Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  —202→  

ArribaAbajoEntrada de los franceses en España. -Junta provisional. -Observaciones sobre la obediencia que debian los españoles al gobierno constitucional

Mientras que el gobierno español aceleraba los preparativos de un viage, que solo parece que habia priesa en emprender, pues se hizo con la mayor lentitud, los Franceses concluian tambien los suyos, y el egercito que debia entrar en España se hallaba pronto á verificarlo á la primera señal. Nada habia dispuesto en la frontera para que encontrasen resistencia, y el ministerio huia de Madrid, dejando todos los ramos del estado en el mayor desorden.

El egercito de Cataluña, primero de operaciones, podria componerse, en aquella epoca, de unos veinte y cuatro mil hombres; pero estaban diseminados de tal manera, que los Franceses no hallaron cuatro mil reunidos en ningun punto. Parece sin embargo que no hubiera sido dificil reunir catorce ó diez y seis mil hombres, despues deguarnecidas las principales plazas, abandonando momentaneamente el país al cuidado de las milicias nacionales.

El segundo egercito de operaciones, que, segun   —203→   he dicho, se componia de las tropas que habia en los distritos militares 4º., 5º., 6º. y 8º, esto es, en los reinos de Aragon, Valencia y Navarra, en una gran parte de Castilla la Vieja, y en las provincias bascongadas y de Santander, debia cubrir la mayor parte de los Pirineos, y sin embargo, sus fuerzas eran muy reducidas. Cuando el general Ballesteros se retiró á Valencia, reuniendo todos los cuerpos que habia en la comprension de su mando, no pudo juntar mas de diez y seis mil hombres, sin que hubiesen quedado en las provincias mas tropas que las guarniciones de las plazas. Es de advertir que este egercito tuvo mucha perdida en la larga retirada, que hizo hasta Valencia.

El tercer egercito de operaciones, á las ordenes del conde del Avisbal, se organizaba en Madrid, componiendose en parte de cuerpos nuevos. Ademas del mando militar de Castilla la Nueva tenia el conde el de Estremadura, y á pesar de todos sus esfuerzos, de no reparar en medios, y de las grandes facultades de que estaba revestido, no pudo reunir mas de unos doce mil hombres.

El cuarto egercito de operaciones se componia de las tropas que guarnecian á Galicia, y Asturias, y una parte de Castilla la Vieja, las cuales se reducian á dos batallones de infantería, tres antiguos de milicias, seis ó siete de nueva creacion, dos regimientos de caballeria y uno de artilleria.   —204→   El conde de Cartagena estaba nombrado general en gefe de este egercito.

El egercito de reserva, que debia formarse en Andalucia, se componia de los cuerpos que guarnecian aquellas provincias, y de las tropas que iban escoltando al Rey y á las cortes.

Las plazas, en general, no tenian ni la guarnicion, ni los pertrechos, ni los viveres que necesitaban, y se hallaban en peor estado que despues de la guerra de la independencia, porque no se habia hecho en ellas reparo alguno. Jamas el gobierno hablaba de la plaza de Santoña, sin darle el sobrenombre de importante; y sin embargo, ni habia en ella viveres, ni artilleria, ni municiones, ni aun guarnicion. Si los Franceses no la ocuparon desde luego, fue porque algunas tropas, que se retiraban de Vizcaya, se metieron en Santoña, y se sostuvieron por medio de los acopios, que pudieron hacer de pronto, y de algunos ausilios, que recibieron por mar. Ni aun se hallaba en la plaza el gobernador, el cual, ocupado en despedirse de los habitantes y milicianos de Madrid, acudió tan tarde á su puesto, que no se acercó á Santoña ni con muchas leguas. En la Coruña estaba parte de la dotacion de artilleria, polvora y proyectiles de las plazas de Pamplona y San Sebastian, sin que el gobierno hubiese tomado medidas para que llegase todo con tiempo á su destino.

  —205→  

Ni se habian dado disposiciones mas eficaces para que se aumentasen los medios de defensa, y para proporcionar los recursos, de que en todas partes se notaba la mayor escasez. Las cortes habian revestido á las diputaciones provinciales de las mayores facultades, é infringiendo la constitucion, las habian autorizado para imponer contribuciones. El gobierno, por su parte, habia ampliado estas autorizaciones, y quería que todo se hiciese de acuerdo con los generales en gefe de los egercitos. Sin duda se tuvieron presentes los servicios, que en el año de 1808 y siguientes, hicieron las juntas de armamento y defensa, y aun se les dió este mismo nombre á las diputaciones provinciales; ¡pero que diferencia tan inmensa! Las juntas de 1808, compuestas de hombres celosos de la independencia, mandaban á pueblos llenos de fuego, que no habia especie de sacrificios que no estuviesen dispuestos á hacer para rechazar á los Franceses, y que siempre se hallaban prontos á tratar como traidor á cualquiera que quisiese oponerse á su entusiasmo; una era entonces la opinion, una la voz de los pueblos y de las provincias; ¿y quien hubiera osado contrariarla?

Pero las diputaciones provinciales de 1823 se componian, en general, de hombres moderados y prudentes, porque, en 1821, no se habian renovado sino en parte, y porque los demagogos,   —206→   contentos con enviar á las cortes muchos hombres de su confianza, no habian pretendido tener influencia en la eleccion de diputados provinciales; pues como estos destinos no tenian sueldo, eran mas bien una carga que una ventaja40. La gran mayoria de los diputados provinciales se hallaba en estremo disgustada de la marcha que habian tomado los negocios, y compuestas las diputaciones de sujetos acomodados, no podian menor de detestar la anarquia y el gobierno, que, con tanta imprudencia, comprometia la nacion. Conocian el estado de la opinion publica, no por las declamaciones de los periodicos y de las tribunas, sino por lo que veian en sus pueblos respectivos, y no podian alucinarse hasta el punto de creér que se queria la guerra41. Independientes   —207→   del gobierno, sin sueldos, y casi todos ellos sin pretensiones de ninguna especie, era imposible que no deseasen la paz, y tambien que la autoridad real se consolidase para hacer cesar la anarquia y el imperio de las facciones, que amenazaba destruir las clases y las propiedades. Por otra parte, no podian dejar de ver que las cortes y el gobierno, llenando á las diputaciones provinciales de atribuciones, habian faltado á lo prevenido   —208→   en la constitucion, con el objeto de descargar sobre ellas el peso de la guerra, y la odiosidad de las violencias y sacrificios, que trae consigo.

Pues en manos de estas corporaciones depositaron las cortes y el gobierno la direccion de los negocios mas importantes, cegandose hasta el punto de creer que habian de corresponder á sus deseos, y que de repente se habian de inflamar de lo que se llamaba patriotismo, y habian de renunciar á sus opiniones y á sus interes. Las cortes y el gobierno, resueltos á huir de los peligros, querian huir tambien de las dificultades que ofrecia el estado, en que habian puesto los negocios, y confiaron la direccion de ellos á cualquiera, por no embarazarse en pensar lo que se habia de hacer, ó mas bien porque sabian que no podia hacerse nada por sostener su causa. Lo mismo puede decirse de las facultades concedidas á los generales en gefe, que de acuerdo con las diputaciones lo podian hacer todo. ¿Y como era posible que se entendiesen con ocho, diez ó mas diputaciones que habia en el distrito de algunos? ¿No era facil calcular el embarazo, que iba á resultar de una disposicion de esta naturaleza? Pero aun cuando no resultase ninguno y que las diputaciones y los generales compitiesen en celo para créar egercitos y rechazar á los Franceses ¿cuales eran en este caso las funciones del gobierno y de las cortes? Mucho mejor hubiera   —209→   sido decir que uno y otras estaban disueltos, que las provincias se manejasen como quisiesen para vencer á los invasores, y que despues de vencidos se reunirian las cortes de nuevo, y los siete ministros patriotas acudirian tambien á Madrid á recoger los frutos del triunfo.

Tales eran las medidas, que se habian tomado para sostener las famosas respuestas á las notas de las grandes potencias. No se consultó ni á los generales que mandaban los egercitos, ni á las diputaciones provinciales, para empeñar á la nacion en una guerra y para desvanecer toda esperanza de transacion: pero cuando llegó el caso de obrar, despues que las cortes y el gobierno hubiéron ponderado bien los peligros, despues que manifestaron que no habia con que resistir á la invasion, y que los Franceses podian llegar á Madrid en pocos dias, despues en fin que atropellando todos los respetos y la misma constitucion que tanto proclamaban, obligaron al Rey á salir de la capital: nosotros huimos, digeron á los generales y á las diputaciones, y os dejamos el encargo de defender nuestra causa42.

Los resultados no podian menos de corresponder á semejantes antecedentes, y los Franceses   —210→   entraron por todas partes en España sin oposicion. El segundo egercito español se replegó sobre Valencia casi sin disparar un tiro, y el primer egercito se vió precisado á encerrarse en las plazas, despues de algunas acciones, en las que fueron derrotados Mina y sus subalternos. De este modo los Franceses se hicieron dueños del curso del Ebro con mucha mas facilidad de lo que pudieron haber presumido. Dejaron bloqueadas las plazas, que quedaban á retaguardia, y mientras que el segundo cuerpo á los ordenes del general Molitor ocupaba á Aragon, y se ponia en comunicacion con el mariscal Duque de Conegliano, que mandaba en Cataluña, el primer cuerpo y la guardia real avanzaban sobre Madrid por las carreteras de Guadarrama y de Somosierra.

Estaban muy persuadidos los ministros y las cortes de que el Conde del Avisbal disputaria el paso de las montañas y haria los mayores esfuerzos, para que los Franceses no entrasen en Madrid sin esperimentar resistencia. Si una division española arrostró en Somosierra, en 1808, el poder del mismo Bonaparte, que conducia un egercito formidable; si la capital de España cerró las puertas á aquel conquistador, y solo se las abrió despues de haber disparado los Franceses cuatro mil cañonazos, y despues de haber salido de la poblacion casi todas las tropas, y si en aquel   —211→   tiempo no mandaba un hombre tan acreditado de actividad y de intrepidez, como Avisbal; los que se complacian en confundir las dos epocas de 1808 y 1823 ¿como no habian de esperar que el Duque de Angulema hallaria una firme resistencia antes de entrar en Madrid, tanto mas cuanto no traia consigo ni la mitad de las fuerzas que conducia Napoleon? Ademas tenian los gobernantes una confianza absoluta en la decision del Conde del Avisbal, que habia profesado abiertamente sus principios, y á quien habian concedido grandes facultades y llenado de elogios. La misma conducta, que el Conde habia observado en Madrid, y en las provincias de su mando, no perdonando medio de aumentar su egercito y de proporcionarle lo necesario, indicaban el proposito firme que habia formado de hacer la guerra, y á esto parece que debia tambien inclinarle la consideracion del gran numero de enemigos, que se habia grangeado ultimamente.

Sin embargo, nada sucedió de lo que se esperaba, y el Conde, pocos dias antes de llegar los Franceses á Madrid, publicó un papel, en el cual manifestaba que era indispensable modificar la constitucion. De este modo quedaban frustrados todos los calculos que se hacian en Sevilla sobre la decision, la intrepidez, y las cualidades brillantes, que los periodistas y el ministerio suponian en el Conde del Avisbal, y que creian las iba á emplear   —212→   en defender su causa. El Conde ó no tuvo bastante tino para formarse un partido en el egercito, ó quiso dejar á cada uno en libertad de seguir su opinion, y el resultado fue que tuvo que ocultarse en Madrid hasta la entrada de los Franceses. Mas no por eso dejó de producir en el egercito grandes consecuencias la conducta del Conde del Avisbal, porque muchos oficiales se quedaron en Madrid, la division, la discordia se introdugeron en los cuerpos, y los soldados se desertaron en gran numero.

Los Franceses entraron en Madrid el 24 de mayo en medio de la aclamaciones de los habitantes, que no podian menos de desear con ansia la intervencion de los estrangeros, ya porque habian esperimentado las zozobras y una parte de los males que lleva consigo la anarquia, y ya porque casi todos estaban interesados en que se restituyese alli la corte43. Sin embargo de que   —213→   no hallaron ninguna resistencia desde que pasaron el Vidasoa, pues no merece aquel nombre una ligera escaramuza que hubo en Logroño, y que se decidió inmediatamente en su favor, tardaron   —214→   los Franceses en llegar á Madrid cuarenta y siete dias despues que entraron en España, desmentiendo los pronosticos de los diputados á cortes, que para que se adoptase la huida á Sevilla, dijeron que les era facil á los enemigos llegar á la capital en pocas jornadas, y aun hubo un diputado militar, que redujo á cinco los dias   —215→   necesarios para andar las cien leguas que hay desde el Vidasoa á Madrid.

Tiempo es ya de que digamos algo sobre la conducta politica que observaron los Franceses en España, y este examen es tanto mas importante, cuanto los resultados han sido inmensos. Para dar á entender que no se atentaba en lo mas minimo á la independencia nacional, y que el objeto de la ocupacion era solo restablecer el orden y poner al Rey en libertad, el Duque de Angulema creó, luego que entró en España, una junta provisional, que se puso al frente de los negocios, habiendose instalado en Oyarzun el dia 9 de abril.

