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Este trabajo se inscribe en el Proyecto de investigación «El otro Parnaso: falsificaciones literarias españolas», HUM2007- 60859, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia.

 

2

BNM, ms. 6912, papel pegado al interior de la cubierta. Cros (1968: 40- 41) transcribe el índice, la carta y la nota biográfica; también García Lara (1999: 203-205).

 

3

Aquí fluctúa la condición de Moratín, ¿autor, editor? Por su parte, Edmond Cros (1967: 43-45) he señalado las modificaciones más representativas, todas ellas dirigidas a clarificar la lectura de los contemporáneos y a que Mateo Alemán sirviera lo más posible a la cosmovisión ilustrada.

 

4

Le Sage también tradujo el Quijote de Avellaneda, reeditado en España en 1732, siguiendo los criterios estéticos franceses, que le valoraban más que el de Cervantes, y que volvió a ser estampado en 1805. Quizá no haya que descartar una conexión entre esa edición y el proyecto de Moratín. Véase Álvarez Barrientos (2006).

 

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En el manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de España, ms. 18668/4, se escribe: «Prólogo al Gerundio anunciando una nueva edición, sin fecha pero resulta posterior a [1]804, pues en él se cita la edición de este año. La letra no es de Moratín. Don Juan Antonio Melón la reconoció por la del escribiente de Moratín, Dámaso. NOTA. Don Juan Antonio Melón y don Manuel Silvela tienen este prólogo por de Moratín, y le tienen por suyo todos los literatos que lo han leído». Pérez Magallón cree que la edición de 1813, en cuatro vols., es aquélla en la que había de ir el prólogo (Fernández de Moratín, 2008: 1799, nota 39). Sin embargo, caso de haber sido así, se debió desestimar la idea al abandonar Moratín Madrid, pues el texto que se ofrece es el completo, en tres tomos, junto con el último, que es una «colección de varias piezas relativas a la obra de Fray Gerundio de Campazas», ya incluida en la edición de 1787 (Madrid, Gabriel Ramírez). «El editor» la publica de nuevo porque aún quedan muchos Gerundios en España y «es necesario generalizar la sátira para ver si se logra desterrar para siempre esta casta de pedantes ridículos que deshonran la nación y dan la más baja idea de su ilustración». Sin ir más lejos, en Cádiz, en 1811, vio un cartel que anunciaba una «función de iglesia» que le convenció de la necesidad de reeditarlo: «Si en Cádiz, centro ya entonces de la corte y de la ilustración, se escribía y publicaba tal anuncio, que probablemente sería parto de alguno de los predicadores, ¿cuáles serían los sermones que predicasen?» (1813, I, s. p.). La edición de 1868 del prólogo, en las Obras póstumas, señala que la letra es de «don Dámaso» (1868, III: 200).