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ArribaAbajoApertura de las cortes, en 24 de octubre, por S. M. la reina gobernadora

En este estado de cosas se verificó la reunion de los diputados en Madrid, quienes celebraron su junta preparatoria el dia 17 de octubre, á la cual contra todos los usos parlamentarios, se presentó el ministro de la gobernacion en nombre de sus compañeros, no con aquel semblante de timidez y desconfianza que deberia inspirarle el infeliz estado á que habian conducido la nacion, sino, por el contrario, con toda la arrogancia de perspectiva con que pudiera hacerlo el dia despues de una victoria; conocia demasiado la disposicion de sus jueces para tener la menor duda de cual seria su sentencia. No se trataba de obtener la mayoria, mas antes se estaba seguro de la unanimidad, mientras que otros intereses distintos de los de la patria no viniesen á turbarla. Llegado el dia 24, se abrió la sesion real, pronunciando la Reyna Gobernadora un discurso en que se hacia una ligera reseña de todos los sucesos ocurridos despues del anterior. Claro es, que tal reseña, como ejecutada por los mismos ministros; no habia de comprender la vasta serie de derrotas, crimenes y desaciertos, con que se habia señalado la epoca de su ministerio; una confesion de esta clase seria superior á lo que exige la franqueza;   —203→   pero era de esperar á lo menos que, una vez elegidos ministros y defensores naturales de la corona, no la vilipendiasen en el primer acto publico, en que se presentaba á la nacion al lado, sino al frente de una constitucion, que estaba siendo la manzana de la discordia. Entre los infinitos lunares que, dentro y fuera de España, se observaban en este mal meditado codigo, era el principal la falta de equilibrio que tenia el principio popular, no solo por la ausencia total de un cuerpo conservador, sino tambien por las muchas cortapisas, con que se habia entrabado la autoridad y representacion perpetua de la corona. Era tan importante desvanecer esta obieccion en la primera ocasion solemne, que toda la perspicacia y esmero de los ministros debió concentrarse á presentar á la Reina con todo el prestigio y desembarazo de un poder á lo menos igual, en el orden legislativo, al que representaban las cortes; debian haber hecho gala de que S. M. apareciese rodeada de confianza, no solo en el amor de los demas poderes, sino en los derechos propios suyos, emanados de la misma constitucion; debian por fin mostrarla grande, libre, convencida de que nada podia perder de su autoridad y de su fuerza, pasando desde el estatuto á la constitucion de Cadiz. Pero he aqui precisamente lo primero que olvidaron los ministros, haciendola tomar el lenguaje mas propio de la suplica, que de la dignidad.   —204→   Despues de una larga serie de parrafos insignificantes los unos, falsos y disimulados los mas, se decia en boca de la Reina: «Vosotros procedereis á la reforma de la constitucion, y con mano tan diestra, como firme, establecereis las bases de la nueva organizacion social. A esta empresa noble y majestuosa sois principalmente llamados: yo por tanto nada propongo ni aconsejo como reina, nada pido como madre. No es posible imaginar en la generosidad española, etc.»

Lo que no es posible imaginar en la generosidad de nadie es, como seis hombres, que han sabido aspirar á tan altos puestos, no tuvieron siquiera una nocion vulgar de la elevacion de sus deberes para con el trono y para consigo mismos. ¿Es posible que la corona, en quien los pueblos y la constitucion misma ven el representante perpetuo de sus intereses, de sus derechos y de su prosperidad, renuncie espontaneamente á defender los suyos propios, hasta el punto de no proponer ni aconsejar nada, en el momento mismo, en que se iba á reformar la ley fundamental? Lejos de nosotros la idea, de que los ministros quisieron á sabiendas humillar ante la representacion nacional la frente de una Reina, y de una madre, que hablaba en nombre de otra Reina niña é inocente, en la funcion mas augusta de cuantas podia ejercer como madre y tutora suya; tampoco   —205→   créemos que su intento fuese hacerla renunciar su accion legislativa en la reforma de las leyes del pais confiado á su direccion. Si tales hubiesen sido sus intenciones, no se limitaria nuestra censura á su falta de habilidad, sino que les acusariamos de traicion y felonía. Pero estamos muy distantes de atribuir semejante falta á otro principio que al de un error y torpeza inconcebibles. Tal vez creyeron que tales espresiones, en boca de una Reina joven y amable, podian ejercer mayor influjo en una asamblea de hombres y de Españoles, que todo el aparato y esplendor de las prerogativas del trono. Pero debierais reflexionar, que nunca es la persona del monarca la que se esplica en el santuario de las leyes, sino la corona misma, considerada como institucion nacional. Debieron tambien tener presente que, por mas eficaz que sea la impresion de la sensibilidad en los corazones, al fin su accion es de suyo pasagera, mientras que la renuncia puesta en boca de una Reina, en ocasion semejante, forma un precedente muy peligroso, del cual no se olvidan nunca las pasiones de los hombres, siempre inquietas y siempre prontas á traspasar los limites de la razon.

No se mostraron los ministros tan desprendidos de sus propios intereses, como de los del trono, si bien igualmente desacertados, en el parrafo relativo á su eleccion y á su conducta.   —206→   Ya habrán visto nuestros lectores, por la rapida y compendiosa narracion de los sucesos ocurridos en el periodo de su administracion, que los ministros tenian motivos sobreabundantes para recelar una severa censura de la camara: censura, que hubiera sido inevitable, á no estar esta compuesta de sujetos escogidos, no elegidos, por la nacion. Sabian que, aunque no todas las desgracias publicas debiesen imputarseles, ya por tener su origen de mas antiguo, ya por ser independientes de su accion gobernativa, habia otros muchos actos propios suyos notoriamente abusivos, y casi todos erroneos. Pero por grande que fuese, y debiera ser, su confianza en los individuos de la camara, no quisieron dispensar á la corona de la humillacion de bajarse hasta el rango de abogada suya, por medio de las siguientes palabras: «Si en algunos de sus actos (los de los ministros) se han visto precisados á salir algun tanto de la esfera de sus facultades, no dudo que, atendida la irresistible necesidad de salvar por ellos el estado, hallen su justificacion en la equidad y benevolencia de las cortes».

El que lea estas palabras, si tiene la mas ligera idea del mecanismo de un sistema constitucional, es preciso que forme un concepto bien triste de la situacion del trono de España, en los momentos de que hablamos. Lejos de ser los ministros los escudos responsables de la corona, esta es la   —207→   que desciende de su sublime esfera para venir á cubrir los errores ó los crimenes de sus ministros, y á formar un alegato, en presencia de otro poder igual al suyo, que podia escuchar tal vez la equidad y benevolencia, tal vez la severa justicia. ¿Y entonces? Entonces la corona seria la desairada, y los ministros nada perdian en haberla arrastrado por el fango de tan indecorosa abogacia. Sin embargo, uno de los pecados veniales, ó, como dice el discurso, uno de aquellos actos, en que se habian visto precisados á salir algun tanto de la esfera de sus facultades, era una bancarrota nacional espantosa, acompañada de fraudes y supercherias que habrian envilecido el nombre español, si este pudiera depender de la mala fé de seis individuos.

No queremos realzar las frecuentes falsedades materiales, de que abundaba aquel discurso en todo lo concerniente á la guerra, á la hacienda, y á la justicia, porque para ello seria necesario detenernos mas de lo que deseamos. El que por curiosidad quiera leerle ó repasarle si ya le hubiese leido, puede consultar su contesto en esta nota111 y juzgar de la exactitud de nuestras reflexiones.   —208→   Mas para evitarle la molestia de recordar algunos datos comprendidos en el corto espacio de dos meses que habrán trascurrido desde la   —209→   revolucion de la Granja, hacemos el siguiente resumen de los menoscabos, que en ellos habia recibido la causa de la nacion y la de la Reyna.

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Por decontado, el gabinete francés habia suspendido la cóoperacion activa, que acababa de decretar cuando estalló la revolucion de agosto. Algunas   —211→   de las potencias, que hasta entonces habian mantenido sus representantes en Madrid, les dieron orden de retirarse. La corte de Napoles   —212→   se habia esplicado en terminos tan formales de desaprobacion de lo que pasaba en España, que se habia mandado salir de ella al agente de aquel   —213→   gobierno. Tambien habian salido del reino las brigadas portuguesas, que estuvieron obrando de concierto con el ejercito español. Los intereses   —214→   de la deuda estrangera habian dejado de pagarse en los terminos que ya dejamos indicados. El ministerio por si y ante si habia establecido un   —215→   prestamo forzoso, es decir una especie de saqueo metodizado, de 200 millones de reales. Con igual arbitrariedad y sin otra autorizacion que la suya propia, habia decretado una quinta de 50 mil hombres, y esto sin tener la menor prevision de los medios con que se habia de mantener, vestir y armar esta gente, asi como no se sabia con cuales habia de subsistir lo restante del ejercito   —216→   que ya estaba en pie. A pesar de tantas fuerzas, ó mas bien por el lastimoso estado en que yacian, las bandas enemigas recorrian todo el territorio español desde el cabo Creux hasta el de Finisterre y desde Fuenterrabia hasta el estrecho de Gibraltar. Seria nunca acabar si fuesemos anotando los desastres y desventuras sobre las cuales recomendaba S. M. á las cortes que cerrasen los ojos en obsequio de los ministros de la revolucion, pero ya se sabia á quienes se hablaba y lo poco que habia que recelar de semejantes censores. En efecto, su conducta y sus excesos fueron aprobados, no por la recomendacion de la Reyna, sino por que tal vez hubiera sido mas perjudicial variar los gefes de la administracion en tan dificiles como peligrosas circunstancias.