Me parece que fue un error el que se crease en España un gobierno y no se declarase Lugar teniente del Reino al serenisimo señor Duque de Angulema, mientras que Fernando VII recobraba su libertad. En los acontecimientos, que indispensablemente debian seguirse á la ocupacion, importaba sobre manera el que todas las ordenes partiesen de un mismo punto, y tuviesen por consiguiente un mismo objeto. Era facil prevéer que el Duque, como generalisimo del egercito, frances, no habia de tardar en tener motivos de disgusto, por las competencias con el gobierno español, y que estas competencias entorpecerían las operaciones, dividirian los animos, y tal vez serian de gran trascendencia. Por otra parte los Españoles   —216→   estaban en estremo divididos, y era dificil elegir para la junta provisional hombres, que tuviesen opinion en todos los partidos, y lo que aun es mas, que supiesen olvidar sus resentimientos y sus pasiones para tratar unicamente de conciliar los animos, en lugar de exasperarlos. El unico argumento que hay contra la opinion de que el Duque de Angulema debia mandar en nombre del Rey, es el que déjo apuntado, de que no se creyese que por este medio se pretendia dar á la Francia una influencia absoluta sobre la marcha de los negocios. Pero esta objeccion es insignificante, supuesto que los pueblos veian en el gefe del egercito frances un principe libertador y estaban muy distantes de que les causase celos la autoridad de S. A. R. Por otra parte, si el gobierno de Sevilla y sus agentes y apasionados pretendian valerse de este medio para atraerse partidarios ¿ácaso no podrian emplearlo del mismo modo, tratandose de una junta creada por el Duque de Angulema? De suerte, que para los que intentasen alarmar á los celosos por la independencia, era igual que gobernase en España el mismo Duque, ó los hombres nombrados por el; al paso que los franceses no debian suponer que estos tendrian siempre la docilidad necesaria, para que siguiesen en un todo las insinuaciones y las miras del principe generalísimo.

Pero aun cuando hubiese justos motivos para   —217→   nombrar un gobierno provisional compuesto de Españoles, desde luego se deja conocer que era indispensable poner el mayor cuidado en elegir los hombres, que tanta influencia habian de tener en el restablecimiento del orden. Era imposible que se consiguiese este objeto tan esencial, y el primero que se habian propuesto los Franceses el entrar en España, si los sugetos designados para ponerse al frente de los negocios pertenecian á un partido, y no tenian bastante patriotismo para atender con preferencia al bien general. Sin embargo la junta provisional se compuso de hombres amantes sin duda del Rey y de la monarquia pero enemigos irreconciliables de todo lo que llevaba el nombre de constitucional, quizá en general poco instruidos en la marcha de la revolucion de su misma patria, é incapaces de acomodarse en nada á las circunstancias. Obligados á refugiarse á un pais estrangero, ó por sus maniobras contra el gobierno español, ó por no sucumbir á las injustas persecuciones de los anarquistas, no veian en España mas que demagogos, enemigos suyos, en todos cuantos hombres moderados habia en la nacion, y no se fiaban sino de aquellos, que habian sido perseguidos y que tenian injurias que vengar. Ni los individuos de la junta provisional estaban esentos de las pasiones, que son tan funestas, cuando dan egemplo de ellas los que mandan.

  —218→  

¿Creyeron los Franceses, que para conseguir su objeto en la peninsula, necesitaban el apoyo del partido, que era conocido con el nombre de Servil? Si cometieron semejante error, seria sin duda porque los agentes que tenian en España les enterarian muy mal del estado de las cosas, ó porque vieron solamente por los ojos de los refugiados en Francia. Facil era sin embargo observar que los que descollaban entre los serviles, eran un partido estremo, como lo eran tambien las anarquistas, y que entre unos y otros estaba la masa de la nacion, la parte mas ilustrada de ella, y todos aquellos, que deseaban un orden de cosas estable y solido. No parecia posible ignorar, que si la revolucion en España no habia llegado á los furores á que llegó en Francia, no fueron los absolutistas, los que lo impidieron, sino los moderados. Estaban bien recientes los hechos, y parece que no era licito dudar de ellos ni un solo momento. No fué, por egemplo, el general Eguia, el que egerciendo en Madrid la autoridad militar y politica, hizo frente á la anarquia, dispersó las asonadas, desconcertó las maquinaciones y salvó cien veces la monarquia y quizá la vida del monarca. No fueron Grimarest ni Aimerich los que en Galicia y en Aragon, á costa de los mayores sacrificios y con notoria esposicion de su existencia, trastornaron los planes de Riego y de Mina. Tampoco fueron el marques de Mataflorida,   —219→   ni el obispo de Osma, ni el consejero Calderon, los que ocupando el ministerio desde marzo de 1821 hasta julio de 1822, se opusieron constantemente á anarquia, trabajaron sin cesar para consolidar la autoridad réal, y se negaron á sancionar el famoso decreto de Señorios, que á nada menos se dirigia, que á sublevar los colonos contra los propietarios, y á precipitar de tal modo la revolucion, que las clases inferiores tomasen una parte activa en ella. No eran en fin los refugiados en Francia los que ya en la tribuna, ya al frente de las provincias, ya por medio de la imprenta combatian sin cesar los principios anarquicos, reprimian los desordenes, y se esforzaban en sostener la autoridad del Rey. Pues á estos sin duda se debia el que la forma de gobierno no hubiese cambiado en España desde 1821. Por ellos existia aun la monarquia y por ellos vivia todavia el monarca. Ni consiguieron facilmente en mil ocasiones parar el carro de la revolucion, y anular las tentativas de los anarquistas: muchas veces sufrieron las mayores persecuciones, se vieron encarcelados, hubieran sido victimas de su odio á la demagogía, si casualidades imprevistas no los hubieran arrancado de las manos de los verdugos44.

  —220→  

Publicos y notorios eran los esfuerzos de estos hombres, y no podia dudarse que á ellos unicamente se les debia, el que el terror no hubiese dominado en España desde los primeros dias de la revolucion, y el que no hubiese seguido los mismos pasos, que en Francia. Es evidente que los que clamaban: viva el Rey absoluto! y querian sostener este grito con las armas en la mano, no contribuyeron sino á aumentar la confusion, á aniquilar á los pueblos, á hacer odiosa la causa que defendian, y á dar armas á los anarquistas para egercer sus furores, y para amenazar hasta al mismo Rey. ¡Con cuantos egemplos pudiera aumentar las pruebas de lo que dejo dicho! Pero es demasiado notorio para que me entretenga en amontonar razones, y no debo perder de vista, que no escribo la historia de la revolucion de España, sino anotaciones para ella.

No era pues de esperar que los Franceses contasen solamente con el apoyo del partido servil, si es que no se les habian desfigurado los hechos, y sino habian cerrado enteramente los ojos sobre la marcha de la revolucion. Era muy corto el numero de españoles, que no estaban fatigados del desconcierto y de la anarquia, y que no temblaban al considerar los horrores en que, de un momento á otro, podian verse envueltos; y todos conocian que sin la intervencion estrangera no podia establecerse en España un gobierno solido,   —221→   sino á costa de infinitos sacrificios y de arroyos de sangre. Asi es que los Franceses de ninguna manera podian grangearse mas bien el afecto de los Españoles, y corresponderá las esperanzas que se tenian de ellos, y á lo que habian prometido, que siguiendo siempre los principios de la sana politica, y huyendo de entregarse en manos de un partido.

Los votos de todos los Españoles ilustrados se dirigian á que se estableciese un gobierno moderado, y á que se huyese de todos los estremos. Por mas que los absolutistas, apoyados en los estrangeros, hayan levantado hasta las estrellas los gritos de furor y de intolerancia, para que no se percibiese el lenguaje de la razon y de la conveniencia publica, y por mas que lo hayan conseguido hasta cierto punto, es evidente que el olvido de lo pasado, la moderacion, y el gobierno representativo, tenian en España un gran numero de partidarios, y entre ellos á los hombres mas distinguidos de la nacion. Copiaré, como una de las pruebas de esta verdad, la esposicion que dirigió al duque de Angulema la alta grandeza de España, representada por treinta y seis de sus individuos. Decia asi: «Serenisimo señor; Los abajo firmados créeriamos no ser merecedores del nombre y de los titulos que nos transmitieron nuestros padres, si un solo momento retardasemos la respetuosa espresion de nuestra   —222→   gratitud á V. A. R., y la franca manifestacion de nuestros puros é invariables sentimientos para con nuestro Rey y nuestra patria.

La grandeza de España se honra sobre todo con el deber de distinguirse por los sacrificios que demanden la salud y la dignidad de sus soberanos legitimos, ó la prosperidad y la gloria del leal pueblo, á quien tiene justamente unidos sus destinos é intereses.

Mas por una singular combinacion de circunstancias, despues de haber dado esta clase la servidumbre precisa para el fatal viage á la familia augusta de sus Reyes, la presencia en Sevilla ó en los pueblos del transito de cualquier otro grande, debia considerarse como esteril para el servicio de S. M. y del estado; debia servir tal vez para dar armas á los enemigos del bien, ó para debilitar las de su ataque.

Aqui, escelente principe, en la capital de la monarquia española, donde, como en su centro, se han ostentado en todas epocas la acendrada lealtad de los españoles hacia su monarca, y su profundo respeto á las antiguas leyes y costumbres; aqui es, donde encontrabamos el puesto de utilidad para objetos tan sagrados y de honor para nosotros.

Ahora la oportunidad de desahogar nuestros pechos oprimidos, y de reunir nuestros deseos y nuestras fuerzas para lograr la suspirada restauracion,   —223→   era el dia venturoso, en que un hijo por el amor y heredero por la sangre del poderoso rey cristianisimo de Francia, ha aparecido en esta capital misma, rodeado de tantos miles de valientes, anunciando el grandioso designio de poner en libertad á nuestro Rey, y de hacer que reine de nuevo entre nosotros el orden, la paz y la justicia.

De V. A. R. son estas preciosas palabras; el juramento de que van acompañadas es el augusto nombre de Borbon tan caro á los Franceses y Españoles.

Nosotros, esclarecido principe, ponemos al cielo por testigo, é invocamos con noble y denodado esfuerzo la memoria de la fidelidad y del patriotismo de nuestros progenitores, y aun nuestra conducta misma durante el otro cautiverio, en credito de la uniformidad y de la energia de nuestros votos, por que tan grandes bienes se restituyan y se aseguren para siempre á esta grande nacion, tan maltratada en este triste y ultimo periodo, como benemerita de ellos.

Acabad, señor, pronta y felizmente el desempeño de vuestro noble encargo; juntad la libertad de un Rey de vuestra sangre á las justas esperanzas de una nacion amiga de la Francia; que de los esfuerzos reunidos de estos dos pueblos generosos resulte el bien Comun, y un   —224→   nuevo y duradero lazo de amistad y de alianza; que ahuyentadas las mezquinas y funestas pasiones, para hacer lugar á la benefica concordia, formada una sola familia con un solo espiritu en rededor del regio trono; puestos enfin los Españoles, en honrosa y sabia armonía con las naciones cultas de la Europa, tan lejos de las intrigas de la arbitrariedad precursora siempre de desastres, como de la inquieta y destructora anarquia, podamos un dia mas dichoso, y puedan nuestros hijos decir con inefable y permanente jubilo.

«El rey Ferdinando VII, de Borbon, cautivo en el alcazar de sus mayores, á pesar de sus fieles subditos, y la magnanima nacion española sojuzgada por la ominosa faccion de un corto numero, recobraron su libertad y sus fueros, y vieron renacer el suave y util yugo de una religion santa, la moral publica y el saludable imperio de las leyes, con el ausilio de la Francia, y bajo de la direccion de su augusto principe el duque de Angulema.

Nosotros mismos ó los que nos dieron el ser, fueron testigos, y quisieron ser cooperadores de esta gloriosa empresa, habiendo ofrecido cordialmente para su logro, sus bienes y sus vidas»45.

Debe observarse que la grandeza de España pedia «que se pusiese en fin á los Españoles en honrosa y sabia armonia con las naciones cultas de la Europa, tan lejos de las intrigas de la arbitrariedad, precursora siempre de desastres, como de la inquieta y destructora anarquia». Esto no era desear que las cosas volviesen al estado, que tenian en principios de 1820 ni en 1808. Aquel en fin manifiesta terminantemente que, despues de tantas vicisitudes, era ya tiempo de fijarse en un orden de cosas; y para prueba irrecusable   —226→   de que este orden de cosas no era la antiqua monarquia española, ni el reinado de Carlos IV, ni el de Fernando VII, se espresa que ha de estar en armonia con las naciones cultas de Europa. ¿Que mas señales se podian dar de que se deseaba la carta francesa ó la constitucion inglesa?

