organisacion á los ayuntamientos, del mismo modo, que lo habian hecho las cortes. ¿A quien se le occurrió jamas sostener el absolutismo por medio de instituciones populares, y armando los pueblos? Estaba reservado á la junta   —302→   provisional, y á la regencia de Madrid, semejante descubrimiento.

Los voluntarios realistas habian heredado de los voluntarios nacionales, sus predecesores, el derecho de alborotar los pueblos, de subyugar las autoridades, de ser intolerantes, y de fomentar toda clase de desordenes. Nadie podrá decir que los realistas hayan dejado perder este derecho; antes al contrario, han procurado ampliarle todo cuanto ha sido posible. Donde quiera que con motivos politicos han sido atropelladas las personas ó las propiedades, donde quiera que ha habido motines despues de reconocida la regencia de Madrid, puede asegurarse que alli han concurrido voluntarios realistas. Y esta proposicion dista mucho de ser aventurada, porque era necesario que todos los hombres turbulentos, capaces de figurar en la contrarevolucion, corriesen á alistarse en las filas de los voluntarios realistas, en donde se les proporcionaban mil medios de desahogar impunemente sus pasiones, y adquirian el derecho de examinar la conducta de todos cuantos no fuesen voluntarios, y de insultar á los que tuviesen ó afectasen tener por constitucionales. ¿Que pasatiempo mas agradable, para los ociosos y los vagamundos, que el de recorrer armados á todas horas las calles de los pueblos, entonando canciones insultantes y amenazadoras, y haciendo temblar á todos los hombres   —303→   de bien? Asi es, que muchos de los antiguos anarquistas, llevados de su aficion á esta especie de diversiones, no han perdonado medio de proporcionarselas, y de voluntarios nacionales se han convertido, casi de repente, en voluntarios realistas. Sus actuales compañeros no tienen ningun motivo de arrepentirse de haberlos admitido en sus filas, porque veteranos ya en el arte de los desordenes y de los insultos, desempeñan admirablemente su papel.

Pero no se reducian á estas las ventajas de los voluntarios realistas, pues con este titulo se veian protegidos por las autoridades, y conseguian adelantar sus negocios, mucho mas cuando sus contrarios pasaban por constitucionales. ¿Porque, como era posible, que uno que quisiese contraer meritos en la nueva carrera del absolutismo, por mas que estuviese encargado de administrar justicia, se resignase á confesar que tenia razon un liberal, que pleiteaba con un realista? Y en el caso de que ningun modo pudiese negarsela, ¿dejaria de retardarlo todo lo posible, y de hacer interminables los tramites? Hemos visto tambien, en la Gaceta de Madrid, que en los empleos dados en el ramo de rentas, se advierte siempre que el nombrado es capitan, oficial ó soldado de voluntarios realistas, con lo cual, se deja conocer cuanto no realza esta circunstancia el merito de   —304→   los pretendientes. El mismo escelentisimo señor ministro de hacienda es voluntario realista de Madrid, y es probable que S. E. se presente al despacho con el uniforme de su cuerpo, asi como el embajador duque de San Lorenzo se presentaba en el palacio de las Tullerias con uniforme de voluntario nacional.

Quizá la regencia de Madrid no ignoraba el absurdo, que cometia estableciendo los voluntarios realistas; pero su objeto no era tanto sostener el trono, como aumentar las fuerzas del partido á que pertenecia. Porque es preciso decirlo claramente; los que se llaman absolutistas son un partido como el de los exaltados en la epoca de las cortes, y ni unos ni otros quieren cosa, que se oponga en lo mas minimo á sus intereses. Se han manifestado celosisimos egecutores de la autoridad real, siempre que les acomodaban las providencias; pero cuando estas son algun tanto conciliadoras, cuando tienden á calmar la efervescencia y á tranquilizar los animos, entonces ya no aparece el mismo entusiasmo, se dice que las cosas van mal, que el Rey está rodeado de traidores, y que el no obedecer es una prueba de lealtad. Sirva de egemplo la conducta de los voluntarios realistas, cuando el Rey espidió un reglamento, que en algun modo hacia monarquica esta institucion. En algunas partes fue desobedecido abiertamente,   —305→   en ninguna se egecutó, y en todas se habló de el con el mas alto desprecio63.

Los que esto hacian eran los mas acerrimos absolutistas, á quienes ni aun detenia la consideracion de que, conduciendose de este modo, contradecian palpablemente sus principios. Porque ¿no es cierto que la esencia del imperio absoluto es que todos los vasallos sean unos seres pasivos, á quienes no es licito ni contrariar los decretos del que manda, ni aun murmurar de ellos? ¿No es cierto que lo que resuelva un rey absoluto, bien sea el resultado de su razon, el de sus pasiones, ó el de sus caprichos, todo es una ley, con tal de que aquella sea su voluntad? Pues si estas son las bases del absolutismo, ¿porque se oponen al cumplimiento de los decretos los mismos, que dicen que profesan esta doctrina? Si se responde á esto, que al rey se le engaña, que no puede mandar sino lo que sea conforme á sus intereses, etc., entonces se abre la puerta á que cada uno, segun su opinion, preste ó no obediencia á las reales ordenes; y de tales antecedentes se deducirá la   —306→   consecuencia de que es necesario un gobierno representativo. No pueden los vasallos discutir si lo mandado por el rey absoluto es bueno ó malo; les toca unicamente obedecer sus ordenes. Tampoco les es permitido examinar si se engaña el rey, porque el rey absoluto no puede engañarse; y por otra parte, ¿hay acaso mas pruebas de que al rey de España le engañase el ministro Cruz, que de que le engañe el ministro Aimerich?

Les parecerá á algunos, que se exageran las consecuencias del absolutismo; pero creo que las verdades, que quedan sentadas, no tienen replica. Dirán otros que la monarquia en España es moderada; á esto responderán los hechos; pero prescindiendo por ahora de ellos, es indudable que en aquella nacion se proclama todos los dias al rey absoluto por el partido dominante, y esta es la espresion favorita del señor Aimerich, ministro de la guerra. Vease la arenga, que dirigió á los voluntarios realistas de caballeria de Madrid, cuando bendigeron el estandarte. Otras autoridades superiores han encabezado sus escritos oficiales con las palabras de viva el Rey absoluto! y la Gaceta de Madrid, papel que se escribe bajo la direccion del gobierno, repite con frecuencia esta frase, ya en las felicitaciones que se dirigen al Rey, y ya en producciones de los mismos redactores. Pero sucede con los absolutistas lo mismo que sucedia con los constitucionales exaltados.   —307→   Estos no cesaban de victorear la constitucion, y jamas se atenian á lo que mandaba, sino convenia á sus intereses ó se conformaba con sus opiniones; y aquellos, proclamando al Rey absoluto estan resueltos á no obedecerle, si se opone á sus deseos. Unos y otros se han propuesto el mismo objeto, que es el de gobernar la España á su antojo. Pero volvamos á la regencia.

Estaba esta bien distante de arrogarse facultades para restablecer el orden en España, y para consolidar la obra del egercito francés. Al contrario, protegiendo esclusivamente á los realistas exaltados, haciendo la guerra sin distincion á todos los que se habian llamado liberales, y consintiendo los desordenes, si es que no los fomentaban sus agentes, conseguia perpetuar la discordia, inflamaba mas y mas las pasiones, y era el instrumento de un partido insaciable en sus venganzas, como en su ambicion. Apelo al testimonio de todos cuantos residian entonces en España, y ellos dirán si habia ó no desordenes en Madrid y en las provincias, si las carceles no estaban llenas en todas partes, si no era general la persecucion, y si las autoridades no eran las que atizaban el fuego de la discordia. ¿Pero como no habia de suceder asi, cuando se elegian los principales funcionarios entre los hombres, que pertenecian á un partido, y que mas se habian distinguido por sus principios exagerados?

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España es deudora á la regencia de Madrid del famoso sistema de purificaciones64. En 27 de junio, espidió un decreto, mandando cesar inmediatamente en sus destinos á todos los empleados civiles, que no lo fuesen antes del 7 de marzo de 1820, quedando tambien sin efecto los honores conseguidos desde aquella epoca. Los empleados, que lo eran antes de la revolucion, y que fueron separados de sus destinos por desafectos á la constitucion, debian ser repuestos. Quedaban sugetos á la purificacion de su conducta politica, á efecto de continuar, ó ser repuestos, los empleados nombrados por el Rey antes del 7 de marzo de 1820, que al restablecimiento del sistema constitucional no quedaron separados de sus puestos, y los que desde aquella epoca habian obtenido ascensos de escala ó estraordinarios, y variado de destinos. Para esta purificacion, «se tendrán por suficientes los informes reservados de su conducta politica, y calificacion de la opinion publica, que hayan gozado en los pueblos   —309→   de sus respectivos destinos, tomandose á lo menos de tres personas, y estas bien marcadas por su adhesion al gobierno real y á la sagrada persona de S. M., y exigiendose individuales, positivos y precisos, sin que sirvan los genericos y meramente negativos, y sin admitir las justificaciones voluntarias de testigos, presentadas por los interesados». Los empleados superiores debian purificarse en una junta establecida en Madrid, y compuesta de cuatro individuos. Se creaba en cada provincia otra junta, compuesta de cinco individuos, que debia entender en las purificaciones de los empleados subalternos. «Los que, en virtud de esta calificacion, no lograsen ser repuestos, tendrán el derecho de reclamar ante las mismas juntas, las cuales, sin forma de juicio, procederán á tomar nuevos informes de otras personas adornadas de las calidades espresadas, y en igual numero á lo menos, con cuyo nuevo examen determinarán finalmente lo que creyesen justo, sin que de esta segunda, calificacion haya lugar á reclamar. Unos y otros informes serán sellados y archivados en seguida, por exigirlo asi la conveniencia publica, sin poderse hacer de ellos otro uso».