Ya recorreremos á su tiempo los trabajos legislativos de estas cortes, que, como lo habiamos previsto, demostraron practicamente la perfecta inutilidad de la nueva revolucion. Pero por el pronto ya desde la segunda sesion se apresuraron á dar un colorido de moderacion á su legislatura, cortando de raiz el primer pretesto, que pensaban aprovechar los exaltados para dar rienda á sus pujos democraticos. Una proposicion presentada el dia 26 de octubre, y firmada por las tres cuartas partes de los diputados presentes, señalaba á las cortes la necesidad de que se confirmase á S. M. la Reyna gobernadora el titulo   —217→   y autoridad de tal, durante la menor edad de su augusta hija la reina dona Isabel II; proposicion tan importante y mas estando apoyada en tan gran numero de firmas, anunciaba la feliz solucion de dos cuestiones ambas del mayor interes. La primera, que debian contarse por fallidas las esperanzas de los que aspiraban á participar de la autoridad soberana con el titulo de co-regentes, y que con esta sola idea habian provocado y entretenido una division y encono irreconciliables hasta en las mas altas regiones de la sociedad. La segunda, que el espiritu de las cortes era emprender las reformas de la constitucion en sentido rigurosamente monarquico y constitucional, sin detenerse en las trabas aparentes, que parecian oponer ciertos articulos de la constitucion de Cadiz. Mas no eran todavia estas consecuencias las mas esenciales, que arrojaba de si una proposicion tan terminante. Encerraba otra leccion, que sin duda no comprendieron los ministros de la corona, pues que no supieron aprovecharse de ella, sin embargo de que les hubiera hecho mucho honor. Consistia esta en que habiendo las cortes restablecido, digamoslo asi, la potestad real, que el discurso del trono habia puesto á los pies de la camara popular, fue lo mismo que indicar á los ministros el camino, por donde debia procederse á las reformas. Mientras que la autoridad real era solo una   —218→   idea, como sucedió en Cadiz cuando se formó la constitucion de su nombre, pues el Rey se hallaba cautivo en Francia, pudieron y debieron los pueblos adoptar por si mismos la ley fundamental que les conviniese, atendidas todas las circunstancias. Pero desde el momento en que la autoridad real pasa á ser un hecho y hecho rodeado del prestigio de los pueblos y de las cortes, debieron sus consejeros natos hacerla tomar la iniciation en la ley politica, que se iba á establecer. El ejercicio de esta prerogativa hubiera sido no solo conveniente á la situacion, y al espiritu, que se veia animar á las cortes, sino tambien mas conforme á las ideas tradicionales é historicas de nuestro antiguo gobierno y á la practica constante de los que hoy rigen en Europa. Mas esta leccion fue perdida para el ministerio Calatrava, á quien solo veremos tomar la iniciativa para solicitar medidas tiranicas, de aquellas que nunca aprovechan para la tranquilidad publica sino para la individual de los ministros que las proponen.

Otra era y muy distinta del interes del trono, la idea predominante, que occupaba la atencion del ministerio, á la cual sacrificaron sus mas esenciales deberes. La respuesta al discurso de la corona habia sido en las anteriores legislaturas y particularmente en la ultima el escollo mas dificil de vencer para que quedasen cubiertas todas las irregularidades, todas las usurpaciones y todas   —219→   las falsas medidas ó que pudiesen ser objeto de la responsabilidad de los ministros; y para superar este obstaculo, no debió parecerles escesivo el sacrificio de una de las mas bellas prerogativas de un trono constitucional. Asi es, que lograron una respuesta perfectamente conforme á las esperanzas, que habia debido darles la eleccion de tales diputados á cortes. En poco mas de media hora quedaron aprobados todos los parrafos de aquella especie de parafrasis del discurso del trono, sin que recayese siquiera una ligera discusion en casi ninguno de ellos. Cualquiera habria dicho que una misma mano habia redactado ambos documentos.

La segunda indicacion, en que las cortes manifestaron su predileccion monarquica, desmintiendo las sospechas que tantos se empeñaban en difundir por Europa, fue la buena acogida que tuvieron algunas frases de ciertos oradores, en que abiertamente se desaprobaba la incompatibilidad que existia, por la constitucion de Cadiz, entre las funciones de diputado y las de ministro. Estas indicaciones no fueron echadas en olvido por el señor Calatrava, quien algo mas adelante hizo de ellas un proyecto de ley, que fue aprobado por las cortes. Aquel articulo constitucional no tenia otro origen que la inesperiencia de los que la redactaron, en todo lo que constituye y fortifica los gobiernos representativos modernos.   —220→   Fuertemente poseidos de la idea, de que ninguna desconfianza alcanzaba contra las usurpaciones del trono y de sus agentes, creyeron que no habia otro medio de hacerles poco temibles que negandoles el voto en la representacion nacional. Esta nimia desconfianza pudo ser disculpable en un tiempo en que la nacion se hallaba huerfana, oprimida por un enemigo poderoso y absoluto, y cuando estaban tan frescas las señales de los abusos ministeriales, que podian repetirse, como en efecto se repitieron. Pero en las circunstancias que hoy rodean al trono español, que ha venido á quedar huerfano á su vez, hubiera sido un error notable privarle de sus naturales defensores en el cuerpo legislativo. No era su propia causa la que las cortes defenderian, autorizando á los diputados para poder ser ministros, sino la de la corona, ensanchando el circulo donde pudiese hacer sus nombramientos y facilitando el acierto en la eleccion, que solo se consigue cuando se consulta la opinion publica por medios verdaderamente legales. En una palabra, la conducta de esta camara desde los primeros dias de su reunion servirá de otra prueba mas para los que intentan sostener que las cosas de España jamas corresponden á sus apariencias, ni se terminan por el estilo que las de otras partes. Pocas corporaciones se han reunido bajo mas siniestros auspicios para el orden monarquico y sin embargo hemos   —220→   visto constantemente prevalecer en ellas este principio social. ¡Pluguiera á Dios que en todos hubieran estado igualmente ilustradas y convencidas!

Verdad es, que no dejaban de tener un grande influjo en esta conducta de las cortes los acontecimientos militares, que cada dia iban de mal en peor, y daban graves temores de una descomposicion universal. Los sucesos de Gomez no solo desmentian los ridiculos partes del general Rodil, sino que daban muy serias inquietudes sobre la seguridad de Madrid. Por esta razon, ó mas bien, bajo este pretesto, quiso el partido del movimiento poner cuantos obstaculos pudiese al proyecto de regencia en favor de la Reyna, y asi uno de sus mas acalorados secuaces hizo la proposicion de que se enviasen á los ejercitos representantes de las cortes. Por fortuna, no se aprobó esta servil imitacion de uno de los fastos mas sangrientos de la revolucion francesa; pero la votacion misma bastó para indicar cuan immediatos nos hallabamos del fatal camino, que aquella habia seguido, pues solo dejó de aprobarse por 48 votos contra 44. El ministerio procuraba disculpar á Rodil, solo por disculparse á si mismo, mas no porque encontrase razon alguna con que justificar sus enormes faltas. Destruidos los que el llamaba planes suyos con la ocupacion de Almaden, volvia á principiar en Estremadura   —222→   otra serie de movimientos muy semejantes á los que se habian verificado en Andalucia, con la diferencia de que ahora situado Gomez en Guadalupe, y no teniendo otra columna, que le observase de cerca mas que la de Rodil, pues la de Alaix habia quedado en la provincia de Toledo, y la de Ribero en Sevilla, podia en muy pocas jornadas aproximarse á Madrid y ocasionar cuando menos un gran trastorno. Probablemente esta fue la idea que siempre predominó en Rodil, sin la cual serian del todo inesplicables sus repetidas torpezas, y tendriamos por muy justas las reclamaciones, que hicieron varios diputados de que respondiese de ellas con su cabeza.

La conducta que Gomez empezaba á observar en Estremadura era del todo conforme á su caracter ó al plan que se habia propuesto seguir, y asi despues de licenciar los prisioneros hechos en Almaden y los que nuevamente hizo en Guadalupe, mando bordar en sus banderas la palabra Paz, debajo de la cual se leia, y guerra si me la hacen. Gozaba la Estremadura, sin saberse porque, de una cierta reputacion de liberalismo superior al de las demas provincias, bien fuese porque en ella hubiera mayor numero de guardias nacionales, ó porque en sus dos pueblos principales ejerciesen mayor influjo las sociedades secretas, ó porque algunos de sus ayuntamientos hubiesen dado en la mania de hacer representaciones   —223→   furibundas y desorganizadoras; mas no porque hubiese dado ninguna prueba publica é incontestable de semejante liberalismo. Asi, todos los periodicos se afanaban por anunciar maravillas desde el momento que los carlistas pisasen su suelo. Pero precisamente esta fue la provincia, en que mas claramente se demostró lo que ya tantas veces hemos indicado en esta obra, esto es, que el espiritu publico no solo no estaba tan decidido, como se queria suponer, sino que no habia semejante espiritu publico. Los nacionales estremeños fueron los primeros á huir de todas partes, donde se acercaba aquel caudillo, y no solo de el huyeron ó se dejaron prender sin resistencia batallones enteros, sino hasta de otros, que tenian muchas menos fuerzas y nombradia. De esta suerte desmintieron los estremeños todas las voces, que se habian hecho correr en su elogio. Mas tampoco debe ocultarse, que en esta invasion de Estremadura es donde llegó á su colmo la ineptitud, torpeza ó cobardia del general Rodil, de quien puede decirse, que se escedió á si mismo en demostrar que le faltaban todas las cüalidades propias aun á los gefes mas adocenados. Para no omitir absolutamente ningun defecto suyo, quiso poner en claro su propension á la crueldad, publicando una especie de bando á orden del dia en que amenazaba con la pena de muerte á todo guardia nacional, que no se incorporase con el,   —224→   y declarando á la provincia en estado de sitio. Cuando semejante disposicion hubiese sido tomada por un gefe, que ofreciera proteccion y diera ejemplo de valor personal, todavia seria durisima respecto á unos ciudadanos, cuyo deber no era salir á batirse en rasa campaña, sino defender sus hogares. Mas en boca de Rodil era una especie de insulto á la razon universal, pues cuando se le veia tener el mayor cuidado en no mover su division del punto, donde se hallaba, hasta estar bien seguro de no alcanzar la de Gomez, exigia que unos simples milicianos le saliesen al encuentro y se sacrificasen inutilmente. Gomez habia ocupado las ciudades de Trujillo y Caceres y recorrido todas las grandes poblaciones de Estremadura, cuando Rodil se quejaba desde Jaraicejo de que no tenia la menor noticia de la division de Alaix y que carecia de zapatos y dinero.

Ya dijimos anteriormente, que toda la esperanza de las cortes y de los liberales estaba cifrada en el brigadier Narvaez, el cual llegó con su division, á Madrid, el dia 1º. de noviembre, y salió el 4, para ir en derechura al encuentro de Gomez. Antes de salir, se dijo que se le habia ofrecido el mando de la division de Rodil, y que no lo quiso aceptar por la razon, muy propia en un militar, de no querer ponerse al frente de tropas indisciplinadas, cuyo general se habia hecho complice   —225→   suyo. Lo era tanto y tan á las claras, que el ministerio mismo no tuvo reparo en declarar, á la faz de las cortes, que si no se le habia quitado el mando, era por solo el temor de no ser obedecido. ¡A tal degradacion é impudencia llegaron unos hombres, que se decian ser dueños de la revolucion, y á tal humillacion estaban reducidas unas cortes, que concedian su confianza á semejantes hombres! ¿Pero que mas? No solo no se atrevian á deponer á Rodil por el recelo, al parecer bien fundado, de que les negase la obediencia, sino que, aun para ordenar que Alaix se pusiese bajo las ordenes de Narvaez, tomaron la precaucion de negociar secretamente esta operacion con aquel mismo celebre D. Cayetano Cardero, individuo de las cortes, como persona practica en las insubordinaciones. Cierto que no podia elejirse un instrumento mas á proposito, para desacreditar la causa liberal en España, que valerse de tal hombre para tal objeto, ni podria concebirse que aquel mismo ministerio, cuyo programa habia sido un energico manifiesto contra la mala inteligencia de la soberania popular, se valiese de un rebelde, para ser obedecido. Pero aun nos quedan que ver otras cosas mas extraordinarias.