«Juntad, le decia la grandeza al duque de Angulema, juntad la libertad de un rey de vuestra sangre á las esperanzas de una nacion, amiga de la Francia». Luego los Españoles, ademas de la libertad del Rey, tenian otras esperanzas. ¿Y á que podian aludir estas, sino á la reforma del antiguo gobierno?

Es de notar que la grandeza de España, al manifestar su opinion, se dirige al duque de Angulema, como al unico que puede condescender con sus deseos, porque le supone autorizado para todo, y en esto veo confirmada la opinion de que el duque debió declararse Lugarteniente del rey Fernando. Es tambien muy digno de advertirse, que la esposicion de la grandeza es del 27 de mayo, y que la regencia, que, como vamos á ver, sustituyó á la junta provisional, se habia instalado el dia anterior. Sin embargo, la grandeza no se dirige al gobierno establecido por el señor consejero de Martignac, sino al principe generalisimo, en quien reconoce la autoridad de dirigir los negocios. ¿Por que fatalidad han sido   —227→   desechados los votos de la grandeza, á los cuales estaban unidos los de la mas sana parte de la nacion?....

El espiritu que dominaba en la junta provisional, y en algunos de los generales y empleados que venian con los Franceses, se propagó bien pronto á todos aquellos que tenian injurias que vengar, ó que deseaban adular al nuevo gobierno, para ser empleados. La multitud, de resultas de la guerra de la independencia, de la apatia de los seis años anteriores á la revolucion y del trastorno que produjo esta, se hallaba en un estado de insubordinacion, que se asemejaba mucho á la anarquia, y era preciso atraerla poco á poco al respeto que se debe á las leyes y á las autoridades. Lejos de abrazar este partido, se cerraron los ojos á los desordenes, y se aplaudieron y aun se escitaron por los mismos que debian reprimirlos. A los nombres de liberales y de serviles, con que se habian distinguido los partidos, se sustituyeron inmediatamente los de negros y blancos. Las canciones de los demagogos, hasta el mismo Tragala46, resonaron de nuevo, mudando alguna que otra palabra, pero conservando siempre el mismo espiritu de insultos, de venganzas y de   —228→   sangre, y sirviendose de los mismos tonos, que empleaban los anarquistas. A las voces de mueran los serviles! sucedieron las de mueran los negros! y enfin la multitud desenfrenada corria á imitar, y aun procuraba esceder, todos cuantos desordenes habia presenciado en los tres ultimos años. Se han visto mezclados entre los nuevos patriotas, pidiendo horcas para los constitucionales, y entonando canciones de muerte á los mismos, que poco tiempo antes se distinguian en los coros de los anarquistas.

Fue un delito haber dado la mas ligera muestra de aprobar alguno de los actos del gobierno constitucional; fue un crimen el haber egercido algun destino publico, ó algun cargo municipal, y lo fue tambien el haber sido voluntario nacional: es decir que se declaró criminal á la quinta ó sesta parte de los Españoles. Las carceles se llenaron de hombres á quienes ni se podia acusar de haber tenido parte en la revolucion, ni de haber cometido el mas minimo delito, ni de haber profesado opiniones exageradas; pero habian dado algunas muestras de ser partidarios del gobierno constitucional, y este era un crimen imperdonable. La junta provisional habia mandado que los voluntarios nacionales, que hubiesen abandonado sus casas y se restituyesen á ellas en el termino de quince dias, y en otro caso, incurririan en una multa; pero los que se sometieron al   —229→   decreto, ó fueron maltratados y conducidos á las carceles, ó cuando menos ellos y sus familias sufrieron todo genero de insultos. Los nuevos alborotadores no solamente conservaban las mismas canciones, empleaban los mismos tonos, y usaban de los mismos dicterios que sus antecesores los anarquistas de la revolucion, sino que insultaban y perseguian á las mismas personas á quienes habian perseguido aquellos: los moderados eran el objeto de la execracion de unos y de otros.

Tal era el aspecto que presentaban los pueblos, que habian reconocido la junta provisional, y tal el impulso que en tiempo de este gobierno tomaron los desordenes. Nada hizo para remediarlos, ni para que se sofocasen las pasiones y se respetasen las leyes; sus agentes toleraban y aun dirigian los motines, y nadie podrá decir que, en el mes y medio que duró el mando de la junta, haya hecho á los pueblos mas beneficios que los que hicieron los ministros que, al mismo tiempo, daban ordenes desde Sevilla. Unos y otros promovian la anarquia, y unos y otros darán cuenta severa á la historia de los males en que precipitaron á su nacion; pues el titulo de realistas, con que se cubrian aquellos, no será mas respetable á la posteridad que el de constitucionales, con que se disfrazaban estos.

Luego que los Franceses llegaron á Madrid, se   —230→   trató de que cesase en su funciones la junta, ó porque el titulo de provisional no pareciese ya conveniente, ó porque hubiese algun descontento con respecto á la conducta politica de los individuos que la componian. Se determinó establecer una regencia, y en atencion á que no podia saberse la eleccion del Rey ni era posible llamar á las provincias, para que concurriesen á ella, sin esponerse á prolongar dolorosamente los males que afligian al Rey y á la inacion47, se convocó á los supremos consejos de Castilla y de Indias, para que nombrasen ellos mismos los individuos que debian componerle. Los consejos contestaron que no se creian autorizados por las leyes del reino para elegir regencia, y se contentaron con presentar una lista de los sujetos que conceptuaban mas á proposito para regentes. El duque de Angulema se conformó con la propuesta de los consejos, y el 26 de mayo, se instaló la regencia,   —231→   compuesta del duque del Infantado, presidente; del duque de Montemar; del baron de Eroles teniente general; del obispo de Osma, y de don Antonio Gomez Calderon, fiscal togado del consejo de Indias. Claro está que, convocando á los consejos para que nombrasen la regencia, se quiso dar á entender que los estrangeros no tenian intervencion alguna en la eleccion; pero ademas de que la resistencia de los consejos desconcertó este plan, porque tuvo que hacer el nombramiento el duque de Angulema, hubiera importado mucho mas que en lugar de estas apariencias, se hubiese cuidado de que los regentes estuviesen dotados de luces, de prudencia, de moderacion, y de practica en los negocios. Nadie preguntaba si era el duque de Angulema, ó eran los consejos de Castilla y de Indias, los que realmente habian nombrado los regentes; pero todo el mundo examinaba cuales habian sido las opiniones y la conducta de estos, para congeturar que es lo que se podia prometer para lo sucesivo.

Dejemos por ahora la nueva regencia, y volvamos á coger el hilo de las operaciones militares.

El tercer egercito español, despues de haber evacuado á Madrid, tomó el camino de Estremadura, á las ordenes del marques de Casteldosrius. Los Franceses destacaron sobre el un cuerpo de tropas, y hubo una accion de retaguardia antes de llegar á Talavera. Los Españoles, en su retirada,   —232→   se dirigieron desde Estremadura á Andalucia, siguendoles el general Bourmont. Otro cuerpo de tropas francesas, á las ordenes del general Bordessoult, marchó á la Mancha; y á principios de junio, una division, mandada por el conde Bourk, se estableció en Leon, para preparar la ocupacion de Galicia y de Asturias.

El conde Molitor, con el segundo cuerpo del egercito frances, despues de haberse puesto en comunicacion con el mariscal duque de Conegliano, se dirigió sobre Valencia, en cuyas inmediaciones se habia detenido el general Ballesteros con el segundo egercito español. Ballesteros tenia estrechado el castillo de Morviedro, defendido por los realistas, y se disponia á romper el fuego contra el, cuando se acercaron los Franceses, y tuvo que desistir de su intento, abandonando la artilleria, y tomando la direccion de Murcia, despues de que su retaguardia opuso alguna resistencia al paso del Jucar por Alzira.

En Cataluña, el mariscal duque de Conegliano, despues de haber dispersado el destacamento de tres ó cuatro mil hombres que mandaba Mina, obligando á este á retirarse á Tarragona, y despues de haber conseguido varias ventajas sobre la division de Milans, se disponia para bloquear á Barcelona.

El conde de Cartagena, que habia renunciado el mando en gefe del quarto egercito español, se   —233→   vió estrechado por el gobierno á admitirle; pero no salió de Madrid hasta el 7 de abril, y despues de una corta detencion en Castilla la Vieja, se dirigió á Galicia, á organizar sus tropas.

Los Franceses abanzaban sin hallar casi ninguna oposicion por parte de las tropas, y sin que los pueblos hiciesen la mas minima demostracion de estar descontentos con su llegada; antes bien daban muestras de regocijo y de satisfaccion. Un gran numero de oficiales y de soldados abandonaba las filas constitucionales; en los cuerpos no habia ni entusiasmo ni aun deseo de llegar á las manos, y los gefes mas acreditados, los oficiales mas valientes, estaban llenos de tibieza, y no podian resolverse á tomar con calor una guerra, que veian desaprobada por la nacion. Las plazas de Jaca, de Tortosa y de Cardona, abrian las puertas á los Franceses ó á los realistas, y en fin todo anunciaba que los Españoles no estaban dispuestos á seguir el camino, que habian trazado las cortes y el ministerio.

Entretanto en Sevilla continuaba el mismo sistema que se habia observado en Madrid, y las cortes y el gobierno se obstinaban en manifestar que la guerra era nacional. Las cortes volvieron á abrir sus sesiones en aquella ciudad el 23 de abril, y no siendo ya posible que se sostuviesen en el ministerio los siete patriotas, leyeron sus memorias y fueron dejando los puestos á sus sucesores,   —234→   que ya no eran los mismos nombrados por el Rey en Madrid el 2 de marzo, porque de estos unos habian renunciado, y otros fueron depuestos, sin entrar en posesion. Alli fue donde las cortes dieron la ultima mano á la ley de señorios, á cuya sancion se habian negado los ministerios de 1821 y 1822, y puede decirse que quedó decretada una guerra encarnizada entre los propietarios y los colonos, y que se quiso envolver á la nacion en una interminable serie de litigios y de desordenes. Ni la injusticia tantas veces demostrada de aquella ley, en los terminos en que estaba concebida, ni la situacion de los negocios fueron capaces de arredrar á los diputados que dominaban las cortes, cuyo furor parece que crecia al paso que se iban disminuyendo las esperanzas de que triunfase su causa.

Se hallaba al frente de los ministros nombrados en Sevilla un hombre distinguido por sus talentos, y que, siendo diputado, habia tenido gran influencia en las principales determinaciones, que tomaron las cortes en la primera legislatura. Los ecos de su elocuencia varonil resonaron á menudo en el salon de las cortes, proclamando los verdaderos principios del orden social; pero la deferencia que manifestó varias veces á las ideas exageradas, contribuyó sobre manera al triunfo de los exaltados, y á el particularmente se le debe la famosa declaracion de la fuerza moral y el   —235→   decreto de señorios. En el tiempo en que subió al ministerio, era ya dificil que hiciese ningun bien, sin embargo, tal vez pudo haber impedido los escandalos de Sevilla, y era de esperar que no se dejase llevar por la impetuosa corriente en la que habian zozobrado sus antecesores. Por un efecto de las circunstancias, apenas se sabria que habia sido ministro el señor Calatrava, que tantos medios poseia para distinguirse, sino hubiese sucedido en su tiempo el nombramiento de la regencia de Sevilla, y la traslacion del Rey á Cadiz.

Los Franceses se adelantaban hacia Andalucia, y el egercito de reserva, que se formaba á la vista del gobierno, puede decirse que no existia, porque no se habian completado los contingentes del ultimo réemplazo, se habia hecho con gran lentitud la requisicion de caballos, y faltaban fondos, porque se pagaban muy mal las contribuciones. Esto sucedia en las provincias, donde residia el gobierno, que no tenia vigor, energia ni medios de hacer cumplir lo que mandaba, y sin embargo las cortes y los ministros querian que las diputaciones provinciales fuesen puntualmente obedecidas, y que en virtud de sus providencias la guerra fuese nacional. Es admirable la inconsecuencia de los que dirigian los negocios, y no puede esplicarse por que razon los que tanta prisa habian tenido para salir de Madrid, los que habian asegurado   —236→   á toda la nacion desde la tribuna de las cortes, que los Franceses podian llegar á la capital en muy pocos dias, los que veian que no se les hacia resistencia en ninguna parte, y que los pueblos los recibian como libertadores; estos mismos se obstinasen en créer que no serian invadidas las provincias de Andalucia.