Este decreto ponia en movimiento un gran numero de familias, que agitadas por el terror, y la esperanza, vivian en un continuo conflicto; otra porcion no menos considerable quedaba desde   —310→   luego reducida á la miseria. Era indispensable que desde marzo de 1820 hubiesen muerto, ascendido, pasado á otras carreras ó pedido su retiro muchos empleados, y que entrasen otros á ocupar sus vacantes, de suerte que no podia menos de haber un gran numero de empleados nuevos. Todos debian quedar sin destino, segun el decreto, y asi sucedió en efecto. Importaba poco que hubiese entre ellos hombres de mucho merito, y que se hubiesen manifestado constantemente enemigos de los desordenes y partidarios del gobierno monarquico: la regencia ni se embarazaba en esto, ni en el disgusto que semejante medida debia causar en un gran numero de familias, porque llevaba dos objetos, á cual mas importantes. Era el primero tener la satisfaccion de declarar por si y ante si nulo todo lo hecho por el gobierno constitucional, sin saber cual era la voluntad del Rey sobre este punto, y sin que ni remotamente pudiese créerse autorizada para hacerlo. Pero lo que se deseaba era poner las cosas en tan espantoso desorden, y adelantar de tal manera los intereses del partido, que cuando el Rey estuviese en libertad, se viese casi obligado á seguir el plan de la regencia. El segundo objeto de esta al despedir á los que fueron empleados despues del 7 de marzo de 1820, y á un gran numero de los anteriores, fue colocar en los puestos, que dejaban á los de su bando; es decir, hablando   —311→   en general, á hombres incapaces de desempeñar los destinos. Porque debo repetir, que los que con el nombre de realistas se declararon contra el gobierno constitucional, eran por lo comun personas de baja estraccion, sin carrera, sin principios y sin instruccion de ninguna especie65. Los que mandaban las partidas pertenecian casi todos á las ultimas clases de la sociedad, contandose entre ellos algunos, que habian sido bandoleros66. Los que seguian á semejantes gefes eran los jornaleros sin trabajo, los mozos que huian de las quintas, los que sacaban á la fuerza en los pueblos donde dominaban, y algunos perdidos, que escapando de las carceles, se metian á defensores del trono y del altar.

Estoy bien seguro de que no se me desmentirá con razones; y apelo al testimonio de todos los Españoles imparciales, y de cien mil Franceses, que han visto esas partidas llamadas de la fé. Habia en ellas, como ya he dicho, muchos hombres de bien, y no faltaban algunas gentes de educacion; pero en general el cuadro que acabo de trazar es exactisimo. Ni podia suceder otra   —312→   cosa, porque toda la juventud de algunas esperanzas, atraida por el oropel del sistema constitucional, que se llamaba el de la razon y de las luces, y seducida por las sociedades secretas, miraba con el mas alto desprecio á los serviles; y las tribunas de las tertulias patrioticas, y los periodicos ofrecian no pocos alicientes á la presuncion de ciencia y de talento, al paso que la milicia nacional voluntaria lisongeaba su espiritu marcial. Aun los jovenes mas sensatos, que aborrecian los desordenes y que no tomaban parte en las sociedades, ni pertenecian á los voluntarios nacionales, se avergonzaban de que los exaltados los llamasen serviles, porque esta voz sonaba muy mal en España, y llevaba consigo la idea de ignorancia, de bajeza, y de cobardia. Y como los que habian hecho servicios positivos para la contrarevolucion eran las gentes de confianza de la regencia de Madrid, facil es conocer que clase de nuevos empleados inundaria todos los ramos de la administracion, y cual seriá el plantel del nuevo egercito español. Ya se cogen á manos llenas los frutos del decreto de la regencia, pues hay muchas oficinas, en las cuales apenas se encuentra quien sepa escribir; se ignoran hasta las principales formulas, se dilapidan escandalosamente los recursos, y el nuevo egercito sin instruccion, sin disciplina, sin vestuario, y hasta sin armas, sin municiones y sin espiritu, ni militar, ni   —313→   politico, está demostrando la ineptitud de los que le mandan.

Los que eran empleados antes del 7 de marzo quedaron sujetos á purificar su conducta politica en virtud de este decreto: ¿pero de que modo? Los informes reservados de tres hombres decidian en primera instancia de su suerte, y si reclamaban, se tomaban informes, tambien reservados, de otros tres sujetos. Estos no tenian ninguna responsabilidad, porque ya la regencia previno con todo cuidado «que los informes se sellen y archiven, porque no ha de hacerse de ellos ningun otro uso». Miserable condicion la de los empleados, cuya suerte dependia y depende de la intolerancia de los que componen las juntas de purificacion, ó del informe que puede dar un enemigo suyo, u otro que pretenda para si ó para sus allegados sus mismos destinos!

No todo ha sido detestable en España bajo el gobierno constitucional. La misma libertad de imprenta, de la que se ha hecho tan escandaloso abuso, ha servido no pocas veces para que algunos empleados hayan publicado memorias interesantes sobre sus respectivos ramos, y hayan propagado conocimientos utiles. Tampoco todos los ministros han estado, durante aquella epoca, dominados del espiritu de partido, antes bien ha habido muchos que han buscado el merito y le han premiado; de suerte que un gran numero de   —314→   empleados han obtenido ascensos por las buenas cualidades, de que estaban adornados. Estos hombres, que eran el honor del ramo á que pertenecian, han quedado impurificados, porque elegidos los informantes y los de las juntas de purificacion, segun el espiritu del tiempo, entre los mas exaltados realistas, no era posible que tuviesen por adicto á la persona del Rey y al gobierno real á ninguno, que hubiese publicado escritos por mas utiles que fuesen, con tal de que en ellos se hablase de reformas, ó se elogiase algun decreto de las cortes, ó alguna providencia del gobierno constitucional, ni tampoco á aquellos, que habian obtenido ascensos. De este modo en virtud del decreto de la regencia de Madrid de 27 de junio de 1823, han sido, en general, despedidos los empleados mas utiles que habia en todos los ramos, y han entrado á ocupar sus puestos hombres incapaces de desempeñarlos con utilidad del servicio publico.

De resultas de los sucesos de Sevilla de 11 de junio, cuando las cortes nombraron una regencia provisional, la de Madrid dirigió á los Españoles una proclama67, que fue la señal de   —315→   que muchos centenares de hombres, que permanecian en los pueblos sujetos á la regencia bajo la salvaguardia, de que no podian ser incomodados   —316→   con arreglo á lo que estaba prevenido, fuesen encarcelados, con el pretesto de que habian sido liberales, y que debian servir de rehenes para ser sacrificados, si en Cadiz se atentaba contra la vida del Rey; ¿como si los que fuesen capaces de cometer semejante crimen, se embarazasen demasiado en la suerte de personas, á quienes en general no conocian, y como sino fuese para ellos un estimulo el que pereciesen tantas victimas, puesto que no ignoraban, que mientras que se cometiesen tales atrocidades, duraba aun la revolucion, al abrigo de la cual se proponian medrar! Estas prisiones fueron hechas por las autoridades ó por la multitud, pero consentidas y apoyadas por el gobierno, que dió pruebas de que veia con gusto semejantes tropelias, porque no solamente no hizo nada, para contenerlas, sino que se opuso á las medidas, que habia tomado S. A. R. el duque de Angulema para que se reprimiesen.

El principe generalisimo, cansado sin duda de   —317→   que, al abrigo de sus tropas, se perpetuasen los desordenes, y no queriendo participar de la odiosidad de unos escesos que se cometian á su vista, publicó un decreto, segun el cual los comandantes de las tropas francesas debian tener conocimiento de las personas, que se arrestasen por motivos politicos, y de las causas que producian los arrestos68. No parecerá creible que la regencia se opusiese al cumplimiento de este decreto, ya porque todo se lo debia al egercito francés y á su ilustre gefe, de quien, como he dicho, emanaba su autoridad, y ya porque el interes del bien publico, y el de la libertad del Rey, reclamaban   —318→   imperiosamente el que se llevase la mejor armonia con el duque, puesto que, sin los Franceses, nada podia adelantarse, ó por mejor decir, todo estaba perdido. Dictaba pues la prudencia y la necesidad, que la regencia se apresurase á aprobar, por su parte, lo dispuesto por el principe, y á prevenir á las autoridades españolas, que lo compliesen exactamente.