Quiso la buena dicha, que Gomez tuviese mejor y mas esacto conocimiento del merito respectivo de los generales de la Reina, que su gobierno propio,   —226→   como que, en los tres años de la guerra, habia tenido muchas ocasiones de tantearlos, y de darles su justo valor. Mientras que el encargo de su persecucion estuvo confiado á los Rodiles, los Lopez, los Alaix, los Flinter, y algunos otros de la misma laya, bien sabia el poco riesgo que le amenazaba de malograr su espedicion. Cada uno de ellos habia manifestado ya sobradamente lo que era capaz de ejecutar. Pero Narvaez pertenecia á otra cuerda militar y politica, y Gomez no era hombre para confundirle con sus antecesores. Apenas tuvo aviso de su llegada á Madrid, cuando pensó seriamente en evitar su alcance por medio de unas marchas tan precipitadas, que apenas presentará ejemplo de otras tales la historia militar de ningun pueblo. Ocupó á Guadalcanal, y desde alli emprendió el inmenso rodeo por Andalucia, donde le buscaremos mas adelante, antes que penetre en Vizcaya. El gobierno tambien tomó algunos alientos luego que Narvaez llegó á Talavera, y se atrevió á expedir publicamente el decreto de exoneracion del marques de Rodil, no sin graves recelos de un desaire; pero al fin se consiguió que entregase el mando de sus tropas al general Ribero, en Fuente Obejuna. Aqui debiera empezar la accion de la ley sobre las operaciones de tan inepto gefe; pero no ha llegado todavia, en España, la epoca de un sistema legal. Las cortes y el ministerio se hallaban en un   —227→   nuevo conflicto con las noticias que recibian de las provincias del Norte. Los carlistas habian vuelto, por tercera vez, á sitiar á Bilbao, con tales preparativos y con tan decidido empeño, que, segun todas las apariencias, era su intento apoderarse de el á toda costa. Una numerosa artilleria, sus mejores gefes y batallones, la presencia de D. Carlos en Durango, y la del infante D. Sebastian en el cuartel general del sitio, todo indicaba que este iba á llevarse con el mayor rigor. Efectivamente, antes que en Madrid se tuviese la menor noticia de esta fatal ocurrencia, y antes que el general Espartero hubiese salido de Vitoria para Villarcayo, ya los carlistas se habian hecho dueños de algunos de los fuertes, que defienden aquella villa, é intentado el asalto de sus parapetos el 27 de octubre. Sin el estraordinario valor de la guarnicion, de la guardia nacional y del vecindario todo, hubiera podido caer esta importante villa, en manos del pretendiente, antes que se acercara siquiera el menor auxilio de nadie. Pero el heroico esfuerzo de sus defensores, y unas copiosisimas lluvias que sobrevinieron oportunamente, inhabilitaron al enemigo de repetir su ataque el dia 28, que pudo ser sumamente critico, y mas hallandose ya arruinados una multitud de edificios de la poblacion. Tuvo, pues, que levantar, ó mas bien suspender el sitio, dandose por razon la llegada del general Espartero   —228→   al valle de Mena, y la necesidad de salir á su encuentro. Efectivamente, marchó Villareal con doce batallones y alguna artilleria, dejando entretanto bloqueada la villa por el resto de las tropas, al mando de Sarasa. La guarnicion aprovechó todos los instantes posibles, para reparar todos los desastres de sus baterias, y aun hizo, el 3 de noviembre, una salida, con el objeto de incendiar algunas casas, que servian de abrigo á los sitiadores, lo cual consiguió, aunque á costa de alguna perdida; pero contaba las horas que retardaban la llegada de Espartero, como un equivalente necesario del levantamiento del sitio. ¡Mas Espartero no daba señales de vida, unas veces, con pretesto de impedir la llegada de Sanz, que llegó sin embargo, pasando casi á la vista de veinte mil enemigos; otras, con la de que tenia ordenes del gobierno para no aventurar una accion decisiva. Por fortuna, los carlistas no podian emprender nada serio contra la plaza, tanto por el mal tiempo, como por la falta de artilleria, y no mucha abundancia de municiones. El conde de Casa Eguia, unico capaz de dirigir con tino aquellas operaciones, estaba enfermo en Durango, y habia desaprobado ademas el sistema de ataque emprendido por Villareal. Pero habiendole dado el mando general del sitio, volvió á principiarle el 9 de noviembre, atacando los fuertes, que protegian las orillas del Nervion y del Cadagua, aislando   —229→   de este modo á los sitiados de toda comunicacion esterior. Los fuertes de las Banderas, Burceña, San Mames y Luchana, fueron ocupados sucesivamente, y cada dia se suspiraba mas por la venida de Espartero. Pero este habia tambien variado de plan, porque, renunciando á la idea de atacar á Villareal, sin embargo de que este tenia mucho menor numero de tropas, se decidió á embarcarse en Castro Urdiales, y pasar por mar á Portugalete. Esta incertidumbre y rodeos dieron sobradisimo tiempo á los carlistas para terminar su empresa, mientras que el general cristino se proponia estorbarla; pero fuesen las copiosas lluvias, que volvieron con mayor fuerza aquellos dias, ó escasez de municiones, ó lo que se quiera, lo cierto es, que nada hicieron de provecho, y dieron lugar á su enemigo para que reuniese la division del general Alvarez, y al frente de diez y seis mil hombres, pudiese escoger los puntos de ataque que le acomodaran por la izquierda ó por la derecha del Nervion. Eligió la primera, é intentando, el dia 27, atravesar el Cadagua por Burceña, fue rechazado con bastante perdida en el mismo momento, en que sus enemigos tomaban por asalto el fuerte de San Agustin. Esta doble ventaja alentó á los carlistas, para intimar la rendicion de la plaza á la guarnicion; mas esta no contestó, ni mucho menos decayó de animo, esperando siempre ser socorrida. Espartero   —230→   pensó ser mas feliz sobre la orilla derecha; pero tambien fue rechazado en Asua. Vuelve á pasar el rio, y hace venir de San Sebastian artilleria de sitio, para forzar otra vez el paso del Cadagua, y destruir el puente que los enemigos habian establecido en el; pero esta empresa tuvo el mismo resultado que las anteriores, y se retira á Portugalete. Los soldados murmuran, el estado mayor no disimula su descontento; y el general se vé precisado á justificarse por una orden del dia del 18. La escuadrilla inglesa, con sus enormes fuegos, estaba desesperada de ver tantas maniobras inutiles y tanto tiempo perdido. Los sitiados, reducidos á todas las penalidades y privaciones de un sitio tan prolongado, llegan hasta reprenderle, por el telegrafo, de su falta de energia, pero sin mostrar por eso la menor debilidad. Ultimamente, el 4 de diciembre, durante una noche horrible de frio y de nieve, los vapores ingleses rompen el puente de Luchana112, y los   —231→   soldados de la Reina, con su general al frente, se apoderan de las alturas y baterias de las Banderas, libertando una villa que, por tercera vez, ha merecido el titulo de heroica.

Hemos anticipado esta brevisima relacion del sitio de Bilbao, por evitar la confusion, que producirian las interrupciones en un acontecimiento tan clasico y fecundo en consecuencias. Nadie ignora, que aquella villa carece de todas las condiciones necesarias para una defensa, y que aun los fuertes esteriores, que se habian improvisado, solo consistian en seis conventos, y cuatro puestos fortificados, unidos por una cortina de tierra, y por barricas de vino llenas de arena. Pero sus habitantes tienen, como sus antepasados, una voluntad de hierro, contra la cual se estrellarán siempre todos los esfuerzos de las armas y de la politica. Su gloria será pura en esta como en otras ocasiones, sin que alcance mas que una sombra de ella al general ni al gobierno, que prolongaron durante dos eternos meses una agonia diaria. Espartero disponia por si solo de mayores fuerzas y recursos que todo el ejercito sitiador, y ademas contaba con el bien probado valor de una guarnicion de cuatro mil hombres, y el de una guardia nacional la mas decidida del reino. Lejos, pues, de ser la libertad de Bilbao un titulo de gloria para el general Espartero, ni mucho menos para el gobierno, de quien dependia, debió ser un   —232→   cargo severo para uno y otro, y lo será siempre, cuando la fria razon juzgue de las operaciones militares y administrativas de aquella epoca de universal inquietud. En cuanto al primero á lo menos, ya que se le disputen las prendas propias de un general en gefe, nadie puede negarle sin injusticia la mas bella cüalidad de un soldado, que es la del valor, llevado casi á la linea de la temeridad. Mas en cuanto al segundo, ¿como puede tolerarse que pida parte en él triunfo un ministerio que tenia en tal abandono la salud y comodidad de los soldados, que estos entraron en Bilbao, el 25 de diciembre, con pantalones de lienzo, hechos andrajos? Sin embargo, fueron tales las estravagancias, con que los ministros anunciaron al congreso esta plausible noticia, que si algo hubiera podido turbar la alegria general, solo debiera serlo la ridicula gloria, que pretendieron adquirir con un hecho tan ageno de su influjo. Bastará, para formar juicio del temple de alma de tales hombres, citar la proposicion hecha por el ministro de la gobernacion en aquel mismo dia, reducida á proponer que, ya que se habia libertado á Bilbao, convendria condenar á las llamas la villa de Oñate, por haber sido corte del pretendiente113.

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Por lo que hace á la importancia politica, la conservacion de Bilbao excede quizá á todo lo que podriamos suponer. Por decontado, no dudamos asegurar que si los carlistas se hubiesen apoderado de el, como sin duda pudieron y debieron en fines de octubre, cuando Gomez era el terror de Andalucia, la ocupacion de Bilbao hubiera equivalido á la toma de posesion del trono de San Fernando, ó por lo menos le hubiera puesto en un riesgo inmente. Su ocupacion en fines de diciembre ya no hubiera producido el mismo prestigio, cualesquiera que fuesen las ventajas, que hubiera podido sacar el vencedor. Su libertad debe ser mirada como el acontecimiento mas plausible para la causa de la reina Isabel, no tanto por la ventaja material y positiva, que siempre ofrece mas ó menos una victoria, cuanto por el estrago moral, que ha debido producir en las fuerzas del enemigo; lastima será que el gobierno   —234→   español no acierte á sacar partido de un suceso tan colosal y tan inesperado114.