Llega en esto á Sevilla la noticia de que los Franceses habian atravesado los montes: apoderase de las cortes y del gobierno el espanto y el terror; la confianza se convierte en miedo, y créen que los enemigos se hallan ya á las puertas de la ciudad. Reunense las cortes el 11 de junio, convocan á los ministros para que informen sobre el estado de las cosas: los ministros manifiestan que sabian muy poco de las fuerzas y de los movimientos de los Franceses, y dicen que el Rey no ha resuelto aun sobre la traslacion del gobierno, la cual opinaba el consejo de estado que debia ser á Algeciras. Se propone á las cortes que, como era de sospechar que los ministros no tuviesen la confianza necesaria de S. M., se enviase un mensage al Rey, para manifestarle la necesidad de trasladarse con toda la familia real á Cadiz, saliendo de Sevilla para el dia siguiente á medio dia. Una diputacion de las cortes llevó este mensage al Rey, el cual contestó «que su conciencia y el afecto que profesaba á sus subditos no le permitian salir de Sevilla; que, como particular,   —237→   no tendria inconveniente en hacer este y cualquiera otro sacrificio, pero que, como Rey, no se lo permitia su conciencia». El presidente de la diputacion de las cortes presentó á S. M. algunas observaciones, que no le hicieron variar de resolucion.

Enteradas las cortes de la respuesta del Rey, hizo el diputado Galiano la proposicion siguiente: «Pido á las cortes que, en vista de la negativa de S. M. á poner en salvo su real persona y familia de la invasion enemiga, se declare que es llegado el caso de considerar á S. M. en el de impedimento moral, señalado en el articulo 187 de la constitucion, y que se nombre una regencia provisional, que, para solo el caso de la traslacion, reuna las facultades del poder egecutivo». Las galerias recibieron con entusiasmo esta proposicion, á la cual se opusieron algunos diputados, que fueron amenazados de muerte en las galerias y en el mismo salon de cortes. Estas, dominadas por el miedo y por el terror, aprueban la proposicion de Galiano y nombran la regencia, compuesta del teniente general don Cayetano Valdes, diputado á cortes, presidente, y de los consejeros de estado don Gaspar Vigodet, teniente general, y don Gabriel Ciscar, gefe de escuadra. Es imposible describir el desorden y la informalidad que reinaron en aquella turbulenta sesion: las cortes se olvidaron hasta tal punto de la constitucion   —238→   y del reglamento, que ni aun fue nominal la votacion.

¿En virtud de que facultades las cortes hacian pedazos la constitucion, interpretando disparatadisimamente el articulo 187, y contra lo espresamente prevenido en el reglamento, del cual no les era licito separarse48? ¿Como podia suponerse el Rey en estado de delirio, porque se oponia á prolongar los males que pesaban sobre la nacion, y porque se conformaba con la opinion general de los pueblos, que de ninguna manera querian la guerra, y de lo cual no podia darse prueba mas terminante que el hallarse los Franceses en Andalucia? Dirán que la necesidad y la salud del pueblo obligaban á tomar medidas estraordinarias, que no se hallaban previstas; pero si era preciso sufrir la ley de la necesidad, si las cortes traspasaban tan escandalosamente los limites de sus atribuciones, si la constitucion ya   —239→   no podia sostenerse, ¿porque se habia de precipitar á la democracia antes que inclinarla hacia la monarquia? Quien era capaz, no digo yo de créer, pero ni aun de sospechar, que en el estado en que se hallaban las cosas, la España podia conseguir mas ventajas de la traslacion del Rey á Cadiz que de tratar con los Franceses49?

¿Pero que consideracion habian de tener con el bien estar de los pueblos los hombres que llevaban su obstinacion hasta el punto de oponerse manifiestamente á todos los principies de razon y de justicia, y á la espresa voluntad de la nacion? En medio de su delirio los demagogos que dominaban á los demas diputados, deseaban que los   —240→   pueblos fuesen saqueados por los Franceses y por los realistas, y que los habitantes sufriesen toda clase de estorsiones, para castigarlos del enorme crimen de no haber hecho la guerra á los Franceses, y para que aquellos continuasen disponiendo de la nacion española y gobernandola con la vara de hierro, que siempre habian blandido en sus destructoras manos. Los Españoles, en su concepto, ni aun con la muerte espiaban el delito de no haber preferido la anarquia, el terror, y la guerra civil, á la intervencion de los estrangeros, que querian que hubiese entre ellos paz, y que por su propio interes no podian querer otra cosa. Los que abrigaban tales sentimientos manejaban á su antojo las cortes, no porque no hubiese muchos diputados, que conocian la necesidad de poner termino á una oposicion tan inutil y tan funesta, y que lo deseaban con ansia, sino porque estaban dominados por los terroristas del congreso y por los que ocupaban las galerias, que hablando siempre de puñales y de esterminio, tenian atemorizados á los hombres de bien. Habia tambien algunos diputados que soñando siempre con la guerra de la independencia, creian que era mengua el tratar con los estrangeros, que algunos dias mas de resistencia podian producir la guerra nacional, y que con el triunfo se restableceria tambien el orden, sin correr todas las borrascas de la revolucion francesa50. Estos eran muy pocos, sus intenciones serian buenas, pero desde 1820 no habian cesado de dar pruebas de su imprevision y de su falta de uno para el manejo de los negocios publicos.

Las cortes tomaban la resolucion de refugiarse á Cadiz, y de llevar al Rey á aquella ciudad, despojandole antes de sus funciones, cuando no podian   —242→   tener ni la menor esperanza de que triunfase su causa, y cuando, en Portugal, desaparecia la constitucion, y el Rey recobraba su antigua autoridad. Las cortes portuguesas, viendo que la opinion publica se pronunciaba contra las nuevas instituciones, y que para sostenerlas, seria indispensable pasar por los trances de una sangrienta guerra civil, terminaron sus sesiones. ¿Y el congreso portugues se hallaba mas apurado que el español? ¿Habian acaso los pueblos de Portugal manifestado tan claramente su odio á la constitucion, como le habian demostrado los de España?

La traslacion del Rey de Madrid á Sevilla habia hecho ver la oportunidad de la medida de que formasen parte de la escolta los nuevos batallones de voluntarios nacionales. Semejante egemplo no debia perderse, y las cortes, en la misma sesion del 11, resolvieron que se escitase el celo de los voluntarios nacionales de Sevilla y demas pueblos, para que siguiesen al gobierno á Cadiz, ofreciendoles las mismas ventajas, que gozaban los voluntarios de Madrid. No faltaron quienes se prestasen á esta insinuacion; ya porque creyeron que no podian quedar en Sevilla sin esponerse, y ya tambien porque tenian esperanzas de conseguir algun destino al lado del gobierno.

Es probable que, al negarse el Rey á salir de Sevilla, contaba con los esfuerzos que debian hacer para apoyar esta resolucion los que trataban   —243→   de trastornar el gobierno constitucional. No hay duda que existia este plan, y es cierto que, segun el espiritu que se manifestó dos dias despues en el pueblo de aquella ciudad y en parte de las tropas, y atendiendo á la proximidad de los Franceses, no hubiera sido muy dificil hacer una contrarevolucion. Pero el arresto de un general estrangero, Doyle, que parece dirigia aquella empresa, y el de varios oficiales, que entraban en ella, bastó para desconcertar el proyecto.

El Rey salió de Sevilla, con toda la real familia, el dia 12 de junio, á las seis y media de la tarde, escoltado por los batallones de voluntarios nacionales de Madrid y Sevilla, por uno de Marina y por el regimiento de caballeria de Almansa. El viage debió ser sumamente incomodo para SS. MM. y AA., aun prescindiendo del estado de su espiritu, porque tenian que sujetarse al paso de la escolta de infanteria, y no se les proporcionaban mas que algunas horas de descanso. A las cinco de la mañana del 13, llegó el Rey á Utrera, de donde volvió á salir á las dos de la tarde de aquel dia, no habiendo entrado en Lebrija hasta las tres de la mañana del 14. Segun dice el coronel de Almansa Minio, en un manifiesto que ha publicado, la vida del Rey durante esta marcha estuvo sumamente espuesta. No indica por quien se formó el proyecto de asesinar al Rey, ni aun lo hace verosimil su relato, porque   —244→   asegurando que debió S. M. la vida á los cuarenta ó cincuenta caballos que llevaba á su inmediacion, deja conocer que ni el general que mandaba las tropas ni estas entraban en el, porque en tal caso, ó hubieran alejado del coche del Rey al coronel de Almansa y á sus soldados, dandoles orden para ir á otro punto, ó si se resistian, les hubieran obligado á ello. ¿Que son cincuenta caballos, en medio de la obscuridad de la noche, contra una columna de cinco batallones de infanteria? Y aun cuando el resto del regimiento de Almansa, que venia á retaguardia, hubiera tomado el partido del coronel, no por eso hubiera impedido el crimen, porque la noche no permetia obrar á la caballeria, y porque habia mil medios de cometerle, sin causar alarma. Hallo, por lo mismo, muy inverosimil, que en aquella noche se hubiese hecho alguna tentativa contra la vida del Rey; y en caso de que asi haya sucedido, seria muy parcial, y de ninguna manera entraron en ella ni el general, que mandaba la escolta, ni las tropas, ni menos los individuos de la regencia, porque si lo hubiesen intentado, les hubiera sido muy facil conseguirlo.

Tampoco se concibe como hallandose decidido por salvar al Rey el coronel de Almansa con su regimiento, y siendo esta la unica caballeria que habia en la escolta, no pudo lograr su intento, porque nada parece mas facil que el que el Rey hubiera montado á caballo, y en la primera noche   —245→   de viage ó en la segunda, dando algun rodeo, se hubiera dirigido, con el regimiento de Almansa, á encontrar á los Franceses. Tal vez, habrá habido para esta operacion inconvenientes que yo no prevéo; pero como no se deducen del manifiesto, que queda citado, resulta del mismo que hubiera sido facil poner al Rey en salvo, antes de que llegase á Cadiz.

No se detuvo el Rey en Lebrija, mas que hasta la una de la tarde del 14; y habiendo llegado á Xerez á las seis de la misma tarde, volvió á emprender la marcha á las once de aquella noche, y llegó al Puerto de Santa Maria á las dos de la mañana del 15. A las ocho de la misma mañana, se volvió á poner en camino, y llegó á la Isla de Leon, á la una de la tarde.

El mismo dia 15 de junio, la regencia, que habia salido de Sevilla con la escolta del Rey, publicó en la Isla el decreto siguiente: «La regencia provisional del reino, en vista de haber llegado ya S. M. á esta isla gaditana, y sabidora en este momento de que ha llegado tambien suficiente numero de diputados para deliberar en cortes, declara que desde ahora debia cesar, y cesa absolutamente en el egercicio de las facultades correspondientes al poder egecutivo, que le fueron concedidas hasta este caso por el decreto de las mismas cortes de 11 del actual».

Este decreto debia entenderse unicamente con   —246→   los ministros, para que, en lugar de dirigir las ordenes en nombre de la regencia, las encabezasen en nombre del Rey, porque ¿como había de suponer nadie, que en adelante egerceria el monarca alguna autoridad, y que no estaria reducido á la nulidad mas absoluta? ¿Puede darse cosa mas ridicula, que hacer bajar del trono á Fernando VII el 11 de junio, suponiendole en estado de delirio, porque no queria continuar la guerra, y volverle á colocar en el el 15 del mismo mes, sin que, por parte del Rey, se hubiese manifestado la menor demostracion de haber variado de modo de pensar? Pero como aun no habia llegado el tiempo de prescindir hasta de las apariencias de la monarquia, quisieron conservarlas á espensas de las mas absurdas contradicciones.

La mayor parte de los diputados á cortes salió de Sevilla la mañana del 13 de junio, en el barco de vapor. La ciudad habia quedado, desde el dia antes, abandonada por las autoridades, y sin mas fuerza militar que un regimiento de artilleria á pie, incompleto, y compuesto casi enteramente de quintos. El desorden mas espantoso reinaba en la poblacion, y á breve rato de haber salido el barco de vapor, sonaron las campanas de la catedral, el pueblo bajo se puso en comocion, y los equipages y personas que estaban embarcandose ó para embarcarse, ó los que se hallaban en barcos inmediatos á la rivera, fueron saqueados enteramente.   —247→   Los gitanos, los habitantes del barrio de Triana y los de la campiña inmediata, se distinguieron particularmente en esta ocasion; pero como su furor se dirigia mas bien contra los efectos que contra las personas, apenas hubo ninguna desgracia. Sin embargo, el alboroto iba tomando cuerpo, y empezaban ya á tener grandes recelos las gentes acomodadas de todos los partidos, cuando el populacho se dirigió á la casa que habia sido inquisicion, donde creyó hallar armas. No habia en ella sino alguna polvora, que se incendió, y se voló el edificio, pereciendo, de resultas de este desgraciado acontecimiento, mas de cien personas. Esta castatrofe calmó la efervescencia, y se restableció casi enteramente la tranquilidad.

En el mismo dia 13, hubo en la provincia de Sevilla un movimiento casi general de contrarevolucion. El general Villacampa, que mandaba lo que se llamaba egercito de reserva, y consistia en unos cuantos batallones, hizo presente al gobierno la disposicion de los pueblos, la imposibilidad de sostenerse, y la necesidad de que se tratase de acomodo en unas circunstancias tan desesperadas. La contestacion que se dio á sus observaciones fue, enviar al general Zayas á relevarle.