Pero no solamente era politico y necesario conformarse con el decreto del duque de Angulema, sino que este era justisimo, y el duque tenia facultades para espedirle. Era justo, y aun indispensable, porque el desorden crecia de tal manera, y tanto se aumentaba el numero de los perseguidos y la furia de los que perseguian, que la tranquilidad publica estaba espuesta á cada momento, y la opinion retrocedia de tal manera, que era de temer que á toda prisa se fuesen acumulando los elementos   —319→   de una reaccion. Las autoridades españolas, elegidas por la regencia entre los mismos gritadores, ó sometidas enteramente á estos, no solo no intentaban reprimir los desordenes, sino que los veian con complacencia, porque, á imitacion de sus gefes, su ciencia de gobierno se reducia unicamente á hacer en sentido opuesto todo cuanto habian hecho los anarquistas, sin duda para que se verificase, que en pocos meses fuesen perseguidos los mas de los Españoles, y muchos de ellos victimas y verdugos en un corto intervalo69. El egemplo del mismo gobierno constitucional, que   —320→   vino al suelo por los desordenes de los que se llamaban sus adictos, no fue suficiente para contener á los que, ciegos de venganza y de espiritu de partido, no veian la razon, ni tenia influjo sobre ellos la esperiencia70. Era pues preciso que los Franceses interviniesen en el remedio de un mal tan grave, y que tratasen con urgencia de tranquilizar á los infinitos Españoles, que miraban atonitos, que una tirania habia sucedido á otra tirania, y que la discordia era cada dia mayor.

El duque de Angulema tenia ademas derecho para hacer cumplir su decreto, puesto que el habia prometido á los Españoles orden y paz; se lo habia ofrecido á la faz de toda la Europa; y aun en los dias mas tristes de la revolucion, no había llegado la anarquia á mas alto punto de lo que llegó en muchos pueblos, despues de ocupados por los Franceses y por los realistas. Ya que no disolviese la regencia creada por el, porque los individuos, que la componian de ninguna manera correspondian á sus ofertas, ni á lo que exigia el bien publico, podia al menos encargar á los gefes de su egercito, que tomasen algunas medidas para que fuese calmando la agitacion. Por otra parte,   —321→   el egercito francés vivia en España con las precauciones que exigia su situacion; y es bien sabido que en tiempo de guerra, en las plazas ó puestos ocupados por las tropas, las autoridades civiles, y cualesquiera otras, estan sujetas á la militar. Seria, en efecto, muy chocante que al general francés, que mandase en un punto, no le fuese licito impedir las ocurrencias, que pudiesen comprometer la seguridad de sus tropas, y que el duque de Angulema fiase la existencia de su egercito al cuidado de los regentes y de los de su partido, que, en lugar de pacificar el pais, parecia que solo trataban de ponerle en combustion. Asi es que no podia oponerse ningun obstaculo racional á la egecucion de lo dispuesto por el principe generalisimo.

¿Pero de que sirve la razon, cuando el espiritu de partido dirige los negocios? El duque de Angulema tenia facultades para mandar lo que mandó; su decreto era conveniente y necesario; pero podia resultar de el que alguna venganza quedase por satisfacer, y que no se diese á los nuevos exaltados todo el ensanche, que necesitaban para apoderarse de la nacion. El decreto podía ser precursor del orden; establecido el cual, cada uno tomaria su puesto, y no todos los que mandaban, no todos los gritadores, aparecerian celosos defensores del trono; antes bien se vería que entre ellos habia muchos, que adularon al gobierno   —322→   de las cortes, y que casi todos habian permanecido pasivos espectadores de los sucesos, y sino tomaron parte en la revolucion, fue porque ó los desecharon ó no los buscaron por su ineptitud ó por su mala conducta. Desapareceria entonces todo el poder de la regencia y de los suyos, y quizá se atenderia al merito, y se adoptarian principios de moderacion. Era preciso alejar para siempre de España semejante epoca, ó por lo menos retardarla mucho tiempo, para que los realistas exaltados fuesen esclusivos en la direccion del reino, y no quedase en el, si posible fuese, hombre ninguno que hubiese dado indicios de desear alguna reforma, á no ser que alistandose de nuevo entre los absolutistas, diese las mayores pruebas de que se hallaba pronto á sacrificarles sus antiguos compañeros. Era tambien necesario que el Rey, cuando saliese de Cadiz, no oyese por todas partes mas que á los del partido de la regencia, y que rodeado constantemente por ellos, creyese que sus alaridos eran las voces de toda la nacion. Esta fue la base de toda la politica de aquel gobierno, y de aqui dimanó el furor con que recibieron sus partidarios el decreto del duque de Angulema, y la imprudente y desatinada colera, que manifestaron en sus palabras y en sus escritos.

La division realista, que, en union con las tropas francesas, bloqueaba á Pamplona, hizo con   —323→   este motivo una representacion á la regencia, estendida en los terminos mas furiosos, y amenazando sin rebozo á los Franceses. Desde la corte, y por agentes de la regencia, se mandaban hacer estas representaciones, á las cuales se suscribia maquinalmente. Sin duda la division navarra seria celosisima de la autoridad de la regencia de Madrid, cuando, pocos dias antes, casi todos los cuerpos, que la componian, se habian negado á obedecer las ordenes del general España, que la misma regencia habia puesto á su frente, y manifestaron que no querian tener mas general, que el conocido con el nombre de Juanito, que fue uno de los primeros que se declararon, por aquella parte, contra el gobierno constitucional. De suerte que buscaron para reclamar la autoridad de la regencia á los mismos que acababan de desobedecer sus ordenes, negandose á reconocer el general, que habia destinado para que los mandase. No bastaba representar, ó por mejor decir, era inutil hacerlo. Lo que se deseaba era que la representacion corriese, y que produsese el efecto de hacer odioso el egercito francés y su gefe. Para conseguirlo, se imprimió en Madrid; pero parece que el mariscal duque de Reggio lo supo bastante á tiempo para recoger los egemplares, y denunciar el escrito. La regencia mandó que se formase causa sobre esto, y la representacion se pasó á la sala de alcades de cara y corte; pero aquella corporacion,   —324→   en lugar de procedar á la formacion de causa, contestó con una apologia de la representacion, adoptando los sentimientos de la division navarra. Tal era la conducta de los tribunales, que se hallaban bajo la influencia de la regencia de Madrid.

No se contentaron los absolutistas con dar estos imprudentes pasos, sino que se espresaban en sus conversaciones y en sus escritos con el mayor calor, y hasta trataban de hacer la guerra á los Franceses, recordando las glorias del año de 1808 y siguientes. Era preciso que sucediese esta particularidad, para que el partido, que dominaba en Madrid, se pareciese en un todo al partido que dominaba en las cortes; y que, asi como este no reparó en desafiar á la Europa entera, cuando España le aborrecia, aquel tratase de romper con los Franceses, cuando sus fuerzas eran insignificantes, cuando no tenia fondos ningunos de que disponer, y cuando el dia que los aliados se retirasen de la peninsula, era indispensable que los exaltados realistas se marchasen con ellos. Esta conformidad dimanaba de que uno y otro partido querian que se desplomase el estado, antes que dejar ellos de dirigirle; y lo mismo se les daba á los absolutistas, por la libertad del Rey, que á los anarquistas, por la observancia de la constitucion. La transaccion con las grandes potencias destruia la faccion á que pertenecian los siete ministros   —325→   patriotas, asi como los principios de moderacion y de orden debian acabar necesariamente con los llamados realistas, en cuyo sentido obraba la regencia.

A pesar de tantas contradicciones, y aunque el duque de Angulema modificó su decreto, no dejó de producir buenos resultados, porque los Franceses pusieron á muchos en libertad; y como la masa de los pueblos detestaba las persecuciones, este solo paso bastó para contener algun tanto á los alborotadores, y para que no se volviese á hablar de rehenes por la vida del Rey. La misma regencia, no pudiendo negar los desordenes de que se quejaba el duque de Angulema, y queriendo dar á entender que se interesaba en remediarlos, hizo publicar, con fecha 13 de agosto, un decreto dado por el Rey en 10 de junio de 1814, en el cual se mandaba que no fuesen molestados aquellos sujetos, de quienes no se supusiese que podian comprometer la tranquilidad publica, y en el se estampaba esta hermosa maxima, que ni se observó entonces, ni se ha observado despues: «Espera S. M. que la moderacion y justicia de su gobierno enmendará, mas bien que el terror, los escesos de imaginacion».

Pero como si la regencia se propusiese anular los efectos favorables, que podia producir este decreto, le encabezo del modo siguiente. «El crecido numero de prisiones, que los pueblos en el   —326→   esceso de su celo, y arrebatados de amor, y lealtad71 á la sagrada persona del Rey nuestro señor, ejecutan de varios sujetos, so pretesto de su adhesion al sistema constitucional, etc.» De suerte que no podia emplear espresiones mas energicas para disculpar los escesos, y en lugar de pintarlos como el resultado de las pasiones, y de castigar á los que los cometian, los atribuye á celo y amor al Rey; y como nada se ha recomendado tanto como este amor, serán tanto mas benemeritos los realistas, cuantos mas desordenes cometan, por que esta, segun la regencia, será   —327→   una prueba de que el amor es en ellos mas vehemente.

He dicho que la anarquia reinaba en los pueblos sujetos á la regencia de Madrid, y ella misma lo prueba en este decreto, porque de el resulta que no eran las autoridades las que prendian, sino los pueblos y donde esto sucede, rige de hecho la soberancia popular, y por consiguiente se vive en el desorden y en la anarquia.