Volvamos á buscar el hilo de los acontecimientos. Las primeras noticias que se recibieron en Madrid, del sitio de Bilbao, coincidieron desgraciadamente con las que se recibian de Paris del aspecto tan serio, como vergonzoso, que principiaba á tomar el asunto de la bancarrota Mendizabal. La casa del banquero Hignard, de Nantes, portador de muchos creditos contra la España, habia obtenido un mandato judicial del tribunal del Sena, para secuestrar todos los valores españoles, que se hallasen en poder de los señores Ardoin y compañia, banqueros de España en Paris. En virtud de la misma decision judicial, se acababa de sufrir en Bayona el ignominioso espectaculo de embargarse por un alguacil ciertas cajas de dinero, que salian para el ejercito, y por la primera vez en su historia, se hallaba la España en masa proscrita de todas las transacciones comerciales en los mercados de Europa. Tambien por   —234→   la primera vez, comenzaba el señor Mendizabal á convencerse de que no siempre se puede burlar impunemente la fé publica, ni aun cuando se toma el nombre de una grande nacion. Entonces se vio precisado á acudir á uno de aquellos recursos que, lejos de mejorar la situacion moral de un deudor, la empeoran y envilecen. No contento con hacer insertar en algunos periodicos ingleses la estraña novedad, de que los banqueros Ardoin y Ricardo se habian separado de sus instrucciones cuando fijaron, en las bolsas de Londres y Paris, el aviso de que el dividendo de la deuda activa seria pagado en libramientos sobre la isla de Cuba, hizo desacreditar, por medio del Monitor, á su comisionado especial D. Mateo Durou, publicando, que se habia separado de sus instrucciones. Para dar mayor solemnidad é ignominia á esta declaracion, se pasó una nota al señor D. Joaquin Maria Campuzano, conde de Retchen, ministro plenipotenciario en Paris, para que hiciese saber en su nombre, á los tenedores de rentas españolas, que la intencion del gobierno español no habia sido nunca burlar sus esperanzas con la oferta de libramientos sobre la isla de Cuba, sino que, al contrario, pensaba dar en cambio de los cupones, bonos contra el tesoro español, á seis y doce meses de termino, y con un interes de cinco por ciento115.

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No sabemos cual admirar mas en un documento tan estraordinario, si la impudencia del ministro, ó la resignacion del señor Durou, porque á la verdad, ¿Quien puede admitir ni como cierto ni como probable, que los banqueros Ardoin y Ricardo se decidiesen á publicar un aviso de tal importancia, sino en virtud de los poderes, de que se decia portador el señor Durou? ¿Ni como sospechar, por otra parte que este agente del gobierno, que ocupaba un destino de tanta consideracion y utilidad, como el consulado de Bayona, habia de comprometer su probidad y su posicion social, inventando una especie de tramoya, que por si misma debia venir abajo dentro de pocos dias? ¿Ni porque ocurrirle de preferencia la isla de Cuba, cuando sabia de un modo indudable, que las ultimas letras, presentadas alli, por la suma relativamente insignificante de 900 mil duros, acababan de ser protestadas? ¿Y cual era la procedencia primitiva de estas letras, sino el mismo tesoro publico, á quien se queria substituir como garantia del dividendo? La verdad es, que el ministerio español dió una prueba irrecusable en esta brutal declaracion, de que estimaba en muy poco la reputacion de sus propios agentes, los cuales igualmente dieron con su silencio el derecho de que el publico no les tenga por mas delicados, que sus mismos mandatarios.

Pocos dias despues de la apertura de las cortes, se supo en Madrid la ocupacion del fuerte de   —237→   Cantavieja, verificada por las tropas del general D. Evaristo San Miguel, el 31 de octubre, en virtud del abandono, que de el hicieron los carlistas, llevandose cuanto tenian y sin dejar dentro de el mas que los prisioneros. La poblacion toda entera siguió á los carlistas, recelando algunos escesos de las tropas sitiadoras, las cuales, segun el parte de su propio general, habian estado los cuatro ultimos dias sin racion de pan, á la inclemencia, y sin siquiera una gota de vino ni aguardiente. Mas por eso mismo sobresalia su constancia y decision, como hubiera sobresalido su valor, si los enemigos las hubiesen dado ocasion de mostrarle. La ocupacion de este punto no dejaba de ser importante, porque despues de muchos meses servia, como ya hemos dicho, de abrigo para los carlistas del bajo Aragon, al paso que era un almacen y deposito de sus prisioneros. Aquel dia recuperó su libertad el brigadier Lopez y sus compañeros, que habian sido cogidos en la accion de Jadraque.

A pesar de esta ventaja las sesiones del congreso ofrecian un aspecto tumultuoso con las continuas mociones, que se hacian para que el ministerio diese cuenta del estado de las operaciones militares, y de las ordenes é instrucciones dadas á los generales. Dificilmente podia el defenderse de los cargos que se le hacian, no solo por su impericia notoria, sino mas aun por la   —238→   inconcebible obstinacion, con que habia querido mantener en el mando á su camarada Rodil. Entonces fue (en la sesion del 2 de noviembre), cuando el señor Arguelles dió mas á conocer su irresistible comezon de hablar al publico, solo por el placer de escucharse y ser escuchado. Dos horas seguidas se llevó hablando para probar que los triunfos de Gomez, y la poca felicidad de los generales de la Reyna dependian de la falta de libertad de imprenta y de lo poco que se habia parloteado en la tribuna antes del 15 de agosto de aquel año. De suerte, que si hubiera querido probar todo lo contrario de lo que intentaba, hubiera podido hacerlo, sin mas que citar las fechas en que Gomez habia derrotado á Lopez, paseado la Mancha, entrado en Cordoba, tomado á Almaden, cogido á Flinter y Puente y enseñoreadose de la Estremadura: sucesos todos contemporaneos ó posteriores á la fecha citada por este señor diputado. Es de advertir, que en la misma sesion dijo, que preferia le tuviesen por malo antes que por tonto: cualidades ambas, que distan mucho de este señor, pero que nadie debe provocar, por no esponerse á que le concedan una y otra. La verdad era, que los triunfos del uno y las derrotas de los otros eran una consecuencia immediata y necesaria de la indisciplina y de la falta de union y concierto, que habia producido una revolucion desatinada en su objeto, y vergonzosa   —239→   en sus medios, la cual habia dado origen á un ministerio, incapaz de dirigir y poner en armonia tantos elementos heterogeneos. En vano sus individuos acudian á la muy arbitraria disculpa de que sus intenciones eran sanas, porque aun concedido que asi fuese, no bastan las intenciones para gobernar bien, si á ellas no acompañan el tino y la prevision.

Algo mas positiva y menos vaga que el señor diputado por Asturias, se mostró la comision especial, encargada por el congreso de proponer los medios mas eficaces para la pronta terminacion de la guerra civil. Y decimos mas positiva, no por que las medidas que propuso, fuesen más conducentes que la libertad de imprenta, para acabar con las facciones, sino por que iban dirigidas á un fin cierto y evidente, cual era la introduccion del sistema de terror en España. Componiase esta comision de los sugetos, que pasaban en el congreso por ser los mas acalorados partidarios del movimiento, y aun por abrigar opiniones poco favorables á la monarquia, como que entre ellos se contaban algunos, que habian entrado en la idea de nombrar coregentes, y enviar representantes de las cortes á los ejercitos. Uno y otro pensamiento habian sido desechados por ellas, mas no por eso quisieron perder la ocasion de hacer salir de su quicio hasta la misma revolucion.   —240→   Para ello despues de proponer que se concediese al gobierno la autorizacion, que solicitaba para hacer uso de la milicia nacional movilizada, fuera de sus provincias respectivas, presentaba en su segunda parte siete medidas, con las cuales, en su juicio, concluiria muy pronto la guerra. La 1ª que se autorizase al gobierno, para que á pesar de lo prevenido en la ordenanza se escluyesen de las filas de la milicia nacional las personas, que no inspirasen confianza, aunque tuvieran todos los requisitos, que previene la ley, y se admitiera á los que la inspirasen, aunque por otra parte no reunieran condicion alguna legal. Es decir, que se admitiera en aquel respetable cuerpo á cuantos pillos y desalmados hubiera por las calles, y se desarmase á todos los que tenian que perder. 2ª. Que se organizase la milicia sedentaria por batallones: 3ª. que se nombrara una comision que propusiese una nueva ordenanza para la dicha milicia: 4ª. que se establecieran en todas las provincias tribunales revolucionarios, que impusiesen la pena capital á todo el que de cualquier modo ayudase á los enemigos, sustanciando el proceso en el termino de 15 dias y sin admitir apelacion ni suplica: 5ª. que se autorizase á las juntas de armamento y defensa, es decir, á las juntas insurreccionales y anarquicas de las provincias, para que levantaran fuerzas y dispusiesen de los   —241→   fondos publicos y bienes de los rebeldes para mantenerlas: 6ª. que se pusiesen los suministros á la disposicion de las mismas juntas, y 7ª. que se hiciese efectivo el pago de lanzas y medias annatas, permitiendo vender las fincas para realizarle ó vendiendolas judicialmente.

Si las medidas propuestas por el señor Arguelles eran del genero insipido, estas otras solo rebosaban atrocidad é injusticia. Incapaces sus autores de inventar nada nuevo en la ciencia de los horrores revolucionarios, se limitaron á imitar servilmente los ejemplos de la Convencion francesa, que servirá de codigo eterno á cuantos demagogos aparezcan sucesivamente en el mundo. Pero estos sanguinarios ejemplos estan siempre subordinados á las circunstancias y situaciones de los pueblos, y las masas del español no estaban todavia á la altura de esa ferocidad metodica. Cuando se nombró esta comision y se eligieron los miembros, que habian de componerla, era la intencion de la mesa y de los ministros, que influyeron en ella, aumentar la fuerza del gobierno, por medio del terror, que es el arma, con que los hombres debiles y limitados piensan suplir la falta de justicia. Pero los comisionados no querian que esta arma de dos filos estuviese en manos del ministerio que podria emplearla contra ellos, y asi propusieron que se colocase en las de las juntas de armamento y defensa, de que ellos   —242→   una especie de quinta esencia, ó como ya hemos dicho, una diputacion permanente. El ministerio no tardó en conocer esta perfidia de sus amigos, y asi se vió precisado á mostrarse mas terrorista, que la misma comision. Los ministros de gracia y justicia y de la gobernacion declararon ante las cortes que no deseaban ni se proponian valerse de otros recursos gubernativos, que de los puramente revolucionarios, y el segundo de estos señores se esplicó aun mas esplicitamente, proclamando terror, terror y siempre terror. Pero por mas entusiastas que se mostrasen los ministros en favor de esta detestable medida, no querian tampoco que se emplease por otros instrumentos que los que ellos eligiesen, y este interes reciproco fue quien les puso en pugna con la misma comision, que ellos habian invocado en su auxilio. Bajo pretesto de crear algunas garantias de orden y defensa natural aun para los asesinatos juridicos, que proponia la comision, indicó el ministro de gracia y justicia tales modificaciones, que variaban esencialmente su tendencia y espiritu. Esta especie de contramina voló la paciencia de uno de los miembros de la comision, (Olózaga) que con mas empeño habia sostenido las medidas, y declaró, que lejos de apoyar al ministerio, le haria la oposicion con todas sus fuerzas. Habia llegado á ser tan odiosa esta lucha de crueldad entre el ministerio y los comisionados, que por fin sublevó   —243→   contra ellos la indignacion de algunos diputados. Entre otros el general Seoane dijo espresamente, que solo unas personas sin honor y sin conciencia podian proponer en España semejantes medidas. En efecto, no solo era feroz la disputa entre el ministerio y la comision, como que su objeto solo se dirigia á saber quien habia de ser dueño de las vidas de muchos inocentes, sino que era ademas absurda, por que ni unos ni otros podian contar con las masas, sin cuya completa corrupcion no puede establecerse el terror de una manera permanente. Semejantes á los bandoleros, que se unen para cometer los crimenes, y solo se separan y combaten para repartir la presa, el ministerio y la comision perdieron el fruto de su abominable liga, sublevando contra si la indignacion del congreso, que desechó con horror sus planes sanguinarios. Hasta las mismas galerias, por lo general compuestas de gente poco escrupulosa en tales materias, manifestaron su ninguna disposicion al terror, aplaudiendo los discursos que le combatian y en particular la interpelacion del general Seoane. Asi escapó la España por entonces á un espectaculo de horrores, que segun las señales parciales, que hemos visto durante tres años, habria escedido y dejadose muy atras los ejemplos que hacen penosa la lectura de la historia.