¿A quien representaban las cortes queriendo llevar adelante su obstinacion? ¿Seria acaso á los dos tercios de la nacion, que habian recibido á   —248→   los Franceses en triunfo? ¿Seria al pueblo de Sevilla, que perseguia á los diputados á fusilazos, ó seria al resto de la España, que, como nadie podia dudar entonces mismo, y como, la esperiencia demostró inmediatamente, solo esperaba una coyuntura favorable para sacudir su yugo? ¿Habia de prevalecer la opinion y los intereses de veinte ó treinta diputados, y la de los demagogos, que los sostenian contra la voluntad espresa de los Españoles? ¿Y habrá quien tenga aun por heroica la resolucion de retirarse de Madrid á Sevilla, de escapar de Sevilla á Cadiz, y de huir de Cadiz á Gibraltar?.

Los que dominaban en las cortes eran hombres, que nada perdian en emigrar. Sus opiniones, enteramente anarquicas, los hacian sospechosos á todo gobierno. Sus imprudencias, sus insultos y las persecuciones que habian suscitado, los hacian siempre odiosos á sus conciudadanos, y algunos no tenian mas rentas ni mas oficio que el de revolucionarios. Semejantes hombres no podian menos de mirar con horror el restablecimiento del orden; pues cualquiera que fuese la indulgencia del gobierno que se estableciese, por mas que una amnistia echase el velo sobre todo lo pasado, no les seria posible vivir en medio de gentes que les aborrecian, y por otra parte, terminada la revolucion, volvian los mas de ellos á la nada, y ni aun tendrían recursos para librarse   —249→   de la miseria. En tales manos se hallaba lo que ellos llamaban honor nacional, y sin embargo, aun hay pais en el mundo, donde se censura la conducta de los que no siguieron los caprichos de aquel club, y no se sacrificaron por sostenerle. Ya se deja conocer que no incluyo en el numero de estos furiosos á los mas de los diputados, entre los cuales habia mucha moderacion y probidad; pero estaban amenazados por el puñal de los asesinos, y envueltos mal de su grado en el torrente de los sucesos, se servian de ellos los malvados mientras que los necesitaban, con intencion de sacrificarlos tan pronto como cesasen algun tanto los apuros. Tampoco es mi animo contar entre los desaforados anarquistas á otros diputados, de los que ya he hecho mencion, y que por alucinamiento seguian el camino del error; no es justo confundirlos con los malvados, al paso que no puede negarse que han causado infinitos males á su patria.

¿Pero como un orden de cosas tan contrario á todos los principios sociales, y á la constitucion misma que se proclamaba, podia hallar aun defensores?

¿Porque todos los hombres de bien: no desertaban una causa, cuyo triunfo hubiera sido la mayor de las calamidades? Esta cuestion es bastante importante, ya porque se trata de calificar la conducta que observaron muchos Españoles, y ya tambien porque se mezclan en ella algunos   —250→   principios generales, que ojalá fueran mas conocidos, ó por mejor decir, mas bien observados.

La revolucion de 1820 fue una conspiracion criminal, y digna del mayor castigo, porque tuvo por objeto trastornar el gobierno existente. Era no solamente licito, sino un deber de los Españoles, el oponerse á ella con todas sus fuerzas; no lo hicieron por las razones que se han espresado, y se estableció el orden de cosas, que proclamaron los conspiradores. Juró el Rey la constitucion, el regimen constitucional fue adoptado en España y en sus colonias, y todas las potencias de Europa le reconocieron. Es verdad que el Rey juró contra su voluntad, segun el mismo lo ha manifestado despues; ¿pero de que modo constaba esto á la inmensa majoria de los Españoles? En primer lugar, no creian al monarca tan exausto de medios, que si hubiese tenido una firme y decidida voluntad de no jurar la constitucion, no hubiera logrado conseguirlo, porque, en general, no estaban ni podian estar en el por menor de los sucesos, ni aun cuando los hubiesen visto de cerca, hubieran tal vez variado de opinion. Vieron ademas infinitas demostraciones de que el Rey no odiaba la constitucion, porque sus discursos al abrirse y cerrarse las sesiones de las cortes se leian en todas partes, y no siempre iban mezclados con la idea de coaccion y de violencia; siendo de notar que no todos eran obra de los   —251→   ministros, supuesto que en alguno se quejaba de ellos el Rey, y al paso que se lamentaba de los desordenes que habia visto, y de los insultos que habia sufrido, protestaba que nadie era mas constitucional que S. M.51

Por otra parte, el testimonio de las naciones européas era irrecusable, y aun las personas mas perspicaces, y mas instruidas en los negocios, podian dudar con fundamento si la voluntad del Rey estaba tan coartada, que fuese esto causa de que no debiese ser obedecido el gobierno constitucional. Porque ¿como podian ignorar lo que habia sucedido en la corte los embajadores y ministros estrangeros, que residian en Madrid, y que, por sus relaciones y por sus mismos destinos, estaban obligados á saberlo todo? ¿Como se habia de ocultar la mas pequeña circunstancia á tantos habiles diplomaticos, como tenian la vista fija en el palacio del rey de España, los primeros dias del mes de marzo de 1820? Pues á pesar de tantos testigos oculares de los sucesos, los gabinetes estrangeros reconocieron el gobierno constitucional de España, y este paso, dado en una epoca en que las grandes potencias se habian ligado, para sostener en Europa los principios de la legitimidad, debia tranquilizar enteramente   —252→   aun á los Españoles mas escrupulosos52. Se estableció pues en España un gobierno, que juraron todos los pueblos, y que reconocieron todas las naciones, con las cuales se hallaba en relacion el antiguo gobierno español. En tales circunstancias, ¿pudo ser un crimen el someterse al nuevo orden de cosas? Cada uno siguió el curso de sus inclinaciones; unos se manifestaron partidarios de la constitucion, otros dieron á entender que no les acomodaba, ó porque sus opiniones fuesen mas democraticas, ó por mas inclinados al absolutismo; pero los pueblos todos obedecian las ordenes del gobierno.

Este parrafo les habrá parecido á muchos demasiado largo, y tal vez no habrán podido leerle todo entero sin esclamar, que pudo haber en España,   —253→   bajo el regimen constitucional, un gobierno de hecho, pero que no era legitimo, y que por lo mismo todos sus actos fueron nulos, y no debieron ser obedecidos. Habrá que repetir aqui lo que ya se ha dicho: si el gobierno constitucional no era legitimo, ¿porque lo reconocieron las potencias, que, digamoslo asi, tenian en sus manos y á su cargo el deposito de la legitimidad européa? Pero prescindiendo de esto, ¿como puede concebirse que cada uno de los subditos de un imperio tenga derecho para negar la obediencia á un gobierno establecido, con el pretesto de que no es legitimo? O ha de ser cada individuo arbitro de decidir esta cuestion, ó ha de haber un tribunal, cuya sentencia sea definitiva; ¿y cual será este tribunal? Los acontecimientos. Cuando en varios puntos de la peninsula se proclamó la constitucion, antes de que el Rey la jurase, entonces era tiempo de defender la legitimidad, entonces era un deber oponerse á la rebelion y sostener el gobierno existente, entonces era un crimen obedecer á los revolucionarios, si la fuerza no obligaba á ello; pero despues que el Rey juró, despues que se estableció un nuevo gobierno con la aprobacion ó la aquiescencia de todas las provincias, de todos los pueblos y de todos los individuos53,   —254→   ¿pudieron estos echar menos su legitimidad para obedecerle?

Que midan bien sus palabras los partidarios de la legitimidad exagerada, no sea cosa que por sus argumentos quede destruido aquello mismo, que se proponen defender. Quizá proclamen principios tan opuestos al orden social, como los que fundaban los revolucionarios franceses y españoles en el derecho de insurreccion de los pueblos contra los gobiernos injustos. ¿Cual es el gobierno, que bajo las bases que sientan los escrupulosos legitimistas, de que voy hablando, pueda presentarse en la palestra, y decir: Yo soy legitimo? En unas naciones, la fuerza de las armas ha dado y quitado las coronas, y decidido los derechos de sucesion; ¿será legitimo este camino de llegar á la suprema autoridad? Entonces tambien los Moros fueron legitimos reyes de España, y tambien fueron legitimos reyes de Italia, de Napoles y de Holanda, Napoleon, Marat y Luis. En otras potencias, las intrigas de los palacios, y á veces los crimenes, han dado coronas, y estos medios no pueden ser legitimos. En otros en fin, ha habido insurrecciones, y aunque no se ha cambiado de dinastia, han hecho los pueblos ciertas innovaciones en los gobiernos, que subsisten hace siglos; y claro está que semejantes gobiernos, innovados por los pueblos, no pueden ser legitimos, segun los principios de los rigoristas. ¿Y será   —255→   licito que los subditos de estas potencias se pongan ahora á examinar la legitimidad de sus respectivos gobiernos, les falten á la obediencia y conspiren contra ellos? ¿Podrán algunos Españoles renovar la guerra de sucesion, si es que no estan bien convencidos de que la casa de Borbon tenia mas derecho á suceder á Carlos II, que la casa de Austria? ¿Y pudieron tambien los Españoles negar la obediencia á Fernando VII, en los años de 1814, 1815, 1816 y 1817, con el pretesto de que les quedaban dudas, sobre si debia ser valida la renuncia que hizo Carlos IV en Aranjuez, en marzo de 1808, en medio de una sublevacion militar?

Yo no sé que responderán á estas preguntas los partidarios de la legitimidad exagerada, pero me parece que, si contestan afirmativamente, destruyen las bases de todas las dinastias. Tal vez diran, que aun cuando en su origen haya sido ilegitimo algun gobierno, con el transcurso del tiempo se ha legitimado, porque tambien en esto hay derecho de prescripcion. ¿Pero cuantos siglos, años ó meses se necesitan para legitimar un gobierno que no lo es? ¿hay alguna regla de derecho publico, á la cual deban atenerse los pueblos en materia tan importante? Y sino la hay, ni puede haberla, si esta cuestion de la legitimidad en el sentido exagerado, en que la toman los rigoristas, es enteramente nueva, si ellos mismos   —256→   no se entienden, y si de sus principios se pueden deducir las mas perniciosas consecuencias, ¿por que se han de consagrar sus caprichos?

El hecho indudable es, que en España se estableció un gobierno, con el cual se conformó la nacion, y que fue reconocido por las demas potencias; y si quisieran buscarse pretestos especiosos para legitimar el sistema constitucional, podria tambien añadirse que la revolucion de 1820 ni cambió la dinastia, ni invirtió el orden de sucesion á la corona, y que las instituciones, que se proclamaron, habian regido en España con consentimiento de toda la Europa, menos de Napoleon y de sus aliados, y recordaban tiempos de gloria para la nacion. Es cierto, que muy pronto se echó de ver que la constitucion necesitaba modificaciones, que las cortes precipitaban las reformas, que el gobierno era debil é inesperto y que iban tomando cuerpo las ideas exageradas precursoras de la anarquía. Pero estos males no eran aun irremediables, y podian atribuirse á circunstancias del momento, que no era dificil que desapareciesen. Tocaba á los hombres ilustrados y de influencia oponerse á los progresos de la demagogía, no con las armas en la mano, no añadiendo desordenes á desordenes y calamidades á calamidades; sino combatiendo la anarquia por medio de la imprenta, y poniendose siempre   —257→   al lado de las autoridades, que sostenian el orden contra todos los que con cualquier pretesto querian alterarle. Es igualmente cierto que no tardaron mucho en aparecer hombres armados, que se declararon defensores del Rey absoluto: pero ya he dicho que semejantes hombres de ninguna manera podian inspirar confianza, y sus debiles medios y la conducta, que observaban, producian males sin termino, y aumentaban el partido de los exaltados. ¿Y quien se atreverá á calificar de crimen el no haberse unido á estas cuadrillas de llamados realistas? Tambien en 1814, en 1815, en 1817 y en 1819 hubo conspiraciones contra aquel gobierno; tambien eran notorios, palpables y muy trascendentales sus errores, y sin embargo, ningun hombre de buenos principios defenderá ni un solo momento que era licito conspirar contra el.

El segundo ministerio y el tercero daban pruebas terminantes de principios monarquicos, y de querer establecer la autoridad real sobre bases solidas y para conseguir estos obgetos, combatian sin cesar los desordenes de todas clases y la anarquia, bajo cualquiera forma que apareciese, y eran ausiliados eficazmente por muchas autoridades. Aquellas eran las verdaderas banderas de la patria, y alli debian concurrir todos los Españoles, á contribuir cada uno del modo que le fuese posible á sostener el orden, y á elevar sobre   —258→   cimientos mas estables la autoridad del Rey. Es probable que uno y otro se hubiera conseguido sin las inutiles é imprudentes tentativas de los llamados realistas, que estuvieron de continuo dando armas á los del otro bando y que el 7 de julio dejaron el estado á su disposicion, y si las grandes potencias hubiesen tratado con mas actividad, y aun añadiré, con mas franqueza los asuntos de España.