El general Ballesteros celebró con el conde Molitor el convenio, de que ya he hablado y que aprobó el principe generalisimo. Todos los que deseaban sinceramente la libertad del Rey aplaudieron este suceso, pues aunque el segundo egercito español no se hallaba en el caso de dar golpes decisivos, sin embargo habia manifestado en la accion del 28 de julio que aun tenia vigor; y el caracter guerrero de su gefe, unido al conocimiento, que tenia de un pais, en el que habia hecho con gloria parte de la guerra de la independencia, podia prolongar la lucha con notable perjuicio de los pueblos, y comprometiendo quizá la libertad del Rey. Todos sabian que el buen exito de las operaciones del egercito francés pendia esencialmente de la brevedad, y que prolongada algun tanto la lucha, no seria dificil que una potencia poderosa tomase parte en ella de un modo suficiente para que el termino fuese largo y el resultado dudoso. Bajo este aspecto el convenio celebrado   —328→   por el general Ballesteros era utilisimo, asi como tambien por la gran influencia que este suceso debia tener y tuvo en Cadiz y en los demas puntos, en donde aun se obedecia á las cortes. Sola la regencia afectaba ignorar estas particularidades, y aun cuando no hubiese estado enterada de la incertidumbre de la Inglaterra con respecto á los asuntos de España, aunque no hubiese tenido presente, que el embajador de aquella potencia residia en Cadiz, al lado de las cortes, bastaba que los Franceses tuviesen per conveniente tratar con los gefes de los egercitos españoles, para que el gobierno de Madrid se apresurase á ratificar estos tratados, que sin duda conducian al termino feliz de la guerra.

Pero estaban muy distantes de pensar asi los señores de la regencia, que nunca se dieron por entendidos del convenio del general Ballesteros, contra el cual permitian que sus escritores se ensangrentasen todos los dias del modo mas soez, buscando todos los medios de aburrir á aquel general y á sus tropas, para que tomasen un partido estremo. Lease el periodico llamado, el Restaurador, y en el se podrán ver las imposturas y las iniquidades, que con consentimiento de los que mandaban, y aun añadiré con su aplauso, se dijeron del gefe y de las tropas del segundo egercito español, despues que habia celebrado el convenio con el duque de Angulema. Se esparcieron   —329→   emisarios por todos los cantones de aquellas tropas, sobornando á los soldados para que desertasen, y seduciendolos para acabar de destruir la disciplina. En fin, todo demostraba palpablemente que lo que se queria era precipitar al general Ballesteros, y obligarle á que empezase de nuevo las hostilidades, porque ni le importaba al partido dominante el que los pueblos fuesen victimas de la guerra, ni el que los Españoles y los Franceses derramasen sangre inutilmente, ni el que se prolongase y aun se hiciese incierta la libertad del Rey. Lo que se queria era que no hubiese ninguna especie de transaccion, y que ni remotamente pudiesen esperar el ser tratados con decoro aquellos, que no habian pertenecido á los clubs del servilismo, ó que no se habian identificado con los nuevos alborotadores.

Hemos visto al conde de Cartagena unido á los Franceses, y haciendo en Galicia esfuerzos estraordinarios para restablecer la paz y contribuir á libertad del Rey. Habia reconocido la regencia de Madrid y los Franceses le habian obligado, digamoslo asi, á que continuase al frente de las tropas y de la provincia. Los servicios, que estaba haciendo este general, eran de hecho, no podian ocultarse, y se leian en los boletines franceses. S. A. R. el duque de Angulema y todos los generales de su egercito, que estaban en relacion con el conde de Cartagena, tenian en el una absoluta   —330→   confianza, que llegaba hasta el punto de poner á sus inmediatas ordenes una brigada francesa. Sin embargo la regencia, lejos de aprobar lo hecho por el conde de Cartagena, guardó constantemente un profundo silencio sobre ello. Por otra parte, como aquel general habia tenido la fortuna de hacerse obedecer en Galicia, y de que la gran mayoria de los pueblos correspondiese á sus deseos, ni habia alli prisiones arbitrarias, ni persecuciones, ni motines, ni ninguno de los sintomas, que en otras provincias traia consigo lo que se llamaba restauracion. Ni aun permitia el conde que los nuevos exaltados tuviesen el recreo de salir por las calles á insultar con canciones y con apódos á los vecinos, que estaban bajo la salvaguardia de las leyes: en fin, en Galicia no se hecho nada de cuanto tenia por esencial el partido de la regencia para dejar bien puestos sus intereses. Con el objeto, pues, de suplir estas omisiones del conde de Cartagena, envió la regencia á Galicia dos comisionados regios para reanimar el espiritu publico, y para que manifestasen á los pueblos, que el general no estaba de acuerdo con la regencia, y que hallarian en ella un apoyo contra sus providencias.

No satisfecha la regencia con esta medida, tomó á principios de agosto el partido de exonerar al conde de Cartagena de la capitania general de Galicia, nombrando para relevarle al general   —331→   España. Para colmo de desacierto se envió el nombramiento de capitan general á favor de España al conde de Cartagena, sin hacerle ninguna prevencion, y con el objeto, sin duda, de que se aburriese y lo abandonase todo, pues no tenia á quien entregar el mando, hallandose el general España al frente de Pamplona, y no designandose el sujeto, en quien debia recaer durante su ausencia. Nada detuvo á la regencia; ni la arredraron las ventajas, que el conde de Cartagena acababa de conseguir sobre los constitucionales, ni el celo y decision que habia manifestado en el servicio del Rey, ni el hallarse aun ocupada por los disidentes la plaza de la Coruña, ni el pensar, en fin, que no era imposible, que con novedad de tanto bulto y tan inesperada, tomasen las cosas de Galicia diferente aspecto. El caso era seguir á todo trance la marcha, que se habia emprendido, y no permitir que tuviese la mas minima influencia en los negocios ninguno, que no perteneciese á su bando, aunque en ello se comprometiese hasta la libertad del Rey. Pero los Franceses, que conocian los muchos servicios, que estaba haciendo el conde de Cartagena, se opusieron energicamente á que se le quitase el mando, y la regencia tuvo que revocar su anterior providencia.

De este modo precipitaba á la nacion en un abismo de males un gobierno, que lejos de corresponder á las esperanzas del que le habia establecido,   —332→   y á los deseos de los hombres sensatos, empeñaba á los españoles en nuevos disturbios, retardaba el termino de la guerra y manifestaba deseos de que se prolongase, puesto que no perdonaba medio de aburrir á los generales y tropas que estaban neutrales, ó trabajaban á una con los Franceses, con el objeto, sin duda, de precipitarlos, y de que no dejasen las armas de la mano los defensores de las cortes, porque ¿quien habia de querer tratar con un gobierno, que se portaba tan impoliticamente con los que defendian la causa del Rey? Y sin embargo los absolutistas pretendian y lograron persuadir al monarca, que todo se lo debia á ellos, cuando es notorio que los decretos de la regencia llenaron de furor á los anarquistas de Cadiz, y que los desordenes, que consentia y fomentaba, les daban grandes esperanzas; al paso que los convenios del conde de Cartagena y del general Ballesteros, no solamente hicieron que se les cayesen las armas de las manos, sino que obligaron definitivamente á la Inglaterra á no tomar parte alguna en los negocios de España. Esta es la mejor demostracion, que puede hacerse de los servicios que prestaron los espresados generales, cada uno en su linea, para la libertad del Rey, y de los obstaculos que opuso la regencia para conseguir el mismo objeto. Los hechos no pueden tergiversarse, porque estan muy recientes, y las consecuencias son infalibles.

  —333→  

Abolidos por la junta provisional y por la regencia de Madrid todos los decretos de las cortes, y todas las ordenes del gobierno constitucional, la imprenta quedó sujeta á la censura, como lo estaba antes del 7 de marzo de 1820, y en la capital se publicaba la Gaceta y un periodico diario con el titulo de Restaurador. Como el gobierno por medio de sus agentes censuraba estos papeles antes de que saliesen á luz, es indudable que sus maximas y su doctrina estaban enteramente de acuerdo con las opiniones é ideas de la regencia, por que de otra manera no consentiria que se publicasen. Uno y otro periodico soplaban sin cesar la discordia, y declamaban abiertamente contra todo lo que pudiese tener roce con la moderacion, como que eran el organo de un partido exaltado, y estaban encargados de mantener los animos en continua alarma. La Gaceta era algo mas circunspecta, pero el Restaurador no guardaba consideraciones ni se disfrazaba en lo mas minimo, y el fraile, que le publicaba, no perdonaba medio de recomendarlos desordenes, las persecuciones, y el estermino de todos los que no eran exaltados serviles72. Este incendiario   —334→   papel estaba encargado de desacreditar al conde de Cartagena, de insultar al general Ballesteros y á sus tropas, y de esparcir sobre ellos mil calumnias, de declamar contra toda especie de transaccion, y en una palabra, era en sus ideas una copia exacta del Espectador, que en tiempo de la constitucion redactaban los exaltados, y en su lenguaje se parecia enteramente al Zurriago, periodico, con que abusaba de la libertad de imprenta la hez y la escoria de los demagogos. Ni podian diferenciarse unas de otras estas producciones del espiritu de partido y del furor de las pasiones.