El mismo dia, en que las cortes españolas dieron   —244→   esta publica muestra de que eran menos revolucionarias que el ministro, llegaron á Madrid noticias muy alarmantes de Portugal. Desde que en la capital de aquel reyno se habia proclamado por los medios, que ya dijimos, la constitucion del año de 1822, que no era mas que una copia de la de Cadiz, el gobierno inglés habia presentado al mundo una de aquellas anomalias, que bastarian por si solas á descubrir la naturaleza de su politica, cuando faltasen otras pruebas para calificarla. Entusiasta, hasta la incongruencia, de la revolucion de la Granja, á que habia prestado, sino la cóoperacion, á lo menos el consentimiento, no pudo disimular su ceño al ver el eco necesario y pronto que habia tenido en Lisboa. No habia olvidado ni olvidará tan pronto, que al proclamarse en aquella ciudad la constitucion interina de 1820, se dió la señal del sacudimiento del yugo, bajo el cual tenia la Inglaterra humillado el orgullo portugués hasta el punto de tener por generalismo de sus ejercitos á un general inglés, que ejercia las funciones de virrey de la Gran Bretaña, y monopolizaba en beneficio de esta todos los productos de aquel pequeño, pero fertil reino. Este crimen ya se sabe, que es imperdonable á los ojos de la politica inglesa, ya sea esta dirigida por manos conservadoras ó progresistas, porque todas son unas, cuando se trata de aumentar una guinea mas al comercio britanico.   —245→   Inmediatamente, pues, que se supo en Londres el cambio ocurrido en las instituciones del pais, y que otra constitucion de siniestros recuerdos habia sustituido á la carta de D. Pedro, enviaron sin perder tiempo al Tajo considerables refuerzos á la escuadra mandada por el almirante Gage. Estos refuerzos adquirieron mucha mayor importancia con la reunion en las mismas aguas de la escuadra francesa del almirante Hugon, cuyas fuerzas reunidas, cuando no fuesen suficientes para decidir la cuestion, eran una protesta visible contra el estado actual de cosas y una esperanza de triunfo para los mal contentos. La Reyna y su esposo el principe Fernando habian manifestado una justa repugnancia contra la ultima revolucion, y la aristocracia representada en la Camara de los Pares habia protestado uniformemente contra ellas. S. M., aconsejada por los ministros de Inglaterra y de Belgica, se habia trasladado desde el palacio de las Necesidades al de Belhem para estar mas inmediata al parage, donde se hallaban estacionadas las escuadras, y creyendose segura del apoyo de la fuerza y de la razon, depuso al ministerio revolucionario el dia 4 de noviembre por la mañana. Los consejeros directores de la contrarevolucion se pusieron de acuerdo con el capitan, que mandaba la guardia de palacio, para que esta se pronunciase aquella misma noche á favor de la carta de D. Pedro,   —246→   haciendola entender que los Ingleses apoyarian el pronunciamiento.

Mas no parece que habian contado con la guardia nacional, que siempre en las revoluciones urbanas es el elemento de mayor fuerza en todos los paises, donde se halla organizada, y asi esta, sin orden de nadie, se situó en los cuarteles, donde pasó la noche. En el mismo instante aparecieron dos decretos, el uno declarando que S. M. habia jurado por fuerza la constitucion de 1822, y el otro indultando á todos los que la habian proclamado, lo cual produjo tal sensacion que á las 3 de la mañana ya la guardia nacional salió de sus cuarteles y se dirigió al campo de Ourique, donde se la reunió la guardia municipal y muchos oficiales superiores. En Belhem estaban sosteniendo el movimiento reaccionario el batallon de lanceros numero 1º. y el de artilleria numero 5, aunque este ultimo manifestó, que no haria fuego contra el pueblo. Su fuerza total no escedia de 600 hombres mandados por Saldanha, cuando por la otra parte entre pueblo, guardias nacionales y municipales no bajaban de 6,000. En este estado, corrió la voz de que los Ingleses trataban de desembarcar, lo cual no era todavia cierto, pues solo algunas de sus lanchas recorrian las immediaciones de Belhem: los Franceses se mantenian espectadores, y los oficiales de esta nacion se estaban paseando por la cuidad.

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Temiendo no obstante ser atacados, los del campo de Ourique enviaron un piquete á la puerta de Alcantara, el cual llegó en el momento, en que el ex-ministro Freire, vestido de gran uniforme pasaba en coche con direccion al palacio de Belhem; pero habiendo sido reconocido, fue muerto de tres tiros que le dispararon. Su cadaver estuvo tendido toda la tarde en el suelo, sin que ninguno de sus partidarios acudiese á recogerle. En la misma tarde y en vista de la efervescencia, que reinaba en el campo de Ourique, se dirigió una diputacion al palacio de Belhem, y á poco rato volvió uno de sus individuos, el marques de Ficalho, anunciando la llegada de aquella á palacio, donde permanecia cerca de S. M., y añadiendo que esperaba que todo se arreglaria por haberle manifestado la Reyna que no trataria con estrangeros sino con Portugueses, en cuya consecuencia le parecia que la guardia nacional podia retirarse á sus cuarteles, sin dejar por eso las armas, lo que verificó á las 7 de la tarde.

Asi se pasó la noche, en la que se dijo que el arreglo tendria efecto, nombrando un ministerio mixto. Pero al amanecer del dia 3 desembarcaron los Ingleses, lo cual visto por el batallon de artilleria, que estaba en Belhem, se pasó al campo de Ourique. El ministro de Inglaterra, lord Howard de Walden queria atacar el campo con sus tropas   —248→   é invitaba á M. Bois-Lecomte, que habia llegado el dia antes desde Madrid, en calidad de ministro plenipotenciario, en réemplazo de Mr. de Saint-Priest, para que hiciese desembarcar los Franceses con el mismo objeto. Mas este ultimo no accedió á ello, alegando que no podia consentir que las fuerzas de su pais atacasen á 8000 hombres, que eran los que estaban por la constitucion de 1822, para sostener á 500 ó 600 que se habian pronunciado por la carta. Esto y la general reprobacion, que causó el desembarco de los Ingleses, les obligó á volver á embarcarse, por cuya razon la Reyna se decidió á entrar en negociaciones con los representantes del campo de Ourique, prometiendo nombrar un nuevo ministerio del que seria gefe Sá da Bandeira, y que las demas condiciones se confiarian á una comision que se ocuparia de ellas, luego que S. M. regresase de Belhem, al palacio de las Necesidades, y que las tropas y guardias nacionales se hubiesen retirado á sus cuarteles. Asi terminó la tentativa de contrarevolucion de Lisboa, suscitada por el ministro de Inglaterra, no cierto con objeto de mejorar las instituciones de Portugal, pues eran las mismas que habia protegido y apoyado en España, sino con el de alejar el establecimiento de un codigo, bajo cuyo influjo aquella nacion habia dejado de ser colonia suya. Es de créer que el ministro francés, el belga y el almirante Hugon hubieran   —249→   celebrado mucho que las cosas hubiesen tomado otro giro; pero sus instrucciones no se estendian á otra cosa que á proteger en caso necesario la persona de la Reyna y los intereses de los Franceses establecidos en Lisboa. Su conducta era consecuente en ambos paises, mientras que la de Inglaterra ofrecia una contradiccion, que daba en ojos aun á los mas prevenidos en su favor.

Esta noticia contribuyó á calmar las inquietudes mortales, en que se hallaba el ministerio de Madrid y sus revolucionarios, quienes dificilmente hubieran podido evitar otra reaccion semejante en España, si hubiese triunfado la de Portugal. Las circunstancias eran escesivamente criticas asi de parte de la Andalucia como de Vizcaya, donde simultaneamente se estaba debatiendo una cuestion de existencia. En Navarra mismo, á pesar de la superioridad notable de fuerza, que tenia el gobierno, habia sido desgraciada una espedicion dirigida por los generales Lebeau é Irribarren contra Estella, con objeto de ocupar esta ciudad importantisima para los carlistas y llamar la atencion de los que sitiaban Bilbao. Uno y otro fueron rechazados con bastante perdida, sin que darles otro consuelo, que el de haber incendiado algunas casas de Oteiza, cuyo resultado estaba lejos de compensar ni las perdidas sufridas ni mucho menos el grande objeto de la espedicon. El general francés salió pocos dias despues para Francia,   —250→   dejando el mando de la legion al señor brigadier Conrad. En Cataluña tampoco presentaban los negocios un aspecto muy favorable. La guarnicion de Cardona en una salida, que habia hecho el 8 de noviembre, habia caido en una emboscada de Tristany, y perdido ciento y tantos hombres. En consecuencia el general Serrano, que mandaba interinamente, durante la mortal enfermedad del general Mina, dió orden á los guardias nacionales movilizados de Barcelona, para salir á campaña; pero estos se arremolinaron diciendo, que no querian salir, por que no tenian las prendas de vestuario propias del invierno, otros se quejaban de que los ricos habian pedido esceptuarse del servicio de movilizacion, dejando esta carga á solos los pobres, y otros pedian á gritos las cuentas del producto de los arbitrios y donativos destinados á su habilitacion. Fue necesario que la caballeria de la misma guardia y los mozos de escuadra dispersasen aquellos grupos, con lo que se pudo conseguir que saliesen unos 1300 hombres, parte para Vich, y parte para Esparraguera. Iguales señales de indisciplina daba la guarnicion de Pamplona y casi todas las tropas de la nacion, menos alguna otra columna mandada por buenos gefes, de que por desgracia no es escesivo el numero.