Es preciso confesarlo: la santa alianza se há manejado con respecto á la España de un modo poco á proposito para que reinasen en aquella nacion los buenos principios, y se sofocasen los elementos de anarquia, que se desplegaban con fuerza. Cuando el egercito austriaco ocupaba á Napoles y al Piamonte, de resultas del congreso de Laibach, y se proscribia en aquellos reinos la constitucion española, declaraban las grandes potencias que semejantes medidas nada tenian de comun con la España, y continuaban sus relaciones amistosas con esta potencia. Por otra parte, mientras que los enviados de la santa alianza permanecian en Madrid, y repetian las protestas de su amistad con el gobierno español, se organizaban en las fronteras de Francia partidas de realistas bajo la proteccion de las autoridades francesas, y Cataluña, Aragon y Navarra, eran devoradas por la guerra civil. El ministerio español se ocupaba en reprimir las tentativas de   —259→   Riégo en Aragon, de Mina en Galicia, de otros coriféos de la demagogía en Andalucia y en varios puntos; oponia sus constantes esfuerzos para contrarestar la exaltacion de las cortes de 1822, y combatia gloriosamente en todas partes la anarquia; y entretanto las autoridades francesas aumentaban sus embarazos, ausiliando á los que proclamaban la guerra civil, y abriendo de este modo una mina fecunda de desgracias, que pluguiera al cielo se hubiesen terminado ya.

De suerte que por una parte, dando muestras de no mezclarse en los asuntos de España, la santa alianza animaba á los anarquistas que apoyados en semejantes testimonios, juzgaban que no tenian mas enemigos que los interiores, y se esforzaban á destruirlos: y por otra parte los absolutistas creian con fundamento que el gabinete de las Tullerias y por consiguiente las grandes potencias continentales, apoyaban sus miras y sostendrian su causa. Que manantial tan inagotable de desordenes y de crimenes! ¿Y cual seria en tales circunstancias el puesto de los Españoles ilustrados, de los hombres de honor, de probidad y verdaderamente patriotas? ¿Deberian colocarse al lado de los ministros y de las autoridades, que á todo trance sostenian la monarquía, y la tranquilidad publica, ó irian á engrosar las cuadrillas, que desde un estremo de la peninsula daban   —260→   la señal de la desolacion y del esterminio54? Si los agentes estrangeros hubiesen dispensado su proteccion á los principios moderados, si hubieran tratado de calmar las pasiones en lugar de irritarlas, y si sus demostraciones hubieran sido francas y energicas, entonces el orden se hubiera restablecido en España, la autoridad real se hubiera consolidado, no habrian perecido tantos millares de Españoles como han muerto victimas de la guerra civil, no se hubieran desplegado con tanta fuerza los odios y los rencores, que tan dificil hacen la perfecta pacificacion de la peninsula, no vagarian las riendas del gobierno en manos de uno y otro partido, y no se veria todavia mi patria agitada é incierta sobre su suerte.

  —261→  

Repetiré lo que ya he dicho otra vez y sobre lo cual será preciso insistir aun. Los moderados han sostenido en España los buenos principios: á ellos esclusivamente se les debe el que los Franceses encontrasen todavia en la peninsula nobleza, clero, religion, monarquia y monarca. Sus no interrumpidos esfuerzos salvaron estos elementos de la sociedad, que sin los moderados indudablemente hubieran perecido, mucho antes de que la santa alianza con sus pasos lentos y vacilantes hubiera tomado parte activa en los negocios de España. Enhorabuena que unos cuantos ilusos de Paris no viesen en aquella nacion mas amigos de la monarquia que los miserables, que en los principios se alzaron contra el gobierno constitucional, y que otro puñado de fanaticos creyese que solo podian hacer feliz á la nacion española los que predicaban doctrinas exageradas en las cortes, en los clubs y en los periodicos, y los que dirigian las asonadas por las calles de Madrid. ¿Pero como podia ocultarsele al gabinete francés, ni como podian ignorar los de los demas soberanos aliados el estado de las cosas, ni equivocarse en los medios de restablecer en España la paz y el sosiego?

Pasaron en fin las notas, en que las grandes potencias continentales manifestaban, despues de cerca de tres años de consentimiento, que no aprobaban los sucesos del año de 1820, y que   —262→   para que la España conservase sus relaciones amistosas con las demas naciones, era preciso que modificase la constitucion: porque sin este requisito ni habria paz interior, ni las potencias limitrofes estaban libres de ver alterado su reposo por la propagacion de las doctrinas anarquicas, que se esparcian desde la peninsula. Esta manifestacion llegaba ya cuando los moderados, colocados entre los dos estremos que les hacian una guerra encarnizada, habian perdido mucho terreno. Sin embargo, nunca dejaron de hacer frente á la anarquia, y concibieron esperanzas de que las cortes y el gobierno, en vista de su impotencia, transigirian por fin, y se restableceria el orden. Las insensatas contestaciones del ministerio, aplaudidas por las cortes, fueron miradas como una fanfarronada pueril, tras de la cual vendria inmediatamente el miedo. En efecto, bien pronto se dió á la Europa un testimonio publico de la debilidad del gobierno y de su falta de medios; pero en lugar de sacar de esto mismo la legitima consecuencia de que era necesario tratar con la santa alianza, se resolvió abandonar á Madrid, y que las cortes y el gobierno se estableciesen en Sevilla. Esta determinacion daba, á la verdad, una idea de la obstinacion de aquellos hombres, que no pudiendo ocultarse á si mismos su propia debilidad, se empeñaban en llevar adelante sus miras, y en que fuese nacional la guerra, que   —263→   querian encender. Quedaba sin embargo la esperanza de que los pueblos y las tropas darian tantas pruebas de desear la paz, y de no mirar á los Franceses como enemigos, que las cortes no podrian menos de abrir negociaciones y de transigir. Los hombres, que no pertenecian á partido, continuaron aun haciendo esfuerzos para persuadir á todos, que era necesario modificar la constitucion, que la guerra no podia sostenerse, y que aun cuando hubiese esperanzas de vencer, el mismo triunfo seria mucho mas fatal que la derrota, porque seria el triunfo, no de la libertad bien entendida, sino de la licencia y de la anarquia.

Entraron por fin los Franceses en España; entró con ellos la junta provisional, y entraron los Españoles refugiados en Francia, y las pasiones de que estaban animados55. Al abrigo del   —264→   egercito invasor se desplegó con fuerza el espiritu, que habia animado al partido absolutista, y los desordenes y las venganzas fueron el resultado de la proteccion esclusiva, que se dió á este. Los que querian que la tranquilidad se restableciese, y que un gobierno fuerte y prudente hiciese callar las vociferaciones de los partidos y   —265→   encadenase la anarquia, ¿deberian unirse á los Franceses para someterse á la junta provisional, á fin de ser perseguidos, ó de autorizar con su consentimiento los desordenes de la reaccion? De ninguna manera: sus esperanzas debian fijarse aun en Sevilla. Si las cortes entraban en transacciones, todavia podían prometerse los Españoles dias de ventura: aun era tiempo de cortar las cabezas á la hidra de la anarquia. Esto podria hacerse desde Sevilla... al paso que Madrid ofrecia una perspectiva tristisima. Los agentes de la junta provisional y de la regencia gritaban contra la transaccion, del mismo modo que habian gritado y gritaban todavia los mas furiosos demagógos. Siempre veremos que estos dos estremos marchan acordes en desechar todo medio prudente, y en perseguir la moderacion. Los anarquistas, en medio de su impotencia, no querian oir hablar de modificaciones, y amenazaban á toda la Europa, y los absolutistas, inciertos aun del exito de su causa, se pronunciaban abiertamente contra todo acomodamiento, y sin embargo de que tal vez de esto pendia la libertad del Rey. Sin embargo de que exasperados los que le tenian en su poder podian cometer el mayor de los crimenes, y sin embargo de que mil accidentes podian prolongar la lucha, y aun hacer incierto su resultado, nada de esto detenia sus furores, y los gritos de intolerancia, de muerte, y de esterminio, resonaban   —266→   donde quiera que ellos dominaban. Mas adelante verémos hasta donde los arrastró su ambicion y su deseo de venganza.

Estas son, en resumen, las razones, por las cuales un gran numero de Españoles no rompia abiertamente con el gobierno de Sevilla, y empleaba todos sus esfuerzos en que se verificase una transaccion, en calmar los animos, en evitar medidas violentas, y en disminuir los males de la guerra. Es cierto que no consiguieron enteramente su obgeto, pero ¿quien, sino ellos, contuvo á los anarquistas, para que en sus ultimos furores no cometiesen toda especie de crimenes? ¿Quienes fueron los que abrieron los ojos á una multitud de jovenes inespertos, que habian fijado su pundonor en llevar adelante una causa, que en su concepto era justa?

Es cierto que de dia en dia se iban disminuyendo las esperanzas que habia, de que la necesidad obligase á las cortes á hacer proposiciones á los Franceses. Despues de la escandalosa escena del 11 de junio, en la que se resolvió huir de Sevilla á Cadiz, y se estableció una regencia provisional, no parecia ya licito apoyar aquellas violencias, porque faltaba todo pretesto de obedecer á un gobierno que, degradando la autoridad real y destrozando la constitucion, habia disuelto los ultimos vinculos, que ligaban á los pueblos á aquel orden de cosas. Entonces creyeron los mas de los Españoles   —267→   que ya no habia lugar á ninguna transaccion, al paso que se persuadieron algunos, que todavia era posible. Estos siguieron obedeciendo á las cortes, y aquellos tomaron diferentes partidos. Muchos no vieron ya remedio para los males, que agobiaban á su pais, sino sometiendose á la regencia de Madrid, ó uniendose á los Franceses, para cooperar á la libertad del Rey, de quien se esperaba todo; y otros prefirieron continuar bajo las banderas de las cortes, porque aborrecian igualmente los desordenes de Sevilla y los de Madrid. Se trata de los hombres de buena fé no de los verdaderos anarquistas, que seguian constantemente al plan de hacer pesar sobre España todos los horrores de una revolucion espantosa. Entre los hombres de bien, sin duda hubo muchos, que se equivocaron en el camino que tomaron, y que no se separaron del partido de las cortes, cuando hubiera convenido que lo hiciesen; pero en unas circunstancias tan estraordinarias, no era facil acertar con el verdadero camino, en medio de la confusion y del desorden que reinaba. Porque es preciso que no nos alucinemos, y que para formar un juicio imparcial de las cosas y de los hombres, nos pongamos en el caso, en que se ha hallado cada uno. La masa del egercito, y la juventud en general, reflexiona poco; tres años y medio de continuos y desmesurados elogios á la constitucion, la aprobacion que el gobierno   —268→   constitucional habia merecido á todas las potencias, la clase de enemigos, que le habian combatido á cara descubierta la memoria de la guerra de la independencia, el deseo de gloria, todos estos motivos eran sobrado poderosos para que, entre los partidarios de las cortes, se encontrasen muchos hombres de bien, á quienes el torrente de los acontecimientos habia arrastrado hasta el punto en que se hallaban. En Cadiz, con Riego, con Mina en todas partes habia hombres apreciables, prontos á abrazar el partido de la razon en el momento, en que se les hiciese ver su alucinamiento. Por desgracia, este momento no ha llegado aun, porque á nadie se convence con el hambre, con las persecuciones y con la horca.

Los Franceses, si bien vieron frustradas sus esperanzas de terminar la guerra en Sevilla, lograron el que se les uniesen muchos militares españoles, y que quedasen casi desiertas las filas de los constitucionales. Merece citarse, en mi concepto, la conducta que observó en aquella critica ocasion el conde de Cartagena, general en gefe del quarto egercito de operaciones. Eran bien conocidas sus ideas de orden, porque habia sido notoria la guerra, que habia hecho á la anarquia, y las persecuciones, que esto le habia suscitado. Los ministros, constantes siempre en confundir las epocas, habian creido que la opinion que se grangeó el conde de Cartagena en la guerra de la   —269→   independencia, y el deseo de adquirir nuevas glorias, seria un poderoso estimulo para que combatiese á los Franceses á todo trance, y le obligaron á tomar un mando que había renunciado. Su llegada al egercito no fue una calamidad para los pueblos, antes al contrario; convencido de que eran inutiles los sacrificios, mientras que el gobierno español no adoptase el unico partido que le quedaba, que era de transigir, estinguió, en cuanto pudo, las pasiones; y las provincias de su mando no esperimentaron ni contribuciones estraordinarias, ni vejaciones de ninguna especie. Su objeto fue conservar la disciplina en las tropas, esperando siempre que las cortes tratarian con los Franceses.