Tal era la doctrina de paz, de concordia, y de moderacion, que predicaba diariamente un fraile, que merecia la confianza de los regentes, y que estaba encargado de propagar las máximas de su partido. El trono quiza podrá sostenerse momentaneamente con la espada, aunque es imposible que subsista sin la prudencia y sin la justicia: pero el altar solo se sostiene con la moderacion y con las virtudes. Ese deseo de venganza, que agita á los atletas de la intolerancia, ese furor de que estan poseidos y con el que pretenden defender su causa, solo sirve para acabar   —335→   de perderla, y para que confundidos los buenos con los malos, esperimenten unos y otros los efectos de la execracion, que solo merecen el Restaurador y sus compañeros.

Al mismo tiempo que se protegian estos libelos, se ponian mil trabas á la publicacion de algun otro papel en el que se hacian conocer los principios conservadores de toda sociedad, condenando la anarquia ó la soberania popular, que es lo mismo, bajo cualquiera aspecto que apareciese. La censura suprimia la mejor parte de estos escritos, y el Restaurador se desencadenaba contra ellos, sino con razones, á lo menos con injurias y con desverguenzas, y mientras que el fraile, que le escribia, estaba lleno de consideraciones, alguno de los escritores, que nunca habian dejado de publicar los mas sanos principios de politica, contra quien se levantó un torbellino de persecuciones, que mil veces fue amenazado por los anarquistas, y que sufrió muchos perjuicios y aun largos arrestos por defender la autoridad real, y por poner de manifiesto las funestas consecuencias de los desordenes y de la exaltacion, no solamente tuvo que arrojar la pluma de la mano, sino que se ausentó de un pais, donde los estremos se suceden sin intermision.

Si hay quien crea que he cargado demasiado el colorido del cuadro de la regencia de Madrid, le   —336→   contestaré unicamente, que me he propuesto decir la verdad, y denunciar las principales faltas, escesos y desordenes, que cometieron los gobiernos, que hubo, en España durante la revolucion. Ojalá que yo tuviese bastante elocuencia para inspirar odio á todos los estremos, y para rectificar la opinion sobre unos hechos, que distan mucho de ser bien conocidos! No hallo ni un solo motivo para tratar con mas consideracion al gobierno de la regencia, que al de las cortes. La unica diferencia que hay entre uno y otro es que el partido de la regencia se halla triunfante, al paso que el de las cortes, fugitivo y expatriado, debe ser acréedor á los miramientos que inspira la desgracia. Uno y otro han hecho á España males incalculables, y la historia no podrá menor de echarles en cara el furor con que procedieron, y la absoluta preferencia que dieron á sus intereses sobre el bien de la nacion.



  —337→  

ArribaAbajoLibertad del rey

La llegada del duque de Angulema al frente de Cadiz aceleró los preparativos del ataque, y desde luego se empezaron los trabajos contra el Trocadero. La noche del 30 al 31 de agosto, los Franceses asaltaron aquella posicion, sorprendieron á los que la defendian, y se apoderaron de ella con muy poca perdida. La guarnicion del Trocadero constaba de mil ochocientos hombres, de los cuales solo volvieron á Cadiz unos ochocientos, desalentados y sin armas; los demas fueron muertos ó prisioneros. La perdida del Trocadero desanimó aun á los mas fogosos partidarios de las cortes, y algunos dias despues, los ministros se atrevieron á enviar al general Alava á verse con S. A. R. el duque de Angulema. El principe exigió, por primera y unica condicion, que el Rey saliese de Cadiz, y lo arreglase todo, como tuviese por conveniente.

Las circunstancias no eran ya las mismas que antes de que los Franceses invadiesen la peninsula, y pisasen las Andalucias. Si en los meses de enero, febrero ó marzo de 1823, el gobierno español hubiese prometido hacer, y las cortes hubiesen hecho en efecto, algunas modificaciones   —338→   en la constitucion, los Franceses hubieran desistido de sus preparativos hostiles. Si aun en el mes de mayo, las cortes se hubieran ocupado en modificar la constitucion, y el gobierno se hubiera dirigido al duque de Angulema, pidiendo una suspension de hostilidades, y al mismo tiempo manifestando su buena fé á los soberanos aliados, é interesando en su favor á la Inglaterra, los Franceses habrian evacuado la peninsula; y si se hubieran obstinado en hacer la guerra, no lo hubieran verificado con tan prosperos sucesos. Les hubiera faltado entonces el ausilio de los Españoles moderados, que se unieron á ellos, porque desesperaron de todo acomodamiento despues de los escandalos del 11 de junio; hubieran sobrado militares distinguidos, que condujesen las tropas á los campos de batalla, y jamas se hubieran verificado ni la transaccion del conde de Cartagena, ni el convenio del general Ballesteros.

Pero tratar de acomodamiento, cuando reducidas las cortes á las estrechos limites de la Isla gaditana no contaban ni con hombres, ni con dinero, ni aun con armas; cuando los egercitos españoles se unian á los Franceses, y cuando, en Inglaterra, se habian perdido de tal modo las esperanzas de que pudiese irse sosteniendo la causa de las cortes, que no habia sido posible encontrar en aquel reino quien prestase dinero al gobierno constitucional, bajo ningunas condiciones; querer   —339→   negociar en medio de tales apuros, era lo mismo que ponerse á discrecion del vencedor.

La repuesta del duque de Angulema no fue satisfactoria para los de Cadiz, y las cortes decretaron que jamas se hablase de capitulacion.

El 16 de setiembre, bombardearon los Franceses á Cadiz, por espacio de dos horas, logrando introducir en la ciudad porcion considerable de balas y de bombas, que hicieron bastante estrago en los edificios. Una bombarda fue echada á pique por el fuego de los baterias de Cadiz, y este pequeño incidente produjo en aquella ciudad un jubilo estraordinario, sin duda porque era la primera ventaja, que la guarnicion conseguia sobre los Franceses.

Pero el entusiasmo fue de corta duracion, porque, el dia 20 de setiembre, la escuadra francesa, protegida por las baterias de tierra, atacó el castillo de Santi Petri, que se rindió despues de cuatro horas de fuego, no sin nota de cobardia en el que le mandaba, porque el fuego de los Franceses no era certero, como que se hacia á una gran distancia, y ni la guarnicion habia sufrido perdida considerable, ni estaban deterioradas las fortificaciones. Este golpe fue fatal para las cortes, porque no solamente aseguraba á los Franceses la posesion de un punto fortificado dentro de la misma Isla gaditana, sino que á estos les era ya tambien muy facil impedir las comunicaciones   —340→   por mar. La situacion de los constitucionales era muy critica. Despues de la toma del Trocadero, habia batallones que no podian hacer el servicio en la linea, porque se desertaban los puestos con los oficiales. Protestadas las letras, que se giraron contra el fondo de indemnizaciones, de que ya he hablado, no habia credito ni recurso alguno; y aunque las cortes impusieron á Cadiz la contribucion de diez millones de reales mensuales, era imposible hacer efectiva esta cantidad. El gobierno envió de nuevo al general Alava al cuartel general del duque de Angulema; pero la respuesta, que se dió á sus proposiciones, fue la misma que la primera vez.

Las cosas se hallaban en este estado, cuando, el 27 de setiembre, el batallon de San Marcial, que era el mas fuerte de los que habia en Cadiz y en la Isla, hallandose destacado en la costa y bateria de Urrutia, prorumpió en voces contra la constitucion, y llamó á los Franceses. No quisieron estos pasar, ó porque no tenian ordenes para ello, ó porque recelaron en los constitucionales alguna intencion doble. El general, que mandaba en la Isla, tuvo tiempo de acudir con otras tropas, y de hacer que el batallon de San Marcial se contuviese. Parece que ningun oficial tomó parte en este movimiento, y como no tenia cabeza, los mismos oficiales del cuerpo retrajeron á algunas compañias de su primer intento antes   —341→   de que llegase el general. Ocho granaderos, acusados de haber sido los autores de la sedicion, fueron pasados por las armas el dia siguiente.

Este acontecimiento causó mucho terror, y las gentes de las nuevas poblaciones huian á Cadiz, recelando que las tropas, que publicamente manifestaban en la Isla su mal espiritu, entregasen los puestos, y que los Franceses entrasen de mano armada.