Bajo tales auspicios estaba elaborando su proyecto la comision de reforma de constitucion, nombrada   —251→   en la sesion del dia 5 de noviembre y compuesta de los señores Arguelles, Ferrer, Gonzalez (D. Antonio), Olózaga y Sancho, á los cuales se agregaron despues en la del 16 los señores Laborda, Torrens, Acuña y Acevedo. Estos señores diputados presentaron las bases, sobre las cuales pedian la aprobacion del congreso, para proceder en su trabajo con mas tino y seguridad. Ya las recordaremos á su tiempo, y calificaremos su espiritu y accion en la suerte futura de España, asi como la condenacion manifiesta que envolvian de la revolucion de la Granja. Mas antes no debe pasarse en silencio, que existia y existe dentro y fuera de las cortes un partido dificil de calificar con ninguno de los dictados usuales en politica, y que denotan un sistema ó principio de gobierno bien ó mal concebido. Este partido, de que hablamos no merece otra denominacion que la de revoltoso, por que siendole indiferentes todos los sistemas gubernativos, no aspira á otro objeto sino á que jamas prevalezca otro, que el de sus congregaciones clandestinas. No eran estas de opinion, de que se pensase siquiera en removar la menor particula del sagrado codigo de Cadiz, no porque este les merezca ninguna preferencia, como medio gubernativo, sino antes bien para impedir que á su sombra ó sobre sus despojos, pudiera llegar á crearse un poder capaz de reprimir estos influjos subterraneos. El ministerio   —252→   habia recibido ya repetidos avisos desde los primeros dias del mes de noviembre, de que trataban de promover una asonada para impedir que se aprobase la proposicion hecha por un gran numero de diputados, confirmando la regencia del reino en S. M. la Reyna gobernadora. A estos avisos de fuera se agregaban tambien varias tentativas de dentro del congreso, para entorpecer esta generosa resolucion, como por ejemplo, la peticion del señor Caballero, de que se presentase en las cortes el testamento del difunto Rey, unico titulo, en virtud del cual estaba rigiendo el reyno su augusta viuda, y el empeño, con que se dispuso que las reformas de la constitucion no pudieran hacerse sino por una mayoria de las dos terceras partes de votos. Querian persuadir los disidentes, que solo les movia á pretender esta mayor solemnidad la importancia misma del asunto, mientras que el verdadero objeto no era otro, que la mas grande facilidad de impedir que se hiciese ninguna reforma, bastando á estorbarla una tercera parte de los diputados. Por fortuna, el congreso comprendió el verdadero motivo del respeto hipocrita de los tales señores y se decidió por la mayoria absoluta. El ministerio por su parte hizo prender unos cuantos de los conspiradores de fuera, á cuya frente estaba Calvo de Rozas, de quien ya hemos hecho mencion en este escrito, y todo el mundo celebró que se hubiese cortado   —253→   de raiz un proyecto, que no podia producir sino sangre é inquetudes. El vulgo de los noticieros hacia el honor á los presos y á sus camaradas de llamarles republicanos; pero en realidad ni ellos pensaron jamas en republica ni en monarquia, sino en medrar de cualquier modo y en hacerse los importantes con cuatro mal disimulados tapujos.

Sin embargo, el espiritu publico estaba sumamente agitado, asi como los rumores de esta conspiracion, como con los que se hablan esparcido de rebeliones abiertas de ciertos generales, cuya ultima noticia se decia haber ocasionado una sesion secreta de las cortes, en la tarde del 15. Fuese ó no esta la causa verdadera de esta reunion secreta, es lo cierto que en ella presentaron los ministros otro proyecto de medidas escepcionales, que supliese las que, pocos dias antes, habia desaprobado el congreso. Estas medidas eran las siguientes:

1ª. Que el congreso tenga á bien resolver puedan ser nombrados secretarios del despacho los diputados á cortes, y que no obste esta cualidad ultima para obtener y desempeñar empleos del gobierno.

2ª. Que con arreglo al articulo 308 de la constitucion, y atendido lo extraordinario de las circunstancias, decrete el congreso, por el tiempo que tenga á bien, la suspension de las formalidades   —254→   prescritas en la ley fundamental para el arresto de los delincuentes, autorizando ademas al gobierno para que pueda hacer salir de Madrid, y aun destinar á las islas adyacentes, á las personas cuya permanencia en la corte, ó en la peninsula, amenace á la libertad, ó á la conservacion del orden publico, y á la seguridad del estado.

3ª. Que se tomen en consideracion, por las cortes, los escesos de la imprenta, de tan peligrosa transcendencia en las actuales circunstancias, para proceder desde luego á la formacion de una ley, que concilie la libertad de la prensa con la seguridad del estado.

La primera de estas propuestas no era otra cosa, que una nueva confirmacion de lo que tantas veces hemos dicho, acerca del poco estudio que habian hecho, y escaso conocimiento que habian adquirido, los redactores de la tal constitucion, de lo que es un gobierno representativo. Alucinados siempre con la idea, por otra parte generosa, de que el puesto de diputado no se convirtiese en un banco de corrupcion, con perjuicio de la libertad y de los intereses del pueblo, imitaron á ciegas la teoria, entonces favorita suya, de la constitucion francesa de 1791, sin que ni entonces, ni durante los tres años de 20 á 25, les diera en rostro tan sustancial defecto. Han sido necesarios los ejemplos de toda la Europa constitucional, para que nuestros politicos de Cadiz se   —155→   desengañen de este funesto error, y aun acaso no hubieran bastado aquellos, sin la estraordinaria escasez, en que se vió el ministerio Calatrava de sugetos disponibles para muchos empleos publicos, fuera del congreso. Escluidos, los unos por carlistas, otros por apasionados del estatuto, estos por comuneros, aquellos por desafectos á la revolucion de la Granja, y otros por cien mil razones que seria dificil enumerar, llegaba á ser un verdadero enigma descubrir un hombre disponible, ni para los ministerios, ni para ningun empleo importante. Si en cualquier pais del mundo seria defectuosa esta incompatibilidad entre la camara legislativa y los destinos de la administracion, debia serlo mucho mas en España, donde, con pesar sea dicho, es mucho mas escaso el numero de buenos empleados. El que abrá la Guia de Forasteros, y recorra aquella innumerable lista de nombres, que figuran en todos los ramos de la administracion, se encontrará, por poco que conozca los individuos, que designan, con igual vacio que en la nomenclatura de los generales, de la cual podrian borrarse sin escrupulo las nueve decimas partes. La culpa no es de los Españoles, quienes por lo menos valen individualmente tanto como cualquier individuo de otra nacion, sino de las instituciones, que les han regido durante siglos.

Era pues necesaria é indispensable la primera   —256→   medida, y asi no sufrió la menor contradiccion en el congreso.

No diremos lo mismo de la segunda, porque sobre ser una verdadera dictadura con formas tiranicas, siempre peligrosa en manos de cualquiera que la solicite, lo era mucho mas en las de un ministerio, nacido inmediatamente de una revolucion militar. Cada uno de sus individuos habia tenido mil veces la modestia de proclamarse á si mismo amigo esclusivo del progreso en la carrera de la libertad, y sin embargo, no contentos con ejercer de hecho toda especie de arbitrariedades, pretendian adquirir el derecho de aprisionar y desterrar del reino á cualquiera, que no fuese devoto ú esclavo suyo. Desde que hay ministros injustos y violentos en el mundo, no se podrá citar otro, que mas ancha y mas neciamente haya abusado de su poder, que el que desempeñó el de gracia y justicia (Becerra), bajo la presidencia del señor Mendizabal; pero al fin, su pueril alarde de omnipotencia ministerial no habia recaido mas que sobre los magistrados, á quienes hacia recorrer por centenares la España en todos sentidos. Pero el ministerio actual, mas progresista, como mas moderno, quiso hacer estensivo este abuso á todas las clases de ciudadanos, y dilatar su saña fuera de los limites de la peninsula. Todavia resonaban en aquellas paredes las furibundas estravagancias del señor Lopez, ministro   —257→   actual de la gobernacion, cuando era diputado y demagógo, en que llevando hasta el estremo la inviolabilidad de los derechos del hombre, pretendia que se respetase hasta la libertad de los asesinos; y hoy, ministro, no podia soportar que un infeliz ciudadano murmurase de una administracion que le mataba de hambre, y faltaba á todos sus compromisos. Cuando su objeto hubiese sido el de desacreditar directamente la nueva revolucion, no podian elegir un argumento mas poderoso que este, para estigmatizarla, y hacerla aborrecible. ¡Un ministerio, que por todos sus poros estaba manifestando su espiritu esclusivamente de partido, constituirse jurado y ejecutor de pena tan severa como la expatriacion! ¡Unos hombres, que habian recibido su autoridad de manos de unos sargentos ebrios y sublevados, alzarse con la dignidad de jueces de aquellos mismos, á quienes miraban como enemigos! ¡Un ministerio, que acababa de proclamar, como medio unico gubernativo, el terror y los recursos revolucionarios, créerse bastante imparcial para no incidir en la tirania! Estas eran las reflexiones, que escitaba una peticion tan estraordinaria, y que no bastaron para que la comision de legislacion no la apoyase con su voto, y para que las cortes dejaran de otorgarla, con muy ligeras modificaciones. El fin enunciado por los ministros en la discusion de esta medida, de perseguir   —258→   privilegiadamente á los estatutistas, no podia menos de tener gran peso en una asamblea nacida de la revolucion de la Granja.

La tercera medida era otro testimonio visible del poco aprecio, que hacian de la constitucion de Cadiz los mismos que, en nombre suyo, habian vilipendiado el trono, y preparado una revolucion social. No se habia pasado una semana despues que el diputado Arguelles, defensor del ministerio, habia designado la falta de libertad de imprenta como causa inmediata de los triunfos de Gomez y de las derrotas del ejercito constitucional, cuando ya sus protegidos venian á desmentirle en pleno congreso, y á probar que los males provenian no de la falta, sino de la sobra de libertad que les daba la ley vigente. Efectivamente, la ley era mala, malisima, como todas las que se promulgan bajo el influjo de las pasiones del momento, y que luego no se reforman por espiritu de obstinacion y de necia vanidad. Esta ley habia sido redactada por dos señores diputados de las cortes de 1820, D. Francisco Martinez de la Rosa y D. Eugenio de Tapia, sugetos ambos dotados de las mas puras intenciones, pero que no conocian ni uno ni otro, por entonces, otro mundo, que el que ellos se habian creado en la lectura de sus libros y en su honrado corazon. Asi propusieron, y el congreso aceptó, una ley por medio de la cual todo ciudadano, fuese quien   —259→   fuese, podia crear un periodico, y echar á volar las doctrinas mas anarquicas y antisociales, sin otra precaucion ni garantia, que comprar la firma del primer presidario, ó del mas abyecto mendigo, que quisiera prestarse á ello por un mendrugo de pan. De aqui resultó lo que no podia menos de resultar, y fue, que jamas han estado mas profanadas la libertad y la moral publica, que en aquel periodo de tiempo, hasta que ambas vinieron á tierra por los escesos cometidos á la sombra de esta ley. Esta es, sin embargo, la que echaba de menos el divino Arguelles para derrotar á los carlistas, y esta es la que impugnó, pocos dias despues, con igual proligidad, apoyando el pedido del ministerio. ¿Pero quien puede enumerar las contradicciones á que puede dar lugar el espacio de una semana, en un hombre que ha renunciado á tener opinion propia? Ya hemos visto á este mismo señor maldecir116 del articulo 308 de la constitucion, solo porque suponia posible el caso, de que se suspendiesen algunas de las formalidades prescritas para el arresto de los delincuentes, y abogar despues, por que se concediese á sus amigos los ministros el derecho, no asi como quiera de arrestar culpados é inocentes, sino de enviarlos por seis meses á galeras. ¡Quis hominum mentes!!!... Lo que correspondia   —260→   al ministerio en este caso era formar un buen proyecto de ley, tomar la iniciativa, y presentarle á las cortes, para su discusion y aprobacion; ¿pero que le importa al ministerio actual el derecho de la corona, mientras haya medidas escepcionales?