Mas cuando, lejos de ver confirmadas sus esperanzas, supo los escandalosos sucesos de Sevilla, rompió los debiles vinculos, que le unian con aquel gobierno, y se negó abiertamente á reconocer la regencia nombrada por las cortes. Parecía que no le quedaba otro medio, una vez disuelto el gobierno constitucional, que someterse á la regencia establecida en Madrid; pero el conde de Cartagena no pudo resignarse á dar este paso, sin tentar antes el unico resorte que quedaba, dirigiendose á los Franceses, llamando fuertemente su atencion sobre el aspecto fatal, que tomaban las cosas en España, para no dejar piedra por mover, con el objeto de aliviar los males que   —270→   lloraban todos los hombres de bien, y cuyo remedio parecia que solo estaba en manos del principe generalisimo. Pero la determinacion del conde de Cartagena, al paso que estaba dictada por las mas puras intenciones, y que en ella veian los hombres sensatos el ultimo esfuerzo que se hacia en España para establecer un gobierno esento de los furores del espiritu de partido, fue muy mal recibida por los anarquistas de Cadiz y por los absolutistas de Madrid, acordes siempre con los primeros en odiar todo lo que se dirigiese á conciliar los animos56. El conde de Cartagena despreció igualmente uno y otro partido, y determinó unirse á los Franceses con las tropas que estaban á sus ordenes, para cóoperar á la libertad del Rey, unico termino que se presentaba de los males, que despedazaban la España. Pero manifestando   —271→   siempre principios de moderacion, y bien persuadido de que nunca habian sido mas necesarios que en aquella epoca, estipuló que nadie seria perseguido ni molestado por las opiniones que hubiese manifestado anteriormente, y exigió seguridad para las personas y las propiedades, ocupandose enteramente en el bien estar de los pueblos.

Corrieron por aquel tiempo copias de una esposicion, que el conde de Cartagena habia hecho á S. A. R. el duque de Angulema, y aunque no puedo responder de la autenticidad de este documento, como es muy notable su lenguaje y demasiado ciertas sus aserciones, y como entonces se hizo gran aprecio de el por unos, al paso que otros le miraron como una produccion revolucionaria, le inserto aqui integro, tal cual ha llegado á mis manos. «Serenisimo Señor; el deseo de ser util á mi patria, unico movil de mis acciones, me obliga á tomarme la libertad de dirigirme á V. A. R. Las adjuntas copias de mis proclamas y de los oficios, pasados al señor teniente general conde Bourk, enterarán á V. A. R. de los motivos que he tenido para separarme del gobierno de Sevilla, y para unirme á las tropas francesas, asi como de las condiciones que he pedido, y me han sido acordadas, con arreglo á lo que que V. A. R. ha ofrecido á los Españoles. Suplico á V. A. R. que se sirva tomar   —272→   en consideracion los espresados documentos, y me ceñiria á estractarlos, sino creyese que conviene el que V. A. R. los lea integros, para que forme cabal juicio de mi posicion.

Me hallo intimamente unido al señor general Bourk, y le he ofrecido todos cuantos esfuerzos pueda yo hacer con mis tropas, para que se consiga la libertad del Rey, y la perfecta pacificacion del pais. Los ausilios, que yo puedo prestar al egercito francés, aunque no tan grandes como desearia, todavia son de alguna consideracion, porque podré contener los pueblos en el orden, y librarlos de muchos males. Mi conducta siempre franca y leal, y el interes, que constantemente he manifestado á los habitantes, me han dado cierta opinion, que podré emplearme por el pronto en utilidad de estas provincias, y jamas hablaria á V. A. R: de mi mismo en estos terminos, sino creyese que cuando media el bien publico, nada se puede callar.

Mientras que las tropas, que están á mis ordenes, se esforzaban en poner termino á los males de la guerra, y en contribuir del modo que les fuese posible á la libertad del Rey, que anhelan todos los buenos Españoles, se nos daba el titulo de revolucionarios, á ellas y á mi, en un papel que se publica en esa capital (Madrid), y esta injuria no pudo hacersenos   —273→   sin el consentimiento del gobierno, porque la Gaceta se halla bajo su censura. Presumo, Serenisimo Señor, que el no haberme dirigido desde luego á la regencia de Madrid, habrá sido la causa de que se me haya tachado de revolucionario con tanta ligereza, y de que, en lugar de conciliar los animos y de atraerlos, se procure exasperarlos. Esto me mueve á hablar á V. Á. R. francamente, sobre los motivos que tuve y tengo aun para no entenderme con la regencia de Madrid.

Este gobierno no ha correspondido, segun créemos, á las esperanzas de V. Á. R., y los Españoles que piensan y que desean la estabilidad del trono, y la prosperidad de los pueblos, no observan en su marcha ni la firmeza, ni la decision, que pudiera salvarnos. Con respecto á los decretos, puede decirse que no ha dado ninguno fundado en verdaderos principios de conciliacion, y mas bien pueden mirarse como reglas, que ha de observar un partido en su triunfo, que como la pauta, que debe seguirse para lograr la union y la paz. Y si tratamos de los hechos, aun se presentará menos favorable la perspectiva de la suficiencia ó ineptitud del gobierno actual. En todas partes, se oye hablar de desordenes, de prisiones arbitrarias, de insultos que se permiten los pueblos, de exacciones violentas, en fin se desconoce el respeto   —274→   á las leyes, y la anarquia no ha cesado aun de afligir á la desgraciada España.

Este cuadro no es exagerado, Serenisimo Señor, y los hombres mas sensatos de todas las provincias se lamentan de que las riendas del gobierno se hallan flotantes, de que las autoridades proceden con una arbitrariedad escandalosa, de que el populacho se desmanda y se le halaga, en lugar de reprimirle, y en fin de que no se observan las leyes.

Esta es la verdadera situacion de muchas provincias, y no creo que ni las felicitaciones, que recibe la regencia, ni los regocijos desordenados de los pueblos á la entrada de las tropas francesas ó de los españoles realistas, alucinen á nadie hasta el punto de hacerle créer que no hay mas que desear, y que la marcha del gobierno está bien dirigida. Mientras que el populacho recorre las calles, arrastrando lapidas57, insultando á veces á personas muy   —275→   honradas, profiriendo furiosos mueras! y entonando canciones de sangre y de desolacion, los hombres de bien lloran amargamente la suerte de un pais, cuyo destino parece que es siempre caer en manos de gobernantes, que le lleven de estremo en estremo. Bien conciben los Españoles ilustrados y celosos del decoro de su patria, que hay ciertos momentos, en los cuales no se puede reprimir la multitud. ¿Pero que juicio deberán formar del estado de los negocios, cuando estos momentos, que debian ser muy pasageros, se prolongan á semanas y á meses?

Pues estos hombres, que tantos motivos de disgusto tienen en la actualidad, son los mismos, que derrocaron el gobierno anterior. Si, Serenisimo Señor, no puede dudarse. Las cortes, despojando á los propietaros de sus bienes, distribuyendo los del clero secular y regular, y predicando ó tolerando el desorden, hubieran atraido á la multitud, y V. A. R. hubiera hallado en los Pirineos numerosos egercitos de patriotas, que se hubieran armado, como sucedió en Francia; pues el pueblo español no es ni mas ilustrado ni mas amante de sus reyes que lo era   —276→   el francés antes de 1789. Pero los hombres de luces y de probidad, amaestrados por la revolucion francesa, han opuesto un dique al torrente de la anarquia. Los resultados de sus esfuerzos no han sido rápidos; pero han sido seguros. Ellos han ido formando esa opinion, que desacreditó enteramente la demagogía, y que ha hecho, que ni el aliciente del desorden, ni el imperio del terror, hayan podido armar á los pueblos para defender la constitucion. En el dia solo resuenan las confusas voces de la multitud; pero la calma sucederá á la efervescencia, y la verdadera opinion ocupará infaliblemente su lugar; entonces, ay de nosotros, sino ha sido consultada por nuestro gobierno!

Quizá he abusado, Serenisimo Señor; pero dispense V. A. R., con la bondad que le es caracteristica, la importunidad de un hombre profundisimamente ocupado en el bien estar de su pais, y que, dirigiendose á V. A. R., crée que habla con quien puede tener una gran parte en la prosperidad de España. Si desde el momento no se toman por la regencia medidas eficaces para conciliar los animos, y enjugar las lagrimas de millares de familias, sino se renuncia á los fatales principios de créer que es bueno todo lo que existia antes, y de tener por malo cuanto se ha hecho despues del año de 1820, en una palabra, si el gobierno no cambia de direccion,   —277→   no solamente quedarán ilusorias en gran parte las miras de S. M. Cristianisima y de V. A. R., sino que, cuando llegue el deseado momento, de que nuestro Rey recobre su libertad, habrá tomado ya cuerpo la anarquia, se créerá que la voz del populacho es la voz publica, tal vez será peligroso contrariarla, y el monarca no será enteramente libre de dar á sus pueblos las leyes que les convienen.

Estos son los motivos que me han obligado á no dirigirme á la regencia de Madrid, y cada dia tengo nuevas pruebas de que no han sido infundados. Deseo con el mas vivo interes la libertad del Rey, y la compraria á costa de mi vida, porque estoy intimamente persuadido de que podria poner termino á la fatal discordia, que nos devora. Contribuiré á todo trance á tan importantisimo objeto, en union con las tropas francesas; pero me tomo la libertad de hacer presente á V. A. R., que ni los principales oficiales de mis tropas, ni yo, reconocerémos la regencia, interin siga la actual marcha, porque entonces seria preciso que fuesemos los egecutores de sus disposiciones, y no tenemos resignacion para hacer al pais males irremediables. Tal vez, por miras que no están á mi alcance, se querrá que hagamos aun el sacrificio de reconocer el gobierno de Madrid; en este caso, tengo el sentimiento de decir á V. A. R. que   —278→   ni mis principales oficiales, ni yo, podemos acceder á esta condicion, y entregando nuestras espadas, nos constituiremos prisioneros de guerra.

¿Tendré la desgracia, Serenisimo Señor, de que el lenguaje franco de un militar honrado se atribuya á altaneria, ú á otros motivos poco nobles? Me persuado que no, mucho mas hallandose el señor general Bourk bien penetrado, como creo se halla, de la pureza de mis intenciones, y espero que V. A. R. se dignará no ver en este escrito, sino una manifestacion de los deseos mas ardientes de que, consiguiendo el Rey la libertad, pueda establecer un gobierno sobre bases tan solidas, que jamás mi triste patria tenga la desgracia de ver una reaccion».

Repito que no puedo asegurar la autenticidad de este documento, ni si llegó á manos del principe francés; parece que el haber reconocido el conde de Cartagena la regencia de Madrid es una prueba de que el papel, de que se trata, es apocrifo sin embargo, puede que no lo sea, y espero que se me disimulará el haberlo insertado porque, haya existido ó no la esposicion, los principios, en que se apoya, están enteramente de acuerdo con los que he manifestado, y los sucesos no han hecho mas que confirmar su exactitud. Cuanta verdad no encierra aquella esclamacion: «Ay de los Españoles, si su gobierno no consulta la verdadera   —279→   opinion, y no desecha las vociferaciones de los partidos!» Cada dia se multiplican en España las pruebas de la profundidad de aquella sentencia.

Si el conde de Cartagena hubiese abrazado con calor la causa de las cortes, los Franceses hubieran hallado en el un terrible adversario, ya por sus prendas militares, y ya tambien por la posicion que ocupaba. En efecto, ninguna provincia ofrecia proporciones tan ventajosas para formar un egercito, como el vasto reino de Galicia. Su poblacion, que no baja de millon y medio de habitantes, proporciona numerosos reémplazos, asi como sus producciones facilitan infinitos recursos. La gran estencion de sus costas pone aquel pais en comunicacion con las provincias maritimas de la peninsula, y con los reinos estrangeros, y desde ellas se podia hacer un daño grandisimo al comercio francés. A una gran distancia de la frontera, y muy lejos de todas las lineas de operaciones de los invasores, no podian estos destacar sobre Galicia una fuerza considerable, y las estrechas gargantas, que hay que atravesar, por cualquiera parte que se quiera penetrar en el pais, le ponen tambien á cubierto de una incursion.

Al paso que nadie podrá negar estas ventajas, que ofrece Galicia, habrá muchos que hagan la observacion de que todas ellas eran inutiles, por la mala voluntad de los habitantes, que no querian   —280→   la anarquia. Asi es verdad: pero tambien es preciso reconocer en esta parte la influencia de los moderados, que consiguieron separar de los demagógos á la mayoria de los pueblos. Si el conde de Cartagena, cuando llegó al egercito (y pudo haberse incorporado en el mucho antes), se hubiera unido á los exaltados, si hubiera perseguido ó alejado á cuantos pudiesen oponerse á sus miras, si hubiera hecho publicar el decreto de las cortes sobre señorios, y hubiera querido sublevar á los colonos contra los señores, ¿duda alguno, que conozca á Galicia, que hubiera conseguido, hacer una verdadera revolucion en el pais, y que los gallegos hubieran ausiliado eficazmente sus planes? Que digan los que se declararon contra la constitucion, que partido sacaron de los paisanos gallegos, y si sus partidas llegaron jamas á tener proteccion, fuerza, ni estabilidad. Un destacamento de cuarenta constitucionales atravesaba el pais en todas direcciones, antes de que entrasen en el los Franceses, sin hallar oposicion en ninguna parte. Que digan tambien muchos de los mismos parrocos, como recibieron sus feligreses del decreto de la regencia de Madrid, que mandaba pagar por entero el diezmo, reducido por las cortes á la mitad, y que examinen las autoridades, si la inmensa poblacion rural de Galicia ha tomado parte alguna en lo que en España se llama la restauracion, y si está mas contenta en   —281→   el dia de lo que estaba á principios de 1823)58. Crea muy en hora buena el partido, que domina en España, que las palabras de altar y trono tienen para aquellos naturales una fuerza irresistible, y descanse el gobierno en el concepto de que la lealtad es la virtud dominante de sus vasallos; que no por eso dejará de ser una verdad demostrada, que la sensacion, que domina á los Españoles, en particular á los habitantes de las provincias del norte y singularmente á los gallegos, es la de su propio bien estar: todos los demás respetos y consideraciones son en ellos muy subalternos á este principio general, y jamás pagarán con gusto ni el diezmo ni el voto de Santiago. Sea esto dicho para aquellos, que créen que en España un fraile lo puede todo, y que los Españoles son en estremo apasionados á las formulas de su antiguo gobierno59.