El general, que mandaba en la Isla, manifestó al gobierno que, no pudiendo defender aquel punto por la posicion que ya ocupaba el enemigo, y por el poco numero y mal espiritu de la tropa que estaba á sus ordenes, pensaba abandonarle, y replegarse sobre la cortadura. Decia tambien que, á pesar del castigo impuesto á los ocho soldados de San Marcial, no habia que contar para nada con la tropa, ni mucho que esperar de los oficiales. El gobierno hizo reunir una junta de generales, que, examinando el parte del que mandaba en la Isla, convinieron en que la situacion era sumamente critica. Reunidas las cortes el dia siguiente, 29 de setiembre, se enteraron del estado de los negocios, y resolvieron, no sin alguna contradiccion, que el Rey podia salir á ver al duque de Angulema. S. M. determinó trasladarse al Puerto de Santa Maria el dia 1º. de octubre, y el 20 de setiembre, publicó el decreto, siguiente:

  —342→  

«Españoles! siendo el primer cuidado de un rey el procurar la felicidad de sus subditos, é incompatible esta con la incertidumbre sobre la suerte futura de la nacion y de sus individuos, me apresuro á calmar los recelos é inquietud, que pudiera producir el temor de que se entronice el despotismo, ó de que domine el encono de un partido. Unido con la nacion, he corrido con ella hasta el ultimo trance de la guerra; pero la imperiosa ley de la necesidad obliga á ponerle un termino. En el apuro de estas circunstancias, solo mi poderosa voz puede ahuyentar del reino las venganzas y las persecuciones, solo un gobierno sabio y justo puede reunir todas las voluntades, y solo mi presencia en el campo enemigo puede disipar los horrores, que amenazan á esta Isla gaditana, á sus leales y benemeritos habitantes, y á tantos insignes Españoles refugiados en ella. Decidido, pues, á hacer cesar los desastres de la guerra, he resuelto salir de aqui el dia de mañana; pero antes de verificarlo, quiero publicar los sentimientos de mi corazon, haciendo la manifestacion siguiente:

lº. Declaro de mi libre y espontanea voluntad, y prometo bajo la fé y seguridad de mi real palabra, que si la necesidad exigiese la alteracion de las actuales instituciones politicas de la monarquia, adoptaré un gobierno, que haga   —343→   la felicidad completa de la nacion, afianzando la seguridad personal, la propiedad y la libertad civil de los Españoles.

2º. De la misma manera, prometo libre y espontaneamente, y he resuelto llevar y hacer llevar á efecto un olvido general, completo y absoluto, de todo lo pasado, sin escepcion alguna, para que de este modo se establezcan entre todos los Españoles la tranquilidad, la confianza y la union, tan necesarias para el bien comun, y que tanto anhela mi paternal corazon.

3º. En la misma forma, prometo que cualesquiera que sean las variaciones que se hagan, serán siempre reconocidas, como reconozco las deudas y obligaciones contraidas por la nacion, y por mi gobierno, bajo el actual sistema.

4º. Tambien prometo y aseguro que todos los generales, gefes, oficiales, sargentos y cabos del egercito y armada, que hasta ahora se han mantenido en el actual sistema de gobierno en cualquiera punto de la peninsula, conservarán sus grados, empleos, sueldos y honores. Del mismo modo, conservarán los suyos los demas empleados militares, y los civiles y eclesiasticos, que han seguido al gobierno y á las cortes, ó que dependen del sistema actual; y los que, por razon de las reformas que se hagan, no pudieren conservar sus destinos, disfrutarán   —344→   á lo menos la mitad del sueldo, que en la actualidad tuvieren.

5º. Declaro y aseguro igualmente, que asi los milicianos voluntarios de Madrid, de Sevilla y de otros puntos, que se hallan en esta Isla, como cualesquiera otros Españoles refugiados en su recinto, que no tengan obligacion de permanecer por razon de su destino, podrán desde luego regresar libremente á sus casas, ó trasladarse al punto que mas les acomode en el reino, con entera seguridad de no ser molestados en tiempo alguno por su conducta politica ni opiniones anteriores, y los milicianos, que los necesitaren, obtendrán en el transito los mismos ausilios, que los individuos del egercito permanente. Los Españoles de la clase, espresada, y los estrangeros, que quierán salir del reino, podrán hacerlo con igual libertad, y obtendrán los pasaportes correspondientes para el pais que les acomode.

Cadiz, 30 de setiembre de 1823.

FERNANDO.»

Salió el Rey de Cadiz el 1º. de octubre, y en el Puerto de Santa Maria, le esperaban el duque de Angulema, y el presidente de la regencia de Madrid, con el ministro de estado, que se habian apresurado á salir de la capital, luego que lo verificó el principe generalisimo, para rodear al Rey   —345→   en el momento, en que recobrase su libertad. Tambien el general Ballesteros habia concurrido á felicitar á S. M. Esparcida rapidamente en la peninsula la noticia de la libertad del Rey, la alegria y la inquietud se vieron pintadas en el semblante de todos. Era general el jubilo por un suceso, que terminaba la guerra, y al mismo tiempo cada uno recelaba que el monarca tomaria un rumbo opuesto á sus ideas ó á sus intereses. Temian los verdaderos amigos de la monarquia y los que querian cerrar para siempre la puerta á las revoluciones, que el partido de la regencia ó de la exaltacion rodease á S. M., y le hiciese una pintura poco fiel del estado de la nacion, al paso que los absolutistas recelaban que los acentos de la razon llegasen á oidos del Rey, y que sus intereses y sus pasiones fuesen desatendidas; pero la incertidumbre fue de corta duracion, porque bien pronto se circuló el decreto siguiente:

«Bien publicos y notorios fueron á todos mis vasallos los escandalosos sucesos que precedieron, acompañaron y siguieron, al establecimiento de la democratica constitucion de Cadiz, en el mes de marzo de 1820; la mas criminal traicion, la mas vergonzosa cobardia, el desacato mas horrendo á mi real persona, y la violencia mas inevitable, fueron los elementos empleados para variar esencialmente el gobierno paternal de mis reinos, en un codigo democratico,   —346→   origen fecundo de desastres y de desgracias. Mis vasallos, acostumbrados á vivir bajo leyes sabias, moderadas, y adaptadas á sus usos y costumbres, y que por tantos siglos habian hecho felices á sus antepasados, dieron bien pronto pruebas publicas y universales del desprecio, desafecto y desaprobacion, del nuevo regimen constitucional. Todas las clases del estado se resintieron á la par de unas instituciones, en que preveian señalada su miseria y desventura.

Gobernados tiranicamente en virtud y á nombre de la constitucion, y espiados traidoramente hasta en sus mismos aposentos, ni les era posible reclamar el orden, ni la justicia, ni podian tampoco conformarse con leyes establecidas por la cobardia y la traicion, sostenidas por la violencia, y productoras del desorden mas espantoso, de la anarquia mas desoladora y de la indigencia universal.

El voto general clamó por todas partes contra la tiranica constitucion; clamó por la cesación de un codigo nulo en su origen, ilegal en su formacion, injusto en su contenido; clamó finalmente por el sostenimiento de la santa religion de sus mayores, por la restitucion de sus leyes fundamentales, y por la conservacion de mis legitimos derechos, que heredé de mis antepasados, que, con la prevenida solenidad, habian jurado mis vasallos.

  —347→  

No fue esteril el grito general de la nacion. Por todas las provincias se formaron cuerpos armados, que lidiaron contra los soldados de la constitucion. Vencedores unas veces, y vencidos otras, siempre permanecieron constantes en la causa de la religion y de la monarquia. El entusiasmo, en defensa de tan sagrados objetos, nunca decayó en los reveses de la guerra; y prefiriendo mis vasallos la muerte á la perdida de tan importantes bienes, hicieron presente á la Europa, con su fidelidad y su constancia, que si la España habia dado el ser y abrigado en su seno á algunos desnaturalizados hijos de la rebelion universal, la nacion entera era religiosa, monarquica y amante de su legitimo soberano.

La Europa entera, conociendo profundamente mi cautiverio y el de toda mi real familia, la misera situacion de mis vasallos fieles y leales, y las maximas perniciosas que profusamente esparcian á toda costa los agentes españoles por todas partes, determinaron poner fin á un estado de cosas que era el escandalo universal, que caminaba á trastornar todos los tronos y todas las instituciones antiguas, cambiandolas en la irreligion y en la inmoralidad.

Encargada la Francia de tan santa empresa, en pocos meses ha triunfado de los esfuerzos de todos los rebeldes del mundo, reunidos, por   —348→   desgracia de la España, en el suelo clasico de la fidelidad y lealtad. Mi augusto y amado primo el duque de Angulema, al frente de un egercito valiente, vencedor en todos mis dominios, me ha sacado de la esclavitud en que gemia, restituyendome á mis amados vasallos fieles y constantes.

Sentado ya otra vez en el trono de San Fernando por la mano sabia y justa del omnipotente, por las generosas resoluciones de mis poderosos aliados, y por los denodados esfuerzos de mi amado primo el duque de Angulema y su valiente egercito; deseando provéer de remedio á las mas urgentes necesidades de mis pueblos, y manifestar á todo el mundo mi verdadera voluntad en el primer momento que he recobrado mi libertad, he venido en decretar lo siguiente:

Primero, son nulos y de ningun valor todos los actos del gobierno llamado constitucional (de cualquiera clase y condicion que sean), que ha dominado á mis pueblos desde el 7 de marzo de 1820 hasta hoy dia 1º. de octubre de 1823, declarando, como declaro, que en toda esta epoca he carecido de libertad, obligado á sancionar las leyes y á espedir las ordenes, decretos y reglamentos, que contra mi voluntad se meditaban y espedian por el mismo gobierno. Segundo, apruebo todo cuanto se ha decretado y ordenado por la junta provisional de gobierno   —349→   y por la regencia del reino, creadas, aquella en Oyarzun, el dia 9 de abril, y esta en Madrid, el dia 26 de mayo del presente año, entendiendose interinamente, hasta tanto que, instruido competentemente de las necesidades de mis pueblos, pueda dar las leyes, y dictar las providencias mas oportunas para causar su verdadera prosperidad y felicidad, objeto constante de todos mis deseos. Rubricado de la real mano.