En medio de estas y otras discusiones, no perdian de vista algunos diputados su antiguo empeño, de hacer prevalecer varios decretos espedidos por las cortes de 1822 y 23, esmerandose sobre todo en sacar á colacion aquellos que mas abiertamente habian contrariado la razon y la opinion publica. Entre ellos, les mereció una natural preferencia el de señorios, de que varias veces hemos hecho mencion en la primera parte de esta obra; como si les fuese necesario este despique para soportar las reformas proximas, de que estaba amenazada la constitucion ¡Triste condicion de las pasiones, que, á trueque de satisfacerse, no quieren tomarse el trabajo de examinar la buena ó mala calidad de las ideas, con que se alimentan! La cuestion de señorios habia sido debatida, con toda la lucidez de que es susceptible, en las cortes estraordinarias de Cadiz, por los verdaderos principios de la libertad y soberania popular bien entendidos, y de aquella discusion resultó un decreto con fecha 6 de agosto de 1811. Sus disposiciones se reducian á abolir todos los señorios feudales y jurisdicionales, y todas las vergonzosas   —261→   consecuencias que se deriban de ellos, cualquiera que fuese el nombre con que se conocieran. Pero al mismo tiempo, tributaron el respeto debido á la propiedad, que nunca debe aparecer mas sagrada, que cuando se reconoce el imperio de la ley. Al estinguir los señorios jurisdicionales, sancionaron los territoriales y solariegos, cuya mayor parte no está fundada en otro titulo, que el de la prescripcion. Era esta ley tan justa, y tan conforme al derecho y á las nociones de civilizacion, que tanto ha desenvuelto el siglo actual hasta en los gobiernos absolutos, que ni el despotismo de 1814, ni la restauracion de 1815, dejaron de conformarse á ella, y corroborarla con su adesion. Unicamente se esceptuaban de aquella general disposicion los señorios territoriales, cuya naturaleza les hiciese reversibles á la nacion, ó que hubiesen caducado, por no haberse cumplido las condiciones con que se pactó su adquisicion. Todos los demas quedaban consagrados en la clase de propiedad particular, y sugetos por consiguiente á la ley comun.

Pero con ocasion de una consulta hecha á las cortes, en 1821, por un tribunal de provincia, sobre si debia preceder la presentacion de los titulos á la declaracion de propiedad legitima, fue tal la confusion, y tales los errores logicos emitidos en aquellos debates, que la ley de 1811 quedó enteramente desnaturalizada. Lo que en   —262→   ella habia sido mera escepcion, esto es el articulo, relativo á los señorios reversibles á la nacion, por no haberse cumplido las condiciones de su adquisicion, pasó á ser disposicion general, por la cual se mandaba que todos los dueños de señorios territoriales y solariegos presentasen sus titulos, si querian continuar en el goce de sus rentas, y que en el entretanto los colonos no estuviesen obligados á pagarles el canon. Una disposicion tan absurda, y tan contraria á todos los principios de la justicia universal, no podia tener el asentimiento del consejo de estado, ni recibir la sancion de la corona, que en efecto la rehusó. En vano el tribunal supremo de justicia decidió unanimemente que la ley era injusta, porque destruia el titulo de la prescripcion, tan respetable á falta de otros, como todos los que garantizan la posesion particular de los bienes; en vano declaró que los señores, por serlo, no debian ser de peor condicion que todos los demas ciudadanos, en quienes se respeta la prescripcion inmemorial, las cortes de 1822 insistieron en que habia de preceder la presentacion de los titulos, porque de esta manera, si bien se cometia una atroz injusticia contra los dueños, se adulaba á los colonos, y se ganaban adictos á la causa constitucional, como si jamas los medios inhonestos pudieran producir un resultado util. Volvieron, pues, á presentar la ley á la sancion, y volvió á   —263→   ser rehusada por la corona. Llego el año 25, y con el la retirada de las cortes á Sevilla, llevandose al Rey prisionero, y sin embargo de que tantos otros cuidados debian llamarles la atencion, por el inminente peligro, en que se hallaban la libertad, pudo tanto en ellas el despique de que no se hubiese sancionado su notoria injusticia, que exigieron la publicacion de la ley, en virtud del articulo constitucional, que prohibia al Rey negar la sancion mas de dos veces sobre un mismo asunto. Entonces salió á luz la desatinada ley de 4 de mayo de 1823, objeto de los clamores de algunos actuales diputados.

Para los que no tienen una idea clara de lo que ha sido y es la aristocracia española, y la confunden con lo que han sido las de otros paises de Europa, parecerá esta persistencia de las cortes un signo demostrativo, de que solo el esceso de sufrimiento, y la frecuencia de los abusos, podria obligarlas á pasar por alto sobre una injusticia, á trueque de restablecer el equilibrio social. Nada estrañariamos que los estrangeros, al ver esto, juzgasen que la nobleza española era enemiga de la sociedad, y merecedora por esto de que se la proscriba del derecho comun. ¡Mas cuan lejos estarian de lo cierto los que asi pensasen! La aristocracia española no ha sido nunca opresora de los pueblos, ni enemiga de la libertad; por el contrario, puede jactarse de haber igualado, sino   —264→   excedido á todas en sacrificarse por el pró comunal. Nunca ha separado sus intereses de los del pueblo, ni peleado bajo distintas banderas que las suyas. Los antiguos fueros y libertades de Castilla y Aragon fueron conquistados y conservados simultaneamente por los nobles y por los plebeyos, y cuando estos quedaron sometidos al yugo del poder monarquico, no fue mas libre la condicion de aquellos, si es que no pesó con mas dureza sobre sus ilustres cervices. Jamas se han esperimentado en España, de parte de sus Ricos-Hombres, esas humillaciones y vejaciones, que tanto se motejan en otras partes, y el que quiera encontrar algun ejemplo de dureza metodica, y digamoslo asi, legal de parte de algun noble Español, tendrá que ir á buscarle en alguna producion dramatica, no en la historia. En las luchas modernas, es bien notorio que fueron los primeros en abrazar la causa nacional, asi en 1808, como en todas las que posteriormente han ofrecido las circunstancias. Aun reducida esta reflexion á la mera divergencia de los partidos, preguntense á si mismos los liberales de buena fé, y digan que seria de ellos, si la nobleza no se hubiese precipitado en sus filas. ¿A que, pues, esa especie de saña, con que se pretende, hacerlos parecer odiosos al pueblo, cuyos intereses se quieren poner en oposicion? Pero no es el liberalismo, quien lo desea, sino la demagógía, que quisiera sustituir una   —265→   aristocracia violenta y usurpadora á la que tuvo por origen el valor y la virtud, trasmitidos por nombres historicos.

Con igual precipitacion y solo por el empeño pueril de salirse con la suya, ordenaron el restablecimiento de otros decretos de las antiguas cortes, cuya inutilidad ó perjuicio habia demostrado la esperiencia. Tales fueron el de la estincion de las contadurias de propios y arbitrios del reino, el de la abolicion de las leyes y ordenanzas de montes y plantios, encargando á las diputaciones provinciales la formacion de un reglamento sobre esta importante materia y sin sustituir entre tanto ninguna jurisdicion, y por ultimo, el que confió á las mismas diputaciones los positos de los pueblos, para subvenir á los gastos de la guerra. Cada uno de estos tres decretos equivalia á resolver la ruina de estos tres manantiales de la prosperidad publica, y entregarla, como todo, á lo que arrojase de si la casualidad. En prueba de que las cortes no procedian en estas resoluciones con aquel pulso, que indica el deseo del acierto, y que parece deber ser el movil de toda novedad legislativa, debemos llamar la atencion, sobre la circunstancia de no haber asistido á ninguna de estas discusiones el ministro de la gobernacion, ni haber reclamado su asistencia ningun señor diputado; ¿mas que estraño debe parecer este abandono del ministro,   —266→   cuando el diputado mismo, que hizo la proposicion para que se derogase la ordenanza de montes (Calderon de la Barca) confesó que no la habia leido? Pues asi se hacian las leyes en España en 1836.

La mayoria obtenida por el ministerio en su pedido de leyes escepcionales, no habia impedido que se trasluciese aun por los mayores apasionados toda la debilidad de su organizacion y la ausencia total de principios gubernativos. El unico, en quien desde mui antiguo se conocia cierta fuerza parlamentaria y bastante robustez en las ideas era el señor Calatrava, cuya reputacion de hombre tenaz y reservado era contemporanea de la constitucion de Cadiz. Si este gefe hubiera podido reunir á su lado otros hombres capaces de comprender su marcha y seguirla con talento y docilidad, no dudamos que hubiera sabido ponerse á la altura de las circunstancias para el bien ó para el mal. Pero la bastarda revolucion de agosto le habia apegado á otras plantas heterogeneas, con las cuales era imposible preparar ni menos hacer producir buenos frutos á su administracion. Los tres ramos principales que debian ejercer mayor influjo en el estado de las cosas, es decir, la guerra, la hacienda y la gobernacion interior, habian sido entregados por la revolucion á manos tan inespertas, que lejos de ausiliar al gefe del gabinete, necesitaba venir diariamente   —267→   en su socorro cada vez que eran atacados en la tribuna. Del marques de Rodil ya hemos dicho lo bastante como ministro y como general en gefe, para que los lectores duden de su capacidad en el desempeño de ambos encargos. Pero por si aun faltase alguna pincelada, debe saberse que este señor á su salida para el ejercito encomendó la interinidad de su ministerio á un tal D. Andres Garcia Camba, brigadier de los reales ejercitos, de quien solo tenian noticia cierta los aficionados á repasar la Guia de Forasteros, porque se hallaba fuera de España hace mas de 20 años, y no tenia la menor idea ni de lo material, ni de lo personal del ejercito. Su merito consistia en haber hecho la guerra del otro lado de los mares, lo cual, como ya hemos insinuado, era la mayor recomendacion á los ojos al señor Rodil. Asi fue, que el tal secretario interino manifestó tan á las claras su absoluta y perentoria incapacidad, que casi daba lastima interpelarle.