  —282→  

El egercito del conde de Cartagena constaba en fines de mayo de unos catorce mil infantes y mil doscientos caballos, porque se habia reforzado con las tropas, que se retiraron de las provincias bascongadas, de Santander y de Burgos. Segun lo decretado por las cortes, debian sacarse de Galicia mas de seis mil hombres para el réemplazo del egercito permanente y de la milicia activa, y era muy facil hacer que tomasen las armas otros cuatro mil, con solo llamar á una parte de los licenciados. Ademas el conde contaba con Asturias y con parte de Castilla, de suerte que   —283→   sin aventurar nada, no seria temeridad el créer, que antes de agosto pudo tener á sus ordenes unos veinte y cuatro mil hombres y tres ó cuatro mil caballos; porque despues de la retirada de Madrid estaba destinada al cuarto egercito la hermosa caballeria del tercero. ¿Y hubieran los Franceses llegado á Andalucia, dejando en Galicia un cuerpo de tropas tan considerable? Entonces el conde de Cartagena podia marchar á Valladolid, podia dirigirse á Burgos y si queria, obligar á los Franceses á que repasasen el Ebro. Sin arriesgar nada por su parte, podia hacer el mismo movimiento, que egecutó el egercito de Galicia en 1808, y una parte de los egercitos español, inglés y portugués en 1813: esto es, atravesar el Ebro por cerca de su origen, y dirigiendose por las cabeceras de Castilla, tocando algo en Vizcaya, caer sobre Vitoria. A cualquiera parte que se dirigiese, hallaria el apoyo de los voluntarios nacionales y de todos aquellos, que de resultas de los decretos de la junta provisional y de la regencia, ó de resultas de los desordenes que consentian sus agentes, estaban amenazados y perseguidos. Estos eran en gran numero, y en general, á proposito para hacer la guerra y dispuestos á llevarla á todo trance, porque se les habia exasperado. En fin, aun cuando el conde de Cartagena no hubiera aumentado su egercito, le sobraban medios para impedir la entrada en Galicia   —284→   á la division del general Bourk, y nadie podia obligarle á tomar un partido hasta la decision total de los negocios.

He entrado en estos pormenores para confundir á aquellos, que entonces manejaban en España los negocios y que han continuado despues influyendo en ellos, los cuales afectan créer, que si el conde de Cartagena se unió á los Franceses, fué porque se vio precisado á ello. Los hombres, de que estamos hablando, poniendo aun en duda si el egercito francés fue ó no necesario para obtener la libertad del Rey, quieren que á ellos se les deba esclusivamente: á ellos que entraron en España con la retaguardia francesa, ó solo fueron conocidos en la peninsula por sus manejos tortuosos y oscuros. Estos son los que pretenden arrogarse la gloria de haber derrocado el partidos de las cortes, y que intentan deprimir él merito de todos los que no pertenecen á su faccion. Los moderados no les niegan el derecho esclusivo, que tienen, y del cual han usado tan escandalosamente, de eternizar la confusion y el desorden en todos los ramos del gobierno español, de no respirar mas que furor é ignorancia, y de hacer alarde de las mas negra ingratitud. Mientras que ellos disfrutan de estas fatales prerogativas, y precipitan á su patria en una nueva carrera de males, la historia recoge datos para decir quienes en el año de 1823, y en los tres   —285→   anteriores, se manifestaron verdaderamente apasionados del Rey y de la monarquia, quienes le sacaron de Cadiz, y quienes fueron los que cubrieron de luto la España en unos dias, que solo debian consagrarse al jubilo y al regocijo.

Y como, cuando se trata de hacer la guerra á los moderados, se reunen los Españoles exaltados del Manzanares y del Tamesis, es preciso no olvidar enteramente á estos, y contestar á sus replicas. De lo que queda espuesto en orden á los medios, que pudo emplear el conde de Cartagena para aumentar su egercito, tal vez sacarán la consecuencia de que no eran tan infundadas sus esperanzas, y que si se hubiera querido, ó los Franceses no hubieran entrado en España, ó hubieran hallado en todas partes una resistencia tenáz. Pero de que esto pudiese suceder en algun caso, no se debia inferir, que sucediese, y era obligacion de las cortes y del gobierno examinar, si, en efecto, los animos estaban preparados para recibir semejante impresion. La razon y la esperiencia debian convencerles diariamente de lo contrario. Si el ministerio ponia al frente de los egercitos hombres de sus ideas y que fuesen por lo mismo capaces de ensayar todos los medios de que prosperase su causa; estos hombres, en general, sin opinion ni militar ni politica, contrariados continuamente por sus subalternos, porque en el egercito habia muchos moderados, nada hubieran   —286→   hecho, como se verificó siempre que mandaron. Era pues preciso, que echase mano de algunos generales de credito, los cuales no podian consentir en que la revolucion tomase el vuelo, que querian las cortes. En este sentido se esplicó el conde del Avisbal, de quien no se esperaban semejantes consideraciones. El general Ballesteros, aunque se habia manifestado celoso partidario de la libertad, apenas tomó el mando del egercito, dio constantes pruebas de moderacion; los anarquistas, que se hallaban á sus ordenes, fueron tratados, como merecian, é hizo un convenio con los Franceses, como mas adelante verémos. Iguales sentimientos manifestó el general Villacampa, y ya he dicho como se condujo el conde de Cartagena. En cuanto á Mina, digno agente del ministerio de los siete patriotas, y que con tanto calor abrazó su causa, no pudo conseguir ningunas ventajas; y á pesar de que habia procurado poner en todas partes hombres de su confianza, le abandonaron muchas tropas, se entregaron al enemigo dos plazas importantes de su distrito, y los pocos esfuerzos, que hizo, fueron siempre inutiles.

¿Pero cual podria ser el objeto, que se propusiesen los gefes de los egercitos y los Españoles, en general, en sostener á las cortes? Supongamos que todos ellos hubiesen sido partidarios de la constitucion de 1812; ¿acaso regia aquella constitucion?   —287→   ¿No fueron las mismas cortes, las que infringieron la mayor parte de sus articulos y concluyeron por hacer pedazos su base principal, que es la autoridad real, y esto del modo mas tumultuario? ¿Y acaso era facil restablecer al Rey en su autoridad, despues de haberle despojado de ella, despues de haberle violentado á marchar á Cadiz, y despues de haber degradado y vilipendiado indignamente el trono constitucional? Los demagógos conocieron que la epoca no era á proposito para hacer un cambio de constitucion, pues hubiera sido una inconsecuencia muy manifesta variar la forma de gobierno, cuando se estaba predicando por todas partes, que nada habia mas perfecto, que la constitucion de 1812, y que por eso no podia consentirse en modificarla. Quisieron pues conservar el Rey, aunque fuese á costa del desproposito de declararle el 11 de julio en estado de ineptitud moral, y de habilitarle de nuevo el 15 del mismo mes. Con cuanta razon se hubiera podido declarar en estado de delirio á los que dieron aquel decreto!

Esto hicieron los que dominaban en las cortes, cuando vieron, que apenas podian contar con nadie, destruyendo la monarquia; pero si el triunfo hubiera coronado su causa, si los Franceses hubieran sido arrojados de la peninsula, cuan diferente hubíera sido su lenguaje! ¿Como los orgullosos anarquistas habian de conservar un Rey,   —288→   que se negó á seguir todos sus caprichos, y que comprometio tantas veces sus planes? Hubieran llovido de todas partes representaciones para que se le destituyese, para que se le formase causa, y no puede dudarse, que estas peticiones hubieran encontrado apoyo en las cortes. Era ya necesario trastornar la constitucion en sus principales bases, y era probable que el nuevo arbol de la libertad se hubiese regado con la sangre de la familia real. Por mas repugnantes que sean á mi corazon estas esplicaciones, por mas que el 11 de junio, en medio de la efervescencia y del terror, hubiese muchos diputados, que votasen el nombramiento de la regencia, sin prevéer estos resultados, ellos eran absolutamente necesarios, y es tambien preciso confesarlos ahora. Es la mayor de las quimeras pensar que, vencidos los Franceses, no dominase en las cortes y en toda España la mas desenfrenada demagogía, y que, embriagados los anarquistas con su triunfo, no consumasen el plan, tantes veces indicado, de derribar el trono. Que mediten aun los mas exaltados sobre el estado de los negocios en España en junio de 1823, y que digan que partido hubieran tomado las cortes, si en julio, en agosto, ó mas adelante, hubiesen vuelto triunfantes á Madrid, libre ya de enemigos la peninsula. No podrán menos de confesar que era absolutamente imposible sostener la monarquia.

  —289→  

Aun hay quizá algunos hombres, alucinados por la posicion en que se encuentran, que créen de buena fé, que arrojados los Franceses de la peninsula, y triunfante el partido de las cortes, tomarian el ascendiente los buenos principios, y podria restablecerse el orden. Los que piensan asi no recuerdan sin duda la conducta de las cortes desde el 1º. de marzo de 1822, y la del ministerio de los siete patriotas. Entonces eran infinitos los peligros, y aun subsistian ilustres campeones, que defendian la moderacion en las mismas cortes, y sin embargo, se proclamaron, se decretaron y se sancionaron los principios mas democraticos, ó por mejor decir, los mas antisociales60. Examinense los discursos de los coriféos del partido dominante en las cortes, y vease si era posible que los hombres que, en medio de los mayores apuros, se estravian en sus opiniones hasta el punto que ellos se estraviaron, invocasen la moderacion, cuando el triunfo coronase su causa. Es un verdadero delirio el créerlo asi, mucho mas cuando cien egemplos, y el terrible de la revolucion francesa, manifiestan todo lo contrario.

Tambien es evidente que, arrojados los Franceses de España, los egercitos españoles no se detendrian   —290→   en la frontera, y que las tropas de toda Europa volarian al socorro de aquella nacion, é inundarian la peninsula61. ¿De que serviria entonces el efimero triunfo conseguido sobre cien mil Franceses? ¿O se créerá quizá que verificado en España el cambio de gobierno, y los grandes desordenes, que eran una consecuencia indispensable de la victoria de las cortes, aun hallarian estas aliados en el continente ó en las islas?

Y en cuanto al aspecto que presentaria la nacion española, cuando hubiese triunfado la causa de las cortes, ¿quien ignora que, aun en medio de sus mayores apuros, nunca han cesado los demagogos de concebir planes de esterminio? Muchos habian huido de los pueblos, ocupados por los Franceses ó abandonados por los constitucionales; los decretos de la junta provisional, los de la regencia, y la influencia de los agentes de uno y otro gobierno, en lugar de conciliar los animos, los exasperaron, y se cometieron infinitos desordenes y tropelias. No necesitaban de este estimulo los anarquistas para que, al volver triunfantes, sacrificasen un gran numero de victimas en nombre de la patria. Todo debia perecer, la nobleza, el clero, los serviles, los moderados;   —291→   todos eran enemigos de la libertad, todos habian conspirado, y todos habian protegido la entrada de los Franceses. España, sino era ocupada pronto por los egercitos estrangeros, agitada de un estremo á otro por las pasiones mas violentas, hubiera sido presa de diferentes partidos sucesivamente; todos ellos hubieran ensangrentado su suelo, y presentaria á la Europa el egemplo de las nuevas republicas americanas. Los gobiernos se hubieran sucedido unos á otros, y ¿quien seria capaz de señalar la epoca, en que la aurora de la paz se dejase ver sobre el horizonte español? ¿Cuantas combinaciones felices no fueron necesarias para que, en Francia, se consolidase un gobierno que impusiese silencio á los partidos, y restableciese el orden? Todos los que hayan meditado sobre las revoluciones en general, los que hayan observado la marcha de la de España, y los planes, y el lenguaje de los exaltados en las cortes, en los clubs, y en los periodicos, se hallarán plenamente convencidos de que el triunfo de las cortes hubiera atraido sobre aquella nacion toda clase de males, sin que nadie pudiese lisongearse de señalar su termino.



Anterior Indice Siguiente