Puerto de Santa Maria, 1º. de octubre de 1823».

Era ya indudable el triunfo de la regencia, pues no solamente la confirmaba el decreto, que se acaba de léer, sino otras muchas demostraciones, y en todo se seguia el plan, que venia ya concertado desde Madrid. El Rey salió de Cadiz sumamente agriado por la conducta, que habian observado con el, y despues de los infinitos disgustos que habia sufrido, detestaba todo lo que se habia hecho durante el regimen constitucional. Pero habian pasado ya cerca de cuatro años de revolucion, y nuevas opiniones, nuevos intereses estaban mezclados con los intereses y con las opiniones antiguas. Y cuando era por lo mismo indispensable oir á hombres de opiniones diferentes para examinar detenidamente lo que convenia, el monarca se vió rodeado de agentes y de partidarios de la regencia, que aprovechandose de la prevencion que habia en el animo de   —350→   S. M., no perdonaron medio de alucinarle sobre el modo de terminar la revolucion. Sin embargo, no estaba aun muy distante el año de 1814, y aquel egemplo debia ser de alguna utilidad en 1823. El Rey se entregó á su vuelta de Francia en manos del mismo partido, que le rodeó al llegar al puerto de Santa Maria: entonces le dió los mismos consejos que ahora, y el estado se trastornó, manejando ellos mismos las riendas del gobierno. Casi todos tenian mandos, cuando el Rey juró la constitucion en 1820, y apenas hubo uno, que no se hiciese culpable entonces ó por egoismo ó por ineptitud: de suerte, que dirigiendo muy mal los negocios, prepararon la revolucion, y cuando estalló, ó la consintieron, ó no llegó tan adelante su celo por el trono, que quisiesen esponer ni remotamente sus vidas por conservar la autoridad del Rey.

Pero en España no hay que hablar de esto, pues se defiende con la intrepidez de la mas crasa ignorancia, que la revolucion nació repentinamente, sin que el gobierno hubiese dado el mas minimo motivo, y que si desde 1814 hasta 1820 se cometió alguna falta, fue la de no haber hecho ahorcar á la cuarta parte de los Españoles. Se ven dos hombres, el uno que defendió constantemente la autoridad del Rey, que combatió en sus discursos y en sus escritos los dessordenes y la anarquia, que fue perseguido y   —351→   estuvo espuesta su existencia por sostener los verdaderos principios de la monarquia, y el otro que en nada se opuso á ninguno de los escandalos de la revolucion, que conservó su destino, ó cuando mas se lo quitaron por inepto, y que en todas sus palabras y acciones demostró siempre el mas refinado egoismo; se vá á examinar que concepto merecen en el dia estos dos hombres, y se encuentra infaliblemente que el primero está perseguido, ó cuando menos tenido por sospechoso, al paso que el segundo disfruta la opinion de un verdadero realista: ¿Y como puede esplicarse este fenomeno? muy facilmente. El primero de estos sujetos dijo alguna vez, que los abusos del antiguo gobierno habian tomado tan gran incremento, que era necesario hacer algunas reformas, que los infinitos mayorazgos eran perjudiciales, y que tambien lo eran los muchos conventos; al paso que el segundo, siempre ha hallado que el gobierno existente era el mejor del mundo, y nunca se ha mezclado en cuestiones politicas. Esta es la escala, por donde hoy se mide en España el afecto al Rey y á las instituciones monarquicas, y he aqui con muy corta diferencia el retrato de casi todos los que rodearon á S. M., cuando llegó al puerto de Santa Maria. Y para que se vea de que modo se apoderaron del animo del Rey, bastará insertar el decreto, en que se confirma en el ministerio de estado al que ya   —352→   lo era de la regencia, y estaba tenido por uno de los coriféos de los absolutistas.

«En la desgraciada agitacion en que pusieron á mi corazon el año de 1820 sucesos, que no quisiera recordar, no hallaba mas consuelo que recurrir al Dios de las misericordias, para implorar su clemencia en favor de mi digna familia y de mi pueblo, dulces objetos de mis paternales desvelos. Necesitaba para esto de los ausilios de un director espiritual de insigne virtud, ciencia, y prudencia, y hallando estas prendas en D. Victor Saez, canonigo lectoral de la iglesia primada de Toledo, vine en nombrarle mi confesor: pero Dios, que no estaba aun satisfecho con las amarguras, que continuamente le ofrecia, permitió que antes de terminar aquel año, gustase yo la de su separacion, tanto mayor para mi, cuanto eran grandes las pruebas que me habia dado de fidelidad, con riesgo inminente de su vida. Restituido ahora á mi libertad y soberania, me complazco en volverle á mi lado, nombrandole, como le nombro, mi confesor, sin que este nombramiento obste al de mi primer secretario de estado y del despacho, cuyo empleo sirve y es mi voluntad que siga sirviendo»73.

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Pero el triunfo podia no ser duradero. El Rey habia conocido la decision, que tenian por su real persona, y los principios de probidad y de orden, de que estan penetrados muchos sujetos, que se habian hallado á su lado en ocasiones criticas y que no profesaban ideas exageradas. S. M. no podia de ninguna manera confundirlos con los anarquistas, porque le constaban sus principios monarquicos, y sabia que por ellos habian esperimentado muchas y terribles persecuciones. Estos hombres, que con la libertad del Rey salieron los unos de sus retiros y volvieron los otros de sus destierros, se encaminaban á encontrar á S. M. Era muy natural que el Rey quisiese oir su dictamen sobre el estado de los negocios, y era regular que ellos le hablasen con la franqueza y con la verdad en los labios, mucho mas cuando debian estar persuadidos de que si en todos tiempos convenia hacer entender al monarca el acento de la razón, nunca con mas motivo que entonces, porque los desaciertos podian producir males irremediables. Asi como los que proceden de buena fé quieren que sean oidos todos los dictamenes, y particularmente los de aquellos, que se han distinguido por su ciencia, por su esperiencia en los negocios y por su lealtad; del mismo modo los que obran con fines siniestros, aquellos que saben que no tienen razon, impiden por todos los medios imaginables el que se alze ni   —354→   una sola voz contraria á su sistema y á los intereses de su partido, y llevan hasta el estremo mas insoportable la intolerancia y la injusticia.

Creyeron, pues, los absolutistas que todos los medios eran licitos, con tal de que se consiguiese alejar del Rey á aquellos, que podian tener algun ascendiente sobre su animo y que no eran de su misma opinion. Pintaron al monarca con los colores mas negros á todos cuantos habian llevado el nombre de constitucionales, persuadiendole que su vida peligraba, sino se alejaba del camino, que debia seguir S. M., á todos los que habian hecho algun papel durante el regimen constitucional. Con arreglo á estos principios se espidió el real decreto siguiente.

«El Rey nuestro señor quiere, que durante su viage á la corte, no se encuentre á cinco leguas en contorno de su transito ningun individuo, que durante el sistema constitucional haya sido diputado á cortes en las dos ultimas legislaturas, ni tampoco los secretarios del despacho, consejeros de estado, vocales del supremo tribunal de justicia, comandantes generales, gefes politicos, oficiales de las secretarias del despacho, gefes y oficiales de la estinguida milicia nacional voluntaria, prohibiendoles para siempre la entrada en la corte y sitios reales al radio de quince leguas. Esta soberana determinacion es la voluntad de S. M. no sea comprensiva   —355→   para aquellos individuos, que despues de la entrada del egercito aliado hayan obtenido por la junta provisional ó la regencia del reino un nuevo nombramiento, ó reposicion en el que tenian por S. M. antes del 7 de marzo de 1820; pero unos y otros con la precisa condicion de encontrarse ya purificados»74.

Este es el lenguaje de la exaltacion, que solo respira venganza, y que no repara en los mas graves y mas palpables inconvenientes. Claro estaba que, mientras que no se revocase aquel decreto, no podia infringirle ninguno de los comprendidos en el, y por lo mismo bastaba decir que quedaban desterrados, sin añadir para siempre. Pero era preciso que constase en la real orden el furor del partido que la dictaba, el cual como que quiso privar al Rey de la facultad de ser clemente, haciendo en cierto modo irrevocable el decreto, con la palabra para siempre. Pues este   —356→   es, sin embargo, el mejor aspecto que tiene la real orden.

En todas las clases desterradas por el decreto, habia muchos hombres que se habian distinguido por su amor al Rey, y que, lejos de merecer castigo, eran acréedores á premio. Era una injusticia notoria é imprudentisima el proscribir por clases, y dado caso de que se recelara que atentasen contra la vida del Rey algunos anarquistas, cuando acababa de salir sano y salvo de Cadiz, ó que se quisiese privar de la vista del monarca á los que mas habian sobresalido en los desordenes, debia ser muy corto el numero de los desterrados. Pero de este modo, los absolutistas no lograban su objeto; pues no estendiendo sus medidas á clases enteras, era imposible impedir que hablasen al Rey aquellas personas, á quienes ellos querian alejar de su presencia. Conseguido esto, poco importaba que el numero de los desterrados fuese estraordinario, y que la injusticia y la impolitica resaltasen á los ojos de todos.