Del señor secretario de hacienda Mendizabal seria igualmente inutil querer definirle como administrador, porque, no ya la España, mas la Europa entera tienen formado un juicio bastante esacto. Mas como orador de tribuna, solo ha descubierto hasta ahora la facilidad del llanto, como unico recurso oratorio, de que sabe disponer.

No asi el señor Lopez, ministro de la gobernacion   —268→   de la Peninsula, por que con dificultad se encontrará en parlamento alguno hombre mas aficionado á tomar la palabra, con tal que para ello no se le esija ni oportunidad, ni raciocinio, ni orden, ni conocimiento de las cuestiones que se agiten. Una declamacion continua y monotona, frases desaliñadas y atrevidas, pasiones de alquiler y un entusiasmo siempre pueril é irreflexivo, componen todo el caudal tribunicio de este abogado novel. Desde sus primeras asistencias como procurador en el estamento popular, dijo un hombre de talento, compañero suyo, que era una especie de relox, el cual mientras le duraba la cuerda, marchaba bien ó mal, pero que concluida no habia que prometerse el menor movimiento propio. El tiempo ha demostrado que esta pequeña alegoria era una esacta definicion. Su ignorancia en todos los infinitos ramos, que constituyen su departamento, es tal, que ni siquiera ha sido posible encontrarle preparado á entender de que se trataba, cuando se ha tocado alguno de estos puntos: por eso huye de presentarse á las discusiones, en que la asistencia del ministro del interior seria rigurosamente necesaria.

El de gracia y justicia, Landero, es un abogado antiguo, que no ignora aquellas doctrinas comunes de la legislacion, concretadas á eso, que todo el mundo designa con el nombre de embrollo ó   —269→   de chicana. Sabe perfectisimamente y semana mas ó menos, cuanto tiempo puede legalmente un deudor burlar la demanda de un acréedor inexorable. Conoce, como el primero, el precio á que debe pagarse un alegato, una consulta ó un simple pedimento desde el mero despojo de un inquilino insolvente hasta la mas complicada testamentaria. Pero medir el influjo de una buena ó mala magistratura, asi en el orden social como en las diversas modificaciones de las diferentes clases de gobiernos: comprender el alto ministerio, que ella ejerce para mantener la fuerza y libertad de las naciones y calcular la estension, que esa misma libertad requiere y necesita en la independencia de este poder del estado, eso no está á los alcances del señor abogado Landero.

Por lo que hace al ministro de marina el señor Gil de la Cuadra, es por desgracia tan insignificante su departamento en el dia, y tan pocas las ocasiones, en que ha mostrado su saber el que le desempeña, que apenas tenemos de el otra noticia que la de la hora avanzada, á que se sienta á la mesa, y eso gracias á la natural efusion de su ilustre amigo el señor Arguelles.

Con tales elementos no es estraño que el gabinete del señor Calatrava estuviese tan generalmente desacreditado y se pensase en modificarle desde fines de noviembre. La discusion sobre los tribunales revolucionarios habia demostrado su   —270→   falta de unidad y de sistema fijo: la incertidumbre y vacilacion en calificar la conducta de su menguado compañero Rodil, patentizaba su espiritu de partido en lugar del espiritu nacional. Su mania de desterrar y prender á diestro y á siniestro, sin formacion de causa, sin dar siquiera un pretesto plausible para tales violencias, indicaba su ningun respeto á la clase de gobierno á que se decia pertenecer: su horror contra la libertad de imprenta y contra toda oposicion legal manifestaba su tendencia hacia la tirania, y por ultimo su imposibilidad de responder á ninguno de los muchos cargos, que diariamente se le hacian, ponia de plano su cortedad de luces y la ninguna conciencia de sus propias operaciones. Hasta las mismas medidas de terror, que habia solicitado y obtuvo daban indicio de su debilidad. Pero en lo que mas resaltó su espiritu de discordia y de intolerancia, fue en la discusion de la segunda de estas medidas, cuando para probar la necesidad de ejercer la dictadura contra los enemigos del gobierno, trazó el señor ministro de la gobernacion un cuadro de ellos, que comprendia las nueve decimas partes de la nacion. El presidente del consejo hizo todavia algo mas, pues sacó á plaza y dió una especie de existencia publica á una multitud de sociedades, cuya nomenclatura era ignorada de todos. No hablemos de su resistencia á cuanto sonase á dar cuentas, ni presentar estados, ni   —271→   presupuestos, ni cosa que supusiese un orden cualquiera en la administracion, por que sobre esto se han oido cosas de boca de los tales ministros, que escitarian la risa, sino mereciese tantas lagrimas el abandono, en que se hallan todos los ramos del servicio.

Pensóse, pues, en una modificacion sustancial del gabinete, réemplazando algunos de sus miembros por otras personas de ideas algo mas moderadas, pero el partido del movimiento amenazó que se convertiria en una oposicion violenta, principiando por acusarles de cobardia, porque retrocedian en presencia de las circunstancias, y conminando con una inmediata asonada. El presidente del consejo se intimidó, y la modificacion se redujo á nombrar en lugar de Camba á un coronel llamado Rodriguez Vera: todos los demas se resignaron, como ellos decian á continuar en el poder.

Este se hallaba ademas robustecido con la confirmacion de la regencia en S. M. la Reyna Gobernadora. con la declaracion de las cortes, de que no habia incompatibilidad entre el destino de diputado y el de ministro, y con la aprobacion del emprestito forzoso de los 200 millones de reales, á pesar de la arbitrariedad é injusticia, con que habia sido repartido. La comision encargada de informar sobre tan monstruosa operacion no quiso ver en ella mas que la imperiosa ley de la   —272→   necesidad, sin tomar en cuenta el grave inconveniente, que siempre traen consigo las malas acciones, y es que su misma malicia suele ser el mayor obstaculo para la consecusion del objeto á que aspiran. Si el reparto de esta ó mayor cantidad se hubiese verificado conforme á las bases de justicia y equidad, que un gobierno no debe perder jamas de vista, la suma pedida se habria realizado en poco tiempo y hubiera podido servir para cubrir las necesidades mas urgentes; pero del modo que se habia hecho ni se realizó entonces ni ha podido realizarse despues.

Mendizabal no era hombre para calcular por si mismo ni la buena manera de hacer el reparto, ni la suficiencia ó insuficiencia de este recurso para cubrir las atenciones, por que en el desarreglo completo de su administracion, faltaban y faltan hoy los datos necesarios para encontrar la proporcion esacta ni aproximada. Solo se sabia la absoluta desnudez, en que estaban la mayor parte de los cuerpos del ejercito y la pobreza horrible é inhumana, en que yacian los hospitales, donde no solo no se podia suministrar un caldo á los enfermos, sino ni aun calentar una taza de leche para restaurar sus fuerzas, por falta de combustible117. Todas las obligaciones civiles, economicas y militares sufrian un atraso de cinco meses y algunas de ocho   —273→   y diez, sin que hubiera esperanza ni aun remota de cubrirlas. De suerte que aunque se hubiese llenado el emprestito en el tiempo prescrito, no hubiera alcanzado sino para las mas urgentes atenciones. Doscientos millones de reales en manos de un gobierno, que carece de administracion y tiene que mantener trescientos mil soldados en el pie de guerra, son una gota de agua para el paladar de un sediento.

Tambien resolvieron las cortes en aquellos dias otra cuestion, que ya habia dejado de serlo desde 1834, esto es, la de la exclusion del señor infante D. Carlos de la sucesion á la corona de España. El motivo de esta nueva declaracion se encontraba en el articulo 180 de la constitucion de Cadiz, en que á falta de la linea directa de señor D. Fernando VII eran llamados sus hermanos y tios por el orden de primogenitura legitima. Sin embargo, este acto de las cortes era de verdadera supererogacion, por que estando reunidas para refundir, bajo el nombre de reforma, la constitucion del año doce, ninguna urgencia se presentaba para acelerar una discusion semejante, si discusion puede llamarse aquella, en que á nadie es permitido esponer un dictamen contrario á la proposicion emitida. Por mas que en semejantes solemnidades se afecte una apariencia de discusion, tomando algunos señores la palabra en contra, como si quisieran decir algo de provecho, es   —274→   cosa sabida que los tales no buscan mas que un medio de llamar la atencion sobre si, apoyando con mayor exageracion lo mismo que aparentaban combatir. Y sucede frecuentemente, que aquellos que dan pruebas mas visibles de su poquedad y cobardia, mintiendo el proposito que anunciaron al tomar la palabra, suelen darse á si mismos un cierto aire de orgullo y satisfaccion esterior por el valor que han mostrado. Como si cupiese valor en combatir sin adversario, ni en acribillar á lanzadas un cadaver. D. Carlos estaba ya escluido de la sucesion á la corona por otras cortes á lo menos tan legitimas como las actuales, y estandolo ó no, la suerte de la guerra será el unico y verdadero tribunal, que le condene en definitiva, no la decision de estas ni de aquellas cortes.

Mas no dejó de ofrecer este simulacro de discusion algunos rasgos que caracterizan el espiritu revolucionario y feroz, propios de la epoca y bien agenos del lugar, en que se pronunciaron. El ministro de la gobernacion propuso muy seriamente, que se le declarase objeto de execracion universal, y que se esculpiese la palabra maldicion en la afrentosa lapida de su sepulcro118. El señor Caballero presentó una edicion concebida en estos terminos: Toda autoridad asi civil como militar, á cuyo poder venga la persona de D. Carlos   —275→   Maria Isidro de Borbon, está obligada bajo su responsabilidad á aplicarle la pena de traidor. A tal ignominia descienden las malas pasiones de aquellos, que teniendo que encubrir anteriores bajezas, no saben hacerlo, sino añadiendo la crueldad al envilecimiento. ¿Y con que derecho se habia de aplicar la pena de traidor al infante D. Carlos, existiendo un tratado, en virtud del cual el ha concedido la vida á tantos miles de prisioneros? ¿Y cual es su delito, defendiendo los que el crée derechos suyos y en cuya créencia le acompañan provincias enteras y ejercitos numerosos? Podra equivocarse, y nosotros pensamos sinceramente, que se equivoca; ¿pero que culpa tiene de que semejantes cuestiones no puedan decidirse sino por el plomo y el hierro? Tampoco la tiene de que los mismos, que antes se arrodillaban en su presencia y mendigaban el apoyo de los que eran bien recibidos en su habitacion, calculen ahora sobre la exageracion del odio, para desmentir hablillas, que sirven de obstaculo á nuevas ambiciones. Ignoramos cual pueda ser la suerte personal, que la Providencia destina á D. Carlos; pero estamos persuadidos á que si se esceptuan aquellos, que no pueden perdonarle los beneficios que le debieron, todos los demas respetarian un error muy disculpable y el valor de haber venido á defenderle por si mismo en un tiempo y en unas circunstancias, en que era necesaria hasta la   —276→   temeridad. Que metan la mano en su pecho esos cobardes declamadores, y vean si serian capaces de imitar su arrojo en igualdad de peligros y en conformidad de precedentes situaciones.



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