Lo que mas demostraba lo absurdo de este decreto era el comprender en el á los gefes y oficiales de la milicia nacional voluntaria, porque el numero de estos era de muchos millares de personas habiendose renovado la oficialidad de aquellos cuerpos por lo menos dos ó tres veces. Y es preciso tener presente que se habian declarado voluntarios muchos batallones que, al principio,   —357→   no lo eran, y que en su origen, cuando las facciones no habian tomado todavia el incremento, que tomaron despues, se echó mano para oficiales de la milicia nacional de los hombres de mejor opinion, y generalmente de propietarios, muchos de las cuales renunciaron sus destinos, luego que vieron el ascendiente de los demagogos, otros fueron separados por sospechosos, y otros continuaron por no esponerse á persecuciones. Tambien es de advertir que los voluntarios nacionales fueron constantemente en muchos puntos los defensores del orden. Sin embargo, el decreto á nadie esceptuaba, y tan comprendidos estaban en el los gefes y oficiales de la milicia nacional! voluntaria de Pamplona, que fue desarmada por orden de las cortes, como los de los batallones que desde Madrid escoltaron al Rey hasta Cadiz.

Por este decreto, se imponia á los que habian sido gefes y oficiales de voluntarios nacionales, y residian en el camino del Puerto de Santa Maria á Madrid, ó en un radio de cinco leguas, una pena, de que estaban exentos todos los demas del reino, á no ser á los de Madrid y quince leguas en contorno de la corte y sitios reales, á los cuales se les deterraba para siempre de sus hogares. El numero de estos pasaria de ochocientos hombres, casi todos los cuales vivian del comercio ó de la industria, que habian establecido en los pueblos, de donde se les arrojaba, ó que tenian en ellos   —358→   propiedades, que necesitaban de su inmediato cuidado para dar subsistencia á sus familias. De suerte que, á los mas de los oficiales de voluntarios nacionales de España, solo se les imponia la pena de no poder acercarse á Madrid ni á los sitios reales; á otros ademas de esta prohibicion, se les obligaba á abandonar sus hogares por el tiempo, que el Rey tardase en pasar por sus pueblos, ó á cinco leguas de ellos; y á otros, se les castigaba con la terrible pena de desterrarlos para siempre del seno de sus familias, sin que hubiese mas diferencia entre ellos que el haber residido en diferentes pueblos. ¡Oh sabiduria de las pasiones! ¡Oh prudencia del espiritu de partido!

Por otra parte, si los mismos anarquistas se hubieran empeñado en convertir en dias de llanto y de dolor los que solo debian ser de jubilo y de regocijo, ¿pudieran haber adoptado otro medio mas eficaz que el de sembrar el descontento en el camino, que debia seguir el Rey, en un numero muy crecido de familias, las mas de ellas distinguidas, las cuales, al ver al monarca, no podían menos de llorar la ausencia del padre, del esposo, del hijo, del amigo ó del pariente, dimanada de la misma presencia de S. M.? Quizá el Rey se hospedó en muchas casas, de las cuales habia tenido que salir ó el dueño ó alguno de sus hijos, ó de sus intimos amigos y allegados, en virtud del decreto, que acabo de insertar. ¿Y seria sincera la   —359→   alegria que manifestase aquella familia? ¿Pues que, con decir: «Yo lo quiero», estan sofocados todos los sentimientos de la sangre y del cariño, y se obliga á los hombres á amar ó á aborrecer? Asi grangeaban al monarca el afecto de los pueblos los absolutistas, que tenian sitiada su persona, y estos eran los medios de conciliacion y de justicia, que preparaban á la desventurada España!

¿Pero que les importaba á los pretendidos realistas, que el decreto tuviese tan fatales consecuencias, si por el se conseguia alejar del Rey á unos cuantos hombres, que podian señalarle el verdadero camino de restablecer la tranquilidad y el orden? No les incomodaban las quejas y las lagrimas de tantos proscritos, ni pensaban en los fatales resultados proximos ó lejanos que llevan siempre consigo las grandes injusticias. Lo que les complacia era la idea de que, antes de que el Rey llegase á Sevilla, fuesen arrojados de aquella ciudad unos cuantos amigos del monarca y de la monarquia, que habian dado pruebas irrecusables de merecer este titulo. ¿No fue echado de Sevilla el mismo que, el dia 7 de julio, cuando, despues de la derrota de los guardias, todo era confusion en palacio, se ofreció á sacrificar su vida al pie del trono, por salvar la del Rey75, mientras que la turba de cobardes, que habian precipitado á los   —360→   guardias solo tenian animo para temblar, y para rogar que los sacasen del apuro por cualesquiera medios, sin perdonar los mas humillantes?

Al lenguaje atrevido é insultante, con que los demagogos trataban al Rey, se sustituyó el idioma de la mas baja, mas grosera, y mas torpe adulacion. Las felicitaciones, los discursos, todo estaba atestado de bajezas y de una especie de idolatria, que, á primera vista, dejaba traslucir lo forzado de la espresion, y que, á falta de las palabras nobles y energicas que dicta el sentimiento y la conviccion, se buscaban exageraciones con que aparentar un respeto y una sumision que, en general, estaban muy distantes de tener los mismos que felicitaban. Quiero evitar á mis lectores el hastío que les causaria la insercion de algunos pasages de aquellos documentos; mas espero me disimularán, que copie un anuncio que se lée en la Gaceta de Madrid del 1º. de noviembre de 1823.

«El ayuntamiento de Sevilla ha nombrado una diputacion de su seno, para que acompañe á SS. MM. y AA. hasta la corte, y proveerá á cuantas urgencias, necesidades, gustos y deseos, pueda tener el Rey nuestro señor y su augusta real familia. S. M. le ha concedido el permiso de que continue y se presente todos los dias, como han suplicado los comisionados».

Aqui tenemos al rey de España viajando á espensas del ayuntamiento de Sevilla, que no solamente   —361→   debia provéer á cuantas urgencias y necesidades tuviese el Rey y su familia, sino tambien á sus gustos ó deseos. De este modo, hacian respetable la autoridad real los que intervenian en los negocios, y ni aun se les ocurria lo degradante, que era un lenguaje de esta naturaleza. Ademas, si esta fanfarronada andaluza hubiera llegado á verificarse, se hubiera cometido una gran injusticia, porque los fondos publicos de la ciudad de Sevilla hubieran quedado arruinados para siempre. Pero aun cuando no tuviese efecto, porque no podia tenerle, quisieron los que mandaban que se estampase aquella estravagancia en la Gaceta, porque se figuraban que ni España, ni la Europa entera, podrian dudar del eminente realismo, que inspiraba la presencia de Fernando VII, cuando un ayuntamiento se proponia satisfacer sus necesidades, urgencias, gustos y deseos, y los de su numerosa familia, en un viaje que duró veinte dias.

S. A. R. el duque de Angulema, que, como queda dicho, esperaba al Rey en el Puerto de Santa Maria, parece que quedó muy poco satisfecho del rumbo, que tomaban las cosas en España. Aunque no era natural que fuesen desatendidos tan pronto los importantisimos servicios del egercito francés, por cuyos esfuerzos el Rey habia conseguido la libertad, y aunque cualquiera desaire hecho al principe que le mandaba no solamente   —362→   refluia en el egercito entero, sino que era trascendental al mismo Rey cristianisimo, sin embargo, son muchos los datos que hay para créer que el duque cuando menos esperimentó desvíos, y no puede atribuirse á otra cosa la precipitacion, con que salió de España, cuando parecia regular que acompañase á Fernando VII hasta Madrid. Lejos de hacerlo asi, ni aun fue con el Rey á Sevilla, y á su paso por aquella ciudad, en la que residia la corte de España, no se detuvo en ella, ni aun veinte y cuatro horas; prueba bien evidente de lo poco satisfecho que estaba y á la verdad, no tendria nada de estraño el que el gefe del egercito francés se lamentase, viendo que no se cumplia ninguna de las promesas, que habia hecho á los Españoles. Quizá S. A. R. se acordó entonces del modo, con que fue acogido en 1815 por el gobierno español, como asi mismo el duque de Borbon, que se refugió tambien en la peninsula; y tal vez el principe tuvo motivos para creer que reinaba en 1823, en la corte de España, el mismo sistema, que la dirigia entonces.

El Rey permaneció en Sevilla hasta el 23 de octubre, y no llegó á Madrid hasta el 13 de noviembre. Esta detencion redoblaba la impaciencia general; pues se miraba como provisional todo lo que se hacia mientras que el Rey no llegase á la capital, y aun en algunos decretos se anunciaban medidas para cuando S. M. estuviese en Madrid.   —363→   Le esperaba alli el conde Pozzo di Borgo, enviado estraordinario del emperador de Rusia, que vino á cumplimentarle por su libertad, y que, segun la opinion publica, influyó poderosamente en el animo del Rey para el nombramiento del nuevo ministerio. Componiase este, en general, de hombres mas moderados que sus antecesores, y el ministro de estado de la regencia, aquel, que fue confirmado en el ministerio por S. M., en uno de los primeros decretos que espidió despues de la salida de Cadiz, el mismo de quien hacia el Rey el pomposo elogio, que hémos visto en otro decreto (pagina 352), fue exonerado, y salió de Madrid.



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